EFEMERIDES DE LA NACION
CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XVI-I
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1611.
El municipio de la
Gomera fue fundado en el año 1611 por el entonces capitán
General del Reino de Guatemala don Antonio Peraza Ayala y Rojas, a quien se le
dio el nombre de conde de La
Gomera. El nombre de La Gomera se concedió en honor de una
isla bajo el control de los españoles conquistadores que se llama así
precisamente.
El nuevo presidente no era letrado por lo cual no tenía intervención en
materia de justicia y uno de sus primeros actos fue poner en ejecución varias
cédulas que prohibían el avecindamiento de españoles y personas de color en los
pueblos de indígenas. Como se habían reunido muchos españoles en el pueblo de
Zapotitlán, cabecera de la provincia de Suchitepequez, el presidente decidió
removerlos de allá y formar con ellos una nueva población a la que se le dio el
nombre de Villa de la Gomera, que subsiste hasta hoy en el departamento de
Escuintla. La Villa fue erigida por el rey, en título de Castilla, a favor del
que fundó Don Antonio Peraza Ayala y Rojas a quien se dio desde entonces el
título de Conde de la Gomera.
Según archivo municipal en el año 1740 se menciona la cabecera,
como pueblo de la Villa de La Gomera, la cual se encontraba habitada por unos
doscientos cincuenta mulatos de ambos sexos, diversas edades, seis mestizos y
dos españoles.
Según el archivo municipal en 1770, el Arzobispo don Pedro Cortés Larraz,
realizó visitas pastorales a sus diócesis y mencionaba la villa de La Gomera
como un pueblo de inmensos árboles y muchos parajes despoblándose. Menciona que
contaba con 49 familias o 276 personas, de las cuales la cuarta parte era
indígena. Las cosechas de este territorio son maíces, caña de azúcar, algodón,
tinta, ganado bovino y sal, su idioma oficial es el castellano.
La Gomera se adscribió para tal fin al circuito de Escuintla. El 16 de
juniode 1915, para un mejor servicio público, se establecieron en este
departamento varias comunidades con carácter de municipalidades entre las
cuales están: La Gomera, Siquinalá y Masagua. Luego por acuerdo gubernativo de
l27 de julio de 1913, la Municipalidad de Texcuaco fue suprimida y se anexó
como aldea al Municipio de La Gomera.
La cabecera de este poblado estuvo originalmente en el lugar que hoy
ocupa la aldea Texcuaco, la cual fue trasladada al lugar conocido como el
Bebedero, debido a que varios incendios de grandes proporciones consumieron el
antiguo pueblo, el traslado de esta cabecera se realizó conforme al Acuerdo
Gubernativo del 11 de junio de 1913. Cuando se distribuyeron los pueblos del
Estado de Guatemala para la administración de justicia por medio del sistema de
jurados decretados el 17 de agosto de 1896, La Gomera se adscribió para tal fin
al departamento de Escuintla Por Acuerdo en junio de1934, se estableció la
municipalidad en el municipio desde ese entonces los alcaldes municipales son
electos por el pueblo y la función era de registro civil.
En 1957 inician las elecciones electorales Obteniendo el cargo de
Alcalde Municipal el señor, Domingo Tambitoen el periodo que gobernó el señor
Pedro Elías Hernández que fue 66-68 dejó una obra Arquitectónica que es la que
ocupa las instalaciones del Palacio Municipal.
Sucesos históricos importantes:
En La Gomera mucho antes que los mayas se llegarón a desarrollar en
todas las artes y ciencias, estuvo poblado por las razas o tribus llamadas
Pre-olmecas muestra de ello se encuentra en el lugar algunas muestras que
fueron encontradas en las Fincas de la región, se han encontrado piezas de gran
valor arqueológico y se encuentran en la Biblioteca Municipal. La Municipalidad
fue construida por don Pedro Elìas Hernández quien estuvo en el periodo de 1966 a 1968.
1611.
Porcia Magdalena Marín Fernández de
Lugo, duquesa de Terranova y princesa de
Asculi, cuando visito La Laguna (Tenerife) para hacerse cargo del mayorazgo
heredado del invasor Alonso Fernández de Lugo, la casa de sus antepasados estaba en ruinas y decidió
venderla al corregidor de La Palma, quien fundó en el solar el convento de
clausura de Las Catalinas para que su hija y su esposa vivieran entre sus
muros.
Alonso Luís Fernández de Lugo, murió sin
descendencia directa sucediéndole en el mayorazgo y adelantamiento, su sobrina
Porcia quien se convirtió en la quinta Adelantada de Canarias, la cual acabó sus días en un monasterio de Toledo
(España).
Primer sistema político de las tres islas mayores de la colonia deCanarias
“Hubo un tiempo en que las islas y ciudades de
las Canarias formaban como otros tantos
estados y repúblicas griegas, cada una gobernada por sus fueros,
privilegios y ordenanzas municipales; cada
una bajo la particular vigilancia de
un senado de hombres enteramente consagrados a la felicidad común y a
cuya cabeza ponía la corte un magistrado que
animaba el vigor del cuerpo. Porque estos cuerpos tenían todo bajo de su
inspección: la paz y la guerra, las leyes y las armas, las artes y las letras, el comercio y la navegación, la industria y la labranza, la policía, la economía interior, la población, el orden. De manera
que, aliados entre sí para cuanto era interés
público y general, sólo dependían del supremo consejo de Castilla o de la chancillería de Granada por lo perteneciente al gobierno.
Este tiempo fue aquel que sucedió inmediatamente
a la reducción, pacificación y población de nuestras islas;
tiempo dichoso, en que los isleños debían ser
patriotas y los vecinos ciudadanos. Hemos
visto las cuatro islas menores bajo la dominación territorial de los
señores de la casa de Herrera. Veamos ahora
las otras tres mayores bajo la
conducta de los ministros del rey.
La Gran Canaria tuvo gobernadores, llamados también capitanes generales, desde el sin ventura Pedro del Algaba y de su formidable conquistador Pedro de Vera; así como los tuvieron Tenerife y La Palma, desde que el licenciado Alonso Yáñez Dávila vino a relevar al segundo adelantado del uso de la jurisdicción perpetua (1538). Estos muy magníficos señores, estos gobiernos y justicias mayores de las islas serán los mismos que se transformarán en
corregidores y capitanes a guerra, cuando se establezcan los capitanes y comandantes generales de mar y tierra y muden nuestras repúblicas griegas en una rigurosa monarquía
africana. Entre tanto, sepamos cómo los gobernadores de Canaria y los de
Tenerife repartían entre sí el peso
de los negocios al frente de sus
respetables ayuntamientos. Aquéllos, dirigiendo los de la misma Gran Canaria,
protegían los de las islas de Fuerteventura y Lanzarote; éstos,
presidiendo a los de Tenerife y La Palma, daban mano a los de La Gomera y El
Hierro, sin que por eso dejasen de socorrerse
todos los pueblos de la provincia
mutuamente, siempre que lo exigía la
necesidad o el bien común.
Pero es de notar que estos gobernadores primeros lo eran tanto, que, aunque el tiempo de su empleo, cuando más, era de tres años, solían nombrar
en cada uno muchos tenientes, especialmente el de Tenerife que, siéndolo
también de La Palma, tenía que pasar el mar para
visitar esta isla: obligación legítima que sólo estuvo
en práctica una parte del siglo XVI.
Asimismo nombraban para los empleos
gigantescos de alcaldes mayores,
alguaciles mayores, almotacenes mayores, sin contar los alcaldes ordinarios, fieles ejecutores, alguaciles de
campo y otras plazas que quedaron después,
unas anexas a los concejos y otras hereditarias en las casas.
Todavía no estaba ganada Tenerife y ya el conquistador don Alonso Fernández de Lugo, nombraba
en 1495 al oficio de la fieldad y ejecutoría de ella a Gonzalo del Castillo, por su vida y con facultad de enajenarlo. No lo
admiremos. Esta facultad de nombrar casi todos
los ministros de justicia estuvo dividida
promiscuamente entre el adelantado y el soberano
hasta el año 1519.
Ya dijimos que el ayuntamiento de Gran Canaria, en su primer
establecimiento, se compuso de doce regidores, un
fiel ejecutor, un jurado, un alguacil mayor.
Redújose este número de regidores a seis, que debían
ser bienales, en virtud del fuero que los Reyes Católicos dieron a la isla.
Pero habiéndose aumentado después insensiblemente hasta
24, como acontece en todos los empleos de autoridad
cuando cuestan poco obtenerse, llegaron a hacerse vitalicios, y de vitalicios,
perpetuos, desde que doña Magdalena Porcia Fernández de Lugo, princesa de Asculi, acordándose de que era quinta adelantada de Canarias, alcanzó facultad de Felipe IV para
amortizar y beneficiar la perpetuidad de estos
oficios en nuestras islas (1634).
En La Palma vimos desde el principio un ayuntamiento de pocos
regidores, pero de mucha distinción: nobles,
vitalicios y por nombramiento del adelantado don
Alonso de Lugo. Los vimos después aumentados
hasta 18, y en 1620 hasta 24, quedando los más perpetuos y vinculados en
las casas de aquella primera nobleza. Tuvo
también esta ciudad dos jurados, alguacil mayor, fiel ejecutor, etc.
La isla de Tenerife, noble, populosa, opulenta, y que sólo podía ceder a la de Canaria el renombre de Grande y la preeminencia de capital, vio en su primera fundación un areópago, un cabildo compuesto de seis regidores y dos jurados. Pero, aumentados aquéllos poco después a ocho, subieron
prontamente a diez y ocho. Y como este número, que vulgarizaba el santo nombre
de padres de la patria, ya parecía excesivo,
se obtuvo expresa orden del
emperador Carlos V para que volviesen a reducirse a ocho, bajo
la fe y palabra real de que no haría
merced a nadie de los demás oficios por vacante
ni por renuncia (1519).
Sin embargo, pudieron más las urgencias de la corona, y en 1549 se beneficiaron de nuevo otros tres oficios.
Acrecentáronse nueve en 1557, pero fue porque se
acrecentaron dos oficios en todas las villas y
ciudades del reino. De manera que, volviendo a ser
más de los necesarios, a causa de no haber otra cosa considerable que poder
ser en Tenerife, se solicitó en 1563 segunda
cédula real para que se fuesen extinguiendo los regimientos existentes,
hasta reducirse a su número primitivo. ¡Vanos
esfuerzos! Las mismas prohibiciones hicieron que desde entonces se multiplicasen
los regidores más y más. En 1581 había 38;
en 1612 eran 44; en 1619 eran 53. Y aun se vio en mayo de 1622 a un tal Roque de Salvatierra presentar de un golpe en el Cabildo otros 12 títulos de que Felipe IV había
hecho merced al conde de Molina y a don Antonio de
Mesía y Paz, su hermano. Doce caballeros españoles
se recibieron por poderes, a pesar de las representaciones de la ciudad.
A este andar, ¿qué mucho que en 1764 se contasen 56
regidores, «y no sé si más», como Núñez de la
Peña decía? Lo peor de todo era que también había tenientes de regidores. Pero desde esta época ha ¡do entrando en sus márgenes aquella inundación, como veremos adelante. De ellos unos eran renunciables y otros perpetuos; algunos
anexos a los oficios de alférez general, depositario general, fieles ejecutores, alguacil, almotacén, procurador mayor, etc. Los escribanos del concejo, que también se llamaban mayores y pasaban a regidores con frecuencia, no fueron dos hasta el año de 1558, en que por real decreto se añadió al primordial otro segundo oficio.
Tal ha sido el ¡lustre senado de Tenerife y tan notoria la nobleza de sus primeros individuos que, queriendo nuestro cronista publicar en el mundo
la distinguida estirpe de las más antiguas familias
de su patria, no hizo otra cosa que estampar la serie cronológica de
los regidores y magistrados que hubo en
ella. No fue mucho. Las casas y
apellidos más conocidos de España y Portugal, y aun de Flandes e Italia, habían contribuido a la población de Tenerife y demás Islas
Canarias. Así el ayuntamiento fue su nobiliario, y pudo haberle dado materia para un buen tratado de
elogios. Todo el siglo XVI y
gran parte del XVII fue un tiempo de feliz memoria para aquel cuerpo respetable,
que tan dignamente se empleó en la administración
de todo lo concerniente a la causa pública
y real servicio, con crédito de su proceder, reputación de su probidad, confianza de los pueblos,
satisfacción de los superiores, singular protección
del soberano y honor de los mismos miembros
que lo suponían.
Cada una de las tres islas tenían un síndico pesonero general, especialmente Tenerife, cuya elección
terrible por ciudadanos nobles, por suertes y con
juramento al pie de los altares, expuesto el
augusto sacramento y presentes los ministros de la religión, rara vez fue bastante para que estos tribunos de la
plebe dejasen de parecer o muy inquietos, si
eran activos, o muy inútiles, si eran indolentes.
Los eclesiásticos fueron los que más se hicieron temer en este oficio. Prohibiéronse los eclesiásticos. Quedaban algunos vecinos de cuenta que con igual celo pudiesen levantar la voz por el bien público. El nuevo establecimiento de los diputados del común y personero devolvió al pueblo la elección.
El pueblo la hace sin intervención del
cabildo.
Este sistema de gobierno de nuestras tres ciudades, bajo del cual empezaron a fundarse y florecer las islas, sólo necesitaba de un autorizado centro de unión que, juntándolas todas entre sí, como partes de una provincia y un solo reino, fuese en las Canarias lo mismo que había sido el tribunal o consejo de los anfictiones en la Grecia. Conviene a saber, una cabeza superior que mandase
en segunda instancia y pudiese ser obedecida.
Este centro de unión fue la Real Audiencia. Establecióse en 1527. Pero antes de referir todas las circunstancias históricas de su erección y
sus progresos, será oportuno
formarnos una idea más clara del estado a que las islas de Canaria,
Palma y Tenerife Habían llegado por
entonces.” (José de Viera y Clavijo, 1978, t.2:49 y ss.)
1611.
Todos
los salarios militares pagados por las rentas de Tenerife suman 856.480 mrs. (AHS: Hacienda 2123.
1611.
Para
cortar el fraude, se estudia la posibilidad de no despachar navíos de Canarias a
Indias sino con la intervención y el visto bueno de la Casa de la Contratación
de Sevilla.(Cedularío, II,
30-4.).
1611.
Por el
Cabildo colonial de Tenerife se reitera que la capacidad de las pipas debía ser
de 120 azumbres, pero ante el incumplimiento de la ordenanza, se repite
nuevamente, añadiéndose que debían llevar un sello de la ciudad, que lo
tendría en depósito el alcalde del oficio.
1611.
Desde esta
fecha se celebraban en Santa Cruz de Añazu la fiesta de La Consolación.
Las fiestas en laplaza y puerto de Santa Cruz de
Añazu
“Las fiestas
son tan frecuentes como concurridas. Las más importantes son las que llevan
consigo alguna procesión, porque de algún modo hay que asistir,
bien desde la acera o desde la calzada.
Las fiestas
con
procesión son la Candelaria, el 28 de febrero, costeada a partir de 1635 por los
soldados de la guarnición el domingo de Resurrección; la
Invención de la Cruz, el 3 de mayo, «que es la fiesta del pueblo»; el día de
Corpus; Nuestra Señora de la Consolación, el 15 de agosto, que es «patrona del
lugar»" y tiene su procesión desde
por lo menos 1611; Nuestra
Señora de la Concepción, el 8 de diciembre, fiesta titular de la
iglesia parroquial y se celebra con procesión desde por lo menos el año
de 1600, al igual que la fiesta de la Cruz. Otras se añaden a medida que
se van fundando las ermitas y los conventos: fiesta de San Telmo,
de Regla, del Cristo de Paso Alto, del Pilar; fiesta del Carmen en la parroquial. En el
convento de los dominicos se celebran la fiesta de San Pedro Mártir, costeada por el comisario de la
Inquisición, y la de Naval en octubre,
con fuegos artificiales a los que llaman también tiros de cámaras.
Las fiestas
más lucidas eran las del Corpus, que recorrían las calles precedidas por su
acompañamiento de cabezudos y de diabletes, y presididas por el
comandante general. Pero las más populares eran las fiestas
de barrio, alrededor de las ermitas, con verbena en la que participaban
numerosos vecinos. Había tenderetes, rifas, mesas de juego al aire libre. Las damas de
la sociedad gustaban mezclarse con la gente
y pedir la feria a algún desconocido, naturalmente tapándose la cara con una mascarilla o un rebozo. La
organización de la fiesta se hacía
como ahora. Con motivo del día del santo, se formaba una junta organizadora, se recogían donativos y
cotizaciones. En algunos casos se
formaban alfombras de flores o se adornaban las casas con enramadas; se
colocaban en el recinto de la fiesta guirnaldadas y candelas encendidas; había fuegos artificiales y bailes. Se
bailaban el canario, el fandango, el
zapateado, la zarabanda y la folia. A la autoridad no le agradaba mucho todo aquel bullicio.
La
autoridad, en efecto, ni se divierte, ni es amiga de las diversiones de los demás. Durante el
siglo XVIII llovieron
las prohibiciones administrativas. Quedan
prohibidos ciertos pasos de la Semana Santa que no le han gustado al obispo. Se prohibe sacar gigantes y tarascas en la procesión del Corpus. Se prohibe salir
procesionalmente a la calle, sin
solicitud previa y licencia de la justicia ordinaria. Se prohíben las hogueras, por el exceso que hubo en Santa
Cruz en víspera de la noche de San
Juan. Se prohiben las máscaras y los disfraces en las fiestas de Regla, Paso
Alto y Pilar, durante la noche, y después también en los carnavales. Se prohiben los fuegos artificiales. Se prohiben «las velas y bailes noturnos en las casas del
bajo pueblo». Hubiera sido más fácil
decir que se prohibe la diversión.
Uno de los
pocos resultados de estas limitaciones, de las que no se solía
hacer mucho caso, es que las fiestas eclesiásticas se interiorizan y la
procesión, que era antes frecuente, viene a ser una excepción. Más que la
fiesta callejera, se recalca ahora la espectacularidad del decorado interior.
Están de moda los enormes monumentos pintados sobre lienzo y montados en los
templos a modo de decorados teatrales. El que pintó en perspectiva José
de Sala en 1783 para la iglesia de San Francisco, por precio de 1.800 pesos,
causó sensación e hizo que bajase la gente de La Laguna para
poderlo contemplar. La procesión de Semana Santa, sin embargo,
sigue siendo costumbre arraigada. El uso común es de estrenar traje
en esta ocasión; y como los paños son caros y no parece posible salir con el
traje del año pasado, una familia modesta llega a gastar hasta
600 pesos en trajes para seis personas, cosa que no puede conseguir sin
vender algo o empeñarse.
En cuanto a las fiestas civiles,
no las hubo sino muy tarde en Santa Cruz,
por la obvia razón que se organizaban arriba, en la capital lagunera. En general las fiestas de natalicios, bodas
reales, exaltación al trono o victorias
corrían a cargo del Cabildo y la presencia del comandante general en Santa Cruz cambiaba poco a esta
situación, porque en teoría era él
quien debía acudir a las ceremonias organizadas arriba. En 1784, por primera vez, el
marqués de Branciforte se excusó de subir para asistir a la fiesta del rey, que se celebraba en
la Real Sociedad Económica de La Laguna,
dando por razón la obligación en que se hallaba de presidir la que con
el mismo motivo se celebraba en Santa Cruz. La exaltación al trono de Carlos IV se festejó oficialmente en Santa Cruz, tanto por el comandante general que encargó la solemne función y el sermón en el convento
franciscano, como por el alcalde del lugar y el diputado del común Julián Cano. Según parece, es ésta la
primera fiesta municipal celebrada en
Santa Cruz, anterior al mismo municipio y que costó la cantidad nada
despreciable de 15.188 reales vellón.
Con anterioridad a estas fechas, no hubo más fiestas civiles en el lugar, que las que excepcionalmente se organizaban y costeaban por particulares. Una de las que más parece haber llamado la atención fue la fiesta que ofreció al público santacrucero el cónsul de Francia Enrique Casalón, el 23 de abril de 1752, con motivo del nacimiento del primer hijo varón del Delfín de Francia. De ésta corre impresa una descripción detallada, que acompaña el texto del sermón pronunciado en aquella ocasión por el padre fray Blas de Medina81. Por
ella sabemos que el día antes, «desde las dos de la
tarde, se empezaron las vísperas por la música
con el debido aparato y solemnidad acostumbrada, hasta que a boca de cañón se
dio aviso a todo el pueblo para el adorno de
luminarias y concurrencia a fuegos de artificio, que se dispararon en la plaza del Convento, conforme la noche antecedente se había executado». El día 23 se celebró misa en la iglesia del convento
franciscano, «con asistencia de religiones y clero, el Excmo. Sr. Comandante general, el cónsul y la nación con muchísimas personas de lo
distinguido de la nobleza y lo lucido del comercio y la milicia». Hubo Te Deum y
música, «acompañando a esta demonstración repetidas salvas de mar en los
vageles de la bahía, y en tierra ruidosos estruendos de diversos fuegos,
clarines y demás aparatos»; luego tercia cantada, misa mayor y procesión,
seguidos por un banquete, con limosna a más de 2.000 personas, saraos
y concierto, «hasta que se hicieron horas de disparar la última
invención de fuego, representada con bello arte en la plaza mayor, enfrente
de las casas del Consulado».
Hay también
otras fiestas, de carácter personal y relacionadas con la persona
importante del comandante general. Cuando al comandante Pedro Rodríguez Moreno
le ascendieron en 1763 a
teniente general de los ejércitos reales, hubo fiesta durante cinco días
seguidos, con clarines, tambores y disparos del castillo, con la
oficialidad que bajó de La Laguna para felicitar al jefe, con los
inevitables obsequios y por la noche con iluminaciones, fuegos artificiales y en algunas casas
particulares saraos a que asistía el
congratulado. En 1782, con motivo de la toma de hábito del hijo del marqués de la Cañada en el convento de Santo
Domingo, hubo gran asistencia de caballeros y damas, con refresco y sarao
en casa del comandante. Los gastos de estas fiestas corren a menudo por cuenta de los comerciantes más
acaudalados de la plaza. Al inaugurarse la parroquia del Pilar, el 30 de enero
de 1803, hubo fiesta con colación y
refresco ofrecidos por Enrique Casalón; el mismo, junto con Pedro Forstall, costeó en 17 de abril de aquel
año, la fiesta que se ofreció para celebrar el grado de teniente general
de Perlasca.
Las fiestas
municipales, inauguradas casualmente en 1789, se institucionalizan sólo a
partir de la victoria contra los ingleses, en 1797 y del villazgo que se
consiguió casi inmediatamente después. Aquella conmemoración era
demasiado importante para olvidarla. Debido a ella empiezan a
celebrarse como fiestas municipales, a partir de 1798, los días de
la Cruz y de Santiago, los dos copatronos que se había escogido el
lugar el año anterior. El 3 de mayo era ya fiesta del lugar desde el
siglo XVI, pero la justicia no
había tenido intervención en la misma. Ahora es el ayuntamiento quien la
costea; y como el ayuntamiento no dispone de fondos, la verdad es que se
costea como antes, con limosnas y donativos de los vecinos, pero
recaudados y contabilizados por el alcalde. La fiesta cuesta en 1798, para
gastos de cera e incienso, música y limosnas a las comunidades que
salen en la procesión, 844 reales, y en 1802, unos 594 reales. En
cuanto a la fiesta de Santiago, la cuenta de gastos de 1798 la presenta
como una «procesión sacramental que se hizo en aquella noche en acción
de gracia por haver-nos libertado el Señor de la imbación de los
enemigos en la misma noche del año anterior». Costó 650 reales, más ocho
duros para el predicador; y si no costó más, es porque las limosnas recaudadas
no daban para más. Afortunadamente, el beneficiado y los capellanes que oficiaron aquel día
hicieron gracia de sus derechos, gesto que repitieron en los años
siguientes. En 1802 se festejó el día de Santiago con música y cañonazos, y costó 558 reales.
Además de las fiestas del compatrono, se consideraban
como fiestas del ayuntamiento la del día 2 de enero, por la toma de posesión de los nuevos empleos; el dos
de febrero, día de Candelaria, patrona
de Canarias; el Domingo de Ramos; la fiesta y la procesión del Corpus, y la fiesta de Nuestra Señora de la Concepción, por
ser patrona de España.
El carnaval
es también una vieja tradición. En tiempos de pobreza carecía de lucimiento,
pero seguramente no se dejaba de celebrar. Más tarde, con el
desarrollo de la vida urbana, fue, además de ocasión de regocijos populares y
callejeros, pretexto para reuniones sociales, con fiestas y bailes
organizados en casas particulares. En 1778 se celebran «algunos saraos en
el puerto de Santa Cruz, a que ha concurrido el comandante general y
cosa de treinta damas adornadas a la moda», además de muchas personas
que bajan de la capital. Algunas de estas reuniones son muy
brillantes, porque la gente rica tiene buenas casas y sabe
recibir. Se ofrece una colación, se bailan los bailes de moda, los bailes
ingleses, el bolero y el vals, se escucha música y se juega. Para los que no
tienen entrada en esta sociedad, quedan los bailes que se organizan en
otras casas menos recomendables o en las tabernas y que, naturalmente, están
prohibidos oficialmente.
En el bullicio de la
fiesta callejera, lo que más gusta al pueblo es llevar máscaras o trajes
«diferentes de su propio sexo». No son todos bullangueros o
alborotadores, pero al alcalde le conviene tenerlos vigilados y prohibe por
bando los disfraces y el uso de las caretas. La autoridad sospecha a todos
cuantos suelen «dedicarse a juegos de máscara, transitando con ellas las
calles, vistiendo trajes ridículos y tapándose la cara, con cuya precaución
quieren imposivilitar la averiguación de sus crimines, que son consecuentes a
la ocultación de sus rostros» y quiere poderlos mirar en la
cara. Lo mismo ocurre en La Laguna, y probablemente en todas partes.
La gente protesta, cuelga pasquines y el corregidor manda detener a
los enmascarados, mientras ellos gritan que no es justo, y que en
Santa Cruz los dejan en paz93. Para el historiador, no deja de
ser interesante observar que este uso, indiferente para quien lo mira en
tiempo que no sea de carnavales, se ha mantenido contra vientos y
mareas, después de dos siglos de guerrilla y de esfuerzos, que quizá
merecían mejores empleos.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.
t. II: 485 y ss.).
1611.
La limpieza y la salubridad formaron parte de las necesidades que, desde un
principio, el Cabildo colonial palmero intentó cubrir. La recopilación de
ordenanzas de esta fecha ofrece en este
sentido una serie de mandatos tendentes a velar por la higiene pública. Al
respecto figuran prohibiciones que venían a proteger los lugares donde se
obtenía o por donde discurrían las aguas de abasto, con frecuencia utilizados
como lavaderos o abrevaderos para las bestias. La limpieza de las vías públicas
se estableció mandando a que no anden lechones por las calles.
1611.
Sin duda, importante debió ser el cultivo de la
vid y la elaboración de vino en La Palma del siglo XVI, cuando a comienzos del
XVII, en 1611, se publican las Ordenanzas del Cabildo, mandadas “juntar en un
cuerpo” y dirigidas al buen gobierno de la Isla.
A comienzos del siglo XVI, en el valle de
Aridane, mosén Juan Cabrera, camarero mayor del rey Fernando el Católico,
plantó posiblemente las primeras viñas en la Isla de La Palma, fruto del
reparto de tierras de secano y de regadío en la Caldera de Taburiente. En 1514,
los licenciados Cristóbal Valcárcel y Vasco Bahamonde recibieron propiedades en
las que también plantaron viñas de riego en la cabecera de la Caldera de
Taburiente.
En las tierras de Fuencaliente se debieron
plantar viñas a mediados del siglo XVI. El primer núcleo de población se
remonta, como mínimo, al año 1522, si consideramos los datos del archivo de la
parroquia de San Antonio.
Uno de los más conocidos cronistas de Canarias de
la época, Abreu Galindo, cita que “hay en esta isla cantidad de vinos
extremados, por ser de sequero, y más seguros para navegar en peruleras que los
demás vinos de las otras islas”.
La malvasía es la mejor parra de todo el
Archipiélago y, en el caso de Fuencaliente de La Palma, la de clase más
superior. El cultivo de esta variedad en Canarias ya la cita José Núñez de la
Peña en 1676, en su libro Conquista y antigüedades de las Islas Canarias.
La malvasía de las islas proviene, posiblemente,
de Madeira, donde fue plantada por orden de Enrique el Navegante, quien hacia
1427 mandó llevar la variedad de uva malvasía de la isla de Creta, y a Canarias
debió llegar hacia 1497, de manos del conquistador Fernando de Castro, que era portugués
y marchó a Madeira con permiso del adelantado Alonso Fernández de Lugo, desde
donde regresó al cuartel general de los conquistadores castellanos, que por
entonces estaba en Los Realejos, para beneficiarse del reparto de tierras y
aguas, según declararon Hernando o Fernando Trujillo y otros y se confirma en
la “Reformación del Repartimiento de Tenerife de 1506 por el licenciado Ortiz
de Zárate”.
Sin embargo, es erróneo, como dice Viera y
Clavijo en su Diccionario de Historia Natural, que la malvasía viniese “de una
pequeña isla de Grecia, llamada Malvasía y antiguamente Epidaura, sobre la
costa oriental de la Morea, distante un tiro de pistola de la tierra firme”.
El naturalista francés Bory de Saint Vincent, en
su libro Ensayo sobre las Islas Canarias y la antigua Atlántida o Compendio
General de la Historia del Archipiélago Canario, publicado en 1803 -siete años
antes que el Diccionario de Viera y Clavijo-, dice:
“Pero no se puede dudar que la planta que produce
la clase de vino licoroso, conocida con el nombre de ’Malvasía de Canarias’ ha
sido importada por los españoles, y haya venido a través de Madeira, de una
ciudad de Morea”.
Viera y Clavijo la define de la siguiente forma:
“Malvasia, vitis epidáurica. Vinum Malvaticum.
Nombre de la parra y vino dulce de sus uvas, que se hace en la isla de Tenerife
y La Palma, por entenderse que esta especie de vid, es originaria de una
pequeña isla de Grecia, llamada Malvasía, y antiguamente Epidaura, sobre la
costa oriental de la Morea, distante un tiro de pistola de la tierra firme. Sin
embargo, la tradición más recibida, entre propios y extraños es de que dicha
casta de parra no nos vino en derechura de la Isla de Malvasía, sino de la de
Candía, que en lo antiguo se llamó Creta, por lo que hemos visto le llama a
este vino que da esta parra Vino Creticum y todavía hay en Tenerife, un pago de
viñedos, con el nombre de Candía, que es título de marquesado”.
El marquesado de Candía corresponde al título de
Dos Sicilias, concedido el 17 de noviembre de 1735 a Cristóbal-Joaquín
Franchy y Benítez de Lugo. Convertido en título del Reino de España, el 2 de
marzo de 1818 (Real Despacho del 3 de septiembre de dicho año) a favor de
Juan-Máximo Franchy y Grimaldi. En 1940, Leopoldo Cólogan y Osborne Zulueta y
Vázquez se convirtió en el quinto marqués.
Esta variedad es conocida en la Península con los
nombres de blanca-roja, rojal blanca, suavidad, subirat parent -en Valencia- y
una de arroba, en La Mancha.
La descripción más actual de esta variedad es la
siguiente:
“Tronco vigoroso, sarmientos fuertes, poco
ramificados, sección transversal: circular, estriados; entre nudos de nueve a 10 centímetros. Hoja
de color verde fuerte, pentagonal-orbicular, tamaño medio, seno peciolar en U
abierta. Racimos de tamaño medio y granos de uva también de tamaño medio, de
color ambarino, con pruina, de forma esférica, pulpa jugosa, zumo incoloro,
sabor neutro, que desarrolla como aromas secundarios después de la fermentación
y que aumenta con la crianza en madera. Una pepita por grano”.
Hay otras variedades de malvasía. La ’morada’,
llamada también ’versicolor’ de racimos laxos, uvas color amatista. La malvasía
’rosada’ o ’rosadita’, es también conocida como ’dulcissima’, muy superior
ambas, a la variedad de Lanzarote, en calidad, ya que la de aquella isla
produce más kilos por parra, pero es menos aromática. Y nos queda la variedad
de malvasía de Sitges, que hay quienes piensan que aquella procede de
Fuencaliente, aunque esta opinión no está demostrada.
Thomas Nichols, en su relación incluida en los
“Viajes” de Purchass, decía en 1526 que, junto a los vinos tinerfeños de la
Rambla, figuraban los caldos palmeros de Las Breñas, semejantes a la malvasía,
con una cosecha de 12.000 pipas anuales.
En el siglo XVI, el ingeniero italiano Leonardo
Torriani, cuando visitó La Palma, decía que la Isla producía excelentes vinos,
de los cuales se embarcaban en la rada de la capital palmera más de 4.000 pipas
al año con destino a las Indias.
En esa época, el viajero portugués Gaspar
Frutuoso, en su libro Saudades da Terra, hacía referencia a la gran calidad de
los vinos de La Palma, que alcanzaron su máximo esplendor durante los siglos
XVII y XVIII, con una masiva exportación a Inglaterra y América.
Un siglo más tarde, Sir Edmond Scory, en sus
Observaciones sobre el Pico de Tenerife, también publicada por Purchass,
distingue los dos géneros insulares del vino: el vidueño y la malvasía. La
malvasía, extraída de un racimo grueso y redondo, “parece poder atravesar los
mares, sin dañarse ni alterarse, rodeando al mundo de un polo al otro”.
Viera y Clavijo consignó las variedades de las
malvasías: negra, rossa, blanca, rouge, que se cultivaban en Candía, viñedos
del Póo, Toscana o Mediodía de Francia. La malvasía de La Palma, la gran
malvasía, lo mismo que la de Tenerife, es un “gran vino de mesa” dulce,
licoroso y perfumado, como así la triadjetivó el propio Viera.
Desde sus comienzos, la malvasía fue presagio de
un afortunado negocio. La devoción inglesa -malmsey, en su lengua- le dio una
nueva dicción en su diccionario: sack, derivándola de la denominación “Canary
Sack” con que distinguió a nuestros vinos generosos.
George Glas, el viajero escocés, también consigna
la elaboración canaria de la malvasía y se refiere al corte verde de las uvas
para obtener un vino seco. Entre sus propiedades, a dos o tres años de edad,
difícilmente puede ser distinguido del vino de Madeira y cuando tiene más de
cuatro años se vuelve meloso y azucarado, asemejándose al vino de Málaga.
Continúa en la entrega siguiente.
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