EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI
DECADA 1561-1570
CAPITULO VII
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1567.
Especialista en esta modalidad de trata de esclavos Agustín de Herrera, señor
colonial de Titoreygatra (Lanzarote) y Erbania (Fuerteventura), que estaban a
un "un día o noche de travesía", del "trato de la dicha guerra y
rescates", se dirigió a Felipe II en 1567, exponiendo los efectos de un
mandato inútil: siendo "los moros que se embían a los tales rescates,
personas de entendimiento y juicio y de libre albedrío, para escoger si quieren
ser cristianos o no", al haber sacerdotes y vicario en sus islas, el que
quisiese podría convertirse, sin necesidad recorrer el "mucho camino",
que separaba las islas de Gran Canaria. Más prolongada la travesía, que la
"jornada de yda y buelta a Bervería", era por añadidura de
"mucho riesgo y peligro de corsarios y enemigos luteranos y de otras
naciones.., por ser el principal paso que Vuestra Alteza tiene para sus
Indias". Al perjuicio se sumaban detenciones prologadas, que a menudo
obligaban a regresar, sin haber tocado en tierra de moros, porque pasó el
tiempo de hacer el viaje. Siendo "sus rescates" de "moros"
medio de vida de los colonos canarios, desde que las islas "están en
conocimiento de nuestra Santa Fe Católica", parecía a Herrera inadmisible
la "novedad" que "de pocos años a esta parte", introdujeron
los del Santo Tribunal. . (L. Al. Toledo)
1567. En
el tiempo transcurrido, desde la instalación del “Santo Oficio” en Winiwuada
(Las Palmas), hasta 1567, ningún progreso intelectual ni moral podemos
inscribir, que sea digno de tenerse en cuenta.
Como hemos dicho, se había abierto al público una clase de
gramática, que regentaba el Sr.
Prebendado de la Catedral,
y á cuyo sostenimiento contribuía el Municipio, por concesión hecha á su instancia, en Real
cédula de la metrópoli de 10 de febrero de 1515, expedida en Valladolid por la Reina de Castilla. Los
resultados de este único estableci miénto de enseñanza, no es posible hoy
apreciarlos debidamente; pero no creemos que produjeran mas efecto, que enseñar
á descifrar los clásicos, y á leer la liturgia,
los que se dedicaban a la iglesia.
Entretanto, la población, en la parte de ornato público,
había hecho algunos adelantos, debido al celo desplegado por algunos de sus,
Gobernadores coloniales, y especialmente, por el licenciado Agustín de
Zurbarán, que llegó á Winiwuada (Las Palmas) en 1535.
Este celoso y entendido
gobernador, construyó las Casas Consistoriales, la Cárcel y el Pósito, la
fuente que se levantaba en la plaza de Santa Ana, la Carnicería, y las
gradas de los Remedios, junto á la ermita de este nombre, y procuró nivelar el
piso de las calles, asearlas y darles buena dirección.
Entonces se agrupaba con
preferencia el pueblo en el barrio de Vegueta, donde estaban situadas la casas de los principales criollos
propietarios, y los edificios públicos, hallándose casi desierto el barrio de
Triána, que no enlazaba aún puente alguno.
Junto á la Catedral, cuyos techos
estaban sin cerrar todavía se levantaba la primitiva Iglesia, que des pues
sirvió durante dos siglos da parroquia, separadas ambas por una estrecha calle
que ponía. en comunicación la plaza principal con la calle de la Herrería, y con la
plazuela de los Álamos.
La calle nueva no existía; un lienzo de pared que unía el
palacio episcopal con la casa que es hoy del Estado(1874), donde existían las
oficinas de Gobierno y la administración, y que entonces bajo otra construcción
y forma, servía de hospital con la advocación de San Sebastián, ocupaba el lado
derecho de la plaza.
El desnivel de ésta aparecía violento y brusco, y su suelo
sembrado de desiguales y
mal trazados escalones.
Los conventos de Santa Clara, San
Idelfonso, San Bernardo y San Agustín, todos habían aparecido junto al sitio
que ocupó luego el de San Ildefonso, se cerraban algunas tortuosas calles,
barrio silencioso, miserable y de triste aspecto. Casi todas las casas poseían
extensas huertas cuyas feas tapias servían de aceras
A
muchas calle. El vecindario no llegaba á mil almas.
La playa con su fuerte resaca, era el único punto por donde
la población se comunicaba con los escasos buques que aparecían en el
fondeadero. A lo lejos destacábase el torreón de la lsleta, llamado pomposamente Castillo de la Luz, centinela inútil de la
indefensa Ciudad.
Allí, sin embargo, iban á buscar
protección los galeones españoles, cuando se detenían en el puerto, ó en él los
arrojaba la tormenta; lo que no impedía, que los corsarios ingleses, franceses
ó flamencos, entraran de noche, y se apoderasen de esas embarcaciones, y de las
demás surtas en la rada, llevándoselas fuera de tiro de cañón, saqueándolas y
abandonándolas, después de ponerles fuego.
El comercio seguía sufriendo las mismas trabas é
inconvenientes, con las visitas que desde la llegada los buques recibían de los
Inquisidores. Estas visitas que llamaban de la fé, se dirigían principalmente á
inquirir sí traían libro o papeles, que
tratasen de cuestiones relígiosas ó de ciencias, cuyos autores estuviesen en el
index, para en se-guida recogerlos y quemarlos sin ninguna dilación. Extendiase
también la visita á las estampas, cuadros y esculturas, que pudiesen ofender
los piadosos ojos de los fieles; y por último, averiguaban a que religión
pertenecían los viajeros, oficiales y marinos, para vigilarlos, espiarlos y
procesarlos, caso necesario, lo que. con frecuencia sucedía a muchas
tripulaciones extranjeras, como ve remos luego.
Habíase prohibido por una real
cédula de 29 de Enero de 1526, que los regidores de Canaria ejercieran cargo
alguno dependiente de la
Inquisición, para que pudiesen de ese modo entender mejor al
gobierno de la Isla;
disposición muy acertada, que sin duda se expidió á solicitud de los Gobernadores,
cuya autoridad se vio limitada y cor prometida a cada instante, con influencias
extrañas é invasoras.
La pobreza del país, y la poca
importancia de los bienes confiscados, fue par el “Santo Oficio” un grave
inconveniente, desde los primeros días de su instalación, Atendiendo
á estas circunstancia, se
solicitó del Papa supresión de una prebenda en la Catedral de Las Palmas,
para que sus frutos y rentas se aplicasen á los gastos del Tribunal,
En la sesión que celebró el Cabildo el 27 de agosto de
1563, se presentó un Breve de su Santidad, por el que se accedía á esta
supresión, pretendiendo el “Santo Oficio” que se le abollase las rentas
anteriores, desde el día en que la
Prebenda estuvo vacante; apoyaban, esta solicitud el Prior D.
Juan de Yega, y el Doctoral Cervantes, empleados que eran de la Inquisición; pero la
contradijo el arcediano de Canaria, D, Juan Salvago, en consideración á que
aquellas rentas estaban ya distribuidas legalmente, cuando aun se ignoraba su
nueva aplicación.
Esta prebenda fue en lo sucesivo
origen de varias contiendas entre el Cabildo eclesiástico, el Obispo y la Inquisición, llegando
el caso inaudito de expedirse por el Rey una Cédula; obedecerla el Cabildo;
ofenderse de ello el “Santo Oficio;” conminar á los Prebendados para que la
desobedeciesen; excomulgarlos, porque no asedian a su de- seo; acudir en queja
el Cabildo; y el Rey, verse obligado á retirar la orden, dándole la razón á los
Inquisidores, y sometiéndose á su voluntad.
Esto sucedía bajo el reinado del
débil Felipe III, cuando el Gobierno de la metrópoli obedecía solo á las
inspiraciones de un Confesor y un favorito, preludiando así los exorcismos de
Carlos II, y la dominación del Padre Nithard. Habíamos de llegar, por la
pendiente que preparara el intransigente y ciego Felipe II, á ser propiedad de la Iglesia.
En efecto, dignidad, ciencia é
instrucción, riqueza; poder é independencia, todo estaba á merced del clero.
Las fuerzas vivas de la metrópoli se hallaban en sus manos, y el pensamiento,
iluminado por la luz que recibía, era la
reproducción fiel de lo que se pensaba en Roma. La historia dirá los beneficios que de este
orden de cosas han recibido los españoles, y los adelantos intelectuales y
materiales, que en esos tres siglos han conquistado.
Para nosotros, el pasado es
responsable del presente, porque elabora los elementos que han de servir al
movimiento progresivo de los pueblos. Si los principios defendidos por la vieja
sociedad, han conducido a la metrópoli, al estado de nulidad y envilecimiento
en que se encontraba, al darse el grito de libertad por los legisladores de
¿quiénes son los responsables? Si la negación de toda libertad de pensamiento,
de conciencia y de asociación; si la negación de todo derecho político, y el
estancamiento de la propiedad; si el cordón impuesto en la frontera á toda idea
nueva, de todo libro y á toda ciencia, cuyos principios estuviesen en
desacuerdo con la fé recibida, nos condujo inevitablemente á la ruina, al
descrédito y á la postración intelectual, mientras aquellas naciones, donde
regían opuestos sistemas, se levantaban, crecían y se desarrollaban, hasta
llegar al envidiable estado en que hoy
se ven: ¿Debemos imitar el ejemplo de éstas y seguir sus huellas, ó volver los ojos
hacia el tiempo de las hogueras, de los favoritos y del poder dictatorial de
los Reyes?
El problema está planteado; la
lucha empeñada; ¿cual de los dos principios triunfará en Europa?
Para los que tienen fé en los
destinos de la humanidad, el resultado no es dudoso. Las tinieblas jamás prevalecerán
contra la luz, y la justicia nos viene del lado de la libertad.
1567. La primera estimación que se conoce en el siglo XVI para
determinar la población de Erbania (Fuerteventura) es la auspiciada por el
“Santo Oficio” en 1567. En ella se dice que el vecindario majorero se elevaba a
280 núcleos familiares, o sea, a unos 1.400 habitantes aproximadamente,
concentrados en su mayoría en la antigua capital insular de Santa María de
Betancuria. La isla contaría, pues, con una ocupación sumamente exigua toda vez
que la densidad alcanzaba tan sólo un 0,8 habitantes por kilómetro cuadrado. El
recuento de 1587 rebaja un poco las cifras reseñadas y deja la población de
Erbania (Fuerteventura) en unos 219 vecinos que equivaldrían a 1.905
habitantes.
Eso supondría una densidad todavía más débil y un porcentaje
de 2,83 sobre el total regional.
En la «Descripción de las Islas
Canarias hecha en virtud del mandato de S.M. por un tío del Licenciado
Valcárcel» se afirma que « ...tiene la ysla vn lugar bueno que entre él y la
demas población de la ysla contaría con unos 1800 vezinos...». Estas cifras se
aproximan bastante a las estipuladas por Torriani en 1591 cuando hizo la
observación de que Erbania (Fuerteventura) se encontraba casi deshabitada a
excepción de Betancuria que disponía de unas 150 casas. Y añade el ingeniero
cremonés que en Fuerteventura «no hay más de 2.000 almas» y los hombres
disponibles para su protección eran manifiestamente insuficientes, puesto que
no llegaban a 300.
Como se puede apreciar, el ritmo
de crecimiento es excesivamente lento durante todo el siglo XVI. Y es que las
adversidades promovidas por la sed de rapiña de los colonos feudales son
frecuentes y cuantiosas. La presencia de corsarios es constante. Sus
invasiones, saqueos y apresamientos aíslan a Erbania (Fuerteventura) de todo
tráfico mercantil y se extraen como cautivos a numerosos majoreros en justa
represalia contra los saqueadores europeos. Es célebre la invasión de Xabán
Arráez en 1593. Por otro lado, la carencia de lluvias durante prolongados
períodos, como la de 1593, ocasionaba pérdida de las cosechas y hambrunas
espantosas a consecuencia de las cuales fallecían muchas personas y otras
tantas desgracias tenían que emigrar y buscar refugio en Tamaránt (Gran
Canaria) y Chinet (Tenerife). Los abusos de los colonos señoriales y las
epidemias que se introducían con cierta reiteración en Erabania (Fuerteventura)
eran otras contrariedades con las que tenía que enfrentarse la población
durante el s XII. (Ramón Díaz Hernández; 1991)
1567. La corona castellana concedió a los colonos
establecidos en Chinet (Tenerife), 300 ducados a descontar de los impuestos
reales por un periodo de seis años con destino a la construcción de un muelle
en Añazu. Se mejoraron los materiales y se trabajó en las estructuras típicas
de albañilería, cantería y carpintería.
1567. La invasión conquista y colonización de las Canarias
centrales corre paralela al Descubrimiento de América. La llegada invasión y
colonización de las Antillas por Colón patrocinado por los nefastos reyes
católicos convirtió a la colonia de
Canarias en un laboratorio experimental.
Plantas asiáticas como la caña de azúcar y la platanera desde ellas serían llevadas
a las colonias americanas. Técnicos canarios criollos y colonos portugueses
trabajarán en el primer ingenio del denominado Nuevo Continente en Santo
Domingo. El ñame africano penetrará desde bien pronto en el ámbito caribeño. Lo
mismo ocurrirá con el cochino negro (cerdo), la cabra, el perro y la oveja,
que, conducidos desde las Islas, se esparcirán por las Antillas. Las Canarias
fueron, por tanto, un intermediario en la difusión de plantas y animales en
ambos lados del océano. La papa se aclimatará rápidamente y se conocen desde
bien pronto exportaciones hacia Europa. Ya por esas fechas se enviaba desde la
colonia canaria eran enviadas a
Flandes. En unión del millo transformará la agricultura isleña convirtiéndose
en la alimentación por excelencia de las clases bajas de la sociedad. Por su
posición y la acción de los vientos alisios se convirtió en el paso obligado
para las Indias.
1567 Enero 10.
El Capitán Pedro de Vergara,
Regidor, fue nombrado Alcaide de la fortaleza de Santa Cruz con salario de
60.000 maravedises. Sobre esta elección interpuso apelación á pedimiento del Consejo,
y el dicho expedio á la
Audiencia su Provisión en 8 de Agosto de este año para que
los Regidores que fuesen Hijosdalgos puedan ser electos para Alcaldes del
Castillo de Sta Cruz. La contradicción la hizo Gonzalo Hernández de Ocampo,
Capitán de S.M.; Juan de Torres; Juan del Hoyo; Hernando de Hoyos; Benito de
Mesa; Melchor Darmas; Bernardino Justiniano; Roque de Loreto y Juan Núñez
Jáimez, hijosdalgos, por ser Regidor dicho Pedro de Vergara y que no se debía
de elegir uno de los mismos, pero en vista de los alegatos de Vergara en que
hizo constar ser hijosdalgo de Padre, Abuelo y Bisabuelo, como sostiene con una
executoria de la
Chancillería de Granada, no le debía embarazar ser Regidor
para obtener dicho empleo, por lo que no tuvo efecto la contradicción. (José
María Pinto de la Rosa,
1996)
1567 Enero 10.
El año de 1566 todavía reservaba
a los ingleses nuevas empresas marítimas y comerciales. Una de las más
destacadas fue la de George Fenner a Guinea, que nos interesa por estar hasta
cierto punto relacionada con las Islas Canarias.
En el otoño de 1566, cuando el
Almirantazgo inglés prohibía a John Hawkins desplazarse a las Indias
Occidentales, otro piloto británico, George Fenner, sufría análogos
entorpecimientos en Portsmouth por causa de la vigilancia española. Guzmán de
Silva había descubierto en la rada de dicho puerto británico tres navíos
anclados aprestándose para una larga travesía, y temiendo que su verdadero
destino fuesen las codiciadas Indias, no paró hasta conseguir la interdicción
del Consejo privado, de la
Reina.
Fenner fue obligado a depositar,
igual que Hawkins, una fianza de 500 libras, como garantía de sus lícitos
propósitos; pero no se puso ninguna otra restricción a la empresa, que tenía
como fin primordial el comercio de oro con Guinea.
Componían la expedición tres
navíos ingleses: el Castle of Comfort,
el Wayflower el George y una pinaza, capitaneados por los hermanos George y Edward
Fenner, naturales de Chichester, famosos ambos por sus anteriores viajes
comerciales, en los que habían ganado reputación de expertos pilotos.
La flota británica zarpó de
Plymouth el l0 de diciembre de 1566, presentándose quince días después en aguas
de las Canarias, donde Fenner estableció contacto con el corsario Edward Cook,
que navegaba por los alrededores del Archipiélago en sus ininterrumpidas
operaciones bélicas.
La escuadra inglesa permaneció
algunos días en Tenerife, hasta que el 10 de enero de 1567 Fenner abandonó
aquellos parajes con rumbo a Guinea.
El resultado de la expedición no
fué satisfactorio. Ni abundaron los buenos negocios, ni los ingleses pasaron,
por causas ignoradas, de Cabo Verde. Y, en cambio, en el viaje de retorno tuvo
que combatir Fenner con una escuadra portuguesa a la altura de las Azores.
El pirata inglés –pues Fenner
parece haberlo también sido- anduvo merodeando por aquellos contornos durante
cerca de un mes a la captura de una buena presa, y ello fué causa del combate
antes citado, del que pudo salir airoso gracias a la superioridad de los
cañones del Castle of Confort.
Los expedicionarios estaban de
regreso en Inglaterra a mediados de 1567, pues Fenner hizo su entrada en
Southampton en los primeros días de junio de dicho año.
Por aquella fecha los negociantes
interesados en las empresas marítimas de Inglaterra desplegaban una
extraordinaria actividad, impulsados, como siempre, por el espíritu dinámico y
aventurero de Hawkins.
La expedición a las Indias de
1566, en la cual cupo al pirata todo -organización, dirección y planes-, a
excepción de su presencia personal, no paralizó los esfuerzos de éste para
proseguir, sin tregua ni descanso, las empresas comerciales a las que había
consagrado su vida y si las circunstancias políticas impusieron su apartamiento
personal de la expedición de 1566, en cambio le permitieron a Hawkins desplegar
su acostumbrada actividad en los primeros meses del año siguiente, hasta ver
tomar cuerpo y visos de realidad otra nueva expedición de mucha más envergadura
que las anteriores.
Tales proyectos no escaparon a la
sagacidad y vigilancia del embajador don Diego Guzmán de Silva, quien en el mes
de mayo de 1567 daba el grito de alarma a la corte española, comunicándole cómo
Hawkins aprestaba en Rochester "cuatro, buenos navios y una pinaza",
dos de ellos propiedad de la reina Isabel.
La carta de Silva merece que
copiemos alguno de sus párrafos: "Hasta
agora-decía a Felipe II -esta muy
secreto y no se ha hecho mas de calafatearlos; creese que ira con ellos Juan
Aquines [y] daran nombre que llevan mercaderias de dos aldramanes ricos de esta
ciudad que se llaman Duquete y Garrelte; piensase que tendran parte algunos del
Consejo [y] de creer es que iran a Guinea y de alli do les parecera. .."
.
Guzmán de Silva finaliza su
misiva anunciando al monarca español su inmediata visita a la Reina para protestar del
hecho y dándole cuenta del aviso que había comunicado al rey de Portugal para
prevenirle contra tal contingencia.
El embajador en Londres, como
siempre, estaba muy bien informado. En Efecto, por aquellos meses los
negociantes londinenses sir Lionel Ducket (Duquete) , sir William Garrard
(Garrate.) , Rowland Heyward,. William Winter, y acaso también los
organizadores de la expedición del 64, como Leicester, Pembroke, Gonson,
Castlyn, etc., financiaban, con la colaboración económica de. los hermanos
Hawkins, un nuevo viaje a las Indias de mayor envergadura que todos los
anteriores y, por tanto, de fines también más amplios y ambiciosos.
Para ello contaban sus
organizadores con dos navíos de la
Reina: el Jesús of
Lubeck y el Mitnion más cuatro
pertenecientes a particulares: el William
and John, el Swalow, el Angel y el Judith. El primero, el Jesús of Lubeck) ya dijimos que había
sido comprado por Enrique VIII en 1545 a la Liga Hanseática y
que desplazaba 700 toneladas; el segundo, el Minino era navío de 300 toneladas, construido en 1536, y artillado
con media docena de cañones pesados y gran número de ligeros. Ambos navíos
tenían en 1567 una brillante ejecutoria naval, pues habían participado
indistintamente en casi todos los viajes comerciales ingleses de los primeros
años del reinado de Isabel.
Las otras embarcaciones eran más
ligeras y de menor tonelaje, pues el William
and John sólo desplazaba 150 toneladas; el Swalow 100; el Judith 50,
y el Angel .
La empresa se concebía a mediados
del año 1567 con una doble finalidad afro-americana : establecer el dominio
directo de Inglaterra sobre un trozo de la costa africana, construyendo una
torre en Laras, más allá del castillo portugués de Elmina, y comerciar a
renglón seguido con las Indias Occidentales, particularmente con los ricos
territorios de la Nueva
España o Méjico.
La primera finalidad obedecía al
prurito inglés de cortar los propósitos de Francia para establecerse en el
continente negro, y está hasta cierto punto relacionada con la fracasada
expedición del noble caballero francés Peyrot de Monluc. Los pilotos
portugueses Antonio Luiz y André Homen, que se habían ofrecido a Monluc para
abrirle las puertas de Africa, entraron en relaciones con la reina Isabel de
Inglaterra y ésta brindó a Hawkins la magnífica coyuntura que se ofrecía a su
patria para crearse un establecimiento en aquel continente. El pirata de
Plymouth no acogió la oferta con excesivo calor, pero sí la aceptó en cuanto le
servía para encubrir sus torpes propósitos de poder llevar a cabo un nuevo
viaje negrero a las Indias Occidentales.
Mas al mismo tiempo que Hawkins
desplegaba su inusitada actividad para el apresto de los navíos de la flota, el
embajador español en Londres no dormía un segundo, inquiriendo noticias sobre
los proyectos y propósitos del pirata.
El día 12 de julio de 1567
escribía don Diego Guzmán de Silva al Rey cuantos pormenores había podido
alcanzar sobre el número y porte de las embarcaciones. Según Silva, el número
total de los navíos era el de nueve: cuatro de la Reina, apostados en
Rochester-entre ellos el Jesus de Lobic (sic ), de 800 toneles-y cinco de
propiedad particular anclados en la rada de Plymouth. "Han sacado estos días-añadía el embajador-de la Torre de Londres municiones para meter en estos navíos,
artillería, coseletes, coracinas, picas, arcos con sus flechas, dardos y otras
cosas necesarias para efecto de que vayan bien en orden las naos; dicen que
llevarán 800 hombres escogidos". Tal aparato guerrero hacía pensar al
embajador que quizá fueren ciertos los rumores de dirigirse los expedicionarios
a África con fines de conquista; pero por si acaso había visitado a William
Cecil recordándole los ofrecimientos de la Reina, y éste le había dado garantías, con su
palabra de por medio, para que estuviese seguro de que no irían a las Indias.
Con todo, y ante los temores de
que en un plazo muy corto zarpasen los navíos, Guzmán de Silva visitó a
mediados de julio de 1567 ala reina Isabel y obtuvo de sus propios labios la
confirmación de las promesas de Cecil de que la expedición no se dirigiría en
ningún caso a la América
española. Sin embargo, las promesas de la casquivana Reina no tranquilizaron al
embajador español, quien, desconfiado por sistema-razones sobradas había para
serlo-, advertía ahora a Felipe II la extrañeza que le producía ver embarcar en
los navíos grandes partidas de paños y lienzos "que no es mercancía para aquella tierra" (Guinea). Por
otra parte, el embajador seguía sorprendiendo la correspondencia de Hawkins con
los Ponte, y puesto "que ninguna
jornada ha hecho Aquines en que no haya sido interesado en ella Pedro de Ponte,
el de Tenerife", cabía pensar mal de semejante trato y relación. Para
aumentar las dudas, los rumores eran cada vez más insistentes sobre que "el Aquines y su compañía irán, después
de haber hecho el rescate y tomado los negros en Guinea, a la Nueva España",
pues "llevan muchas habas y otras legumbres que son provisiones para
los negros, los cuales no suelen llevar a otra parte sino a la Nueva España e islas
circunstantes".
La correspondencia del embajador
refleja, en corto espacio de días, los altos y bajos de su espíritu ante
aquella política tortuosa de encrucijada y engaño que desplegaba la corte de
Isabel en los años que nos ocupan y de esta manera, si bien el 26 de julio de
1567 ponía al corriente a Felipe II sobre el, sistema de contratación que
empleaban los ingleses sobornando a los gobernadores con dádivas cuantiosas, en
cambio el 2 de agosto se mostraba confiado y optimista conforme a las promesas
de la Reina y
de Cecil, para reincidir el 13 de septiembre en su anterior postura de
desconfianza y recelo.
Mientras tanto, aprestados los
navíos de la expedición y reclutadas y dispuestas sus tripulaciones, se creía
inminente en Londres su partida a mediados de agosto de 1567. El 30 de julio
los dos navíos de la Reina,
el Jesus of Lubeck y el Minion zarparon de Londres con dirección
a Plymouth para reunirse con el resto de la flota que allí se encontraba
apostada, y pocos días más tarde el mismo John Hawkins tuvo la osadía de
despedirse del embajador español en
persona para jurarle y perjurarle "que no iría a parte ninguna donde se hiciese
deservicio" al rey de
España, pues su máximo deseo era el servirle, aun sin contar "que lo tenía así mandado la Reina".
Sin embargo, por causas
fortuitas, la expedición tuvo sus aplazamientos. Los pilotos lusitanos fueron
ganados otra vez a la causa de su patria por el embajador de Portugal en París
y embarcados secretamente, lo que supuso una demora en la partida y, por otra
parte, ocurrió en Plymouth por aquella fecha un incidente naval que puso en
riesgo de pérdida a algunos de los navíos anclados en el citado puerto
británico. Navegaba a la vista de Plymouth la flota de guerra de los Países
Bajos, al mando del almirante Alphonse de Bourgogne, barón de Wachen, cuando
cuestiones protocolarias de precedencia en el saludo enzarzaron a ambas
escuadras en un largo tiroteo, con daños visibles por una y otra parte.
De todas maneras, a mediados de
septiembre la flota inglesa se hallaba dispuesta y preparada para zarpar John
Hawkins había escogido como navío almirante al Jesus of Lubeck cuyo contramaestre era Robert Barrett; el Minion llevaba por capitán a Thomas
Hampton y por segundo a su hermano James, y el William, el John iba capitaneado por Thomas Bolton, llevando como contramaestre
a James Raunse. De los otros tres navíos,
el Swalow el Angel
y el Judith ignoramos sus mandos,
pues si bien este último fué
pilotado más adelante por Francis Drake, en el momento de la partida el después
celebérrimo pirata navegaba formando en la tripulación del Jesus a las inmediatas órdenes de Hawkins. Viajaban con categoría
especial dentro de las tripulaciones William Clarke, representante de los
negociantes de Londres, y los caballeros George Fitzwilliam (que había
acompañado a Hawkins en la expedición de 1564) John Darney y el capitán Edward
Dudley. Este último sería el promotor de un dramático episodio en Santa Cruz de
Tenerife.
Por fin, el 2 de octubre de 1567
pudo hacerse John Hawkins por tercera vez a la mar, con rumbo al continente
americano. La flota zarpó de Plymouth, yendo el Jesus a la cabeza, seguido por sus otros cinco compañeros. Todos
los navíos llevaban a remolque dos grandes barcazas para las operaciones de
tierra que se pudieran presentar.
Al tercer día de navegación, John
Hawkins reunió a 1os capitanes en su navío almirante y les dio todas las
instrucciones al caso convenientes, frente a las contingencias que en la
primera parte de la travesía se pudieran presentar. Si los buques tenían que
separarse a causa de mal tiempo, el punto de cita y de reunión sería el puerto
de Santa cruz de Tenerife, donde él tenía intención de hacer aguada y de
conferenciar con los Ponte.
Las circunstancias posteriores
vinieron a confirmar la pericia y sagacidad del gran pirata, pues veinticuatro
horas más tarde, cuando la escuadra se encontraba a 40 leguas del cabo
Finisterre, se vió sacudida por un terrible huracán que durante cuatro días
consecutivos mantuvo en constante peligro a los navíos de la flota. El Angel pudo mantener su contacto con
el Jesus of Lubeck mientras el Minion con el William y el Swalow
formaban escuadrilla aparte, y el Judith
perdía todo enlace con el resto de la flota. Ni que decir tiene que casi todas
las barcazas desaparecieron en el mar por la acción del terrible elemento.
A media noche del día 10 de
octubre la tempestad amainó, y a la mañana siguiente el viento soplaba en
dirección favorable para seguir la travesía. John Hawkins reunió a su
tripulación para dar gracias a Dios por haberles librado del peligro, y ante
las interrogantes miradas de los marineros confirmó su propósito de continuar
adelante, sin dar por fracasada la empresa.
De esta manera ambas escuadrillas
prosiguieron su travesía por separado, logrando Hawkins recoger al Judith en el camino, para presentarse
con su flotilla en Santa Cruz de Tenerife el 23 de octubre de 1567.
La estancia del pirata en las
Canarias merece los honores de un comentario particular, sobre todo después de
haber conocido el ambiente de hostilidad que se respiraba en el Archipiélago en
vísperas de su tercera expedición. La presencia de John Hawkins en Tenerife
despertó 1os temores de toda la población, que se preparó para resistir al
pirata por las armas si venía en son de guerra, o para tenderle una celada si
descendía a tierra con propósitos de paz.
Tal aseveración, defendida por
los cronistas del viaje al captar la atmósfera hostil y adversa que se
respiraba en Santa Cruz de Tenerife, donde sus habitantes aparecían armados
hasta los dientes, se confirma por las declaraciones de algunos de los testigos
presénciales de la estancia del pirata, como el capitán y regidor de Tenerife
Juan de Valverde, quien aseguró pocos meses después que "Juan Acles, no quiso entrar en el puerto, sino estarse
desviado donde: no le alcanzasen con la artillería, y no queriendo salir en
tierra aunque le enviaron a decir que saliese en tierra, y que entre la Justicia y Regimiento y
capitanes trataban de prendello si saliera a tierra...".
Volviendo a recoger el hilo de
nuestra narración, ya referimos cómo John Hawkins se presentó en Santa Cruz de
Terierife el 23 de octubre de 1567; "el
qual traxo-dice un testigo presencial-una galeaza gruesa [el Jesus of Lubeck y dospataxes [Angel y Judith que eran como naos medianas y la galeaza nabio muy grueso y muy
poderoso y muy artillado, el qual puso en alboroto la isla por ser pirata y
robador".
Era entonces gobernador de
Tenerife don Juan Vélez de Guevara,
inmediatamente que tuvo noticias, por los vigías de Anaga, de la presencia
de la flota enemiga, dispuso que se tocase alarma en la ciudad de La Laguna y que las compañías
de aquel tercio se preparasen para la defensa de Santa Cruz. Se componía
entonces el tercio de La Laguna
de cuatro compañías mandadas por los capitanes Alonso de Llerena, Lope de
Azoca, Juan de Valverde y Francisco Coronado, y todas ellas, con sus alféreces
y soldados, descendieron al puerto de Santa Cruz con el gobernador al frente.
La caballería, de la cual era capitán Luís de Perdomo, se había anticipado ya a
hacer acto de presencia en aquel lugar, estableciendo contacto con los hombres
de la compañía de Santa Cruz, que se hallaban convenientemente apostados al
mando de su capitán, el alcaide de la fortale-
za de San Cristóbal, Pedro de
Vergara. Esta fue la disposición militar y guerrera que tocó contemplar al
emisario de John Hawkins cuando se presentó en Santa Cruz de Tenerife para
dialogar en nombre del pirata con el gobernador. El panorama era bien distinto
al plácido y risueño que en tantas ocasiones había disfrutado Hawkins en sus
visitas de otros tiempos al puerto canario.
Bien cumpliesen las autoridades
isleñas instrucciones reservadas de la corte, bien fuesen tales medidas
producto natural de las depredaciones y piraterías: de sus socios y capitanes,
o del conocimiento de sus reiterados tratos con las Indias, lo cierto es que el
crédito de Hawkins se había resquebrajado por completo, no quedándole ni asomo
de la popularidad y confianza que en años anteriores se había granjeado por la
seriedad y eficacia de sus cambios comerciales.
Mientras tanto John Hawkins había
anclado sus navíos a conveniente distancia de la fortaleza de San Cristóbal,
interponiendo hábilmente como barrera entre sus buques y el castillo a varios
navíos fondeados en el surgidero de Santa Cruz, que estaban cargando productos
para las Indias.
John Hawkins, cortés y astuto,
saludó a las embarcaciones españolas y éstas le respondieron gastando su
pólvora en iguales finezas.
Poco tiempo despues se separó del
Jesus una barcaza británica y se acercó lentamente al desembarcadero. Salió de
ella el emisario de Hawkins, cuyo nombre ignoramos, y dialogó por breve espacio
de tiempo con el gobernador. Le preguntó si tenían noticias de otros tres
navíos ingleses perdidos del grueso de la flota, y al tener una respuesta
negativa demandó de la autoridad licencia para que las tripulaciones pudiesen
bajar a tierra y comprar algunos productos y artículos de que estaban
necesitados los buques. El gobernador Vélez le contestó cortésmente, autorizando
ambas cosas e invitó a Hawkins a descender también en tierra.
El emisario regresó al navío
almirante, pero. Hawkins, enterado de la disposición militar del puerto,
decidió aguardar al Minion y sus
acompañantes sin aventurarse en tierra y sólo autorizó el desembarco de algunos
marineros para llevar a cabo las necesarias transacciones. Los buques hicieron
provisión de agua, vino en pipas y en botijas-y otros mantenimientos, y se
surtieron de ladrillos y cal para reparo de los daños sufridos en el temporal
del Atlántico. Con este motivo circularon por las calles del humilde Santa Cruz
de entonces varios marineros, entre ellos algunos católicos, pues el
beneficiado del lugar, Mateo de Torres, aseguró haber confesado a uno de ellos
y visto oír misa en la parroquia de la Concepción a varios ingleses de la tripulación de
Hawkins.
El pirata inglés también franqueó
sus navíos a los canarios, quienes, guiados por la curiosidad, por los negocios
o por la amistad con Hawkins, visitaron
el Jesus, quedando asombrados del porte de la embarcación, "que benia muy armada con quarenta piezas de artilleria
de bronce y mucho genero de armas...". Uno de los visitantes fué el
alguacil del juez de Registros de Tenerife, José Prieto, quien, cumpliendo
órdenes de su jefe, el doctor Mexía, recorrió los navíos de Hawkins para
comprobar que no conducían mercancías españolas .Pero hubo un núcleo de
visitantes más "ilustres" (aunque ignoramos sus nombres) que fueron
agasajados por Hawkins, sentándolos a su mesa y obsequiándolos con suculenta
comida. El banquete es digno de particular comentario, pues, coincidiendo con
las cuatro témporas, los canarios contemplaron absortos cómo la plana mayor del
navío guardaba la vigilia entre platos de variadas carnes y cómo Hawkins
devoraba, entre risotadas, una perdiz canaria que le asaban sus cocineros; al
ser advertido el pirata de su distracción, se limitó a contestar con sorna que
él tenía para ello "bula especial
del Papa". (En: A. Rumeu de Armas, 1991, nota a pié de página)
1567 Mayo 17. Llega a Tamaránt (Gran Canaria) el obispo de la secta
católica Bartolomé de Torres, profesor de Salamanca y de la Universidad de Santo
Tomás (España). Su nombramiento como obispo de la colonia de Canarias Canarias
lo recibió en 1566 y solicitó de San Francisco de Borja la presencia de cuatro
jesuitas para que lo acompañaran en el viaje y se quedaran en la Isla. Estos sacerdotes
fueron los primeros de la orden que llegaron a Tamaránt (Gran Canaria).
Mientras el obispo recorría la diócesis, enfermó de consideración, muriendo al
llegar a la ciudad.
1567 Julio 21.
El embajador español en Londres
Diego Guzmán de Silva, escribe a la metrópoli en torno a las andanzas de John
Hawkins por las colonia españolas en América y deja entrever la complicidad del
colono canario Pedro de Ponte, que aunque escrita con posterioridad (21 de
julio de 1567) hace alusión a este primer viaje, lo da a comprender bien
claramente: “A lo que puedo
entender-dice-, no son solo los Ingleses los que hacen que estas jornadas se
pongan en ejecucion, sino tambien algunos españoles que estan en las unas y
otras islas, con los cuales deben tener sus platicas para ganar los unos y 1os
otros y destas suelen resultar mayores inconvenientes, y si no hubiese quien
solicitase a estos [los Ingleses] y
1os encaminase a las Islas no habian comenzado estas navegaciones. .." (A.
S.: Secretaria de Estado, leg. 819, fol. 107. Codoin, tomo LXXXIX, pág. 512.)
1567 Octubre 24.
Durante su estancia en estas
fechas en la rada de Santa Cruz de Tenerife el mecader en esclavos, corsario y
pirata John Hawkins entregó a Diego de Payba una sortija con su sello para que,
trasladándose a La Laguna,
hiciese donación de ella al beneficiado de la iglesia de Los Remedios, su
antiguo amigo Pedro Soler, advirtiéndole que con tal señal le sería franqueada
al día siguiente la entrada en su buque almirante.
El 24 de octubre Pedro Soler
descendió, cabalgando en mula, desde la ciudad capital a Santa Cruz, y muy
ufano de la distinción que le dispensaba el pirata, fue mostrando a cuantos con
él se cruzaban el anillo de Hawkins. Una vez en el puerto fue directo Soler a
buscar a su colega Mateo de Torres y, puestos de acuerdo, los dos sacerdotes se
trasladaron en la barca del marinero Salvador Rodríguez al navío almirante para
entrevistarse con el pirata. Soler advirtió de su presencia a la guardia del
buque, mas retrasándose Hawkins en comparecer, dio a uno de los cabos el anillo
del pirata y al instante apareció sobre cubierta Hawkins, sonriente y afable,
saludando con cariño a los clérigos. Introducidos Pedro Soler y Mateo de Torres
en su propia cámara, departió amable con ellos, mostrándose compadecido por las
pérdidas materiales que había sufrido el beneficiado de La Laguna en el incendio de su
morada, sólo comparables -le dijo-a las que él padecía por la "desaparición de 44 navios en la
mar", no obstante que él, resignado con los altos designios de la Providencia, "daba gracias a Dios por ello".
Hawkins se ofreció con sus
propios medios a contribuir a levantar la vivienda de su amigo el clérigo
tinerfeño, y éste, emocionado, le respondió "que
el no podía recebir cosa ninguna y que conocía que le venia de la mano de Dios"
el ofrecimiento. Todavía John Hawkins quiso obsequiar a Pedro Soler regalándole
una silla de montar para su mula, pero éste se resistió de nuevo, no sin antes
repetirle "que le besaba las manos"
en señal de eterno reconocimiento.
Los dos clérigos fueron
conducidos a tierra por los ingleses, y Hawkins, antes de partir, se despidió
de Soler, advirtiéndole que le esperaba en su navío para el día siguiente.
Pedro Soler pasó aquella noche en
Santa Cruz de Tenerife; mientras, enterados de la entrevista, el gobernador y
los capitanes departían acaloradamente sobre las extrañas relaciones del
arriscado pastor de almas con el lobo británico, a quien consideraban "excomulgado" ipsofacto por la
manera y las palabras con que se había conducido delante del pirata.
Aquella noche también, Como las
anteriores, las milicias hicieron guardia en el puerto, mientras el gobernador
Vélez de Guevara (que ya había perdido toda esperanza de capturar al corsario
para ofrecérselo como presente a Felipe II) no salía de su extrañeza al
contemplar cómo los navíos, una vez aprovisionados de todo lo que demandaron,
permanecían en aquella absurda actitud de espera, sin alzar velas en
prosecución de su travesía.
Por su parte, Hawkins veía
embargado su espíritu por dudas más terribles. Los tres navíos restantes, a los
que había dado cita en el puerto tinerfeño, continuaban al cabo de dos días sin
aparecer, y ya cabía pensar si habrían desistido de la empresa o sucumbido a la
tempestad, cuando el Minion con el William and John y el Swallo arribaban-ignorándolo Hawkins.-al
puerto de San Sebastián de La
Gomera. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)
1567 Octubre 29.
El célebre pirata inglés John
Hawkins ya citado, se presentó . en el puerto de Santa Cruz de Tenerife con su
flotilla en 23 de Octubre de 1567, y marchó el 28 saludando a la plaza, y entre
las salvas, por error, hizo algunos disparos sobre las casas de la población;
marchó hacia San Sebastián de la
Gomera donde llegóel 29 siguiente y allí encontró grandes
facilidades por parte del Conde de la
Gomera, y el Gobernador Alonso de Espinosa le invitó a comer
en su casa a pesar de que los marineros se entregaron en la Villa a excesos contra la
religión católica: como despedida, John Hawkins dio un banquete en el Jesús of Lubeck en honor del Conde, al
que asistió lo más selecto de la sociedad gomera, zarpando el 4 de Noviembre
hacia la Guinea.
1567 Octubre 10. El rey de
la metrópoli autoriza al inquisidor representante en esta colonia de Canarias
del Tribunal de la
Inquisición,
institución cuyo fin primordial era ofrecer sacrificios humanos a su
deidad, desmembradora de articulaciones mediante sádicos y refinados tormentos,
onubaladora de conciencias, doblegadora de espíritus y brazo represor de la
secta católica en la colonia, para que nombre a veinte sicarios entre los
colonos y criollos: “El Rey: Venerable Inquisidor contra la herética pravedad y
apostasía. En las nuestras Islas de Canaria y su Partido, porque ya hemos sido
informados, que por ofrecerse al presente en ese Santo Oficio, negocios importantes al
servicio de Dios, nuestro Señor, y defensa de nuestra Sana fe católica y
religión cristiana., para el buen ejercicio y administración de la justicia
tenéis necesidad de ministros y familiares, que asistan con vos por ser cabeza
de Inquisición, tenemos por bien de daros licencia, corno por la presente os la
damos, para que podáis nombrar y nombréis en la Ciudud de Canaria, hasta
veinte familiares y no más: y en las demás Islas, Ciudades, Villas y Lugares, y
Puertos de mar dese distrito, los que fueren necesarios, conforme á nuestra
provisión de concordia, que cerca desto esta dado, las cuales sean personas
quietas y pacificas y en quien concurran las cualidades que se requieren; y
cuando acaeciere haber competencia de jurisdicción entre vos, y las justicias
seglares, os juntareis vos y el Regente de la nuestra Audiencia desa dicha
Ciudad, y veréis los procesos, y si vistos no os concertáredes, os juntareis
entrambos con el Reverendísimo in cristo padre, Obispo de esa dicha Ciudad de
Canaria, que es ó por tiempo fuere, y ejecutarse a lo que á la mayor parte pareciere. y es nuestra
voluntad, que los dichos familiares, que nombraredes así, a esa dicha Ciudad de
Canaria, como en todas las otras Islas, Ciudades, Villas y Lugares, gocen de
las exenciones y libertades, que gozan los otros familiares, que hay en las
Inquisiciones de nuestros Reinos y Señoríos, lo cual haced y cumplid, según y
cómo en esta nuestra carta se contiene. Dada en la Villa de Madrid á 10 días
del mes de Octubre de 1567.”.
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