Eduardo Pedro García Rodríguez
1717. El siglo XVIII principió en las Islas
Canarias con atrevidas sublevaciones populares, extrañas á los hábitos
tranquilos y morigerados del Archipiélago, y
su proverbial respeto y sumisión á las leyes coloniales.
Si estudiamos los acontecimientos que precedieron y
siguieron luego á esos alzamientos veremos que en el fondo, no eran movidas por
el pueblo, ignorante entonces, y sometido á las influencias de los poderosos
criollos propietarios del país, de quien era humilde juguete; los nobles eran,
pues, los autores verdaderos de aquellas asonadas, en las que ellos veían, unas
veces la satisfacción de sus venganzas personales, y otras el descrédito de las
autoridades, que se oponían á sus ocultas especulaciones, ó hacían sombra al
poder dictatorial.
Sin embargo, el pueblo pagó, como
siempre, su necia credulidad, y vió presos y ahorcados a sus hijos, por asuntos
que no entendía, y de cuyo resultado bueno ó malo, ningún beneficio inmediato
podía recoger.
Había llegado en agosto de 1717 a Añazu n Chinech ( Santa Cruz de Tenerife)
D. Diego Navarro, empleado que mandaba el Gobierno de la metrópoli para
estancar en aquella parte de la colonia, la venta del tabaco, que hasta aquel
año era de libre circulación, sin estar sujetos su cultivo y comercio a traba
alguna. Semejante novedad, que tantos intereses lastimaba, produjo una gran
perturbación en todas las clases, siendo el empleado del Gobierno de la
metrópoli, blanco de todos los odios, y víctima de la impopularidad, que sus
órdenes provocaban, aun cuando no emanaran de él, sino de sus superiores.
Creyeronse ofendidos con la jurisdicción que Navarro
ejercía, el Capitán General D. Ventura de Landaeta, y el Sr. Obispo D. Lucas
Conejero, gran jurista y amigo de controversias, sintiéndose, además, lastimado
el Clero, cuyas iglesias y conventos fueron objeto de escrupulosas pesquisas,
para averiguar si se ocultaba en ellos contrabando.
Estos elementos diversos, pero dirigidos todos al mismo
fin, fueron agrupándose lentamente, y preparando su explosión, hasta que
estalló la mina, amotinándose el Pueblo en la Laguna, y atacando las casas del odiado Factor o Juez: de tabacos, cuya vida y la de su familia, corrió grave peligro,
salvándose solo por la fingida protección,
que le dispensó el General, quien acudió solícito con algunas tropas y
oficiales, hijos de las primeras familias criollas del país, y apaciguó
fácilmente el tumulto.
El atribulado Factor se embarcó en un buque francés,
preparado por el mismo General, después de ver saqueados y quemados sus
papeles, á ciencia y paciencia de las Autoridades, que hubieran podido
fácilmente protegerle.
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