ALZAMIENTOS
Y MOTINES CONTRA LA REPRESIÓN COLONIAL EN
CANARIAS
Capitulo
II
Eduardo
Pedro García Rodríguez
Año 1487: Muerto el colono, Señor consorte de las Canarias, García
de Herrera el 22 de junio de 1485, en su casa fuerte de Ventancuria, la viuda
distribuye la herencia entre sus hijos, desheredando al primogénito Pedro
García de Herrera por ser distraído, el segundo Sancho de Herrera,
obtuvo cinco dozavas partes en las rentas y producto de Lanzarote y
Fuerteventura, con la propiedad de los islotes de Alegranza, Graciosa, Lobos y
Santa Clara; doña María de Ayala recibió cuatro dozavos en aquellas mismas dos
islas y doña Constanza los tres dozavas partes restantes. Fernán Peraza, hijo
mimado por su madre heredó por mejora de ella las islas de La Gomera y el Hierro, en cuya
posesión estaba cuando la conquista de Canaria.
Las continuas tropelías,
exacciones y vida licenciosa llevada por el joven y pervertido Fernán Peraza,
que las quejas llegaron al trono de España, mandado a llamar a la Corte por la Reina Isabel y, oídos
los cargos que pesaban sobre el libertino por la venta como esclavos a
doscientos de sus súbditos gomeros, con la connivencia de unos patrones de Naos
de San Lucar de Barrameda, la
Reina, como era habitual en ella arrimó la braza para su
sardina, y castigó al disoluto Fernán Peraza a casarse con la ninfomana Beatriz
de Bobadilla, quien era dama del afecto del Rey Fernando. ”Matando así dos
pájaros de un tiro”.
1488 noviembre 20.
Una de las islas
del Archipiélago Canario que más sufrió el filibusterismo colonial fue La Gomera, bajo la opresión
tiránica del desalmado Fernán Peraza llamado “el joven” para distinguirlo
de su abuelo, quien heredó los supuestos derechos de ocupación de esta isla
(1485) y pronto se ganó el odio y desprecio de los traicionados y oprimidos
gomeros quienes habían pactado la ocupación de parte de la isla con los
invasores castellanos posiblemente para actividades comerciales. Conviene
recordar que La Gomera
es la única isla del archipiélago que no fue conquistada por la fuerza de las
armas, sino subrepticiamente ocupada mediante supuestos convenios comerciales y
promesas de defensa ante otros piratas como anteriormente habían hecho con los
portugueses, pero los confiados gomeros no tuvieron en cuenta que estaban
poniendo al zorro al cuidado del gallinero.
Dentro de la organización social de los guanches gomeros, existía
una institución que guarda total paralelismo con otra existente en el mundo
amazhig (berber) continental, relativa a los llamados "pactos o alianzas
por colactación". De esta forma, el colono invasor Hernán Peraza estaba
unido a través de este pacto con los bandos de Amulagua e Hipalán, y de la isla
de La Gomera,
precisamente a este último pertenecía la joven sacerdotisa Iballa.
Dicho pacto o alianza se realizaba mediante un ritual consistente
en beber leche de un mismo gánigo. Al mantener relaciones Hernán Peraza con una
mujer de su propio bando, considerada según dicha alianza como su hermana, con
tan execrable acto faltó no sólo al compromiso consuetudinario de la exogamia
deshonrando a los bandos que lo habían acogido como hermano de sangre sino que
además rompió el pacto establecido. Este hecho, además del despótico gobierno
que realizaba el señor sobre la isla, determinaría la conjura, en la que
participó Hupalupa, anciano encargado de vigilar el cumplimiento del pacto.
Retornado Fernán Peraza de la
corte castellana donde lo habían casado con la envenenadora Beatriz de
Bobadilla a su feudo de La
Gomera, en compañía de su flamante y Cristiana esposa,
fortalecido por haber salido airoso de su pleito en la Corte, la que además de por
la razones anteriormente expuestas, necesitaba mantener buenas relaciones con
los señores de las islas, para sus fines de conquista de las denominadas
islas realengas, futura base de abastecimiento para las empresas de saqueo en
América, y punto de apoyo para la extracción de esclavos en el continente, y
aún en las propias islas. Comenzó de nuevo a dar riendas a sus pasiones, exigiendo
de sus vasallos crecidos tributos y alcabalas y, creando nuevos tributos que ni
el uso autorizaba ni aquellos desgraciados gomeros podían soportar para
sastifácer a su despiadado señor en sus dispendiosos gastos y locas
prodigalidades.
La tiránica actitud de Fernán
Peraza, terminó por colmar la paciencia del pacífico pueblo gomero,
produciéndose un alzamiento generalizado en toda la isla. Peraza y su mujer en
la isla quien los defendiese, y custodiado por una guardia de lanzaroteño que
estaban a su servicio se encerraron en la torre o fortaleza que está
situada en la llanura de San Sebastián, y allí se defendieron algunos días de
los ataques de los gomeros, que los tenían sitiados, con deseo de vengar los
agravios de era victimas.
Viendo Fernán Peraza, que le
era imposible sostener aquella situación por mucho tiempo, encontró el medio de
enviar un mensaje a su madre residente en Lanzarote solicitando ayuda contra
los sublevados. Al recibir el mensaje Inés Peraza, reunió a algunas tropas con
las que contaba en aquel momento y en dos carabelas y algunos barquichuelos que
estaban en la rada las envió al Real de Las Palmas con una carta dirigida a
Pedro de Vera, solicitándole ayuda para su hijo, en virtud de los pactos que
mantenía con la Corona,
rogándole tomase el mando de las tropas y barcos, y se dirigiese a La Gomera para castigar la
insolencia de aquel rebelde pueblo. Vera que por esos días estaba inactivo en
el Real, sin poder saciar su permanente sed de sangre, recibió la invitación
como caída de su cielo personal, aceptó con placer la invitación que se le
dirigía, uniendo a los soldados lanzaroteño algunos españoles y canarios y
embarcó para San Sebastián, llegando a tiempo de evitar la rendición de Peraza
y los suyos, quienes acuciados por el hambre y la sed, estaban a punto de
entregarse a los sitiadores.
Los sitiadores al ver la
llegada de la flotilla comandada por Vera, al prever que en ella venía gran
cantidad de tropas de la
Hermandad de Sevilla, (Tropas de mercenarios equivalentes a la Legión Extranjera
de nuestros días) decidieron una retirada estratégica, hacía los sitios
más escarpados de la isla.
El General Vera desembarco
tranquilamente, sabiéndose dueño de la situación, siendo recibido como un
salvador por Hernán Peraza y su candorosa esposa, que se apresuraron a
obsequiarle con esplendorosos banquetes y festejos, mientras que escuadrones de
canarios perseguían a los gomeros huidos por los agrestes montes de la isla,
apresando indistintamente tanto a sublevados como a inocentes, en cantidad de
más de doscientos, entre hombres mujeres y niños, los cuales fueron embarcados
por Vera hacía Canaria, y posteriormente para España, donde fueron vendidos
como esclavos, de esta manera cobro Vera los gastos de la expedición en
ayuda de Peraza.
La experiencia vivida no le
sirvió a aquel mancebo soberbio y rencoroso para modificar su actitud hacía sus
indefensos vasallos. Cuando se consideró seguro en su dictatorial gobierno de
la isla, volvió a repetir con más crudeza si cabe, sus actos de despotismo, de
arbitrarias rapacidades y de ruines venganzas. Arrastrado por sus vicios
y no contento con su mujer, violaba a cuantas jóvenes destacaban en la
isla por su gentileza y hermosura. Entre éstas destacaba una llamada Iballa,
que habitaba en guahedún en unas cuevas del mismo nombre, la cual Peraza quería
hacer victima de sus livindosos deseos. El viejo Pablo Hupalupu, hombre mascota
y adivino, al que tenían por favorecido de espíritus superiores, advertido de
la ofensa que el tirano meditaba convocó a sus parientes y amigos más próximos
en un islote cerca de Tagualache, que después sería conocido por La Baja del secreto,
y acordaron poner los medios necesarios para impedir este nuevo ultraje.
Puestos de acuerdo lo
conjurados con Iballa, decidieron que esta diera una cita al fogoso Peraza, en
la cueva de Guahedún donde le recibiría acompañada de una vieja parienta que
estaba en el secreto y, a una señal convenida apresarían al tirano. Hernán
Peraza, no tardó en acudir a la llamada de la bella Iballa, haciéndose
acompañar de un paje y un escudero, sin sospechar de la celada que se le
preparaba, entró solo encueva, en cuanto traspasó la puerta de ésta, comenzaron
a oírse unos silbidos en los alrededores siendo esta la señal de los conjurados
para pasar a la acción. Inmediatamente cercaron la colina donde se ubica la
cueva y, deteniendo al paje y al escudero, creyeron asegurada su venganza.
Iballa para disipar cualquier sospecha de su complicidad en el acto, instó al
tirano a que se disfrazara de mujer y huyera antes de que sus parientes
llegaran a la cueva. Ante la imprevista sorpresa, turbado por la situación el
galán acepto ponerse unas sayas y una toca; pero la vieja, que seguía los
acontecimientos gritó a los suyos: «Ese es, prendedle». Peraza que la oyó, retrocedió
y despojándose de las ropas femeninas, tomó la adarga y sacando su espada se
adelantó con animo decidido hacía los asaltantes. En lo alto de la cueva estaba
apostado un pariente de Iballa llamado Pedro Hautacuperche, quien al ver salir
a Peraza le arrojó su banot con tal fuerza y puntería que le atravesó el pecho
matándolo en el acto. Al verle caer los sublevados ajusticiaron también al paje
y al escudero, fieles servidores de los desmanes de su señor. Al ver consumada
su venganza, los sublevados gritaron «Ya se quebró el gánigo de Guahedún»
aludiendo a que con aquel acto, quedaba roto cualquier pacto que hubieran
mantenido con la casa de Peraza, pactos que acostumbraba sellar bebiendo leche
de un gánigo.
Enterada del suceso Beatriz de
Bobadilla se encerró con sus hijos y algunos servidores fieles en la torre, no
sin antes despachar un barca a Gran Canaria en demanda de nueva ayuda al
gobernador Pedro de Vera. Mientras los gomeros deseando reconquistar totalmente
su independencia pusieron cerco a la torre dirigidos por Hautacuperche, éste
dio pruebas de un valor sin cuento en el asalto a la torre, recogiendo en el
aire las saetas que desde las troneras les disparaban los defensores,
precisamente uno de estos alardes fue aprovechado por dos de los defensores,
mientras uno amagaba con disparar, otro situado en un nivel más bajo le
atravesó el pecho con un dardo, cayendo así el héroe gomero.
Pedro de Vera teniendo en
cuenta lo rentable de su anterior intervención a favor de los Peraza, y
conociendo bien la ruta a La
Gomera, preparó concienzudamente la expedición genocida y de
saqueo. Llevaba consigo cuatrocientos hombres mercenarios veteranos de “”La Santa Hermandad””
de Sevilla que gozaban de justa fama por despiadados y sanguinarios
insaciables. Dos meses después del ajusticiamiento de Hernán Peraza, que había
tenido lugar en noviembre de 1487, Pedro de Vera desembarca en San Sebastián al
frente de sus feroces tropas. Los gomeros atrincherados en los lugares más
inaccesibles de la isla hacían frente a los continuos ataques de los españoles
causándoles numerosas bajas. Vera, ante los pocos avances que conseguía en la
operación de castigo que se había prometido tan fácil como la llevada a cabo
anteriormente, desesperaba en su campamento, por ello, optó por recurrir
una vez más al engaño, conociendo la bondad y credulidad de los isleños, ideo
un ardid propio del canalla que era. Pretextado la celebración de unas exequias
por el difunto Hernán Peraza, mando a pregonar al son de trompetas y tambores,
anunciando que aquellos isleños que no concurriesen serían considerados como
autores o cómplices del ajusticiamiento. Engañados por el pregón, muchos
gomeros que no estaban comprometidos con el alzamiento acudieron a la iglesia
el día señalado por el pérfido Vera. Una compacta multitud de mujeres, hombres
y niños, con el afán de probar su inocencia, se dirigieron a la villa y según
se iban acercando al templo el general los acorralaba en lugar apartado y
cuando juzgó inútil todo disimulo, los declaró prisioneros, sin oír sus justas
protestas ni sentir el menor remordimiento por su criminal acción.
Tan pronto Vera tubo a los
desgraciados y estupefacto gomeros, desarmado y a su alcance, condeno a muerte
a los varones mayores de quince años procedentes de los distritos de Orone y
Agana, y, a fin de que la ejecución fuese más rápida y ejemplar, a los que no
ahorcaba o pasaba a cuchillo los colocaba en lanchas, y atados los brazos a la
espalda, los echaba al mar en sitios bastante alejados de la costa. Las mujeres
y los niños fueron vendidos en España, y algunos que habían conseguido ser
desterrados a Lanzarote, el patrón del navío que los llevaba llamado Alonso de
Cota, los arrojó en alta mar siguiendo las ordenes de Vera.
Este horrible genocidio, para
mayor escarnio, tuvo su simulacro de juicio en La Gomera, por el cual Pedro
de Vera aprovechó para continuar su orgía de sangre, implicando en el
alzamiento a los gomero que residían en Gran Canaria, en declaraciones
arrancadas a los desgraciados que sometió a horribles torturas. De regreso a
Las Palmas el feroz genocida, hizo prender en una noche a todas las familias
gomera que moraban en la isla condenando a muerte a los hombres y a perpetua
esclavitud a las mujeres y niños. La hecatombe fue de tal magnitud que obligó a
intervenir al obispo Fr. Miguel de la
Serna, con lo cual consiguió que Vera acelerara la muerte de
los desdichados, además de recibir la promesa de Vera de que si no cesaba en
sus protestas le podría en la cabeza un casco calentado al rojo vivo.
Cuando Vera dejó la gobernación
de Gran Canaria, en diciembre de 1489, fue recibido por los reyes de España con
cariñosa solicitud y marcada benevolencia, a pesar de que tenían pleno
conocimiento de los horribles crímenes cometidos por el carnicero, no solo no lo
recriminaron, sino que lo destinaron a la tala de la Vega de Granada, y luego en
el sitio de la ciudad. Con actitud tomada por los monarcas quedó en entredicho
la supuesta política proteccionista de los reyes católicos hacía los canarios.
El Obispo de Canarias al ver
mermado de manera alarmante el número de sus ciervos y por consiguiente sus
diezmos, por acción depredadora de Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla,
interpone recurso antela corona alegando que los gomeros vendidos tanto por
Pedro de Vera y sus factores como por Beatriz de Bobadilla, eran cristianos,
por lo cual no podían ser vendidos.
Por tanto, el Obispo exigió la
intervención de la corona a favor de los esclavizados gomeros, ésta que tenía
entre manos los planes para la invasión y saqueo de América, además del
continente y, por consiguiente era vital el mantener las cordiales relaciones
que hasta el momento sostenía con el Pontífice Romano, verdadero árbitro en la
distribución de las nuevas tierras a esquilmar y por las que litigaban las coronas
de Castilla y Portugal, accedió a los requerimientos del obispo,
ordenando la puesta en libertad y regreso a las islas de los esclavos gomeros
vendidos por Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla. Como la situación creada no
era fácil de resolver mediante un decreto, la mayoría de los desdichados
gomeros tuvieron. Los que tuvieron la oportunidad de regresar a su patria,
tuvieron que pasar por una serie de vicisitudes de las cuales nos ocuparemos en
el capitulo correspondiente.
Año 1492: Alonso Fernández de
Lugo y sus tropas de mercenarios y excarcelados, desembarcan en el puerto de
Tazacorte. Después de emplear las argucias menos heterodoxas que imaginarse
pueda, y tras algunas escaramuzas con los cantones que se habían preparado para
la defensa, consigue con engaños y en un acto de traición, sorprender a Tanausú
y sus guerreros en la entrada de la
Caldera de Taburiente. A partir de este momento, comenzó el
saqueo inmisericorde de la isla capturando y esclavizando a los nativos tanto
de los bandos guerra como de paces, los cuales fueron remitidos a los mercados
esclavistas de España, conjuntamente con las pieles de los ganados depredados,
orchilla y demás despojos. Con el botín enviado a España y formando parte del
mismo, iba el valeroso caudillo palmero Tanausú, quien prefirió dejarse morir
de hambre antes que llevar una vida de esclavo, protagonizando así la primera
huelga de hambre que tubo lugar en Canarias.
Dada por sometida la isla, el
esclavista Fernández de Lugo, reparte el dominio de las tierras y aguas
despojadas entre los mercenarios que le acompañaron en la aventura y entre los
mercaderes que le financiaron la operación. Dejando un presidio de guarnición y
un gobernador, regresa a España para dar cuenta a los reyes católicos de los
resultados de tan “gloriosa victoria”, y solicitar las capitulaciones para la
conquista de la isla de Tenerife.
Los continuos desmanes que los
conquistadores que quedaron en la isla, cometían en los atribulados palmeros,
acabaron por agotar la proverbial paciencia de éstos, quienes decidieron
alzarse contra el férreo gobierno de los extranjeros. Estando Lugo, enfrascado
en la invasión de la isla de Tenerife, recibió noticias de la rebelión de los
benahoritas y no queriendo ausentarse de esta isla, envío como su lugar
teniente a la de La Palma
(Benahuare) a Diego Rodríguez de Talavera con una partida de treinta
mercenarios. Llegados a la isla reunieron a un contingente de palmeros de los
bandos de paces y con el resto de la guarnición, inició una operación de
castigo, consiguiendo reducir a los alzados más que por las armas, por la
argucia y engaños. Una ves cautivos, Talavera ejecuto ejemplar y “cristiana
justicia” en los por segunda ves vencidos palmeros, pasándolos a cuchillo,
ahorcándolos y, mandándolos vivos a la pira.
La conflictividad social en las
islas Canarias, ha sido una constante durante más de cinco siglos de opresión
de un sector minoritario, pero pudiente de la población, sobre el resto de la
misma. El sector más desprotegido, se vio siempre sometido, primero con la
esclavitud, después por una situación de vasallaje, y posteriormente, obligados
a sobrevivir bajo las férreas estructuras Caciquiles, las cuales no escatimaban
– ni escatiman-medios para dominar todos los medios productivos del país.
Todo ello motivó que en
diversas épocas el pueblo se amotinase a pesar del pesado yugo que les tenían-
y tienen puesto - en el cuello las estructuras dominantes. Por ser
sobradamente conocidos los alzamientos y motines que como consecuencia de las
situaciones reseñadas, nos limitaremos a dar una nota cronológica de los
mismos, evitando así al posible lector, un motivo más de aburrimiento al ojear
estas páginas
1490.
por los colonos Maldonado gobernador de colonial de Tamarant (Gran Canaria) y
Saavedra señor consorte de Titoreygatra (Lanzarote) deciden acometerla empresa
de la invasión de Chinech (Tenerife) y madurado el proyecto, se acordó convocar
las tropas mercenarias reclutadas en Tamaránt (Canaria) y Erbania
(Fuerteventura) y embarcarlas en el puerto de las Isletas, para caer con ellas
por sorpresa sobre las poco pobladas
costas de Añazu (hoy Santa Cruz de Tenerife) en el Menceyato de Güímar.
Así se verificó
en la primavera de aquel año y, como la travesía era de pocas horas, se
hallaron los buques fondeados en aquella rada antes de que los guanches
pudieran advertir su presencia.
Sin embargo,
aquella soledad no se prolongó largo tiempo, pues los guanches estaban siempre
alerta sabiendo, tal vez, que la isla vecina había pasado ya a poder de sus
enemigos. El mencey de Güímar, rey de aquel Menceyato, al ver los buques reunió
al momento un buen número de guerreros, gente dispuesta y ágil, y apostándose
con ellos en la Cuesta
de Arguijón esperó en una buena posición el ataque de los invasores.
El inexperto e impaciente
Maldonado, después de desembarcar sin dificultad sus tropas, compuestas de 150
soldados entre castellanos y canarií, sin esperar a Saavedra que con las
milicias coloniales de Erbania (Fuerteventura) se hallaba todavía a bordo, se
alejó de la playa y principió a trepar la cuesta por la zona de Ufru (Ofra),
llena entonces de matorrales y difíciles pasos, esperando con esta
precipitación llegar al llano antes que pudieran oponerse los guanches; pero
éstos, saliendo de su emboscada en el sitio más peligroso y 1anzando sus
piedras y dardos en medio de sus acostumbrados ajijides , detuvieron la marcha
del gobernador colonial, quien, a pesar de la sorpresa, pudo sostener el choque
y esperar a Saavedra que oportunamente vino a socorrerlo.
Con este auxilio,
y aunque en sitio tan desventajoso, pudo prolongarse la lucha y dar lugar a que
los jefes acordasen una prudente retirada que se verificó en buen orden y con
lentitud, llevándose sus heridos y embarcándose todos sin dilación,
no siendo
hostilizados por los guanches quienes no acostumbraban a perseguir a los
enemigos derrotados, satisfechos con haber obtenido aquella fácil victoria, la
cual sería conocida como la batalla de Ufru (Ofra).
Los invasores,
dejando cien hombres muertos en la cuesta de Arguijon y un número considerable
de heridos, regresaron a Tamaránt (Canaria) avergonzados de su derrota y
dispuestos a no repetir tan inútiles y costosas aventuras.
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