Recopilados por Eduardo Pedro García Rodríguez
Las noticias más antiguas. Los Canarios en el mundo.
Génova.- Fue uno de los lugares donde aparecen referencias
más antiguas acerca de la presencia de aborígenes indígenas. En el año 1.293
aparece un canario, que se llamaba Johannes Canarius. Si aparece en dicho lugar
y suscribiendo documentos es de suponer que llevaba bastantes años por dichos
lugares, lo cual nos remonta a una época que abarca, cuando menos, el último
cuarto del siglo XIII. Este Johannes Canarius, bien pudo haber sido producto de
alguna de las expediciones que los portugueses con ayuda de genoveses hicieron
sobre el mar atlántico, en tiempos del Rey D. Dinis (1261-1325). Rafael Viñez
Taberna, en su libro El Origen del Cristianismo en Canarias (página 235,
edición de Anroart ediciones, octubre de 2006), vincula a Johannes Canarius con
la expedición que los hermanos Ugolino y Vadino Vivaldi hacen a la costa de
Africa en el año 1292.
Venecia.- La presencia de
aborígenes en esta idílica ciudad data del siglo XV. Existe el dato de que el
20 de mayo de 1497 uno de los menceyes de Tenerife fue presentado ante el
Senado veneciano por Francesco Capello. Este Mencey era uno de los nueve que tenía
la isla de los guanches y que fue conducido hasta Almanzor en 1496 para ser
presentado ante los Reyes Católicos. Según el historiador Viera y Clavijo el
Mencey que llegó a Venecia podría ser Bencomo, lo cual no pudo haber sucedido
porque Bencomo falleció combatiendo en La Laguna. Es muy probable que se tratase de alguno
de los Menceyes de los bandos de guerra, pues los que pactaron las paces
lograron establecer condiciones favorables, especialmente para permanecer en su
territorio natal.
Era en cierto modo una forma de
destierro, sin dejar de tener la consideración de su hidalguía, pero sometido a
los designios que habían decretado los monarcas españoles. El Mencey había sido
regalado a Venecia; y algunos defienden la hipótesis de que la “Torre del Moro”,
que representa a dos aborígenes esculpidos en bronce, vestidos con pieles
similares a tamarcos, tocando las horas, especialmente porque dicha escultura
fue realizada en el año en que el Mencey fue presentado ante el Senado. La
expectación no debió ser poca, al igual que su trascendencia por la novedad del
acontecimiento; pero lo cierto es que su estancia en Venecia no duró mucho,
porque un mes después de su llegada el Senado estimó que el destino del mencey
debía estar en Padua, recibiendo las atenciones del marqués de Mantua. Como
dato curioso es preciso señalar que el tiempo que estuvo el Rey isleño en la
ciudad de los canales fue tratado con dignidad y prestancia, conduciéndose por la Ciudad con echura
"real"; y para su corroboración nos llega la noticia de que el día
del Corpus Christi, en la procesión de la Vera Cruz , iba en primer término, por delante del
Duce.
Matancer Fuente:
file:///C:/Documents%20and%20Settings/Edu/Escritorio/La%20Matanza%20de%20Acentejo%20%20El%20invento%20de%20La%20Victoria%20de%20Asentejo.htm
Fiestas del Baile
del Niño
Después de
bastantes años que no se celebraba el baile del niño por fin se va rescatando
este baile tradicional que probablemente sea una de las cosas mas longeva del
municipio; Dicho baile se realizaba en la noche del 24 de diciembre al término
de la Misa del
Gallo.
Veintidós personas, compuestos de jóvenes ataviados con trajes típicos, vestidos de pastores o con camisa blanca, pantalón negro y fajín rojo, realizan un baile con procesión y delante del recién nacido dentro de la iglesia. Este baile se hace dentro de la iglesia saliendo por la nave de la izquierda, siempre de frente al niño.
Antiguamente se hacia el recorrido en una hora con cinco venias al niño Jesús; Los instrumentos que se usan son dos panderos, dos tambores, un triangulo, una flauta de madera, y un par de castañuelas por cada bailarín.
Lo que se toca y se baila dentro de la iglesia es como un tajaraste herreño, por lo que casi puedo afirmar que este baile es algo que le debemos al párroco D. Lorenzo Fernández de Armas nacido en el Hierro después de 1670 y vivio en nuestro municipio hasta antes de 1780 en que falleció en
También puedo decir que este baile es tradicional de
(Tambores de Guadá)
Militar y administrador colonial español, nacido
hacia 1646 en Tenerife y muerto en 1698 en Puerto Rico, soldado en Flandes y
gobernador de Puerto Rico.
Era hijo del sargento mayor Juan Fernández Franco
y de María Magdalena de Medina, ambos canarios. A los 20 años ingresó en el
ejército, donde obtuvo los grados de alférez, capitán de infantería, y sargento
mayor. Sirvió en Tenerife y luego en Gran Canaria, donde organizó una leva para
las guerras de Flandes. Logró enrolar en la Laguna a 71 hombres con los que partió hacia
dicho destino. Tras ocho años en Flandes, regresó a Canarias, siendo nombrado
Sargento Mayor en 1675. El 4 de octubre de 1692 pidió un destino en América,
ofreciendo la contraprestación de llevar consigo a 20 familias canarias. Fue
nombrado gobernador de Puerto Rico por cinco años y a partir del momento en que
terminara el mandato de Gaspar de Arredondo. Por falta de méritos se le negó el
cargo de maese de campo y no pudo llevar mas que 14 familias, aunque bastante
numerosas.
Franco viajó a Puerto Rico en 1695 con su esposa
Rafaela de Osorio y varios hijos, dos de los cuales sentaron plazas de soldado
en la isla. A poco de llegar afrontó algunos problemas con el juez Matías Pérez
Cabeza de Vaca, a quien se había cometido el juicio de residencia de su
antecesor. Luego gobernó con escasa fortuna, aunque a satisfacción de sus
gobernados, según manifestó el Cabildo de San Juan. Parece que ejerció el
contrabando y que envió a Tenerife algún dinero, cargos que se le imputaron
luego en su juicio de residencia. Emprendió una visita a toda la isla y murió durante
la misma el 16 de mayo de 1698. Dos días antes el rey había firmado su
nombramiento como gobernador de Yucatán.
Texto extraído de: www.mcnbiografias.com
Bibliografía
·
LOPEZ CANTOS, A.
Historia de Puerto Rico, 1650-1700. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos,
1975.
Militar y administrador colonial español, nacido
hacia 1646 en Tenerife y muerto en 1698 en Puerto Rico, soldado en Flandes y
gobernador de Puerto Rico.
Era hijo del sargento mayor Juan Fernández Franco
y de María Magdalena de Medina, ambos canarios. A los 20 años ingresó en el
ejército, donde obtuvo los grados de alférez, capitán de infantería, y sargento
mayor. Sirvió en Tenerife y luego en Gran Canaria, donde organizó una leva para
las guerras de Flandes. Logró enrolar en la Laguna a 71 hombres con los que partió hacia
dicho destino. Tras ocho años en Flandes, regresó a Canarias, siendo nombrado
Sargento Mayor en 1675. El 4 de octubre de 1692 pidió un destino en América,
ofreciendo la contraprestación de llevar consigo a 20 familias canarias. Fue
nombrado gobernador de Puerto Rico por cinco años y a partir del momento en que
terminara el mandato de Gaspar de Arredondo. Por falta de méritos se le negó el
cargo de maese de campo y no pudo llevar mas que 14 familias, aunque bastante numerosas.
Franco viajó a Puerto Rico en 1695 con su esposa
Rafaela de Osorio y varios hijos, dos de los cuales sentaron plazas de soldado
en la isla. A poco de llegar afrontó algunos problemas con el juez Matías Pérez
Cabeza de Vaca, a quien se había cometido el juicio de residencia de su
antecesor. Luego gobernó con escasa fortuna, aunque a satisfacción de sus
gobernados, según manifestó el Cabildo de San Juan. Parece que ejerció el
contrabando y que envió a Tenerife algún dinero, cargos que se le imputaron
luego en su juicio de residencia. Emprendió una visita a toda la isla y murió
durante la misma el 16 de mayo de 1698. Dos días antes el rey había firmado su
nombramiento como gobernador de Yucatán.
Texto extraído de: www.mcnbiografias.com
Bibliografía
·
LOPEZ CANTOS, A.
Historia de Puerto Rico, 1650-1700. Sevilla, Escuela de Estudios
Hispanoamericanos, 1975.
1990 marzo 31
Presentación
del libro de Eduardo Espinosa de los Monteros y Estanislao González y González
"Historia de La Fuente de la Guancha"
A cargo de
Sebastián Matías Delgado Campos (Centro Cultural “Unión y
Fraternidad” de La primera vez en que tuve ocasión de presentar un libro fue en el Colegio de Arquitectos allá por el año 1977. Se llamaba Arquitectura tradicional de Tenerife y se trataba de una magnífica colección de fotos de Zenón con atinados comentarios de Julio Fajardo. Lo traigo ahora a colación porque recuerdo, perfectamente, que dije entonces que no tenía muy claro para qué era necesaria la presentación de un libro; porque opinaba, y aún sigo opinando, que un libro, que un buen libro como es el que hoy nos congrega, se presenta por sí mismo.
Esta Historia de La Fuente de la Guancha es
de esos libros que se presentan y se justifican solos. Se necesitaría estar muy
despistado para no apreciar de inmediato, y sin más que ojearlo, su calidad y
su importancia y, desde luego, el riesgo de errar a priori es nulo, lo que se
corrobora de forma rotunda tras su lectura. Así pues, y habida cuenta de que
los méritos de este libro y su interés están muy por encima de la modesta,
modestísima, autoridad y fiabilidad de este presentador, esta presentación
podría acabar ahora mismo recomendándoles que no pierdan ni un solo instante
más escuchando mis torpes palabras y acudan, cuanto antes, a hacerse con esta
hermosa obra, para su conocimiento y disfrute.
Sin embargo, les confieso que, con el tiempo
he ido modificando aquel mi criterio sobre lo innecesario de una presentación,
porque he aprendido a darle a un acto como éste una mayor dimensión y
significación. La presentación de un libro, según lo entiendo ahora, es, o debe
ser, más que un acto social, un acontecimiento cultural y, por tanto, una
ocasión memorable y gozosa, y en los tiempos que corren más aún.
La sola consideración del esfuerzo de más de
cuatro años que ha supuesto para sus autores la consulta sistemática y
pormenorizada de los archivos, la extracción selectiva de los aspectos más
relevantes, su anotación cuidadosa, su cotejo, el estudio de su encuadre dentro
de la comarca de Ycoden, la elaboración de un texto ordenado y el
sustancial resultado que hoy se nos ofrece es algo que, al margen de toda otra
estimación, merece ya nuestra gratitud y nuestra admiración.
Y he dejado antes en el aire esa matización
de “y en los tiempos que corren más”, porque, dejando para más
adelante el comentario sobre el contenido y la trascendencia que este texto
tiene, quiero incidir de una manera especial sobre la significación cultural de
un libro y de un acto como este.
En
teoría, a todo el mundo le interesa la cultura. La palabra cultura parece tener
un contenido mágico e indiscutible. Se dice, y es cierto, que la cultura redime
a los pueblos de su ignorancia, que libera sus mejores energías creadoras, que
es fuente de progreso, etc., y se comprueba que los pueblos más avanzados son
también, casi siempre, los más cultos. Pero, ¿se sabe bien en qué
consiste la cultura?
Porque a pesar del universal consenso
sobre su valor (hace muy pocos años, estaba de moda en nuestros pueblos
construir centros culturales), si miramos a nuestro alrededor, nos encontramos
con un mundo cada vez menos culto y más organizado por y para el consumo, es
decir, con criterios exclusivamente económicos que terminan imponiendo su ley
incluso a la política.
Cada vez es más palpable una situación
de comida basura, ropa basura, música basura, revistas basura, televisión
basura, etc., que conducen a conductas basura. ¿Cómo explicar racionalmente
esos éxodos multitudinarios y simultáneos de las ciudades en los puentes en
busca de no se qué descanso? ¿Cómo esas histerias colectivas en torno a no se
qué ídolos populares? ¿Cómo esa desproporcionada atención a los espectáculos de
masas? ¿Cómo esa disparatada dictadura de los decibelios, que amenaza con desquiciar
nuestros oídos, en aras de la alienación? ¿Cómo el cada vez más creciente
consumo de bebidas alcohólicas y de sustancias estupefacientes que anulan la
iniciativa de los individuos? ¿Cómo esa creciente pérdida de la cortesía, del
respeto, de la tolerancia, de la solidaridad, etc.?
¿Estamos ante un mundo cada vez más culto o
más inculto? ¿Es la informática una herramienta al servicio de un mundo más
culto o más inculto? Paradójicamente, junto a las inmensas posibilidades de
obtener información y de procesarla, se desarrolla el pillaje, la inmoralidad y
la pérdida de la intimidad, hasta convertirnos en juguetes de poderes fácticos
superiores cuyo interés no es precisamente cultural; y, paralelamente, nuestros
hábitos de imaginar, de pensar, de leer y de dialogar están siendo arrollados y
atrofiados por una pseudocultura de masas dominada por la banalidad que hasta
se atreve a llamarse cultura del bienestar.
Un ensayista y publicista francés, Alain
Minc, publicó en 1993 un libro casi premonitorio: La nueva Edad Media,
que subtituló El gran vacío ideológico. En la contraportada de su
edición en castellano (al año siguiente) se sintetiza certeramente parte de su
contenido de esta forma:
“Hay un mundo sacudido por convulsiones y
amenazas que parecían conjuradas para siempre, el optimismo histórico
desaparece y con él termina un reinado de más de tres siglos en el que se ha
apostado por el progreso y el orden al mismo tiempo.
Más allá del natural sentimiento angustioso
que produce el final de una era animada por los principios del equilibrio y la
racionalidad, las preguntas fundamentales se plantean a miles (…) ¿No será que
estamos a las puertas de una nueva Edad Media?”
Minc desarrolla su trabajo con atención
preferente a los aspectos económicos, sociales y políticos, pero, si analizamos
la situación desde el punto de vista cultural, ésta se nos revela también como
neomedieval, pues aparece cada día más claro que estamos siendo invadidos y
dominados por los nuevos bárbaros que no sólo no tienen interés por la cultura,
sino que hasta lo tienen en la incultura, que es la mejor coyuntura para evitar
cualquier atisbo de rebeldía.
Para los que nos movemos en este mundo
de la cultura, convencidos de que es el mejor patrimonio y la mejor herramienta
de que disponemos, es cada día más angustiosa la sensación de que predicamos en
el desierto, de que nuestro lenguaje parece estar distanciado de la realidad,
de que interesa poco o nada nuestra actividad, pero que se la tolera más por
una cuestión de tradicional prestigio que de convencimiento de su real
rentabilidad social. Y juega en nuestra contra el hecho de que el fruto de la
actividad cultural no se suele obtener sino a largo plazo, mientras que lo que
prima es la inmediatez.
Sin
embargo, a pesar de que parece que no se lleva, la cultura es lo único que
podrá conducirnos (no se cuándo) a un nuevo renacimiento humanístico. Mientras
tanto, y al igual que los monjes medievales, permanezcamos fieles y devotos de
ella, en espera de tiempos mejores.
Según
el diccionario de la Academia ,
cultura es el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de
afinarse, por medio del ejercicio de las facultades intelectuales del hombre.
No dice, por tanto, que es un conjunto de conocimientos, dice que es el
resultado o efecto, y para entender esta idea, echamos mano de la antropología
cultural que nos aclara que ese conjunto de conocimientos está estructurado a
través de su interdependencia y constituyen un sistema, de tal manera, que la
cultura de un grupo social es el conjunto de su herencia social y por tanto, de
su historia. He aquí el valor indiscutible y sobre todo esencial que tiene la
historia como referente cultural.
El diccionario ideológico de Julio
Casares asocia al vocablo cultura palabras tales como civilización, progreso,
adelantamiento, mejoramiento, perfección, sabiduría, ciencia, arte, cortesía
costumbres intelectualidad, etc. La cultura es, por tanto, conocimiento
asimilado, y no un paquete que se nos da o se nos transmite desde el
poder, es, repitámoslo de nuevo, el resultado de un cultivo que debe hacerse
sobre los individuos desde pequeños en el hogar, en la escuela, y a lo largo de
toda la vida, de modo que sea sentida como una necesidad por el propio
individuo. Es algo que debe ir junto al trabajo a arriba y no de arriba abajo.
Permítanme ustedes corroborarlo con una
referencia histórica ejemplar. Existió en Santa Cruz de Tenerife una
irrepetible sociedad llamada El Gabinete Instructivo, a la que
pertenecían políticos de todos los colores cuyos denominadores comunes eran la
cultura como base y el patriotismo como meta. La labor cultural y pública
de aquellos hombres fue tan extraordinaria que no ha sido igualada. La
explicación es tan sencilla como rotunda: hacían política desde la cultura. Hoy,
con frecuencia, se intenta hacer cultura desde la política, y esto, no sólo no
es auténtica cultura, sino que termina por resultar contracultural.
Esta breve disquisición, que me he permitido
hacer en este momento, no es casual; al contrario, a mí me parece muy oportuna,
porque, hoy se nos ofrece aquí una excelente muestra de cómo hacer cultura a
través del conocimiento histórico. Resulta que la historia, que es el compendio
de nuestro pasado, es lo único que realmente tenemos, nuestro único capital,
porque el presente lo estamos haciendo aún y el futuro está por hacer.
La historia es el archivo de nuestra
experiencia, es nuestra memoria individual y colectiva, es nuestra razón de ser
y nuestro modo de haber sido y, por ello, la única apoyatura posible para seguir
construyendo nuestra realidad presente y futura. Ella es la que nos da la razón
de nuestra realidad actual y el mejor trampolín para proyectarnos hacia
adelante.
En el templo de Delfos estaba escrita una
frase que se hizo justificadamente célebre: “Conócete a ti mismo”, y
que fue uno de los axiomas de aquella formidable aventura del pensamiento que
fue la filosofía humanística griega, porque sólo a partir del propio
conocimiento se puede construir una mentalidad racional y una conducta ética,
los dos pilares sobre los que apoyar sólidamente nuestro devenir.
Pues bien, La Guancha se encuentra hoy
con su propia historia, una circunstancia memorable porque marcará sin
discusión un antes y un después. Si hasta ahora los guancheros no han tenido
ocasión de conocer la peripecia histórica del pueblo que les vio nacer, porque
sólo los más avisados o curiosos de archivos tenían acceso a ella, ahora ya no
hay pretexto posible, ahora está aquí condensada en este libro que a primera
vista puede parecer voluminoso, pero que siempre resultará pequeño para
contener una historia que se remonta nada menos que a las postrimerías de la
conquista de esta isla.
Pero
es que, además, la aparición de este libro es signo inequívoco de madurez. No
suelen contar sus memorias los jóvenes, porque su trayectoria vital es escasa;
diríamos que no tienen nada que contar. Cuentan sus memorias las personas
maduras, aquellas que atesoran una experiencia más densa que, por lo mismo,
puede ser de interés para los demás. Digámoslo castizamente, La Guancha es ya un pueblo
con solera, un pueblo que en su gozosa realidad actual, fruto de una
espectacular transformación en los últimos tiempos, ha querido conocerse a sí
mismo y reflexionar a partir de ello.
Desde la aparición de la Historia de Santa Cruz de Tenerife, escrita por el
profesor Cioranescu, se han ido sucediendo otros empeños con similar objetivo
en diferentes municipios de la isla: La Laguna (inconclusa), Arafo, Arico, Granadilla,
San Miguel, Arona, Adeje, San Juan de la Rambla , etc., y hoy asistimos a la de La Guancha que por su calidad
se coloca sin discusión entre las mejores y más rigurosas.
Según me cuentan sus autores, el empeño
comenzó con la sugerencia del párroco del Dulce Nombre, don Sebastián García
Martín, de hacer una historia eclesiástica del municipio, amparada en la
magnífica documentación de su archivo parroquial, pero pronto se evidenció que
era necesario ampliarla a la totalidad de los aspectos históricos.
Quizá esto explique la estructuración del
libro que no responde al esquema más tradicional de un único recorrido
cronológico en el que se vayan contemplando, en cada momento, todos los
componentes y circunstancias, sino al alternativo de estudiar éstos por bloques
separadamente, eso sí de forma cronológica en cada caso.
Tratar
de dar a ustedes unas pinceladas de su contenido resulta tarea vana, porque es
tan denso, tan rico y variado, tal la cantidad y calidad de la información
suministrada, tal la manifiesta preocupación de los autores porque ningún
aspecto quedara ignorado, tal la voluntad de que todo quedara apoyado
documentalmente y tal la evidencia de un trabajo tenaz y concienzudo, que se me
antoja ridículo destacar tal o cual capítulo o aspecto. Todo aquí es importante
y nada sobra a pesar de sus 800 páginas. Por tanto, y para justificar esta a
modo de presentación, me limitaré a una breve enumeración de sus capítulos,
según el sumario que les antecede.
El que podría ser capítulo inicial del libro,
porque nos remite a la situación aborigen de la comarca o reino de Ycoden y a
los últimos episodios de la conquista de esta isla, que tanto se ha afanado en
estudiar y dar a conocer Eduardo Espinosa, figura en segundo lugar bajo el
título “Historia
militar", y se completa con un interesante apartado
dedicado a las Compañías de Infantería de La Fuente de La Guancha , existentes ya con uno u otro nombre
desde mediados del siglo XVI hasta finales del XVII.
Sigue a continuación el capítulo dedicado a
la "Historia religiosa", el más
enjundioso y extenso de cuantos integran el libro, no sólo porque fue su
inicial razón de ser, sino porque es éste un aspecto central en torno al cual
giraba la vida de la comunidad y, en consecuencia, es a través de él como mejor
se puede valorar el esfuerzo de la colectividad en procurarse una adecuada
atención religiosa y seguir su evolución durante el antiguo régimen.
Desde Santa Catalina hasta la ermita de San
Antonio del Pinalete (en recuerdo de aquel hermoso río de agua que manaba de la
galería que llevó este nombre), pasando por la parroquia del Santo Nombre de
Jesús y la ermita del Calvario y hasta por las más recientes de Santo Domingo,
Nuestra Señora de Coromoto y la
Cruz , ninguna fundación religiosa ha escapado a la atención y
curiosidad de los autores.
Es
claro, que la primero ermita y luego parroquia, que durante tanto tiempo se
llamó del Santo Nombre de Jesús, concentra mayoritariamente su atención, no
sólo por su mayor envergadura y significación, sino también por poseer uno de
los mejores archivos históricos de la localidad. Su estudio se aborda en torno
a la azarosa peripecia histórica de su construcción y ampliación que se detalla
pormenorizadamente a lo largo del tiempo, desde la primitiva ermita a la
restauración reciente que suprimió el desafortunado añadido de los años 40,
recuperando la fachada primitiva y añadiendo la construcción de una nueva
torre; a la historia de sus Hermandades y Cofradías y el culto al que se
entregaban; a la fundación de las distintas capillas y su dotación de retablos,
imágenes y orfebrería. Su historia corre pareja y no es otra cosa que el fiel
reflejo de lo que la comunidad a la que servía fue en cada momento, y por ello
se comprende el inmenso valor de su testimonio.
No se
ha omitido una extensa referencia relativa a los avatares parroquiales con la
de San Juan de la Rambla ,
que afectaron a las ermitas de Santa Catalina y San José. Ambas fueron
atendidas en el culto por la parroquia del otro municipio, aunque permanecieron
en la jurisdicción de la del suyo propio.
Siguen luego sendos capítulos dedicados a
aspectos más puntuales que los autores consideran atinadamente necesarios, por
su especial entidad, significación y trascendencia, tales como: las "Desavenencias del
clero con la población", interesantísimo y revelador
de que no todo fue un lecho de rosas entre párrocos y feligresía; los "Vendavales y aluviones en La Fuente de la Guancha ", entre los que se destaca por propio
derecho el trágico de 1826 que tantas víctimas y daños materiales causó y que
supuso una profunda crisis económica para el municipio; y la construcción del "Cementerio de San Pedro",
resultado, como tantos otros cementerios civiles, de la necesidad de disponer
de enterramientos en momentos de epidemias.
El
último de los capítulos contemplados se refiere a la "Historia civil",
y en él se estudia, en primer lugar, la posición del lugar en el famoso pleito
por la capitalidad del Partido de Daute entre Icod y Garachico; a continuación
las calamidades sufridas por la
Alhóndiga como consecuencia del aluvión de 1826 y del
incendio que la destruyó en 1888 con la pérdida irreparable de sus archivos; y
se culmina con la historia posterior abordada en cuatro periodos: desde esta
destrucción de la Alhóndiga
hasta el Directorio Militar de Primo Rivera, en 1923; desde éste hasta la
proclamación de la
Segunda República , en 1931; el periodo comprendido por esta
última, 1931-36; y, finalmente, la etapa franquista, hasta 1975, fecha en la
que cierran este trabajo.
Intencionadamente, he dejado para el final el
primer capítulo que los autores titulan "Etnografía de La Fuente de la Guancha según documentos
obrantes en sus archivos", porque al incluir este
aspecto en su obra y colocarlo antes de los demás entiendo que hacen toda una
declaración de intenciones. Su contenido es verdaderamente revelador de las
formas de vida, de la estructura social, de las relaciones económicas, de los
hábitos sociales, de las costumbres religiosas y testamentarias (algunos
inventarios son extremadamente deliciosos), etc., del testimonio vital, en fin,
de una comunidad. Parece como si los autores se hubieran propuesto mostrarnos
previamente al pueblo que se iba a estudiar a continuación, y desde luego que
lo han hecho muy atinadamente. Un acierto pleno.
Las abundantísimas notas a pie de página que
se insertan a lo largo de todos los capítulos, tan oportunas y densas, como
esclarecedoras, les aportan una riqueza deslumbrante, muestran la seriedad de
los datos suministrados y llegan a constituir una aportación fundamental al
texto, tan valiosa como aquél.
El
libro se complementa con un serio apéndice de fuentes documentales y
bibliográficas y con un completísimo índice onomástico que facilita enormemente
la consulta.
El resultado es ciertamente el que cabía
esperar del rigor y seriedad proverbiales en el quehacer de estos dos investigadores.
Su trabajo, que siempre se ha mantenido alejado de banalidades y oropeles, luce
aquí, por derecho propio, de forma espléndida en lo que es un auténtico regalo
para curiosos y estudiosos, sean locales o foráneos.
No es este un libro para leer noveladamente,
viene a ser algo así como la
Biblia de este municipio, un tesoro para consultar y leer
pausadamente, sin prisas y saboreándolo en todo su contenido. Quizá yo haya
echado de menos en un libro tan pulcramente impreso como bien presentado y encuadernado,
una mayor calidad en las ilustraciones que, me parece, no hacen justicia al
texto, y hasta algún o algunos mapas de la comarca, más extensos y
pormenorizados que los que se ofrecen, para seguir con mayor propiedad algunos
capítulos, especialmente a los que estamos menos familiarizados con ella; pero
esto no empequeñece lo más mínimo su valor.
Así que me complace sobremanera
expresar aquí mi satisfacción personal por la aparición de esta hermosa
criatura cultural, Sus páginas nos desvelan que, históricamente, La Guancha ha sido un pueblo
fundamentalmente agricultor, es decir dedicado a los cultivos, y claro está que
entre ellos no podía faltar el del intelecto, pues, no en vano, cultivo y
cultura tiene un común origen etimológico.
Esta excelente Historia de La Fuente de la Guancha es
quizá la más seria aportación al patrimonio cultural de este pueblo, y por ello
quiero felicitar plenamente a las entidades que lo han hecho posible: la Parroquia , el Cabildo de
Tenerife, el Gobierno de Canarias y muy especialmente, claro está, a su
Ayuntamiento, que acogió e impulsó la idea con verdadero entusiasmo, y al que
animo a seguir apostando por la verdadera cultura fomentando y amparando
esfuerzos de similar categoría.
Y, desde luego, quiero hacerlo también
y sobre todo, a los autores Eduardo Espinosa de los Monteros y Estanislao
González, por su entrega y dedicación, por su laboriosidad, por esta nueva
demostración de su competencia y por el magnífico resultado obtenido. Para
ellos, y junto con el mío más sincero, solicito de ustedes un rotundo y
sonoro reconocimiento con nuestro mejor aplauso.
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