EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI
Década 1531-1540
CAPITULO
XIV (I)
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1534. Nace en Eguerew n Chinet (La Laguna-Tenerife)
el criollo José de Anchieta futuro sacerdote de la secta católica de los
Jesuitas, posteriormente conocido como el Padre Anchieta, a la postre fundador
de Sao Paulo (Brasil), una de cuyas máximas era de que “al indio había que
someterlo con el hierro”.
1534 Mayo 3. Los colonos invasores de la secta
católica sin duda tomaron gusto por el
olor de carne humana quemada,
como sublime aroma capaz de despertar la gratitud y reconocimiento de su
dios, un dios según ellos infinitamente justo
fuente de misericordia y de amor al prójimo. Pero en esta ocasión no
habían victimas dignas por sus pecados de ser ofrendadas en la hoguera, ya que
los que reunían esta condición, en su pertinaz herejía prefirieron huir de la
cárcel que ser victimas propicias en la ofrenda.
A pesar de ello la
“Santa Inquisición” española procede a llevar a cabo su tercer auto de
fe en la colonia de Canarias, cuyos reos ya había pasado por un proceso de
purificación de sus almas mediante la aplicación de determinados dispositivos de convicción de
que disponían y utilizaban los oficiales católicos españoles de la “Santa
Inquisición”. Los cuales inscribían en los artefactos confeccionados para la
tortura las palabras: “Soli Deo Gloria” (“Gloria
solo a Dios”) , para evitar los conjuros del maligno Guayota los
inquisidores rociaban los instrumentos
de tortura con “agua bendita”. Algunas de las creaciones de éstos
clérigos católicos iluminados por su dios era los siguientes: El “estante”, un
cajón en el que la víctima era acostada y atada de manos y pies. Entonces, los
verdugos estiraban las cuerdas hasta descoyuntar los brazos y piernas del
acusado. Las pinzas grandes utilizadas para arrancar las uñas de las
manos y de los pies. Las “botas españolas”, utilizadas para
aplastar las piernas y los pies. La “Virgen de hierro”, un cajón hecho a
semejanza de una mujer, con cuchillos afilados fijados por dentro en ambos
lados. Obligada la víctima a entrar en el cajón, los verdugos le cerraban la
tapa encima, desgarrando los cuchillos la carne del infortunado y matándolo. El “hierro
candente” vertido en los ojos o los oídos. Sacar los ojos de algunos acusados. El
“látigo de hierro”. Ahogar con orina o excremento a algunos “herejes”.
Suspender al acusado de las manos. Las manos de la víctima eran atadas a
espaldas; luego la víctima era suspendida en el aire por una soga atada a sus
manos, haciendo fuerza en sus manos y muñecas todo el peso del cuerpo. La
víctima era inmovilizada y luego dejaban gotear agua por su garganta hasta casi
ahogarla. La “santa trinidad” era un casco de acero calentado a rojo vivo,
luego colocado sobre la cabeza del denunciado. Al sacarlo las bestias
encargadas de las torturas se quedaba la piel quemada pegada al acero, y en
ocasiones a los reos les explotaba el cerebro. Además contaban con otras
torturas como: “Las peras del Papa.” “El taburete de Judas.” “La araña de
hierro.” “La pata de gato, con
uñas.” “La cama de estirar el
cuerpo hasta romper coyunturas.” “El aplasta cabezas Etc.
Este tercer auto de fe llevado a cabo como los anteriores
en Tamaránt (Gran Canaria) nos lo describe D. Agustín Millares Torres en los
siguientes términos: “No se había equivocado el pueblo. El incansable y activo
Tesorero D. Luis de Padilla, trabajaba con empeño en acumular procesos sobre
procesos, auxiliado en tan noble empresa por el fiscal .Juan de Fullana, que
veía en cada persona un hereje, y en cualquier acto de la voluntad una ofensa á
Dios.
Pero, no todo lo qué un Juez se propone lo consigue, aún
cuando esté inspirado por tan levantados propósitos, con los que impulsaban al
Sr. Tesorero.
En cuatro años solo pudo
descubrir veinte y siete reos dignos de figurar por sus crímenes en el nuevo
auto de fe. Pocos eran, sin embargo, entre ellos solo dos aparecían con la pena
de relapso.
Ya no se
encontraban aquellos caracteres enérgicos, es decir, perversos y endurecidos,
que declinaban la honra de ser católicos. Todos los que se veían amenazados con
la hoguera, abjuraban inmediatamente de sus errores, y prometían reconciliarse
con la Iglesia.
¡Beneficio incalculable debido sin duda á los penosos trabajos del Santo
Tribunal!.
Es verdad que esas conversiones,
después del tormento y el azote, y ante la amenaza del fuego, no eran en sí
mismas muy edificantes; pero de todos modos, la mala semilla se arrancaba; y
los reconciliados, condenados todos á penas infamantes. inhábiles para ejercer
toda clase de oficios, desposeídos de sus bienes, desterrados, ó encarcelados
por toda la vida el en inmundos calabozos, no podían pervertir con su ejemplo a
los buenos católicos.
El auto se disfrutó y tuvo lugar,
el domingo 3 de Mayo de 1534, en la misma plaza
mayor de Santa Ana, y delante de la Iglesia Catedral,
en un hermoso tablado, que se
levantó con ese objeto.
El contingente de los relapsos lo
suministró la secta judaica, aunque con la pequeña diferencia, de que la Inquisición solo pudo
quemar sus estatuas.
Los nombres de estos nuevos
herejes eran:
Duarte González, conocido por
Francisco Ramos, zapatero. vecino de la Palma, y cristiano nuevo de judío.
Duarte Pérez, de la propia
vecindad,
Y por la misma causa.
Ambos fueron relajados al brazo
seglar,
y quemadas sus estatuas, con las
accesorias de confiscación de bienes, é inhabilitación perpetua á sus
descendientes.
Los reconciliados eran en mayor
número:
véase la lista.
Andrés, esclavo de Bernardino
Justiniani, vecino de Tenerife.
Amón, esclavo de Hernando de
Jerez, vecino de Canaria.
Ana de Salazar, vecina de
Lanzarote.
Ana, de la misma vecindad.
Alonso de Lugo ó de la Seda, vecino de Lanzarote .
Alonso, esclavo de Pedro de
Cabrera, vecino de Lanzarote.
Antonio, esclavo de Ruiz Leme,
vecino de Lanzarote.
Diego, esclavo de Juan de
Alarcón, Deán de Canaria.
Diego Alonso ó Mura, vecino de Lanzarote.
Francisco, esclavo del pertiguero
Andrés
de Medina vecino de Canaria.
Felipe, indio, esclavo de
Francisco Sánchez de los Palacios, vecino de Canaria.
Francisco Bujama u Ortega,
vecino de Lanzarote.
Gonzalo Baéz, vecino de Gáldar.
Jorge, esclavo de Juan Hernández,
cerrajero, vecino de Canaria.
Juan de Alfaro, esclavo del
Licenciado Alfaro, vecino de Tenerife
Juan de Palomares, esclavo de
Diego Felipe, vecino de Lanzarote.
Juan, negro, esclavo de Hernando
Magader, vecino de Lanzarote.
Juan, esclavo de Adán Acedo,
vecino de Galdar.
Juana, mujer de Juan Jansen,
vecina de Lanzarote.
Luís Déniz de Salazar, por otro
nombre Alí Bojador, vecino de Lanzarote.
Luis Perdomo, vecino de
Lanzarote.
Luís, esclavo de Juan. Perdomo,
vecino Lanzarote.
Pedro Berrugo,o ó sea. Pedro Cabrera,
ve-
Cino de Lanzarote.
Pedro, esclavo de Juan Perdomo,
vecino de Lanzarote.
Pedro, negro esclavo, del mismo
Juan y de la propia vecindad.
Estos fueron los veinte y siete
reos, que según la relación que se conserva de este
Auto de fe se presentaron en él con en él fin de sufrir las penas a que fueron
condenados.
No consta las penas á que fueron
condenados, porque la relación detallada de sus causas ha desaparecido, como la
mayor parte de las que figuran en los autos anteriores.
La incuria el abandono y el
desaseo han convertido en polvo muchos de aquellos curiosos documentos,
De suponerse es por las que
aparecen de procesos análogos de los posteriores, que
serían tan difíciles de cumplir,
como fáciles de imponer .
En general puede decirse, que
estos reconciliados, como ya hemos dicho, desaparecían del país, sin que
jamás volviera saberse de ellos. Cuando la pena era de
cárcel perpetua, enviaban 1os reos á Sevilla, y en las cárceles de aquella
Inquisición, eran enterrados vivos, hasta su último día.
Entre tanto, la peste había
desaparecido desde el año anterior, y el regocijo de la población era grande,
creyendo que el comercio de los azúcares y el de los vinos que principiaba á
desarrollarse, traería algún bienestar a los propietarios, y ocupación a la
clase jornalera.
El movimiento, sin embargo, era
muy lento, y apenas aparecía en la superficie.
Una tranquilidad, mal sana, que á
veces interrumpía la noticia de alguna irrupción de
corsarios berberiscos, en las
islas de Lanzarote ó Fuerteventura, venia á variar esta
monótona existencia.
Los herejes cesaron de turbar la
conciencia de los fieles; una escrupulosidad minuciosa presidió á todos los
actos externos de devoción, aun en aquellas familias, que por su acrisolada
piedad, .podían inspirar menos recelos á la inquisición; y en todas las Islas
reinó una ortodoxia tan completa, que el
Cabildo eclesiástico, teniendo en cuenta que
D. Luis de Padilla no asistía a
coro y, siendo notorio que en el Santo Oficio no había que hacer, por cuya
razón tanto al dicho inquisidor como á los dichos oficiales se les había quitado el salario, se acordó notificarle
ganase las horas canónicas.
Esta notable circunstancia de
habérseles quitado el salario, debió influir muy pode rosamente en el ánimo. de
D. Luis y de sus subalternos. Su celo adquirió duplicada
energía, y su vista se hizo más
penetrante y escudriñadora.
U n proceso de nuevo género, pero
que también contribuyó á la edificación
de los
fieles, turbó por entonces la
plácida quietud de Las Palmas.
La Catedral estaba en
posesión, como otras Catedrales de España., del derecho de dar asilo á los
criminales, que en su recinto se refugiaban. Los Canónigos eran muy celosos de
conservar esta inapreciable prerrogativa que les servia para sobreponerse en
ciertas ocasiones al poder civil. Fue
pues, el caso que el Gobernador de Canaria, D. Bernardino de Lesma, se había
atrevido quebrantar la inmunidad de la Iglesia, introduciéndose en ella, y sacando á viva
fuerza á un mozo llamado Pedro Fuensalida,
procesado por un delito común, á quien hizo que el verdugo le cortase
luego la mano.
Tan violento proceder no podía quedar sin correctivo. El
Previsor y Vicario general, de acuerdo con el Cabildo, excomulgó al Gobernador
con todas las ceremonias propias del ritual; y el Sr. Ledesma se vio privado,
no solo de ejercer su empleo, sino de tener comunicaciones y trato con la
población, de entrar en la iglesia, de oír misa y de recibir los sacramentos, y
en fin, de ser un súbdito católico español, y hasta un hombre cualquiera. En
efecto, el excomulgado de entonces era un hombre apestado, del que todos huían
y se apartaban con horror, temiendo contaminarse con su lepra heretical.
El pobre Gobernador, viendo las fatales consecuencias de
su imprudente conducta, bajó la cabeza, y fue á postrarse á los pies del
Provisor, quien lleno de indulgencia, le perdonó, imponiéndole una pena
pecuniaria, y obligándole en día feriado a hacer penitencia pública á las
puertas de la Catedral;
penitencia cumplida por Ledesma con humilde contrición, .á presencia del
pueblo, que suspenso y maravillado, contemplaba á la orgullosa potestad civil
bajo el irresistible poder de la autoridad eclesiástica.
Diverso era el espectáculo; pero todo provenía del
mismo origen, y su efecto moral era el mismo.” (Agustín Millares Torres;1981)
1534 Octubre 12. Desde siempre los tiranos han sentido una especial
predilección en dejar memoria de su paso por este mundo, cuidando de ocultar
sus crímenes y tropelías, o cuando menos tratar de comprar la voluntad divina
en busca del perdón de sus crímenes, confiando para ello en la venta que de
dichos perdones hacen los representantes de ciertas sectas judeo-cristianas.
Además, después de muertos, su más que segura estancia en el infierno-en el
supuesto de que este exista-los vivos sus deudos se afanan en alquilar la pluma
de descerebrados vates, escritores o genealogistas que a cambio de suculentos
dineros y sugestivas prebendas, se encargan de limpiar la figura de quienes en
vida cimentaron su poder en el sufrimiento, sudor sangre de sus victimas.
A esta práctica habitual entre
los invasores de la nación canaria, no deseo evadirse el esclavizador y asesino
Sancho de Herrera (el viejo) autotitulado de señor de las canarias. Creyendo
liberar su negra alma (en el caso de haberla tenido) dejo dispuesto en su
testamento la erección de un convento para la secta católica de los
franciscanos, orden que siempre tuvo marcados intereses en el mercado de
esclavos. Veamos como no describe el evento uno de los mencionados voceros
criollos aún después de haber transcurrido algunos siglos:
“En el valle de Miraflores, en la parte sur de la Villa de Teguise, álzase el
Monasterio de franciscanos, como blasón y recuerdo de nobleza histórica, del
que sólo queda la parte más rica, que es la Iglesia.
Su nombre empieza a sonar unido al de muchos próceres.
Fue el noveno convento de esta Orden que se fundó en las
Canarias, y allí yacen los despojos de los más ilustres personajes y nobleza
primitiva de los invasores de Lanzarote.
Teguise, como vieja matrona, guarda alguna de sus más
preciadas joyas, y se ufana mostrando los tesoros que aun encierran sus viejas Iglesias,
testigos que hablan de la grandeza de ayer.
El Convento de la
Madre de Dios de Miraflores, como le intituló el célebre
Argote de Molina, débese a Sancho de Herrera, (el viejo), Señor de aquella
isla, quien otorgó
testamento en 21 de octubre del año 1534, mandando que se
hiciese un Monasterio de
frailes dean Francisco dentro de Su huerta de Famara, y que
se gastasen en él ql]i-
niéntos ducados de oro, y que su cuerpo fl]era trasladado al
dicho Monasterio con toda
la solemnidad que sus albaceas quisieran.
Ni los albaceas, ni los herederos de Sancho de Herrera, ni
aun los frailes, cuidaron de llevar a la práctica la voluntad del testador.
Sesenta y cuatro años después de
la muerte da Sancho de Herrera, o séase el año 1598, don Agustin de Herrera y
Rojas, primer Conde y Marqués de Lanzarote, también dió pruebas de sus “virtudes
cristianas”, dejando, por su testamento, una misa perpétua todos los sábados y
festividades de Nuestra Señora para sufragio de las ánimas del Purgatorio; otra
misa cantada anualmente en el dia de la Concepción; seis arrobas de aceite para la ermita
de Famara; que se vistiesen perpetuamente seis pobres el Jueves
Santo, dándoles a cada uno un real de a cuatro; y que si los
religiosos franciscanos
fundasen su convento en la ermita de Nuestra Señora de las
Mercedes, en Famara, se
les diera la huerta que tenia en aquel término.
En 1583, hallándose en la Villa Capital el
célebre Conde y Provincial, Gonzalo Argote de Molina, casado con una bastarda
del Marqués don Agustín de Herrera y Rojas, acordó llevar a efecto la voluntad
de Sancho de Herrera, fundándolo y ejecutando con todo el ardor que solía poner
en sus empresas; pero considerando que el territorio de Fsmara, donde quería
Sancho de Herrera y el primer Marqués que edificasen el. convento, aunque tenía
una ermita y la circunstancia de ser el sitio que habían ocupado los primeros
religiosos que aportaron con el pira
Juan de Bethencourt, era, no obstante, un despoblado sin defensa, cercano al
mar y expuesto a las correrías de otros piratas, determinó Argote de Molina, de
acuerdo con la misma Orden, impetrar un Breve Pontificio para que no se
fabricase sino en el Valle de Miraflores, en la Villa
de Teguise,
En 1585 despachó al efecto el
Iltmo. Sr, don Juan Poggio, Obispo de Troper y Nuncio de Su Santidad en España,
los Estatutos, en virtud de los cuales el M. R. Padre fray BartuJomé de
Casanova, Provincial de su Religión en estas islas, envió a Lanzarote al M. R.
P. Fray Juan de San Francisco como fundador y Vicario del nue vo Convento.
En 1588 se echaron los cimientos
de la Iglesia,
el mismo año en que Sixto iv canonizó a San Diego y en 26 de abril de 1590
otorgó Argote de Molina una docta y curiosa escritura con los frailes por la
que, cumpliendo las intenciones del testador Sancho de Herrera, les imponía
algunas condiciones memorables, mandando que el Convento se intitulase de la Madre de Dios de Miraflores,
y además de los quinientos ducados de oro, dotación de Sancho de Herrera,
ofrecía hacer a su costa la
Capilla Mayor de treinta pie en cuadro, donde por cada lado
hubiese seis sepulcros de piedra a fin
de que se trasladasen a el los restos del fundador Sancho de Herrera; los de
doña Violante de Sosa, hija del Señor de la Villa de Hernán Núñez, mujer de Sancho de
Herrera; los de doñaa Catalina Dafra, hija de GuiIlén Dafra, nieta de don Luís
Guardafrá, último rey de Lanzarote; los de don Agustín de Herrera y Rojas,
Conde y Marqués de Lanzarote y octavo Señor de Fuerteventura; los de doña Inés
de Pogio, Marquesa de Lanzarote, mu-
jer del Marqus don Agustín de
Herrera y Rojas, y los de doña Constanza Sarmiento, Señora de Lanzarote y
Fuerteventura, hija de Sancho de Herrera.
Además ofrecía Argote de Molina
un retablo con Sagrario y la imagen de
Nuestra Señora de Miraflores doce
reliquias de Santos que le :había regalado el Emperador Rodolfo; una Cruz de
cristal, guarnecida de plata una lámpara del mismo metal; siete efigies de los
Santos San Francisco, San Bernardo, San Antonio de Padua, San Bue naventura,
San Luís, San Diego y San Gonzalo, que habían de estar en 1a Sacristía.
Quería también Argote de Molina
que se pusiése en la
Capilla Mayor el estandarte del Marqués de Lanzarote, cuando
era general de la isla de la
Madera, y las banderas que había ganado a los ingleses,
franceses, y moros, que en la fachada
del Convento se colocase un escudo de píedra con las armaa del fundador; que en
la Capilla Mayor_sólo
se enterrasen a los Marqueses de Lanzarote y sus descendientes y, finalmente, que el Vicario y frailes de la Comunidad, si fueran
llamados por la Casa;
de los Marqueses, estaban obligados a
acompañar la procesión del Corpus que salía de la Iglesia Mayor,
llevando la imagen de Nuestra Señora las reliquias y los Santos.
El 4 de junio de 1729 se fundó la Real Cofradía de
Nuestra Señora del Carmen, autorizada por el Gerente del Colegio de Carmelitas
Descalzas de Burgos, Fray Pablo de la Consolación, siendo Secretario del mismo Colegio
Fray Agustín de la
Concepción.
Cuarenta años más tarde, o séase
el año 1773, fue adquirida en Génova, por la.
Congregación, una bellísima imagen de talla de Nuestra Señora del
Carmen, cuyo costo, según libro de actas
y cuentas, salvado del incendio del templo parroquial, fue de trecientos
treinta reales. Esta, bellísima escultura, cuyo grabado se publica, fue
trasladada, para su culto, a la Iglesia Parroquial el año 1875, siendo, también,
pasta de las llamas el 6 de Febrero de 1909. (Lorenzo Betancor)
1534 Octubre 20.
Al fallecimiento de los colonos
Diego de Herrera y de su mujer Inés
Peraza, habían quedado divididas las cuatro islas canarias colonia de Señorío
en esta forma: Hernán Peraza se adjudicó las de Gomera y Esero (Hierro); Sancho
de Herrera, llamado El Viejo, recibió cinco dozavos en las rentas y productos
de Titireygatra (Lanzarote) y Erbania (Fuerteventura) con los cuatro islotes
desiertos; doña María de Ayala, casada con Diego de Silva, cuatro dozavos en
las mismas, y doña Constanza, esposa de Pedro Fernández Saavedra, los tres
dozavos restantes. Los sucesores de Hernan Peraza levaban el título de condes
de La Gomera y
gobernaban sus dos islas de Gomera y Esero (Hierro); Pedro Fernández la de
Erbania (Fuerteventura) y Sancho de Berrera la de Titoreygatra (Lanzarote), con
los islotes expresados.
Este último había casado en
primeras nupcias con doña Violante de Sosa, hija del señor de la Villa de Fernán Núñez y sobrina
del cardenal arzobispo de Sevilla de la secta católica don Juan de Cervantes,
de cuyo matrimonio no hubo sucesión, heredando, por su voluntad expresa, el
estado de Titoreygatra (Lanzarote) su hija natural doña Constanza, habida en
doña Catalina Da-Fía, hija de Guillén
Da-Fía y nieta de Luis Guadarfía, rey que fue de Titoreygatra (Lanzarote).
Esta hija natural casó luego con
su primo hermano Pedro Fernández de Saavedra, señor de Erbania (Fuerteventura).
Sancho de Herrera alcanzó la edad avanzada de 92 años, falleciendo el 20 de
octubre de 1534 después de haberse distinguido, durante su larga existencia, en
numerosas entradas y correrías piráticas sobre las vecinas costas del
continente.
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