EFEMERIDES DE LA NACION CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XVI-V
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
Viene de la pagina anterior.
Por
otra parte, tales obras, por lo que se puede deducir de estos documentos y de
otras consideraciones ajenas a ellos, apenas deben haber dejado huellas en lo
que al presente constituye el conjunto arquitectónico del castillo, si es que
han dejado alguna, pues si no, ¿a qué parte de la fortaleza pueden corresponder?
Desde luego no a la torre cuadrada central, que, como se ha dicho, fue
construida por mandato de Sancho de Herrera a principios del siglo XVI; ni
tampoco al cuerpo principal del edificio constituido por la muralla exterior
trapezoidal, que la hizo levantar, con los aposentos de refugio a ella
adosados, el heredero del señorío, nieto del anterior, Agustín de Herrera y
Rojas, a mediados del mismo siglo, como también se dijo; ni a los cubelos
redondos de las esquinas extremas, cuya construcción fue decidida por el
capitán Gaspar de Salcedo por los años setenta de la misma centuria, obra
asimismo explicada anteriormente; ni la meseta escalonada que sirve de apoyo al
puente levadizo que se tiende desde la puerta de entrada, y en consecuencia a
este mismo puente, ya que fue construido en 1654 por orden del entonces Capitán
General de las islas Alonso Dávila y Guzmán [Alexis D. Brito: op. cit.]; ni a
los dos baluartes en punta de las esquinas laterales, mandados hacer entre 1665
y 1668 por la misma autoridad archipelágica que acabamos de citar [Ídem], ni
tampoco, en fin, a los techos abovedados y, por tanto, a las paredes en que se
apoyaban, que es tanto como decir el conjunto de habitaciones de que constaba
el castillo antes de la malhadada reforma a que fue sometido hace unos años, en
unión de la correspondiente plaza de armas o azotea enlosada, pues dichas obras
se iniciaron en 1687 y se acabaron a los pocos años, siendo su autor un maestro
pedrero residente en la isla llamado Juan Luis, quien fue contratado
directamente por el señor de la isla D. Juan Francisco Duque de Estrada.
[Ídem].
¿Qué
queda entonces que pueda ser atribuido a las obras en que intervino este
ingeniero? Según todos los indicios, los trabajos al frente de los cuales fue
puesto nuestro personaje por el Capitán General, si bien como simple encargado,
supervisor o si se quiere director de los mismos –conviene tener presente esta
condición para efectos de la tesis de lo que aquí intento demostrar–, debieron
consistir basicamente, tal como por cierto se dice de forma expresa en la carta
de pago (“Su majestad ordenó al Sr. D. Luis de la Cueva, Capitán General de
estas islas y Presidente de su Real Audiencia, que mandase fabricar [entiéndase,
reparar] las dos fortalezas que tiene la isla que Morato Arráez había
abrasado el año 86), en la reconstrucción de lo destruido por este pirata
argelino, salvedad hecha, claro está, de lo que hubiera sido recompuesto ya por
Argote de Molina con anterioridad a la llegada de Torriani con el presupuesto
parcial dicho de 28.500 reales.
Con
toda probabilidad en esas obras se hallarían incluidos, en la parte
proporcional correspondiente a los 21.500 reales que Torriani invirtió,
descontadas ya las llevadas a cabo por Gonzalo Argote de Molina con sus 28.500
reales, los techos, tanto de la casa fuerte o torre del homenaje como de los
aposentos de refugio que se alineaban a lo largo de la gran muralla trapezoidal
a los que alude Rumeu de Armas, los cuales se desplomarían al ser quemada las
vigas que los sustentaban; las garitas que fueron desmontadas para taponar con
sus cascotes los huecos que iban abriendo las llamas en el portalón de entrada
del edificio cuando fue quemado también por la gente de Morato Arráez
–probablemente las mismas que luego se fabricaron a base de madera y se
recomendaba rehacerlas de “piedra y barro”–; la misma puerta de entrada y, en
fin, cualquier otra parte del edificio de las que fueron entonces destruidas,
fueran de madera o de albañilería.
Además
de esto hay que tener en cuenta que lo más probable es que esas obras de
restauración en las que Torriani pudo haber tomado parte fueron eliminadas, al
menos en su mayor parte, como consecuencia de modificaciones introducidas en el
castillo con posterioridad, por lo que nada de ellas o muy poco debe quedar que
pueda ser reconocible en lo que constituye el castillo en la actualidad.
En
cuanto a la magnitud o acabado de esas obras de reparación hay que decir que
las mismas debieron dejar la fortaleza en un estado bastante más deficiente de
lo que se pretende dar a entender en los dos documentos transcritos, pues así
parece inferirse de una real cédula expedida por Felipe III en 1606 mediante la
cual se apercibía a los señores de la isla –lo eran entonces como titular el
segundo marqués de Lanzarote y como tutora suya su madre doña Mariana Enríquez
Manrique de la Vega–
sobre la obligación que tenían de fortificar la isla, haciéndoles ver “el
estado de indefensión en que la tenían desde que las fortalezas [así en
plural] habían quedado arruinadas al tomarlas Morato Arráez en 1586” (A. Rumeu de Armas:
op. cit.)
No
obstante este apremiante aviso real, en 1618, durante la terrorífica invasión
berberisca llevada a cabo por unos 3.000 soldados que echó en tierra una
escuadra integrada por treinta y seis navíos, el castillo de Guanapay, por lo
que puede deducirse de las crónicas y documentos de la época, se encontraba aún
en la misma situación de abandono e inoperancia.
Ya
en el año siguiente dispuso la marquesa doña Mariana la ejecución de unas obras
que a juzgar por el número de operarios que intervinieron en ellas, una
cuadrilla de setenta y tres peones dirigida por el maestro albañil Lázaro
Fleitas, debieron alcanzar cierta envergadura, si bien en el documento en que
figura esta noticia no se especifican la naturaleza y alcance de las mismas.
(E. Torres Santana: La casa condal de Lanzarote. 1600-1625, II
Jornadas de Historia de Lanzarote y Fuerteventura).
Huelga
decir que los planos, instrucciones y recomendaciones que Leonardo Torriani
–cuyo prestigio y eficiencia profesional nadie discute– dejó consignadas para
Lanzarote en su citada obra no pasaron de la condición de informe escrito, de
acuerdo a la misión que le encomendara el propio monarca que lo envió a
Canarias Felipe II, como quedó dicho con anterioridad.
Resumiendo
y para terminar, puede afirmarse con total garantía de fiabilidad, dados los
datos, argumentos y razonamientos expuestos en este trabajo, que la autoría de
Leonardo Torriani en obras materiales realizadas en las fortificaciones de
Lanzarote fue totalmente inexistente en el Castillo de San Gabriel y su anexo
el Puente de las Bolas, y que en el castillo de Guanapay se redujo a permanecer
por orden del Capitán General de Canarias al frente de unas obras que ya habían
sido ejecutadas en más de la mitad de su proyecto cuando él las tomó a su
cargo, de proporciones y naturaleza desconocidas, pero que según todos los
indicios no parece que fueran muy importantes sino más bien todo lo contrario,
y que, desde luego, ni siquiera fueron planificadas por él.
En
consecuencia creo que a la vista de cuanto ha quedado expuesto será de
justicia, en aras del debido rigor histórico, despojar de una vez para siempre
a este arquitecto militar de esa aureola artificiosamente creada en torno a su
persona como protagonista destacado en obras materiales efectuadas en castillos
de Lanzarote y colocarlo en el lugar que realmente le corresponde entre cuantos
profesionales de la construcción tuvieron que ver con dichas edificaciones,
lugar que, como se ha podido comprobar, es bastante modesto por no calificarlo
de anodino. (Agustin Pallarés Padilla).
1612 abril 3.
Prelados católicos en la colonia según el criollo, Clérigo católico e
historiador José de Viera y Clavijo.
“De don Lope deValdivieso,
trigesimoséptimo obispo
Fue electo en su lugar don Fernando de Gamarra;
pero renunció y consiguió la mitra de Cartagena, de cuya iglesia pasó últimamente a la de Avila, donde murió año de 1616.
El sucesor en nuestro obispado fue don Lope de Valdivieso y Velasco, natural de Toledo, hijo de don Juan Fernández de Velasco, heredero de su noble
casa de las montañas de Burgos, y de doña Isabel
Muñoz Carvajal. Había sido prior de Ron-cesvalles, y
exaltado a la dignidad episcopal en el año de
1612, con bulas del papa Paulo V.
Llegó
a la Gran Canaria,
acompañado de cuatro padres jesuítas, el día 3 de
abril de aquel mismo año, y al siguiente día
se recibió solemnemente en su iglesia, que era miércoles santo. Pero, a los siete meses de residencia en las islas, tuvieron
éstas el sentimiento de perderle, pues falleció
a 29 de octubre, y con él todas las bellas apariencias de un pontificado
glorioso. Está sepultado en el presbiterio
de la catedral, al lado del evangelio.”
(José de Viera y Clavijo, 1982. T.
2:249 y ss.)
1612 abril 3.
Notas en torno al
asentamiento europeo en el Valle Sagrado de Aguere, hoy ciudad de La Laguna en la isla Chinech
(Tenerife).
Los caminos de enlace con el
resto de la isla.
“Repetidas veces se ha señalado por diversos autores
la estratégica situación de la capital. Ello
era cierto, pero de poco servía si no se construía y reparaba continuamente la red de caminos que la unía con
el resto de las poblaciones insulares.
Estaban por un lado las lógicas vías que la
enlazaban con poblaciones comarcanas y dentro de su “beneficio”
(Tegueste, Bajamar, Valle de Guerra...), que
podríamos considerar como vías interiores, y las que la unían con su puerto, Santa Cruz de Tenerife —por motivos
obvios, ya que era su puerta al mundo—; por otro, se hallaban las propiamente exteriores, entre las que destacaba el
camino que conducía a La Orotava, y en segundo lugar los que iban a Candelaria y a
Tacoronte. No hay que olvidar que
desde la ciudad se dirige y organiza el resto del territorio insular, que la capital exigirá abastecerse de otras
áreas, incluso lejanas, y que es
residencia de propietarios de tierras ubicadas en diferentes puntos de la isla. Estamos, en buena medida, ante una ciudad rentista, que debe disponer de medios
eficaces para que el drenaje de
beneficios llegue segura y lo más cómodamente a ella. Así se explica el interés del Cabildo por el
mantenimiento de la red viaria, sobre
todo de la septentrional, concebida como una prolongación hasta cierto punto de
sus calles.
Las vías existen casi desde los primeros años de la
colonización, pero se trataba más bien de malos senderos. Por ello, muchas
veces se utiliza el transporte
marítimo, bien por el puerto de Santa Cruz, o por el puerto de la Madera en Tacoronte. El
quinquenio 1526-1530 será decisivo para
impulsar las obras de infraestructura viaria. A finales de 1525 el Cabildo, considerando prioritaria la
existencia de una calzada en condiciones que
uniera la capital y La Orotava,
sobre todo por motivos de abastecimiento, decide
poner en almoneda la construcción de un camino duradero de anchura suficiente para que se pudieran cruzar dos carretas. Desconocemos si comenzaron las obras o
se retrasaron hasta 1531, pues en esta fecha
nuevamente se habla de rematar ese camino, quizá porque no se había podido culminar. En 1529 se acuerda ejecutar caminos desde La Laguna hasta Taganana y
Roques de Anaga, y al año siguiente se
pregona conjuntamente con el de Santa Cruz, que en 1531 estaba ya finalizado, y
en este mismo año se decide acometer el de
Candelaria, utilizando la misma vieja vía que desde el principio servía de enlace. La iniciativa particular
tuvo algo que ver en la apertura de caminos. Por
ejemplo, Marcos Verde hace en las primeras décadas del s. xvi un camino que
llegaba hasta su molino y heredad de Tahodio.
Como antes se apuntaba, tanto como la apertura y
acondicionamiento de los caminos,
importaba su mantenimiento, que será motivo de un ingente esfuerzo tanto del Cabildo como a veces de los lugares a
los que beneficiaba, cuyos vecinos en más de una ocasión serán forzados por
aquella institución para que colaborasen en la restauración del tramo de vía que afectaba a ese lugar. El principal
agente dañino son las lluvias, cuya irregularidad
y carácter torrencial en ciertos días del año provocaba interrupciones totales del tránsito o notables escollos para el mismo. Es raro hallar un año en el que no se
ordene la reparación del camino que conducía a La Orotava, a Santa Cruz o a
Candelaria. Podemos comentar algún que otro documento representativo de las docenas que nos proporcionan las sesiones
capitulares, pues muchos son reiterativos o
lacónicos.
A fines de 1559, el exceso de lluvias ha
desbaratado los caminos: el que iba a Santa
Cruz, y el que iba a La
Orotava, Los Realejos y La Rambla hasta S. Juan. En 1561, debido al exceso pluvial
la vital red viaria que iba
desde la capital hasta Buenavista estaba desbaratada y cruzada por barrancos que en diferentes puntos
impedían el paso a caballo, por lo que se
dispuso un preciso plan de reparación. En la vertiente sur, los caminos desde la capital hacia las bandas de Abona y Adeje
pasaban por la cumbre, y debido al invierno apenas se podían atravesar. Se proyectó que desde Candelaria, por Agache, se
pudiera trazar una ruta por las
costas y medianías sin llegar a la cumbre, acordándose información sobre ese particular y un gasto para
reparación de 50 doblas. En cuanto al
trayecto desde La Laguna
hasta Candelaria, lo mandaría reparar Juan
de Valverde por 15 doblas, mientras que para aderezar el camino que comunicaba
con Santa Cruz se gastó lo necesario.
En el invierno de 1580, las avenidas de agua habían
formado una barranquera a la salida de la Laguna, en la zona de enlace con el camino a La
Orotava, que nuevamente debía ser adobada. En el
último decenio del siglo se emprenden
dos obras importantes. Por un lado, en 1593 ese tramo inicial del camino a La Orotava se adereza
convenientemente a manos de un
cabuquero, que echaría en los cimientos piedras gruesas para disponer encima el empedrado, si bien teniendo la precaución de hacer un estribo pétreo para sustentar
la fábrica. Por otro, dos años más tarde, en
1595, se contrata la apertura del camino que debía conducir desde la capital hasta Vilaflor pasando por la fuente del Adelantado y adentrándose en la cumbre hasta llegar
a la fuente de los Castrados, desde donde
se seguiría hasta la fuente de la
Roza, y continuando por la
cumbre por encima de La
Orotava a través del Llano de Manja se entraría en las Cañadas, donde estaba el camino ordinario que unía a La Orotava con Vilaflor.
Ya en el s. xvii, en 1612, las lluvias habían hecho
los caminos tan intransitables que no se
podían trajinar mantenimientos ni sacar los frutos, porque el problema de fondo siempre fue económico: la ciudad debía contar con los productos que le llegaban de
las áreas comarcanas y de La Orotava, y a la vez era
preciso que se pudieran exportar los vinos. La financiación de las vías en esta ocasión deja las cosas
claras desde el punto de vista del Cabildo: mientras el camino al puerto capitalino se costeaba con los propios, los conducentes
a El Sauzal, Tacoronte, Acentejo o La Matanza debían reformarlos
los alcaldes pedáneos con los vecinos.
Pero no era tan sencillo convencer a los habitantes de los pueblos afectados de que la carga debía
recaer sólo sobre sus espaldas, y el
Ayuntamiento tiene que ceder y prometer una ayuda para predisponer
a la gente de esas localidades a que pusiera manos a la obra. Pero la verdad es que ni la hacienda concejil hacía fácil siquiera
acudir a acondicionar el camino a Santa Cruz, pues los acreedores no
pagaban"7, y así observamos cómo el Concejo debe reiterar a los
alcaldes la orden primitiva sin encontrar mucho eco. La misma desobediencia de los alcaldes lugareños es patente dos años
más tarde, y no servía de mucho la filosofía municipal de que el cuidado de
esas vías correspondía a los
pueblos. En 1628 serán los caminos que unían a la ciudad con Tegucste el Nuevo y con Tegueste el Viejo
los que deban arreglarse, y con esa
finalidad se gastan 150 rs. en cada uno, pero como no es suficiente se decide apremiar a los
propietarios de viñas de aquellos pagos
para que ayuden con sus criados y esclavos.
En otros años de la centuria, como 1633 y 1674, se ordena el arreglo del camino a Candelaria, que a las primeras lluvias
resultaba seriamente dañado; en la última de las fechas citadas, nuevamente el
Cabildo traspasa la responsabilidad de la
reparación a los alcaldes de Candelaria y El
Rosario ante su imposibilidad financiera. En 1688 se gastan por
lo menos 1.500 rs. para arreglar el camino a Santa Cruz, para lo cual se estaban barrenando con pólvora algún
pedazo de risco.” (Miguel
Rodríguez Yánez. La Laguna
500 años de historia. Tomo I. Volumen I.:33y ss.)
1612 abril 9.
El Cabildo colonial de Tenerife
e solicita licencia a la metrópoli real para
traer de Portugal mil ducados en moneda de plata pequeña (LL: D.XIII/13), a la vez
que fabricar en Castilla 3 ó 4.000 ducados.
traer de Portugal mil ducados en moneda de plata pequeña (LL: D.XIII/13), a la vez
que fabricar en Castilla 3 ó 4.000 ducados.
1612 abril 9.
Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el
Valle Sagrado de Aguere (La Laguna)
después de la invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).
La vigilancia sobre los detallistas. .
“La Laguna contaba con un alto número de expendedores habituales
de mercancías, excluyendo a los que esporádicamente podían ofrecer sus productos
en la plaza. Vendederas, panaderas, mesoneros y taberneros no faltaban. Se habrá reparado en la asignación de género a esos oficios, que respeta el de la época, sin duda
porque entonces la mayoría aplastante de hombres o mujeres en los mismos
determinó esa adscripción genérica.
Se puede decir que los que despachaban alguna suerte
de vitualla, fuese cual fuese su
denominación, no gozaban de una especial consideración social ni de mucho crédito, por decirlo con cierto eufemismo.
Los muchos fraudes y engaños los convertían a todos en sospechosos, igual que a
los carniceros o molineros.
Las panaderas, desde temprana fecha son obligadas a
inscribirse en un registro municipal
(1627), y amasaban tanto el cereal particular como el que el Ayuntamiento, como ya hemos visto, les confiaba
periódicamente, sobre todo en épocas de escasez. Una las irregularidades que les atribuía el Cabildo era el muy
deficiente peso del pan, que incluso llega a
ser despachado a la mitad de lo establecido; asimismo se les achacaba en
ocasiones una mala calidad en el amasado y cocción, así como la distribución clandestina del producto, que se prestaba más aún al dolo. Por ello, además de insistir en
el respeto a sus normas, la autoridad municipal exige la venta pública y
emplaza a los taberneros para que no fuesen cómplices en sus establecimientos.
Tanta o más atención le merecen al Ayuntamiento las
vendederas, sobre todo a partir de su
configuración en colaboradoras involuntarias en la percepción de los donativos del Seiscientos. Pero ya desde la
centuria anterior las autoridades son conocedoras de su importancia y le dedican atención en sus debates. En ocasiones,
como en 1584, se alzaban con lo que
los vecinos les daban a vender, situación que origina un vivo debate municipal en busca de la solución
menos mala. Existía consenso sobre la
necesidad de un registro de tales expendedoras, que debían comparecer a ese
efecto ante el escribano municipal, y posteriormente los diputados les darían
instrucciones y señalarían cómo debían exhibir sus fianzas. En lo que existe
desacuerdo es en el número, pues algunos
piensan que se debe fijar un máximo. Bernardino Justiniano defendía la necesidad de limitar su cantidad por su condición de
mujeres pobres, que no ofrecían sus productos al consumidor con la limpieza requerida, y además se trataba de mugeres
de mal bibir, de las que los
hortelanos se quejaban a diario porque les pagaban mal su mercancía, mientras ellas las revendían a alto
precio. Una táctica para poner coto al lucro inmoderado,
sobre todo cuando las posturas se
modificaban al alza, era tasar el margen de beneficio de las vendederas en algunos productos, como el vino. Por
ejemplo, en 1609 se fijaba el vendaje en 10 rs./bota, y se sube a 12 rs. en 1612, a 16 en 1615, a 22 en 1625. Pero eso no bastaba en un
mercado interno fragmentado, con numerosos ofertantes e intermediarios.
Vendederas y pequeños y medianos cosecheros se presionaban
recíprocamente e intentaban sacar provecho
según la coyuntura. Por ejemplo, en 1638 se denuncia que los cosecheros que
actuaban como fiadores de las vendederas — precisaba de una fianza anual cualquier ventero para ejercer su oficio—, les exigían que sólo les comprasen el vino a
ellos al precio que les fijaban.
Otra forma de luchar contra la inflación es
vigilar que las vendederas se limiten a despachar lo que directamente se les
confíe a tal fin por particulares productores,
sin regatonear ni ofertar géneros suyos propios, pues además eso conducía a adulteraciones. Es más que
dudoso el éxito en esa tarea, pues en 1641 se
sigue encomendando vigilancia en ese sentido, además de
plantearse seriamente el sellado de las
bocas de las pipas en La Laguna
para evitar el enorme fraude existente
en el despacho de vino. Ocurría que después de otorgar licencia el diputado por 10 ó 12 días para vender 1 bota
de vino, previa inspección de una
muestra, a los 2 ó 3 días, después de haber expendido las vendederas 3 ó 4 barriles de esa bota, los vertía
de diferente dueño y llenaba esa pipa. Del fraude se derivaban varios
inconvenientes: por un lado, para el
dueño principal de esa bota (el cosechero), al que no se paga alegando que no ha despachado ningún vino de
esa bota, y además era muy probable
que el vino añadido dañase el principal y lo perdiese el dueño; por otro, queda desprestigiado el diputado que ha
efectuado la cata. Por si fuera poco, había taberneros con suficiente caudal para comprar vinos a bajo precio, y si les
parecía vendían su vino y no
recibían ninguno de los vecinos; ante esto, poco podía hacer legalmente el diputado, pues si hallaba la pipa
llena no podía obligarlos a aceptar
más vino.
El número de vendederas en la isla era elevado, y
aunque con motivo del cobro del donativo se
pretende limitar a 160 en 1641, se rectifica en ese mismo año ante el aluvión de solicitudes, por lo que se conceden 200 licencias. Si nos ceñimos a la capital,
seguramente la cifra sea muy superior a las
veinte que registra el repartimiento de trigo ordenado por el Ayuntamiento en 1642 para contribuir a obras en el Consistorio.
De hecho, lo comprobamos pocas décadas más tarde, pues pronto el número de vendederas y su ineficaz
control se convierte en uno de esos típicos temas recurrentes en los debates
concejiles. En efecto, en 1678 algunos
regidores lamentan la excesiva cifra de más de 120 vendederas que operan en La Laguna, que además se despreocupaban de dar cuenta, pues se debían más a su
numerosa prole, mientras sus maridos
abandonaban sus oficios para administrar el caudal ajeno embolsándose el 20% de beneficios en la expedición de mantenimientos. De paso, perjudicaban al pequeño
cosechero vitícola, que no podía contar a
tiempo con la liquidez necesaria para la fábrica de su vid, ya que preferían a los regatones en la venta.
Acerca de los taberneros, una denuncia-propuesta del regidor d. Alonso
Gallegos en 1629 advertía del excesivo número de los mismos en La Laguna. Les recriminaba el edil que algunos, más
que taberneros, tenían una bodega de vino que aprovechaban para hacer estanco
de mantenimientos y actuar como regatones, y esto ocurría incluso en la
plaza, cuando además era gente robusta que podía ocuparse en labores agrícolas. El caso es que el razonamiento era compartido
por sus compañeros de corporación, pero el gobernador no puede intervenir por la ausencia de quejas
vecinales. Ya comprobaremos en la tercera parte de este trabajo que los
mesones y tabernas eran considerados
fuente de no pocos males y de encubrimientos de delitos, y de qué manera
se intentó, vanamente, regular sus servicios. Respecto a los mesoneros, indica
Pfandl que esa palabra era sinónimo de ratero, y tanto sea profesión como la
de ventero no gozaba de excesiva
estimación social.” (Miguel
Rodríguez Yánez. La Laguna
500 años de historia La Laguna
durante el Antiguo Régimen desde su
fundación hasta el siglo XVII. Tomo I. Volumen II.: 602 y ss.).
1612
julio 16.
Un navío inglés procedente de Virginia arriba a
Santa Cruz (Tenerife); el conocimiento de la arribada, según la R. Audiencia,
corresponde al Ldo. Rada, teniente de gobernador,
quien suelta a los presos; protesta
el juez de Indias, a quien el Consejo da la razón. (Morales Padrón 45).
1612
julio 26.
Nuevas ordenanzas del comercio canario, repetidas
con apercibimiento por real cédula de
1/9.1638 (Cedulario, II, 44 - 9 y 72 - 9).
Se podrán enviar frutos de la tierra, pero con la flota (salida
de 20 a
30 de julio) para Antillas y México, y para
Tierra Firme (de 20 a
31 de diciembre) que puedan salir, vean o no vean la flota. Al mensajero
del Cabildo que solicita se suprima la limitación de la cargazón, se le
contesta en el Consejo de Indias que «pedían y se cansaban en vano».
1620.
Los colonos familia Soler en
Achbuna (Abona,Tenerife) y el heredamiento de Chasna, orígenes del Mayorazgo de
los Soler.
“En Abona,
debemos ocuparnos de otra familia, los Soler, apellido que quedó vinculado
a la comarca hasta el siglo XIX.
Procedentes de Cataluña, concretamente de Tarragona, llegaron a la Isla a raíz de la conquista
donde obtuvieron repartimientos.
A través de una información de nobleza hecha a solicitud de Juan Soler
de Padilla, ante Agustín de Mesa en 1612, y
protocolado a instancia de su mujer María del Castillo y Ayala, hallándose su esposo ausente en Indias, en
1620, ante Cristóbal de Guillen, escribano de La Laguna,
podemos conocer algunos aspectos sobre su origen y ascendencia: "...que
el dicho Juan Soler, Padre del dicho Capitán Pedro Soler, Regidor y Abuelo de los
dichos Juan Soler de padilla y los demás sus hermanos, fueron hijos legítimos
de Pedro Soler y de Juana de Padilla sus
Padres, y estos fueron naturalmente Caballeros hombres nobles de casa y solar
conocido de lugar de Constan (Constantí) cercano de Ciudad de Tarragona en el Reyno de Cataluña,
a donde tienen casa y solar conocido, según lo tienen averiguado el Capitán Baltazar Soler por ser tío del
dicho Capitán Pedro Soler, hermano del dicho su
Padre...".
Estos extremos vendrían a ser confirmado por declaración de testigos,
así el labrador Diego Pérez manifestará: "...que sabe como el dicho
Capitán Pedro Soler era hijo legitimo de legitimo matrimonio del Capitán Juan Soler y de María de Cárdenas,
a los cuales este testigo conoció
...que el dicho Capitán Juan Soler, padre del dicho Pedro Soler y Abuelo de los dichos Capitanes Juan Soler de Padilla y de
los demás sus hermanos, eran hijos de legitimo matrimonio de Pedro Soler y de
Juana de Padilla su muger, a los cuales este testigo conoció en este lugar de Vilaflor, donde tenían
su Casa y haciendas... y que fueron fundadores de este lugar, y que decendia de Casa noble y solar conocido
que había en el Reyno de Cataluña
y las demás partes y lugares conocidos en esta, por que asi lo entendió de muchas personas este testigo que en aquellos
tiempos los conocían, y los dichos Pedro Soler y Juana de Padilla fueron fundadores de la Iglesia de este
lugar".
Para comprender sus orígenes y trascendencia en las bandas de Abona
debemos remitirnos de nuevo a las datas concedidas tras la conquista,
concretamente a la asignada a Jerónimo de
Valdes, Andrés Suárez Gallinato, Guillen Castellano y Fernando de Espinosas, y
que dice:
"A todos cuatro juntamente un río o arroyo de agua con todas las
tas. q. con la dha. agua se
pudieren aprovechar, la cual es en esta isla de Tenerife, que se llama en la legua de Tenerife, Chasna y junta los términos
entre el reino de Abona y el reino de
Adex, lo cual vos do por lo mucho q. habéis servido en la conquista de estas dos islas q. yo he ganado por mandato de sus
Altezas. ll-Vlll-1504.(Reverso.
Renuncia y cesión de los cuatro a favor de Sancho de Vargas, alcalde mayor. 21-UIa20-Vde 1508..."4S.
Esta concesión del Adelantado viene a suponer la génesis de la Casa Soler en Abona, siendo su interpretación motivo de numerosos
pleitos. La propiedad pasó de los herederos de
Vargas -Diego, Alonso, Luis, y Juan de Vargas - por título de venta y por precio de 15.000 maravedís, a Juan
Martín de Padilla, por escritura dada en La Laguna el 15 de agosto de 1525, ante Antón
Vallejo: "...herederos e susesores es a saver el dho Rio e arólos que se llama Chasna con todas las
tierras pue pudiere aprovechar según en
el dho titulo y donasiones..." .
La oscuridad que envuelve hechos tan lejanos llevará la polémica a
esta venta. Así, los contradictores en el
siglo XIX
afirmarán que Diego de Vargas vendió a Juan Martín Padilla cuatro partes de las once que
corresponderían a otros tantos hijos de Sancho de Vargas, mientras que por la
contraria se habla de la totalidad de la data, planteando que, en cualquier
caso, habría de demostrarse quienes habían adquirido las 7/11 partes del heredamiento.
En 1720 se ordenó, a petición de Pedro Soler y Castilla, vecino de
Garachico, para guardar su derecho y el de sus
sucesores al heredamiento y mayorazgo del lugar de Vilaflor, que el escribano de las bandas de Abona protocolase en el
Registro Corriente de Instrumentos
Públicos la escritura dada por el Adelantado a los regidores que le habían ayudado en la conquista, Andrés Suárez Gallinato y
otros, así como el traspaso a Sancho de Vargas, y la venta que los herederos de
éste hicieron a Juan Martín de Padilla.
La hija del nuevo titular, Juana de Padilla, contrajo matrimonio con
Pedro Soler, de cuyo enlace hubieron seis
hijos, a saber: Gaspar Soler, regidor, sería también capitán de la Compañía de Infantería de
Abona y Vilaflor, casó con Jacobina de Arguijo; Juana casada con Luís Carrillo
de Albornos; Pedro Soler, Beneficiado de la Parroquia de los Remedios de La Laguna; Baltasar, se
alternó con Gaspar en el mando de la Compañía de Infantería de Abona y Vilaflor, fue capitán
en 1579, se ausentó en Indias (se
decía que tenía sus herederos en la ciudad de Trujillo); Isabel casada con el Licenciado Albornos, y por último Juan Soler de
Padilla casado en 1552 con María de Cárdenas y Guerra, hija de
Hernando Esteban de la Guerra
y de Juana Martínez.
De este último matrimonio nacería Juana Soler casada
con Rodrigo Hernández Lordelo, Andrés
Soler y el futuro fundador del mayorazgo, Pedro Soler de Padilla, quien fue
regidor por renuncia de su tío Gaspar en 1578, y desempeñó la capitanía de
Abona y Vilaflor, hasta que en 1594, al unirse en matrimonio
con María de Cabrera, hija de Rodrigo
Alvarez y Águeda de Cabrera, se estableció en Icod, aunque dos años más tarde volvió a desempeñar la capitanía de las bandas de
Abona y Vilaflor".
Poseía, además,
Juan Soler una hija llamada Juana, que contrajo nupcias con el capitán Juan Monsalve. Ésta, según el testamento
otorgado antes de partir para Castilla por
Juan Soler el 3 de agosto de 1551 ante el escribano de Los Realejos Juan
Vizcaíno, vivía en compañía de su madre María de Padilla.
El capitán y regidor Pedro Soler (el mayor), tras la obtención de sus
primeras propiedades, cimentó un
ingenio que con el tiempo sería la base de su fortuna. En unión de su esposa Juana de Padilla procedería a
fundar el pueblo de Vilaflor, y siguiendo la
costumbre de la época, para que a los vecinos no les faltase pasto espiritual
fabricó una ermita bajo la advocación de San Pedro Apóstol, cuya imagen de
alabastro fue conducida desde Cataluña.
Como
hemos señalado en líneas anteriores el regidor Pedro Soler se va a enfrentar a las pretensiones de Pedro de Ponte -con
quien rivalizaba en el comercio con los ingleses-, de conseguir
la jurisdicción de Adeje, muestra innegable de la fuerza con la que se asienta en la comarca. La Casa Soler al igual que
ocurría en Adeje, mantuvo una provechosa amistad con el pirata inglés
Hawkins: "John Hawkins debió experimentar
repetidas veces la acogida cariñosa que la familia Soler le deparaba en sus
posesiones de Abona, mientras los navios cargaban lentamente sus bodegas con el rico producto del suelo tinerfeño". Sobre la visita del pirata en 1560 a la Isla, los testigos señalan: "una nao en que trajo
muchos paños y fue recibido humanamente y los vendió publicmante y lleno de acucares del ingenio que Pedro
Soler y sus hijos tenían en
Abona..." ".
El
crecimiento de Vilaflor va a determinar que siendo obispo Diego Deza, la antigua ermita erigida en honor de San Pedro se
convierta en Parroquia y Beneficio, separándose
así del de Daute, aunque la nueva institución religiosa seguía manteniendo la
misma superficie que había tenido la ermita. Al objeto de dar respuesta a este
inconveniente, por el obispado se tratará sobre su fábrica con Pedro Soler, el mayor, lo que le llevará a la construcción de la Capilla Mayor para
que fuese suya y de sus descendientes, con su
patronato. En definitiva, por Real Cédula de 10 de abril de 1560,
según apunta Viera y Clavijo, y por auto de 8 de octubre de 1568 dado por el Visitador Juan Salvaje, se erigió la ermita
en Iglesia-Parroquial (ratificado el 4 de diciembre de 1574). Se dispuso se
hiciese la Capilla Mayor
como había determinado en su testamento Pedro Soler, concediéndole el
patronato para sus sucesores, con todos los honores que se otorgaban a los
fundadores de iglesias, y capillas, como el tener asiento tanto el patrono como
su familia, así varones como mujeres, sentándose
al otro lado las personas honradas del pueblo.
A lo largo de los siglos, veremos como la familia Soler se irá
extendiendo por toda la geografía insular,
manteniendo, en términos generales, una tendencia absentista respecto a sus
propiedades de Chasna, debido a los múltiples intereses que los vinculaban
con otras partes de la Isla,
y en particular con la capital de la misma. A través de la vía matrimonial
entroncará con la oligarquía isleña, como por ejemplo con los marqueses de La Fuente de Las Palmas, con los marqueses de Siete
Fuentes, y con las familias más sobresalientes en las bandas del Sur de
Tenerife, como los Castillo de Granadilla, con quien se produce una clara
endogamia.” (Carmen Rosa Pérez Barrios,
1998:55 y ss.)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por publicar, soy descendiente de Baltasar Soler y Padilla,
ResponderEliminar