El ARBOL SANTO
¡Oh Terebinto! Eres el árbol de la noble estirpe
bimbachina. El divino manantial de la peña de ensueños y leyendas milenarias,
el de poéticas concejal, el que nacido en ¡a patria de Armiche, con tu néctar,
apagarias en hora de angustia la sed a sus solitarios súbditos y luego… el
prisionero principe Angerón, dándote a conocer a los hispanos conquistadores, a
los que turbaron el reposo y la paz del solar de tu natalicio, por tan benéfica
causa, titulándote ÁRBOL SANTO.
Parte de tu anciano tronco, talvez fuese
convertido por promición divina, después de muerta la savia que te vivificara,
en efigie sagrada; en estatua de la madre de Dios, de la Virgen y Señora de los
Reyes, en el austero retrato que, en aquellos pasados tiempos de
bienaventuranzas, luciría radiante hermosura entre las auras milagrosas, quedas
y adormitadas, sobre el continuo goteo de tus preciadas lágrimas, sobre tus
perfumadas aguas, o bien de tarde en tarde cubriendo cual manto celestial la
Alberca Tesoro de ellas, en la piscina salutífera que baña el terruño amado que
la tradición rememora y evoca mi sima enamorada por vez primera «EL SEPULCRO DE GAROE».
Francisco
P. Montes de Oca GarcíaPuerto de
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