UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XV-XIV
Guayre Adarguma Anez’ Ram n
Yghasen
1605. La caída de la producción azucarera supuso un «crac» para la economía
grancanaria. Si a ello unimos el acoso pirático cada vez más intenso y
destructivo, el desplazamiento de la actividad económica hacia las Canarias
Occidentales y las epidemias de peste de principios del s. XVII encontraremos
la explicación de los hechos que determinaron una importante reducción de los
efectivos humanos de las islas orientales en los inicios del seiscientos. En
efecto, en 1605 la población de esta parte del Archipiélago se fija en 9.090
personas, consignándose una pérdida de más de un millar de habitantes respecto
a 1587. Ello repercute también en la densidad que se sitúa en 2,23 habitantes
por kilómetro cuadrado. En estos años, las Canarias Orientales representan un
promedio de tan sólo 23,33 por ciento respecto al conjunto regional. Estas
cifras expresan mejor que cualquiera otra cuestión el alcance de la crisis.
Sin
embargo, una vez superadas todas las adversidades impuestas al desarrollo
demográfico en el último tercio de la centuria, la recuperación se presentó
como el signo más sobresaliente. En 1676 la población canario-oriental ascendió
a 23.928 habitantes lo que supuso un aumento neto de unos 14.838 nuevos
pobladores. La recuperación iniciada en la mitad del XVII no se detuvo ahí ya
que en 1688 los recursos humanos de las islas orientales eran ya de 30.549
habitantes, o sea, el 29,07 por ciento del total de la colonia, con una
ocupación de 7,5 habitantes por kilómetro cuadrado. La distribución de estos
recursos humanos es bastante disimétrica ya que nada menos que un 72 por ciento
estaba establecida en Tamaránt (Gran Canaria) en tanto que el 18 por ciento
restante se distribuía a partes iguales entre Erbania (Fuerteventura) y
Titoreygatra (Lanzarote) (Ramón Díaz Hernández; 1991).
1605.
Juan Rodríguez Talavera, piloto de la carrera de Indias, casado
con Isabel Perdomo, ambos vecinos de Santa
Cruz, falleció en la costa de Campeche, “yendo de Angola a Indias”, dejando como bienes propios su soldada y
tres piezas de esclavos (AHP: 469/118).
1605. Durante el s. XVI) Erbania (Fuerteventura) va a conocer un aumento de
su población duplicando sus efectivos. Este hecho tienemás importancia dado que
en estos años persistían con igualo peor intensidad los obstáculos seculares
impuestos al desarrollo demográfico. En 1605 la población majorera era de 280
vecinos, o sea, unas 1.260 almas aproximadamente que venían a resultar una
densidad de sólo 0,73 habitantes por kilómetro cuadrado y un menguado
porcentaje de 3,1 sobre el total de la colonia. En 1624, el inquisidor Santalix
informa que Erbania (Fuerteventura) y Titoreygatra (Lanzarote) «eran muy pobres
y despobladas, abiertas donde de ordinario andan moros y otros corsarios».
En
1629, las Sinodales del Obispo Cámara y Murga aseguran que «...toda la isla
tendrá como 500 vecinos divididos en muchas caserías; solo la Villa tendrá como
100...» con lo que la población habría experimentado un crecimiento notable en
las dos últimas décadas. En 1641 el Cabildo estima en 334 vecinos (unos 1.500
habitantes) la población majorera. Es la propia institución la que entre 1668 y
1669 recuenta de nuevo los re-cursos humanos y los fija en más de dos millares
de personas. Entre 1676 y 1688 contamos con los cómputos del «Documento base»
que establece en más de 4.000 los habitantes de Erbania (Fuerteventura).
Eso
significa una densidad de 2,25 habitantes por kilómetro cuadrado y un
porcentaje de 3,81 respecto al conjunto de la población en la colonia canaria.
Erbania (Fuerteventura) a lo largo del diecisiete nunca contó con poblamiento
continuo e importante.Disponía de unas 892 casas habitadas, concentradas sustancialmente
en Betancuria y Antigua en el centro mismo de la isla. Más al norte se
encontraba el caserío de La Oliva.
Estos
tres enclaves fueron los primeros asentamientos de los colonos europeos con
desplazamiento de los naturales asentamientos en donde se constituyeron las
bases de la ocupación moderna de Erbania (Fuerteventura). A ellos debe
añadírseles Pájara que de ser un modesto caserío al finalizar el s. XV se va a
expandir con posterioridad hasta convertirse en un pueblo relativamente
importante. Tuineje, en la zona sur, era en 1590 un modesto pago que con el
tiempo se transformaría también en núcleo urbano próspero. Las bases económicas
de Erbania (Fuerteventura) eran de corte tradicional. Descansaban en la
explotación agrícola en «oasis» y la práctica de la ganadería extensiva, pesca
de bajura, artesanía y comercio. El régimen feudal señorial, el eclesiástico y
sus constantes depredaciones obstaculizaban el desarrollo económico y social.
La isla de Lanzarote inicia el s. XVII con 1.215 habitantes según la estimación
realizada en 1605. Desde el último recuento sólo consiguió añadir 215 nuevos
pobladores, persistiendo la baja densidad como se desprende de la cifra de 1,45
habitantes por kilómetro cuadrado. (Ramón Díaz Hernández; 1991).
1605.
Los libertos
en la sociedad canaria del siglo XVI
El comercio de esclavos.
La trata junto
con los otros sectores económicos completa para el siglo XVI el cuadro de las transacciones comerciales en
Canarias, y hace posible que algunas ciudades canarias,
entre ellas Las Palmas, se conviertan en puntos activos del comercio. Esto es
posible porque este tipo de actividad mercantil, en el que la
mercancía era humana, exigía la movilización de abundantes capitales,
imprescindibles para realizar las
operaciones, adquirir la materia prima y colocarla en los distintos mercados.
El comercio esclavista requería de complicadas operaciones, según se tratara de organizar cabalgadas hacia Berbería o de expediciones con sus respectivos rescates al África negra. Las cabalgadas venían a
constituir operaciones de carácter militar, en cuyo espíritu reinaba la idea de continuidad de la Reconquista, cuyo
objeto era asaltar la vecina costa africana y coger al lazo, mediante
razias, a los pobladores berberiscos de la
costa.
En un estudio que hemos realizado, logramos
contabilizar para todo el siglo XVI 157 cabalgadas, que partiendo de los puertos de las Canarias orientales se dirigían a
Berbería.
El análisis de la documentación de protocolos nos informa de la constitución de sociedades, de los fletamentos de las naves y del reparto de beneficios; la elaboración del material nos permitió deducir que en
cada expedición de este tipo se obtenían unos
beneficios que rayaban entre el 100% y el 200% sobre
el capital invertido. Los principales capitalistas eran los señores
de Lanzarote y Fuerteventura y los gobernadores,
oidores, regidores, canónigos, mercaderes y hacendados de las islas de realengo.
Este tipo de operaciones requería no solo de la búsqueda del transporte, sino de una experta y segura tripulación, a quién se pagaba en altos precios y piezas de esclavos. Así los maestres y marineros
cobraban el triple y, a veces, el cuádruple que los
artesanos, observándose un aumento a medida que avanza el siglo. A estos técnicos se unían los soldados, de a pie y de a caballo,
con su artillería para asegurar el
golpe.
El sistema de las cabalgadas se complica al tener que contemplar un variopinto número de participantes. Pues junto a los capitalistas y
sus
inversiones, tanto en dinero como en mantenimientos, hay que tener en cuenta a los marineros y naves, su
procedencia, sistemas de adquisición
y pago, reparaciones, construcciones etc. A ellos se unen los
empresarios y técnicos, adalides y soldados con el armamento, vituallas, mercancías, trueques y operaciones para concluir con
el reparto de beneficios al final de la jornada, que podía durar de 1 5 días a un mes según resultara de fácil o
difícil la operación.
De todo este sistema, resultaba un segundo proceso, el del rescate.
Pues en estas cabalgadas se cautivaban, a veces, moros importantes a los ojos
de la tribu, que en una segunda operación, ahora en son de paz y siempre en
suelo africano, se canjeaban por varias piezas de negros.
Si por el contrario los apresores quedaban apresados también se realizaba el canje tanto por moros como por dinero, armas y mercancías.
Las expediciones al África negra seguían un proceso completamente distinto,
desde el momento en que la operación militar estaba ausente. La distancia aumentaba al encontrarse los puntos de destino en Senegal, Guinea y Cabo Verde, aunque con
frecuencia se rebasaban para llegar hasta el Congo, Angola e islas del golfo
de Guinea. La distancia, junto con el
riesgo y la protesta lusitana de los embajadores portugueses en Madrid, por contravenir los canarios los pactos entre Castilla y Portugal, favorece los beneficios que
se elevan hasta el 300%.
Otra diferencia con respecto a las cabalgadas, es que mientras en aquéllas los participantes eran solo subditos castellanos, ya fueran
isleños o no, en éstas intervienen mercaderes y
hombres de negocio de distintos puntos de Europa que invierten sus
capitales en estas empresas. Los
portugueses, ¡lícitamente y en contra de los intereses de su reino, se enrolan en estos negocios. Su
presencia en las expediciones las
favorece, pues las zonas donde se efectuaban los rescates eran de dominio
portugués, y por lo tanto eran conocedores no sólo de la costa sino de los lugares donde se podían
obtener más piezas a mejores precios.
La dualidad de las fuentes de esclavos hizo posible la aparición en Canarias de dos tipos de cautivos; berberiscos del noroeste africano y negros rescatados o comprados en Cabo Verde y Guinea.
Al llegar a los puertos y mercados isleños estos esclavos eran vendidos como cualquier otra cosa a menudeo o en almoneda pública por lotes. A partir de aquí pasaban a ocupar un lugar importante en los ingenios, haciendas, casas particulares y monasterios. A través de
las
ventas se rastrea el mercado y se conoce su importancia. A él acuden gentes de todo origen y condición social en
el que dominan los mercaderes. Las
Palmas se convirtió en el siglo XVI en un mercado
importante, y su prosperidad se debió en parte a la trata, comparable a los de Sevilla y Lisboa.
También las operaciones de compra-venta permiten conocer otros aspectos
esenciales del esclavo como su nombre, raza, edad, procedencia, salud, tachas, etc.
A partir de su
salida del mercado se comprueba como los esclavos se integran en la sociedad
insular recién creada, con un aporte poblacional del 12% con respecto a la
población libre. Los censos, libros de bautizos, de confirmaciones y de
matrimonios dan prueba de ello. Este grupo
social, marginado y discriminado, es asimilado rápidamente, a pesar de los problemas de lengua, ya
sean bozales o ladinos, religión,
usos y costumbres, aún cuando las dos variantes de esclavos presenten particularidades diferentes. En este
aspecto mantienen huellas de su antigua idiosincracia como lo prueban las
prácticas de brujería, el
curanderismo favorecido por la inasistencia médica, el paganismo y el folklore. A pesar de estos problemas
el fenómeno de aculturación fue más
fuerte de lo que pueda pensarse, hasta tal punto que cuando Felipe III decreta la expulsión de los moriscos de todo el territorio nacional, pide información a las
autoridades canarias por medio de la
Audiencia de Las Palmas sobre el comportamiento de los moriscos. Los informes
son tan satisfactorios que los berberiscos aclimatados y nacidos en Canarias,
quedan exceptuados de la expulsión.
Los negros se
integraron aún con mayor facilidad, tal vez por su mayor primitivismo y escaso
bagaje cultural. La asimilación fue facilitada
no solo por los propios pobladores sino por la legislación, basada en
Las Partidas, que permitía y preveía la manumisión, por la protección de la Iglesia y por la predicación de las
órdenes mendicantes.
Las leyes y las prácticas caritativas de los eclesiásticos, fueron
ampliadas por la actitud benevolente de la sociedad isleña hacia el esclavo, en
particular en las relaciones amo-esclavo. Estos aspectos se contemplan en las
relaciones testamentarias de los dueños, quienes en su última voluntad tienen
un recuerdo para sus cautivos a los que liberan y dejan bienes. La libertad
concedida bien a través de cláusulas
testamentarias como de escrituras de alhorría permiten el acceso de un eslabón a otro, es decir del estado
de servidumbre al de horros o libertos.
Esta
visión rápida de la sociedad y economía canaria del Quinientos, se completa ahora con el estudio de los libertos, hombres y mujeres que procedentes de la cautividad se van a ir integrando en el cuerpo
general de la población libre.
Los libertos.
Conocida ya la importancia que jugó la esclavitud en las Islas Canarias en el siglo XVI, sabemos que de la institución resultó y se gestó un grupo humano marginal, del mismo origen que los esclavos, negros-moriscos-mulatos,
si bien muchos descendientes de aquéllos y
nacidos en las islas, a quienes se les conoce como criollos, que va a ocupar un lugar importante en la sociedad del
momento como mano de obra necesaria en todas las actividades económicas. Nos
referimos a los libertos, grupo al que no solo a nivel insular, sino
incluso nacional, se le han dedicado pocos
estudios.
Los libertos
constituyen en la escala social el nivel entre los esclavos y el grupo más bajo de los libres. Por esta razón, quizá, se encuentran
inmersos en los mismos trabajos a que estaban acostumbrados en su estadio anterior. Se les relaciona con los ingenios de
azúcar, con lo cual se confirma una de nuestras hipótesis: siguen trabajando
en los mismos establecimientos que motivaron su entrada en esclavitud. Son los negros los más asiduos, pues
tanto laboran en cuidar las cañas
como en trabajar en las calderas, en las prensas y en los bagasos,
convirtiéndose incluso alguno en capataz o en contratador del resto del personal, por lo común de su mismo
origen.
Los moriscos, más reacios a la dureza de estos oficios, prefieren dedicarse al transporte, pues no en vano controlan todo el acarreo pesado,
en especial cargando las bestias con leña y caña con destino a los ingenios.
Tampoco desdeñan el cuidado del ganado, en donde incluso
son preferidos siempre que se trate de ganado menor y de camellos.
Ambos grupos son
también expertos en otros trabajos: labran piedras
de moler y preparan hornos para cocer cal.
En las cabalgadas a Berbería participan los moriscos bien como soldados o como
adalides, es decir lenguas, que introducen al resto del personal en la tierra y les indican los aduares de moros. Las expediciones
que zarpan desde las islas de Lanzarote y Fuerteventura cuentan con gran número de ellos, pues los señores de aquellas islas confían
en ellos, y forman su propia guardia con naturales berberiscos.
Por su origen debemos distinguir entre los libertos dos subgrupos. Los que fueron más reacios a la integración, por razones religiosas inmersas en un contexto sociológico. Estos fueron los moriscos; el que algunos de manera aislada se integraran plenamente no es objeto para invalidar la anterior aseveración.
Los negros se pueden considerar, igual que en otras zonas, como una clase diligente y útil que aprovechaba cualquier oportunidad y ayudó a construir el país para sí y para los españoles.
Ambos grupos se sentían vagamente solidarios, con un único lazo común: su procedencia de la condición servil; a éste se unía otro
más
problemático y no necesariamente bipartito, el de las asociaciones religiosas.
Los problemas con el Santo Oficio fueron similares, aún cuando la
incidencia de los moriscos en problemas de ortodoxia fue mayor que la de los negros. Aquéllos traían de sus tierras un bagaje
cultural relacionado con prácticas mahometanas y con
problemas de hechicería. A estas causas se une la de la huida a Berbería, lo
que les cuesta naufragios o la hoguera si son cogidos en el intento. La problemática de los negros está centrada en su soterrado
paganismo o en prácticas de curanderismo.
En el aspecto social es de señalar su fusión con otros grupos serviles, lo que dio lugar al blanqueamiento y a la aparición de mulatos
y loros.
En conjunto y ante problemas comunes se unían para nombrar apoderados que defendieran sus intereses e incluso, en alguna ocasión, los de sus parientes, todavía esclavos.
El título del trabajo puede hacer pensar que en él se incluyen a los indígenas libres. Ahora bien, el problema para analizar cualquier grupo de
población liberta va íntimamente relacionado al sistema esclavista y se ha de ser esclavo plenamente para
pasar a formar parte luego de la
minoría liberta. Los indígenas que hemos hallado, a lo largo del siglo XVI, no responden a la denominación
de horros, y si los hubo, cuestión
que creemos, no aparecen en nuestra documentación. Todos comparecen ante
escribano como naturales y vecinos. Además la aculturpción de los aborígenes conlleva otra problemática distinta a
la de los africanos, por el hecho de
que la mezcla entre ellos y los conquistadores
fue más rápida, y aquel no se cuestionó con los canarios la doble imagen que a sus ojos ofrecían los
negros y los moriscos, a los que
identificaba como esclavos y a quienes se les aplicaba, a veces, las restricciones y recordatorios similares a
los de su posición anterior.
Añadían a ello el prejuicio racial y la presunta ilegitimidad.
Sobre la población liberta en el archipiélago, igual que de otras minorías,
apenas si se tiene información. Mientras que de los esclavos y de la trata se
tenían algunas noticias sueltas y deshilvanadas, que si bien no calibraban su
importancia al menos orientaban, de los libertos
y su actividad no se tenía ni eso. Nuestro objeto es estudiar su volumen y actitud dentro de la sociedad
canaria del Quinientos.
Creemos
que por ser un grupo marginal, íntimamente relacionado con la economía isleña,
por su capacidad de fuerza productiva, su estudio
llenaría una más de las lagunas de que adolece nuestra historia. (Manuel Lobo Cabrera, 1983: 9 y ss.)
1605. Esero (El Hierro) la isla más occidental del Archipiélago canario
contaba con 922 habitantes. La población herreña aparece concentrada
básicamente en su capital Valverde y en la zona agrícola del norte de la isla
conocida por El Golfo. La densidad se fijaba en unos 3,5 habitantes por
kilómetro cuadrado. Los efectivos humanos herreños rede atraer población, ni
siquiera podía impedir la emigración ante el poco halagüeño panorama económico
y social de estos años. Sin embargo, la situación va a cambiar en la segunda
mitad de la centuria de referencia.
En
efecto, en 1676 vemos cómo la población bimbache (herreña) se triplica
alcanzando las 3.434 almas que determinan una densidad de 13,02 habitantes por
kilómetro cuadrado, de las más altas de toda Canarias. Con ligeros altibajos,
los sucesivos recuen tos poblacionales ven aumentar las cifras reseñadas. En
1688 la isla contaba ya con 3.956 bimbaches (herreños) que significaban un
promedio de 3,76 por ciento sobre el total regional y una densidad de 15
habitantes por kilómetro cuadrado. Estos efectivos mantienen la tónica de
concentrarse en Valverde y toda la comarca de El Golf
1605. La población en la colonia canaria ascendía aun total de 40.702
habitantes. En 1688 se registra un fuerte incremento y se sitúa en 105.075, con
un ritmo de crecimiento acumulado de 1, 1 anual. De 51 núcleos concentrados en
1605 se pasó a más de 61 al finalizar el diecisiete. Por consiguiente, nos
encontramos con que Canarias experimenta un notable desarrollo demográfico,
cuando en la metrópoli sucedía todo lo contrario.
1605.
Notas
en torno al asentamiento europeo en el Valle Sagrado de Aguere, hoy ciudad de La Laguna en la isla Chinech
(Tenerife).
El estancamiento poblacional del siglo xvii.
“En el Seiscientos las dificultades para reconstruir la evolución demográfica son superiores, pues a la ausencia de censos hasta bien entrada la segunda mitad de la centuria hay que añadir la carencia de
tazmías. A comienzos de siglo podemos servirnos como guía auxiliar del somero informe
poblacional elaborado por el S. Oficio en 1605., según el cual La Laguna tendría 1.000
vecinos, lo que suponía el 23,47%
del total insular. Independientemente de las reticencias hacia un «censo» de esta naturaleza, salta a la vista
el hecho innegable de la pérdida de
importancia demográfica de la capital, pues en unos cuarenta años, habría pasado de agrupar el 63% de
los tinerfeños a menos de la cuarta parte. Numéricamente, sin embargo, aun
contando con su estancamiento, ningún
lugar estaba todavía en condiciones de disputarle la primacía, ya que La
Orotava tampoco daba señales de rápido crecimiento, y Garachico, aunque había
experimentando un notable aumento, la
peste que asóla el lugar entre 1601-1606 rebajó sus expectativas.
En 1614, a
falta de datos cuantitativos, hallamos ratificada la superioridad de la zona de abajo de la capital, pues de los 4 cuarteles
en que
se divide para reparto de pan, se da mayor cantidad a los pósitos de los cuarteles del barrio de la laguna de
abajo (el correspondiente al distrito
del convento franciscano) y del barrio de El Tanque; a su vez, de éstos dos el
primero era el más poblado50. Hasta la segunda mitad de siglo sólo
disponemos de la descripción de las Sinodales de Cámara y Murga, que aportan cifras orientativas de
vecinos para algunos lugares, entre ellos La Laguna, que tendría más de 1.000 vecinos, mientras
La Orotava
aparece con otros l.000. Con las precauciones de rigor, destacan aquí tanto la
atonía lagunera como la aceleración orota-vense, que amparada en sus extensos y excelentes viñedos, sobre todo en el cotizado malvasía, y en la creciente
actividad de su puerto —que ya en los años treinta desplaza a Garachico como
primer puerto de la isla—, y
espoleada por la cada vez mayor participación de los ingleses, comienza un notorio crecimiento que les
llevará en los años ochenta a
colocarse por delante de la capital.
A mediados de siglo comprobamos que la media bautismal lagunera se
sitúa en 320, bastante por encima de los 250 de las últimas décadas del Quinientos. Si tomamos como punto de comparación la parroquia de la
Concepción, de la que disponemos de algunos datos para un período intermedio de la primera mitad del Seiscientos, el fenómeno ascendente se percibe más nítidamente. Partiendo de las medias bautismales de las últimas décadas de la centuria anterior (102 entre
1579-1581, y 114 entre 1590-1594), entre 1627-1633 se había alcanzado ya los
126,7, que si prescindimos de un mal año intermedio, en realidad subirían hasta 132. Pues bien, entre 1653-1661, se alcanzan los 144,7 de media. No obstante, la parroquia de los Remedios continuaba por delante, pues su media en ese último período fue de 172,7.
En conjunto, esta parroquia concentró el 54,4% del total de bautismos de la ciudad.
Los juicios expuestos en los últimos párrafos encuentran una confirmación exhaustiva varias décadas más tarde gracias a los censos del
prelado García Ximénez53, en los que se observa el tenue crecimiento
de La
Laguna, que prácticamente se mantiene en torno a los 6.500 habs. durante el período 1676-1687, mientras otras dos ciudades del archipiélago se le equiparan en población, e incluso en el caso de la nueva villa orotavense, la supera en algún año.
laguna
orotava tenerife las palmas
1676
|
6.683
|
5.782
|
48.200
|
1678
|
6.480
|
6.630
|
49.130
|
1679
|
6.495
|
6.759
|
50.112
|
1680
|
6.450
|
6.867
|
5 1 .954
|
1681
|
6.858
|
7.098
|
51.572
|
1682
|
6.706
|
6.749
|
51.030
|
1683
|
7.436
|
7.577
|
52.884
|
1684
|
6.531
|
7.003
|
49.040
|
1686
|
6.487
|
6.645
|
49.991
|
1687
|
6.594
|
6.710
|
50.494
|
1688
|
6.994
|
6.594
|
51.867
|
5.224 6.147 6.270 5.916 6.137 6.020 6.422 6.254 6.322 6.092
6.114
Otro dato global relevante, resultado de una tendencia ya advertida desde casi
un siglo atrás, es su cada vez menor peso demográfico en el contexto insular, que en este último período es de un 13,19% de media. Al mismo tiempo, ha ido descendiendo el
coeficiente multiplicador para quedar
en un 4,32 de media, muy similar al de la isla, en consonancia con la falta de altas altas de
natalidad y el cese o menor aportación de flujo de inmigrantes, un recuerdo ya
del s. xvi.
Un elemento interesante en una isla de «sex ratio» favorable a las mujeres, que de modo cualitativo se refleja en informes de la época y
se cifra para el trienio 1686-1688 en torno al 92% para el conjunto de la isla,
es la condición concreta de la capital en este punto. Pues bien, el resultado que ofrecen los censos es que La Laguna es uno de los dos lugares con mayor predominio de mujeres de Tenerife, con cifras por
debajo del 80% de masculinidad, llegando incluso al 68% en 1687 (en este año había
3.923 mujeres y 2.671 hombres). La explicación es doble: de un lado, la emigración y las levas, que afectan más a la capital en una etapa de menos oportunidades de
riqueza, además del mayor control y
accesibilidad para reclutar soldados; de otro, aunque menos importante, no pocas mujeres acudirían a la
capital para ofrecer sus servicios
domésticos o para buscar un hueco en las profesiones típicamente femeninas (panaderas, vendederas...).
Aunque exageradamente, esta
realidad del predominio femenino se percibe en la información que hacia 1687
dirige el Cabildo a la Corte,
en la que se manifestaba que en
Tenerife el 75% de la población estaba compuesta por mujeres y niños, situación que interesadamente
atribuía de modo exclusivo a las levas de los doce años anteriores, que
supuestamente habrían ocasionado la
salida de 3.000 hombres.
Si examinamos el grado de juventud o envejecimiento,
que de un modo parcial se nos ofrece, La Laguna coincide prácticamente con la media
insular, agrupándose el 45% de los habitantes en el tramo 0-17 años, el 49% entre los 18 y los 60 años, y el 6% superaba esta última edad. Si la comparación la efectuamos con lugares cercanos, como el puerto de Santa Cruz o Tegueste-Tejina, sí que destaca un mayor envejecimiento en la capital.
La distribución espacial no experimenta variaciones sensibles, sólo que ahora estamos en condiciones de cuantificarla: en 1679 la mayoría de la población reside en la parroquia de Los Remedios (3.576, el 55%), mientras en la de la Concepción viven 2.919
personas, esto es, el 44,9%. Estos porcentajes se
corresponden con los relativos al número de bautismos de
cada parroquia durante el período 1653-1661, lo que sería
indicativo de un crecimiento similar y equilibrado de los dos sectores. El
índice multiplicador es de 4,07 en Los Remedios,
y de 4,28 en la
Concepción.
La situación
favorable a La Orotava
se amplía en los años siguientes, pues la
villa llegará a 7.570 habitantes con 1.614 casas, aventajando a la capital en 141 personas y 104
casas.
Desde la perspectiva de los años ochenta, podemos evaluar la evolución y el impacto que suponía la mortalidad. En términos generales y absolutos, la
imagen es de cierta estabilidad. Entre 1650-1661 la media anual de fallecidos fue de 236, algo elevada si la comparamos con
la de 204 de 1676-1688, pero explicable por las distorsionadoras cifras al alza de 1653 y 1658, sin las cuales la
media sería uniforme: 209. Los datos
obtenidos en la quincena 1650-1665 y los del censo de García Ximénez (docena
1676-1688) muestran que, por lo menos, hay dos «ritmos» en la mortalidad. Uno, que podríamos considerar habitual
o normal, correspondería al 50 o 60% de los años y situamos la tasa en una banda de 27-37 por mil. Otro, de
elevada mortalidad, ocuparía en
torno a un tercio de los años y alcanzaría un índice que oscilaría entre 45-55 por mil, pero matizando que cada
década o quincena la tasa puede ser catastrófica, registrando valores de 70-80
por mil, como ocurrió —según nuestro
cálculo, pues desconocemos con exactitud el número de pobladores con anterioridad al censo episcopal —en 1653 y en 1665. Finalmente, se aprecia una mortalidad
que podríamos clasificar como intermedia o, mejor aún, como epígono de la
elevada —en torno al 40 por mil—,
pues puede localizarse al término de un período de dos años malos, y con
frecuencia podía servir de enlace con otro año
pésimo.
Con anterioridad a la segunda mitad del siglo, podría servir como
indicio de mortalidad un retroceso en los registros bautismales, sobre todo cuando va
seguido por un notable incremento, como ocurre con el descenso constatado en 1632, que podemos relacionar con el incremento
de defunciones del bienio 1631-1632 debido a la escasez de grano y a mala alimentación, según hemos
comprobado en el capítulo siete. Como complemento a lo aquí tratado, en el
capítulo trece habrá ocasión de
tratar sobre la etiología de algunas enfermedades. Además, en otras partes del libro —especialmente en el
capítulo once—, se reitera que la
mortalidad es selectiva socialmente, sobre todo cuando la causa directa e inmediata es la escasez y el
hambre, lo que conllevaba que sólo un reducido sector pudiese alimentarse
adquiriendo grano a precios que llegaron incluso a 100 rs./fa., sin que la
acción municipal pudiera hacer otra cosa que paliar los efectos de la carestía.
Pero incluso cuando actúa un agente
vírico, sabemos que éste halla un buen caldo
de cultivo en organismos desnutridos y desvalidos, así como en los niños de
corta edad, no digamos si son expósitos o esclavitos.
En relación con lo expuesto en el párrafo anterior, señalemos que la mortalidad catastrófica de 1653 debió guardar relación con la
crisis cíclica de trigo de mediados de siglo (1649-1652), pues podía resultar más mortífera una serie continua de años mediocres que un año aislado de mala cosecha. En los años siguientes, encontramos que en 1659 y 1660 la mortalidad debió rondar el 40 por mil, y se elevaría a un 53
por mil en 1662, para continuar en 1664 con un
índice similar (50 por mil), pero por encima de todas
estas cifras se alza el 82 por mil del año
1665. Hemos de tener en cuenta para explicarnos estos datos la plaga de cigarrones del otoño de 1659, que afecta a la cosecha del año
siguiente. Apenas hay lugar para la alegría, pues en 1661 también se recoge una baja
cantidad de cereal, lo que se refleja en la mortalidad de 1662. Cuando la recuperación agrícola comenzaba a traer cierto sosiego,
se abate sobre la población la epidemia variólica de 1665, responsable de la tasa de defunciones más elevada que
hemos hallado.
Integrada
dentro de la mortalidad general, conviene tratar ahora de modo diferenciado la mortalidad infantil, aunque nuestra aportación no puede ser muy exacta, dado que los libros
sacramentales omiten la edad del
difunto, limitándose a anotar su condición de niños, y en ocasiones siembran aún más la duda al
calificar como «hijo» a algunos enterrados, que por prudencia no hemos
incluido dentro del grupo infantil. Como
media, en el período 1650-1665, en el que se basa nuestro análisis, el porcentaje de niños respecto a la mortalidad
general es del 44%, sin duda una cifra acorde con la alta mortalidad infantil propia del régimen demográfico
primitivo. En determinados años esa proporción se acerca a —o supera— la
cincuentena: 1650, 1651, 1660, 1664 y
1665, en especial estos dos últimos años. No vamos a repetir aquí los factores que explican esa alta incidencia.
El
crecimiento medio podemos establecerlo en torno a un 14-16 por mil que, como se deducirá de lo expuesto en los párrafos precedentes, distó
de ser uniforme y continúo. Así, en 1650-1651, a pesar de la baja producción cerealística, el mantenimiento
de una alta natalidad conduce a un saldo vegetativo netamente favorable en 125
y 132 individuos, respectivamente
(tasas de 20-21 por mil). Pero los dos años
siguientes se experimenta un retroceso, provocado tanto por un alza en la mortalidad como por una pequeña
regresión en los nacimientos. Por
ejemplo, en 1653 el saldo es negativo en 137 personas. Como ya conocemos, de
inmediato sobreviene la recuperación, con la tasa de crecimiento más alta del período (30 por mil), para situarse en los dos años posteriores en unas cifras similares
a las anteriores a la crisis. A
continuación, el bienio 1657-1658 supone un estancamiento, pues no se llega a superar el 5 por mil
(advirtamos que los bautismos sumaron
318 en 1658, y las defunciones 303), situación relacionable con la acusada tendencia a la baja de la cosecha
de grano. La plaga de 1659, que se
encadena con un corto ciclo de baja producción, puede explicar la mediocre tasa
de crecimiento, cercana al 10 por mil. En el período 1676-1688 la media del saldo
vegetativo es prácticamente la misma, alrededor de un 15 por mil.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia
Tomo
I. Volumen I.:118 y ss.).
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