sábado, 11 de mayo de 2013

CAPITULO XII-I




EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI

DECADA 1571-1580 


 CAPITULO XII-I

 


Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen

1571. El pirata Jacques Capdeville y los hugonotes a borde de 4 naves francesas y una inglesa, atacan Hipalám (San Sebastián) en la Gomera, matando a varios vecinos y provocando un incendio que destruirá la mayoría del pueblo.
1571.  El Pirata Dogali, apodado el “Turquillo” zarpa de Sale con 7 galeras y 400 hombres. El 21 de Septiembre ocupa la Villa de Teguise sin encontrar resistencia. El Conde de Lanzarote se había encerrado en el Castillo de Guanapay, situado en una montaña que domina la población, con lo más destacado de sus habitantes. Los mazigios saquean e incendian la Villa y ponen sitio al Castillo sin conseguir tomarlo.

Reembarcan el 7 de Octubre llevando más de 100 cautivos. Muchas familias de Titoreygatra (Lanzarote) emigran a Chinet (Tenerife) y Tamaránt (Gran Canaria) después de estas incursiones, la isla queda casi despoblada.

1571.
Muere en Cartagena de Indias el criollo nacido en Chinet (Tenerife) Francisco de Bahamonde de Lugo. Pasó a América con su primo el Adelantado Pedro de Lugo, donde contribuyó a la conquista de Bogotá y tomó parte en una sangrienta revuelta del Perú. Volvió luego a Europa y se distinguió en Córcega contra Francia y Turquía. Fue después gobernador de Puerto Rico y luego de Cartagena de Indias, cuya plaza defendió en el ataque de Drake (1571), donde perdió gloriosamente la vida.
1571.
Alonso de Guzmán, llegado a la mayoría de edad, retomó el proyecto de Tenerife, abandonado en 1558, a la muerte del abuelo. Apoderado Juan de Gordejuela, regidor de la Isla de Palma, visitó la heredad entre los ríos Abona y Abades, con cabida de 12 a 14 leguas cuadradas. Numerosas las fuentes, buena la tierra, al estar abandonada, había sido ocupada, lo que obligó a pleitear para recuperarla.
Prosperó la demanda y se redactó el proyecto. Se haría ingenio poniendo regadío y cañaverales. Complicada la explotación directa, a causa de la distancia, la tierra se dividiría en suertes, a repartir a censo. Conveniente que los labradores residiesen en las inmediaciones de la heredad, se haría población, dotaba de iglesia, que llevaría el nombre de Nueva Sanlúcar, recibiendo los pobladores recibirían lote de tierra complementario, para poner frutales y viñas. El suelo de menor calidad se destinó a dehesas comunes o de propios, destinadas al ganado. ". (Luisa Álvarez de Toledo)
1571.
 Juan de Gordejuela, vecino de Realejo de Abajo, nacido y criado en Tenerife, donde ejercía de escribano, actividad que compatibilizaba  con el cargo de  regidor en Palma, apareció en 1571. Recomendado por el Regente, se dijo buen conocedor del heredamiento del Duque de Medisidonia en Abona, Tenerife, escandalizado por la situación caótica en que se encontraba, afirmando que “la falta no era en la hacienda, si no en los administradores que ha tenido”. No sabiendo lo que se traían entre manos, hicieron gastar  al duque anterior sumas ingentes en canalizaciones, inútiles por mal concebidas.

Vecinos que le vieron nacer y crecer, le presentaron como hombre prudente, al que desde joven le encargaban "cosas de mucha importancia", de las que salía airoso, siendo poseedor de fortuna  estimada en más de 10.000 ducados, materializada en tierras, aguas, molino de pan moler y cañaverales. Esta biografía, plasmada en probanzas fechadas en 1577, en vida del biografiado, fue modificada por sus herederos. Real probablemente el origen vizcaíno, que le prestaron, no era cierto que naciese en la Península, ni que llegase a Tenerife  enviado por el Duque de Medina Sidonia, para administrar sus bienes.

La promesa de recuperar y poner en explotación la propiedad, que tantos dolores de cabeza había causado a dos duques sucesivos, encandilo al joven Alonso de Guzmán, que gobernaba la casa  en virtud a venía de edad, concedida por Felipe II. Emprendedor, ilusionado y sobre todo inexperto,  soñó triunfar donde sus predecesores fracasaron,  reanudando la sangría canaria al aceptar la propuesta.

Habiendo adjuntado el arbitrista proyecto, que habría de hacer emporio de la propiedad  atrayendo compradores y aspirantes a cultivar tierras de regadío y sequero, dispuestos a satisfacer tributo sustancioso,  “viniendo” la heredad en “mucho aumento”, el duque puso manos a la obra.

Convincente el canario, a 12 de febrero de 1571, el sesudo y prudente contador Pedro Salinas agradecía  al canario su celo y regalo de halcones, que no pudo recibir el Guzmán, por estar en Madrid. De regreso el 15 de agosto, escribió a Gordejuela, probando estar informado de las características de la finca.

De excelente “calidad” el suelo, siendo “mucha cantidad de tierras, aguas y montes”,  “en buena hora lleguéis y la visitéis”, pues bastaría expulsar a los que “se han entrado en las tierras y las aguas mías”, que eran muchos, poner en su lugar los mojones del portugués Gonzalo González,  hacendado en Granadilla, “que se ha entrado en mucha parte de mis tierras”, y solventar con “diligencia” el “agravio”, perpetrado por Felipe Jácome, para hacer de predio lejano, bien rentable. 

Recordó al administrador que tomada la posesión, habría de amojonar la propiedad, con mojones visibles y perdurables,  conforme a los linderos indicados en la que tomó Cabrera, en 1555. Recordando otra vez a Felipe Jácome,  incurrió en frívola inconsecuencia, propia de reyes. Partiendo del principio de que a súbditos, vasallos y criados, les complacía perder hacienda y vida, en servicio o a conveniencia  del rey o el señor, recomendó a Godejuela:: “haced mucha fuerza para que se me restituyan, que costaron mucha sangre de criados y vasallos míos”.

Recuperando la lucidez, ordenó que revalorizada la propiedad, al estar deslindada y desocupada, procurase encontrar comprador o compradores, que pagasen al contado, de preferencia, aceptando en su defecto, pago a plazo. De hacerlo en dinero, lo recibiría “en este reino, en la parte donde yo residiere o en Sevilla” y de hacerlo en azúcar,  encajado, empapelado y puesto en puerto, listo para embarcar.

De no haber quien comprase, lo que era de esperar, dada la crisis que atravesaban las islas, a causa de la falta de mano de obra, efecto de la prohibición de importar esclavos,   Gordejuela buscaría tributarios, que quisiesen “cuidar” el heredamiento, tomando la tierra en conjunto o por suertes, para ponerla en cultivó. Deducidos gastos e impuestos, habrían de dar al duque la mitad de los beneficios o del producto.

Imaginaba posible el Guzmán encontrarlos, dispuestos a sacar las aguas y ponerlas en Montaña Gorda, "que es la parte más fértil  y donde más bien se pueden aprovechar”, a su costa, a más de, construir ingenio, desbrozar la tierra y plantarla de cañas, “con la mayor brevedad posible", todo a su cuenta. De no acudir, Gordejuela se pondría en contacto con Antonio Alfonso, residente en Ico de los Vinos, instándole a cumplir el asiento, que firmó con Cabrera.

A las instrucciones adjuntó poder, fechado a 7 de agosto de 1571. Dando a Gordejuela tratamiento de “mi criado”, entonces honorífico, encabezaba con el título de Señor de Gibraltar, dignidad que perdieron los Guzmanes, en tiempo de los Reyes Católicos, junto con la ciudad. Es probable que confundido por información fragmentada, asimilase las Canarias a las Islas del Cabo de Aguer, provincia islámica donde la posesión de la plaza, procuraba carisma, por haber pertenecido al rey de Marruecos.

Facultaba al apoderado para administrar las aguas, tierras y montes, que la casa poseía en el “Reino de Abona” y otras propiedades que pudiese tener en las islas,  “para que se pueda mejor aprovechar, en las cosas que os parezca ser a mi servicio”. Menor de 25 años, el duque adjuntó copia de la venia de edad, otorgada por Felipe II, preceptiva para que el poder tuviese efecto.

Estando el duque en Madrid, para casar con Ana de Silva, hija de Ruy Gómez Silva, válido en decadencia y de la Princesa de Éboli,  Francisco Nuño, contador y subalterno de Salinas, contestó  a 22 de marzo de 1572 a carta de Gordejuela, fechada a 10 de enero. Daba el el administrador cuenta de su llegada a Tenerife: “huelgo que v.m. haya visitado los heredamientos de Abona, y que hayan satisfecho las aguas de los ríos”, sorprendiendo al contador que la justicia hubiese dado el Río de los Abades a Felipe Jácome, siendo prueba material de posesión continuado, los restos de la edificaciones, que ordenó el 3º duque,  entre las que destacaba molino de pan, en funcionamiento por  muchos años.

Evidente  que  sin “esa agua, poco o nada vale la hacienda de ahí”, Gordejuela se abstendría de ponerse en contacto con  Antonio Alonso, “el de Ico”,  sin tener solventada la cuestión. Buscados abogado y procurador, el administrador haría cuanto estuviese en su mano, por recuperar propiedad, usurpada aprovechando el abandono en que quedó, a la muerte del duque Juan., apuntando la posibilidad de ofrecer a Jácome 600 ducados, a cambio de que se apartase del pleito, renunciando a los derechos adquiridos.

Nombrado el Doctor Bravo de Zayas, Inquisidor de Sevilla,  visitador y juez de residencia en las Canarias, al ser obligada estancia en Sanlúcar, a la espera de embarque,  la Condesa, el Duque y el contador Pedro Salinas, anunciaron su llegada a coro, en sendas cartas, asegurando que procurarían regalarle, para que fuese “propicio” a los intereses de la casa y a Gordejuela. Habiendo expedido la Audiencia canaria, a  9 de noviembre de 1573, compulsoria, ordenando trasladar el pleito de Jácome a la Audiencia de Sevilla, en la que se concedía al duque plazo de 3 meses, para comparecer,  Gordejuela habría de remitirla en los galeones. A 16 de enero de 1574, armada la flota, se entregaron a criado del Inquisidor 50 ducados, para darlos al administrador, con las inevitables cartas.

El 8 febrero de 1574,  Gordejuela sacó en Realejo copia legalizada del auto de la Audiencia, alegando el riego implícito a travesía por la mar. Apremiado por el duque a tomar posesión, pues urgía  expulsar a los intrusos de  Las Vegas,  Montaña Gorda y La Granadilla, al ser  causa, su presencia, de que los bienes continuasen “trabados y mostrencos”, a 15 del mismo mes, presentó la compulsoria ante el alcalde de Dapte o Dante.

Debía tomar el pleito mal cariz, pues Francisco Nuño cortó por lo sano. El 10 de diciembre, esgrimiendo el manido argumento de que el final de los pleitos es “dudoso”, por ser las leyes contradictorias a más de confusas, y lo jueces sectarios, ciclotímicos,  intransigentes y venales, anunció que los consejeros del Guzmán, acordaron “tratar de medios con Felipe Jácome, y darle algo por el derecho que tenga de esa agua de los Abades”, procurando “darle un tiento o hallarle algún amigo, que entienda de él en la estima que lo tiene, para ver si es cosa acometelle”. De ser la cuestión “tratable”, buscaría componenda, solventando la cuestión cuando antes, por no ser de razón continuar invirtiendo en hacienda, que nunca aprovechó.
Inició Gordejuela las conversaciones, teniéndolas tan avanzadas en 1575, que el duque le otorgó poder especial, a 2 de mayo, en el palacio de Sanlúcar, dándole la condición de “vecino y regidor  de la Isla de Tenerife, de Gran Canaria”, para  que “tome concierto” con Felipe Jácome de las Cuevas, en el pleito sobre al “agua” del Río de los Abades, “en el sitio de Abona y Adexe”,  que se vio y sentenció en la Audiencia Real de Gran Canaria, estaba pendiente de sentencia definitiva,  en la Audiencia de Sevilla: “porque yo tengo voluntad de que dicho pleito cese y no se prosiga y pare”, el poderdante otorgó libertad plena a su administrador, para comprometerle a cumplir lo acordado, pagando a Jácome la cifra establecida, a cambio de renunciar a cualquier derecho que pretendiese, a las aguas del Río de los Abades y tierras adyacentes.

No habiendo navío que zarpase hacia la isla, se hubo de aguardar a primeros de noviembre, entregando el documento  a maestre natural de Tenerife,  que zarpó con destino al puerto de Garachico, con carga de sal, aceite y lencería. No habiéndolo recibido a 2 octubre,  Gordejuela se impacientó,  escribiendo para reclamarlo. Respondió el duque a 15 de diciembre, tratando al administrados de “primo”, lo que implicaba ascenso en su estima. Supuso que  el maestre estaría a punto de llegar, pero al entrar en lo posible que se hubiese perdido, prometió mandar copia del poder con la flota,  en  la seguridad de que “usaréis con vuestra cordura, por la orden que se os escribió”.

Dando por sentado que recibido el poder, entraría en posesión del Río de los Abades, adjuntó nuevas instrucciones. Recuperada el “agua”, contrataría albañiles, carpinteros y  personas “que entiendan” de encañar aguas. Medido el recorrido de la canalización que habría de juntar el agua de ambos ríos, llevándola a Montaña Gorda, mandaría presupuesto, iniciando los trabajos apenas fuese aprobado.

Aparcada la idea de poner cañas y hacer ingenio, por caro y complicado, de no haber quien comprase, se daría la tierra a tributo perpetuo o de por vida, para cultivo de vides. Dividida en  suertes, repartidas por sorteo, se daría a cada uno la cantidad que quisiese tomar: “claro que habrá tierras que sean más aventajadas que otras, ansí será el tributo”, eludiendo la injusticia de fijarlo por la cabida. El que pagase en dinero, lo haría en tres plazos, por “tercios de año”; el que lo hiciese en especies, en vino trasegado, limpio, en pipas estancas y bien acondicionadas para navegar, que pondría por el mes de marzo en el puerto de Abona, “o en el que más comodidad tenga”. Medido el monte y la tierra de pastos,  las hojas que sirviesen “para pan o para otro aprovechamiento”, se darían bajo el mismo régimen.

Como todo tributario o censatario en Castilla, los de Tenerife podrían vender la tierra, a condición de subrogarse el comprador en la carga del tributo, pagando al censualista el “luismo”, o porcentaje, sobre la revalorización de la propiedad, generalmente en torno al 10%. Exento de renta el tributario, que no obtuviese cosecha, únicamente se podría vender a persona “llana y abonada”, que cultivase la tierra, quedando prohibido hacerlo a Iglesia, monasterio, persona de religión o poderosa. 

A 9 de septiembre de 1576, aún por resolver la cuestión del Río de los Abades, Gordejuela aconsejó la explotación directa, pidiendo que mandasen de Sanlúcar  un pastor y un hombre “que sea viñadero, tenga pluma y cuenta y razón de lo que yo le ordenare, que en breve tiempo saldrá con la presa y los enviaré a VE, para que digan lo que han visto".

Pedro de Salinas respondió a 29 de octubre, dilación que indica la distancia - tiempo, a que se encontraba Tenerife de la Península. Sensato rechazó la idea, repitiendo, por enésima  vez, que vender sería la solución más sensata: “procure v.m. que sea de contado”, aventuró, sin demasiada esperanza. Nuño compartió la opinión del superior: “procure v.m. dalle dueño, que es lástima que tan buena tierra como es Montaña Gorda y las Vegas de Juan Alonso, esté viciosa y sin dar fruto, especialmente en esa tierra, donde tanta estrechura de tierra hay” Renunciando al proyecto de embarcar al duque en aventura, peligrosamente onerosa, el administrador guardó silencio,  a la espera de solventar la cuestión del río.

El acuerdo se firmó en Garachico, lugar de residencia de Felipe Jácome, 10 de abril de 1577. Tras exponer el derecho, que le reconocieron los tribunales, pidió a los oidores de Canarias y Sevilla, que diesen por concluso el pleito, como si hubiesen fallado en favor del duque de Medina Sidonia, exponiendo que las presiones de letrados y personas de calidad del reino, le convencieron, cediendo las aguas del Río de los Abades, con “las dos partes de tres de todas las tierras”, que tuvo en  Abona, 300 fanegas compradas al canario Juan Alonso, entre el Río Abona y  al Barranco de Mocan; dos partes de los hijos heredadas del padre  y las tres caballerías de 60 fanegas, según medida de Castilla, adquiridas de María Vizcaína, viuda de Hernando de Quadarteme,  canarios y propietarios en Las Vegas.

Dejada constancia de su generosidad, reiteró el deseo de que el pleito pasase a “cosa juzgada”, contentándose con indemnización de 1.000 doblas castellanas, de 365 maravedís, que representaban la mitad del justiprecio.

Señalado el pago en Sevilla o Sanlúcar, en el plazo de 30 días, Jácome designaría cobrador, quedando acordada multa de 500 maravedís, por día que hubiese de aguardar el pago. A 22 de junio se presentó en Sanlúcar el sevillano Francisco de Palencia, alegando Pedro Salinas ausencia del duque, para posponerlo. Habiendo asumido la representación de ambos Melchor de Alcázar, 24 de Sevilla, el libramiento se firmó a 24 de abril de 1579,  sin que haya indicio de penalización por  retraso. El abogado y procurador, que llevaban  los “negocios” del duque desde 1572,  rubricaron el finiquito en Villa Real de las Palmas, a 28 de enero de 1578.


Pertrechado de la renuncia de Felipe Jácome, que desaparece definitivamente de la escena,  Gordejuela solicitó la posesión en San Cristóbal, al Alcalde Mayor, a 15 de abril de 1577. Encomendada al Alguacil Mayor, y al escribano de Dante, el administrador abandonó la ciudad seguido de cortejo de 20 personas, en el que figuraban  el medidor de tierras del Concejo, maestro de hacer ingenios de azúcar, fogueros o especialistas en canalizaciones, oficiales, albañiles y carpinteros, todos “personas de experiencia”,  “llamados y rogados con salarios y premios”,  para sacar el agua de los ríos Abona y Abades y las fuentes de los Escuriales y Pedro Báez, llevándolas al tanque cubierto, de piedra y cal, que se haría en Montaña Gorda, con las mismas  medidas que el proyectado por Cabrera. Retendría agua suficiente para regar las 1.500 fanegas de tierra superior, que en banda "angosta", bajaban hasta el mar, rehaciendo la obra felizmente rematada por  Gonzalo Suárez, a finales del siglo XV, en cuya reconstrucción fracasó  Bartolomé Cabrera. 

Anduvieron 14 leguas desde  la capital, según el medidor, de12  a 14, al decir de algunos. Haciendo etapa en la Orotava, llegaron al "nacimiento"  y manantiales “que dicen de los Abades, en las partes de Abona y Adexe”, el 23 de abril. En presencia del Alcalde de Granadilla, recogido al pasar y el escribano de Dante, ante los testigos Hernando Yánez, administrador del ingenio de Adexe, Francisco González, maestro de ingenios y Diego González, carpintero,  Gordejuela presentó el mandato del Alcalde Mayor, ordenando a la justicia “le ponga en posesión” de las aguas de Abades, desde el nacimiento hasta el mar, y de cuantas tierras apareciesen mencionadas en la concordia, firmada con Jácome.

Leídos los documentos,  el Alcalde hizo recorrer a  Gordejuela las aguas, corrientes y manantes, entregándole la posesión. A imitación de Felipe Jácome, el administrador  vertió  agua “de una parte y otra”, la hizo “sacar de su curso y echarla por canales de azona del dicho río, encaminándola e llevándola a las tierras, que están a la otra parte del dicho río de los Abades”, hacia el río de Abona, “e ahí la hizo verter en las dichas tierras, donde mandó a Pedro Álvarez, cañaverero, hiciese como zureo en la tierra”, en el que “echó” cañas de azúcar, “e se plantaron e regaron con las dichas aguas”.

Firmada el acta de la representación, la ceremonia continuó a lo largo del camino, que llevaba al río Abona,  por las tierras situadas a la “otra parte”,  hasta el barranco “que dicen del Mocan”, donde estaba la linde. La finca terminaba  “arriba a la cumbre”, donde empezaban las montañas del rey. Y al otro extremo en la mas. Termino la posesión el 26 de abril,  con turno de reclamantes. Despejada la tierra,  sólo compareció las viuda Beatriz Petra, propietaria de suerte a orillas del Abona, suponiendo que se incluyó en el heredamiento.

Quedó Godejuela sobre el terreno, con la cuadrilla. Durante varios días, “anduvieron” visitando los  tomaderos, por donde “en otros tiempos se sacaban las aguas”. Registrados, Gordejuela los mudó, quizá sin más fin que el de dejar su huella. Según el maestro de hacer ingenios, González, que conocía la tierra desde hacia 30 años,  pues trabajó en el Abona en tiempo de Cabrera, con su suegro Antonio Blas, haber elegido  “sitio diferente”,  “en parte donde sacaba otra tanta agua más de la que se tomaba, por la parte que de antes se sacaba”, se debía a que estando el tomadero demasiado alto, no aprovechaban los afluentes o “fuentes principales” del río, siendo la altura  suficiente para que el agua bajase, “aún en corriente”,  a los llanos de Montaña Gorda, pudiendo regar por pie toda la tierra.

Rotundo el medidor, afirmó que visitado el tomadero de Cabrera, el señalado permitía sacar más agua, con más provecho, a condición de que las canales fuesen de madera de teca, “enterizas”,  gruesas,  “anchas y buenas”, así como  los “esteos”, que habrían de fijarlas.

Partiendo de los tomaderos, el medidor fue “midiendo y borneando” la canalización, hasta la "junta de las aguas". Equidistante de ambos ríos, sumaría una legua, estando previsto que el agua “camine otra media legua, por canales", desde la fuente de los Escuriales, a los que se habría de sumar la legua larga, que la llevaría al tanque de Montaña Gorda, poniendo el costo  de las conducciones en 1.500 ducados, “si no más”,  Diego González, carpintero de 40 años, declaró que estando la hacienda  "lejos de poblado", se encarecían los portes, por lo que la obra costaría 2.000 doblas, a las que se habían de sumar 1.000 ducados y "no menos", para el tanque.

Desaconsejaron los testigos intentar vender o buscar tributarios, en tanto la instalación del riego no estuviese terminada, pues harto el súbdito español de promesas incumplidas, para acudir habría de ser llamado, ofreciendo en consecuencia, precios y tributos de miseria. Pero viendo el agua, puesta donde fuese aprovechable,  se presentarían, disputándose la tierra, por estar asegurado que la heredad, sería de “mucha importancia”.

Hernando Yánez el Viejo, único testigo que supo firmar, declaró en Realejo, a 10 de mayo. Dijo haber visto, muchas veces,  que  “querían sacar agua” de aquellos ríos y  de las fuentes de los Escáriales y Pedro Báez, para regar cañaverales, sin lograrlo, estando los más de acuerdo que en caso de conseguirlo, la tierra puesta de viña sería dispendio, por ser muy superior el beneficio, que procuraba la caña. En regresión el cultivo y los ingenios, el precio del azúcar era elevado. Habiendo agua sobrada, sin necesidad de recurrir al caudal de las fuentes,  sobrando leña, era el abandono la causa de la  mejor y “mayor” tierra de la isla, sólo se pudiese “señorear”, poniendo pan.

Dedicada al vino sería "importante", pero ofrecerían censo "más aventajado", si se hiciese el ingenio de azúcar que se estaba señalado, por haber “aguas y montes, bastantes para este efecto”, perjudicando gravemente al duque el cultivo del trigo: “ni se haga otro partido, hasta que las aguas no sean sacadas”.

Con experiencia de haciendas de viña y azúcar, no tan ricas en agua y montes, ni de tanta calidad como la de Abona, el maestro de ingenios declaró que aún puestas de vid, vivían  “muchas personas”, sustentando mayorazgos florecientes. Pero “estando como están en esta isla el día de hoy, y los frutos de azúcar tan encarecidos y las tierras no tan buenas ni tan fértiles”, la caña sería de más provecho. El albañil Manuel Felipe, de 30 años, se pronunció, contundente, a favor del  ingenio.

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