viernes, 5 de abril de 2013

ALONSO FERNANDEZ DE LUGO VERSUS VALERIANO WEYLER NICOLAU. VI






(El esqueleto de Alonso Fernández de Lugo)

Eduardo Pedro García Rodríguez



CAPITULO VI





   La tumba lagunera de Alonso Fernandez de Lugo

   Sobre este particular vamos a seguir al investigador canario, doctor Manuel A. Fariña González en sus aportes y anotaciones a la obra de don Juan Bethencourt Alfonso Historia del Pueblo Guanche, tomo tercero, quien refiriéndose al expediente incoado por el Ayuntamiento de La Laguna para localizar los restos óseos del capitán de los invasores nos dice:

   “Como punto de referencia socio-político debemos recordar el fervor nacionalista español y los acontecimientos de política internacional que se estaban desarrollando en nuestro continente africano (ocupación de Tetuán, el 17 de Febrero de 1860; la firma del tratado Wad-Ras, de 25 de Abril de 1860, etc.). Fruto de esta política de enfrentamiento con Marruecos, se despertaron los viejos demonios de la lucha contra el infiel africano...; por ello vale la pena citar las palabras de Manuel Tuñón de Lara, quien a propósito del análisis realizado sobre esta época nos dice: “...y más fácil aún, despertar una oleada de frenesí nacionalista, de lucha contra el “infiel”, etc., dirigida con maestría...”. [La España del Siglo XIX. Barcelona: Ed. Laia, 1974; pág. 163]. (Manuel A. Fariña González, 1997)

   En este contexto el 14 de julio de 1860 siendo alcalde de la ciudad (La Laguna) Tomás Martel Colombo se inicia en dicho Ayuntamiento un expediente para el traslado del supuesto esqueleto de Alonso Fernández de Lugo a la Catedral lagunera, según recoge el citado Manuel A. Fariña: “Esta decisión fue adoptada a instancias de dos canónigos del referido templo catedralicio y otras notables personas que se habían dirigido al Ayuntamiento: ...manifestándole el deseo de que se busquen los restos del Adelantado Mayor D. Alonso Fernández de Lugo, cuyo cadáver fue sepultado en la Iglesia del Stmo. Padre San Francisco... (Archivo Histórico Municipal de San Cristóbal de La Laguna. Expediente para el traslado de restos mortales de Alonso Fernández de Lugo a la Catedral de La Laguna. E-XVIII-30, folº. 1).

   Tras conocer Weyler el expediente de 1860, se identificó rápidamente con la causa, quizás recordando los pasados acontecimientos africanos o que veía en la figura de Alonso Fernández de Lugo el modelo a seguir con respecto a Canarias. (Manuel A. Fariña González, 1997)
   Es conocida la costumbre antigua en el ámbito cristiano de enterrar a la feligresía pudiente en los propios templos parroquiales o en los conventos, en combinación con un cementerio adosado a los mismos destinado a los más pobres y para cuando se producían  epidemias. En todo caso enterrarse en el cementerio era de pobres, como atestiguan: "...por ser solos los de los más desvalidos y pobres de los pueblos, y sepultarse en las iglesias  quantos al morir tienen algun caudal conque poder satisfacer su entierro".
   El ideal religioso cristiano que les llevaba a pensar que estar enterrados en un lugar sagrado, o lo más próximo a él, les acercaba a su morada eterna, mantuvo durante siglos los cementerios en el centro de los pueblos. La visión diaria de los mismos constituiría, sin duda, un recordatorio para sus habitantes de la brevedad del paso por la vida y de la necesidad de prepararse para la eterna que creían les esperaba.
   Las preferencias de los fieles por ser enterrados en determinados templos fue causa de no pocos enfrentamientos entre el clero regular y secular, y no precisamente porque unos u otros compitieran por ofrecer mejores ritos o servicios en beneficio de las almas de los difuntos, sino porque ambos pretendían acaparar la mejor parte del suculento negocio en que la iglesia católica había convertido la muerte, no sólo por las tarifas de enterramientos sino por las mandas “pías” testamentarias de los fieles pudientes y  los legados a favor del clero a que en muchas ocasiones eran forzados los moribundos.
   Vemos algunos ejemplos:
   “Mandas Episcopales de 1666.
   “Que los párrocos procuren se abran por la justicia secular los testamentos, porque si los pobres difuntos dejaron sufragios a perpetua o “ad tempore” si han estado en el purgatorio por el descuido de no cuidarse de ello”.
 
         “Que no salga la cruz de la parroquia a buscar el difunto sin que primero esté el testamento en poder del colector o del párroco”.
 
   “Que los herederos y albaceas, cuando el que muera tiene bastante hacienda, sean  liberales en sus sufragios”.
 
“Cuando el que muere debe más que lo que tiene, si los herederos o albaceas piden pompas fúnebres, se les contestará que lo paguen ellos de su casa”.
 
“Funerales. Póngase en público, tabla de sus derechos”.
"...percibe la Yglesia de cada uno que se entierra dentro de ella, de los adultos 25 Rs y por mitad de los párbulos, pero son poquísimos los (párvulos) que se entierran dentro". (año1771)
   Adagio episcopal: “Párroco con miedo, perro sin provecho; perro que ladra, guarda la cabaña”.

   Y, aunque se dice que la muerte a todos iguala, incluso aquí estableció la Iglesia católica diferentes tipos de funerales. Había entierros de 1ª, 2ª y 3ª y hasta de 4ª clase que, amén de la parafernalia escénica, establecían la calidad de la caja, el número de sacerdotes y monaguillos. Todo ello con sus tarifas diferenciadas.

   Sana, piadosa y desinteresada tradición sostenida por el clero católico hasta que los enterramientos y cementerios pasaron a ser competencias de los municipios, no sin la tenaz resistencia de la iglesia católica que veía como esta importante fuente de ingresos económicos se escapaba de las manos.
 
 
 Tacoronte, Chinech (Tenerife).

   En nuestro siglo (principios del s. XX) aún conservaban los frailes, la piadosa costumbre de exigir a los moribundos algún legado o manda en que quedaran obligados los herederos, a depositar todos los años, el día de finados, sobre el sepulcro, cierta cantidad de los mejores frutos de sus fincas; tales como pipas de vino, quintales de queso, etc. que eran cuidadosamente recogidos por los, frailes.
 
   Candelaria, Chinech (Tenerife).

    Libro de mandatos episcopales. Obispo fray Joaquín de Herrera. (1781) “Que a todos los que murieron abintestato, les averigüe sus bienes,  les haga gastar el quinto, en funeral y sufragios para su alma”.
 
   San Miguel-Arona-Chinech (Tenerife).  

  Cuando se morían, las personas se le ponían a la vera y lo exhortaban (frailes y curas) a dejar al convento fincas determinadas, “para que murieran bien”. (Bethencourt Alfonso, 1985:254)

   Algunas consideraciones en torno al esqueleto de Alonso Fernandez de Lugo
 
   “Como el paso del tiempo borra casi todo, los referidos restos mortales se hallaban enterrados en el solar de la antigua iglesia de San Miguel de Las Victorias, del convento franciscano. Dicho solar se había convertido en huerta, cuyo propietario era don Juan Manuel de Foronda, y debido a que los supuestos huesos del  capitán no podían continuar durmiendo el sueño eterno a la sombra de un pencón de tuneras, se iniciaron los trámites de su traslado “para depositarlos en paraje más digno”.

   El hallazgo del sepulcro en que supuestamente se encontraba enterrado Fernández de Lugo, fue presenciado por un numeroso grupo de personas (entre regidores, canónigos, nobles y demás representantes de la sociedad criolla isleña eran veintiún individuos), a lo que hay que añadir la asistencia de algunos testigos espontáneos de tales excavaciones; en definitiva, se convirtió este episodio en un acto social inesperado.

   Después de varios intentos, teniendo en cuenta las disposiciones testamentarias del Adelantado, más la ayuda inestimable de la tradición oral conservada por dos ancianos testigos que habían asistido a misa en la antigua iglesia del Cristo de La Laguna, se halló la sepultura en el presbiterio del citado templo.

   “18 de Junio de 1860... Se encontró, como en el centro del Presbiterio, un sepulcro que aunque ya no conservaba loza alguna...afortunadamente se encontró en él un fragmento de loza negruzca jaspiada, y el esqueleto de un seglar... por lo que no dejó duda a los circunstantes, según los precedentes, de que aquellos eran los restos mortales que con tanto empeño buscaban los habitantes de esta población para depositarlos en paraje más digno a la memoria y méritos relevantes de la persona a quien correspondieron...”. (Archivo Histórico Municipal de San Cristóbal de La Laguna. Expediente para el traslado de restos mortales de Alonso Fernández de Lugo a la Catedral de La Laguna. E-XVIII-30, folº. 16/17).

   El supuesto esqueleto de Lugo, quedó depositado en una caja de caoba (al parecer fue de pinsapo) en uno de los armarios de la sacristía del clausurado convento de San Francisco.           
   Durante más de veinte años, permanecieron tales restos humanos en el citado armario m hasta que el general Valeriano Weyler, en 1878, como Capitán General de Canarias instó al Ayuntamiento de La Laguna y a otras entidades patrióticas, por ejemplo la Sociedad Económica de Santa Cruz de Tenerife, para reactivar la tramitación del antiguo expediente. (Manuel A. Fariña González, 1997)

   En definitiva, en el mes de Noviembre de 1880, el Ayuntamiento de La Laguna creó una Junta para ultimar el proyecto de traslado de restos, en la que estaban representados no sólo el Ayuntamiento, sino también el Cabildo Catedral, Claustro de Profesores del Instituto Provincial, Cuerpo de Oficiales del Batallón y la Sociedad de Amigos del País de Tenerife.

   “Por su parte el Capitán General reclamaba su cuota de protagonismo político en el desarrollo de la celebración; por un lado, a través del escrito (fechado el 26 de Julio de 1881) manifestaba a la Junta organizadora: “ ...la conveniencia de que por este A yuntamiento se designe una persona que de acuerdo con un Ayudante de Plaza que su Excelencia nombrará, señalen de una manera precisa el orden en que deben marchar las Sociedades, Comisiones y Corporaciones que han de concurrir a la solemne función cívico-religiosa y procesión fúnebre. Por otro, desde la Capitanía General se ordenó que se rindieran honores fúnebres de Capitán General del Ejército que fallece en plaza, a los restos del conquistador.” (Manuel A. Fariña González, 1997)
   En definitiva, el día 1 de Agosto se procedió al traslado de los supuestos huesos de Alonso Fernández de Lugo, desde el convento de San Francisco a la Catedral de La Laguna, según se plantea en el expediente, la capilla ardiente se había establecido en la iglesia del convento, en cuya nave se levantó un pequeño túmulo, estando todo presidido por la imagen del Cristo de La Laguna que había sido una donación del duque de Medina Sidonia al referido Alonso Fernández de Lugo.
   Esta claro que ante la grabe situación por la que pasaba la corona española con los restos de su imperio colonial en América, la burguesía dependiente colonial de canarias se esforzó una vez más por demostrar a la metrópoli su indiscutible españolidad e inquebrantable fidelidad, espoleada como hemos visto mas arriba por la actuación dictatorial del general Weyler, a quien ofreció en ara de las “glorias patrias” el rescatar la memoria del masacrador de pueblos Alonso Fernandez de Lugo.
Como apunta Manuel A. Fariña: “Recordemos que en Canarias, el prototipo de conquistador de infieles estaba representado por Alonso Fernández de Lugo quien no sólo había culminado, en el siglo XVI, el sometimiento de la población guanche de La Palma y Tenerife, sino que también había realizado desde las islas, algunas incursiones de conquista y penetración militar a la región de Berbería y Santa Cruz de la Mar Pequeña.” (Manuel A. Fariña González, 1997)
   Los restos óseos depositados en la Catedral de La Laguna ¿corresponden realmente a Alonso Fernandez de Lugo?
   En un principio Alonso Fernandez de Lugo había previsto su sepultura en la ermita que había mandado a construir en La Plaza de Abajo y dedicada a San Cristóbal, pasando el tiempo y posiblemente inducido por los lazos que su familia mantenían con la congregación Agustina en Andalucía, o bien porque entendió que los méritos que él atribuía a su propia persona merecían que su tumba estuviese ubicada en un lugar mas relevante que una simple ermita, así que cambio de parecer y ordeno la construcción de una nueva sepultura y capilla mayor en el convento de los franciscanos en La Laguna, tal como dejo dispuesto en su testamento: “ Iten mando mi cuerpo a la tierra de cuya naturaleza dios lo crio y que sea enterrado en la capilla mayor del monasterio de san miguel de las vitorias de la virgen de la orden de san fransisco desta cibdad siendo acabada al tpo donde no mando q entre tanto este depositado mi cuerpo donde oy esta el altar mayor en lugar conveniente y luego q la dha capilla mayor fuere acabada sea trasladado mi cuerpo en el lugar de la dha capilla que yo quisiere e mandare o donde mis albaceas testamentarios esecutores desta mi postrimera voluntad ordenaren y mandaren.”
   Pero según recoge Fr. Luis de Quirós sus herederos no cumplieron la orden testamentaria de donación de limosnas, por lo que la capilla mayor no se llegó a terminar hasta 1599, año en que se cumplió su testamento.
   Este tipo de sepulturas consta de una fosa, generalmente tiene carácter familiar y están concebidos para albergar varios cadáveres y suelen disponer de un pequeño nicho u osario donde se depositan los huesos de los antecesores, la fosa de Alonso de Lugo indudablemente estaba sujeto a esta tipología ya que algunos de los descendientes de sus parientes dispusieron ser enterrados en la misma.
   José de Viera y Clavijo en nota al pie de página del tomo 3º de su Noticias de la Historia General de las Islas de Canaria (Edición Príncipe, libro duodecimo, página 1), recoge refiriéndose a Inés de Herrera hija Inés de Bobadilla y Hernán o Fernán Peraza, y esposa de Pedro Fernández de Lugo: “Está sepultada en el sepulcro de su suegro, en el Convento de San Miguel de las Victorias de La Laguna.”
   Según se lee en el testamento de Dña. Francisca de Lugo, mujer de Lope Hernández de la Guerra, otorgado en La Laguna y abierto el 14 de mayo de 1609 ante el licenciado Agustín de Calatayud y que dice:
   "Iten mando que, cuando Dios sea servido de llevarme de esta presenta vida, mi cuerpo sea sepultado en el Convento del seráfico padre San Francisco, de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, en la sepultura de mi abuelo don Alonso de Lugo, que está en la capilla mayor de dicho convento, a donde está una loza de piedra, la cual embiste con el primer escalón de las escaleras que suben por ella a decir misa al altar mayor del dicho Convento."
   Como era habitual en la época, otros muchos colonos fueron enterrados en el templo del convento franciscano, como por ejemplo el portugués Pedro Suárez: "En el nombre de Dios, amén. Sepan quantos esta carta vieren como yo Pedro Suares  zurrador, estante en la ysla de Then., vº. de San Pedro de Sar, que es en Portugal, estando enfermo del cuerpo e sano de la voluntad etc., otorgo e conosco por esta presenta carta etc. e mando que sy de este mal que yo agora padezco falleciere que mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de San Francisco…"
   El 28 de Julio de 1810, en el convento de San Francisco se produce un terrible incendio que comenzó por el campanario para seguir con la techumbre, lo que provocó que lo primero que se intentó salvar, fuera el Santísimo Sacramento y sobre todo la imagen del Cristo de La Laguna, que fue rápidamente trasladado a la parroquia de los Remedios (actual Catedral).
   El incendio  destruyó totalmente el edificio quedando en pie solamente la espadaña que permanece en el actual Santuario del Cristo de La Laguna.
   Como consecuencia de este incendio  los restos cremados de Alonso Fernández de Lugo y de todos los sepultados en dicho convento, quedaron al descubierto, en un estado de total abandono.
   El nuevo convento comenzó a levantarse en 1814, con una ubicación distinta al anterior, terminándose aproximadamente en 1822.
   A modo de resumen.
En el maderamen de las edificaciones de esa época abundaba la tea de pino, madera muy resinosa y que cuando arde provoca elevadas temperaturas, normalmente en los templo además de la techumbre, escaleras, entarimados y puertas se suele concentrar gran cantidad de madera en los altares mayores pues suelen ser los más ricos y ornamentados. Por consiguiente, un incendio en un edificio de estas características genera temperaturas superiores a los

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