ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI
DECADA 1551-1560
CAPITULO XXXI
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1555.
(La
Hacienda de Daute: 1555.1606)
El destino
del vino que exportan los Fonte —hay que tener en cuenta el autoconsumo y el
que se utilizaba como pago de deudas— es el nuevo continente, con el que la
familia mantiene una continuada y estrecha relación, —no siempre reflejada en
los protocolos— en varias facetas: exportadores, fletadores y aseguradores. El
primer documento referido a estas relaciones data de 1569. En ese año Gaspar
Fonte se asocia con Hernando Calderón, regidor y prestamista, con objeto de
fletar un navío que llevase vino a La Española. En la misma fecha envía vino con
Gerónimo Bello de Sotomayor, quien había tenido a su cargo cobranzas del
mayorazgo. En 1570 doña Marina da poder al comerciante tinerfeño Gaspar de
Arguijo, avecindado en Honduras, para que cobrase el procedido de 4 botas de
vino que había mandado a Indias. En 1581 Gaspar Fonte entrega 20 pipas de vino
a Cristóbal Sánchez de Melgarejo, piloto y dueño del navío «La Concepción», con igual
destino. A partir de 1585 y hasta 1594 el comercio familiar con América se
canaliza casi en su totalidad a través de Galderique Pagés, hijo de Gaspar
Fonte, tema que ya hemos tratado en un artículo, en el que se podrá comprobar
el apoyo financiero que Gaspar le presta y la intensidad de este tráfico.34
Sin embargo, hay ocasiones en que algún familiar —sobre todo doña Ana de
Ponte— prefieren una relación más directa. Así, ésta envía en 1591 3 pipas a su
cuenta y riesgo con Francisco de Lugo Cassaos, y en julio del mismo año manda
34 pipas de vino, 49 1/2 quintales de brea y 93 botijas de vinagre en el navío
«La Trinidad»,
encargándose de la comercialización en La Habana Juan Núñez,
mercader de Garachico. En 1594 doña Marina carga en el navío «Ntra. Sra. de
Candelaria» 20 botas de vino y 2 quintales de brea, con la particularidad de
que la mitad del navío, flete y aprovechamientos son de ella. Igualmente
participan en el comercio americano otros hijos de Gaspar Fonte: Marquesa,
Gerónimo... Por lo demás, remitimos al citado artículo.
Un aspecto interesante es el precio del vino.
Del análisis de los datos, podemos extraer dos conclusiones: lª) Hay un
importante aumento (los precios se triplican) entre el comienzo del período y
el final del mismo, lo que explica el interés por la expansión del viñedo; 2ª)
No hay una línea continua en el ascenso citado, y el tirón más importante
se produce a partir de 1585, coincidiendo con las coyunturas del tráfico atlántico-americano.
Hay que pensar que más que los titubeos en el precio del vino fuese la
importante presencia del comercio flamenco a partir de 1575 en esta zona lo que
explique la persistencia del cultivo azucarero.
1.2.
El comercio azucarero.
Así como el vino se dirige de modo casi
exclusivo a las Indias, el azúcar tiene tres puntos de recepción: Amberes,
Cádiz-Sevilla, Inglaterra (sobre todo los dos primeros). Los mercaderes son
extranjeros, sobre todo flamencos: Pedro de Olee, Pablo Reynaldos, Julián
Grave, Juan Ventrilla (Van Trille). Sin embargo, el más destacado es Pascual
Leardin, a quién ya lo hemos visto como arrendatario del ingenio, que actúan
como factor del también mercader flamenco establecido en Gran Canaria Daniel
Vandame (Van Damme). Leardin mantiene relaciones con los Fonte desde 1587, y a
partir de 1600 se convierte en único receptor de los azúcares, como pago a sus
préstamos y provisiones a la hacienda. Entre los mercaderes ingleses citemos al
famoso Thomas Nichols35, Tomás Pitel, Jofre López. El tráfico con
Cádiz y Sevilla se justifica ante todo por la parte de la zafra que pertenecía
a los Botti-Fonte, primero como coherederos y luego como acreedores. Este
azúcar lo comercializaban Jácome Botti y, a su muerte, sus herederos, interviniendo
de intermediario en la recepción el florentín Neroso del Nero. En varias
ocasiones se concierta con un solo mercader la venta de toda una zafra. El pago
se les hacía en gran medida en ropas, y el resto en contado o con una letra de
cambio. En algunos casos servía para liquidar parte de deudas con un mercader,
de forma que se recibe cierta cantidad de dinero meses antes de la zafra.
Añadamos que Gaspar Fonte interviene como asegurador en el transporte marítimo
de este producto a Cádiz.
En cuanto a los precios, aunque no tenemos una
serie para todo el período, podemos cubrir unos 25 años con datos
exclusivamente de protocolos.
Todos los precios están referidos a arrobas,
excepto la remiel que se mide en botas. Es claramente perceptible un alza (7
1,4%) en el azúcar blanco, que es el que marca la pauta. En el primer
quinquenio de la de-cada de los 90 hay una ligera baja para luego pasar a una
estabilización en el tránsito de una a otra centuria y un aumento en los
primeros años del 5. XVII. El no poder disponer de series para el resto del
siglo nos impide hacer afirmaciones rotundas sobre la evolución de los precios
y, consiguientemente, del cultivo azucarero. Pero teniendo en cuenta que en
1520 el azúcar blanco se vende a unos precios que oscilaban entre 650 y 700
mrs., podemos lanzar la hipótesis de un estancamiento de los mismos entre 1530
y 1560, aproximadamente. Enlazando con lo dicho antes respecto al vino, si bien
éste sustituye al azúcar como cultivo dominante, no acaba ni mucho menos con su
presencia, como se ha podido comprobar en el apartado dedicado a los cultivos.
Es más, sabemos por otros datos —que configurarán un próximo artículo en
relación con los ingenios— que hay un renovado interés por esta industria, al
menos en la Isla Baja,
en la década de los 80. Eddy Stols, que ha estudiado el tráfico del azúcar
canario con los Países Bajos desde las fuentes flamencas, afirma que aquél se
defendió mejor de lo que se piensa. Lógicamente, a los mercaderes flamencos les
interesaba seguir manteniendo el comercio con Canarias para lograr introducir
sus productos a cambio del azúcar, dedicándose al comercio canario-sevillano y
americano.36 En la alta cotización del producto debió influir la
escasez de ingenios y la baja producción, sobre todo en Tenerife por esas
fechas, y la acuciante necesidad para los propietarios de mantener el margen de
beneficio ante el aumento de costos, que iba desde los salarios hasta el alza
en los fletes pasando por el acarreto. Desde luego, el viñedo exigía menos
gastos y podía cederse fácilmente en censo. En estos años de tránsito, los
propietarios acuden a la fórmula de comprar cañas, a otros agricultores, con lo
que se aprovechaban de la coyuntura alcista en los precios sin arriesgarse a
una reconversión de los cultivos que debían ver con desconfianza.38
1.3.
El comercio de la seda.
Sólo tenemos algunos datos mencionados en las
cuentas de Amaro. En 1598 se venden —y parece que es la producción total— 33 libras de seda fina y
3 de seda basta, a 48 rs./l. la primera y 24 rs./l la segunda, suponiendo un
ingreso de 81.072 mrs. En 1599 la venta, que se especifica corresponde a toda
la seda producida ese año, es de 36
lbs. de seda fina a 45 rs./l., sumando 77.760 mrs. Los
comerciantes que la adquieren son Guillermo Duarte y Bartolomé González, vecino
de Garachico.
2.
El aprovisionamiento de la hacienda.
Nos
ceñimos de modo exclusivo a aquellas compras de que tenemos contrato con nombre
de mercaderes, condiciones de pago, etc., pues las que aparecen en las cuentas
sólo proporcionan cantidad y precio (ya nos hemos referido, aunque de forma
global en el apartado de gastos). Por otra parte, exceptuando el material para
el ingenio, hay coincidencia en los principales productos adquiridos: pescado,
ropas, aceite y trigo. La compra de ropas representa unos gastos considerables,
tratándose generalmente de ropa «sorteada», de calidad mediocre. Los mercaderes
más citados son: Cristóbal Ruiz, almojarife, con quien se mantienen también
tratos financieros; Francisco de la
Cerda, portugués; Pedro Huesterlin (o Westerling), flamenco;
Felipe de Daysel, flamenco; Pedro Blanco, de la misma nacionalidad; Pablo
Reynaldos, francés; Francisco de Coronado, regidor; Nicolas de But, Flamenco;
Pedro Gil, vecino de La
Orotava; Juan Núñez, vecino de Garachico. Es frecuente el que
el contrato sea por varios productos (trigo, centeno, ropas...) y contenga un
préstamo en dinero. Entre los proveedores de ropa y dinero destacan los
flamencos. En el caso de que la deuda no fuera muy elevada, el pago se estipulaba
en un plazo inferior a un año, entre abril y julio, coincidiendo con la zafra
azucarera, que continuamente es hipotecada como garantía. Sin embargo, lo más
normal es que no se respetase ese plazo y se tardase alrededor de dos años en
liquidar la deuda, acumulándose nuevos préstamos o compras con restos de
deudas. Ello hacía que los finiquitos fuesen de envergadura: Gaspar Fonte es
alcanzado por Reynaldos en 1583 por 1.080.302 mrs. La forma de pago es
variable, con bastante peso de las entregas en especie, especialmente de azúcar
(en el finiquito citado antes el azúcar representa el 69% del pago). En
ocasiones se recurre a la cédula de cambio o al pago en dinero de parte de la
deuda.
VIII. LOS PRESTAMOS Y CENSOS AL QUITAR.
Como se ha
indicado, el tema de los préstamos está muy unido al de la adquisición de
mercaderías para la «fabricación de la hacienda». Era vital disponer de capital
para afrontar los costos de las zafras, de ahí la frecuencia con que recurren a
mercaderes-prestamistas. Los financiado-res son casi coincidentes en su
totalidad con los comerciantes nombrados más arriba: Núñez, Cristóbal Ruiz,
Pedro Gil, etc., añadiendo a Pedro Jaymes del Monte y los hermanos Martín de
Alzola (regidores). Tampoco hay uniformidad en la forma de pago, pues hay
finiquitos en los que más del 50% se abona en contado o mediante el pago
a un acreedor, y otros en que la mitad —e incluso la totalidad— de la deuda se
amortizan en especie (azúcar, vino). Se trata, en general, de adelantos sobre
la mercancía que se recibirá al acabar la zafra, por lo que no hay interés.
Este sí existe en otra forma de financiación: los censos al quitar. La cantidad
aportada en estos censos oscila entre 100.000 y 670.000 mrs., y el rédito es a
razón de catorce mil el millar (7,14%). Como garantía del pago del interés
anual se hipotecan tributos perpetuos de vino. Los prestamistas son personas
con alguna relación familiar, labradores acomodados, el convento de S. Diego de
Garachico, censatarios... En el caso de estos últimos, se les paga con su
tributo y el de otros censatarios. (José
Miguel Rodríguez Yanes)
1555.
El segundo suceso memorable de
aquel año 1555 fue el ataque de Nicolás Durand de Villegaignon a Santa Cruz de
Tenerife.
La personalidad de Villegaignon
es tan destacada en la historia de Francia, que su vida merece los honores de
un breve comentario.
Había nacido este ilustre marino
del siglo XVI en la villa de Provins, siendo hijo de Louis Durand, señor de
Villegaignon, y de su mujer Jeanne de Fresnoy; Su relación de parentesco con el
gran maestre de la Orden
de San Juan de Jerusalén, Villiers de L'Isle Adam, le llevó a enrolarse como
caballero en las empresas militares de dicha Orden, tomando parte en la
expedición de Carlos V a Argel y en la campaña de Hungría contra
los turcos.
Más adelante, reintegrado a su
patria, combatió en la batalla de Cerisoles e intervino a las órdenes de Leone
Strozzi, frente a 1os ingleses, en defensa de María Estuardo, contra las
pretensiones de Enrique VIII de apoderarse de la Princesa para evitar su
unión con el primogénito de Enrique II de Francia. Su brillante actuación en
esta operación naval le valió el título de vicealmirante de Bretaña.
Años después, Nicolas Durand
volvió al servicio de la Orden
de San Juan, y tomó parte en diversas operaciones militares, hasta que las por
segunda vez a su patria de nacimiento.
Entonces Villegaignon, protegido
y amparado por el cardenal Bellay y el condestable Montmorency, volvió a
representar en la corte de Enrique II el gran papel que le correspondía como
soldado, marino, diplomático e historiador de sobresalientes dotes en cada una
de estas actividades.
Sin embargo, un hombre de su
talla, en el que se unían el espíritu aventurero con las dotes de organizador;
no podía bien avenirse ni con las intrigas palatinas ni con la monotonía de la
vida cortesana. Así no es de extrañar que las primeras le fuesen distanciando
de la persona del monarca y la segunda crease en su espíritu el deseo de las
más extrañas aventuras.
La expedición al Brasil para
disputar a Portugal el dominio de aquel vasto teiritorio, fué la empresa que
atrajo a Nicolas Durand de Villegaignon a partir del año 1554 y al servicio de
la cual puso toda su actividad y entusiasmo, bien probados en otras ocasiones.
El Brasil tenía para los franceses
en aquel siglo una singular atracción. Los historiadores de este país disputan
a los portugueses la precedencia en el arribo a sus costas, suponiendo que los
marinos bretones fueron los primeros que desembarcaron en aquellos parajes. En
1503 un hecho casual condujo también a aquella ribera al navío de Honfleur
L'Espoir, mandado por el capitán Binot Paulmier de Gonneville, en cuyas tierras
permanecieron los navegantes normandos por espacio de varios meses. Años más
tarde, en 1530, el barón de Saint-Blancard, general de las galeras del rey
Francisco I, envió al Brasil una expedición mercantil, a bordo del navío Le
polerine, para establecer en este territorio una factoría fija, que Jean
Dupéret organizó en las proximidades de Pernambuco, en la isla de Saint-Alexis.
Dicha factoría desapareció al año siguiente por la acción militar de los
portugueses, tras un largo asedio.
Así, pues, se ofrecía a
Villegaignon en 1553 la ocasión de atar los cabos de aquellas interrumpidas
relaciones, paseando otra vez por el continente americano el estandarte de las
lises.
Pero en aquellos años para
organizar cualquiera expedición en Francia era preciso contar con la
benevolencia del almirante Coligny; y Villeigaignon, pese a su más o menos
ferviente catolicismo, no vaciló en ofrecerle al almirante un refugio de paz y
tolerancia en la nueva colonia para sus
partidarios, los hugonotes franceses. Nicolas Durand ganó de esta manera,
indirectamente, el apoyo del Rey; pero a costa de condenar de ante mano al
fracaso sus proyectos de colonización.
Preparada la expedición con
extraordinario secreto en el puerto de El Havre; aprovisionados y listos dos
navíos del Rey de 200 toneladas cada uno y un galeón de escolta para las
provisiones, los navegantes franceses se pusieron en marcha el 12 de julio de
1555.
Acompañaban a Villegaignon, como
figuras destacadas, su sobrino Bois-le-Comte, los sacerdotes Jeann Cointa y
André Trevet y los hugonotes Nicolas Bané, La Chapelle, De Boissi y
Thovet.
Mas apenas se habían internado
los navíos en el mar cuando una violenta tempestad les obligó a buscar refugio
en el puerto de Dieppe, donde permanecieron tres semanas entretenidos en la
reparación de los bajeles, hasta e114 de agosto de 1555, en que pudieron
hacerse de nuevo a la mar.
La travesía fue entonces
tranquila por el Atlántico, pues recorrieron en el espacio de quince días la
distancia que separa el puerto normando de las Islas Canarias. El 1 de
septiembre de 1555 Villegaignon se hallaba con sus navíos a la vista del puerto
de Santa Cruz de Tenerife. Estos, al decir del gobernador don Juan López de
Cepeda, eran "tres galeones y dos
galeazas".
El pirata francés Nicolas Barré
en su Relación epistolar del viaje asegura que la flota buscaba en Tenerife
agua y vituallas y que se acercó al puerto pacíficamente, desde donde se le
disparó con nutrido fuego; pero López de Cepeda asegura, en cambio, que la
escuadra francesa inició desde el primer momento el ataque.
Todos los canarios, sin
excepción, lamentaron la ausencia de don Alvaro
de Bazán o el retraso con que llegaba la escuadra francesa, que les
impedía presenciar un encarnizado combate, al que hubiese seguido, de seguro,
el triunfo de Bazán, superior en pericia y fuerza al marino francés.
La flota enemiga inició, como
hemos dicho, el ataque disparando sobre el puerto y la fortaleza, que iba a
recibir aquel día su bautismo de fuego.
Traslucíase,
además, el propósito de desembarcar en la isla, pues asegura Cepeda que en las
naves se veía "buena copia de gente
y lucida de coseletes".
Acudieron entonces las milicias a
impedir el desembarque, al mando del gobernador; y la fortaleza principal puso
en juego su escasa artillería-dos sacres y un pedrero-con tal tino que la
galeaza almirante perdió de un disparo su arboladura, y de un segundo que con el
mismo cañón se hizo le provocaron los artilleros canarios una enorme vía de
agua.
Los demás galeones franceses
tuvieron que acudir precipitadamente en su auxilio para evitar el hundimiento;
y levando anclas, desaparecieron todos de la vista de la isla.
Así terminó el ataque de Nicolas
Durand de Villegaignon a Santa Cruz de Tenerife en 1555; corto de duración,
pero glorioso de resultados. La fortaleza se apuntaba un primer tanto en su
haber, que años después seguiría reverdeciendo en gloriosas acciones.
La flota francesa derivó entonces
hacia las costas de Guinea, para atravesar el Atlántico y arribar al Brasil el
3 de noviembre del mismo año.
Durand de Villegaignon desembarcó
en tierra, y en una isla de la bahía de Río de Janeiro echó los cimientos del Fuerte
Coligny.
Francia había logrado, por fin,
un establecimiento fijo en el Brasil pero pronto tendremos ocasión de ver el
rotundo fracaso que constituyó su intento de colonizar en aquel trozo del
continente americano. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)
1555.
Desde las costas de España solían
organizarse también alguna vez que otra expediciones a Berbería para cautivar
esclavos, y una de ellas fue la de 1555, que bajo el mando del capitán
Francisco de Solórzano se hizo a la mar en el Puerto de Santa María y había de
provocar indirectamente la intervención altruísta de la flota canaria al año
siguiente.
Los expedicionarios se alejaron
de las costas andaluzas con dirección a Tenerife, donde se detuvieron por corto
espacio de tiempo para avituallarse de víveres, proveerse, de buenos pilotos
conocedores de Berbería y alistar aventureros. La flota andaluza, cuya
tripulación era casi en su totalidad jerezana, zarpó de Santa Cruz en junio de
1555 con dirección a Río de Oro, y si bien la travesía fué en extremo feliz,
pues llegaron los tres
navíos de la flota y la zabra que
les daba escolta sin contratiempo al continente, pronto fueron a caer en una
celada tendida por los moro. Cuando Ilevaban los andaluces nueve días de,
navegación y habían dejado atrás el promontorio de cabo Blanco, se acercaron
confiados a Angla de Santa Ana (una de las bahías del gran banco de Arguin),
donde desembarcaron para hacer sus presas. Apenas habían cautivado a algunos
indígenas cuando cayeron sobre ellos los naturales como verdadera tromba,
luchándose por ambas partes con singular denuedo hasta dejar el campo cubierto
de cadáveres. Ningún español pudo escapar a la refriega, pues el que no fue
muerto o herido cayó prisionero, con pérdida total de los navíos y su
cargamento.
Las noticias del desastre se
fueron recibiendo en Canarias tardíamente por boca de pescadores portugueses, y
ya el 19 de septiembre de 1555 se lamentaba don Rodrigo Manrique de Acuña a la
princesa doña Juana, en una de sus cartas, de la catástrofe, asegurando que
otra segunda expedición que para ese año preparaban en Lanzarote y
Fuerteventura había quedado al instante suspendida y que no había otra manera
de acabar con aquellas anárquicas empresas que facultar a los gobernadores para
con su licencia autorizar o denegar dichas expediciones. (En: A. Rumeu de
Armas, 1991).
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