Cuenta la Leyenda que hace años vivía en Icod de los Vinos
un pastor que cuidaba su rebaño de cabras cerca del Monte del Amparo. Un día
vio sobre una piedra un pequeño lagarto, sacó de su morral un trozo de queso y
lo dejó sobre la roca, el reptil se acercó y se lo comió de un bocado.
Al día siguiente el cabrero volvió a la piedra en
busca del lagarto, y allí estaba esperándolo, el cabrero le volvió a poner de
comer, esta vez ordeñó una de sus cabras, para poder alimentar a su pequeño
“amigo”, y así lo hizo, día tras día, durante mucho tiempo.
Pasaron los años, y el cabrero comenzó a
preocuparse porque el lagarto ya era casi de su tamaño. Ya no podía alimentarlo
solo con leche y queso y así fue que un día el reptil se introdujo en el corral
y se comió un cabra entera.
A partir de ese día el lagarto ya no quería comer
queso y leche, sólo quería comer la carne de las cabras, y esto le suponía al
cabrero sacrificar una cabra cada dos o tres días, algo que, por supuesto, era
insostenible para la economía del pastor.
El cabrero comenzó a preocuparse y a tener miedo,
ya no podía mantener al animal que además entraba cada vez más continuamente al
corral a saciar su hambre con el rebaño.
Por eso tomó la determinación de acabar con él.
Así, amaneciendo los primeros claros del día y antes que el sol saliera por el
horizonte, se dirigió a la cueva, en la que se escondía el saurio, con una
lanza en la mano.
Con la lanza en alto entró en la cueva donde el
lagarto gigante esperaba los primeros rayos de Sol, con los que calentarse y
poder moverse. El reptil, apenas miró al pastor, comprendió que no venía a
ofrecerle comida, y en un rápido movimiento se abalanzó sobre el hombre que,
sorprendido por el rápido movimiento del animal, cayó al suelo mientras luchaba
por intentar evitar ser devorado por la bestia.
Tras unos largos minutos de lucha, sintió que
perdía las fuerzas y creyó que acabaría sus días en el estómago de aquella
bestia que él mismo había criado. Pero en ese momento de sufrimiento, cuando
todo hacía presagiar que su vida llegaba al final, haciendo su último esfuerzo
se encomendó a la Virgen
de Las Angustias y, como por milagro, logró quitarse de encima al enorme
lagarto y ensartarlo con la lanza.
Tanta fue la alegría del cabrero por haber podido
salvar su vida que, en agradecimiento a la Virgen de Las Angustias, llevó el cuerpo del
animal en ofrenda a la capilla, donde continúa expuesto hasta hoy en día.
Como muchas leyendas de estos animales, exhibidos
como exvotos en muchas iglesias, la historia real suele diferir de la tradición
popular. Según leemos en la página de la Cofradia de
Angustias y Dolores de Ntra. Sra. de Icod de los Vinos:
“En la ermita de las Angustias se conserva en una
urna un “caimán disecado” que el Capitán Torres, tras un ataque sufrido por tal
animal,trajo desde la Selva
del Estado Mexicano de Tabasco en el año 1771 y se lo ofreció a la virgen como
exvoto en señal de agradecimiento.”
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