martes, 4 de noviembre de 2014

Mi cantiga a un viejo rey

El ARBOL SANTO


¡Oh Terebinto! Eres el árbol de la noble estirpe bimbachina. El divino manantial de la peña de ensueños y leyendas milenarias, el de poéticas concejal, el que nacido en ¡a patria de Armiche, con tu néctar, apagarias en hora de angustia la sed a sus solitarios súbditos y luego… el prisionero principe Angerón, dándote a conocer a los hispanos conquistadores, a los que turbaron el reposo y la paz del solar de tu natalicio, por tan benéfica causa, titulándote ÁRBOL SANTO.
Parte de tu anciano tronco, talvez fuese convertido por promición divina, después de muerta la savia que te vivificara, en efigie sagrada; en estatua de la madre de Dios, de la Virgen y Señora de los Reyes, en el austero retrato que, en aquellos pasados tiempos de bienaventuranzas, luciría radiante hermosura entre las auras milagrosas, quedas y adormitadas, sobre el continuo goteo de tus preciadas lágrimas, sobre tus perfumadas aguas, o bien de tarde en tarde cubriendo cual manto celestial la Alberca Tesoro de ellas, en la piscina salutífera que baña el terruño amado que la tradición rememora y evoca mi sima enamorada por vez primera «EL SEPULCRO DE GAROE».
Francisco P. Montes de Oca García
Puerto de la Cruz, Noviembre 1921.



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