Actos de piratería llevados a cabo por colonos europeos
establecidos en canarias en el
continente.
Viera y Clavijo: Expediciones canarias a
Berbería:
“Parece que por este mismo tiempo se había unido
a la corona de Castilla el célebre castillo de Guáder o de Santa Cruz de Mar
Pequeña, en Berbería (plaza que había construido y defendido con tanta
reputación Diego de Herrera), supuesto que el nuevo gobernador de la Gran Canaria, Alonso
Fajardo, de la casa de los marqueses de los Vélez, le reedificó y defendió
valerosamente del sitio que le puso una partida de tropas del rey de Fez, hasta
precisarlas a retirarse. Desde entonces perciben los corregidores de la isla de
Canaria 50.000 maravedís de sueldo, en calidad de alcaides de aquella
fortificación, sin embargo de haberla tomado y demolido los moros en 1524.
Estos infieles no podían dejar de obrar así. Fundábase su extrema irritación
contra nuestras islas en el derecho natural de la propia defensa, viéndose casi
todos los días invadidos de sus activos habitantes, con indecibles pérdidas.
Como la claridad de la historia exige que los sucesos relativos se reúnan en un
solo punto de vista y se traten sin el menor desorden, no dejará de parecer
conforme a esta máxima que, antes de divertir la pluma en otros asuntos
inconexos, hallemos aquí todo lo conveniente a los negocios de las islas
Canarias sobre las costas de Africa, fronterizas e inmediatas a ellas.
Correrías piratitas de los
nuevos colonos habitantes de las
Canarias en el continente:
Cuando el joven Juba (aquel sabio rey de Mauritania, a quien el emperador Augusto reintegró en la monarquía de su padre) se ocupaba en descubrir las islas Afortunadas por medio de sus exploradores, no sabía que en los siglos futuros habían de salir de ellas los mayores enemigos de las miserables naciones establecidas de la parte de acá del monte Atlante; entre las cuales quizá es la más antigua de los Morrowlebin, que, extendiéndose hasta el Senegal, conserva un lenguaje muy semejante al de nuestros primitivos canarios. Ya hemos visto que los derechos de la corona de Castilla sobre estas costas de la Berbería occidental, como sucesora de don Rodrigo, el último rey de los godos, habían sido sostenidos por los primeros conquistadores de las islas; y que las hostilidades que Juan de Béthencourt y Diego de Herrera cometieron en ellas, se reputaron por otros tantos actos de posesión. El castillo que este último construyó en el puerto de Guáder o Santa Cruz de Mar pequeña no sólo fue un presidio o dique que puso freno a los bárbaros que amenazaban continuamente a las islas, sino también un abrigo para las armas cristianas, a cuya sombra se ejecutaron aquellas frecuentes correrías en el país, que produjeron a los invasores considerables partidas de camellos, caballos, vacas, ovejas y cautivos. No podían los moros dejarse insultar impunemente. Desde el tiempo de Béthencourt el Grande se tuvo aviso en Fuerteventura de que el rey de Fez, celoso de los progresos de aquel conquistador y de su incursión en el Río de Oro, disponía un armamento para echarse sobre estas islas, bien que este terrible nublado se disipó. El famoso sitio que el Xarife Aoiaba puso al castillo de Mar Pequeña, con diez mil hombres de infantería y dos mil caballos, también se levantó a la vista del pronto socorro que le llevaron Diego de Herrera y Pedro Fernández de Saavedra. Sin embargo de esta felicidad, ¿no era designio temerario irritar cada día más a un enemigo poderoso? El carácter de nuestros predecesores era un carácter raro, y el espíritu de su siglo, un espíritu de intrepidez. La familia de Herrera no se ejercitó por más de una centuria en otra cosa que en hacer entradas en Berbería y en cautivar moros salvajes, de que se inundaron las islas de Fuerteventura y Lanzarote. Hemos visto que en una sola ocasión hicieron en el pueblo de Adovar, cerca de Tagaost, más de ciento cincuenta y ocho prisioneros ¡Qué memorables irrupciones no ejecutó Sancho de Herrera el Viejo en estas regiones africanas! Los ciervos que se conservan en los bosques de La Gomera son todavía monumentos de su valor. Pero el que más se distinguió en este género de empresas militares fue Fernán Darias de Saavedra, señor de Fuerteventura, hijo de Pedro Fernández de Saavedra y nieto de Diego de Herrera. Este caballero armó diferentes embarcaciones a su costa y cautivó por diversas veces en aquellos países considerable número de infieles de ambos sexos. Ejemplo fue éste que se hizo como título hereditario en su familia, pues su hijo Gonzalo de Saavedra, con licencia especial de Felipe II, y sus nietos don Fernando y don Gonzalo de Saavedra ejecutaron muchas entradas en Berbería, de cuyos naturales, convertidos a nuestra santa fe, y de su posteridad se formaron en aquellas islas dos compañías de milicias, con el nombre de compañías de los berberiscos. Estas no podían menos que engrosarse por puntos, supuesto que las reclutas que llegaban eran numerosas. Mientras los señores de Fuerteventura, por una parte, y por otra el primer marqués de Lanzarote, don Agustín de Herrera, hijo de Pedro Fernández de Saavedra, el mozo (caballero de singular valor, que en una de las correrías que hizo en Berbería por orden del emperador Carlos V murió a manos de los moros, después de haber saqueado Tafetán, donde tomó muchos cautivos), mientras estos señores, digo, pasaban su tiempo en estas heroicas invasiones, salió de la isla de Tenerife otra nueva planta de armadores, que hicieron señalados progresos sobre los africanos. En el siglo octavo y noveno (dice un célebre autor) eran los bárbaros los que hacían incursiones sobre los pueblos civilizados; en el XV y el XVI fueron los pueblos civilizados los que hicieron incursiones sobre los bárbaros. Luego que el adelantado don Alonso Fernández de Lugo tuvo conquistada aquella isla, como se verá en el libro siguiente, recibió orden de los Reyes Católicos para navegar con su armamento a las costas de Africa, en desempeño de su título de capitán general desde el cabo de Guer al de Bojador, a fin de construir un presidio en aquellas partes.
Cuando el joven Juba (aquel sabio rey de Mauritania, a quien el emperador Augusto reintegró en la monarquía de su padre) se ocupaba en descubrir las islas Afortunadas por medio de sus exploradores, no sabía que en los siglos futuros habían de salir de ellas los mayores enemigos de las miserables naciones establecidas de la parte de acá del monte Atlante; entre las cuales quizá es la más antigua de los Morrowlebin, que, extendiéndose hasta el Senegal, conserva un lenguaje muy semejante al de nuestros primitivos canarios. Ya hemos visto que los derechos de la corona de Castilla sobre estas costas de la Berbería occidental, como sucesora de don Rodrigo, el último rey de los godos, habían sido sostenidos por los primeros conquistadores de las islas; y que las hostilidades que Juan de Béthencourt y Diego de Herrera cometieron en ellas, se reputaron por otros tantos actos de posesión. El castillo que este último construyó en el puerto de Guáder o Santa Cruz de Mar pequeña no sólo fue un presidio o dique que puso freno a los bárbaros que amenazaban continuamente a las islas, sino también un abrigo para las armas cristianas, a cuya sombra se ejecutaron aquellas frecuentes correrías en el país, que produjeron a los invasores considerables partidas de camellos, caballos, vacas, ovejas y cautivos. No podían los moros dejarse insultar impunemente. Desde el tiempo de Béthencourt el Grande se tuvo aviso en Fuerteventura de que el rey de Fez, celoso de los progresos de aquel conquistador y de su incursión en el Río de Oro, disponía un armamento para echarse sobre estas islas, bien que este terrible nublado se disipó. El famoso sitio que el Xarife Aoiaba puso al castillo de Mar Pequeña, con diez mil hombres de infantería y dos mil caballos, también se levantó a la vista del pronto socorro que le llevaron Diego de Herrera y Pedro Fernández de Saavedra. Sin embargo de esta felicidad, ¿no era designio temerario irritar cada día más a un enemigo poderoso? El carácter de nuestros predecesores era un carácter raro, y el espíritu de su siglo, un espíritu de intrepidez. La familia de Herrera no se ejercitó por más de una centuria en otra cosa que en hacer entradas en Berbería y en cautivar moros salvajes, de que se inundaron las islas de Fuerteventura y Lanzarote. Hemos visto que en una sola ocasión hicieron en el pueblo de Adovar, cerca de Tagaost, más de ciento cincuenta y ocho prisioneros ¡Qué memorables irrupciones no ejecutó Sancho de Herrera el Viejo en estas regiones africanas! Los ciervos que se conservan en los bosques de La Gomera son todavía monumentos de su valor. Pero el que más se distinguió en este género de empresas militares fue Fernán Darias de Saavedra, señor de Fuerteventura, hijo de Pedro Fernández de Saavedra y nieto de Diego de Herrera. Este caballero armó diferentes embarcaciones a su costa y cautivó por diversas veces en aquellos países considerable número de infieles de ambos sexos. Ejemplo fue éste que se hizo como título hereditario en su familia, pues su hijo Gonzalo de Saavedra, con licencia especial de Felipe II, y sus nietos don Fernando y don Gonzalo de Saavedra ejecutaron muchas entradas en Berbería, de cuyos naturales, convertidos a nuestra santa fe, y de su posteridad se formaron en aquellas islas dos compañías de milicias, con el nombre de compañías de los berberiscos. Estas no podían menos que engrosarse por puntos, supuesto que las reclutas que llegaban eran numerosas. Mientras los señores de Fuerteventura, por una parte, y por otra el primer marqués de Lanzarote, don Agustín de Herrera, hijo de Pedro Fernández de Saavedra, el mozo (caballero de singular valor, que en una de las correrías que hizo en Berbería por orden del emperador Carlos V murió a manos de los moros, después de haber saqueado Tafetán, donde tomó muchos cautivos), mientras estos señores, digo, pasaban su tiempo en estas heroicas invasiones, salió de la isla de Tenerife otra nueva planta de armadores, que hicieron señalados progresos sobre los africanos. En el siglo octavo y noveno (dice un célebre autor) eran los bárbaros los que hacían incursiones sobre los pueblos civilizados; en el XV y el XVI fueron los pueblos civilizados los que hicieron incursiones sobre los bárbaros. Luego que el adelantado don Alonso Fernández de Lugo tuvo conquistada aquella isla, como se verá en el libro siguiente, recibió orden de los Reyes Católicos para navegar con su armamento a las costas de Africa, en desempeño de su título de capitán general desde el cabo de Guer al de Bojador, a fin de construir un presidio en aquellas partes.
Influía también en esta
expedición la duda que se había suscitado entre el rey don Manuel de Portugal y
la corona de Castilla acerca de los límites de los territorios situados entre
los referidos cabos y el de Naute, a la que dio motivo cierta bula que el papa
Alejandro VI expidió en 13 de febrero de 1494, por la que se concedía al reino
de Castilla las conquistas del África, en fuerza de las representaciones que
hizo en Roma el cardenal don Bernardino de Carvajal, reproduciendo lo antiguos
derechos de Don Pelayo. Ambas cortes determinaron enviar personas inteligentes
para el efecto de aquella demarcación; y los Reyes Católicos nombraron a
Antonio de Torres, gobernador de Canaria, con quien se unió en Tenerife el
comisionado de Portugal. Habiendo surgido el adelantado en el puerto de Nul,
hacia la parte de Mar Pequeña, veinte leguas de Tagaost, desembarcó una especie
de torre o castillejo portátil de madera, capaz de contener gente y artillería,
y le defendió con una trinchera y un foso. Los habitantes de Tagaost juntaron
cuatrocientas lanzas y ochenta caballos, con cuyas fuerzas tuvieron bloqueados
a los nuestros quince días, en los que se trabaron algunas sangrientas
escaramuzas, muriendo, con sentimiento general, don Fernando de Lugo, hijo
mayor del adelantado; Pedro Benítez, regidor de Tenerife, y Francisco de Lugo,
sus sobrinos. Tuvo la misma funesta suerte una hija de Jerónimo Valdez,
doncella hermosa que, por no apartarse de un hermano, le había seguido a
Berbería. En estos reencuentros perdió Alonso de Lugo la vajilla o recámara del
Cid Hernán Peraza (como entonces decían) que su viuda doña Beatriz de Bobadilla
le había regalado con más altos designios; pero, a pesar de estas ventajas, no
pudieron los moros derrotar enteramente a aquel jefe, que volvió a Tenerife con
las reliquias de su armada.
La memoria de tan infructuosa
expedición no fue bastante para que los nuevos pobladores coloniales de
nuestras islas perdiesen el gusto a semejantes incursiones. Subyugados los
bárbaros indígenas o del país, era forzoso satisfacer la pasión de tener la
espada en la mano y conquistar. En 1519 se asociaron el segundo adelantado, don
Pedro de Lugo, Bartolomé, Pedro y Juan Benítez de Lugo y Andrés Xuárez
Gallinato, e hicieron cierta liga para habilitar contra los moros un
considerable armamento que debía partir de Tenerife en febrero del mismo año.
El licenciado Cristóbal de Valcárcel obtuvo, en 6 de julio de 1528, licencia
del emperador Carlos V para continuar en sus entradas y corsos contra los
moros, sin que contribuyese con el quinto de las cavalgadas o despojos al real
erario. También es constante que Lope de Mesa, el primero, pasó diferentes
veces a Berbería en calidad de capitán comandante de cierta armada que había
preparado a sus expensas, haciendo gran presa de infieles; que su hijo Diego de
Mesa prosiguió en el mismo sistema, sirviendo de coronel en un navío que
montaba el tercer adelantado don Alonso Luis Fernández de Lugo, y que, en 1541,
Francisco Benítez y Juan Benítez Pereira, hermanos, armaron a su costa una
carabela para navegar a Berbería, en conserva de la principal armada.
Finalmente se halla cierta información, hecha por el capitán Luis Perdomo, en
1567, por la que se demuestra que sirvió algunas veces de jefe en las
expediciones de Tenerife sobre las costas fronterizas del África, en donde obró
notables proezas, reduciendo muchos esclavos berberiscos."
(Viera y Clavijo) (Tomado de:Mgar.net)
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