Eduardo Pedro
García Rodríguez
1706 de Noviembre 5.
El siglo XVIII fue pródigo en sucesos acaecidos en la Villa y puerto de Santa Cruz
de Tenerife, queremos incluir algunos de los mismos en éstas página, ello nos
aproximará a la realidad política, militar y social colonial de aquel siglo.
Conste que no pretendemos con estas líneas, crear un tratado sobre la historia
del puerto Santacrucero, solamente nos guía el deseo de divulgar algunos
aspectos de nuestra historia poco o nada conocidos por las actuales
generaciones, pido anticipadamente disculpas al posible lector por los errores y defectos que puedan
encontrar en las páginas que siguen, pues reconozco que mi osadía al emprender
este trabajo, solamente es superada por el amor que profeso a mi matria Canaria
y a su historia.
A principios de siglo, se
produjo uno de los hechos más relevantes acaecido durante la primera
década del mismo. Como consecuencia de la guerra de sucesión a la corona de la metrópoli española entre el archiduque
Carlos y Felipe V, la armada inglesa mantenía bloqueado el puerto de Cádiz. El
tiempo debía transcurrir bastante monótono para la flota sitiadora, lo que
impulsó al almirante Leake comandante en jefe de la misma, a que una división
de su escuadra la denominada azul al mando del joven y recién ascendido
contraalmirante John Jennings girase una
visita de reconocimiento e intimidación a las Islas Canarias. La isla escogida
para esta algarada fue naturalmente la de Tenerife, considerada en aquellos
momentos la más importante del archipiélago, las verdaderas intensiones que traía la flota continua siendo aún hoy un misterio, algunos autores especulan
con la posibilidad de que la misión de la armada consistía en conseguir el que
las islas levantasen pendones a favor del pretendiente, el archiduque Carlos,
auto titulado - en aquel momento - Carlos III,
creemos que estos peñascos casi olvidados en el Atlántico simples bases
para el cambio de aguadas de los barcos en ruta hacía las Indias occidentales,
poca o ninguna importancia tenían para las potencias europeas empeñadas en
aquella guerra de sucesión en la que, los aliados perseguían la partición de la monarquía
española y la posterior distribución de sus despojos.
Volvamos a la visita del contraalmirante Jenning, al
atardecer del día 5 de Noviembre de 1706, los vigías del semáforo de Anaga
señalaron la proximidad de diez navíos extraños, aunque la plaza estaba alerta debido a los
acontecimientos que se desarrollaban en Europa, de momento la presencia de la
flota no despertó sospechas pues se pensaba que podía tratarse de un convoy que
se dirigía a las indias Occidentales, no obstante y por precaución, aquella tarde se dio la alarma en Santa Cruz,
La Laguna y
lugares próximos, viéndose la marina y
alrededores concurridos de gran número de personas dispuestas para la defensa
de la plaza. Los castillos y baterías
estaban preparados de antemano debido y bien provistos de munición y pólvora
(cosa inusual en otras épocas) por las circunstancias de guerra, estaban
preparados para repeler cualquier intento de agresión, estando al frente de los
mismos sus respectivos alcaides, el teniente coronel de designación real, don José Machado Fiesco
gobernaba el castillo de paso alto; don Gregorio de San Martín, nombrado por la
ciudad, el de San Cristóbal, y don Francisco José Riquel y Angulo, nombrado por
el cabildo, estaba al frente del de San Juan.
El Comandante General de las islas, don Agustín de Robles
y Orezana, quien tuvo encomendado el mando de la colonia entre los años 1705 y
1709, se encontraba ausente de la plaza,
pues se había desplazado a la isla de Tamaránt (Gran Canaria) para resolver
algunos contenciosos que mantenía con la audiencia de Canarias. Una ves
más, las milicias Canarias tuvieron que defender el país de la
agresión de una potencia europea.
Al amanecer del día seis, los trece navíos de la flota de
Jenning ponían proa hacía el puerto de
Santa Cruz, recortándose en el horizonte con las luces del alba, conforme se
iban acercando, enarbolaron banderas francesas, luego suecas, para
posteriormente izar banderas azules, verdadera enseña de la flota, por este
echo, fue recordada esta batalla entre las gentes de la isla como “la invasión
inglesa de la bandera azul”, los buques fueron tomando posición de combate, lo
que disipó totalmente, las posibles dudas de los defensores, sobre las
intenciones de la escuadra.
Sin embargo, no
hubo sorpresa alguna, porque desde la noche anterior habían sido movilizadas todas las milicias de
la isla, siendo la marina de Santa Cruz el lugar de reunión de las mismas, y
donde se fueron preparando para rechazar cualquier intento de desembarco por
parte de la escuadra. La nobleza rivalizó en dar pruebas – como en ella era habitual – de fidelidad al monarca, y
desde la ciudad de La Laguna
así como de los lugares más apartados del interior de la isla, fueron
descendiendo a caballo con todas sus rutilantes armas, posiblemente bruñidas
para lucirlas en el evento, causando admiración por su acompañamiento el
marqués de Villanueva de Prado.
El coronel de la
caballería de la isla, el criollo don Francisco Tomás de Alfaro, que se
encontraba de visita en la
Orotava, recorrió con otros caballeros, la distancia que separa esta Villa del puerto de Santa Cruz,
logrando llegar a tiempo para participar en la acción. Por su parte, los
tercios de infantería se fueron concentrando en el lugar, puerto y plaza de
Santa Cruz de Tenerife, llegándose a reunir más de 4.000 milicianos en las
primeras horas de la mañana. En este estado de armas se encontraba la plaza en
la mañana del 6 de Noviembre de 1706.
Desde el castillo de San Cristóbal, se disparó un tiro de
admonición como era usual, para que enviasen una lancha: el contraalmirante
Jenning hizo caso omiso a la invitación, y por el contrario dio orden de que
los cañones de sus navíos abriesen fuego
contra los fuertes de la plaza. El cañoneo se mantuvo durante dos horas con
nutrido fuego por ambas partes, en medio del tronar de los cañones, se vio como
se separaban de la escuadra 37 lanchas repletas de soldados, que avanzaron
hacía las playas de San Antonio y la de la Peñita en
compacta formación, en mitad de camino fueron detenidas por los disparos de los
cañones de Paso Alto y de San Cristóbal, ya que el de San Juan no alcanzaba con
sus tiros al grueso de la escuadra.
Algunos navíos se acercaron a tierra para tratar de
proteger con sus cañones la maniobra de desembarco, pero el intenso fuego de
los castillos y baterías les causaron considerables daños, obligándoles a
retirarse fuera del alcance de los cañones. Ante cariz que iban tomando los
acontecimientos, el contraalmirante Jennig optó por parlamentar. Para ello,
descubrió primero su verdadera nacionalidad enarbolando el pabellón de
Inglaterra, enviando acto seguido (sobre las tres PM.), emisarios en una lancha
enarbolando bandera blanca.
Una embarcación de los defensores se dirigió entonces a su
encuentro recogiendo a los emisarios y vendándoles los ojos los trasladaron al
castillo de San Cristóbal. Allí en presencia de los jefes de la defensa y del
alcaide San Martín, el Corregidor don
José de Ayala y Rojas recibió a los parlamentarios ingleses, y recogió la carta
que le remitía el almirante de la flota. Reproducimos el contenido del escrito
así como la repuesta dada por el corregidor
don José de Ayala, tal como las recoge don Antonio Romeu de Armas, en su
obra Canarias y el Atlántico.
“Excelentísimo señor:
Soy mandado aquí con la esperanza de
encontrar una escuadra francesa, no como enemigo, sino como amigo de los
españoles. El haber tirado los navíos no fue por prescripción mía, pues apenas
lo percibí, mandé llamarlos para fuera, no siendo mi intención que se cometiese
alguna hostilidad a ese lugar. Me alegraré poder servir a V.E. o a otro
cualquiera de esa isla todo cuanto fuere posible, pues estamos en estrecha amistad con los
españoles. No puedo dejar de asegurar a
V.E. cómo S.M. Católica el Rey Carlos III han tenido tantos sucesos sus armas
este verano, que la mayor parte del reino y dominios de España están ahora
debajo de su obediencia, y no hay duda
de que los franceses serán enteramente expulsados de España. Tengo orden de
S.M. Católica para asegurar a todos los españoles de todas partes de su protección, y que los que
voluntariamente se sometieren a S.M. Católica el Rey Carlos, serán continuados
en sus empleos y puestos que ahora gozan. Si V.E. es servido de cambiar rehenes
para que vengan a bordo serán bastantemente
informados de todas las cosas y de la verdad de lo que aquí inserto; me
hallará muy pronto para darle gusto, y no dudo será muy a su satisfacción.
Quedo con mucho respeto de Vuestra Excelencia su más obediente y humilde
servidor. = John Jenning. = A bordo del navío de S.M. el Binchier, 26(¿) de
Octubre de 1706. = Las dos tartanas que van siguiendo los navíos, si salieren
ser españolas se devolverán.”
Creemos que la
fecha de 26 de Octubre insertada en el texto es un error de imprenta ya que la
repuesta del corregidor Ayala, está fechada a 6 de Noviembre. Lo que nos da una
diferencia de 12 días entre las fechas de ambas misivas, mientras que siguiendo
la narración de Rumeo de Armas, la flota fue avistada por la atalaya de Anaga,
el 5 de Noviembre, atacó la plaza al
amanecer del día 6, a
las tres de la tarde Jenning, envío la carta al fuerte, siéndole contestada al
día siguiente. En el transcurso de las operaciones fueron apresados por la
escuadra dos pequeñas embarcaciones canarias, las que posiblemente fueron
devueltas.
La repuesta dada por el regidor y redactada en
similares términos cortesanos que, el
empleado por Jenning, fue escrito en los siguientes términos:
.”Excelentísimo
señor:
En vista de la de Vuestra Excelencia escrita
este día, de a bordo de la nao el Binchier, que manifiesta la falta de voluntad
que hubiese en los cañones que de esa escuadra se dispararon a este lugar,
estimo la cortesanía de Vuestra Excelencia y respondo que a haber llegado desde
el principio la lancha, en la conformidad que ahora, y como vuestra Excelencia
muy bien sabe debe enviarse, hubiera
sido sin embarazo. Y por lo que toca a las noticias que me insinúa
Vuestra Excelencia acerca del estado de
la guerra y cosas de España, digo: que aquí sabemos y estamos bien satisfechos
de que las gloriosas armas de nuestro Rey
y Señor don Felipe V están muy
ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los
reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase su S.M. en
diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su
obligación de fidelísimos vasallos de S.M. Católica Felipe V (que Dios
prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a Vuestra Excelencia la
galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este
puerto, y quedo a la disposición de Vuestra Excelencia para cuanto sea de su
agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de
noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. = Don José de Ayala y Rojas. = Excelentísimo
señor don Juan Jennings”
Según el
historiador don Alejandro Ciuranescu, refiriéndose a los resultados de la
batalla nos dice “en el campo de las
cortesías chinescas, los ingleses resultaron derrotados”, pensamos que fue una
pobre victoria para los canarios con un costo demasiado elevado.
La Monarquía Española
en aquellos momentos representada por Felipe V, quedó sumamente complacida de
la defensa que de sus intereses hicieron sus fieles vasallos criollos de la
colonia, distribuyendo como era habitual en estos casos, algunas prebendas
entre los miembros de la oligarquía tinerfeña que supuestamente más se
destacaron en la defensa de los mismos. Las palmaditas en la espalda la
recibieron en forma de sendos hábitos de ordenes militares concedidos al
corregidor Ayala y al castellano San
Martín, a los defensores de a pie, su majestad, se dignó recordarlos en una
carta dirigida al cabildo de la isla con fecha 28 de Diciembre de 1706. La
prebenda recibida por el castellano San Martín, no fue bien vista por el virrey
don Agustín de Robles, quien desató su ira contra él, haciéndole víctima de
algunas tropelías, actitud esta – por otra parte – bastante frecuente por parte
de los comandantes generales de aquella y de otras épocas, en sus funciones de
representantes de los amos y señores de las islas, que son los gobiernos de la Metrópolis. (Eduardo
Pedro García Rodríguez).
Eduardo Pedro
García Rodríguez
1706 Noviembre 6. Los ingleses, que
habían saqueado el puerto de Santa María, quemado en Vigo los galeones,
insultado a Cádiz, tomado a Gibraltar y sometido a Cataluña y reino de Valencia
todo ello en la península ibérica para el archiduque con una facilidad
asombrosa, se lisonjeaban que igualmente le someterían la colonia de las Canarias sólo con presentarse armados y
hacerse obedecer. A este fin, se dirigió a ellas la escuadra del general
Genings, compuesta de 13 navíos, el menor de los 11 de a 60. El 5 de noviembre,
a las 5 de la tarde, se avistaron 10 sobre la primera punta de Tenerife; y
aunque se discurrió que podrían ser mercantes y pasajeros a la América, se tocaron las
cajas militares para seguridad de las costas a cuyo estruendo cargó alguna
gente a la marina. Al rayar el alba del día 6, se reconoció que se acercaban al
puerto de Santa Cruz; y, viendo que a las 8 de la mañana ponían banderas
francesas, mudándolas poco después en inglesas de color azul no quedó duda del
designio con que el enemigo se avecindaba. Sin embargo no hubo sorpresa, porque
desde la noche antecedente se había conmovido toda la isla con un rebato
general; y era tal el ardimiento de los pueblos, que amanecieron en Santa Cruz
más de 4000 hombres de los tercios circunvecinos, ansiosos del combate. Ya
había acudido armada toda la nobleza, y esto de tal modo que, aunque el coronel
de la caballería de la isla, don Francisco Tomás de Alfaro, estaba en el puerto
de La Orotava,
distante 7 leguas desde Santa Cruz, cuando recibió la orden de marchar,
"pudo tanto su celo en el servicio del rey, que amaneció el puerto
coronado con su gente.
[...] Así que los navíos ingleses
estuvieron acordonados con las proas al puerto y a tiro de nuestra artillería,
empezó a hacerles fuego el castillo principal de San Cristóbal, del cual era
gobernador don Gregorio de Sanmartín. Siguió su ejemplo el capitán don
Francisco José Riquel, que lo era del de San Juan, y todas las demás baterías con
la mayor viveza. Toda la escuadra correspondió granizando innumerables balas
que por fortuna no ofendieron. Y ya había durado dos horas el reñido combate,
cuando echaron al agua los ingleses 37 lanchas con mucha gente de desembarco;
si bien fue tal el fuego que se les hizo desde las fortalezas y tanto el daño
que recibían los bajeles que más se habían acercado, que les fue forzoso
retroceder a socorrerles. No obstante, a las tres de la tarde volvieron a
enviar otra lancha a tierra con bandera de paz y un cabo inglés que pedía
audiencia. Tuvo junta de guerra el corregidor, y en ella se acordó que fuese
admitido. Salióle al encuentro el capitán de mar en otro esquife, y, habiéndole
vendado los ojos, le introdujo en el castillo principal donde estaba el corregidor
y la nobleza. Entregó el cabo una carta de parte el general Genings, escrita en
inglés [...]
La carta de Genings contenía una
serie de engaños sobre la marcha de la guerra y sus intenciones. El corregidor
español en nombre de las autoridades coloniales envió la siguiente respuesta:
"Excelentísimo
señor: En vista de la de V. Exc. Escrita este día de a bordo de la nave Binchier,
que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa
escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesía de V. Exc. Y respondo
que, a haber llegado desde el principio lancha, en la conformidad que ahora, y
como V. Exc. Muy bien sabe deber enviarse, hubiera sido recibido sin embarazo.
Y por lo que toca a las noticias que me insinúa V. Exc. Acerca del estado de la
guerra y cosas de España, digo que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de
que las gloriosas armas de nuestro rey y señor don Felipe V están muy
ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los
reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase S.M. en
diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su
obligación de fidelísimos vasallos de S. M. católica Felipe V (que Dios
prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a V. Exc. La galantería
que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a
la disposición de V. Exc. para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San
Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. su
mayor servidor. Don José Antonio de Ayala y Roxas. -Excelentísimo señor don
Juan Genings".
Los ingleses se retiraron a las 7 de la noche.
Las milicias canarias permanecieron armadas dos días y en La Palma algunos meses.
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