ALZAMIENTOS
Y MOTINES CONTRA LA REPRESIÓN COLONIAL EN
CANARIAS
Capitulo
IX
Eduardo
Pedro García Rodríguez
1823 junio: ardió
la Montaña de
Doramas. Los
pueblos de Teror, Firgas, Arucas y Moya acudieron a sofocar el incendio y, de
paso, a destruir las fincas que se habían hecho en la Montaña.
El motín de en Gran Canaria: más de cuatro mil personas se alzaron en defensa del Monte de Doramas, (Parte segunda)
1823 junio:
Ardió la Montaña
de Doramas. Los pueblos de Arucas, Teror, Firgas y Moya acudieron a sofocar el
incendio y, de paso, a destruir las fincas que se habían hecho en la Montaña. Cuando lo
supo el Ayuntamiento de Las Palmas envió una compañía de 100 hombres a las
órdenes de José Joaquín Matos. Pero los citados pueblos les salieron al
encuentro, armados con los fusiles del regimiento de Guía y con hoces y
garrotes, y las tropas enviadas por Las Palmas huyeron. El comandante general
de Canarias, mariscal de campo Ramón Polo, envió al teniente coronel Toscano a
Las Falmas. Poco después deportó al Puerto de la Orotava a D. Juan Bautista
Undaveitia, antiguo Regente de la
Audiencia, a quien se consideraba - junto a otras personas de
"alta categoría"- promotor de los desórdenes. Y por último, y a
petición del Ayuntamiento de Las Palmas, envió una compañía de 100 hombres al
mando de Castañón.
En cuanto supieron que había llegado Castañón, los sublevados acordaron reunirse en la plaza de Teror el día de la Virgen del Pino con el intento de abolir la constitución una vez que se viesen libres de Castañón, pues suponían que los males que acontecían a la isla eran debidos al Gobierno, y que con arrasar el monumento y particularmente la estatua de la Libertad que designaban con el norr bre de Maria Cebolleta, quedaba todo tranquilo.
En cuanto supieron que había llegado Castañón, los sublevados acordaron reunirse en la plaza de Teror el día de la Virgen del Pino con el intento de abolir la constitución una vez que se viesen libres de Castañón, pues suponían que los males que acontecían a la isla eran debidos al Gobierno, y que con arrasar el monumento y particularmente la estatua de la Libertad que designaban con el norr bre de Maria Cebolleta, quedaba todo tranquilo.
El 7 de septiembre ya estaban los pueblos del norte reunidos en Teror. Desde allí se dirigieron a Tafira para encontrarse con los de la Vega de Santa Brígida y Tafira, y muchos que habían llegado de Telde (aunque de este pueblo no acudieron en el número que esperaban). Había entre ellos, también, soldados de los regimientos de Las Palmas y Guía. Iban armados con fusiles, cuchillos, palos, trabucos y, en general, con un armamento variado y desigual.
A su frente se pusieron personas que no dejaban de ser importantes, pues los capitaneaba un Presbítero de Teror D. Domingo Regalado, un tal Bernardino, hombre atrevido de Arucas, y otro no menos influyente llamado D. José Ortega, natural de Teror y sujeto acomodado pero habían algunas personas de orden superior enlazadas con el partido apostólico con el fin de recoger dentro de poco tiempo el fruto de sus trabajos, pues si bien en los pueblos era la cuestión de los montes, en pocos la cuestión de la capitalidad, no acontecía lo mismo en los jefes propiamente dichos, que si bien les halagaban con todo lo que podía ser favorable para sublevarles, ellos pensaban de otro modo, como acontecía al más importante, que era D. Pedro del Castillo y Bethencourt, prebendado de la catedral, de escasa instrucción y talento superior, de un orgullo sin límites, que aspiraba a la mitra de Canarias en recompensa de sus servicios a la causa absolutista; D. José Navarro, natural de Telde y presbítero, aspiraba a la canonjia; D. Pedro Alcántara Déniz, éste trabajaba por su convicción y por los montes, y D. Pedro Castellano, vecino de Arucas, por la amistad que tenía con Déniz.
En Las Palmas, cuando supieron los movimientos de los sublevados, se puso a las tropas sobre las armas, se prepararon los castillos, se reunió a la milicia nacional y el Ayuntamiento, reunido en sesión permanente, nombró a dos comisionados "para hacer ver a los sublevados la imprudencia que iban a cometer". Uno de ellos, D. José Quintana L1arena, se dirigió inmediatamente a Tafira a cumplir su misión. En San Roque un vecino le informó que estaban reunidos en El Tanque los de Teror, Valleseco, Firgas, Arucas y San Lorenzo. En Tafira le detuvo una partida al grito de "Viva la Virgen del Pino y la Montaña de Doramas". Los alcaldes no estaban allí, habían ido a San Mateo y Santa Brígida a tratar de que esos pueblos se uniesen a los sublevados. A las diez de la noche llegó un "espía" de Las Palmas que informó del fracaso de una "combinación" que se había intentado con la tropa y, especialmente, con la milicia nacional, porque estos quisieron imponer unas condiciones inaceptables para los sublevados: "Entre ellas era una dar el gobierno militar al comandante de la Guardia Nacional, D. Francisco María de León, y el de la guarnición para otra persona que no agradaba". Poco después, llegaron los alcaldes, le dijeron a Quintana que no se retiraban, y éste se volvió a Las Palmas. (Unos días después, el 12 de septiembre, fue de nuevo comisionado para parlamentar con los sublevados, y esta vez sí que logró que se retirasen).
Cuando volvía a Las Palmas, en las Rehoyas se encontró con Castañón y Francisco María de León, que se había puesto en marcha con las tropas a las doce de ese mismo día. Les informó de lo ocurrido, pero éstos siguieron su marcha hasta que divisaron a los amotinados, dispararon unos cuantos tiros de cañón a puntos distantes de donde se hallaban -lo que fue suficiente para dispersarlos- y se volvieron a la ciudad.
Algunos amotinados, dirigidos por los presbíteros D. Domingo Regalado y D. Manuel Navarro - "que gozaban de una gran influencia en el país"- pasaron a la cumbre y llegaron a Tirajana, donde, ayudados por los alcaldes y el cura D. Antonio Falcón "sublevaron a los habitantes sin que quedase uno siquiera que no formase parte de estas gentes"; entre ellos estaba Domingo Liria, "negro de una estatura y fuerza colosales que por garrote llevaba un timón de arado, y que pronto dominó a todos y se vió dueño absoluto de las masas" (16). De allí se dirigieron a Agüímes donde hallaron al pueblo ya armado a las órdenes de los alcaldes, del cura de Santa Brígida D. Agustín de la Vega, de un fraile dominico llamado Juan Alemán y de Juan Gordillo, el principal dirigente. Luego pasaron por Ingenio y Carrizal, donde también se habían armado los vecinos, y todos juntos, con los cañones del Castillo del Romeral tirados por camellos, se fueron a Telde, donde se les unieron los vecinos de la comarca capitaneados por un tal Francisco Suárez, el ejército y la guardia nacional. En Telde quemaron los papeles del Ayuntamiento y, al saber que venían de Las Palmas a atacarlos, tomaron posiciones.
Castañón con 450 hombres de todas las armas, después de oír misa en la Plaza de Santa Ana, se dirigió a Telde. Allí, según Millares Torres, "envió un parlamentario, ofreciendo a los rebeldes un perdón generoso si se retiraban tranquilamente a sus casas. Las compañías que pertenecían al regimiento de Telde observaron que su responsabilidad en aquellos momentos era muy grave, y circulando la noticia entre ellos, se conmovieron y, por un movimiento involuntario e irresistible, los soldados seguidos de sus oficiales se pasaron con armas y bagajes a los liberales. Tal abandono fue de un efecto terrible". (Jesús González de Chaves, 1982)
1823
septiembre 13: Fue ejecutado Matías Zurita, de 72 años, presunto dirigente de
la rebelión
Lo cierto es que a los primeros cañonazos los amotinados por causa del expolio del Monte de Doramas se dispersaron, perseguidos por las tropas españolas, que realizaron muchas detenciones y cometieron muchos abusos. Inmediatamente se iniciaron los procesos. El 13 de septiembre fue fusilado un anciano de 72 años (y nueve días, precisa Chil, que fue a ver la partida de bautismo), al que se hizo aparecer como el dirigente de la rebelión: Matias Zurita.
Fue la única sentencia de muerte que se dictó, aunque en los enfrentamientos hubo al menos otro muerto, el cabecilla Francisco Suárez, al que mató con su espada Castañón.
Como castigo,
para los gastos de pacificación, Castañón impuso el pago de 6.000 duros a los
pueblos que se sublevaron y el de todas las contribuciones atrasadas.
Ya el 15 de septiembre, comunica el teniente coronel Toscano al comandante general de la colonia que se habían cobrado casi en su totalidad. Un carpintero liberal, Juan Nepomuceno Santana, "era el encargado de dar cuenta de las personas que podían por dinero librarse del castigo. Muchos inocentes fueron acusados nada más que para saciar la avaricia de sus jueces, y no pocos tuvieron que vender sus animales e instrumentos de labranza para salvar la vida".
La noticia de la caída del régimen constitucional llegó a Las Palmas el 11 de noviembre.
No hace falta
decir que fue recibida con alborozo por los pueblos, e incluso por la capital,
donde la multitud, concentrada en la
Plaza de Santa Ana derribó la estatua de la Constitución. Castañón
y Toscano huyeron, el primero a Gibraltar, y el segundo, responsable directo de
la muerte de Zurita (había pedido otra pena de muerte para otro de los
cabecillas, José Urquía, que fue rechazada por el comandante general), juzgado
en rebeldía, fue condenado a la pena capital.
Al final, la montaña de Doramas fue otorgada por el régimen absolutista al general Morales, criollo canari que ascendió el ejército español por sus servicios y masacres contra los independentistas venezolanos.
A la viuda de Zurita se le otorgó una
pensión y muchos pudieron recuperar el importe de las multas impuestas por
Castañón. Pero el objetivo principal que se pretendió con la rebelión no se
logró. Sería precisamente el régimen absolutista - fundamentalmente con las
datas del mariscal de campo Francisco Torrás Morales y de su yerno, Ruperto
Delgado- el que acabaría con la
Montaña de Doramas. (Jesús González de Chaves, 1982)
1824
junio: El Intendente Balmaceda era un hombre de
recio carácter, el cual le llevó en diversas ocasiones a enfrentarse al Capitán
General de la colonia, el Brigadier Isidoro Uriarte, quien ostentó el mando
colonial supremo en Canarias desde 1823 a 1827 (parte de este tiempo ejerció el
mando en calidad de interino). Por real decreto del 7 de Septiembre de 1824 se
le concede el mando en propiedad.
Uriarte había sido comisionado por el gobierno español para
restablecer en Canarias el sistema
absolutista, con este fin desembarca en Santa Cruz de Tenerife el 2
Noviembre de 1823, siendo recibido por el general Polo el 5 del mismos mes, quien entregó el mando no sin
cierta resistencia ante las dudas que existían en las islas sobre la situación real de la política en el Estado
español. Era hombre de avanzada edad y «de poco abultado expediente». Y
«apocado en recursos», según recoge Francisco M. De León en su obra “Historia
de Canarias”. Durante el mando de Uriarte, el verdadero gobierno de las islas
estuvo en manos de su hijo a quien nombró secretario General de la Comandancia, y de
Fernando Valignani, ayudante del General, ambos reconocidos absolutistas
quienes dejaron triste memoria del poder despóticamente ejercido en las
islas especialmente éste último, en las
islas del Hierro y la de la Palma.
Retomemos la figura de don Fermín Martín de Balmaseda, fue este
personaje en los comienzos de su carrera un oscuro empleado subalterno de las oficinas de puertas en
Madrid, quien supo tomar partido a tiempo como furibundo absolutista, adhiriéndose
a la causa realista, consiguió ir ganándose la confianza de sus superiores lo
que le permitió ir medrando conforme se iba afianzando el sistema absolutista.
Durante la Regencia
de Urgel, llegó a ocupar empleos de cierta consideración desempeñando incluso
una misión de cierta delicadeza en Francia, a donde fue comisionado.
Llegó pues Balmaseda a Tenerife en Junio de 1824, dejando ver
desde un principio su carácter impregnado de un espíritu absolutista, y
haciendo gala de la altivez propia de los empleados que nos remite la
metrópoli, no obstante, estaba dotado de convicciones más firmes y una mayor
inteligencia en sus funciones que su antecesor Les.
Una visión aproximada de la ingente legión de funcionarios con que
siempre nos han “obsequiado” los diferentes gobiernos del estado español, nos
la proporciona el viajero inglés A.B. Ellis, quien en su obra ya citada nos
dice: “Verdaderamente, Santa Cruz está plagada de oficiales del gobierno,
que siempre pueden ser reconocidos por su arrogancia y por el hecho de que la
legión de mendigos que existen en la ciudad nunca les piden limosna”. En el
censo de población de Santa Cruz de Tenerife de 1821, destaca como dato
significativo que, de un total de 6.148 habitantes con que contaba la
población, 764 son militares, además de los empleados civiles y clero foráneos.
Dotado también de un carácter austero, inició sus funciones de
Intendente General rebajando ligeramente el canon que se pagaba para las
haciendas locales y, paralelamente, aumentando los ingresos de la corona al
restablecer en el país la implantación del papel sellado, carga ésta de la que
estaban exentas las islas. Con esta imposición Balmaseda no sólo se excedió en
sus funciones, sino que además hizo aflorar el espíritu de virrey que todo
funcionario de la metrópoli en las islas lleva dentro de sí, en esta ocasión,
el intendente pasó olímpicamente de la
real orden -aún vigente- de 14 de Noviembre de 1823, que prohibía imponer bajo
ningún pretexto contribuciones ni empréstitos a los pueblos; pero al intendente
de la colonia de Canarias, le movía el interés de seguir trepando, por ello
desoyó las quejas de los ayuntamientos y corporaciones, confiando en sus
anteriores servicios y en su realismo, despreció a las instituciones del país y
pasando por encima de las leyes programáticas que prohibían expresamente el
sellado de papel en Canarias, creando una imposición que abría de ser harto
gravosa para un pueblo empobrecido y extenuado como el canario.
El intendente Balmaseda en sus ansias de poder, no contento con
dominar al país económicamente mediante toda una serie de imposiciones
arbitrarias, para dar rienda suelta a su desmedida ambición, concibe un
proyecto con el que pretendió dominar al país políticamente, combatiendo
abiertamente a los portadores de ideas liberales y trabajando denodadamente a
favor del más exacerbado absolutismo, pero no contento con esto, pretende
emular a la “Santa Inquisición”, y para ello dedica grandes esfuerzos y
recursos en crear una sociedad secreta cuyo fin primordial era mantener el
entronizamiento de las ideas y el sistema proyectado allá en las sombras del
misterio por la corte Romana, esta sociedad dependería o estaría afiliada a
otras similares que ya existían en España, las cuales estaban encargadas de
preparar el terreno para el desarrollo de los traumáticos sucesos que tuvieron
lugar posteriormente; Balmaseda nutrió su sociedad con una buen número de
eclesiásticos y bastantes oficiales realistas, con quienes mantenía una extensa
correspondencia, siendo uno de los corresponsales de Balmaseda en España el
canónigo Baltasar Calvo; personaje tachado como sanguinario, autor e inductor
de numerosos crímenes y, se presume que
preparaban un cambio radical en las estructuras sociales de las islas,
desposeyéndolas de lo poco que de liberal aún quedaba en ellas. (Eduardo Pedro
García Rodríguez)
Año 1826: Moya-G. Canaria. Se niegan los vecinos al
traslado de la imagen de San José a la parroquia.
Año 1832: Las Palmas-G. Canaria. Los ciudadanos
se manifiestan a favor de la constitución.
Año 1834: Las Palmas-G. Canaria. A favor de la constitución.
Año 1836: Las Palmas-G. Canaria. Los vecinos se movilizan
contra los destrozos ocasionados en los pinares de la isla.
1837: El
Subdelegado de la policía política
[…] Otro obstáculo que tuvo que superar el comandante
general virrey de Canarias Morales
–canario de servicio-durante su gobernación de Canarias, fue el que le supuso
el subdelegado de la recién implantada en la metrópoli policía política, Sr.
Bérriz, éste como todo empleado español creía ser otro virrey en esta colonia, ello le llevó a
sostener diversos enfrentamiento con su jefe inmediato, el general Morales.
Bérriz, trataba de exigir del vecindario la retribución de
las licencias, gravamen que en el momento era a todas luces ilegales; por lo
cual los vecinos se negaron a pagar, por cuya causa fueron multados los
alcaldes de barrios y detenidos al negarse a pagar; también acusó al de Santa
Cruz de disidente por haberse opuesto a la introducción del impuesto de pajas y
utensilios; acusación que obligó al ayuntamiento a recoger testimonios y certificaciones de los militares, de los
conventos y del vicario, para verse libre de tan grave imputación.
Bérriz en su deseo
de castigar esta desobediencia ciudadana, que indudablemente afectaba a sus bolsillos,
solicitó del general Morales la intervención militar (¡qué poco han cambiado
las cosas!) Para hacer cumplir su exigencia, Morales se negó a sacar las tropas
a la calle argumentando con acierto que tal acción podría provocar una revuelta
popular; perturbando por consiguiente la paz ciudadana, situación que como es
natural era poco deseable dado los difíciles momentos porque atravesaba la
política interna española.
Por otra parte, el general era consiente de la repulsa que
todas las clases sociales de la isla, manifestaban hacia la impuesta policía
política, organismo que hasta la fecha era desconocido en canarias; y que los
canarios jamás pidieron ni desearon.
La negativa del general Morales de sacar las tropas a la
calle para hacer cumplir la exigencia del subdelegado de policía don José
Bérriz Guzmán, creó en éste, tal animosidad, que se declaro enemigo jurado del
general, tal resentimiento le llevó a elevar al gobierno español varios
escritos acusatorios contra el Mariscal de Campo Morales, siendo quizás el más
pintoresco uno en que hacia saber al gobierno español que la continuidad de la
pertenencia de las islas a la corona
española no estaba segura bajo el gobierno del general Morales; ya que en ellas existía un germen de
independencia que el general Morales fomentaba, por lo que era preciso para
conservar las islas, separar del gobierno de las mismas al general. El gobierno
español comunicó al comandante las acusaciones de que era objeto y, este como
es natural redactó varios pliegos en su defensa aportando cuantos documentos
creyó oportunos, saliendo liberado de las acusaciones.
No deja de ser curioso que se acuse de independentista, a
quien precisamente se destacó y cimentó su carrera aplastando de manera inmisericorde a los
patriotas independentistas venezolanos, y siendo además como era, un reconocido
españolista y absolutista realista.
Del encono que
el incombustible Bérriz sentía hacía el ayuntamiento de Santa Cruz, nos puede
dar una idea el siguiente pasaje: necesitando el ayuntamiento de Santa Cruz una
bomba contra incendios y careciendo de fondos para adquirirla, se le presento
la oportunidad de hacerse con el dinero preciso por una infracción cometida por
un comerciante de la plaza; quien tenía almacenada cierta cantidad de pólvora
de manera clandestina, comerciante y ayuntamiento llegaron a un acuerdo para
sustituir la preceptiva multa por una donación de 300 pesos con destino a la
adquisición de la referida bomba contra incendios, enterado el corregidor de La Laguna, nuestro altivo
Berriz, de la transacción y entendiendo que en realidad se trataba de una multa
encubierta, ordenó la incautación de los trescientos pesos, pues como tal multa
pertenecía a las rentas reales. El ayuntamiento recurrió el embargo, y por real
cédula de 31 de julio de 1832, se dispuso que se dejara el dinero para el
destino que se había previsto; incluso si procedía de una multa. Sin embargo no
se pudo recuperar el dinero por parte del ayuntamiento hasta febrero de
1837.
En la
actualidad, han cambiado las formas de actuación del colonialismo español en
Canarias, pero no el fondo, sino, tiempo al tiempo.
Año 1837: Tejeda-G. Canaria. Los vecinos se amotinan y
expulsan al párroco don Pedro González.
1799.
En la isla Tamarant (Gran Canaria) había hambre por
el desabastecimiento y cuando los gobernadores secuestraban el grano para el
sustento del ejército, incitaban a la hambrienta población que en muchas
ocasiones sólo se sostenía con infusiones de "afrecho". Pero llegó un
momento en que tanta hambre era insoportable y se desencadenaron los llamados
"motines de subsistencia", pues la asonada no era por apoderarse del
grano, simplemente para que se abrieran los silos y se vendiera el grano al
precio corriente. En otras ocasiones también lo fue por el acaparamiento del
agua de riego, porque sin ella las "tierras de pan sembrar" no daban
su cosecha.
En el caso del motín de 1799 superó todas las
estrecheces humanas, fueron por «...las disposiciones adoptadas por el
comandante general Antonio Gutiérrez a favor de la extracción de granos desde
Gran Canaria hacia Tenerife...». Y en Telde, como en Arucas, Gáldar y la Ciudad, el pueblo llano al
toque de caracolas es convocado «... de suerte que era el número tan
copioso de gentes que no había hueco en la plaza (del convento de San
Francisco) y calle por donde transitar”, que se sublevan no de manera
irracional y espontánea sino como consecuencia de una situación crítica de
escasez y extracción de granos ».
La saca de granos de una isla para otra que está en
el fondo de todos los conflictos sociales de aquella época, y las competencias
del regimiento ahogaban las justas decisiones que pudiera tomar la Audiencia, por muy
justas que éstas fueran.
En el empeño de castigar a los amotinados siempre
son buscados los que hacían acopio de "caracolas", pues la
"caracola" se había convertido en el mayor enemigo de los coroneles
del regimiento, ya que conocían que "al toque de caracolas" todo el
pueblo se echaba a la calle a reclamar justicia. En todas las pesquisas
aparece:
«... el 16 ó 17 de junio le manifestó José
Manuel Morán, vecino de Telde y residente en su casa, que “un hombre viejo de
Teror o de aquellos altos” andaba solicitando caracoles para llevarlos a
los vecinos de Telde, “quienes se iban a juntar para que pareciera la cédula
que hay de la tasa porque no podían resistir lo caro de los granos pues no
podían comer los pobres” » (Ibídem).
Esta declaración indagaba el acontecimiento de «...
la noche del 24 de febrero de 1799 se levantan los vecinos del pago
de los Llanos de Telde que, al toque de caracoles y “grita de gentes”,
bajaban desde dicho pago formando “un gran tumulto de hombres y mujeres” que se
juntaron en la Plaza
delconvento de San Francisco, “esperando los del pago de Sendro y Tara, donde
también se tocaban caracoles”.
Si es éste el origen del topónimo, encontrar la
relación que tiene este lugar con los cercanos vecinos de los Llanos lo
pudiera ser por su proximidad, o lo pudiera ser porque desde aquí llegaban
hacia la costa pues «... “veían que continuaba la saca y extracción por la
playa o puerto de Melenara en el barco de Pedro Tovar...». Alguna relación
habrá en toda la oculta historia de esos tiempos de Telde para afirmar de que
así fue.
En toda esta imaginada crónica histórica sorprende
aún más, que sus vecinos celebren la advocación de San Ramón Nonato, a quien
según cuenta la tradición sus carceleros musulmanes martirizaron colocándole un
cerrojo en su boca para que no predicara, como si se hubiera tenido en el
recuerdo el silencio obligado que se impuso a los que se amotinaron contra al
hambre. En la actualidad como cuentan sus vecinos, el barrio está en paz, tranquilo y bonito. Las caracolas sonarán en la fiesta de agosto
en honor a su santo patrón.
Ya contó de
las costumbres aborígenes canarias el cronista teldense Tomás Arias de Marín y
Cubas: «... la barba crecida hasta el pecho en punta, los brazos labrados a1
fuego hasta la sangradera; llamábanse con unas bocinas de caracoles y
cuernos de cabrones largos y despuntados; traían rodelas largas y avadas,
hechas de drago, ajedrezadas de almagre, carbón y blanco;...». (Humberto Pérez, 2012).
1827 marzo 11.
Las acciones arbitrarias del prelado de la
iglesia católica Luís Folguera, el descontento por parte de determinados
sectores de la sociedad colonial tinerfeña, fue en aumento hasta el punto que
un ciudadano que momentos antes había abandonado la compañía de Baco, osó arrojar algunas piedras contra las
vidrieras de la casa de Su Ilustrísima. Este acto debió hacer aflorar los
miedos que el obispo venía acumulando desde su nombramiento para la sede
nivaríense, nombramiento que le obligaba a abandonar su querida Galicia, para
trasladarse una colonia africana y que el prelado al principio de su
nombramiento supondría habitada por salvajes.
El prelado fue
diligente en enviar un extenso informe al Gobierno de la Metrópolis, solicitando
el envío urgente de fuerzas militares expedicionarias para sofocar una revolución que sólo existía en la
mente calenturienta de su eminencia.
Atendiendo a
petición del obispo, el Gobierno ordena la movilización del Regimiento de
Infantería Albuera, 7º ligero, con el pretexto de que en Tenerife, debía unirse
a las fuerzas expedicionarias de castigo con destino al virreynato de México,
donde por cierto no pasaron de Tampico, y tuvieron que retirarse a La Habana. Este
Regimiento que estaba de guarnición en Ceuta, pasa urgentemente a la isla de
Tenerife con orden expresa de que se situase en La Laguna un destacamento.
La veteranía
de éste Regimiento, en sofocar rebeliones y alzamientos estaba suficientemente
demostrada en las actuaciones que el mismo había llevado a cabo en las colonias
americanas, donde era empleado como fuerzas de choque, es decir, de “machuco y
limpia”. Una de las vicisitudes por la que pasó el Regimiento tuvo lugar el 31
de agosto 1812, cuando era transportado en una fragata de gran porte con
destino a Montevideo (Uruguay). Por motivo de un gran temporal, la fragata
naufragó en el río de la plata y como consecuencia perecieron más de 600
integrantes del Regimiento, en la que sin duda fue la mayor tragedia marítima
habida en el río de la plata.
Casualmente,
estas fuerzas expedicionarias tenía prevista su actuación en la ciudad de
Montevideo, una ciudad que, como todos sabemos había sido fundada en 1726, por
colonos canarios (especialmente de Tenerife), siendo gobernador de Buenos Aires
Bruno Mauricio de Zabala. La ciudad fue concebida para frenar la penetración
portuguesa proveniente de Brasil. En el transcurso del tiempo, y con el
auspicio de los Británicos, formó un estado intermedio entre Argentina y
Brasil.
La labor
desarrollada por los canarios en el territorio que después sería la República Oriental
del Uruguay, desde sus comienzos hasta la consecución de su independencia en
1828, ha quedado bien patente en los grandes logros conseguidos por éste país,
en materia de educación, sanidad, industria y comercio, siendo uno de los
pequeños países americanos que cuentan con un menor índice de analfabetismo.
Al objeto de
armar a las milicias que pudiesen continuar fieles a Madrid, el Regimiento
transportaba 3.000 fusiles, cantidad de armas de que las milicias canarias
jamás habían poseído en toda su historia.
El Regimiento
aportó a Santa Cruz de Tenerife, el 11 de marzo de 1827, al mando del teniente
coronel mayor don Miguel Peirson, y por
los comandantes de batallón don Ventura de Córdoba y don Pedro Villanueva. Como
es habitual en estas acciones, las tropas y oficiales fueron aleccionados de
que tenían que enfrentarse a un pueblo salvaje, brutal y sanguinario, al que no
debían dar cuartel, así las tropas desembarcaron municionadas y armadas hasta
los dientes dispuestas a aplastar la revolución de los nativos.
Grande debió
ser el asombro de los expedicionarios al desembarcar en Santa Cruz, y encontrar
una ciudad totalmente pacifica, no debió ser menos el sobresalto de los
santacruceros al ver avanzar a aquel Regimiento y a sus individuos ir tomando
posiciones estratégicas en la ciudad.
El general
Uriarte capitán general y virrey de la “Provincia de Canarias”, acertadamente
ordenó retirar las fuerzas expedicionarias de las calles de Santa Cruz, y una
vez superado el susto y vuelta la calma a la ciudad, aprovechó la coyuntura
para distribuir las tropas como guarnición en todas las islas. En el reparto le
tocó un destacamento a la isla de la
Gomera, la que hasta la fecha no había tenido destacamento
fijo de las fuerzas regladas. Como en el ánimo de los ejércitos expedicionarios
españoles de la época imperaba la idea
de que, tanto los jefes como las tropas, podían saquear impunemente aquellos
territorios coloniales a donde eran destinados, algunos componentes del
Regimiento de Albuera no dudaron en llevar a la práctica esa norma a la menor
oportunidad. Así, el destacamento enviado a la Gomera, a las órdenes del teniente Pantaleón Guerra, individuo de
baja catadura moral como otros muchos jefes y oficiales del mismo Regimiento.
Acogido benignamente en su casa por don Domingo Roldán, el teniente Guerra, le
mostró su agradecimiento saqueándole la casa, compinchado con el patrón de una
embarcación pirata y con la mayor parte del destacamento abandonó la Gomera llevándose los
caudales de su benefactor.
De lo relajado
de la moral del mencionado Regimiento nos ofrece una muestra el hecho de que el
1 de abril de 1827, las tropas de este cuerpo se declararon abiertamente en
insubordinación al negarse a efectuar las maniobras ordenadas por sus mandos.
El motivo del plante fue debido a la
excesiva rigidez disciplinaria impuesta por el coronel jefe, ya que frecuentemente
los soldados eran apaleados por las más mínimas faltas teniendo que ser
conducidos al hospital con graves heridas y contusiones recibidas en los
castigos. Esta situación sirvió como pretexto, pero la verdad era que varios
oficiales con ideas ultra realistas deseaban sumarse al alzamiento de Cataluña,
plan que no tuvo éxito debido a la rápida depuración de los mandos
presuntamente implicados.
Como la
historia se repite, muchos años más tarde por la década de los ochenta del
siglo XX, los legionarios del tercio “don Juan de Austria” fueron destinados
como fuerzas de ocupación en la isla de Fuerteventura. Una vez que abandonaron
la ex “provincia” del Sahara, cayeron como plaga de langostas sobre la isla,
corrompiendo las hasta entonces buenas costumbres y alta moral de sus
habitantes. Los excesos cometidos por los individuos de este cuerpo fueron
tales y de tal naturaleza, que obligó a los políticos dependientes a salir a
las calles en unión de los vecinos en públicas manifestaciones, solicitando a las
autoridades de la metrópoli la retirada de la isla de este cuerpo militar.
Uno de los
muchos actos de bandidaje cometidos en la isla por legionarios, fue
protagonizado por un grupo de éstos,
quienes después de cometer una
serie de tropelías contra la población civil, robaron una embarcación con la
que abandonaron la isla. (Eduardo Pedro García Rodríguez., 2011).
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