jueves, 19 de septiembre de 2013

EL ATAQUE JOHN JENNINGS AL PUERTO DE AÑAZU






Eduardo Pedro García Rodríguez


1706  de Noviembre 5.

El siglo XVIII fue pródigo en sucesos acaecidos en la Villa y puerto de Santa Cruz de Tenerife, queremos incluir algunos de los mismos en éstas página, ello nos aproximará a la realidad política, militar y social colonial de aquel siglo. Conste que no pretendemos con estas líneas, crear un tratado sobre la historia del puerto Santacrucero, solamente nos guía el deseo de divulgar algunos aspectos de nuestra historia poco o nada conocidos por las actuales generaciones, pido anticipadamente disculpas al posible lector  por los errores y defectos que puedan encontrar en las páginas que siguen, pues reconozco que mi osadía al emprender este trabajo, solamente es superada por el amor que profeso a mi matria Canaria y a su historia.

A principios de siglo, se  produjo uno de los hechos más relevantes acaecido durante la primera década del mismo. Como consecuencia de la guerra de sucesión a la corona  de la metrópoli española entre el archiduque Carlos y Felipe V, la armada inglesa mantenía bloqueado el puerto de Cádiz. El tiempo debía transcurrir bastante monótono para la flota sitiadora, lo que impulsó al almirante Leake comandante en jefe de la misma, a que una división de su escuadra la denominada azul al mando del joven y recién ascendido contraalmirante  John Jennings girase una visita de reconocimiento e intimidación a las Islas Canarias. La isla escogida para esta algarada fue naturalmente la de Tenerife, considerada en aquellos momentos la más importante del archipiélago, las verdaderas intensiones  que traía la flota continua siendo aún  hoy un misterio, algunos autores especulan con la posibilidad de que la misión de la armada consistía en conseguir el que las islas levantasen pendones a favor del pretendiente, el archiduque Carlos, auto titulado - en aquel momento - Carlos III,  creemos que estos peñascos casi olvidados en el Atlántico simples bases para el cambio de aguadas de los barcos en ruta hacía las Indias occidentales, poca o ninguna importancia tenían para las potencias europeas empeñadas en aquella guerra de sucesión en la que, los aliados  perseguían la partición de la monarquía española y la posterior distribución de sus despojos.

Volvamos a la visita del contraalmirante Jenning, al atardecer del día 5 de Noviembre de 1706, los vigías del semáforo de Anaga señalaron la proximidad de diez navíos extraños,  aunque la plaza estaba alerta debido a los acontecimientos que se desarrollaban en Europa, de momento la presencia de la flota no despertó sospechas pues se pensaba que podía tratarse de un convoy que se dirigía a las indias Occidentales, no obstante y por precaución,  aquella tarde se dio la alarma en Santa Cruz, La Laguna y lugares próximos,  viéndose la marina y alrededores concurridos de gran número de personas dispuestas para la defensa de la  plaza. Los castillos y baterías estaban preparados de antemano debido y bien provistos de munición y pólvora (cosa inusual en otras épocas) por las circunstancias de guerra, estaban preparados para repeler cualquier intento de agresión, estando al frente de los mismos sus respectivos alcaides, el teniente coronel  de designación real, don José Machado Fiesco gobernaba el castillo de paso alto; don Gregorio de San Martín, nombrado por la ciudad, el de San Cristóbal, y don Francisco José Riquel y Angulo, nombrado por el cabildo, estaba al frente del de San Juan.

El Comandante General de las islas, don Agustín de Robles y Orezana, quien tuvo encomendado el mando de la colonia entre los años 1705 y 1709, se  encontraba ausente de la plaza, pues se había desplazado a la isla de Tamaránt (Gran Canaria) para resolver algunos contenciosos que mantenía con la audiencia de Canarias. Una ves más,  las milicias Canarias  tuvieron que defender el país de la agresión  de una potencia europea.

Al amanecer del día seis, los trece navíos de la flota de Jenning  ponían proa hacía el puerto de Santa Cruz, recortándose en el horizonte con las luces del alba, conforme se iban acercando, enarbolaron banderas francesas, luego suecas, para posteriormente izar banderas azules, verdadera enseña de la flota, por este echo, fue recordada esta batalla entre las gentes de la isla como “la invasión inglesa de la bandera azul”, los buques fueron tomando posición de combate, lo que disipó totalmente, las posibles dudas de los defensores, sobre las intenciones de la escuadra.

 Sin embargo, no hubo sorpresa alguna, porque desde la noche anterior  habían sido movilizadas todas las milicias de la isla, siendo la marina de Santa Cruz el lugar de reunión de las mismas, y donde se fueron preparando para rechazar cualquier intento de desembarco por parte de la escuadra. La nobleza rivalizó en dar pruebas – como en ella  era habitual – de fidelidad al monarca, y desde la ciudad de La Laguna así como de los lugares más apartados del interior de la isla, fueron descendiendo a caballo con todas sus rutilantes armas, posiblemente bruñidas para lucirlas en el evento, causando admiración por su acompañamiento el marqués de Villanueva de Prado.

 El coronel de la caballería de la isla, el criollo don Francisco Tomás de Alfaro, que se encontraba de visita en la Orotava, recorrió con otros caballeros, la distancia que  separa esta Villa del puerto de Santa Cruz, logrando llegar a tiempo para participar en la acción. Por su parte, los tercios de infantería se fueron concentrando en el lugar, puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife, llegándose a reunir más de 4.000 milicianos en las primeras horas de la mañana. En este estado de armas se encontraba la plaza en la mañana del 6 de Noviembre de 1706.

Desde el castillo de San Cristóbal, se disparó un tiro de admonición como era usual, para que enviasen una lancha: el contraalmirante Jenning hizo caso omiso a la invitación, y por el contrario dio orden de que los cañones de sus navíos  abriesen fuego contra los fuertes de la plaza. El cañoneo se mantuvo durante dos horas con nutrido fuego por ambas partes, en medio del tronar de los cañones, se vio como se separaban de la escuadra 37 lanchas repletas de soldados, que avanzaron hacía las playas de San Antonio y la de la Peñita  en compacta formación, en mitad de camino fueron detenidas por los disparos de los cañones de Paso Alto y de San Cristóbal, ya que el de San Juan no alcanzaba con sus tiros al grueso de la escuadra.

Algunos navíos se acercaron a tierra para tratar de proteger con sus cañones la maniobra de desembarco, pero el intenso fuego de los castillos y baterías les causaron considerables daños, obligándoles a retirarse fuera del alcance de los cañones. Ante cariz que iban tomando los acontecimientos, el contraalmirante Jennig optó por parlamentar. Para ello, descubrió primero su verdadera nacionalidad enarbolando el pabellón de Inglaterra, enviando acto seguido (sobre las tres PM.), emisarios en una lancha enarbolando bandera blanca.

Una embarcación de los defensores se dirigió entonces a su encuentro recogiendo a los emisarios y vendándoles los ojos los trasladaron al castillo de San Cristóbal. Allí en presencia de los jefes de la defensa y del alcaide  San Martín, el Corregidor don José de Ayala y Rojas recibió a los parlamentarios ingleses, y recogió la carta que le remitía el almirante de la flota. Reproducimos el contenido del escrito así como la repuesta dada por el corregidor  don José de Ayala, tal como las recoge don Antonio Romeu de Armas, en su obra Canarias y el Atlántico.

“Excelentísimo señor:

        Soy mandado aquí con la esperanza de encontrar una escuadra francesa, no como enemigo, sino como amigo de los españoles. El haber tirado los navíos no fue por prescripción mía, pues apenas lo percibí, mandé llamarlos para fuera, no siendo mi intención que se cometiese alguna hostilidad a ese lugar. Me alegraré poder servir a V.E. o a otro cualquiera de esa isla todo cuanto fuere posible, pues  estamos en estrecha amistad con los españoles. No puedo dejar de asegurar  a V.E. cómo S.M. Católica el Rey Carlos III han tenido tantos sucesos sus armas este verano, que la mayor parte del reino y dominios de España están ahora debajo de su obediencia,  y no hay duda de que los franceses serán enteramente expulsados de España. Tengo orden de S.M. Católica para asegurar a todos los españoles de todas partes  de su protección, y que los que voluntariamente se sometieren a S.M. Católica el Rey Carlos, serán continuados en sus empleos y puestos que ahora gozan. Si V.E. es servido de cambiar rehenes para que vengan a bordo serán bastantemente  informados de todas las cosas y de la verdad de lo que aquí inserto; me hallará muy pronto para darle gusto, y no dudo será muy a su satisfacción. Quedo con mucho respeto de Vuestra Excelencia su más obediente y humilde servidor. = John Jenning. = A bordo del navío de S.M. el Binchier, 26(¿) de Octubre de 1706. = Las dos tartanas que van siguiendo los navíos, si salieren ser españolas se devolverán.”

 Creemos que la fecha de 26 de Octubre insertada en el texto es un error de imprenta ya que la repuesta del corregidor Ayala, está fechada a 6 de Noviembre. Lo que nos da una diferencia de 12 días entre las fechas de ambas misivas, mientras que siguiendo la narración de Rumeo de Armas, la flota fue avistada por la atalaya de Anaga, el 5 de Noviembre,  atacó la plaza al amanecer del día 6, a las tres de la tarde Jenning, envío la carta al fuerte, siéndole contestada al día siguiente. En el transcurso de las operaciones fueron apresados por la escuadra dos pequeñas embarcaciones canarias, las que posiblemente fueron devueltas.

La repuesta dada por el regidor y redactada en similares  términos cortesanos que, el empleado por Jenning, fue  escrito  en los siguientes términos:

.”Excelentísimo señor:
   En vista de la de Vuestra Excelencia escrita este día, de a bordo de la nao el Binchier, que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesanía de Vuestra Excelencia y respondo que a haber llegado desde el principio la lancha, en la conformidad que ahora, y como vuestra Excelencia muy bien sabe debe enviarse, hubiera  sido sin embarazo. Y por lo que toca a las noticias que me insinúa Vuestra Excelencia  acerca del estado de la guerra y cosas de España, digo: que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas armas de nuestro Rey  y  Señor don Felipe V están muy ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase su S.M. en diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su obligación de fidelísimos vasallos de S.M. Católica Felipe V (que Dios prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a Vuestra Excelencia la galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a la disposición de Vuestra Excelencia para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. = Don José de Ayala y Rojas. = Excelentísimo señor don Juan Jennings”

 Según el historiador don Alejandro Ciuranescu, refiriéndose a los resultados de la batalla  nos dice “en el campo de las cortesías chinescas, los ingleses resultaron derrotados”, pensamos que fue una pobre victoria para los canarios con un costo demasiado elevado.

 La Monarquía Española en aquellos momentos representada por Felipe V, quedó sumamente complacida de la defensa que de sus intereses hicieron sus fieles vasallos criollos de la colonia, distribuyendo como era habitual en estos casos, algunas prebendas entre los miembros de la oligarquía tinerfeña que supuestamente más se destacaron en la defensa de los mismos. Las palmaditas en la espalda la recibieron en forma de sendos hábitos de ordenes militares concedidos al corregidor Ayala  y al castellano San Martín, a los defensores de a pie, su majestad, se dignó recordarlos en una carta dirigida al cabildo de la isla con fecha 28 de Diciembre de 1706. La prebenda recibida por el castellano San Martín, no fue bien vista por el virrey don Agustín de Robles, quien desató su ira contra él, haciéndole víctima de algunas tropelías, actitud esta – por otra parte – bastante frecuente por parte de los comandantes generales de aquella y de otras épocas, en sus funciones de representantes de los amos y señores de las islas, que son los gobiernos de la Metrópolis. (Eduardo Pedro García Rodríguez).


Eduardo Pedro García Rodríguez

 1706 Noviembre 6. Los ingleses, que habían saqueado el puerto de Santa María, quemado en Vigo los galeones, insultado a Cádiz, tomado a Gibraltar y sometido a Cataluña y reino de Valencia todo ello en la península ibérica para el archiduque con una facilidad asombrosa, se lisonjeaban que igualmente le someterían la colonia de  las Canarias sólo con presentarse armados y hacerse obedecer. A este fin, se dirigió a ellas la escuadra del general Genings, compuesta de 13 navíos, el menor de los 11 de a 60. El 5 de noviembre, a las 5 de la tarde, se avistaron 10 sobre la primera punta de Tenerife; y aunque se discurrió que podrían ser mercantes y pasajeros a la América, se tocaron las cajas militares para seguridad de las costas a cuyo estruendo cargó alguna gente a la marina. Al rayar el alba del día 6, se reconoció que se acercaban al puerto de Santa Cruz; y, viendo que a las 8 de la mañana ponían banderas francesas, mudándolas poco después en inglesas de color azul no quedó duda del designio con que el enemigo se avecindaba. Sin embargo no hubo sorpresa, porque desde la noche antecedente se había conmovido toda la isla con un rebato general; y era tal el ardimiento de los pueblos, que amanecieron en Santa Cruz más de 4000 hombres de los tercios circunvecinos, ansiosos del combate. Ya había acudido armada toda la nobleza, y esto de tal modo que, aunque el coronel de la caballería de la isla, don Francisco Tomás de Alfaro, estaba en el puerto de La Orotava, distante 7 leguas desde Santa Cruz, cuando recibió la orden de marchar, "pudo tanto su celo en el servicio del rey, que amaneció el puerto coronado con su gente.
[...] Así que los navíos ingleses estuvieron acordonados con las proas al puerto y a tiro de nuestra artillería, empezó a hacerles fuego el castillo principal de San Cristóbal, del cual era gobernador don Gregorio de Sanmartín. Siguió su ejemplo el capitán don Francisco José Riquel, que lo era del de San Juan, y todas las demás baterías con la mayor viveza. Toda la escuadra correspondió granizando innumerables balas que por fortuna no ofendieron. Y ya había durado dos horas el reñido combate, cuando echaron al agua los ingleses 37 lanchas con mucha gente de desembarco; si bien fue tal el fuego que se les hizo desde las fortalezas y tanto el daño que recibían los bajeles que más se habían acercado, que les fue forzoso retroceder a socorrerles. No obstante, a las tres de la tarde volvieron a enviar otra lancha a tierra con bandera de paz y un cabo inglés que pedía audiencia. Tuvo junta de guerra el corregidor, y en ella se acordó que fuese admitido. Salióle al encuentro el capitán de mar en otro esquife, y, habiéndole vendado los ojos, le introdujo en el castillo principal donde estaba el corregidor y la nobleza. Entregó el cabo una carta de parte el general Genings, escrita en inglés [...]
La carta de Genings contenía una serie de engaños sobre la marcha de la guerra y sus intenciones. El corregidor español en nombre de las autoridades coloniales envió la siguiente respuesta:
"Excelentísimo señor: En vista de la de V. Exc. Escrita este día de a bordo de la nave Binchier, que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesía de V. Exc. Y respondo que, a haber llegado desde el principio lancha, en la conformidad que ahora, y como V. Exc. Muy bien sabe deber enviarse, hubiera sido recibido sin embarazo. Y por lo que toca a las noticias que me insinúa V. Exc. Acerca del estado de la guerra y cosas de España, digo que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas armas de nuestro rey y señor don Felipe V están muy ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase S.M. en diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su obligación de fidelísimos vasallos de S. M. católica Felipe V (que Dios prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a V. Exc. La galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a la disposición de V. Exc. para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. su mayor servidor. Don José Antonio de Ayala y Roxas. -Excelentísimo señor don Juan Genings".
Los ingleses se retiraron a las 7 de la noche. Las milicias canarias permanecieron armadas dos días y en La Palma algunos meses.


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