Año1848.
[…]
A causa de su salud, los médicos aconsejaron a Mr. S. que
fuera a Madeira; allí obtuvo cierta mejoría, pero después de
algún tiempo vino a Tenerife, donde más tarde se encontró lo
suficientemente bien como para pensar en visitar Inglaterra. Así
lo hizo y al mismo tiempo se casó con una excelente e inteligente
señora, regresando de nuevo al Puerto. A pesar del hermoso paisaje que lo
rodeaba y de tener un cielo siempre luminoso sobre
su cabeza, naturalmente "a un distinguido hombre de
Cambridge" nada le podía parecer mayor destierro que esta isla.
Sin embargo, había vivido durante muchos años aquí, tantos como para ver
crecer a sus dos hijos alejados de la dirección de su
familia. Y por este motivo, su señora parecía ansiosa por hacer
de estos disturbios un motivo para romper el encanto que los
había hecho desterrados durante tanto tiempo. Sin embargo, según pude juzgar,
estos jóvenes parecían especialmente adelantados.
Con respecto a uno de sus conocimientos, yo puedo hablar
con seguridad: eran músicos admirables; y mientras estaba sentado escuchando
con el mayor placer una actuación familiar, sólo sentía pesar de
que esta casa, que tenía algo de romántico a su alrededor, fuera
a ser abandonada muy pronto, probablemente por una humeante
calle de Londres y por las flemáticas sociedades de
nuestra abarrotada isla.
"¿No
cree que cuando esté en Inglaterra, si estos disturbios
políticos lo asustan, usted lamentará a menudo haber abandonado
esta quinta, su jardín incomparable, este sol y la tranquilidad
de La Paz?"
"Nosotros
pensamos con frecuencia en ello, pero aunque en el
Puerto hay parte de la buena sociedad española, como la
familia del Marqués del Sauzal, esto no compensa la sociedad
inglesa, tal y como uno ha estado acostumbrado; además, existe
una necesidad evidente de estar seguros en Inglaterra antes de
que se vuelva imposible ir".
"Yo
no creo la mitad de esa historia acerca del asesinato de Luís
Felipe y, si es cierta, no puede haber un lugar más seguro en el
mundo que el Valle de La Orotava; si el mundo está llegando
a su fin, es sólo la parte europea de él; estoy seguro que ésta
es la parte más inocente y primitiva; el verdadero lugar de
todos para formar, uno puede imaginar, en estos días de republicanismo
una república modelo".
"No
tan primitivo, sospecho, como para que usted logre convencernos.
En primer lugar, la religión está en un estado muy
deplorable y degradado y yo supongo que usted no afirmará
que esto pertenece a un primitivo estado de cosas. En esta isla
había cerca de cuarenta iglesias, entre treinta y cuarenta monasterios
y conventos, y ciento treinta ermitas; yo no digo que sea
algo malo que se haya suprimido la mayoría; en cada cueva guanche tiene que
haber vivido un soñador, pero ahora la reacción ha seguido
terriblemente otro camino".
"Supongo,
en cuanto a esto, que Tenerife y toda España parecen un
país olvidado. Creo que la iglesia de España está en un estado
de transición y que ella renacerá de sus propias cenizas para
volverse realmente más útil que antes".
En
alguna forma como ésta, el grupo conversaba en La Paz sobre el absorvente tema del momento.
Orgullo
e indolencia son las características de los españoles y este
es el motivo por el que España está completamente incapacitada
para ser una república. Si uno puede
especular, las
Islas Canarias formarían una pequeña y bonita república, ya que las siete
islas son aproximadamente del tamaño de siete condados ingleses. Sus ventajas locales son verdaderamente muy grandes: la gente es
viva y optimista y no desprovista de un espíritu emprendedor y afición por la literatura. No
es que alguien que respeta la antigua gloria de España,
o que desea que una zona tan importante de Europa como es la Península conserve parte de
su legítima influencia entre otras naciones, quiera
que le roben sus pocas posesiones coloniales, ya que el
cercenar colonias es una de las indicaciones de un imperio que declina. Sin
embargo, Don Martínez pensaba de forma distinta. Antes que nada lamentaba que ellos fuesen
una provincia de España y no una colonia, ya que si lo fueran, probablemente hubiese sido un
asunto más fácil seguir el ejemplo de la América Española
y así poder sacudirse el yugo de la madre patria, de la que ellos afirmaban que sólo los empobrecía.
Hay
que admitir que los canarios tienen cierta razón para no sentirse
muy satisfechos.
Una continua corriente de empleados
iba y venía de la Península. Se
puede suponer que estos hombres tenían
esta consigna: "No sé cavar, pedir me da vergüenza, ya soy un empleado; por lo tanto,
puedo dejarme sobornar y hacerme
rico a costa del país".
Estos
"empleados" vienen de la madre patria y son, naturalmente,
grandes hombres en la provincia. Nunca vi el traje andaluz en estas islas,
excepto en de uno de estos caballeros.
Disfrutábamos
mucho en La Paz y
el distinguido propietario de ella, Mr. S., nos acompañó en dos o
tres excursiones agradables que hicimos. Nos enseñó algunas
cuevas guanches, que verdaderamente sólo eran apropiadas para
el rey de las aves y no para servir como palacios de seres
humanos, aunque muchas de ellas se dice que fueron -sin duda,
elegidas por su inaccesibilidad-. Asimismo, acompañamos a Mr.
S. a La Rambla,
una hermosa villa o quinta situada al sur del pueblo donde
Alonso de Lugo consiguió su victoria final. En el Realejo Bajo
hay un convento en ruinas de un tamaño prodigioso.
La
carrera de Mr. S. parecía de ficción. Como el poeta, bien podía
decir:
"Yo fui un ciervo herido que abandonó el
rebaño".
Era laureado en matemáticas por Cambridge y había sido
compañero de algunos de los que desde entonces se han distinguido
en el mundo como jueces, obispos o filósofos; sin duda, si
ellos lo recordaran, hace mucho que lo contarían entre los muertos,
pero durante todo ese tiempo había sido, más o menos, un
estudiante y un devoto de las artes y en cuanto a conocimientos
estaba en lo más alto de todos ellos.” (Rev. Thomas de Bary, en: José A.
Delgado Luís, 1992:41 y ss.)
Fuente:
Rev. Thomas de Bary
Notas de una residencia en Las Islas Canarias, ilustrativas
del estado de la región en ese país.
Introducción de Manuel Hernández González. Traducción: José
A. Delgado Luís.
Edición: J.A.D.L. La Orotava-Tenerife,
1992. ISBN: 84-87171-04-4
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