Juan Orihuela se crió en un molino de agua, el de su
abuelo Antonio en Lomo Guillén (Guía), conocido como molino de Las Cuartas.
Todavía siendo niño entró a trabajar en otro en Rojas (Gáldar), conocido como
el del Bartolito. Allí sigue, picando la piedra cada semana para moler gofio. [En
PELLAGOFIO nº 35 (1ª época, noviembre 2007)].
Por YURI MILLARES
El molino de
agua de su abuelo en Lomo Guillén estaba detrás de donde hoy se levanta el
edificio de Hacienda en la pequeña ciudad de Guía de Gran Canaria. “Lo tenía él
arrendado a las monjas de Guía. En aquel tiempo pagaba de renta 50 pesetas
mensuales, hasta que lo largó hace de eso cuarenta años, lo menos”, explica
Juan. Aquel molino de Las Cuartas, o “de Orihuela” hace muchos años que
desapareció, lo mismo que la acequia por donde venía “del campo” el agua que lo
movía. Esa misma agua cruzaba en dirección a Gáldar, donde entre bloques de
edificios aún se pueden ver algunos tramos que ejercen de testimonio mudo (y
seco) de otros tiempos de riego de la platanera a manta. Y esa misma agua movía
también el molino de Rojas o de Bartolito.
Allí lo llevó un día su padre, hombre dedicado a
la misma tarea que él ahora y desde niño. “Mi padre iba también a picar a dos
molinos de agua de Guía y yo con siete años iba con él”, recuerda, señalando al
antiguo propietario del molino de Rojas como vecino y con quien entró un día a
trabajar, cuando los niños ayudaban a los padres en el sustento de la familia
desde temprana edad. El pequeño Juan, que había aprendido con su abuelo y con
su padre, manejaba bien la picareta y asegura que era capaz de cogerla y
trabajar sobre la piedra, aunque es una herramienta pesada.
“Primero estuve con el abuelo de Mario [uno de
los socios actuales del molino], hace un inciso por su recorrido laboral,
“después estuvo un año cerrado y me marché un año a trabajar en el molino de La Atalaya hasta que volví
otra vez”, dice de sus cerca de 45 años como empleado del molino de Rojas,
ahora en manos de la tercera generación, los nietos de Bartolito.
Vuelve entonces a hablar de la piedra. “Eso hay
que picarla para el mismo sitio siempre, de dentro a fuera, dejando por dentro
unos diez centímetros de tragadera y de ahí para fuera hay que picarla toda”,
señala mientras se dispone a picar, precisamente, una de las piedras de los tres
molinos con que cuenta esta pequeña industria artesana ubicada a la entrada de
Gáldar. “Moliendo todos los días, cada 60 horas hay que picarla, porque ahora
está moliendo fijo a lo mejor 10 horas”.
Cinco o seis cuartos
Se sienta sobre un pequeño saco relleno que
amortigua la dureza de la piedra y comienza a golpear con golpes rítmicos, “La piedra se divide: unas
tienen cinco cuartos y otras seis cuartos”, explica. Cuando se montan no hay
que volver a desarmarlas y permanecerán siempre unidas “por un hierro que se
llama el suncho”continuos, cortos, muy juntos. Sabe que esa
piedra ya no muele el gofio como debiera (y aquí presumen de su excelente gofio
de harina tostada muy fina) “porque no corta la cascarilla”. Una piedra de
molino como la que está picando se compone de varias piezas que se llaman
cuartos. “La piedra se divide: unas tienen cinco cuartos y otras seis cuartos”,
explica. Cuando se montan, al fabricarla, no hay que volver a desarmarlas y
permanecerán siempre unidas “por un hierro que se llama el suncho”. En realidad
cada piedra tiene dos sunchos, “uno que es fijo y no se puede mover; después
tiene otro que se va corriendo según se va gastando la piedra, a martillazos,
con un marrón o un martillo pesado”. El suncho fijo abraza en realidad una pieza
de cemento, para aprovechar la piedra al máximo y haga peso cuando ésta se vaya
gastando por el uso y tenga menos volumen. Bajo este suncho y su cemento ya
viene la piedra propiamente dicha.
La piedra, cuando está moliendo gofio, se va
calentando por el roce. Dice Juan que “llega a una temperatura que se calienta
y después no se calienta más. A la hora de estar moliendo ya tiene la
temperatura máxima que coge y aguanta todo el día, aunque a los cinco minutos
de empezar ya se calienta y muele a gusto”.
■ PASO A PASOAl golpito
El molino de Rojas consta de tres molinos con sus piedras moliendo simultáneamente todo el tiempo. Hasta que, cada siete días, haya que picar una de ellas para que siga rompiendo la cascarilla y moliendo fino.
1Sobre unos palos. La
pesada piedra de moler se levanta con ayuda de un pescante, cuyas pinzas
capturan y permiten voltear la piedra para dejarla sobre unos palos.
2Cepillar. Al cabo de un
rato picando, el encargado del mantenimiento de la piedra suelta la herramienta
(él la llama “picareta”) y se pone a cepillar el trozo que trabaja.
3Gofio de la pala. Antes de
seguir picando repite el mismo procedimiento: tras cepillar un tramo de piedra,
espolvorea generosamente con gofio sobre la superficie que va picar.
4La mano extiende.
Cepillado y espolvoreado con gofio el trozo de piedra que trabaja, extiende
bien la harina tostada con una mano.
5De nuevo a picar. Tras
extender un buen puño de gofio sobre la piedra, aparta la pala con la harina
tostada y vuelve a iniciar otro tiempo picando, golpeando siempre en la misma
dirección.
6Voltear y colocar la piedra.
Terminada la paciente labor debe volver a colocar la piedra en su sitio. La
pesada piedra de moler se levanta con ayuda de un pescante, cuyas pinzas la
capturan y permiten voltearla, quitando los palos en que se apoyaba mientras
estaba desmontada para que vuelva a encajar en su sitio.
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