viernes, 19 de abril de 2013

CANARIAS LACERADA, II- VI






ALZAMIENTOS Y MOTINES CONTRA LA  REPRESIÓN COLONIAL EN CANARIAS

Capitulo XI-II




Eduardo Pedro García Rodríguez

Viene de la pagina anterior


Los ánimos estaban tan crispados que hubo hasta quien pensó en agredir físicamente a este último, al paso que otros reclamaban el cese del más aborrecido de los concejales

La paciencia de Vidaurre llegó al colmo y mandó al sargento Manuel Díaz Monagas a por los 30 provinciales del cuartel de San Francisco, disponiendo que el comandante de Carabineros trajera todos sus hombres.

Al aparecer estas falanges concluyó el motín por completo a las 22,30 horas, por lo tanto más de 90 minutos después del embate a la patrulla del concejal Navarro.

Las «dulzuras» del gobernador militar con los perturbadores despertaron la indignación del grueso del consistorio y de los vecinos que lo apoyaron. El criterio general era que el «mal precedente» y la «condescendencia» del alcalde corregidor Delgado el 21 de julio, dieron chance al pandemónium del 2 de agosto.

Las preocupaciones no acabaron incontinenti, pues se barruntó que muchos marineros y demás abonaban la creencia en el voto de Vidaurre para denegar las exportaciones de papas.

El juez Bravo de Laguna sugirió «una inteligencia» entre el militar y «las masas sublevadas» que tenía por norte reforzar su poder.

La desautorización del gobernador civil planteaba la inadmisible transacción con los amotinados en las dos jornadas y la falta de nervio en el cumplimiento del deber que exteriorizaron Delgado y Vidaurre

En la noche del mismo 2 de agosto fueron detenidos cuatro sujetos por la ronda que recorría «la parte de Triana» y el alcalde corregidor accidental los puso a disposición del juzgado. Al día siguiente pidió Díaz al gobernador militar que le prestase los auxilios oportunos para no «verse desairada la autoridad y hasta cierto punto alentados los alborotadores»

El 7 de agosto autorizó el ayuntamiento «por ahora» la expedición de 1.200-1.400 fanegas de papas de Rey (incluyendo las de Gaspar Medina Báez), más otras 600-700 de Rolo. Los embarques se realizaron sin contratiempo alguno entre el 9 y el 13 con la custodia de efectivos militares

 Entre otras disposiciones, el bando municipal del día 3 obligaba a despejar las calles en el supuesto de repetirse las intemperancias, prohibía toda reunión en las vías públicas, especialmente por las noches, y encomendaba a los párrocos el cierre de los templos a fin de «evitar que los revoltosos se apoderen de las campanas» l homónimo impreso del 8 siguiente la alcaldía-corregimiento accidental pretendió deshacer la «refinada hipocresía» de los falsos patriotas, que «han abusado y abusan de la credulidad de as personas más sencillas y pacíficas», intimidando a los intrigantes» y «malévolos alborotadores» con todo el peso de la ley.

.Esta inducción conspirativa, que Chil compartió plenamente, no sólo dio entrada a la maquinaria represora. Los matriculados del mar que protagonizaron los disturbios estaban inmersos en un paro casi general que los dejó al borde de «la mayor miseria, que les hubiera hecho perecer de hambre a no ser por el socorro que diariamente la municipalidad les suministra». Por ello exhortó Díaz al gobierno civil la concesión de fondos por parte de la comandancia de Marina hasta que se reanudaran las faenas, aparte de inversiones en obras públicas ara la fábrica del Hospital de San Lázaro, la continuación del amino de Tafira o la apertura del provincial desde Las Palmas  Gáldar.

El expediente del ayuntamiento de Las Palmas acerca del stado de las cosechas de papas y granos de la isla, cuya aperura fue certificada el 21 de julio, se puso en marcha a finales de mes y los despachos comenzaron a recibirse entre el 3 y el 1 de agosto. De los 35 dictámenes que llegaron procedentes de 7 municipios (fallaron los de Teror, Valsequillo, San Bartolomé, Santa Lucía y Artenara), hubo 17 favorables a la libre exportación, cinco que la aceptaban con algunas condiciones, siete en contra y otros ocho sin pronunciarse por dudas y vacilaciones.

Las negativas correspondieron a las municipalidades de San orenzo, Valleseco, Mogán y Tejeda, junto a los párrocos de lastres iniciales

Los alcaldes de Agaete y de la Aldea de San Nicolás optaron por abstenerse, lo mismo que el beneficiado de quel término, el cura de Guía y otros cuatro particulares (la ondesa de la Vega Grande, Miguel Massieu en Jinámar, José de Quintana en Firgas y en La Aldea Policarpo Alemán, que acudió para informarse al administrador del mayorazgo de los marqueses de Villanueva del Prado). Por una admisión condicionada de la libertad de tráfico estuvieron el primer munícipe e Guía, el terrateniente Agustín Manrique de Lara, el comisionado regio de agricultura Francisco María de León y Falcón, Francisco Pérez en San Mateo y Leandro Sánchez en Las Palmas

La mayor parte de las corporaciones, con las de superior eso, apostaron sin cortapisas por el librecambio: las alcaldías e Telde, Arucas, Gáldar, Firgas, Moya, Santa Brígida, San Mateo, Agüimes e Ingenio, acompañadas por el cura de Moya, l párroco interino de Santa Brígida, el coronel Ruperto Delgado González desde su Hacienda de San Fernando y los vecinos osé Antonio Rivero en Arucas, Mateo López del Valle en Gáldar y José Rafael Pérez Naranjo en Ingenio

La agricultura de mercado interno y de autoconsumo sobrellevó en Gran Canaria durante los meses de la epidemia colérica bastantes sinsabores por la sequía o las plagas, de los que muy pocos municipios escaparon. Si la mortalidad catastrófica edujo los consumidores, no por ello mejoró en demasía el destino de los supervivientes. El alcalde teldense Juan Mireles, quien contó con el parecer de algunos de sus administrados, expuso l 4 de agosto que, a pesar de las pérdidas humanas y económicas ocasionadas por el cólera, la jurisdicción producía suficientes papas para el consumo local y para expedir de 500 a 600 anegas. En el puerto de Melenara, no obstante, hubo según ciertos indicios alguna oposición «con mano armada» a los embarques el mismo día, obligando al alcalde de mar a requerir la protección del comandante de las armas (un cabo y cuatro soldados)

A principios de septiembre, el propio regidor Jerónimo Navarro reconocía en la capital insular que, «a causa el monopolio» que algunos detentaban en la extracción de apas, podrían haber escaseado en la recoba durante los último las de no mediar las diligencias municipales

El vicepresidente de la Junta de Comercio estipuló así las contradicciones del ibrecambio, a menos de un año de distancia del real decreto de ravo y Murillo. Los marineros de la ciudad que habían alentado las conmociones del 21 de julio y del 2 de agosto las padecían mayormente en sus propias carnes, inmersos en el síndrome del hambre de 1846-1847. Y los artesanos conservaban ese álito un lustro después, en el amanecer de las franquicias.

Las agitaciones palmenses de mayo de 1856, silenciadas por Millares Torres, tuvieron en Chil su único analista gracias a las páginas inéditas de los  estudios

Nos encontramos aquí ante os típicos motines de subsistencia colindantes, réplicas a un
fuerte encarecimiento de los artículos de primera necesidad, que hicieron presentir la reproducción de las hambrunas previas a os puertos francos

El vecindario de Las Palmas tenía muy resecas en la memoria las calamidades de aquel terrible intervalo y algunos cabezas de familia no estaban dispuestos a soportar inermes su presunta reposición. Apenas copia Chil estadística alguna en torno a la fuerte carestía experimentada durante esos meses por las papas, el millo o el pan, limitándose mayormente a recoger los precios que exigían los vecinos y gestionaban los munícipes

Hoy sabemos que las cotizaciones medias el trigo en nueve plazas insulares (las capitalinas, más las tinerfeñas del Puerto de la Cruz e Icod) superaron los 64 rvon. por fanega en el año económico 1855-1856, cuando habían estado en los 41 rvon. durante el quinquenio 1849-1853; los valores de mercado pasarían los 80 rvon., cual sucedió en el de Las almas.
.
Los años inmediatamente anteriores a la promulgación de las franquicias fueron por lo común de precios bajos y en 1852-1853 casi recuperarían los niveles de 1849. Superada la coyuntura calamitosa de 1846-1847, transcurrió una fase de pingües cosechas en la cual la agricultura policultivista logró sintonizar con el rumbo expansivo de la grana y contribuir a frenar las defunciones, favorecer los matrimonios e impulsar los nacimientos. Ni siquiera el cólera morbo de 1851 alteró esas orientaciones en Gran Canaria, detectándose sólo alzas importantes de los garbanzos en la capital. Los «pueblos reguladores» de 1849-1858 incluyen cuatro puertos y dos demarcaciones provistas de litorales y cómodos accesos marítimos (véase el cuadro adjunto). El único mercado «interior» en sentido estricto es el de La Laguna  cuenta con las cotizaciones mínima y máxima del cereal panificable; el incremento tiene así mayor envergadura, superando en un 38 por 100 al que le sigue en amplitud, el de Santa ruz de la Palma. Con la cebada ocurre algo similar, pese a repararle de Las Palmas una corta diferencia

Ya que las medias decenales altas corresponden a un déficit crónico de granos, el encarecimiento reviste gran severidad ante situaciones inversas o cuando el abastecimiento desde otros municipios o islas no resultaba tan sencillo.

Los precios medios empezaron a ascender en 1854 y durante el cuatrienio siguiente asistimos en líneas generales a una carestía que remite a continuación, pero que tarda en reabsorberse del todo y torna a reaparecer en parte. Cuatro años sucesivos de flojas o malas cosechas de granos, con su cresta en el bienio 1856-1857, establecen una clara sincronía entre Canarias y la globalidad del territorio español

El alza enota escasez y ésta repercute fatalmente sobre las capas populares sin recursos. La prensa nos facilita el camino a la hora e indagar los orígenes de la crisis carencial y de los elementos que agravaron. En resumen, estaríamos ante una trilogía inexorable y contumaz: aridez extremada, precipitaciones extemporáneas unidas a tormentas y plagas múltiples. Natura semejaba ser furiosa proteccionista, dispuesta a castigar con ensañamiento los amores de nuestras clases dirigentes hacia el librecambio.

La segunda mitad del año económico 1854-1855 se había caracterizado por una módica subida primaveral. El cereal comestible por antonomasia comenzó el siguiente en un peldaño alto, que los rigores veraniegos e invernales llevaron hasta unas cifras poco habituales en fechas anteriores. Si las recolecciones de secanos y regadíos fueron defectuosas en abril-junio, el mal tiempo retrasó la siembra en octubre y sostuvo el alza un trimestre

Las expectativas creadas al verificarse el laboreo a principios de la estación invernal determinaron el descenso que inaugura 1856. Al practicarse la siega iría tomando cuerpo la convicción de unos resultados insatisfactorios y cuando llegó por fin se conquistó el pináculo del ciclo. En un solo cuatrimestre el encarecimiento medio alcanzó idéntica magnitud que durante todo el año preliminar. Dentro de las islas centrales, al mercado de la capital grancanaria correspondieron las mayores oscilaciones y los márgenes encarecidos más prolongados

Las condiciones objetivas estaban maduras para que estallase el malestar o poner en entredicho uno de los soportes del modelo arancelario de 1852, es decir, la protección del mercado agrícola interno

Los temores acerca de un desabastecimiento inminente cundieron por Las Palmas y un sector de la ciudadanía no se mostró dispuesto a admitir las delicias de aquel librecambio parcial

El concejal Miguel Arboníes llamó la atención del cuerpo el 9 de mayo sobre la «la ansiedad y alarma» popular ante el alza de los productos alimenticios y desde principios de mes estaban en danza los menestrales con protestas nocturnas

La corporación presidida por Sebastián Suárez Naranjo compartió «los graves temores» de Arboníes sobre la reiteración de «las tristes y graves circunstancias» de 1846-1847, tomando una serie de conformidades a propósito

Los tardíos aunque bien intencionados ajustes no serenaron el desasosiego de las clases laboriosas. A primeras horas de la noche del domingo 11, dice Chil, «se presentó el pueblo de un modo tumultuoso en la Plaza de Santa Ana» para reclamar del ayuntamiento que suspendiera la exportación de manutenciones. El amanuense Morales narró al comisionado madrileño Hernández la «zaragata» de esta forma: «Cosa de 300 ó 400 artesanos puramente, después de lanzar una porción de voladores, se reúnen en la plaza de Santana (sic) a cosa de las diez de la noche dando gritos para que no se permita el embarque de los frutos, y al mismo tiempo a boca chiquita, según me han impuesto, diciendo abajo los del Ayuntamiento que no han sabido defender los derechos del pueblo. Para mí tal insurrección tenía doble objeto, si bien la mayor de los peticionarios estaba de buena fe. Serafín [Zumbado] era el que los capitaneaba; éste según dicen desea ser alcalde, está dominado por Segundo Carrós y creo haber dicho bastante»

La cuantía de los reunidos resulta en verdad imponente, a pesar de que el señor Morales le restara importancia, dentro de una población que tenía 14.308 habitantes según el censo de1857.

En las casas consistoriales irrumpieron «varios grupos compuestos de artesanos» y la mancomunidad, congregada en sesión de urgencia a las 23,30 horas «a petición verbal de un considerable número de vecinos», tuvo que oír «sus sentimientos y pretensiones» por boca de Serafín Zumbado Falcón

Algunos trabajadores hicieron además relación «de hechos bientristes causados por dicha escasez y carestía»; el alcalde especificará el día 14 que sus salarios no daban para la manutención de los hogares respectivos. Una de las resoluciones adoptadas bajo esta presión fue no permitir la extracción de papas y cereales mientras durase tal escenario y hasta disponer de «un conocimiento aproximado de las existencias que hay de comestibles y el estado de la cosecha», cursando notificación ex profeso al ayudante militar de Marina

La municipalidad también comisionó a los regidores Luis Navarro y Juan Apolinario para que negociaran, con el expendedor al que hizo referencia Zumbado, la venta de la partida de millo al precio inicial de 75 rvon. por fanega. Asimismo decidió oficiar al jefe civil del distrito a fin de que participara «el conflicto en que se encuentra esta población» a los alcaldes de los pueblos de la isla «y especialmente a los de Agaete, Gáldar y Moya», animándolos «a que lo hagan notorio en sus respectivas jurisdicciones para que en vez de extraerse los frutos fuera de la isla se conduzcan aquí, donde habrán de tener muy pronta y ventajosa salida»

Las disposiciones municipales calmaron por lo pronto a la vecindad tumultuada, no así a las autoridades ni a los especuladores, celosos guardianes de las franquicias y de la libertad comercial. El ayuntamiento tornó a sesionar el 12 de mayo y encaró la exposición presentada ese mismo día por 19 negociantes, disgustados por la novedad «tan tiránica» de prohibirles expedir a otras islas las papas depositadas en el muelle

Después de «una detenida conferencia» se dispuso resolver la temática «en unión de personas que representen todas las clases» e invitar a la Real Sociedad Económica de Amigos del País, Juntas de Agricultura y de Comercio, El Gabinete Literario, El Liceo y otros nueve vecinos designados por el alcalde de conformidad con los síndicos. Al pleno extraordinario del día 14, bajo la presidencia del subgobernador José de Villasante, no asistieron todos los convocados

El jefe civil del distrito expresó su «gran disgusto» por la conmoción producida y el alcalde admitió que «no llegó a sospechar se alterase la pública tranquilidad», minimizando su cariz. Ante «un numeroso concurso» fue revocada la suspensión cautelar del embarque de las papas listas en el muelle «y de los demás que en lo sucesivo traten de extraerse para la provincia»

La solución amparada pasó por constituir una Junta que por suscripción o préstamo importase artículos de primera necesidad, para enajenarlos «a costo y gastos o a un precio en que, sin perjudicar la agricultura, estén al alcance de las clases más necesitadas y no excedan de los precios medios acostumbrados en esta plaza»

La licencia de los transportes, afirma Chil, «irritó de nuevo los ánimos y los predispuso a alterar por segunda vez el orden de nuestra pacífica población»

Los cohetes llamaron al motín en la Plaza de Santo Domingo después del anochecer del 14 de mayo y fue preciso movilizar a la Milicia Nacional al toque de generala. Hubo detenciones entre los que se negaron a disolverse y el expresado cuerpo estuvo acuartelado de forma preventiva hasta la siguiente vigilia

El epistolario de Laureano Hernández que Chil recabó nos facilita, en este punto, la
pormenorizada descripción que Prudencio Morales hizo en la carta del día 28 sobre sus andanzas personales durante el amotinamiento. Estas revelaciones, escritas con enorme frescura y muy superiores a las gacetillas de prensa, contienen detalles muy curiosos que no fueron incorporados a los  Estudios de Chil y vale la pena reproducirlas aquí pese a su extensión:

“A la noche del mismo día, estando yo en el Gabinete, sentí unos caracoles por el risco y algunos voladores. Serafín [Zumbado], que también se hallaba allí, dijo que iba a haber jarana y que querían comprometerlo varios artesanos para que se pusiese al frente de ellos y no dejar embarcar las papas. Mas él no quiso salir y todos los que estábamos allí nos fuimos a ver el ensayo de la zarzuela que acaba de representarse en este teatro. De allí a un momento corre la voz que se estaba acuartelando la Milicia Nacional, y efectivamente se nos cita para que inmediatamente ocurriésemos al cuartel. Por el puente encontramos unos cuantos grupos de hombres como que iban en retirada para sus casas, y me impuse de que reunidos como unos 200 ó 300 en la plaza de Santo Domingo, el Alcalde les dijo qué querían y no contestándoles nada les invitó que se retiraran a sus casas, yendo enseguida dicha autoridad en casa del Juez de primera instancia a participarlo de lo ocurrido. Cuando estas dos autoridades salieron, observa-
ron que los grupos se habían aumentado alguna cosa y se hallaban en la plaza de Santana (sic), en donde estaba el Jefe Civil invitándoles que se retiraran, como efectivamente lo hicieron; parte de cuyos grupos encontré por el puente según llevo dicho. Sigo mi camino y llego al cuartel de Santo Domingo donde se hallaba ya dicho Jefe, Alcalde, Juez de primera instancia, Comandante de Nacionales y porción de éstos, al mismo tiempo que observé que los seis hombres iban a tocar generala. Entonces me acerqué al Jefe Civil y Alcalde Suárez, y les dije que habiéndose disuelto los grupos creía no ser necesario alarmar el pueblo condicho toque, y entonces convinieron en suspenderlo. Mas de allí a un cuarto de hora se fueron reuniendo una porción de gente, quizá más bien por la curiosidad que por otra cosa, en el extremo de la plaza de dicho cuartel. En esto parece se le dio parte al Juez de primera instancia, que como llevo dicho se hallaba allí, de que del medio de los grupos salían voces incitando a los demás para que se fueran a apoderar del cuartel. Entonces, tomando dicha autoridad cuatro Nacionales y un cabo, se acercó a los grupos y echó mano al delincuente, pero los demás compañeros tiraron sobre de dicha fuerza con intención de salvar al reo, y en esta oleada le hubieron de tirar al Juez el sombrero, prorrumpiendo éste, entonces, con gritos desaforados,  favor a la Justicia, favor a la Justicia

Yo por lo que hace a mí, cuando sentí aquellos gritos y correr al mismo tiempo a los dichos por donde salían, consideré víctima de una temeraria imprudencia a dicho funcionario, pero salió ileso, manifestando que no había sido absolutamente nada.

Entonces inmediatamente se tocó a generala, todos los Nacionales ocurrieron a su cuartel y todo quedó como una balsa de aceite. A cosa de la una de la propia noche, después de haberse patrullado por toda la Ciudad, se formó el batallón y compañía de artillería y el Jefe Civil les dijo la alocución que usted verá en los periódicos. Por la mañana del día siguiente, pues todos nos fuimos a acostar, vi fijado en las esquinas el bando que también usted verá en dichos periódicos. Por la noche siguiente se volvió a acuartelar la Milicia, porque durante el día se corrieron voces que se trataba de sacar a los presos por aquellos sucesos, pero nada sucedió y todo quedó tranquilo. Aunque el movimiento, como dije o indiqué a usted en la mía anterior, podía nacer más bien de ciertos sujetos que a toda fuerza quieren apoderarse de los destinos municipales y otros ser Alcaldes e individuos del propio Cuerpo y Comandante de la milicia Nacional, nada de esto se dijo por los grupos, en voz alta, ni menos que se reunieran los grupos junto a la casa del Jefe dando mueras...”

El subgobernador Villasante atribuyó la asonada «a mezquinas pasiones y a intrigas de mala ley» de «unos cuantos ilusos», sirviéndose de la carestía como mero ardid para perpetrar «un delito desusado en la Gran Canaria». Amenazó con aplicar todo el rigor de la legalidad vigente a posibles revoltosos y prohibió la venta y el uso de voladores, obligando a los fabricantes a notificar sus existencias y a seguir sus instrucciones. A los milicianos les conminó a repeler los ultrajes a la seguridad y les previno que reprimiría expeditivamente a quienes deshonraran el uniforme. En una circular del 18 de mayo, por su parte, el gobernador civil Pedro García Arredondo pregonó que la exportación de cereales y papas había sido «prohibida indebidamente» y «cediendo a reclamaciones que no debieron ser atendidas», felicitándose por “la inmediata sofocación del tumulto y la entrega de varios alborotadores al tribunal ordinario”


La justicia actuó ahora con más contundencia que en 1851.

El juez de primera instancia, Eugenio Pérez, reclamó al consistorio desde el 15 de junio informes sobre «la tendencia del movimiento», sus causas y personal director

La misma jefatura civil del distrito preguntó el día 20 acerca de «la conducta pública» de trece vecinos, si se tocaron caracoles y demás pesquisas conducentes “al descubrimiento de los autores de la sedición”

Por este delito fueron procesados el 24 los electores Serafín Zumbado, Gregorio Gutiérrez, Segundo María Carrós y Andrés Melián. A la semana dirigieron todos ellos un comunicado a la prensa en el que deploraban la aplicación de la Ley marcial de 17 de abril de 1821 y la imposición de un solo abogado y procurador para su defensa ante el tribunal

Aunque Chil no lo diga, al menos los dos primeros eran notorios militantes del Partido Progresista y por ende camaradas del comisionado Laureano Hernández. De ser cierta la afirmación de Morales en torno a la instalación del Partido Demócrata en aquellos meses, con la tercería de Carrós, no caben dudas en cuanto al sesgo político que las autoridades dieron a los levantamientos artesanales del 11 y 14 de mayo, sin que debamos exagerar las ambiciones de esta peña en la génesis de los acontecimientos

La tramitación en las Cortes del proyecto divisionista del ministro Patricio de la Escosura obligó a restarles trascendencia frente a las previsibles manipulaciones nivarienses

El ayuntamiento de Las Palmas inició el 13 de mayo de 1856 la rueda de informantes por los pueblos que había convenido para evaluar la crisis agrícola

No tuvo una entidad similar a la de agosto de 1851, circunscribiéndose a las alcaldías y sin que cooperasen las de cinco demarcaciones (Agaete, Firgas, Santa Brígida, San Mateo y Santa Lucía). El común denominador de todos los partes, avalando las informaciones de prensa, fue aseverar que no disponían de acopios del año anterior o que éstos eran tan exiguos que no bastaban para cubrir el consumo local

La sequía y el ataque de la alhorra, más las ventoleras y las puntuales invasiones de la cigarra o la lagarta, dañaron enormemente a los cultivos en 1856. La recolección no alcanzó el tercio de la habitual en San Lorenzo y Valsequillo, en Mogán no daría sino para tres o cuatro meses y en Arucas e Ingenio se redujo a la mitad de las regulares, abandonándose en Moya los plantíos «en la parte de sequeros». El alcalde de San Bartolomé estimó que «el labrador que espera recolectar 12 fanegas apenas llegará a 6 ó 7». Los altos precios de las semillas habían reducido los sembrados de papas en Telde y esta vez el presidente de la corporación municipal fue partidario de prohibir su salida, temiendo una hambruna semejante a la de 1847.

En Valleseco no cultivaban esta planta sino «una décima parte del vecindario» y también planeó idéntico miedo

Al mediar el verano de 1856 persistían los indicadores críticos de la primavera. El 18 de julio, ante la pérdida de “una porción considerable” de la cosecha de papas de medio tiempo y la ostensible reducción del producto de los cereales, el concejo palmense propuso al gobierno civil la supresión por tres o cuatro meses de los derechos de importación que pagaban los granos y el cese de las extracciones de tubérculos fuera de la provincia

La “cuestión de las subsistencias” alarmaba aún a la municipalidad a finales de año y la pertinaz sequía forzó a encarecer al jefe civil del distrito que previniese “fatales consecuencias”

El gobernador Félix Fanlo daba prioridad a su obsesión por el mantenimiento del orden a toda costa y el 14 de enero de 1857 formuló “varias indicaciones” de este jaez a la alcaldía, entre ellas la incautación del armamento en manos de los particulares.

Al fin tuvo que prorrogar la libre introducción de granos y harinas hasta el 1 de junio y prohibir la salida extraprovincial de las papas en el mismo plazo

Las movilizaciones artesanales de Las Palmas habían puesto en evidencia los engorros de un régimen de franquicias imperfecto, que perjudicaba a los consumidores menos pudientes cuando las crisis de subsistencias se convertían en una triste realidad. (Agustín Millares Cantero).

No hay comentarios:

Publicar un comentario