domingo, 5 de mayo de 2013

CAPITULO VII




EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI


DECADA 1561-1570


CAPITULO VII



Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen

1567. Especialista en esta modalidad de trata de esclavos Agustín de Herrera, señor colonial de Titoreygatra (Lanzarote) y Erbania (Fuerteventura), que estaban a un "un día o noche de travesía", del "trato de la dicha guerra y rescates", se dirigió a Felipe II en 1567, exponiendo los efectos de un mandato inútil: siendo "los moros que se embían a los tales rescates, personas de entendimiento y juicio y de libre albedrío, para escoger si quieren ser cristianos o no", al haber sacerdotes y vicario en sus islas, el que quisiese podría convertirse, sin necesidad recorrer el "mucho camino", que separaba las islas de Gran Canaria. Más prolongada la travesía, que la "jornada de yda y buelta a Bervería", era por añadidura de "mucho riesgo y peligro de corsarios y enemigos luteranos y de otras naciones.., por ser el principal paso que Vuestra Alteza tiene para sus Indias". Al perjuicio se sumaban detenciones prologadas, que a menudo obligaban a regresar, sin haber tocado en tierra de moros, porque pasó el tiempo de hacer el viaje. Siendo "sus rescates" de "moros" medio de vida de los colonos canarios, desde que las islas "están en conocimiento de nuestra Santa Fe Católica", parecía a Herrera inadmisible la "novedad" que "de pocos años a esta parte", introdujeron los del Santo Tribunal. . (L. Al. Toledo)

1567. En el tiempo transcurrido, desde la instalación del “Santo Oficio” en Winiwuada (Las Palmas), hasta 1567, ningún progreso intelectual ni moral podemos inscribir, que sea digno de tenerse en cuenta.

Como hemos dicho,  se había abierto al público una clase de gramática, que regentaba el  Sr. Prebendado de la Catedral, y á cuyo sostenimiento contribuía el Municipio, por  concesión hecha á su instancia, en Real cédula de la metrópoli de 10 de febrero de 1515, expedida en Valladolid por la Reina de Castilla. Los resultados de este único estableci miénto de enseñanza, no es posible hoy apreciarlos debidamente; pero no creemos que produjeran mas efecto, que enseñar á descifrar los clásicos, y á leer la liturgia,  los que se dedicaban a la iglesia.

Entretanto, la población, en la parte de ornato público, había hecho algunos adelantos, debido al celo desplegado por algunos de sus, Gobernadores coloniales, y especialmente, por el licenciado Agustín de Zurbarán, que llegó á Winiwuada (Las Palmas) en 1535.

Este celoso y entendido gobernador, construyó las Casas Consistoriales, la Cárcel y el Pósito, la fuente que se levantaba en la plaza de Santa Ana, la Carnicería, y las gradas de los Remedios, junto á la ermita de este nombre, y procuró nivelar el piso de las calles, asearlas y darles buena dirección.

Entonces se agrupaba con preferencia el pueblo en el barrio de Vegueta, donde estaban situadas la  casas de los principales criollos propietarios, y los edificios públicos, hallándose casi desierto el barrio de Triána, que no enlazaba aún puente alguno.

Junto á la Catedral, cuyos techos estaban sin cerrar todavía se levantaba la primitiva Iglesia, que des pues sirvió durante dos siglos da parroquia, separadas ambas por una estrecha calle que ponía. en comunicación la plaza principal con la calle de la Herrería, y con la plazuela de los Álamos.

La calle nueva no existía; un lienzo de pared que unía el palacio episcopal con la casa que es hoy del Estado(1874), donde existían las oficinas de Gobierno y la administración, y que entonces bajo otra construcción y forma, servía de hospital con la advocación de San Sebastián, ocupaba el lado derecho de la plaza.

El desnivel de ésta aparecía violento y brusco, y su suelo sembrado de desiguales y
mal trazados escalones.

Los conventos de Santa Clara, San Idelfonso, San Bernardo y San Agustín, todos habían aparecido junto al sitio que ocupó luego el de San Ildefonso, se cerraban algunas tortuosas calles, barrio silencioso, miserable y de triste aspecto. Casi todas las casas poseían extensas huertas cuyas feas tapias servían de aceras
A  muchas calle. El vecindario no llegaba á mil almas.

La playa con su fuerte resaca, era el único punto por donde la población se comunicaba con los escasos buques que aparecían en el fondeadero. A lo lejos destacábase el torreón de la  lsleta, llamado pomposamente Castillo de la Luz, centinela inútil de la indefensa Ciudad.

Allí, sin embargo, iban á buscar protección los galeones españoles, cuando se detenían en el puerto, ó en él los arrojaba la tormenta; lo que no impedía, que los corsarios ingleses, franceses ó flamencos, entraran de noche, y se apoderasen de esas embarcaciones, y de las demás surtas en la rada, llevándoselas fuera de tiro de cañón, saqueándolas y abandonándolas, después de ponerles fuego.

El comercio seguía sufriendo las mismas trabas é inconvenientes, con las visitas que desde la llegada los buques recibían de los Inquisidores. Estas visitas que llamaban de la fé, se dirigían principalmente á inquirir sí traían libro o  papeles, que tratasen de cuestiones relígiosas ó de ciencias, cuyos autores estuviesen en el index, para en se-guida recogerlos y quemarlos sin ninguna dilación. Extendiase también la visita á las estampas, cuadros y esculturas, que pudiesen ofender los piadosos ojos de los fieles; y por último, averiguaban a que religión pertenecían los viajeros, oficiales y marinos, para vigilarlos, espiarlos y procesarlos, caso necesario, lo que. con frecuencia sucedía a muchas tripulaciones extranjeras, como ve remos luego.

Habíase prohibido por una real cédula de 29 de Enero de 1526, que los regidores de Canaria ejercieran cargo alguno dependiente de la Inquisición, para que pudiesen de ese modo entender mejor al gobierno de la Isla; disposición muy acertada, que sin duda se expidió á solicitud de los Gobernadores, cuya autoridad se vio limitada y cor prometida a cada instante, con influencias extrañas é invasoras.

La pobreza del país, y la poca importancia de los bienes confiscados, fue par el “Santo Oficio” un grave inconveniente, desde los primeros días de su instalación, Atendiendo
á estas circunstancia, se solicitó del Papa supresión de una prebenda en la Catedral de Las Palmas, para que sus frutos y rentas se aplicasen á los gastos del Tribunal,

En la sesión que celebró el Cabildo el 27 de agosto de 1563, se presentó un Breve de su Santidad, por el que se accedía á esta supresión, pretendiendo el “Santo Oficio” que se le abollase las rentas anteriores, desde el día en que la Prebenda estuvo vacante; apoyaban, esta solicitud el Prior D. Juan de Yega, y el Doctoral Cervantes, empleados que eran de la Inquisición; pero la contradijo el arcediano de Canaria, D, Juan Salvago, en consideración á que aquellas rentas estaban ya distribuidas legalmente, cuando aun se ignoraba su nueva aplicación.

Esta prebenda fue en lo sucesivo origen de varias contiendas entre el Cabildo eclesiástico, el Obispo y la Inquisición, llegando el caso inaudito de expedirse por el Rey una Cédula; obedecerla el Cabildo; ofenderse de ello el “Santo Oficio;” conminar á los Prebendados para que la desobedeciesen; excomulgarlos, porque no asedian a su de- seo; acudir en queja el Cabildo; y el Rey, verse obligado á retirar la orden, dándole la razón á los Inquisidores, y sometiéndose á su voluntad.

Esto sucedía bajo el reinado del débil Felipe III, cuando el Gobierno de la metrópoli obedecía solo á las inspiraciones de un Confesor y un favorito, preludiando así los exorcismos de Carlos II, y la dominación del Padre Nithard. Habíamos de llegar, por la pendiente que preparara el intransigente y ciego Felipe II, á ser propiedad de la Iglesia.

En efecto, dignidad, ciencia é instrucción, riqueza; poder é independencia, todo estaba á merced del clero. Las fuerzas vivas de la metrópoli se hallaban en sus manos, y el pensamiento, iluminado  por la luz que recibía, era la reproducción fiel de lo que se pensaba en Roma. La  historia dirá los beneficios que de este orden de cosas han recibido los españoles, y los adelantos intelectuales y materiales, que en esos tres siglos han conquistado.

Para nosotros, el pasado es responsable del presente, porque elabora los elementos que han de servir al movimiento progresivo de los pueblos. Si los principios defendidos por la vieja sociedad, han conducido a la metrópoli, al estado de nulidad y envilecimiento en que se encontraba, al darse el grito de libertad por los legisladores de ¿quiénes son los responsables? Si la negación de toda libertad de pensamiento, de conciencia y de asociación; si la negación de todo derecho político, y el estancamiento de la propiedad; si el cordón impuesto en la frontera á toda idea nueva, de todo libro y á toda ciencia, cuyos principios estuviesen en desacuerdo con la fé recibida, nos condujo inevitablemente á la ruina, al descrédito y á la postración intelectual, mientras aquellas naciones, donde regían opuestos sistemas, se levantaban, crecían y se desarrollaban, hasta llegar al  envidiable estado en que hoy se ven: ¿Debemos imitar el ejemplo de éstas y seguir sus huellas, ó volver los ojos hacia el tiempo de las hogueras, de los favoritos y del poder dictatorial de los Reyes?

El problema está planteado; la lucha empeñada; ¿cual de los dos principios triunfará en Europa?

Para los que tienen fé en los destinos de la humanidad, el resultado no es dudoso. Las tinieblas jamás prevalecerán contra la luz, y la justicia nos viene del lado de la libertad.


1567. La primera estimación que se conoce en el siglo XVI para determinar la población de Erbania (Fuerteventura) es la auspiciada por el “Santo Oficio” en 1567. En ella se dice que el vecindario majorero se elevaba a 280 núcleos familiares, o sea, a unos 1.400 habitantes aproximadamente, concentrados en su mayoría en la antigua capital insular de Santa María de Betancuria. La isla contaría, pues, con una ocupación sumamente exigua toda vez que la densidad alcanzaba tan sólo un 0,8 habitantes por kilómetro cuadrado. El recuento de 1587 rebaja un poco las cifras reseñadas y deja la población de Erbania (Fuerteventura) en unos 219 vecinos que equivaldrían a 1.905 habitantes.

Eso supondría una densidad todavía más débil y un porcentaje de 2,83 sobre el total regional.

En la «Descripción de las Islas Canarias hecha en virtud del mandato de S.M. por un tío del Licenciado Valcárcel» se afirma que « ...tiene la ysla vn lugar bueno que entre él y la demas población de la ysla contaría con unos 1800 vezinos...». Estas cifras se aproximan bastante a las estipuladas por Torriani en 1591 cuando hizo la observación de que Erbania (Fuerteventura) se encontraba casi deshabitada a excepción de Betancuria que disponía de unas 150 casas. Y añade el ingeniero cremonés que en Fuerteventura «no hay más de 2.000 almas» y los hombres disponibles para su protección eran manifiestamente insuficientes, puesto que no llegaban a 300.

Como se puede apreciar, el ritmo de crecimiento es excesivamente lento durante todo el siglo XVI. Y es que las adversidades promovidas por la sed de rapiña de los colonos feudales son frecuentes y cuantiosas. La presencia de corsarios es constante. Sus invasiones, saqueos y apresamientos aíslan a Erbania (Fuerteventura) de todo tráfico mercantil y se extraen como cautivos a numerosos majoreros en justa represalia contra los saqueadores europeos. Es célebre la invasión de Xabán Arráez en 1593. Por otro lado, la carencia de lluvias durante prolongados períodos, como la de 1593, ocasionaba pérdida de las cosechas y hambrunas espantosas a consecuencia de las cuales fallecían muchas personas y otras tantas desgracias tenían que emigrar y buscar refugio en Tamaránt (Gran Canaria) y Chinet (Tenerife). Los abusos de los colonos señoriales y las epidemias que se introducían con cierta reiteración en Erabania (Fuerteventura) eran otras contrariedades con las que tenía que enfrentarse la población durante el s XII. (Ramón Díaz Hernández; 1991)
1567.  La corona castellana concedió a los colonos establecidos en Chinet (Tenerife), 300 ducados a descontar de los impuestos reales por un periodo de seis años con destino a la construcción de un muelle en Añazu. Se mejoraron los materiales y se trabajó en las estructuras típicas de albañilería, cantería y carpintería.
1567. La invasión conquista y colonización de las Canarias centrales corre paralela al Descubrimiento de América. La llegada invasión y colonización de las Antillas por Colón patrocinado por los nefastos reyes católicos  convirtió a la colonia de Canarias en  un laboratorio experimental. Plantas asiáticas como la caña de azúcar y la platanera desde ellas serían llevadas a las colonias americanas. Técnicos canarios criollos y colonos portugueses trabajarán en el primer ingenio del denominado Nuevo Continente en Santo Domingo. El ñame africano penetrará desde bien pronto en el ámbito caribeño. Lo mismo ocurrirá con el cochino negro (cerdo), la cabra, el perro y la oveja, que, conducidos desde las Islas, se esparcirán por las Antillas. Las Canarias fueron, por tanto, un intermediario en la difusión de plantas y animales en ambos lados del océano. La papa se aclimatará rápidamente y se conocen desde bien pronto exportaciones hacia Europa. Ya por esas fechas se enviaba desde la colonia canaria   eran enviadas a Flandes. En unión del millo transformará la agricultura isleña convirtiéndose en la alimentación por excelencia de las clases bajas de la sociedad. Por su posición y la acción de los vientos alisios se convirtió en el paso obligado para las Indias.

1567 Enero 10.
El Capitán Pedro de Vergara, Regidor, fue nombrado Alcaide de la fortaleza de Santa Cruz con salario de 60.000 maravedises. Sobre esta elección interpuso apelación á pedimiento del Consejo, y el dicho expedio á la Audiencia su Provisión en 8 de Agosto de este año para que los Regidores que fuesen Hijosdalgos puedan ser electos para Alcaldes del Castillo de Sta Cruz. La contradicción la hizo Gonzalo Hernández de Ocampo, Capitán de S.M.; Juan de Torres; Juan del Hoyo; Hernando de Hoyos; Benito de Mesa; Melchor Darmas; Bernardino Justiniano; Roque de Loreto y Juan Núñez Jáimez, hijosdalgos, por ser Regidor dicho Pedro de Vergara y que no se debía de elegir uno de los mismos, pero en vista de los alegatos de Vergara en que hizo constar ser hijosdalgo de Padre, Abuelo y Bisabuelo, como sostiene con una executoria de la Chancillería de Granada, no le debía embarazar ser Regidor para obtener dicho empleo, por lo que no tuvo efecto la contradicción. (José María Pinto de la Rosa, 1996)

1567 Enero 10.
El año de 1566 todavía reservaba a los ingleses nuevas empresas marítimas y comerciales. Una de las más destacadas fue la de George Fenner a Guinea, que nos interesa por estar hasta cierto punto relacionada con las Islas Canarias.

En el otoño de 1566, cuando el Almirantazgo inglés prohibía a John Hawkins desplazarse a las Indias Occidentales, otro piloto británico, George Fenner, sufría análogos entorpecimientos en Portsmouth por causa de la vigilancia española. Guzmán de Silva había descubierto en la rada de dicho puerto británico tres navíos anclados aprestándose para una larga travesía, y temiendo que su verdadero destino fuesen las codiciadas Indias, no paró hasta conseguir la interdicción del Consejo privado, de la Reina.

Fenner fue obligado a depositar, igual que Hawkins, una fianza de 500 libras, como garantía de sus lícitos propósitos; pero no se puso ninguna otra restricción a la empresa, que tenía como fin primordial el comercio de oro con Guinea.

Componían la expedición tres navíos ingleses: el Castle of Comfort, el Wayflower el George y una pinaza, capitaneados por los hermanos George y Edward Fenner, naturales de Chichester, famosos ambos por sus anteriores viajes comerciales, en los que habían ganado reputación de expertos pilotos.

La flota británica zarpó de Plymouth el l0 de diciembre de 1566, presentándose quince días después en aguas de las Canarias, donde Fenner estableció contacto con el corsario Edward Cook, que navegaba por los alrededores del Archipiélago en sus ininterrumpidas operaciones bélicas.

La escuadra inglesa permaneció algunos días en Tenerife, hasta que el 10 de enero de 1567 Fenner abandonó aquellos parajes con rumbo a Guinea.

El resultado de la expedición no fué satisfactorio. Ni abundaron los buenos negocios, ni los ingleses pasaron, por causas ignoradas, de Cabo Verde. Y, en cambio, en el viaje de retorno tuvo que combatir Fenner con una escuadra portuguesa a la altura de las Azores.

El pirata inglés –pues Fenner parece haberlo también sido- anduvo merodeando por aquellos contornos durante cerca de un mes a la captura de una buena presa, y ello fué causa del combate antes citado, del que pudo salir airoso gracias a la superioridad de los cañones del Castle of  Confort.

Los expedicionarios estaban de regreso en Inglaterra a mediados de 1567, pues Fenner hizo su entrada en Southampton en los primeros días de junio de dicho año.

Por aquella fecha los negociantes interesados en las empresas marítimas de Inglaterra desplegaban una extraordinaria actividad, impulsados, como siempre, por el espíritu dinámico y aventurero de Hawkins.

La expedición a las Indias de 1566, en la cual cupo al pirata todo -organización, dirección y planes-, a excepción de su presencia personal, no paralizó los esfuerzos de éste para proseguir, sin tregua ni descanso, las empresas comerciales a las que había consagrado su vida y si las circunstancias políticas impusieron su apartamiento personal de la expedición de 1566, en cambio le permitieron a Hawkins desplegar su acostumbrada actividad en los primeros meses del año siguiente, hasta ver tomar cuerpo y visos de realidad otra nueva expedición de mucha más envergadura que las anteriores.

Tales proyectos no escaparon a la sagacidad y vigilancia del embajador don Diego Guzmán de Silva, quien en el mes de mayo de 1567 daba el grito de alarma a la corte española, comunicándole cómo Hawkins aprestaba en Rochester "cuatro, buenos navios y una pinaza", dos de ellos propiedad de la reina Isabel.
La carta de Silva merece que copiemos alguno de sus párrafos: "Hasta agora-decía a Felipe II -esta muy secreto y no se ha hecho mas de calafatearlos; creese que ira con ellos Juan Aquines [y] daran nombre que llevan mercaderias de dos aldramanes ricos de esta ciudad que se llaman Duquete y Garrelte; piensase que tendran parte algunos del Consejo [y] de creer es que iran a Guinea y de alli do les parecera. .." .

Guzmán de Silva finaliza su misiva anunciando al monarca español su inmediata visita a la Reina para protestar del hecho y dándole cuenta del aviso que había comunicado al rey de Portugal para prevenirle contra tal contingencia.

El embajador en Londres, como siempre, estaba muy bien informado. En Efecto, por aquellos meses los negociantes londinenses sir Lionel Ducket (Duquete) , sir William Garrard (Garrate.) , Rowland Heyward,. William Winter, y acaso también los organizadores de la expedición del 64, como Leicester, Pembroke, Gonson, Castlyn, etc., financiaban, con la colaboración económica de. los hermanos Hawkins, un nuevo viaje a las Indias de mayor envergadura que todos los anteriores y, por tanto, de fines también más amplios y ambiciosos.

Para ello contaban sus organizadores con dos navíos de la Reina: el Jesús of Lubeck y el Mitnion más cuatro pertenecientes a particulares: el William and John, el Swalow, el Angel y el Judith. El primero, el Jesús of Lubeck) ya dijimos que había sido comprado por Enrique VIII en 1545 a la Liga Hanseática y que desplazaba 700 toneladas; el segundo, el Minino era navío de 300 toneladas, construido en 1536, y artillado con media docena de cañones pesados y gran número de ligeros. Ambos navíos tenían en 1567 una brillante ejecutoria naval, pues habían participado indistintamente en casi todos los viajes comerciales ingleses de los primeros años del reinado de Isabel.

Las otras embarcaciones eran más ligeras y de menor tonelaje, pues el William and John sólo desplazaba 150 toneladas; el Swalow 100; el Judith 50, y el Angel .

La empresa se concebía a mediados del año 1567 con una doble finalidad afro-americana : establecer el dominio directo de Inglaterra sobre un trozo de la costa africana, construyendo una torre en Laras, más allá del castillo portugués de Elmina, y comerciar a renglón seguido con las Indias Occidentales, particularmente con los ricos territorios de la Nueva España o Méjico.

La primera finalidad obedecía al prurito inglés de cortar los propósitos de Francia para establecerse en el continente negro, y está hasta cierto punto relacionada con la fracasada expedición del noble caballero francés Peyrot de Monluc. Los pilotos portugueses Antonio Luiz y André Homen, que se habían ofrecido a Monluc para abrirle las puertas de Africa, entraron en relaciones con la reina Isabel de Inglaterra y ésta brindó a Hawkins la magnífica coyuntura que se ofrecía a su patria para crearse un establecimiento en aquel continente. El pirata de Plymouth no acogió la oferta con excesivo calor, pero sí la aceptó en cuanto le servía para encubrir sus torpes propósitos de poder llevar a cabo un nuevo viaje negrero a las Indias Occidentales.

Mas al mismo tiempo que Hawkins desplegaba su inusitada actividad para el apresto de los navíos de la flota, el embajador español en Londres no dormía un segundo, inquiriendo noticias sobre los proyectos y propósitos del pirata.

El día 12 de julio de 1567 escribía don Diego Guzmán de Silva al Rey cuantos pormenores había podido alcanzar sobre el número y porte de las embarcaciones. Según Silva, el número total de los navíos era el de nueve: cuatro de la Reina, apostados en Rochester-entre ellos el Jesus de Lobic (sic ), de 800 toneles-y cinco de propiedad particular anclados en la rada de Plymouth. "Han sacado estos días-añadía el embajador-de la Torre de Londres municiones para meter en estos navíos, artillería, coseletes, coracinas, picas, arcos con sus flechas, dardos y otras cosas necesarias para efecto de que vayan bien en orden las naos; dicen que llevarán 800 hombres escogidos". Tal aparato guerrero hacía pensar al embajador que quizá fueren ciertos los rumores de dirigirse los expedicionarios a África con fines de conquista; pero por si acaso había visitado a William Cecil recordándole los ofrecimientos de la Reina, y éste le había dado garantías, con su palabra de por medio, para que estuviese seguro de que no irían a las Indias.

Con todo, y ante los temores de que en un plazo muy corto zarpasen los navíos, Guzmán de Silva visitó a mediados de julio de 1567 ala reina Isabel y obtuvo de sus propios labios la confirmación de las promesas de Cecil de que la expedición no se dirigiría en ningún caso a la América española. Sin embargo, las promesas de la casquivana Reina no tranquilizaron al embajador español, quien, desconfiado por sistema-razones sobradas había para serlo-, advertía ahora a Felipe II la extrañeza que le producía ver embarcar en los navíos grandes partidas de paños y lienzos "que no es mercancía para aquella tierra" (Guinea). Por otra parte, el embajador seguía sorprendiendo la correspondencia de Hawkins con los Ponte, y puesto "que ninguna jornada ha hecho Aquines en que no haya sido interesado en ella Pedro de Ponte, el de Tenerife", cabía pensar mal de semejante trato y relación. Para aumentar las dudas, los rumores eran cada vez más insistentes sobre que "el Aquines y su compañía irán, después de haber hecho el rescate y tomado los negros en Guinea, a la Nueva España",
pues "llevan muchas habas y otras legumbres que son provisiones para los negros, los cuales no suelen llevar a otra parte sino a la Nueva España e islas circunstantes".

La correspondencia del embajador refleja, en corto espacio de días, los altos y bajos de su espíritu ante aquella política tortuosa de encrucijada y engaño que desplegaba la corte de Isabel en los años que nos ocupan y de esta manera, si bien el 26 de julio de 1567 ponía al corriente a Felipe II sobre el, sistema de contratación que empleaban los ingleses sobornando a los gobernadores con dádivas cuantiosas, en cambio el 2 de agosto se mostraba confiado y optimista conforme a las promesas de la Reina y de Cecil, para reincidir el 13 de septiembre en su anterior postura de desconfianza y recelo.

Mientras tanto, aprestados los navíos de la expedición y reclutadas y dispuestas sus tripulaciones, se creía inminente en Londres su partida a mediados de agosto de 1567. El 30 de julio los dos navíos de la Reina, el Jesus of Lubeck y el Minion zarparon de Londres con dirección a Plymouth para reunirse con el resto de la flota que allí se encontraba apostada, y pocos días más tarde el mismo John Hawkins tuvo la osadía de despedirse del  embajador español en persona para jurarle y perjurarle "que no iría a parte ninguna donde se hiciese deservicio" al rey de España, pues su máximo deseo era el servirle, aun sin contar "que lo tenía así mandado la Reina".

Sin embargo, por causas fortuitas, la expedición tuvo sus aplazamientos. Los pilotos lusitanos fueron ganados otra vez a la causa de su patria por el embajador de Portugal en París y embarcados secretamente, lo que supuso una demora en la partida y, por otra parte, ocurrió en Plymouth por aquella fecha un incidente naval que puso en riesgo de pérdida a algunos de los navíos anclados en el citado puerto británico. Navegaba a la vista de Plymouth la flota de guerra de los Países Bajos, al mando del almirante Alphonse de Bourgogne, barón de Wachen, cuando cuestiones protocolarias de precedencia en el saludo enzarzaron a ambas escuadras en un largo tiroteo, con daños visibles por una y otra parte.

De todas maneras, a mediados de septiembre la flota inglesa se hallaba dispuesta y preparada para zarpar John Hawkins había escogido como navío almirante al Jesus of Lubeck cuyo contramaestre era Robert Barrett; el Minion llevaba por capitán a Thomas Hampton y por segundo a su hermano James, y el William, el John iba capitaneado por Thomas Bolton, llevando como contramaestre a James Raunse. De los otros tres navíos, el Swalow  el Angel y el Judith ignoramos sus mandos, pues si bien este último fué pilotado más adelante por Francis Drake, en el momento de la partida el después celebérrimo pirata navegaba formando en la tripulación del Jesus a las inmediatas órdenes de Hawkins. Viajaban con categoría especial dentro de las tripulaciones William Clarke, representante de los negociantes de Londres, y los caballeros George Fitzwilliam (que había acompañado a Hawkins en la expedición de 1564) John Darney y el capitán Edward Dudley. Este último sería el promotor de un dramático episodio en Santa Cruz de Tenerife.

Por fin, el 2 de octubre de 1567 pudo hacerse John Hawkins por tercera vez a la mar, con rumbo al continente americano. La flota zarpó de Plymouth, yendo el Jesus a la cabeza, seguido por sus otros cinco compañeros. Todos los navíos llevaban a remolque dos grandes barcazas para las operaciones de tierra que se pudieran presentar.
Al tercer día de navegación, John Hawkins reunió a 1os capitanes en su navío almirante y les dio todas las instrucciones al caso convenientes, frente a las contingencias que en la primera parte de la travesía se pudieran presentar. Si los buques tenían que separarse a causa de mal tiempo, el punto de cita y de reunión sería el puerto de Santa cruz de Tenerife, donde él tenía intención de hacer aguada y de conferenciar con los Ponte.

Las circunstancias posteriores vinieron a confirmar la pericia y sagacidad del gran pirata, pues veinticuatro horas más tarde, cuando la escuadra se encontraba a 40 leguas del cabo Finisterre, se vió sacudida por un terrible huracán que durante cuatro días consecutivos mantuvo en constante peligro a los navíos de la flota. El Angel pudo mantener su contacto con el Jesus of Lubeck mientras el Minion con el William y el Swalow formaban escuadrilla aparte, y el Judith perdía todo enlace con el resto de la flota. Ni que decir tiene que casi todas las barcazas desaparecieron en el mar por la acción del terrible elemento.

A media noche del día 10 de octubre la tempestad amainó, y a la mañana siguiente el viento soplaba en dirección favorable para seguir la travesía. John Hawkins reunió a su tripulación para dar gracias a Dios por haberles librado del peligro, y ante las interrogantes miradas de los marineros confirmó su propósito de continuar adelante, sin dar por fracasada la empresa.

De esta manera ambas escuadrillas prosiguieron su travesía por separado, logrando Hawkins recoger al Judith en el camino, para presentarse con su flotilla en Santa Cruz de Tenerife el 23 de octubre de 1567.

La estancia del pirata en las Canarias merece los honores de un comentario particular, sobre todo después de haber conocido el ambiente de hostilidad que se respiraba en el Archipiélago en vísperas de su tercera expedición. La presencia de John Hawkins en Tenerife despertó 1os temores de toda la población, que se preparó para resistir al pirata por las armas si venía en son de guerra, o para tenderle una celada si descendía a tierra con propósitos de paz.

Tal aseveración, defendida por los cronistas del viaje al captar la atmósfera hostil y adversa que se respiraba en Santa Cruz de Tenerife, donde sus habitantes aparecían armados hasta los dientes, se confirma por las declaraciones de algunos de los testigos presénciales de la estancia del pirata, como el capitán y regidor de Tenerife Juan de Valverde, quien aseguró pocos meses después que "Juan Acles, no quiso entrar en el puerto, sino estarse desviado donde: no le alcanzasen con la artillería, y no queriendo salir en tierra aunque le enviaron a decir que saliese en tierra, y que entre la Justicia y Regimiento y capitanes trataban de prendello si saliera a tierra...".

Volviendo a recoger el hilo de nuestra narración, ya referimos cómo John Hawkins se presentó en Santa Cruz de Terierife el 23 de octubre de 1567; "el qual traxo-dice un testigo presencial-una galeaza gruesa [el Jesus of Lubeck y dospataxes [Angel y Judith que eran como naos medianas y la galeaza nabio muy grueso y muy poderoso y muy artillado, el qual puso en alboroto la isla por ser pirata y robador".

Era entonces gobernador de Tenerife don Juan Vélez de Guevara,  inmediatamente que tuvo noticias, por los vigías de Anaga, de la presencia de la flota enemiga, dispuso que se tocase alarma en la ciudad de La Laguna y que las compañías de aquel tercio se preparasen para la defensa de Santa Cruz. Se componía entonces el tercio de La Laguna de cuatro compañías mandadas por los capitanes Alonso de Llerena, Lope de Azoca, Juan de Valverde y Francisco Coronado, y todas ellas, con sus alféreces y soldados, descendieron al puerto de Santa Cruz con el gobernador al frente. La caballería, de la cual era capitán Luís de Perdomo, se había anticipado ya a hacer acto de presencia en aquel lugar, estableciendo contacto con los hombres de la compañía de Santa Cruz, que se hallaban convenientemente apostados al mando de su capitán, el alcaide de la fortale-
za de San Cristóbal, Pedro de Vergara. Esta fue la disposición militar y guerrera que tocó contemplar al emisario de John Hawkins cuando se presentó en Santa Cruz de Tenerife para dialogar en nombre del pirata con el gobernador. El panorama era bien distinto al plácido y risueño que en tantas ocasiones había disfrutado Hawkins en sus visitas de otros tiempos al puerto canario.

Bien cumpliesen las autoridades isleñas instrucciones reservadas de la corte, bien fuesen tales medidas producto natural de las depredaciones y piraterías: de sus socios y capitanes, o del conocimiento de sus reiterados tratos con las Indias, lo cierto es que el crédito de Hawkins se había resquebrajado por completo, no quedándole ni asomo de la popularidad y confianza que en años anteriores se había granjeado por la seriedad y eficacia de sus cambios comerciales.

Mientras tanto John Hawkins había anclado sus navíos a conveniente distancia de la fortaleza de San Cristóbal, interponiendo hábilmente como barrera entre sus buques y el castillo a varios navíos fondeados en el surgidero de Santa Cruz, que estaban cargando productos para las Indias.

John Hawkins, cortés y astuto, saludó a las embarcaciones españolas y éstas le respondieron gastando su pólvora en iguales finezas.

Poco tiempo despues se separó del Jesus una barcaza británica y se acercó lentamente al desembarcadero. Salió de ella el emisario de Hawkins, cuyo nombre ignoramos, y dialogó por breve espacio de tiempo con el gobernador. Le preguntó si tenían noticias de otros tres navíos ingleses perdidos del grueso de la flota, y al tener una respuesta negativa demandó de la autoridad licencia para que las tripulaciones pudiesen bajar a tierra y comprar algunos productos y artículos de que estaban necesitados los buques. El gobernador Vélez le contestó cortésmente, autorizando ambas cosas e invitó a Hawkins a descender también en tierra.

El emisario regresó al navío almirante, pero. Hawkins, enterado de la disposición militar del puerto, decidió aguardar al Minion y sus acompañantes sin aventurarse en tierra y sólo autorizó el desembarco de algunos marineros para llevar a cabo las necesarias transacciones. Los buques hicieron provisión de agua, vino en pipas y en botijas-y otros mantenimientos, y se surtieron de ladrillos y cal para reparo de los daños sufridos en el temporal del Atlántico. Con este motivo circularon por las calles del humilde Santa Cruz de entonces varios marineros, entre ellos algunos católicos, pues el beneficiado del lugar, Mateo de Torres, aseguró haber confesado a uno de ellos y visto oír misa en la parroquia de la Concepción a varios ingleses de la tripulación de Hawkins.

El pirata inglés también franqueó sus navíos a los canarios, quienes, guiados por la curiosidad, por los negocios o por la amistad con Hawkins, visitaron el Jesus, quedando asombrados del porte de la embarcación, "que benia  muy armada con quarenta piezas de artilleria de bronce y mucho genero de armas...". Uno de los visitantes fué el alguacil del juez de Registros de Tenerife, José Prieto, quien, cumpliendo órdenes de su jefe, el doctor Mexía, recorrió los navíos de Hawkins para comprobar que no conducían mercancías españolas .Pero hubo un núcleo de visitantes más "ilustres" (aunque ignoramos sus nombres) que fueron agasajados por Hawkins, sentándolos a su mesa y obsequiándolos con suculenta comida. El banquete es digno de particular comentario, pues, coincidiendo con las cuatro témporas, los canarios contemplaron absortos cómo la plana mayor del navío guardaba la vigilia entre platos de variadas carnes y cómo Hawkins devoraba, entre risotadas, una perdiz canaria que le asaban sus cocineros; al ser advertido el pirata de su distracción, se limitó a contestar con sorna que él tenía para ello "bula especial del Papa". (En: A. Rumeu de Armas, 1991, nota a pié de página)

1567 Mayo 17. Llega a Tamaránt (Gran Canaria) el obispo de la secta católica Bartolomé de Torres, profesor de Salamanca y de la Universidad de Santo Tomás (España). Su nombramiento como obispo de la colonia de Canarias Canarias lo recibió en 1566 y solicitó de San Francisco de Borja la presencia de cuatro jesuitas para que lo acompañaran en el viaje y se quedaran en la Isla. Estos sacerdotes fueron los primeros de la orden que llegaron a Tamaránt (Gran Canaria). Mientras el obispo recorría la diócesis, enfermó de consideración, muriendo al llegar a la ciudad.

1567 Julio 21.
El embajador español en Londres Diego Guzmán de Silva, escribe a la metrópoli en torno a las andanzas de John Hawkins por las colonia españolas en América y deja entrever la complicidad del colono canario Pedro de Ponte, que aunque escrita con posterioridad (21 de julio de 1567) hace alusión a este primer viaje, lo da a comprender bien claramente: “A lo que puedo entender-dice-, no son solo los Ingleses los que hacen que estas jornadas se pongan en ejecucion, sino tambien algunos españoles que estan en las unas y otras islas, con los cuales deben tener sus platicas para ganar los unos y 1os otros y destas suelen resultar mayores inconvenientes, y si no hubiese quien solicitase a estos [los Ingleses] y 1os encaminase a las Islas no habian comenzado estas navegaciones. .." (A. S.: Secretaria de Estado, leg. 819, fol. 107. Codoin, tomo LXXXIX, pág. 512.)

1567 Octubre 24.
Durante su estancia en estas fechas en la rada de Santa Cruz de Tenerife el mecader en esclavos, corsario y pirata John Hawkins entregó a Diego de Payba una sortija con su sello para que, trasladándose a La Laguna, hiciese donación de ella al beneficiado de la iglesia de Los Remedios, su antiguo amigo Pedro Soler, advirtiéndole que con tal señal le sería franqueada al día siguiente la entrada en su buque almirante.

El 24 de octubre Pedro Soler descendió, cabalgando en mula, desde la ciudad capital a Santa Cruz, y muy ufano de la distinción que le dispensaba el pirata, fue mostrando a cuantos con él se cruzaban el anillo de Hawkins. Una vez en el puerto fue directo Soler a buscar a su colega Mateo de Torres y, puestos de acuerdo, los dos sacerdotes se trasladaron en la barca del marinero Salvador Rodríguez al navío almirante para entrevistarse con el pirata. Soler advirtió de su presencia a la guardia del buque, mas retrasándose Hawkins en comparecer, dio a uno de los cabos el anillo del pirata y al instante apareció sobre cubierta Hawkins, sonriente y afable, saludando con cariño a los clérigos. Introducidos Pedro Soler y Mateo de Torres en su propia cámara, departió amable con ellos, mostrándose compadecido por las pérdidas materiales que había sufrido el beneficiado de La Laguna en el incendio de su morada, sólo comparables -le dijo-a las que él padecía por la "desaparición de 44 navios en la mar", no obstante que él, resignado con los altos designios de la Providencia, "daba gracias a Dios por ello".

Hawkins se ofreció con sus propios medios a contribuir a levantar la vivienda de su amigo el clérigo tinerfeño, y éste, emocionado, le respondió "que el no podía recebir cosa ninguna y que conocía que le venia de la mano de Dios" el ofrecimiento. Todavía John Hawkins quiso obsequiar a Pedro Soler regalándole una silla de montar para su mula, pero éste se resistió de nuevo, no sin antes repetirle "que le besaba las manos" en señal de eterno reconocimiento.

Los dos clérigos fueron conducidos a tierra por los ingleses, y Hawkins, antes de partir, se despidió de Soler, advirtiéndole que le esperaba en su navío para el día siguiente.

Pedro Soler pasó aquella noche en Santa Cruz de Tenerife; mientras, enterados de la entrevista, el gobernador y los capitanes departían acaloradamente sobre las extrañas relaciones del arriscado pastor de almas con el lobo británico, a quien consideraban "excomulgado" ipsofacto por la manera y las palabras con que se había conducido delante del pirata.

Aquella noche también, Como las anteriores, las milicias hicieron guardia en el puerto, mientras el gobernador Vélez de Guevara (que ya había perdido toda esperanza de capturar al corsario para ofrecérselo como presente a Felipe II) no salía de su extrañeza al contemplar cómo los navíos, una vez aprovisionados de todo lo que demandaron, permanecían en aquella absurda actitud de espera, sin alzar velas en prosecución de su travesía.

Por su parte, Hawkins veía embargado su espíritu por dudas más terribles. Los tres navíos restantes, a los que había dado cita en el puerto tinerfeño, continuaban al cabo de dos días sin aparecer, y ya cabía pensar si habrían desistido de la empresa o sucumbido a la tempestad, cuando el Minion con el William and John y el Swallo arribaban-ignorándolo Hawkins.-al puerto de San Sebastián de La Gomera. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)

1567 Octubre 29.
El célebre pirata inglés John Hawkins ya citado, se presentó . en el puerto de Santa Cruz de Tenerife con su flotilla en 23 de Octubre de 1567, y marchó el 28 saludando a la plaza, y entre las salvas, por error, hizo algunos disparos sobre las casas de la población; marchó hacia San Sebastián de la Gomera donde llegóel 29 siguiente y allí encontró grandes facilidades por parte del Conde de la Gomera, y el Gobernador Alonso de Espinosa le invitó a comer en su casa a pesar de que los marineros se entregaron en la Villa a excesos contra la religión católica: como despedida, John Hawkins dio un banquete en el Jesús of Lubeck en honor del Conde, al que asistió lo más selecto de la sociedad gomera, zarpando el 4 de Noviembre hacia la Guinea.

1567 Octubre 10. El rey de la metrópoli autoriza al inquisidor representante en esta colonia de Canarias del Tribunal de la Inquisición,  institución cuyo fin primordial era ofrecer sacrificios humanos a su deidad, desmembradora de articulaciones mediante sádicos y refinados tormentos, onubaladora de conciencias, doblegadora de espíritus y brazo represor de la secta católica en la colonia, para que nombre a veinte sicarios entre los colonos y criollos: “El Rey: Venerable Inquisidor contra la herética pravedad y apostasía. En las nuestras Islas de Canaria y su Partido, porque ya hemos sido informados, que por ofrecerse al presente en ese  Santo Oficio, negocios importantes al servicio de Dios, nuestro Señor, y defensa de nuestra Sana fe católica y religión cristiana., para el buen ejercicio y administración de la justicia tenéis necesidad de ministros y familiares, que asistan con vos por ser cabeza de Inquisición, tenemos por bien de daros licencia, corno por la presente os la damos, para que podáis nombrar y nombréis en la Ciudud de Canaria, hasta veinte familiares y no más: y en las demás Islas, Ciudades, Villas y Lugares, y Puertos de mar dese distrito, los que fueren necesarios, conforme á nuestra provisión de concordia, que cerca desto esta dado, las cuales sean personas quietas y pacificas y en quien concurran las cualidades que se requieren; y cuando acaeciere haber competencia de jurisdicción entre vos, y las justicias seglares, os juntareis vos y el Regente de la nuestra Audiencia desa dicha Ciudad, y veréis los procesos, y si vistos no os concertáredes, os juntareis entrambos con el Reverendísimo in cristo padre, Obispo de esa dicha Ciudad de Canaria, que es ó por tiempo fuere, y ejecutarse a lo que  á la mayor parte pareciere. y es nuestra voluntad, que los dichos familiares, que nombraredes así, a esa dicha Ciudad de Canaria, como en todas las otras Islas, Ciudades, Villas y Lugares, gocen de las exenciones y libertades, que gozan los otros familiares, que hay en las Inquisiciones de nuestros Reinos y Señoríos, lo cual haced y cumplid, según y cómo en esta nuestra carta se contiene. Dada en la Villa de Madrid á 10 días del mes de Octubre de 1567.”.


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