EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI
DECADA 1541-1550
CAPITULO XXIV
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1543
El capitán don Juan López de
Isasti, que había partido de Cádiz Escoltando la flota de Indias con dos naos y
una carabela hasta las Canarias, encontró al1í una nao francesa y tres pataches
que habían capturado una carabela cargada de vinos de las islas. López de
Isasti los atacó inmediatamente, y logró, primero, rescatar la carabela española;
luego, rendir la nao francesa, y, por último, forzar a emprender una
desesperada huída a los pataches restantes. Juan López de Isasti regresó con su
magnífica presa a Sanlúcar y entregó a las autoridades los 70 prisioneros
franceses, que se enviaron a servir a las galeras, como represalia al trato que
aquella nación infligía a los cautivos españoles. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)
1543 Julio 16.
Los criollos canarios de la otra
banda del Océano, establecidos en la colonia de Santa Marta (Colombia) por el
adelantado don Pedro Fernández de Lugo cuando la invasión y conquista de
aquellas lejanas tierras, sufrieron un feroz ataque por parte de los franceses,
que saquearon y quemaron la ciudad. El tercer adelantado de Canarias, don
Alonso Luís Fernández de Lugo, al tener noticia de aquella desgracia, preparó a
sus ex-
pensas una flota de tres
bergantines, conduciendo gente, munición y artillería, a más de 3.000 pesos de
socorro, flota que zarpó de Santa Cruz de Tenerife y con cuyo auxilio se pudo
reedificar la ciudad, evitando que los colonos la desamparasen. Además pidió
inmediatamente al Emperador por carta de fecha 18 de diciembre de ese mismo año
que se construyese en la misma una fortaleza para protección de sus moradores.
(En: A.
1543 Octubre 29. Unos de los más famosos Marinos franceses del siglo
XVI, Jean Alfonse de Saintonge ataca Winiwuada n Tamaránt (las Palmas de Gran
Canaria).
El gobernador de la metrópoli en
Tamaránt (Gran Canaria) Alonso del Corral, llevó a efecto una hazaña digna de
no ser olvidada en los anales coloniales canarios. Apareció aquel día en la
rada de Las Palmas el célebre corsario francés Juan Afonso que en la noche
anterior había tenido el atrevimiento de desembarcar en el puerto de las
Isletas, penetrar en el castillo, sorprender la guarnición y apoderarse de tres
naves mercantes que en aquellos mares estaban fondeadas. Al saberlo, el
gobernador hizo llevar algunas piezas de artillería a la playa y con ellas
ahuyentó al pirata y le obligó a retirarse de aquellas aguas.
El primer problema que se plantea
al tratar de la personalidad de Jean Alfonse es el de su patria o nacionalidad.
Los portugueses, no ya en época reciente, sino en vida de Alfonse, lo
consideraban natural de aquel reino, como lo prueba la carta de perdón que le
fué ofrecida por el rey don Juan III si reingresaba a su servicio y como lo
ratifican dos documentos del Archivo de Simancas; los españoles defienden y
abogan por que nació en España, y más concretamente en la villa de Santoña; y,
por último, los franceses, con singular tenacidad, han defendido la condición
de compatriota de Jean Alfonse, a quien consideran como legítima gloria de
Francia, tierra en la que pasó la mayor parte de su vida, entrando al servicio
de su marina y de sus reyes y tomando parte en las grandes empresas navales
francesas del siglo XVI.
Los que defienden la última
opinión están en lo cierto, y el confusionismo ha nacido de las relaciones
sostenidas por Jean Alfonse con los lusitanos y de su matrimonio con una
portuguesa. Mellin de Saint-Gelais, autor de los Voyages adventureux du capitaine Jean Alfonse (publicados por el
librero de Poitiers Jean Marnef en1559) asegura que este ilustre navegante
nació en Sainctonge, cerca de la villa de
Cognac, lugar identificado hoy día con Saintonge, modesta aldea de la municipalidad de Saint Meme, cantón de
Segonzac y departamento de Cognac .En
nuestros días, La Ronciere
asegura que nació en Sables d'Olonne;
pero es más probable la primera aseveración que la segunda.
Su verdadero nombre era el de Jean
Fonteneau, conforme revelan los documentos descubiertos por Musset, aunque era
vulgarmente conocido por Jean Alfonse, según testifican estas mismas fuentes.
La causa del trueque de apellidos no fue otra que su matrimonio con la
portuguesa Valentina Alfonso o Afonso, perteneciente, con toda probabilidad, a
una familia de afamados navegantes. Este dato, unido, a otros ya consignados,
como la carta de perdón que le ofreció el rey Juan III si reingresaba a su
servicio, prueban que Jean Fontaneau debió residir en Portugal desde muy joven,
ejercitándose en la navegación, realizando importantes viajes a las Indias
Orientales (como lo prueba la minuciosa descripción, de visu, de aquellas lejanas comarcas en su famosa Cosmographie) y siendo considerado por
los lusitanos como un verdadero naturalizado.
Cuarenta años de su vida los
había pasado Jean Alfonse recorriendo los mares del mundo en arriesgadísimas
expediciones piráticas. Seguramente más de una vez habría cruzado por las aguas
de las Canarias y saqueado y robado en ellas, pues consta que en distintas
ocasiones desde el estrecho de Magallanes hasta el grado 42 de latitud norte
(Estados unidos) había atravesado las aguas atlánticas, saqueando en uno de
estos viajes a Puerto Rico. La fama de sus empresas marítimas puso en disputa
sus servicios entre Portugal y Francia. Ango, en su afán por encontrar en
rivalidad con los portugueses un paso abierto hacia las islas Molucas, no
cejaba en su empeño de lograrlo, siguiendo la ruta del veneciano Cabot, por el
Océano boreal, o por el estrecho de Magallanes, si fracasaba el primer intento.
Para ello había contratado Ango al célebre navegante italiano Leone Pancaldo,
compañero de Magallanes en su famosa expedición como piloto del navío Trinidad. Ocurrían estos hechos en 1531,
pero Portugal, que disponía de una magnífica organización de espionaje en los
puertos franceses, consiguió por medio de su agente secreto Palha, con bonita
oferta de 1.600 ducados, que Pancaldo rescindiese su contrato con Ango, que
sólo le ofrecía 300 libras
de renta al año.
No contentos los portugueses con
el éxito de dejar al armador francés sin piloto, trataron de restarle toda
posibilidad de partida ganándose la colaboración de Jean Alfonse, y de esta
época data la oferta del rey Juan III de tomarlo a su servicio, previo el
olvido y perdón por Su "expatriación" voluntaria. Mas Alfonse no se
dejó sobornar por el oro portugués y siguió al servicio de Francia, su
verdadera patria, si bien es verdad que nunca debió llegar a las islas Molucas,
pues en su famosa Cosmographte puede
apreciarse que ignoraba en absoluto la ruta de aquellas codiciadas islas.
En los años precedentes al ataque
a Las Palmas de Gran Canaria, Jean Alfonse había hecho un largo viaje hacia
Guinea, de regreso del cual le fue ofrecida por Jean Frangois de La Rocque, señor de Roberval,
el mando de la flota que había de marchar al Canadá.
En efecto, el año 1534, Jacques
Cartier, marino francés de gran experiencia, adquirida navegando con los
portugueses, había iniciado la exploración del Canadá, recorriendo sus
ensenadas y costas. Un segundo viaje, efectuado en 1535, tampoco pasó de ser
una exploración más o menos minuciosa. Fué precisamente en 1540 cuando el rey
de Francia organizó una expedición plenamente colonizadora, dando el mando de
aquellos territorios, con título de virrey, al señor de Roberval y nombrando a
Jacques Cartier capitán general, piloto y organizador de la misma.
El 23 de mayo de 1541 partía
Cartier por delante, conduciendo la mitad de la expedición, y al arribar a las costas
americanas, que recorrió y exploró durante varios meses, esperó en vano la
llegada de su jefe, Jean Frangois La
Rocque con el resto de la flota, la que supuso naufragada y
perdida por el largo plazo transcurrido sin establecer contacto con ella.
Mientras tanto, el señor de
Roberval se desesperaba en La
Rochela por carecer de, un piloto que se atreviese a
conducirlo a América, hasta que Jean Alfonse, de regreso de las costas de
Guinea, vino a sacarle del apuro. El 16 de abril de 1542 la escuadrilla de
Roberval, conducida por Alfonse, abandonaba las costas francesas rumbo al
Canadá. En la isla de Terranova encontraron las naves de Cartier el 8 de junio
de 1542, al que pidieron les guiase por el río San Lorenzo; pero Cartier, que
se creía en posesión de un magnífico descubrimiento-un mineral de gran riqueza
aurífera-, traicionó a su jefe y abandonó de noche y en secreto las costas de
América. Jean Alfonse condujo entonces la expedición por el interior del Canadá
hasta dejarla en puerto seguro para partir él solo con su nave inmediatamente
rumbo a Europa con objeto de demandar los oportunos socorros. La cuarta
expedición de Cartier, en junio de 1543, está de seguro relacionada con esta
petición de auxilios de los colonos de Canadá.
Al arribo de Jean Alfonse a La Rochela se encontró con
que la guerra entre España y Francia había sido declarada en su ausencia, y que
los españoles la habían inaugurado por mar con la magnífica presa de 29 navíos
de pesca franceses que venían de Terranova ignorantes de la ruptura de
hostilidades. En mayo de 1543 consta documentalmente que Jean A fonse se
encontraba en La Rochela
preparando una nueva expedición.
Esta debió hacerse a la mar a
fines de aquel verano, por cuanto en el mes de octubre se hallaba en aguas de
las Islas Canarias. Alfonse iba en un navío de La Rochela, La
Collette, en
colaboración con otro de San Juan de Luz, La
Madeleine, capitaneado por Martín Dagorrecte, decididos
ambos a la práctica del corso, para lo que se separaban, avisándose uno a otro,
con objeto de aumentar sus fuerzas en el momento del abordaje.
Noticiosos de que en el Puerto de
la Luz se
encontraban anclados tres navíos con cargamento de azúcar, decidieron aquella
misma noche del 29 de octubre de 1543 atacarlos en un golpe de audacia y sorpresa.
Para ello, se fueron acercando
las naves a tierra con el mayor sigilo y con tal arte que apenas fueron de
nadie sentidos. Jean Alfonse dispuso entonces el desembarco de sus hombres,
amparados en la oscuridad, los que, poniendo el pie en la playa, se dirigieron
hacia la fortaleza de las Isletas, de la que se apoderaron por sorpresa. Una
vez allí montaron un cañón, y mientras amenazaban a una carabela y dos urcas
cargadas de azúcar, los navíos franceses entraron y las rindieron. Todavía
estuvieron los piratas algunas horas desembarcados en tierra, hasta que
congregadas las milicias, al mando del gobernador don Alonso del Corral, y
transportada al puerto la artillería de campo propiedad del regidor don
Bernardino de Lezcano Múxica, que tenía a la puerta de su casa montada, se
obligó al enemigo a evacuar la fortaleza y reembarcar en sus naves.
Durante algunos días permaneció
Jean Alfonse a la vista de la ciudad, con sus barcos engalanados con los
estandartes de Francia, haciendo mofa de los de la tierra, hasta que torció su
camino, para no vérsele más por aquellas aguas.
Jean Alfonse estaba de regreso en
La Rochela en
diciembre de 1543, mes en el que hizo su entrada, conduciendo tres navíos y una
barca por él apresados.
Distintos documentos franceses
publicados por Georges Musset nos ilustran sobre el ulterior destino de los
navíos expoliados y de su cargamento, aunque este historiador francés, mal
informado, admita que el robo se debió efectuar en alta mar o en la isla de la Madera, supuesto punto de
destino de los Expedicionarios.
Los tres navíos (llamados luzt
por los franceses, especie de carabela), previamente "equipados de
guerra" por Alfonse, fueron vendidos en La Rochela, el 24 de enero de
1544, por precio de 66.000 escudos. El contrato está firmado, de una parte, por
Jean Fonteneau "llamado Alfonse", capitán de La
Colette, y Martín Dagorrecte, capitán de La
Madeleine y de otra, por Gilles Gaultyer, en nombre y
representación de Robert Lousmyer, maestre del navío La
Catherine} de la matrícula de Vateville y vecino de
Codebec, en Normandía.En el documento se hace constar que los navíos procedían
de las presas hechas por ambos capitanes.
Los cofres de azúcar que
constituían el rico y codiciado cargamento de los navíos debieron repartírselos
proporcionalmente los piratas y armadores, pues entre enero y febrero de 1544
se llevaron a cabo en La
Rochela multitud de transacciones a base de este producto
canario, en las que tomaron parte Martín Dagorrecte y Martycot de Ohauchau,
capitán y maestre, respectivamente, del navío de San Juan de Luz La
Madeleine , Pernotton de Souyman, tripulante del mismo
buque, y los armadores de La
Rochela Etienne Portyer, Guillaume Méreau, Jean Nicolas y
Jean de La Mothe.
El azúcar era entonces uno de los productos que tenía más aceptación
y mejor precio en cualquiera de los mercados europeos. (En: A. Rumeu de Armas,
1991)
1543 octubre 29. En la cuarta guerra tuvo lugar el ataque del
corsario francés Jean Alfonse de Saintonge
que el lunes 29 de octubre de 1543 apareció en el puerto de Las Isletas
y acercándose con el mayor sigilo a tierra, desembarcó sus hombres amparados
por la oscuridad, y se apoderaron por sorpresa de la fortaleza de La Luz, entonces en construcción,
clavando una pieza de artillería de bronce.
Una vez allí montaron un cañón y
mientras amenazaban los tres navíos anclados -una carabela y dos urcas cargadas
de azúcar- entraron y las rindieron; estuvieron los piratas algunas horas en
tierra hasta que congregadas las milicias al mando del Gobernador D. Alonso del
Corral, y transportada al puerto la artillería propiedad del Regidor D.
Bernardino de Lezcano Múxíca, se obligó al enemigo a evacuar la fortaleza y
reembarcar en sus naves.
Las fortificaciones que en
aquella época existían en la ciudad capital a quien en 1515 el Emperador de la
metrópoli había concedido el título de noble ciudad, situada al E. de la isla
en el extremo derecho de la rada comprendida entre el llamado puerto de Las
Isletas o de La Luz
y La Laja cuya
extensión se aproxima a una legua, se reducían al Castillo de la Luz en construcción y la
muralla de piedra y barro de diferentes gruesos y alturas: en el resto de la
isla se hallaban las Torres de Agaete y la de Gando. (En: José María Pinto y de
la Rosa. 1996)
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