EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI
DECADA 1551-1560
CAPITULO XXXV
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1552 Enero 31.
En la villa de
San Cristóbal: Dixeron que se gastan muchos salarios en las Guardas de los
Puertos de esta Isla y para proveer en el puerto de Sta Cruz (que es el
principal de la isla) mantención en aquel Lugar. Libro 2° Oficio I" folio
2I8. En 15 de Abril de dicho año se nombró para Alcaide de la Fortaleza de Santa Cruz
á Juan de Truxillo, Regidor, libro 2°
oficio IO, folio 239. Nombraron para guarda de artillería á Diego Perez
Lorenzo.- En 30 de Julio fue nombrado Alcaide de la Fortaleza de Sta Cruz
Juan Ortiz de Gomeztegui, acordándose qe el salario se proveerá como convenga.
(Lb 1º or 10;folio I27 vt).
1552 Febrero 26
En 26 de febrero de 1552, Juan
Rodrigues, medidor del Concejo midió la frontera que hay desde el aceviño que
está cortado que dicen ser por donde se empezó a hacer el repartimiento, junto
al barranco del Mocán hasta un vallado que está hecho de nuevo, en un
barranquillo donde estaba un troncón de pino cortado que diz que es el pino que
se había puesto por primero mojón, desde el aceviño y hubo trescientas y
sesenta brazas de doce varas. (Datas de Tenerife, libros I al IV).
1552 Abril 2.
Por el Cabildo se acordó dar el
mando del baluarte y de toda la
Artillería disponible a en en desembarcadero de Santa Cruz a
Diego Pérez Lorenzo con título de Mayordomo é guarda mayor de la artillería, y
funciones militares superiores a la que disfrutaban los alcaides de las
fortalezas.
1552 Abril 19.
En estas fechas tuvo lugar el
enfrentamiento entre una flotilla canaria y otra de corsarios franceses que
actuaban en aguas de Canarias, como consecuencia de la guerra entre Francia y
las Españas. En el relato ciertamente parcial y españolista que sobre el
particular nos ofrece el Dr. Rumeu de Armas, nos deje entrever la extrema
crueldad practicada por los gobernadores coloniales en Canarias, como por
ejemplo, dejar morir a los heridos y eliminar sobreticiamente a los
prisioneros. No deja de ser significativo la insistencia del autor en calificar
a los corsarios franceses como piratas, tratamiento que no aplica a los
empleados españoles y criollos canarios cuando usaban iguales o más crueles
métodos con sus presas, por otra parte, es sobradamente conocida las
actividades piráticas de los españoles tanto en tiempos de guerra como en los
de paz. Vemos el relato:
“La flota colonial canaria,
combate naval de 19 de abril de 1552.
Pero al mismo tiempo que Cerón
iba dando disciplina y pericia a aquel conjunto abigarrados de hombres, el
gobernador y justicia mayor don Rodrigo Manrique de Acuña no cejaba en su
empeño de hacerse respetar de los franceses en la mar. Para ello tenia
preparadas en el Puerto de la Luz
o de las Isletas una armadilla de la que formaban parte una nao, dos carabelas
y una urca, todas cuatro muy bien armadas y pertrechadas, dispuestas a hacerse
a la mar en la primera ocasión. Los vecinos de la ciudad y el puerto adelantaron,
en préstamo, las velas, jarcias y cañones, lo mismo que los demás instrumentos
necesarios, y el gobernador Manrique pregonó un alistamiento general ofreciendo
el reparto de botín entre cuantos tomasen parte en la empresa. Así consiguió
organizar las tripulaciones de las mismas, compuestas por 180 hombres "entre soldados y gente de mar".
Nombró para el mando, como general de la armada, a Jerónimo Baptísta, alcaide
que había sido muchos años de la fortaleza principal; por alférez a su hijo,
del mismo nombre y apellido, y por capitanes de las dos carabelas a Juan López
de Cepeda, teniente de gobernador, y a Juan de Narváez, regidor. Así, ordenado
y dispuesto todo, pudo escribir Manrique de Acuña al Príncipe el 1 de diciembre
de 1551: que los navíos de la armada los tenía recogidos y preparados en el
puerto, en espera de combate.
Mientras tanto Francia, y en
particular el puerto de La
Rochela, seguía vomitando escuadras y navíos armados en
corso, preparados para hacer el largo viaje hacia las costas del Perú que era
el nombre con que denominaban a las Antillas los piratas y corsarios franceses
del siglo XVI. Si se fuese a recoger en una colección toda la copiosísima
documentación española sobre piraterías francesas de estos años, seguramente
que se necesitarían varios volúmenes para recopilar lo referente a los ataques
piráticos a las Antillas, que sufrieron, como nunca, el martilleo incesante de
los cañones franceses y ni que decir tiene que todas aquellas escuadras hacían
su tránsito por las Islas Canarias siempre preocupadas por tomar alguna buena
presa o sorprender a sus pacíficos moradores para robarles, exigiéndoles de
paso un crecido rescate.
Pero entre esa enorme
documentación anodina y gris, porque sólo acusa desde el punto de vista
terrestre el resultado de los ataques, sin saber precisar el origen y
procedencia de las naves, o el nombre de los famosos piratas que las conducían,
destaca la documentación canaria que nos permite reconstruir .los sucesos-como
hasta ahora hemos venido haciendo-con toda suerte de detalles, por nimios que
ellos puedan parecer
Entre aquellas escuadras que
partieron de La Rochela
en 1552 destacan, para nuestro principal objeto, porque no habían de pasar de
las Canarias, quedando frustrado el intento de arribar a las islas del Perú, la
organizada por el armador rochelés Jean Jolin, que había residido en España (En
San Sebastián) gran parte de su vida, desde donde se había traslado a su ciudad
natal en 1549, y la que preparó, con el propósito de vengar a su padre de la
muerte que le habían infligido los españoles, Antoine, Alfonse de Saintonge.
La primera escuadra estaba
compuesta por dos naos grandes, dos carabelas y un patache, e iban al frente de
ella-al decir de don Rodrigo Manrique, que es por quien conocemos todos estos
datos-Pierre, Rubin y Guillaume Maron "los
mayores pilotos de toda la costa de Indias de Castilla y del Brasil y estos
mares que había en Francia".
Asimismo venían en ella dos
piratas famosísimos, Jean Bulin y Pierre Severino, "muy nombrados corsarios que en tiempo de paz habían hecho muchos
daños y crueldades", y otros pilotos de gran fama, capitanes, un
factor del rey de Francia y 214 hombres de tripulación.
Esta flota llegó alas Canarias,
camino de las "islas del Perú",
que era su ulterior destino, en el mes de febrero de 1552, a tiempo que don
Rodrigo Manrique había inaugurado su campaña naval con una gran presa sobre la
que carecemos de detalles particulares, como no sean los de que en ella había
sido hecho prisionero "un gran
piloto francés que había atravesado dos veces el estrecho de Magallanes y
llegado a las Moluca" .
Sin embargo, al primer optimismo
del gobernador sucedió bien pronto el desaliento, porque el panorama de la
navegación interinsular cambió por completo .en breve espacio de días. La
primera presa de la flota enemiga fueron dos navíos cargados de cebada y trigo,
para el abastecimiento de la isla. Un tercer barco, estibado también de trigo,
pudo escapar escapando en la costa, trabándose entre los paisanos que acudieron
en su ayuda y los franceses un desigual combate, en el que murieron tres de
éstos. La armada francesa se retiró, no obstante, tras de abandonar tan
disputada presa, al tener noticia de que la armadilla canaria se disponía a
salirle al encuentro.
De Gran Canaria, la escuadra
francesa pasó a la isla de Tenerife a hacer su aguada, y mientras la llevaban a
cabo, los naturales, cayendo sobre ellos de improviso, capturaron a un capitán
y siete soldados y mataron a otros varios.
Más adelante volvieron a
establecerse cómodamente entre las dos islas mayores, Tenerife y Gran Canaria,
para interceptar su comercio, entonces muy activo, porque esta última isla se
abastecía en gran parte con el trigo y vino de aquélla. Día tras día iban
cayendo en poder de los franceses los navíos isleños hasta el punto de que el 3
de abril de 1552 ya llevaban capturados ocho, tres de gran porte, que
remitieron en seguida, como presa, a Francia, y otros cinco, que libertados
después del saqueo, hicieron su entrada en el Puerto de la Luz con sus hombres heridos y
maltrechos por las crueldades de los franceses.
La indignación de la isla ante
aquellas atrocidades que amenazaban con no tener fin, tuvo reflejo en el viril
ánimo del gobernador Manrique, quien ansioso de dar digna respuesta al enemigo,
decidió salir a su oocuentro y darle la batalla.
Pero siendo Manrique tan audaz
como taimado quiso primero enterarse del número exacto y de la fuerza de los
navíos con que había de combatir, y así dispuso que con bandera de paz y para
tratar de rescate, se adelantasen hacia ellos en una barca un criado suyo de
toda su confianza y tres hombres más, con el especial encargo de fijarse en
todo y tomar buena nota de ello.
En estos tratos se pasaron los
días del lunes, martes y miércoles Santo de aquel año de 1552, hasta que por
fin el viernes Santo día 15 de abril, después de oídos los oficios divinos por
toda la tripulación, los navíos empavesados zarparon del Puerto de, la Luz, ante la emoción de una
multitud expectante que veía partir al combate a padres, maridos e hijos.
Don Rodrigo Manrique no abandonó
los navíos hasta el último instante atento a dar las debidas instrucciones a
sus pilotos y capitanes.
Pero los elementos se desataron
contra la flota canaria, con tal rigor, que cuando apenas se habian separado de
la costa una terrible tempestad estuvo a punto de hacerla zozobrar, yendo cada
navío a la deriva, a buscar refugio en distintos puertos de la isla.
Con ello se perdió un tiempo
precioso pero nadie se desanimó por el revés. Antes al contrario, el sábado y
domingo de aquella semana se emplearon en reunir y reparar los navios,
dejándolos dispuestos para zarpar de nuevo al día siguiente. El lunes de
Pascua, día 18 de abril de 1552, la escuadra canaria volvió a hacerse a la mar,
navegando sin descanso hasta el anochecer, en que lograron dar alcance y
divisar al enemigo.
La alegría de ambos contendiente
fue extraordinaria, aunque motivada por causas bien distintas. Los canarios,
porque veían llegado el momento de dar caza, en su propia guarida, a la feroz
alimaña; los franceses, porque confiados en sus fuerzas y ajenos a todo
peligro, creían próxima la tan soñada ocasión de rendir cómodamente a la flota
de Indias.
Así es que los primeros, cautos y
recelosos, disponiendo el combate, y los segundos, confiados y alegres con el
regusto de la presa futura, pasaron aquella noche a la vista unos de otros, en
espera de que con las primeras luces se disipasen temores y dudas.
Apenas había amanecido aquel
memorable día 19 de abril de 1552, cuando la flota canaria, preparada de
antemano, se dispuso al ataque.
Entre seis y siete de la mañana,
los navíos fueron empavesados y se tocaron las trompetas en señal de combate.
Aquellos alardes militares sorprendieron, por lo inesperado a los franceses
hasta el punto de que cuando se disponían a responder con iguales medidas, ya
era tarde, pues los barcos canarios avanzaban rápidamente dispuestos al
abordaje, desmantelando de paso a los navíos enemigos con certeros disparos de
artillería.
Los franceses, pues, se vieron
obligados a aceptar la lucha, desordenados y sorprendidos. Sin embargo,
dispusieron la defensa con la rapidez que les fué posible, combatiendo con
denuedo y valentía. Manrique califica el abordaje como "recia y reñida batalla", en que se luchó por ambas
partes con un tesón sin igual.
En los primeros momentos de
refriega la flota canaria tuvo la desgracia de perder a su capitán general, don
Jerónimo Baptista Maynel, que murió "como
buen hombre y muy valiente soldado y gran capitán" No se desanimaron
por ello los canarios, sino que antes redoblaron sus fuerzas al contemplar la
heroica muerte de su capitán. El alférez Jerónimo Baptista, tomó entonces el
mando del navío y siguió combatiendo al frente del mismo, emulando en coraje a
los marinos de Cepeda y Narváez.
Después de varias horas de lucha,
cuando ya el sol alumbraba con los resplandores del mediodía la escena, los
franceses, faltos de sus mejores hombres y viéndose próximos a sucunibir,
hicieron ondear la bandera de rendición, entregándose como prisioneros.
La emoción con que la Gran Canaria
presenciaba esta escena no, es para se descrita. Baste tan sólo señalar que el
combate se dió a la vista de la ciudad y el puerto, cuyos habitantes pudieron
seguir, ansiosos, las incidencias de la lucha al frente de su mismo gobernador,
quien confiesa que no pudo distinguirla claramente, porque el exceso de trabajo
nublaba sus ojos enfermos.
¡Con qué alegría no verían ondear
aquellas gentes la bandera de la victoria, ganada con el esfuerzo y la sangre
de sus propios hijos!
Mientras tanto, los navíos
franceses eran sometidos al pillaje de las tripulaciones canarias, conforme a
los ofrecimientos del gobernador. Luego se procuró asegurar a los prisioneros,
atender a los heridos y reparar las naves de los elementos más imprescindibles,
para preparar el retorno.
De esta manera, los navíos
canarios, llevando a remolque los cinco barcos franceses capturados, hicieron
su triunfal entrada en el Puerto de la
Luz, al día siguiente, 20 de abril de 1552.
Allí fué donde se pudo conocer la
magnitud de la derrota francesa y la calidad de los marinos con los que se
había combatido. En la refriega murieron 80 franceses, resultaron heridos 15 y
quedaron prisioneros 83.
Entre los muertos figuraban los
famosos pilotos de la carrera de Indias Pierre Rubin y Guillaume Maron y los no
menos famosos corsarios Jean Bulin y Pierro Severino. Entre los prisioneros se
encontraban "dos pilotos muy
diestros, un capitán de La
Rochela y un factor del Rey de Francia".
Por último, los heridos
fallecieron todos, pese a los cuidados puestos para atenderlos con humanitario
criterio.
Además fueron liberados muchos
cristianos "que llevaban a vender en
Berberia" y algunos extranjeros cautivos : 7 portugueses y 30
ingleses.
Triunfo tan rotundo como
magnífico se había logrado a poca costa, en lo que cabe.
Según confesión del gobernador
Manrique nadie murió en aquella acción fuera del capitán de la armada Jerónimo
Baptista, pero en cambio, también asegura que hubo muchos heridos canarios,
como no podía por menos de ser: que todas las grandes victorias se pagan a
precio de sangre (44).
Pero eL triunfo vino a plantear
un grave problema de orden interior al gobernador don Rodrigo Manrique: el de
la vigilancia y trato de aquel crecido número de franceses prisioneros. Aunque
bien es verdad que Manrique, hidalgo y cortés, cohonestaba su innata hombría de
bien con un proceder rigurosísimo cuando las circunstancias o la razón de
Estado lo demandaban. Vamos a tener muy pronto ocasión de apreciarlo.
Los franceses, como en los tiempos
de don Bernardino de Ledesma, no sabían aprovechar e1 trato deferente con que
los españoles les obsequiaban, y conspiraban sin tregua repartidos por las
distintas casas de la ciudad, en planes descabellados de evasión, hasta el
punto de hacerle declarar a Manrique "que
le daban más trabajo en guardallos que en tomallos".
Poco tiempo después de los hechos
narrados, algunos de los prisioneros acometieron a un barco, a cuatro leguas de
la ciudad, sin otro resultado que la muerte de siete, de ellos en lucha con los
naturales que se les resistieron.
Fué entonces cuando don Rodrigo
Manrique de Acuña, sin que el pulso le temblase por ello, decidió eliminar
sigilosamente al más peligroso de los franceses por temor a su fuga, y en la
prisión recibió garrote aquel famoso piloto de nombre incógnito que había
atravesado dos veces el Estrecho de Magallanes y que conocía las islas Molucas.
Días después Manrique daba noticia de ello al Príncipe, aconsejando "que así se había de hazer de los
demas". Por ello cabe pensar que quizá siguiese tan rápido
procedimiento para eliminar a los otros dos grandes pilotos capturados en la
batalla del 19 de abril. El secreto que guardaba Manrique en estas ejecuciones
era tan absoluto que en la isla nadie sospechaba de otra cosa sino de que el
éxito había coronado los planes de evasión de los fugitivos.
Días después, el domingo 19 de
mayo de 1552, se procedió, en pública subasta, a la adjudicación del botín, no
pillado: una nao, tres carabelas, 189 sacos de arroz, 180 quintales de plomo,
etc. La nao grande, con sus cañones, se -adjudicó por 520 doblas al comerciante
genovés Bernardino Camino de Veyntemiilla; las carabelas a Amador de Paiva, al
regidor don Alonso Pacheco y al también regidor licenciado Castillo, y el
cargamento a distintos postores. En total lo recaudado ascendió a 3.000 doblas,
con las que se cubrieron los gastos de la armada, y se pudo mantener ésta
vigilante y alerta para seguridad de las aguas isleñas.
Don Rodrigo Manrique de Acuña dió
cuenta del brillante triunfo al Emperador y al Príncipe, en distintas cartas,
no sin olvidarse de pedir especiales mercedes, para el hijo del capitán
fallecido en la acción, Jerónimo Baptista; la vara de gobernador de Tenerife,
para su teniente don Juan López de Cepeda, y, en último término, alguna merced
para él, si así era del agrado de la Majestad Real.” (En: A. Rumeu de Armas, 1991)
1552 Julio 14.
El Gobernador y Justicia Mayor de
Tenerife Juan de Miranda, con los Regidores Pedro de Ponte, Fabián Viña y el
Dr. Juan Fiesco, adquirieron por escritura otorgada ante el escribano Juan
López de Azoca a varios vecinos de Santa Cruz «para plaza de la artillería, unas casas bajas é arrimadiso que están
entre unas casas altas, lindando con el Almacén de los Catalanes y el baluarte
del puerto de Santa Cruz».
A consecuencia de los ataques de
los piratas a las islas y en particular el de Pie de Palo a La Palma, se pensó ampliar este
baluarte encargándose de las obras el 12 de Agosto de 1553 el Maestro Mayor de
Cantería Francisco Merino, pero el 15 de Septiembre siguiente el Gobernador y
Regidores resolvieron ser necesario «la
construcción de una fortaleza de bondad, tamaño y suerte", trasladándose a Santa Cruz el 13 de
Noviembre para elegir el lugar donde había de construirse, acordándose emplazarla
«junto á la plaza questá hecha de
baluarte, entre la dicha plaza é
baluarte della é la mar, adonde está una laja, entre la caleta é
elmuelle...» Asimismo decidieron debía tener «ciento veinte pies de cumplido azia la mar é cient pies de ancho é que
esto quede sin el grosor de las paredes que a de ser de mas desto; é que tenga
de grueso la cerca diez palmos...» Juan de Miranda se dedicó a acopiar
materiales pero no comenzó la construcción, que lo hizo el Gobernador D. Juan
López de Cepeda que tomó posesión de su cargo el 23 de Marzo de 1554, quien
aprobó el lugar elegido así como el añadido de dos cubos: uno cimentado hacia
el Norte en la laja para defensa de La Caleta y mirando hacia la ermita
de Nuestra Señora de la Consolación y otro en
el lugar opuesto para defender el muelle y la playa de las Carnicerías. La obra
debió ejecutarse muy rápidamente pues en la visita que al año siguiente realizó
a Santa Cruz D. Alvaro de Bazán, elogió grandemente la obra en construcción, y
por ello la Princesa
Doña Juana felicitó al Cabildo por medio de una Real Cédula
fechada en Madrid el 15 de Septiembre de 1556 agradeciendo «el celo y desinterés» puesto en la defensa. (José María Pinto de la Rosa, 1996)
1552 Septiembre. Dos Galeazas francesas desembarcan 150 hombres en
Titoreygatra (Lanzarote). Auxiliados por el Gobernador Manrique con fuerzas
desde Tamaránt (Gran Canaria), los franceses son rechazados por las Milicias
isleñas. Un mes después, dos grandes navíos con mas de 400 hombres a bordo,
intentan dar un golpe de mano por sorpresa contra Winiwuada n Tamaránt (Las
Palmas de Gran Canaria). Son rechazados por la Flotillla de Manrique y
posteriormente desembarcan en el sur de la Isla, donde son victimas de una emboscada en un
barranco.
1552 Noviembre 12.
El pirata Antoine Alfonse en
Santa Cruz de Tenerife.
El gobernador colonial Manrique
escribió al Príncipe en la metrópoli –con alguna exageración por su parte-, "que los franceses le habían tomado tal
miedo que pasaban de largo". La escuadrilla canaria, al mando ahora,
como general, de don Juan López de Cepeda, y llevando como capitanes al regidor
Juan de Narváez ya Jerónimo Baptista (el hijo primogénito del héroe de la del
19 de abril), proseguía de continuo en su acción de limpieza de las aguas del
Archipiélago.
No obstante, en más de una
ocasión los franceses hicieron acto de presencia en sus mares, tratando de
hostilizar la tierra. Así, en septiembre de 1552 se presentaron ante Lanzarote
dos galeazas francesas que desembarcaron 150 hombres. Al instante los lanzaroteños
fueron socorridos desde Gran Canaria y acometiendo a los franceses lograron
derrotarlos, matando 40 de ellos y ahogándose otros en 18- huída. El campo
quedó cubierto de armas como botín del vencedor, perdiendo además los invasores
dos
magníficos pataches. En tanta
estima tenían estas embarcaciones los franceses que quisieron rescatarlas por
200 escudos y tres falcones, pero los canarios se negaron a tal trueque.
Don Juan López de Cepeda aumentó
por orden de Manrique la flota canaria con uno de los pataches capturados y se
dispuso inmediatamente a partir en persecución de aquellos piratas. Al pasar
por una caleta de la isla de Lanzarote descubrió tres carabelas abandonadas,
que llevó consigo, persiguiendo sin descanso al enemigo hasta que consiguió
ahuyentarlo de aquellos contornos.
Otro episodio memorable de la
guerra en este año de 1552 fue un intento de ataque por sorpresa al Puerto de la Luz llevado acabo en octubre
por dos naos grandes bretonas con más de 400 hombres de desembarco. Con el mayor
sigilo se acercaron aquellos navíos a la flota canaria surta bajo la fortaleza
de las Isletas, pero, apercibidos a tiempo, se les disparó con tal precisión
que tuvieron que huir malparados hacia el sur de la isla. Allí desembarcaron
para hacer su aguada, pero cayeron en una emboscada que les tendieron los
naturales, con muerte de 11 hombres y pérdida de un batel. Por un prisionero
capturado supo Manrique que seguían .partiendo de Francia muchos barcos para
las Indias y que se preparaban señaladamente para atacar las Islas Canarias 15
navíos con 1.500 hombres al mando de monsieur de Pons y monsieur de Subisa,
hijos de dos personajes muertos a manos de los españoles en la batalla de
Pavía.
Estos rumores se confirmaron en
parte, pues el mes de diciembre se significó por la serie inacabable de
latrocinios y depredaciones en mar y tierra. El teniente de gobernador Cepeda
estuvo a punto de caer en una celada que le tendieron los piratas, al mismo
tiempo que eran capturados porción de navíos mercantes dedicados al tráfico de
víveres y mantenimientos entre las islas y con España. En uno de los navíos
apresados
venía por capitán el jerezano
Francisco de Vera, y otro" cargado de azucares, pertenecía al rico
comerciante genovés naturalizado Bernardino Camino de Veyntemilla.
En este mismo mes una escuadra
francesa compuesta de cinco poderosos navíos, después de robar en la travesía a
dos de los galeones de Indias, cautivando a 150 pasajeros y apoderándose de un
cargamento valorado en más de 80.000 ducados, desembarcó su gente en Lanzarote,
volviendo a pillar y saquear la tierra, sin hallar contradictor. La capital de
la isla, Teguise" volvió a ser de nuevo saqueada y los piratas pudieron
reembarcarse, tras ligeras escaramuzas con los naturales, sin apenas recibir
daño, y anunciando, en cambio., su propósito de atacar inmediatamente Gran
Canaria.
Todas estas noticias hicieron
redoblar a don Rodrigo Manrique de Acuña las medidas de precaución adoptadas,
hasta el punto de que en todo aquel año no cesaron las milicias en instruirse y
disciplinarse, aumentándose, los vigías y centinelas y tomándose otras medidas
militares análogas que aconsejaban el más elemental espíritu previsor.
Pero el hecho cumbre de la
segunda mitad del año 1552 en las Canarias fué el ataque por sorpresa llevado a
cabo por Antoine AIfonse de Saintonge al puerto de Santa Cruz de Tenerife, con
el propósito de robar los navíos en él resguardados.
Durante todo aquel año esta isla
(como su vecina la de Gran Canaria) se había visto asaltada diferentes veces por
corsarios franceses, pero su gente, "preparada y apercibida", supo
responder virilmente a las distintas agresiones, cañoneando a sus navíos y
dejándolos malparados. Destaca entre estos ataques uno de cuatro navíos
franceses de buen porte que intentaron acallar los disparos de la fortaleza del
puerto, sin lograr otra cosa que daño por su parte "y un buen número de muertos" (50).
Igual fin tendría en Santa Cruz
Antoine Alfonse de Saintonge. Este se dejó ver en el mes de noviembre por aguas
canarias conduciendo un magnífico navío de más de 300 toneladas. A su paso por
Gran Canaria, la flota al mando de López de Cepeda lo persiguió sin tregua, por
lo que tuvo que huir en precipitada fuga con dirección a Tenerife. Don Rodrigo
Manrique envió inmediatamente aviso de ello al gobernador de esta isla, don
Juan Ruiz de Miranda, para que estuviera apercibido.
En efecto, pocos días después, en
medio de la oscuridad de la noche, entró en el puerto de Santa Cruz Antoine
Alfonse con el propósito de apresar los navíos surtos en la bahía.
De la fortaleza se le disparó
inmediatamente, con tal precisión o suerte que el primer tiro le quebró la
fustaga al navío, resultando muerto su propio capitán, el famoso Alfonse, con
otros muchos franceses y terminando la nave por hundirse de resultas del
certero fuego que se le hizo. El resto de la tripulación pudo ganar a nado la
costa, donde fué hecha prisionera.
Antoine Alfonse tuvo así un fin
análogo al de su padre, cuando pretendía vengar la muerte de éste cayendo sobre
las costas canarias.
Pero, una vez más, el trato
humanitario de los isleños para con los prisioneros no sería correspondido, por
los franceses ni apreciado debidamente. Sesenta de éstos lograron escaparse una
noche apoderándose de un navío español, en medio de la desesperación del
gobernador Miranda, que, queriendo ocultar este fracaso, no tuvo arrestos para
comunicarlo a la flota, valiéndose de Manrique de Acuña.
Sin embargo, éste tuvo medio de
enterarse de la evasión y la armada de Cepeda se lanzó a su captura, logrando
alcanzarlos frente a las costas de Berbería. La persecución tuvo allí
caracteres de hondo dramatismo.
Los franceses se debatían con
todas sus fuerzas para no caer en las garras de la flota, mientras ésta, a
velas tendidas, les iba dando por segundos alcance. Fué entonces cuando
aquéllos decidieron torcer de rumbo y encallar en la costa a_la vista de la
naves canarias. Los moros acudieron en su auxilio y los franceses fueron
trasladados sanos y salvos a Tagaos y llevados de allí a la presencia del Xarife,
quien gustó de informarse con gran solicitud de las cosas de Canarias. Dadas
las buenas relaciones de Francia con turcos y moros, el Xarife los envió a
Tarudante y de allí pudieron regresar a Francia, siendo portadores de la
noticia de la muerte de su capitán, que llenó de tristeza a los armadores y
pilotos de La Rochela.
Con el ataque de Antoine Alfonse
finaliza la acción naval enemiga sobre las Islas Canarias en el año 1552. En el
siguiente, ellas serán campo de no menores y enconadas batallas, pero justo es
que antes digamos dos palabras sobre las mutaciones que se produjeron en el
gobierno de las islas. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)
1552 Diciembre. Una nueva Flota
francesa ataca Titoreygatra (Lanzarote) y saquea de nuevo la Villa de Teguise en poco
menos de un año, no sin antes asaltar por el camino a dos Galeones de la Flota castellana de Indias.
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