EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1721-1730
CAPÍTULO XXXIII
–IV
Eduardo Pedro García Rodríguez
Viene de la entrega anterior.
Bajo el reinado de Carlos III, se
produce un afianzamiento de la política exterior española en la defensa de su
soberanía sobre la región del Río de la Plata, no pudiéndose hablar ya de aquéllas
tierras como “tierras de ningún provecho”, en tanto representaban una puerta de
fácil acceso para las potencias extranjeras. La necesidad de proteger los intereses
económicos en la región llevó al virrey peruano Amat y Junyent –según consta en
sus Memorias de Gobierno- a poner sobre aviso a la Corona contra los “enemigos
portugueses que se han aliado con Inglaterra, bajo cuya protección han cometido
y cometen diversas maquinaciones e insolencias [...] Los portugueses no reparan
en medios para penetrar en la región que pertenece a Su Majestad Católica.
[...] se esfuerzan por colonizar las inmediaciones de Río Grande, por implantar
allí su ganadería, para de esta manera proveer cómodamente a las necesidades de
Río de Janeiro”
.
.
En 1680, con la fundación de
Colonia del Sacramento, los portugueses habían tomado la iniciativa en la lucha
por la costa oriental del Río de la Plata, y los sucesivos gobernadores de
Buenos Aires intentarán, con mayor o menor éxito, decidir el enfrentamiento a
favor de España. Según el historiador alemán M. Kossok: “Cuando la
incorporación de Portugal a la ‘Gran Alianza’ significó la denuncia del tratado
de compensación firmado en 1701, España consiguió ocupar la fortaleza desde 1706 a 1715. La cláusula de
entrega contenida en el Tratado de Utrecht pudo aminorarse en sus efectos con
la fundación de un baluarte similar: Montevideo.” En el tratado firmado en Madrid en 1750
para determinar los límites de los estados pertenecientes a las Coronas de
España y Portugal en Asia y América, se llegó al acuerdo de la entrega de las
siete Misiones Orientales a Portugal (territorio éste de largas disputas, que
en el primer tercio del siglo XIX, Uruguay “canjeará” nuevamente con Brasil),
quedando la Banda Oriental, incluida Colonia, definitivamente bajo control
español.
No sería correcto afirmar que
Montevideo nace como ciudad, ya que su origen responde a la edificación de una
plaza-fuerte situada en una bahía del Río de la Plata y delimitada hacia el oeste
por un cerro, significativo paisajísticamente en ese contexto de llanuras.
Felipe V había ordenado la
construcción de una ciudad en dicho paraje, para evitar precisamente que se
repitiera lo sucedido cuarenta años antes con la Colonia del Sacramento. En el
año 1723 desembarcaba en dicha bahía un contingente portugués, lo cual motivó
la inmediata intervención de quien entonces era el Gobernador de Buenos Aires,
D. Bruno Mauricio de Zavala. A instancias de un práctico del Río de la Plata,
las tropas españolas cruzan el estuario desde las costas de Buenos Aires
propiciando una retirada pacífica de los portugueses. Una carta de Felipe V a
Zavala, fechada en 1725, donde se recapitula sobre ese acontecimiento, dice
así:
“En diferentes cartas que se han
recibido, el mes de junio del año próximo antecedente, dais cuenta con autos de
que, el día primero de diciembre de 1723, os dio noticia un práctico del Río de
la Plata de haber encontrado en la ensenada de Montevideo un navío de guerra
portugués, con 50 cañones, mandado por don Manuel Henrique de Noroña, y haber
desembarcado hasta 200 hombres que estaban fortificándose, con cuya novedad
despachasteis un capitán con carta para el gobernador de la Colonia, a fin de
que informase de tan impensada e irregular conducta; dando al mismo tiempo
otras providencias para reforzar la guardia de San Juan, observando los
movimientos de los portugueses, impedirles disfrutar la campaña y la
comunicación con la Colonia por tierra; encargando al capitán don Alonso de la
Vega que a su arribo escribiese al comandante portugués que no podíais permitir
su demora en aquel paraje [...] A que le respondió venía con expresa orden de
su Soberano, a tomar posesión de las tierras de su dominio, por lo cual os
obligó a manifestarle la extrañeza que os causaban sus operaciones, por ser opuestas
a la buena correspondencia; y que, respecto de no haber duda alguna en ser mío
el territorio de Montevideo, procurase suspender la fortificación y retirarse
de aquel paraje y demás dominios míos; porque, de no ejecutarlo así, lo
reputaríais por hostilidad, y os sería indispensable valeros de aquellos medios
a que la justicia, la razón y el derecho os obligaban. A que os respondió el
comandante portugués en la misma forma que había respondido a vuestro oficial.
Y enterado vos de que los portugueses llevaban adelante su intento, no obstante
varias cartas y respuestas que hubo de una a otra parte, dispusisteis los
navíos de registro, juntamente con un navío inglés del asiento, y por tierra
también tropas, para dicho sitio de Montevideo; y habiendo pasado a la guardia
de San Juan el día 21 de Enero, tuvisteis el día siguiente la noticia de
haberle desamparado los portugueses dejando una carta el comandante, escrita el
mismo día 19, diciéndoos se retiraba por no quebrantar las paces [...]”
Este acontecimiento marcó el
inicio de un proceso fundacional que se extiende hasta fines de 1726, de una
ciudad y plaza fuerte que fue llamada con el nombre de los santos patronos: San
Felipe y Santiago de Montevideo. La misma carta antes citada, especifica:
“[...] Y para que se puedan poblar los dos
expresados e importantes puestos de Montevideo y Maldonado, he dado las órdenes
convenientes para que en esta ocasión se os remitan en dichos navíos de
registro 50 familias, las 25 del reino de Galicia, y las otras 25 de las islas
de Canarias. También se dan las órdenes necesarias a mi Virrey del Perú, y
Gobernadores de Chile, Tucumán y Paraguay, para que os den cuantos auxilios
puedan para atajar los intentos de los portugueses, y particularmente para que
del distrito de cada uno pasen las familias que fueren posibles, para que con
las que (como va dicho) se os remiten de España se apliquen a estas poblaciones
[...] con las providencias expresadas podréis hacerlo, procurando (como no lo
dudo de vuestro amor y celo a mi real servicio) practicar en este caso todas
las disposiciones que fueren posibles, con la conducta que hasta aquí. Y de lo
que se adelantare en este asunto, me daréis cuenta en las primeras ocasiones
que se ofrecieren. De Aranjuez, a 16 de abril de 1725. Yo el Rey” .
El gobernador Bruno de Zavala hizo un llamado a poblar la
Plaza, ofreciendo a cambio solares para la edificación de viviendas, estancias
y chacras en las inmediaciones, alimentación gratuita, herramientas y animales
para criar, además de la exención de impuestos y la autorización del título de fijosdalgo,
que habilitaba a utilizar el Don delante del nombre propio. Menos de una decena
de familias evaluaron que dicha empresa valiera la pena, dado lo inhóspito del
lugar, permanentemente en conflicto entre los imperios y además asediado
periódicamente por grupos de indígenas nómadas, principalmente minuanes y
charrúas. Según algunas fuentes, se contabiliza en ese entonces a unas 34
personas como los primeros habitantes de Montevideo. En el mes de noviembre de
1726, se les suman 50 familias canarias llegadas a bordo del velero Nuestra Señora de la Encina. Luis
Azarola Gil ha descrito así a estos primeros pobladores:
“Nada más humilde que aquel núcleo fundador de la
ciudad y progenitor de la ciudad en gestación. Sus elementos carecían de
instrucción y de cultura; muchos de ellos no sabían leer ni firmar; y es inútil
inquirir una manifestación de su modo de pensar fuera de los testamentos y las
actas capitulares. Eran labriegos rudos, ignorantes y virtuosos; su misión
consistía en alzar las casas, procrear hijos, sembrar granos, apacentar ganados
y alejar a los indios”.
Hacia 1730, se hablaba ya de la existencia de estancias en
la Banda Oriental donde se cuentan entre 30.000 y hasta más de 80.000 cabezas
de ganado, aunque las fuentes históricas son a veces contradictorias en este
aspecto. En los inicios de la década de 1770, tanto portugueses como españoles
contaban con tropas asentadas en la región de más de 1000 hombres, cifra
elevada tomando en cuenta las condiciones que imperaban en dichas latitudes.
La coyuntura finisecular: creación del Virreinato del Río de la Plata y
composición social de la ciudad de Montevideo.
El 1º de
agosto de 1776, Carlos III expide una Real Orden donde concede amplias
facultades a D. Pedro de Cevallos, -quien había sido gobernador de Buenos Aires
entre 1756 y 1766-, confiándole una misión militar de 10.000 hombres y
desligándolo de la autoridad de Lima:
“Por cuanto
hallándome muy satisfecho de las repetidas pruebas que me tenéis dadas de
vuestro amor y celo de mi Real Servicio, y habiéndoos nombrado para mandar la
expedición que se apresta en Cádiz con destino a la América Meridional,
dirigida a tomar satisfacción de los portugueses por los insultos cometidos en
mis Provincias del Río de la
Plata, he venido en crearos mi Virrey, Gobernador y Capitán
General de las de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas y de todos
los Corregimientos, pueblos y territorios a que se extiende la jurisdicción de
aquella Audiencia”.
La Orden dejaba establecido el carácter provisorio de dicho
Virreinato: “por todo el tiempo que V. E. se mantenga en esta expedición
militar”. Además de las instrucciones de carácter netamente militar, la Orden
contenía prescripciones relativas a la política económica, como el fomento de
los recursos naturales, en especial lino y cáñamo, y hacer trabajar a los
indios en dichas labores. Al año siguiente, Cevallos es llamado a
retomar su cargo de capitán general en Madrid y en su lugar es designado como
virrey Juan José de Vértiz y Salcedo para ejercer la autoridad del virreinato,
establecido ya con carácter permanente. En 1782, el Virreinato es subdividido
en ocho Intendencias y cuatro provincias, éstas últimas subordinadas en
territorios fronterizos. Una de estas provincias es la de Montevideo, la cual
abarcaba la actual República Oriental del Uruguay y territorios aledaños que se
extienden a jurisdicciones hoy pertenecientes al Estado de Río Grande do Sul en
Brasil.
En vistas del crecimiento de la actividad
comercial en el puerto de Montevideo, el antiguo fuerte se fue convirtiendo
gradualmente en un potencial competidor de Buenos Aires; según informes del
virrey Arredondo, ambas ciudades obtienen casi al mismo tiempo su
administración aduanera. Este es el comienzo de una rivalidad
comercial que tiene su punto más álgido en 1799, cuando apoderados del comercio
y terratenientes de Montevideo presentaron a la Corona la petición de
sustraerse a la tutela comercial de Buenos Aires contando con su propio Consulado,
de la misma manera que ésta lo había hecho de Lima décadas antes. Como ha
escrito Manfred Kossok: “Según sus palabras, Montevideo se hallaba oprimida por
su dependencia de Buenos Aires, cuya tiranía amenazaba con esclavizarla y
convertirla así en víctima de un ‘verdadero despotismo’; los apoderados
atestiguaban asimismo ‘la tiranía y animadversión con que el mencionado
tribunal contempla nuestros progresos, ventajas y bienestar’[...]”.
Por otra parte, la colonización de tierras destinadas al
cultivo y la ganadería no estuvo tampoco exenta de dificultades en lo que
respecta a la ciudad de Montevideo, y al territorio oriental en general. A la
escasez de mano de obra (“lo reducido del Pueblo”, a lo cual hace referencia
García de Cáceres en este informe y otras cartas), se sumaba también el contrabando
ejercido por los portugueses que lograban contar con la complicidad de algunos
grupos de charrúas y minuanes, las faenas clandestinas de ganado y las
permanentes “asoladas” o “malones” indígenas que llegaban a las puertas de la
Ciudadela. Este último es un elemento significativo para analizar la
importancia que tuvo para la administración española la construcción de
fortificaciones en toda la región del Plata e incluso en la actual Patagonia
argentina.
Si bien, como sostiene Capel “lo más específico de la
ciudad hispanoamericana fue la coexistencia étnica, lo que dio lugar a procesos
de mestizaje desde el primer momento: las ciudades, a pesar de todo, se
convirtieron en crisoles de mezcla étnica y social.”, a diferencia de lo que ocurrió con
otras culturas americanas –las consideradas “altas culturas”-, en el caso de
Montevideo fue muy difícil la integración del indígena al medio colonial y la
apropiación de sus instituciones. A los charrúas, por ejemplo, les estaba
prohibido ingresar a la ciudad, cuya puerta se cerraba en la noche, y a los
españoles, internarse más allá de las murallas, bajo pena de sufrir azotes.
Siendo el puerto de Montevideo el punto de partida de las
expediciones organizadas para la colonización de los territorios aún lejanos de
la Patagonia, durante la década de 1770 y hasta fines de siglo, la población de
la ciudad formará parte en muchas ocasiones de la tripulación militar destinada
a establecer nuevas fortificaciones de defensa, como en el caso de la
expedición a Bahía sin Fondo y asentamiento en el puerto de San José. Esto
consta, por ejemplo, en una carta dirigida al Virrey Vértiz por Juan de la
Piedra, encargado de la expedición y futuro superintendente de las fundaciones
a establecer, donde le agradece a la autoridad la provisión de hombres -dados
los retrasos de la llegada de “negros” y peones desde Buenos Aires- , y realiza
el pedido de suministros indispensables para la misión:
“En vista de la Or.n que V. E. se ha
servido expedir para que en lugar de los Negros que havian de servir en los
trabajos de la Costa Patagónica sean Presidiarios en quienes no concurra delito
maior, hemos acordado el Gobernador de esta Plaza y yo lo conveniente para que
se embarquen hasta unos 50 con corta diferencia, y doy a V. E. muchas gracias;
pues cada uno de ellos valdrá por dos Negros; pero Sr. Excmo. si no se visten no
han de poder sufrir las ynclemencias que van a sufrir, por lo cual suplico a V.
E. dar la Orden
conveniente”.
Hacia 1780, la población censada en Montevideo y
alrededores ascendía a 10.404 habitantes, siendo 7410 españoles; 247 indios y
2747 negros y mulatos, los últimos llegados como esclavos para
dedicarse principalmente a las tareas de agricultura pero también destinados a
trabajar en la fabricación de ladrillos.
El 14 de enero de 1801, se estableció el “Nuevo
Reglamento para el régimen y arreglo de las milicias” para el virreinato
del Río de la Plata, donde se determinan prescripciones y procedimientos
administrativos, disciplinarios y de gobierno para orientar el funcionamiento
de la defensa de los fuertes situados en la región. Los mismos comprendían
aquellos ubicados en ambas orillas del Plata y en los territorios de la
Patagonia. Las instrucciones establecían la composición en número de los
distintos cuerpos (infantería, artillería, caballería), los cuales recibían el
nombre de “Batallones de voluntarios” de la guarnición a la que pertenecían.
En 1801, las milicias de Montevideo sumaban 2482 hombres, distribuidos en una
Compañía y un Batallón de Infantería, un Regimiento y un Escuadrón de
Caballería, y una Compañía de Artillería.
El proyecto de fortificación y el informe de Cáceres Dadas las ventajas que para ello ofrecía el territorio de la Banda Oriental, en las últimas décadas del siglo XVIII se iniciaron profundas transformaciones en relación con el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Se multiplicaron también las fortificaciones, que aunque aparecían como insuficientes debido a la escasa cantidad de pobladores, garantizaron la colonización del interior de la provincia a la vez que aseguraban su defensa. Sobre este punto, el virrey Arredondo expresaba su preocupación por aumentar el número de fortificaciones dadas las reiteradas infracciones de los portugueses a los tratados limítrofes:
“Aún teniéndolos sitiados por todas partes, a
costas de levantar fortalezas y compañías de gente armada, se abren un nuevo
camino cada día, por donde se avanzan más hacia el Perú y Montevideo. Estas
provincias son el blanco a que hacen su tiro desde principio del siglo XVI, sin
que los haya cansado la fatiga, ni saciado el fruto que les ha rendido esta. Ya
se hallan bien adentro de ambos territorios, y cada día se van arrimando más.
[...]No es posible guardarlo todo por medio de atalayas o de centinelas, ni
bastaría todo el ejército de Su Majestad para defender unas pertenencias de tan
vastos y remotos términos. [...]Es verdad que tenemos ajustadas unas
convenciones provisionales, que preservan sus derechos y los nuestros, mientras
se establecen los límites de ambas Coronas. ¿Pero de qué sirven los pactos ni
las leyes cuando prohíben ellas mismas castigar a sus infractores? [...]Para
conservar lo que nos resta, ha sido necesaria la construcción de los tres
fuertes, de que dejo hecha mención a Vuestra Excelencia, a que debe seguirse el
gasto de su guarnición y conservación, y el de los otros fuertes de Santa
Teresa, San Miguel, Santa Tecla, San Rafael y Batoví [...]”.
Como sosteníamos al comienzo, el proyecto de fortificación
de la plaza y luego ciudad de Montevideo, conllevó grandes esfuerzos a lo largo
del siglo XVIII. Cabe aclarar de todos modos que el ámbito de aplicación del
proyecto de fortificación fue la Jurisdicción de Montevideo, la cual
correspondió entonces al área territorial que comprende los actuales
departamentos de Montevideo, Canelones, San José y parte de los departamentos
de Maldonado, Lavalleja, Flores y Florida[20].Hacia fines del siglo XVIII, se
sucedieron puestos fortificados en las actuales ciudades de Paysandú (1772),
Canelones (1774), Florida (1779), Mercedes (1781), Santa Lucía (1781), San José
(1783), Minas (1783), Pando (1787), Rocha (1793) y Melo (1795)[21] .
Tal como ha sido ya estudiado por distintos autores (Capel,
2001, Carmona y Gómez, 2002), la planificación de la ciudad de Montevideo
siguió los lineamientos establecidos por la Leyes de Indias para los
territorios de ultramar del imperio español. Se aplicó a la misma un modelo de
ciudad mediterránea, conformado por los llamados “solares del pueblo”, esto es,
el núcleo urbano propiamente dicho, con un trazado de manzanas uniformes en
torno a una plaza principal de forma rectangular de la cual salían cuatro
calles, éstas conectaban con la iglesia y los restantes edificios oficiales.
Según la descripción de las arquitectas uruguayas Carmona y Gómez, el
amanzanado en forma de “damero” se adaptó en el caso de Montevideo a la
situación de la península: “Las calles –anchas en los lugares fríos y angostas
en los cálidos- resultan trazadas a ‘cordel y regla’ y orientadas a medios
rumbos. Los solares del pueblo constituyen un recinto cerrado, completamente
rodeado por las murallas que defienden la ciudad”[22]. Esta área de solares corresponde a la
actual Ciudad Vieja, centro histórico de Montevideo. Contiguo a la misma se
extendía un territorio sin edificaciones ni cultivos llamado el “ejido”,
espacio que servía para el recreo de los habitantes así como para el pastoreo
de ganado. Este territorio despojado constituía además la reserva para el
crecimiento de la ciudad, y ubicado frente a las murallas, contribuía también a
su defensa.
En 1719 el Capitán de Ingenieros Domingo Petrarca realizó
el primer relevamiento topográfico de la ensenada de Montevideo, donde se
indican los manantiales de agua dulce y el terreno propicio para edificar y
poblar. Así fue como se eligió el territorio de la península hoy conocido como
barrio Ciudad Vieja para establecer el primer núcleo poblacional. En 1724
Petrarca dibujó el mapa de la ensenada con sus bajos y sondas, y en ese mismo
año dirigió las primeras obras de fortificación de la Plaza, en las cuales
trabajó parte de la población indígena de la región. Esto consta en el diario
de D. Bruno Mauricio de Zavala, gobernador entonces de Buenos Aires, a
propósito de aquel desembarco portugués frustrado de 1723-24 al que aludimos
anteriormente:
“Con la aprobación del ingeniero don Domingo Petrarca, empecé una batería a
la punta que hace al este la ensenada, para defenderla [...] Luego que llegué a
Montevideo empecé a construir la referida batería de la punta del este, con el
seguro de que vendrían los indios Tapes, como lo tenía prevenido; pero,
habiéndose retardado éstos, la concluí poniendo en ella cuatro cañones de a 24
y 6 de a 18 en batería. El día 25 de marzo llegaron 1.000 Tapes, y el inmediato
empezaron a trabajar en las demás fortificaciones delineadas, y continúan en
ellas.”
Entre 1727 y 1730, Petrarca dibujó la ensenada de San
Felipe de Montevideo, también la planta del fuerte y realizó el perfil del
mismo, trazando la planta para arreglar las proporciones con que éste debía ser
construido en la gola de la península. En los años 1761 y 1765 los ingenieros
Francisco Rodríguez Cardoso y José del Pozo respectivamente, demarcan las
nuevas fortificaciones de la ciudad de San Felipe de Montevideo, incluyendo
ciudadela y murallas complementarias. Esta construcción, de acuerdo con el
plano del ingeniero Joseph García Martínez de Cáceres de 1797, constaba de un
gran patio central, alrededor del cual se distribuían dependencias militares,
cajas reales, la capilla y las habitaciones del Gobernador. Como plantean
Miguel Álvarez y José M. Montero: “no deja de asombrar que esta construcción
haya sido sede de los diferentes gobiernos, siendo en primera instancia sede
del gobierno español, lo fue sucesivamente del portugués, porteño, primer Gobierno
Patrio, brasilero y luego centro del poder nacional independiente. Construcción
que siempre fue denominada El Fuerte, tal vez por la función del primer
edificio erigido en ese sitio o quizás, por albergar las habitaciones de
gobernadores y sus guardias”.
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