ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI
DECADA 1551-1560
CAPITULO XXXIII
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1555 Mayo 20.
Carta del empleado de la
metrópoli doctor Salazar a 1os señores del Consejo de guerra sobre su viaje a La Palma, referente a la
contradicción expuesta por algunos colonos contra el también colono Juan de
Moneteverde rehusando el nombramiento de éste como capitán general de esta
parte de la colonia. En dicha carta les comunicaba su proyecto de trasladarse
en la primera ocasión, no habiéndolo hecho antes por estar ausentes o enfermos
los 'demás oidores. El doctor Gómez de
Salazar se llamaba en realidad, don Gómez Ruiz de Vergara y Salazar, y fue
tronco de esta ilustre familia en Gran Canaria, a su vez rama desgajada de otra
no menos ilustre casa burgalesa. Fué el útimo de los hijos de Diego Ruiz de
Vergara y Velasco, señor de Villoria y alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición de Burgos,
habido de su tercer matrimonio con Alberta de Frias Salazar, hija de Gómez
Frias Salazar, señor de Cellorigo, y de Maña Sanz de Poelles.
El doctor Gómez de Salazar nació
en Miranda de Ebro y cursó leyes enlia Universidad de Bolonia; fué nombrado
oidor de la Real
Audiencia de Canarias en 1539 y desde esa fecha residió en el
Archipiélago.
Había casado en Las Palmas con
Elvira Zurita del Castillo, hija del conquistador Cristóbal García del Castillo
y de Catalina Zurita. (A. S.: Divarsos de Castilla, tomo 13.)
1555 Junio. El rey español Carlos V, con el propósito de asegurar
la navegación entre las islas y la metrópoli, envía una Escuadra al mando de
Don Álvaro de Bazan a las aguas de la colonia canaria. Don Álvaro llega al
Puerto de Winiwuada (Las Palmas) en Junio de 1555, no tropezando con ninguno de
los Corsarios franceses que infestaban las aguas del Archipiélago.
El 1 de Septiembre, tras la marcha de Don Álvaro de Bazan, se presenta ante el Puerto de Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife) con la Escuadra.
1555 Julio 12.
En Cabildo colonial en la isla de
La Palma se
trató sobre la Atalaya
de la Montaña
de
Tenagua y comisionar a Jorge
Pinto para que fuese a la metrópoli a solicitar que S.M. hiciese merced a esta
isla de alguna artillería.
1555 Julio 23.
Zarpa del Puerto de Santa Cruz de
Tenerife la flota española al mando de Álvaro de Bazán, dicha flota pretendía el encuentro con otra francesa que
se suponía que operaba en aguas de la colonia de Canarias, Rumeu de Armas nos
describe las peripecias de la flota española en los siguientes términos:
“El año se presentaba aciago por
las noticias que se recibían de Francia sobre escuadras preparadas para invadir
el Archipiélago, tuvo, sin embargo, escasas sorpresas militares, siendo los
hechos más destacados del mismo-aunque de distinta índole-la visita de la
escuadra de don Alvaro de Bazán y el ataque del famoso vicealmirante de Bretaña
Nicolás Durand de Villegaignon a Santa Cruz de Tenerife.
El emperador Carlos V, que desde
hacia tiempo abrigaba el propósito de asegurar la navegación entre las islas y
la metrópoli, pudo, por fin, en 1555 disponer de una poderosa flota, que puso
bajo el mando de don Alvaro de Bazán, con el exclusivo objeto de que limpiase
sus aguas y caletas de piratas franceses.
Era aquélla la primera operación
naval en la que don Alvaro de Bazán, el futuro vencedor en Lepanto, y en cien
empresas, tenía el mando de una escuadra. Hasta entonces sólo había participado
en distintas acciones de guerra a 1as órdenes de su padre, don Alvaro de Bazán
"el Viejo", señor de 1as villas del Viso y Santa Cruz y capitán
general de las galeras del emperador Carlos V. Precisamente el año de 1554
exigió al Emperador (por la continuación de la guerra con Francia) la creación
de nuevas fuerzas navales que, vigilando las costas, persiguiesen a los
corsarios que en el cabo de San Vicente, Canarias y Azores trataban de saquear
los puertos y acechaba las flotas de Indias. Con este fin dispuso el César se
organizase en Laredo una armada de 1.200 hombres, entre gente de mar y guerra,
queconstase de cuatro navíos de 200
a 300 toneladas, dos zabras y dos galeras de la
propiedad de don Alvaro de Bazán "el Viejo",
nombrando a su hijo capitán
general de ella el 8 de diciembre, en atención a su habilidad, pericia y
anteriores servicios.
Fué designado proveedor de dicha
armada don Juan Martínez de Recalde, pero por dificultades de abastecimiento no
pudo alzar velas la flota hasta el mes de mayo de 1555. Al pasar por Coimbra,
camino, de Lagos, encontró Bazán un bajel francés de 15 piezas, al que rindió después de darle
50 leguas de caza, haciendo 70 prisioneros.
Llegado a Lagos, recorrió Bazán
los contornos del promontorio de San Vicente, sin encontrar enemigo,
dirigiéndose entonces hacia las costas de África, con la esperanza de descubrir
en la ruta corsarios con los que combatir. Don Alvaro de Bazán descendió
costeando hasta la altura del cabo de Aguer, y aunque en aquellas aguas tropezó
con una "carabela de moros", a la que persiguió con sus galelazas, no
pudo darla alcance en su veloz huída. En dicho punto se separó el almirante de
uno de sus navíos, enviándolo a Cádiz en busca de vituallas, mientras él se
dirigía a las Canarias en cumplimiento de su misión.
Don Alvaro de Bazán arribó al
Puerto de la Luz
en los primeros días del mes de junio de 1555, en medio del entusiasmo de las
autoridades y de la población a la vista de tan formidable escuadra, de la que
esperaban el sosiego, y la paz tantos meses deseados.
Don Rodrigo Manrique visitó la
flota y quedó encantado del buen porte de la misma y del trato de don Alvaro, "que traía la armada como muy excelente
capitán". El 22 de julio de 1555 comunicaba al Príncipe la alegría de
las islas -temerosas aquellos meses de la visita de una gran armada francesa-
al comprobar que ningún barco enemigo se atrevía a acercarse a sus costas. "De andar las islas -decía-cuajadas de corsarios, ni de un barquillo
se ha tenido nuevas".
Don Alvaro de Bazán salió en
seguida en persecución de los piratas.
Pero la sola presencia de la
escuadra bastó de tal manera a ahuyentarlos que don Alvaro recorrió aguas y
caletas en vano, porque nadie le salió al encuentro, aunque, al decir de don
Rodrigo Manrique, "no habia dejado
rincón por todas las costas que no hubiese buscado”.
De Gran Canaria la escuadra
española se trasladó para tomar provisiones a la isla de Tenerife, la más rica
en granos y vituallas en aquel siglo, arribando al puerto de Santa Cruz en
busca de ellas a causa de las dificultades planteadas por la Casa de Contratación de
Sevilla, encargada oficialmente de abastecer la flota. El gobernador López de
Cepeda se desvivió en atenderle, logrando en menos de veinte días abastecer la
armada, ante el asombro de Bazán, que escribía el 13 de julio de 1555 al
secretario Juan Vázquez que "la
habia proveido harto mejor que salio de Laredo".
Don Alvaro de Bazán desembarcó en
Santa Cruz de Tenerife, en compañía de Cepeda, visitó la fortaleza del puerto,
todavía en construcción, y revistó sus milicias, disciplinadas y aguerridas, de
las que hizo grandes elogios.
El 13 de julio anunciaba ya Bazán
el regreso de la flota para seis o siete días después; pero este plazo no llegó
a cumplirse, por cuanto el 23 de julio escribía desde Tenerife otra vez al
secretario Vázquez, anunciándole que partiría en el mismo instante que
finalizara la carta, y la ruta que había de seguir.
El motivo de esta precipitada partida
no era otro que el haberse recibido en Tenerife noticias de que una escuadra
francesa se acercaba al Archipiélago. Don Alvaro se preparó para zarpar
inmediatamente, y don Rodrigo Manrique envió a su vez aviso a la escuadra de
don Gonzalo de Carvajal, fondeada en San Sebastián de La Gomera, con objeto de que
se dispusiese también a su captura.
Así, pues, de esta manera partió
Bazán de Santa Cruz el 23 de julio de 1555 con rumbo a la isla de la Madera y Azores y sin que
en su búsqueda y recorrido tropezase con ninguna flota extranjera. De las islas
del Atlántico derivó el almirante hacia CascaES, en la boca del puerto de
Lisboa, y después de recorrer por segunda vez el cabo de San Vicente hizo su
entrada en el puerto de Sanlúcar de Barrameda el 18 de septiem- bre de aquel
mismo año, dedicándose a reparar sus bajeles, bastante
deteriorados por tan largo viaje.
Don Alvaro de Bazán pasó aquel
invierno descansando en Sanlúcar, donde tuvo ocasión de interesarse por los
asuntos canarios, ya que escribió el 28 de febrero de 1556 una carta al
secretario Juan Vázquez en defensa de sus amigos el gobernador don Rodrigo
Manrrique de Acuña y el capitán general don Pedro Cerón, contra las acusaciones
que sus divulgaban por la corte. (En: A.
Rumeu de Armas, 1991)
1555 Octubre 25.
138.- Sepan quantos esta carta
vieren como yo Baltasar Alvarez, vo de esta isla de Tenerife, etc. otorgo e
conozco por esta presente carta que vendo realmente agora e para siempre jamás
a vos Antonio González, vo de esta dicha isla, mercader, que estades pre-
sente, es a saber, 8 f. de tierra de medida de
cordel que son en el camino de los Habares, que lindan de la una parte tas. de
Juan Pérez d'Emerando e de la otra parte el camino de los Habares hacia arriba
e de la parte de arriba tas. de los herederos de Bastián Afonso e de la otra
parte tas. de los herederos de Basco González, véndida buena, justa, derecha,
leal e verdadera, sin cargo de tributo ni empeñamiento ni enajenamiento ni
hipoteca alguna etc., conviene a saber, por precio e contía de 80 doblas de oro
que de vos recibí e soy contento a toda mi voluntad, sobre lo qual renuncio la
querella y exención de los dos años que los derechos ponen en razón de la
pecunia etc. Que estas dichas 8
f. de ta. de medida de cordel más valen e valer pudieren
de las dichas 80 doblas, que es a 10 doblas por cada hanega de tierra, de la
tal demasía vos hago donación etc. En la noble ciudad de San Cristóbal, que es
en la isla de T., en 25-X-1555. E porque dixo que no sabía escribir a su ruego
lo firmó Benaldino Justiniano. Testigos: Bernaldino Justiniano, Gabriel
(Graviel, sic), Justiniano, e Manuel Pérez, herrero, vos de esta isla, e Martín
Cabez. E yo Gaspar Justiniano, esc. públ. del número de esta isla de T. por sus
Magestades, presente fui con los testigos a lo que dicho es e por ende fize
aquí este mío signo que es a tal en testimonio de verdad. Gaspar Justiniano,
esc. públ.
En el término que dicen de
Tacoronte al camino de los Habares, domingo 27-X-1555, estando ante una suerte
de ta. que es en el camino de los Habares arriba, que diz que alinda de una
parte tas. de Juan Pérez d'Emerando e por otra parte tas. de Vasco González e
por abaxo el camino de los Habares real e por arriba tas. de los herederos de
Bastián Afonso, y estando presentes Antonio Gonzales e Baltazar Alvarez, vo. de
esta isla de T., por presencia de mí Gaspar Justiniano, esc. púb. del número de
esta isla de T. por sus Magestades, luego A. G. dixo que por quanto B. A. allí
debaxo de los dichos linderos le había vendido e vendió 8 h. de ta. de medida
de cordel que le pedía e requería se las diese e diese la posesión de ella e
luego B. A. dixo ser así e pidió a Juan Rodríguez, medidor, le midiese las 8 h.
de ta y J. R., medidor, tomó un cordel y con él midió cierta cantidad de ta. e dixo
ser las 8 h. contenidas en la venta y B. A. tomó por la mano a A. G. e la metió
en las dichas tas. e dixo que se las daba e entregaba e dio y entregó y A. G.
en señal de posesión se paseó por las tas. e dixo que se daba por señor de
ellas e mudó terrones de una parte a otra, todo lo qual pasó pacíficamente sin
contradicción de persona alguna e la pidió por testimonio e yo, el escribano,
se la di según ante mí pasó. Hecho el dicho día, mes e año. Testigos: Juan
Rodríguez, medidor, e Salvador Pérez, hijo de Antonio Pérez, alguacil del
Sauzal. E por ende fiz aquí este mío syno que es a tal en testimonio de verdad.
Gaspar Justiniano esc. públ.
(Datas de Tenerife, libro V de datas originales)
1555 Diciembre 19.
Pensó el gobernador de Tenerife y
La Palma, Juan
López de Cepeda, dar ocupación a los navíos de la flota canaria-restos
seguramente de la brillante campaña de 1552, en tan humanitaria empresa, con el
objeto de hacer una poderosa y eficaz entrada en Berbería y garantizarse número
de prisioneros suficientes para rescatar a los cristianos cautivos, (En una
carta de la misma fecha se quejaba Manrique de que los inquisidores se
entrometiesen en dar licencias para pasar a Berbería, pues con ello anulaban
todas las medidas de seguridad que él pretendía establecer. A. S.: Mar y
Tierra, leg. 59.)
Con tal fin, se prepararon con
urgencia dos navíos fondeados desde hacía tiempo en Santa Cruz de Tenerife, y
dando Cepeda el mando de la flotilla (en uso de sus atribuciones de, "capitán general por Sus
Majestades") al canario Blas Lorenzo, con patente de capitán, pudo
verlos zarpar de dicho puerto el 19 de diciembre de 1555. Iba como capitán de
la segunda embarcación el también criollo canario Hernando de Párraga, y
formaba entre los tripulantes Diego Pérez Lorenzo, más adelante alcalde de
Santa Cruz y guarda mayor de su artillería.
Los navíos canarios costearon la
isla hacia el sur, y sufrieron la acción de un fuerte viento contrario que les
obligó a penetrar en el Puerto de las Galletas, no sin antes tener que combatir
con una nao francesa que por allí merodeaba. Trabada la acción, canarios y
franceses se estuvieron cañoneando por espacio de dos horas, hasta que
separándose unos y otros por mutuo acuerdo, cada cual siguió su camino sin
apuntarse la victoria.
Sin embargo, la flotilla insular
no sufrió daño alguno, lo mismo en los navíos que en los hombres que formaban
en su tripulación.
Rumbo sudeste las embarcaciones
fueron avanzando por el Atlántico con dirección a Río de Oro, a cuyas costas
arribaron después de cinco días de navegación. Allí tropezaron con un navío
portugués saqueado por los franceses, a cuya tripulación ayudaron,
abasteciéndola de pan, vino y aceite, para que pudiesen alcanzar la isla de la Madera. Siguieron
entonces contorneando el litoral africano hasta más allá de la altura de cabo
Blanco, a cuya extremidad llegaron cuatro días más tarde.
El primer puerto donde echaron
anclas fué en Angla de Santa María, lugar situado en el trozo de costa
comprendido entre cabo Blanco y el islote de Arguin, quizá identificable con la
actual bahía de Lebrel o Levrier. Una vez allí, trataron de informarse del
principal objeto de su viaje, para lo cual desembarcaron en arriesgada empresa
siete u ocho canarios con Blas Lorenzo a la cabeza, recorriendo y espiando los alrededores
sin obtener "lengua" ni la
menor información visual. Mas lo que no consiguieron los canarios en tierra lo
obtuvieron horas después en el mar: Una barca de pescadores portugueses de
hallarse a dos leguas de distancia una pequeña embarcación mora dispuesta a
zarpar para la torre de Arguin, y no perdiendo un segundo, la flotilla de Blas
Lorenzo recorrió el pequeño trayecto-cinco leguas-que la separaba del punto
señalado, presentándose, allí por sorpresa.
Este no era otro que el puerto de
Angla de Santa Ana, situado a corta distancia de la famosa torre portuguesa de
Arguin. Era jefe o reyezuelo de aquellas
tierras un moro poderosísimo llamado Duma, cuyo
dominio aseguraban sus 8.000 moros alarabes y otros muchos azanegues y
cuya alianza solicitaban los portugueses de la torre de Ar-guin como único
medio de cubrirse las espaldas contra todo riesgo. Tan rico como poderoso, el jeque Duma veía repletarse sus bolsas con
el monopolio de la pesca, pues ningún marinero portugués podía maniobrar en sus
aguas sin pagarle "dos cruzados" por cada embarcación. Precisamente a tal
tarea se disponían en un carabelón portugués vendido por el alcaide de Arguin,
Manuel Ribeiro, al moro notable Zamba cuando com- parecieron los canarios con
sus dos navíos, en medio de la mayor sorpresa de los berberiscos.
En dicho carabelón, propiedad de
Zamba y pilotado por un habilísimo marino de nombre Alí, se hallaban
comisionados por Duma para el cobro del impuesto sus dos hermanos, dos moros
Micate y Goras, y formaban en la tripulación, entre otros destacados
personajes, dos de los hijos del propio jeque.
La sorpresa de los moros no les
impidió prepararse para la defensa; así es que la flotilla canaria tuvo que
rodear al carabelón y "rendirlo
porla fuerza de las armas". En el asalto cayeron cautivos de los
canarios unos doce moros, sin poder impedir que en el fragor de la pelea otros
nueve de ellos-entre los que se contaban los hijos de Duma-se echasen
al mar y ganasen a nado un navío
portugués de Viana que se hallaba anclado en la rada.
Fueron vanas cuantas
insinuaciones de devolución hicieron los canarios a los lusitanos acerca del
móvil humanitario que los guiaba, exponiéndoles que sólo cautivaban para
liberar prisioneros cristianos; pues los portugueses, fieles a su conveniencia
y alianza, se negaron en rotundo a devolverlos, y dieron, por último, asilo en
el buque aun compatriota suyo cautivo en el carabelón berberisco, que pudo
burlar la vigilancia de los españoles, mientras aseguraban a los moros,
lanzándose al mar. Los criollos canarios, indignados por el proceder de los
portugueses, decidieron combatir con ellos y durante largo rato se cañonearon
mutuamente ambas embarcaciones.
Visto lo estéril de esta actitud
y lo comprometido de un ataque a fondo que podía producir bajas sensibles en
las tripulaciones, Blas Lorenzo decidió proseguir su camino, y escogió como
conductor de la expedición al piloto Alí, para lo cual traspasó al carabelón
cincuenta de sus hombres con objeto de que lo tripulasen. Los canarios se
muestran unánimes en alabar las condiciones de este piloto, pues se asombraron
de la seguridad con que penetraba, costeando, entre islotes y bajíos con una
serenidad y pericia que probaban su larga y bien ganada experiencia.
Bajo la dirección de Alí, la
flota, ahora compuesta por tres navíos, fue costeando Africa para arribar al "llamado río de San Juan".
Allí mandó hacer alto Lorenzo con objeto de preparar una entrada en el
interior; desembarcó para ello una pequeña calumna y asaltando un aduar llamado
Azeydica pudo cautivar a siete moros, sin obtener noticias de los cristianos
prisioneros.
Ordenó entonces el capitán Blas
Lorenzo proseguir la navegación. La flota recorrió en esta segunda etapa
cincuenta leguas hacia el sur, hasta llegar a un puerto llamado Tentarte, donde
los navíos echaron anclas.
Aprovechándose de la oscuridad de
la noche, los canarios desembarcaron con sigilo en tierra, bajo la experta
dirección de Lorenzo, y penetraron hacia el interior, donde asaltaron otro
aduar moro. Los berberiscos se defendieron con valentía, atravesando Lorenzo
con su espada a uno de ellos, mientras los criollos canarios cautivaban otros
ocho moros, aunque con heridos por ambas partes en la refriega. Entonces desde
los navíos se iniciaron las negociaciones para el rescate, lográndose localizar
cuatro de los supervivientes, que estaban en un poblado llamado Fregan, en
poder de un capitán moro de nombre Vinaryarga.
Así, pues, en este vasto
territorio de los "moros neaziques"' permanecieron los navíos por espacio de:
veinticinco días, hasta que después de laboriosas gestiones pudieron ser
rescatados los cuatro supervivientes, que se llamaban Marcos de Riberol, Mateo
de Miranda y Luís de Lanzarote, todos tres canarios, y un cuarto, jerezano, de
nombre desconocido.
Mientras se llevaba a cabo el
canje se presentó en el puerto de Tentarte un navío francés artillado al mando
de Jean Bocquet, piloto francés natural de Normandía, en ruta hacia las costas
de Guinea, y trabándose combate entre españoles y franceses los buques se
cañonearon por espacio ininterrumpido de dos días, hasta que Bocquet decidió
reemprender su camino. En dicha pelea perdieron los canarios el carabelón moro,
abandonado a su suerte entre aquellos bajíos, y tuvieron algunos heridos,
aunque ningún muerto.
Los navíos de la flotilla insular
que se habían separado de su punto de anclaje en aquellos dos días de continuo
combate, regresaron entonces al puerto de Tentarte para reembarcar a los
emisarios, que estaban dando fin a la negociación de rescate. Por ellos se supo
que quedaban en distintos parajes 11 supervivientes de la expedición jerezana;
y Blas Lorenzo, en cumplimiento de su misión, decidió proseguir costeando.
En Fregán habían sido aviesamente
informados los expedicionarios de que existía otro aduar más al sur y los
navíos volvieron a enfilar las proas en esa dirección y recorrieron diferentes
ensenadas bajo el experto pilotaje del moro Alí ; en una de ellas descendieron
los españoles, logrando cautivar a otros siete moros, que pasaron a engrosar el
número
de prisioneros.
Prosiguiendo su navegación la
flotilla alcanzó el río Cenega (Senegal), punto extremo meridional de la
expedición, y cuando los canarios desembarcaron una pequeña columna de 58
hombres con su correspondiente bandera, internándose cinco leguas en busca del
"pacífico" aduar
recomendado en Fregan, les cortó el paso un grupo de 150 negros que, armados
con "azagayas y adargas [hechas ] de orejas de elefante" (39) , les
embistió furiosamente. La pelea fue dura y terrible, logrando los españoles dar
muerte al capitán de los negros en la primera refriega, así como a cuatro o
cinco más, y replegándose seguidamente hacia la costa ante aquella enorme
superioridad numérica y la valentía con que luchaban los indígenas. De los
criollos canarios resultaron heridos algunos.
Al anochecer, los expedicionarios
lograron alcanzar la costa, pero la mar era tan gruesa y agitada que apenas
veinte de los soldados pudieron embarcar, mientras los demás pasaban la noche,
con Lorenzo al frente, atemorizados y vigilantes en espera de cualquier
sorpresa.
Con las primeras luces del a1ba
se reanudó el embarque, luchando los tripulantes de las dos barcas con la
tempestad para cumplir su cometido.
Doce soldados más pudieron ser
trasladados, hasta que anegándose las
lanchas de agua, en medio de furiosas olas y compareciendo los negros
agazapados tras de los médanos de arena, Blas Lorenzo y los restantes
expedicionarios se lanzaron al mar y ganaron a nado las embarcaciones.
De esta manera asaz aventurera y
novelesca dio fin el episodio, que pudo ser trágico, del río Cenega. Puestos
entonces al habla Blas Lorenzo y Femando de Párraga, determinaron dirigirse de
nuevo hacia el norte, con propósito de retornar a Azeydica a finalizar el
rescate de los cristianos.
Para ello recomendó Blas Lorenzo
a su subordinado la necesidad de mantener el contacto de los navíos a toda
costa, pues habiendo perdido él las lanchas de desembarco, se hallaba atado de
pies y manos para poder rescatar. Durante cuatro días consecutivos las dos
embarcaciones navegaron sin contratiempo, aunque mostrándose Párraga obstinado
en regresar al Archipiélago, mientras su compañero Lorenzo se mantenía firme en
dar cima a su misión para rescatar los once cristianos restantes que supieron
en Fregan que sobrevivían. Sin
embargo, al cuarto día una violentísima tempestad los separó y fueron inútiles
cuantos intentos hizo Lorenzo por encontrar a su desaparecido compañero.
Viéndose éste falto de toda
posibilidad de desembarcar, tuvo que resignarse a emprender el viaje de
retorno. Se hallaban todavía a más de 150 leguas del Archipiélago y la
embarcación de Blas Lorenzo fué desandando el trayecto recorrido en dirección a
las Canarias. Decisión más que1amentable, porque la tripulación pudo apreciar
cómo por una o dos veces, hacían señas a la embarcación desde tierra con ánimo
de rescate.
El navío de Lorenzo, un poco
desviado de su ruta, fué a dar en una de las islas más occidentales del
Archipiélago, la de La Palma,
en cuyo, puerto capital, Santa Cruz, hizo su entrada a fines de febrero de
1556.
Qué había sido, mientras tanto,
de Hernando de Párraga La voluminosa
información por la que hemos conocido todos estos datos calla en absoluto su
ulterior fin. El 2 de marzo, fecha en que, se expidió orden de arresto contra
Párraga por el gobernador Cepeda, ignorabase en absoluto su arribo a cualquier
puerto canario, aunque se le suponía con el ánimo inclinado a desertar en la
primera coyuntura. La documentación posterior no resuelve tampoco la duda de si
desapareció víctima de los furores del mar o si pudo retornar a sus lares, sano
y salvo de tantos peligros, a dar cuenta
de su conducta.
Hecha información pública en
Santa Cruz de La Palma
el 2 de marzo de 1556, declararon en la misma tripulantes y moros cautivos, y
con el testimonio de las diligencias la envió López de Cepeda a la corte para
que la Princesa
gobernadora y el Consejo de guerra conociesen el resultado de la empresa y
dispusiesen de los moros cautivados.
Poco después, en su carta de 14
de abril de 1556 al secretario Francisco Ledesma, el gobernador Cepeda insistía
en sus mismos puntos de vista, y llamaba la atención al secretario sobre el
asombro que había producido a todos la experiencia náutica del moro Alí, lo que
hacía presumir un inmediato peligro para las islas, de no tratarse de un caso
singular cosa poco probable. Parece como si Cepeda
vaticinase en esta carta las invasiones berberiscas de años venideros, que
lejano en el Sur africano, tenían ya en el Norte un gran foco: Salé, desde
donde las naves piráticas se abrirían en abanico para caer sobre las costas
canarias.
La Princesa gobernadora de
Castilla resolvió por dos Reales cédulas, expedidas el 19 de junio de 1556,
ordenar la venta de los moros cautivos para sufragar los gatos de la
expedición; prohibir todo trato o posible rescate de los mismos en atención a
sus conocimientos; obsequiar al secretario Ledesma con los "quintos" de la Corona en dicha venta, y,
por último (accediendo a la demanda de don Rodrigo Manrique de Acuña ordenar y
regular el tráfico y las "entradas"
en Berbería. A partir de aquella fecha los navíos españoles sólo podían
dirigirse a las costas occidentales africanas "con licencia expresa del Rey", y los navíos insulares,
con la autorización de los gobernadores, quienes debían velar con particularidad
porque las expediciones fuesen "bien
armadas y con capitanes prácticos y experimentados"..
De esta manera concluyó la
expedición canaria a Berbería y al Senegal de 1556, que es sin disputa uno de
los episodios más curiosos de su historia en la décimosexta centuria y
verdadero broche con el que cierra su gobierno uno de los más preclaros
representantes del poder central, don Juan López de Cepeda, cuya acertada
gestión en todos los órdenes merece que la exaltemos del olvido general en que
ha, estado sumida hasta ahora. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)
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