EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI
DECADA 1571-1580
CAPITULO XII-III
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
Viene de la pagina anterior.
Teniendo solicitada Gordejuela nueva posesión de caballería y molino, el
gobernador la suspendió. A 21 de junio, por orden del Alcalde Mayor, el
alguacil se encaminó nuevamente a Realejo de Abajo, con mandato terminante,
dirigido al administrador cesado: de no entregar las cuentas de inmediato, “le
prendan el cuerpo y preso lo poned en las casas del Cabildo de esta ciudad, y
le comunicáis no quebrante la carcelaria, so pena de 200 ducados”. Pero
Gordejuela no estaba en su casa. Al “habérseme escondido y haberse ido a
las partes de Abona, no pude ejecutar el mandamiento”, escribió el alguacil,
añadiendo a 28: “se escondió de manera que no pudo ser habido”.
Influyente, con amigos y avisado, el administrador se había
escurrido, para defenderse con ataque inteligente. Lo inició a 15 de
junio, compareciendo ante el gobernador, a través de procurador. A la escritura
en que el duque le hacía “merced” del molino y la caballería, adjuntó la
posesión que le dio Juan Núñez de la Fuente, gobernador que fue de la isla, el poder
de 1585 y las cuentas de la administración de Abona. Modelo de contabilidad
creativa, habiendo hecho poco más que nada, arrojaban un saldo a su favor de
656.558 maravedís o 1.804 ducados, más 180.000 maravedís de los salarios,
corridos, de 1 enero 1585 a
finales de1594. Como medida inmediata, el gobernador hizo embargar las
propiedades del duque, a más de confirmar la merced. Pasando por Villaflor sin
detenerse, a 23 de junio Gordejuela estaba otra vez en Las Vegas, tomando nueva
posesión, ahora como acreedor, ante el escribano de Realejo.
Requerido Juan de Vega como responsable, a 4 de septiembre replicó
que la reclamación de Gordejuela, carecía de consistencia, pues las
cuentas no habían sido vistas por la parte del deudor, ni los gastos aprobados
por el administrado, premisa irrenunciable para darles validez, a más de no
tener relación con las mercedes que le hizo el duque, nulas y sin efecto,
porque estando condicionadas a la instalación del riego, el agua no había
llegado al tanque, ni las canalizaciones estaban corrientes, con el agravante
de haber sido señalado sitio para el molino y deslindada la caballería, en
lugar que arruinaba la heredad, habiendo sorprendido Gordejuela al gobernador
Juan Núñez en Santa Cruz, a más de 12 leguas de Abona, estando a punto de
abandonar la isla y sin conocer la heredad, siendo evidente que Gordejuela
retrasó el señalamiento cuatro años, con intención de engañarle.
En las alegaciones presentadas a 19 de diciembre, Juan de Vega acusó a su
predecesor de haber “defraudando” al duque, causándole “grandes daños”,
pues si apenas había rastro del trabajo realizado, se debía a que por falta de
conocimientos y exceso de petulancia, señaló el tomadero de las aguas
“sin ninguna consideración ni juicio, por partes y lugares que era
imposible sacarla”. Trazada la canalización y puesto “algún trecho” en verano,
sin prever que en invierno “se habían de derruir e arruinar”, “con las avenidas
de los barrancos por donde corren, y por las piedras y maderos, que suelen
llevar consigo las invernadas y las corrientes, de los dichos barrancos”,
se perdieron los “canales y edificios que se hicieron”. Incumplido el
compromiso por parte de Gordejuela, el duque “no está obligado a mantener su
donación”.
Entendiéndolo así, el gobernador, mandó a Juan de Vega repetir la posesión.
Recorrida por segunda vez la finca, pidió mandamiento para expulsar a los
ocupantes, que inquietaban al duque, y a los arrendatarios y medieros, que
no pagasen. Expedido el mandamiento a 1 de mayo de 1597, el administrador
requirió al alcalde de Abona, a quien competía ejecutar el acto material de
sacar de la heredad, a los que tenían majadas y “aposentan ganados” o se
acomodaron, instalándose y sembrando, sin contrato ni acuerdo, cuyo
nombres no pudo facilitar, pues intentó averiguarlos sin éxito, ni precisar
el número.
Ordenado el desalojo a 3 de junio, Juan de Torres, alguacil de la
“banda de Abona”, entró en Las Vegas el 10. Encontró a un Pedro Martínez Morán,
al que preguntó por las fanegas de trigo, cebada y centeno, que se sembraron en
1596 y 1597. No lo sabía, pero estaba enterado de que Juan de Gordejuela
arrendaba la tierra a su nombre, absteniéndose de mencionar al duque. El
portugués Pedro Martín, interrogado a continuación, residente en una cueva y
usufructuario de hoja de labor, que labraba con permiso de Gordejuela, afirmó
haberle oído decir que “las tierras eran suyas, porque las había comprado a una
mujer, no teniendo el duque de Medina Sidonia propiedad por aquella parte”.
Pedro Yánez, igualmente troglodita, no tuvo inconveniente en traicionar a
Gordejuela, reconociendo lo derechos del duque y aceptando pagar renta a Juan
de Vega.
A 14 de junio Gordejuela compareció ante el nuevo gobernador, Pedro Laso
de la Vega,
denunciando a Juan de Vega y de rebote al duque, porque habiendo tomado
posesión de la caballería que le dio el Guzmán, en el Valle de San Juan de las
Vegas y teniéndola deslindada, su sucesor en la administración le
"inquietaba" en el disfrute de la propiedad. El 15, ignorando la
relación de Gordejuela, con autoridad superior, el alcalde de Realejo suspendió
la posesión que había tomado, ordenando, por segunda vez, que fuese
encerrado en las casas del Ayuntamiento.
Recordando la experiencia anterior, el alguacil portador del auto, fue
directamente a la Banda
de Abona. Previsto el movimiento por Gordejuela, llegado al heredamiento, le
dijeron que estaba en su casa de Realejo de Abajo. Hizo el camino el alguacil,
pero no pudo cumplimentar la orden, porque los criados le vedaron la entrada,
alegando que el amo estaba enfermo. El 4 de julio, Juan de Vega se
presentó ante el teniente de gobernador, insistiendo en la nulidad de la
posesión tomada por Gordejuela, de la caballería y herido de molino. Dictada
sentencia a favor del duque, Gordejuela apeló a la Audiencia.
Por entonces se cruzó incidente, que reveló las curiosas relaciones de
Juan de Vega. En carta de 7 de julio, contó que 22 años atrás, con abuso de
confianza habitual en el personaje, Gordejuela se amparó de heredad y molino,
propios de “dos huérfanas menores, honradas hidalgas, nietas de conquistadores
de esta isla”. Tortuosa la ley y más los tribunales, las despojadas
gastaron sus haberes, pleiteando en la Audiencia de Canarias. Fallecida una de las
huérfanas, la superviviente tuvo la satisfacción de ver a Gordejuela condenado
a restitución, del principal y 4.000 ducados, que según calculo de la
justicia, percibió indebidamente, a título de rentas. Habiendo apelado el
interfecto a la
Audiencia Sevilla, de la Vega pidió al duque, que sus abogados
intercediesen en favor de la huérfana. No por altruismo. El interés procedía de
que la desvalida en cuestión, soltera y sin descendencia, le había nombrado
heredero universal. A la misiva acompañó regaló de 2 halcones, “piezas
escogidas”, el uno de 1 año, y 22 docenas de “pájaros canarios”,
disculpándose el remitente por no mandar más, debido a la falta de alpiste,
“que no lo hay en esta tierra”.
Por entonces apareció el P. Félix de Fonseca. Habiendo embarcado en
Galicia, amaneció en Tenerife sin "ropa", porque el navío en que la
facturó, cayó en manos de ingleses, yendo rumbo a Lisboa. Aprovechando al
clérigo, el administrador dio cuenta de la situación, remitiendo amplio informe
por su mano. En manos de Gordejuela los bienes que le dio el duque, a la espera
de sentencia definitiva, no había ingresos que registrar, porque hasta pasados
tres años, no estaría obligado a pagar la décima, ni se encontraban candidatos
a labrar en la heredad.
Enterado de que el fraile “llegó al puerto de Portugal”, suponiendo al
duque enterado de la situación, aún teniendo prohibido invertir en Abona,
Juan de Vega insistió. Bastaría que le enviasen 1.000 arrobas de
aceite, que suponía tendría el Guzmán de su cosecha, para “remediar lo
mal gastado”. Caro el género en Canarias, la venta daría para juntar el agua de
los ríos en un tanque, hacer herido para molino y acequia, que partiendo del
cerro bajase algo más de 12 leguas, por medio de la dehesa, permitiendo regar
toda la tierra cultivable, al ser la heredad de “mucha largura” y angosta.
De mucho “fruto de pan” la tierra, terminada la acequia mayor no
faltarían aspirantes a tributario, que aceptasen pagar “por tercios”, “conforme
a la calidad y cantidad, que cada uno tomase”, siendo de prever que
Abona, empezase a rentar y poblarse, en poco días.
Sentenciado pleito sobre las tierras de Granadilla, “que son mucha
cantidad”, a favor del duque, el administrador escribió: “tengo referido en
posadas y puertos, que VE, por ahora, no está determinado a hacer costo sobre”
la hacienda, pero considerando factible “tratar” de hacer los
trabajos, sin que costase “nada”, pedía licencia para negociarlo.
Desinteresándose de una propiedad, cuya historia se reducía a sucesión de
gastos e incordios, el duque no respondió a la invitación, pero aprovechó al
administrador, para pedirle salitre y azufre, materias primas escasas en
Andalucía. “Lo del salitre lo ha tratado y no es posible”, respondió Juan de
Vega, en cuanto a la “piedra de azufre”, en el pico Teide
había “cantidad”. Concedido por los Católicos, en tiempo de la conquista,
al bachiller Funes, sus herederos no lo explotaban pero lo controlaban,
exigiendo “premio”, a cambio de permitir extraerlo en temporada, que
duraba los 4 meses del verano. Compañero de volcanes y del petróleo, en la Isla de Tenerife hay
yacimientos en Tinguaro y en Santa María. Abundante en Venezuela, se ha
encontrado en Táchira, no lejos de San Cristóbal, junto a la comarca, que a
partir de las fuentes, identificamos con la Orotava, antes el Taoro del Río Grande.
Anuladas las mercedes hechas a Gordejuela, por incumplimiento y
abuso de confianza, quedo pendiente la cuestión de la deuda. Embargada la
heredad, se pregonó su venta en almoneda, siendo citado Juan de Vega.
Ganado tiempo, alegó que la citación debía ser dirigida al propietario.
Despachada a 17 de abril de 1602, el duque fue citado al remate, por la
justicia de Sanlúcar, el 5 de agosto de 1603. No queriendo Gordejuela que
la almoneda tuviese lugar en Andalucía, creció la deuda hasta 3.000 ducados de
364, sumando intereses. Ampliado el pleito, se interrumpió la ejecución,
permitiendo alargarlo, con apelación a la Chancillería de
Granada, donde ganó el acreedor ejecutoria, que le permitió conservar la finca
hipotecada, conservando la administración, hasta que las rentas cubriesen la
deuda, por sentencia de 29 de julio de 1605.
A la muerte del Duque, en 1615, Gordejuela disfrutaba del heredamiento de
Abona, en calidad de acreedor, como si fuese propio. En cuanto a Juan de
Vega se había diluido, permaneciendo la cuestión judicial en tal estado.
Terminada la testamentaria del duque, los herederos mayores de edad y los
tutores de los menores, solicitaron licencia de la justicia, a 20 de abril de
1618, para vender en almoneda el herdamiento, que dejó el duque en
Tenerife, “a la Banda
de Abona, en las Vegas”, con la carga de los 3.000 ducados, que se debían
a Gordejuela, a pagar por el comprador. Atendiendo la petición el
corregidor de Sanlúcar ordenó, a 21 de septiembre, publicar 30 pregones en la
villa, entre este mes y el de octubre, anunciando la subasta, remitiendo
requisitoria a Tenerife, para que se hiciese lo mismo en San Cristóbal, fijando
bandos en las iglesias y lugares públicos.
La subasta se celebró en Sanlúcar, el 4 de abril de 1620. Declarada
desierta, el sanluqueño Juan de Mesa y Mena, hijo de primo hermano de
Gordejuela, hizo "postura" única de 200 ducados, a pagar en 8 años,
sobre las tierras, aguas, montes y censos, “en término y sitio de Las Vegas, en
la Banda Abona”,asumiendo
la deuda del tío, de quien era probable testaferro, Presentada a 19 de mayo, la
propiedad se remató el 22, siendo firmada la escritura a 28 de julio. En la
partición de los bienes del duque, los 200 ducados correspondieron a su
hija Mariana de Guzmán, casada con Gaspar de Guzmán, 9º duque de
Medina Sidonia. Fallecido Gordejuela en su domicilio de Realejo en 1622,
estando en posesión de la heredad de Abona, dispuso en testamento de la deuda,
pero no del predio, del que entró en posesión el convento heredero, a través
del sobrino patrono, en 1628, tras firmar Mariana el finiquito, a favor
de Mesa,
Patrono del convento de agustinos de S. Juan Bautista, estando en vida,
en posesión material de la tierra de Las Vegas, el Barranco de Mocan, los
bienes heredados por María Vizcaína de su marido, Juan Martín de Sta.
Olalla, canarios, a su tiempo “señores de la tierra” y los adquiridos por el
duque, de Felipe Jácome, Gordejuela los mencionó en el testamento como
hipotecados. Legada la deuda al convento de religiosas descalzas de S. Agustín,
que mandaba fundar tras su muerte, en Realejo de Abajo, nombró patronos de
ambos cenobios a dos sobrinos, residentes en Vizcaya, concluyendo la
disposición, con frase contundente: "todo lo que tiene el duque [en
Tenerife], no vale lo que me debe.
El Coronel Francisco de Molina Quesada, regidor de la Isla e historiador, escribió
en su crónica de Tenerife, que conoció a Gaspar de Gordejuela, en cuyas
manos quedó el patronato. Habiendo visto el testamento del tío e informado por
el sobrino, afectado por vicio que perdura, de elegantizar estirpes, ignorando
que Juan de Gordejuela nació y se crió en Realejo de Abajo, siendo propietario,
por su casa, de fortuna, estimada en 10.000 ducados, según declararon testigos
que le conocieron, en 1577, le hizo hombre de confianza del Duque de
Medina Sidonia, enviado a Tenerife para administrar sus propiedades, que pasó
de pobre a rico y respetado, al hacerse con los bienes del Guzmán.
Cuando Quesada abandonó la isla, Gaspar de Gordejuela tenía el convento
terminado y dotado para recibir comunidad de agustinas descalzas, estando a la
espera de la llegada del nuevo Obispo de Canarias, a quien correspondía señalar
las religiosas fundadoras, que habían de ocupar y tomar posesión de la
fundación.
La ruptura de la memoria familiar, que se produjo en el siglo XVII, fue
tan profunda como la que borró las Islas del Cabo de Aguer, de la consciencia
de los Guzmanes, a principios del siglo XVI. Habiendo perseguido la corona,
desde el tiempo de los Reyes Católicos, la incorporación del puerto de
Sanlúcar, Felipe IV encontró el medio, manejando la calumnia, en la
confusión que acompañó a la independencia de Portugal. Cómo en la actualidad,
utilizando el púlpito y los “avisos”, hojas de noticias que reemplazaban a la
prensa, se vendió a una opinión crédula y por extensión a la historia,
sublevación de Andalucía inexistente.
Encarcelado el duque de Medina Sidonia a consecuencia, sometido al
fácil chantaje de cambiar libertad, por cesión de Sanlúcar a la corona, con
apariencia de voluntaria, al no cuajar la recompensa de Tudela y Becerril,
obligada para legalizar la renuncia, el 9º Duque hubo de residir en Valladolid,
muriendo en Dueñas en 1664, sometido a exilio de Andalucía, de dudosa
legalidad, pues lo decretó el rey, sin la preceptiva consulta al Consejo.
Arruinado el padre a golpe de pleitos fiscales, que le restaron medios de
replica, el hijo de su primer matrimonio, Gaspar Juan, nacido y criado en
Sanlúcar, que le sucedió, residió en Huelva, sin poder entrar en la villa
sanluqueña hasta su muerte, en 1667. Al no dejar descendencia, le heredó
su hermano menor, Juan Claros. Fruto del segundo matrimonio del duque, nacido
en 1642, apenas tenía un año, cuando la familia fue sacada del palacio
familiar, por real orden y con engaños, literalmente con lo puesto.
Tras breve estancia en Montilla, aprendió las primeras letras en Madrid,
donde hubieron de fijar su residencia. En Salamanca se preparó para ingresar en
carrera eclesiástica, que no deseaba. Muerte de hermano mayor, de padre y
madre, le libró del altar, permitiéndole desarrollar dotes excepcionales,
para el toreo a caballo.
Se preparaba porvenir de segundón, ganándose el pan por feria y
festejos, cuando la desaparición del titular de la casa, le puso al frente del
estado y mayorazgo. Poseedor de título rimbombante y fortuna, más supuesta que
real, casó con una Benavente, que sería madres de su único hijo. Fallecida,
cambió Andalucía por la corte, al casar con la Duquesa de Medina de la Torres, en quien recayeron
los mayorazgos, de dos reales válidos sucesivos: el Conde Duque de Olivares y
Luis de Haro.
Reinando Carlos II, fue Virrey y Capitán General en una Cataluña agitada.
Impotente y degenerado el último de los Austria, los cortesanos apostaron por
el porvenir, apuntándose los unos al partido del Archiduque Carlos, y los otros
al de Luis XIV. Borbónico el Guzmán, por razones obvias, se dice que figuró
entre los que influyeron, para que el rey, mermadas las facultades mentales, se
decantase en su testamento, por el aspirante francés.
En contacto con los agentes del Rey Sol, la subida al trono de Felipe V,
hizo de Juan Claros personajes. Recuperado el palacio y la aduana de Sanlúcar,
embargados indebidamente, ocupó lugar destacado en palacio, permitiéndole el
real favor, aparentar posibles, que estaba lejos de tener. Confusa su memoria
histórica, pues del pasado de la estirpe, sólo sabía lo que contó su padre y
escribieron los cronistas, desordenado el archivo, habiendo viajado de
Sanlúcar a Valladolid, de aquí a Huelva y otra vez a Sanlúcar, el duque
conocía las glorias de los ancestros y el calvario de su progenitor, sin tener
la menor idea de que alguna vez, la casa tuvo propiedades en las Canarias.
Unificada la jurisdicción de las islas, no sabemos en que momento, bajo
una Gran Canaria, que tuvo el centro administrativo en las Atlánticas, entre
1628 y 1708 fue trasladado el archivo de la antigua capital, San Cristóbal, al
centro político administrativo de La
Laguna, entonces sin apellido. Se encontraba en esta
ubicación, cuando Francisco de Molina Azoca y Quesada, Coronel del Regimiento
de los Realejos, donde tenía casa y hacienda, residente en La Laguna y aficionado a la
historia, como pariente del cronista, husmeando en los papeles, a nivel de
carpetilla, por no leer letra antigua, se informó del “gran repartimiento
de tierras y aguas”, que Alonso Hernández de Lugo adjudicó al 3º titular del
ducado, que pasó manos del bisnieto, Alonso de Guzmán, a las de su
administrador, Juan de Gordejuela, en el curso de pleito inconcluso,
descubriendo, además, tributo de 1.000 @ de azúcar, sobre ingenios y
cañaverales en Dante, un par de ingenios en la Orotava y bienes en Gran
Canaria.
No habiendo encontrado huella de enajenación, embargo o escritura de
venta del heradamiento, indagó en los Realejos, confirmando que nunca se
oyó que los duques hubiesen vendido heredad, “ni se haya dicho jamás”, ni “cree
que conste”. Concluyendo que la mala fe Gordejuela, administrador infiel por
definición, “suspendió” el uso y disfrute de la propiedad, despojando a sus
legítimos propietarios, al amparo del descuido “de tan grandes señores, que por
la distancia y corto importe que aquellas posesiones tenían, como tan al
principio de la conquista, lo mandaron al olvido”.
Examinada la cuestión como letrado, concluyó que los bienes, estuviesen o
no vinculados, eran recuperables, por haber mediado malicia en la apropiación,
a mayor abundamiento, por parte de administrador, con evidente abuso de
confianza. No pudiendo desembocar las usurpación en usucapión, aún parando los
bienes en manos de heredero lejano, o de tercero de buena fe, Francisco Molina
concluyó, como lo haría el duque en su momento, que al proceder de donación de
la corona, los bienes estarían vinculados, lo cual facilitaría la recuperación,
No sospecharon que lectura somera del contenido de los documentos, pondría en
evidencia que no había en la isla lugar, en el que pudiese encajar el predio.
Aspirando a convertirse en apoderado del duque en las islas, Molina tomó
por prueba consistente elucubraciones de cronistas. En carta dirigida al duque
en 1708, le comunicaba su condición de propietario en la isla, citando textos
del tinerfeño Juan Núñez de la
Peña, autor de historia la isla, publicada en Madrid,
en 1676, y de la “más moderna” del coronel Francisco de Molina Quesada. Con
apoyo de emigración de los topónimos, que figuraban en la documentación, desde
Venezuela a la isla, identificó la heredad de los Guzmanes, con
posesión del convento de San Juan Bautista, de la orden de S. Agustín, en el
Distrito de la Vanda
de Abona, conocida por el nombre vulgar de Las Vegas, situada entre los
términos de Granadilla, Villaflor y Adeje, que limitaba con el mar, por la Rada.
No queriendo incurrir en ridículo, Juan Claros encargó informe
suplementario a José Antonio Hoces Sarmiento, cronista madrileño. Tratando de
“príncipe” al 3º duque, dijo saber que el heredamiento, concedido por Alonso de
Lugo, era de tal importancia que Juan de Gordejuela, tras habérselo
apropiado, se hizo acreedor a respeto merecido, por haberse convertido en uno
de los hombres más ricos de la isla.
Proporcional la influencia a la riqueza, sin que afecten al buen
nombre los medios, por los que se obtiene, lavó la oscuridad de su origen,
consiguiendo, el patronato del convento de agustinos de San Juan
Bautista. Al no tener descendencia, queriendo entrar en la historia como
miembro de estirpe respetable, ordenó en su testamento, dictado en 1622,
fundación de cenobio de agustinas descalzas, al que legó todos sus bienes,
nombrando patronos a dos sobrinos, que tenía en Vizcaya. Siendo los frailes de
San Juan, quienes administraban y aprovechaban la propiedad, en tanto no se
concluyese la fundación, ésta no tenía visos de materializarse.
Solicitada información a la contaduría de Sanlúcar, leídas las
carpetillas, los archiveros confesaron que al ser las escrituras “antiguas y de
malas letras, será menester tiempo para entenderlas y trasladarlas”. De no haber
interferido la ignorancia, hubiesen descubierto entre los papeles, traídos de
Huelva en 1707, escritura de venta del heredamiento de Abona, que aún se
conserva, en el legajo 4.278.
A su alcance copia disponible de las Ilustraciones de la Casa de Niebla, obra de Pedro
Barrantes Maldonado, que se hizo por encargo del 6º duque, para lavar pasado
familiar, incorrecto en lo religioso, étnico y político, copiaron aplicadamente
cuantos párrafos se referían a las islas de Canarias, incluido el señorío que ostentó
el 2º Conde de Niebla.
Ignorando la orografía de Tenerife, en informe de 4 de abril de
1708, los oficiales mencionaron los ríos Abona y de los Abades, sin
extrañeza, pero Francisco de Molina Azoca, detectó la anomalía, pues se abstuvo
de mencionarlo, refiriéndose a “las aguas” del “heredamiento y Reino de
Abona” y “de su distrito”; las “fuentes y aguas”; las “tierras,
aguas, fuentes, prados, valles, pinares, ingenios de azúcar”, que tampoco había
en la isla, “molinos, casas, viñas y tributos”.
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