EFEMÉRIDES
DE LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
CAPITULO
III: DE LA ANTIGÜEDAD AL
SIGLO XV
Eduardo Pedro García Rodríguez
1466. Se hizo con aquellos supuestos derechos de conquista de las
denominadas Isla realengas adquiridos
los condes de Atouguia y Vila-Real el infante portugués Fernando, que
envió a las islas una expedición mandada por Diego de Silva Meneses,
aprovechando la situación de guerra civil que se vivía en Castilla.
No sería ajeno a este renovado
interés de Portugal el hecho de que el control y organización de las
navegaciones a Guinea hubieran pasado ya a la Corte de Lisboa, tras la muerte del infante
Enrique: ¿hasta qué punto seguían siendo molestas las expediciones clandestinas
andaluzas y el uso de Canarias como base? Diego García de Herrera e Inés Peraza
emprendieron algunas acciones para mostrar sus derechos a aquellas islas pero,
al igual que los portugueses, tampoco llegaron a ninguna conquista:
Tomaron posesión simbólica de
Tamaránt (Gran Canaria), ante notario, en un acto celebrado en Las Isletas
(1461), y de Chinet (Tenerife) en otro que tuvo lugar en El Bufadero en 1467.
1466. Por este tiempo, el Infante de Portugal, que había adquirido
los derechos que sobre el Archipiélago ostentaban los condes de Atouguía y
Villareal, determinó preparar una poderosa escuadra que, al mando de Diego de
Silva, invares, las islas y tomara en su nombre posesión de ellas.
Corría el año de 1466 cuando los
portugueses se dejaron ver sobre Lanzarote, con una armada formidable que
obligó a Herrera a refugiarse en el enriscado distrito de Famara con su mujer y
familia. No se verificó esta invasión sin una vigorosa resistencia de parte de
los isleños y de su gobernador Alonso de Cabrera, quien, durante la refriega,
cayó prisionero del jefe lusitano. La mortandad y el saqueo que siguieron a
esta acción dejó honda huella en el ánimo de aquellos pacíficos habitantes,
pues es fama que los portugueses victoriosos los perseguían y alanceaban como
si fueran moros.
Después de robar cuanto encontraron
y de apoderarse de dos cuentos de maravedises pertenecientes a Herrera, pasó
Silva con su flotilla a Fuerteventura y allí cometió los mismos excesos y
crueldades, paseándose triunfalmente los soldados por entre aquellos indefensos
pueblos. Cansados de tan fáciles victorias hicieron luego rumbo a Gran Canaria
y en Gando tomaron por asalto la torre o casa fuerte de Herrera, enarbolando en
ella el estandarte portugués.
Creyendo de este modo Diego de Silva ser dueño de la isla,
resolvió esperar en ella los refuerzos que había de enviarle el Infante don
Enrique para terminar por completo su conquista.
Diego de Herrera, mientras tenían
lugar estos sucesos, conociendo la inferioridad de sus armas acudió en demanda
de auxilio y protección al rey de Castilla, y queriendo que su queja fuese más
eficaz envió a la Corte
a su hijo segundo Hernán Peraza. El rey pidió informe al arzobispo de Sevilla
don Alonso de Fonseca, quien lo evacuo en favor del solicitante y en su vista
se expidió en Plasencia una Real Cédula a 6 de abril de 1468 en la que se
declaraba: «Que movido de la sujeción e importunidad de los condes de Atouguía
y Villareal, próceres lusitanos, a que se añadía la extrema confusión y
discordia que a la sazón experimentaban sus reinos, había venido en conceder la
referida merced ignorando que las islas de Canaria, Palma y Tenerife
perteneciesen al señorío de doña Inés Peraza, pero que estando ya enterado de
todo, según convenía, anulaba y re- vocaba cualesquiera donaciones que hubiese
hecho a aquellos condes como obtenidas por el vicio de sorpresa, en fuerza de
lo cual mandaba que no usasen de semejante merced ni perturbasen en lo sucesivo
a Diego de Herrera o sus legítimas sucesores en la posesión de Las Canarias y
Mar Menor de Berbería, de que eran indisputablemente señores».
Por su parte, el joven Peraza,
que se había trasladado a Lisboa, procuraba interesar a favor de su familia al
rey de Portugal, aunque sin esperanzas de conseguirlo, cuando una feliz
casualidad vino a allanar todas las dificultades ya dar ala casa de Herrera una
victoria tan completa como decisiva. Parece que Diego de Silva tuvo ocasión de
ver y admirar a doña María de Ayala y sarmiento, hija de su adversario y
rendido por la her- mosura, gracia y discreción de su enemiga, decidió pedirla
por esposa concluyendo con esta alianza las disensiones entre castellanos y
portugueses.
Este enlace se verificó con licencia del rey de Portugal,
llevando doña María en dote cuatro dozavos de las rentas de Lanzarote y
Fuerteventura.
Con tal motivo, los que antes
eran irreconciliables adversarios se aliaron cordialmente y,
uniendo sus fuerzas, hicieron una
entrada en las vecinas costas de Berbería, donde es fama que recogieron un rico
botín en oro, plata, joyas y tapices, con gran número de carneros y caballos y
abundante cosecha de esclavos de ambos sexos que llevaron a Lanzarote y se
dividieron entre sí con gran contento y aplauso de todos.
Después de descansar algunos días
en el puerto de Naos salió de nuevo la flotilla aliada
con dirección a Tenerife,
suponiendo los expedicionarios que iban a encontrar allí tan fáciles triunfos
como en el continente. Habiendo fondeado en Añazu vieron al poco tiempo que la
playa se llenaba de numerosas cuadrillas de guanches dando agudos silbos y
blandiendo gruesos palos, señales inequívocas de la belicosa recepción que les aguardaba. Valiéndose entonces
Herrera de las mismas razones que había expuesto a los canarios, les convenció
de que su llegada no llevaba otro fin sino establecer un tráfico regular de
productos, para cuyas operaciones tenía necesidad de un almacén o casa donde
pudieran albergarse los encargados del negocio. La falta de experiencia y la
natural generosidad de los isleños les inclinó a acceder a estos ruegos y
vieron sin recelos ni desconfianzas fabricarse en la playa un fuerte o torreón,
que andando el tiempo se convirtió en fortaleza, pero cuya construcción quedó
sujeta a las bases siguientes: si algún español agraviase aun isleño, sería
entregado al mencey del distrito para su castigo; y si por el contrario fuese
el guanche el agresor, se le sometería al jefe del fuerte para ser juzgado
según las leyes españolas. Quedó de gobernador de la nueva factoría el joven
Fernán Peraza, con suficiente número de soldados e instrucciones reservadas para
dividir, si le era posible, a los nueve reyezuelos y valerse de sus rivalidades
a fin de influir en los negocios de la isla.
Dejáronle allí un barquichuelo para el servicio de la
guarnición que, caso necesario, pu-
diera llevar un aviso a La Gomera o al Hierro Con mayores esperanzas se
dirigió la es-
cuadrilla a Gran Canaria, deteniéndose frente a las playas
de Gáldar, poblado distrito y corte que era de sus guanartemes.
Echóse el ancla al abrigo de la
punta de Sardina, nombre que se supone le diera el jefe de las tropas lusitanas
que así se llamaba, y se ordenó el desembarcó de las tropas por dos sitios
diferentes, de los cuales el primero fue la playa de Agumastel o del Palmital,
donde no encontraron oposición,
internándose un poco los soldados hasta descubrir unas miserables chozas y
cuevas en las cuales se asegura que degollaron a ciertas mujeres y niños allí
escondidos; si bien algunos de nuestros cronistas afirman que ellas mismas se
dieron la muerte, dándosela antes a sus hijos, para no caer en manos de sus
enemigos. Siendo numerosa la población en aquella parte de la isla y temiendo
la columna verse de repente envuelta por los isleños, retrocedió prudentemente
y tornó a embarcarse.
El segundo cuerpo de tropas, acaudillado por el mismo Diego
de Silva y compuesto de doscientos soldados veteranos, tomó tierra por el punto
llamado luego Caleta de Vacas y, atravesando unos espesos matorrales, intentó
apoderarse del pueblo de Gáldar que era, por decirlo así, la capital de la
isla. Los canarios, que estaban ya en armas, cayeron en número de quinientos
sobre la columna enemiga, poniendo fuego al mismo tiempo al matorral que estaba
a su espalda y cortándole de este modo la retirada.
Guanache Semidán, que era
entonces el rey o guanarteme de Gran Canaria, poniéndose al frente de otra
numerosa cuadrilla acometió a los españoles por el costado alejándolos del mar
y separándolos de sus lanchas. Grave era la situación de Silva, cercado por tan
decididos y valientes guerreros que la presencia de su soberano enardecía, y
juzgando como prudente capitán que su salvación estaba en encontrar un sitio
donde atrincherarse y esperar, defendiéndose, los refuerzos que esperaba,
tendió con ansiedad la vista por la llanura y descubrió a poca distancia una
plazoleta circular de corta elevación defendida por un muro de piedra de dos
tapias de alto, con una entrada muy estrecha que penetraba en su recinto.
Hallábase este cerco o tagoror hacia el poniente del pueblo y servía de lugar
donde se administraba justicia y se reunía el consejo.
A este sitio, pues, bien
escogido; se fue acercando Silva llevando formado en cuadro sus soldados, que
se defendían briosamente de los isleños hasta que, cuando le pareció llegada la
ocasión, entró con ellos en el cerco y organizó allí una desesperada
resistencia que sólo tenía el inconveniente de no ofrecer otra ventaja que
retardar su rendición final, privados como estaban de agua y víveres y bajo un
sol abrasador que agotaba sus últimas fuerzas.
Difícil era que desde las naves
adivinasen el peligro en que se hallaba, y, aún más difícil, que pudiesen
enviarle oportunos refuerzos estando toda la tierra en armas; por tanto, toda
su esperanza se cifraba en una milagrosa intervención de la Providencia , a quien
acudían todos con votos y promesas.
Los canarios, teniendo por segura
la victoria no se opusieron a la entrada de los españoles y portugueses en el
cerco y se contentaron con tenerlos bloqueados, como si fueran ya sus
prisioneros, lanzándoles de vez en cuando alguna piedra o venablo.
Esta actitud, relativamente
pacífica, proporcionó a los atribulados expedicionarios un momento de descanso
que empleó su jefe, auxiliado por sus dos oficiales, Juan Mayor y Guillén
Castellano, en mantener entre ellos la disciplina y levantar su abatido
espíritu, dándoles unas esperanzas de que ellos mismos carecían. El tiempo
pasaba y era de temer que los isleños, dejando su premeditada inacción, tomaran
por asalto la plazoleta y concluyeran por no darles cuartel, ante cuya
extremidad se le ocurrió a Silva enviar una embajada al guanarteme,
prometiéndole solemnemente abandonar la isla y no volver jamás a ella si los
dejaba salir libres de tan angustiosa situación.
Al recibir este mensaje se
hallaba Guanache dispuesto a la clemencia por una mujer de su misma familia, que
hablaba el castellano y que había estado cautiva algún tiempo en Lanzarote,
asegurando nuestros cronistas que era cristiana.
La aventura a que va unido el
nombre de esta isleña se refiere de este modo.
Regresando Diegó de Herrera del
Hierro a Lanzarote, en uno de los muchos viajes que hacía para visitar sus
estados, se encontró una noche, llevado por el viento, sobre la costa norte de
Gran Canaria, llamada Lairaga y echando al agua una lancha con algunos soldados
se ocultaron estos en unos bosquecillos que llegaban hasta la playa, donde
aguardaron a que amaneciera esperando alguna buena captura. En efecto, a la
salida del sol, descubrieron tres mujeres vestidas de tamarcos y gamuzas que se
acercaban a la orilla con la visible intención de bañarse. La que parecía
mandar a las otras era una joven de dieciocho a veinte años, de gran gentileza
y hermosura, y las dos que la acompañaban, de más edad, se adivinaba que eran
damas a su servicio. Al verlas, los castellanos salieron de improviso
de su emboscada y las condujeron prisioneras a bordo, muy contentos de tan
valiosa presa. Interrogada la joven a presencia de Herrera, supo este con gran
satisfacción que la isleña era hija del guayre Aymedeyacoan, poderoso magnate
de Gáldar y que ella se llamaba Tenesoya Vidina, siendo su aya la más anciana
de sus compañeras y la otra su moza de servicio, que respondían respectivamente
a los nombres de Thasirga y Orchena.
Conducidas a Lanzarote fueron recibidas por doña Inés Peraza con mucho agasajo
y simpatía, especialmente la joven Tenesoya que, por su hermosura y elevado
rango, se vio desde luego distinguida y obsequiada de la colonia española. En
breve aprendió el idioma castellano, se la adoctrinó en los dogmas de la
religión, recibiendo el agua del bautismo con gran aplauso de sus favorecedores
que le pusieron por nombre Luisa. Esta joven casó en Lanzarote con Maciot de
Bethencourt, hijo de Arriete Perdomo y de Margarita de Béthencourt, parientes
del gobernador Maciot. Thasirga, que recibió en el bautismo el nombre de María,
deseando volver a su país fue desembarcada.fácilmente en Canaria en uno de los
muchos viajes que al cruzar el Archipiélago dirigían sobre esa isla.
Esa anciana, que conservaba
gratos recuerdos del cariño de los españoles, aconsejó al guanarteme la aceptación
de las proposiciones de Silva y se brindó a servir ella misma de mensajera e
intérprete en aquella ocasión solemne.
Obedeciendo el rey a la bondad de
su carácter, se presentó ante los atribulados castellanos con el deseó de
facilitarles la retirada, a pesar de la obstinación de sus vasallos que pedían
a gritos la muerte de los extranjeros. Vióse entonces realizar un hecho de que
pocos ejemplos nos cuentan las historias. El guanarteme ordenó a Silva
que se apoderase de su persona y
rescatase luego con su vida la de sus atribulados compañeros.
Ante tan inaudita oferta Silva
vaciló temiendo una emboscada, pero sabiendo cuán grande era la generosidad de
su adversario, hizo una rápida salida y lo recibió en sus brazos como única
esperanza de su salvación. Al observar los isleños tan inesperada sorpresa, se
precipitaron todos sobre la plazoleta
exclamando jaita, jaita, y no es dudoso que hubieran realizado su intento si
guanarteme, apareciendo por encima del. muro no les impusiera silencio
diciéndoles que nada temiesen por su vida, pues los soldados castellanos le
trataban con el mayor respeto, ofreciéndole la libertad con la sola condición
de que se les permitiese dejar la isla para no volver jamás a ella.
Con estas y otras palabras se
apaciguó el tumulto, se abandonaron las armas y los isleños, por orden de su
señor, acudieron al socorro de los españoles que caían inanimados de hambre y
sed.
A la mañana siguiente y estando
aún las carabelas a la vista, se hizo una señal convenida que fue el tiro de
dos arcabuces y, acompañados del generoso guanarteme y de sus principales
caudillos, se dirigieron los españoles a la playa bajando por una asperísima
cuesta cuyo estrecho sendero estaba suspendido sobre un horroroso .precipicio.
Al llegar a este sitio, creyó
Silva y sus soldados que el convenio había sido un engaño y que todos iban a
ser despeñados desde lo alto del acantilado al mar, como castigo de su
temeraria empresa; pero, adivinándolo el rey, tomó del brazo a Silva y,
ordenando a sus vasallos hicieran lo mismo con los demás, bajó con pie seguro a
la playa donde cari-ñosamente se despidió del noble portugués, sin lograr este
volver del asombro que semejante conducta le produjo.
Antes de embarcarse regaló Silva
al guanateme su espada y una capa de grana, obsequiando a los otros guerreros
con armas, escudos y rodelas que ellos tenían en mucha estima. Desde entonces
aquella famosa cuesta se llamó y se llamará eternamente la Cuesta de Silva, como
recuerdo imperecedero de tan insigne generosidad. (Agustín Millares Torres;
1977, t.II:118-21).
1469
abril 24.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago
Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.
“De don fray Martín de Roxas, décimo obispo
Paulo II, luego que admitió
la cesión del obispo don Diego, proveyó la mitra de la iglesia de Rubicón
en la persona de fray Martín de Roxas, monje
del monasterio de Santa María de Almedilla, del orden de San Jerónimo, en el
obispado de Segovia, a quien se despacharon las bulas, dadas en San
Pedro de Roma, con la misma fecha con que se
concedió al otro la pensión.
El nuevo electo dio sus poderes a
don Juan de Arguelles, presbítero de la
diócesis de Palencia, residente en Roma, para que a nombre suyo ofreciese a la cámara apostólica y sacro colegio de cardenales el servicio común de la iglesia rubicense, por razón de la provisión del obispado en su persona, que era de 33 florines y un tercio de oro de cámara, en que dicha iglesia estaba
tasada, además de los cinco minutos
servicios de costumbre. Así se ejecutó, el día 24 de abril de 1469.
Hace memoria
de esta elección de don fray Martín de Roxas a la mitra de nuestras islas, don Rodrigo de Herrera en su Memorial genealógico
de la casa de Ampudia, publicado en 1639. Hácela el P. Wadingo en sus Anales franciscanos. Hácela finalmente Argote de Molina en su Nobiliario,
asegurando que don fray Martín de Roxas era hijo de Hernán García de Herrera y doña Inés de Roxas; pero,
aunque este prelado tenía tan inmediato
parentesco con Diego de Herrera, entonces señor de las Canarias, como que era su tío, no quiso pasar a nuestra
iglesia, pensionada en la cuarta parte de sus frutos; y parece que fue
promovido a la de Zamora, como el mismo
Argote de Molina, citado de Gil
González Dávila, da a entender.” (José
de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 232 y ss.)
Luego bien de mañana salió toda
la gente, armas, artillería menuda o versecinos de bronce, caballos con sus
jinetes y demás pertrechos á tierra. Dijo en la playa la primera misa el Deán,
llamada de La Luz ,
á Nuestra Señora de Guía. El ánimo era pasar á Telde por tierra con las
compañías puestas á punto de guerra y que los navíos fuesen á Gando; hizo el
Deán una larga plática en orden á la reducción de los infieles, y que los
tratasen benignamente como hermanos, que á todos pareció bien; después se
siguió otra de Juan Rejón en orden á la buena milicia y al honor de buenos y
leales á los Reyes de Castilla y á Sus Altezas, y juraron todos hacer cada uno
su deber á fuer de buenos como les pertenecía, y dijeron amén. Marchó la playa
adelante primero los de á caballo, el bagaje y la milicia con las banderas
sueltas, sin haber visto gente, que parecía estar la Isla desierta, que á todos
maravilló; mas habiendo caminado cosa de media legua al Sur, camino de Telde,
trajeron los espías á un canario viejo que estaba mariscando; á todo cuanto le
preguntaban, así en lengua canaria como en castellano, callaba sin responder
palabra, y dijeron dónde habría agua dulce y luego señaló con la mano adelante
del camino donde la había, sin hablar, y viendo que á todo entendía pues
respondía por señas, se llegó á él uno de los de Lanzarote y dijo que guiase
adonde estaba el agua y que porqué no hablaba; el viejo respondió en ambas
lenguas, aunque el castellano mal formado; dijo las razones siguientes.
"Yo os entiendo muy bien lo
que decís y a lo que venís, y así lo noto; jOh, cuán porfiados sois! ¡No habéis
siempre nevado qué contar! ¡No os acordáis de la Torre de Gando! Pues no ha
tanto que pasó. Ahora venís muy pocos y sois gentes lucidas de buenas armas;
volvéos presto, tomad el consejo de hombre que ha visto muchas desdichas
vuestras; veis aquí cerca el agua en Geniguada (es un arroyo), no paséis de
este sitio en adelante; aquí tenéis vuestros pájaros blancos en que luego
podéis huir, no deis lugar á que en vosotros se ejecuten las crueldades que
nuestros Guadartemes siempre han ejecutado en vosotros. Sois provocadores,
amigos de grandes ruidos, tenéis allá tierras mayores, mucha gente, dejad la
nuestra pequeña y pobre; idos de aquí, no conseguiréis el fruto que pretendéis,
que los canarios hemos sido y seremos siempre victoriosos".
Fue este canario llevado ante el capitán Juan Rejón, é,
informado de lo que había dicho, le respondió al canario para que llevase á los
suyos y se fuese cuando quisiese. "Yo me holgara", dijo, "hallar
vivo á vuestro Reyezuelo Bentagoya, el que decís de T elde, y en campaña
veríamos quién busca á quién.
Yo os agradezco el buen consejo
que me habéis dado y sabed vosotros que no he menester más gente para pelear,
que yo la hubiera traído; vengo á daros la doctrina de la ley evangélica y á
que viváis como hombres y no como fieras, que es gran lástima, sin ley,
religión, doctrina; es la verdadera la de Dios Hombre, Jesús, nacido en Belén,
criado en Nazaret; es toda verdad y luz; vengo á conquistaros por bien, no á
haceros mal, la tierra será vuestra como lo es, sólo la sujección y dominio
será de los Reyes de Castilla; y así os tendremos por hermanos". Y al día
siguiente se fue el canario.
A poco más de una legua se halló
el arroyo de agua llamado Geniguada, que dijo el canario viejo; venía de un
valle arriba entre unas sierras, que desaguaba al mar dicho arroyuelo no muy
copioso ni de mala agua; el sitio era de muchas palmas, sauces, higueras y
otros árboles, todo ameno y deleitable; aquí se acordó hacer alto por algún
tiempo, pareciendo que este sitio sería enfermo, y por el peligroso paso para
ir á T elde, donde esperaba una emboscada de canarios, media legua adelante.
Salió de acuedo de los capitanes y demás caballeros hacer una Torre, que en
breve se hizo con diez tapiales y reparo para los caballos y enramadas cortando
palmas, dragos y otros árboles convenientes á tal fábrica, que importó muy
mucho para después, y hacer almacén; teniendo los navíos frontero se acordó que
quedando en el Puerto los dos más medianos, y se fuesen los demás á España
dando aviso de lo sucedido.
Causó mucha admiración á los
castellanos, siendo ya el cuarto día, sin haber venido sobre ellos los
canarios, porque siempre fueron repentinos y prontos en sus acometimientos;
decían unos, ó que por temor, ó acometerles descuidados, cuando el día 29 de
Junio á la tarde se fueron dejando venir hacia el Real, y descubriendo sobre la
loma en lo alto algunos 500 de pelea; traían los más recogido el cabello largo
alrededor de la cabeza y encima un capacete de cuero semejante á la cintura, á
modo de braguillas, tejidas de junco y palma la barba crecida hasta el pecho y
en punta, los brazos labrados á fuego hasta la sangradera llamábanse con unas bocinas de caracolas y
cuernos de cabrones largos y despuntados traían rodelas largas y ovadas, hechas
de drago, ajedrezadas de almagre, carbón y blanco espadas de palo recio,
montantes de palo jugados á dos manos, de acebuche y sabina, astas largas sin
hierro á la punta, aunque lisas y bien sacadas á fuego, dardillos de lo mismo
arrojados á mano como azagayas otros había sin cabello y barba, y los más mozos
con buenos y limpios guijarros en las manos para la ocasión. Acordóse luego que
algunas lanzas fuesen á alancearlos, lo cual se hizo buenamente por el valle
arriba siguiendo á unos é hiriendo á otros, de quien se recibía algún daño.
Volvían más espías avisando que
por la parte de hacia Gáldar se descubría más y más gente, que venían
juntándose á éstos, que eran los de T elde, y para obviar tanto inconveniente
acordó el C¡eneral que se fuese á ellos bien de madrugada y se les diese con la
luna Santiago. Llegada la hora y hecha la exhortación prometieron de hacer como
buenos, y el Deán Bermúdez siguió á caballo la escuadra era alto y animoso y
representaba su personal guiaron sobre el cerro, camino de la sierra sobre el
valle y hallaron asimismo á los canarios prevenidos en centinela, que bajaron á
nosotros empezaron buenamente las lanzas á herirlos por las faldas del valle, y
dieron con los ballesteros y arcabuceros, y se hallaron harto confusos los
enemigos llegaron al llano con arrogante furia y braveza, entráronse como
bárbaros por las armas de acero, que no daban lugar á jugarlas porque se
arrimaban á luchar y á desarmar señalábanse tres muy fuertes capitanes: el
caudillo de Telde, llamado Mananidra, ufano por las victorias contra los de
Herrera, otro muy agigantado, y el tercero dicen se llamaba Adargoma, hombre
mediano, mucha espalda y cabezal todos traían montantes de palos muy fuertes
entraron con tres cuadrillas algo apartados entre sí para cerrarnos en medio en
forma de arco volvieron las lanzas sobre ellos y retirólos del puesto con
presteza, volvieron todos con más esfuerzo acabando de bajar, nos apellidamos
"Castilla, Castilla á ellos, Santiago" y ellos se adelantaban unos á
otros diciendo "Faita, Faita', y trabóse por más de cuatro horas una
trabada y dificultosa batalla, que milagrosamente fue nuestra. Hechos un ala
todos de tropel se vinieron á nosotros; el capitán Rejón se fue á buscar á
Adargoma, porque con el palo hacía notable daño; estando ya cerca entró con el
caballo algo arrebatado, hirióle al bárbaro en el muslo con el hierro; aunque
no á su salvo, y en retorno le dió un revés con el montante sobre el anca del
caballo que se la partió; empezó á empinársele y quererle derribar; socorrióle
Alonso Jáimez ahuyentando infinitos bárbaros de á pie que le rodeaban. Sacó al
herido y enviólo al Real para curarlo; sale el de Telde á quitarlo á los
cristianos; trabóse otra más apretada escaramuza; viene sobre nosotros el medio
gigante con nueva gente y acierta una bala á darle en ambas piernas, porque era
enramada; comenzó la batalla á aflojar y más viendo los caballos, que fue su
total ruina en que todos los más fueron atropellados y todos
á una muy repentinamente huyeron
algo apartados de nosotros.
De allí á muy poco se descubrió
una buena escuadra de gente que les venía de socorro; los nuestros dieron
muestras de querer recibirlos, mas estaban todos sin alientos, desmayados, y
los caballos sin poder tenerse en pie, que es cierto fuera el último día
nuestro si nos acometen; juntáronse con los vecinos y platicaron sobre la
fuerza de los caballos; reconocieron éramos otra gente que la pasada y,
detenidos, fueron los nuestros á enterrar sus muertos y luego ellos á los suyos, con que en adelante quedaron tan
humanos, comedidos y escarmentados que fue admiración; hubo de los cristianos siete
muertos y veinte y seis heridos, y de los gentiles más de trescientos con otros
capitanes de fama, y heridos, lanceados y atropellados algunos sesenta; no se
atrevían á socorrer á ninguno de los suyos muerto ó herido, y siempre
procuraron defenderse y no ofendernos; muy humanamente fue curado el herido, y
sus amigos que venían á verle quedaban aficionados de los cristianos, y hechos
amigos, se venían otros al Real ofreciendo de bonísima gana de sus alimentos en
retorno de algunas cosillas de su menester como mucho hilo y otras de poca
importancia, menos armas.
Los castellanos acabaron su Torre, hicieron casas derribando
palmas para tablas y vigas; dejaron tres de grande altura, que después quedó la
una con otras pequeñas por memoria, y aquella servía de surgidero á las
embarcaciones y á los que pescaban á nasa.
Estaban todos muy contentos y con
tanta paz que parece estaba ya la
Isla conquistada, y en el Real asistían muchos canarios
bonísimos, afables y de buen trato y verdad, regocijados y bailadores con
destreza; á algunos de los cristianos no les agradaban por sozarranos y espías perdidos.” (Marín de Cubas [1694]
1993)
1470-1492. Montaña Quemada en la isla
canaria de Benahuare Se considera la
última erupción precolonial de nuestras islas, ya que tiene más de 500 años de
antigüedad.
Durante
años se pensó que las crónicas de Torriani correspondían a esta erupción, pero
la teoría ha sido refutada por dataciones posteriores. Sus coladas forman una
llamativa media luna, que se distingue mejor desde la cumbre del pico Birigoyo
o desde la pista forestal que recorre el borde de la Cumbre Nueva. Su
cono, en el borde de la carretera de acceso al Refugio del Pilar, ha sido
colonizado por la vegetación autóctona.
1470 junio 16.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago
Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.
“De don fray Tomás Serrano,
duodécimo obispo, dudoso
Como quiera
que fuese, es cosa admirable que nuestras sinodales y
cronistas, que nada supieron de don fray Martín de Roxas ni de
don fray Juan de Sanlúcar, tuviesen noticia puntual de don
fray Tomás Serrano, dominico, a quien cuentan por el inmediato
sucesor de don Diego de Illescas, con ser así que no se encuentran vestigios de
semejante obispo en ningún archivo del
Vaticano; que ningún bulario ni escritor del orden de predicadores hace memoria de él; que Fontana, en su Teatro
Dominicano, formando el catálogo de los
obispos que había dado su religión a las Canarias, aunque pone alguno que a la
verdad no vistió su hábito, no le
nombra; y de quien finalmente todo cuanto se dice está lleno de grandes dificultades.
Se asegura
que Paulo II, que
lo promovió, «lo detuvo en Roma para graves negocios de la Igle sia,
por ser tan docto y su persona tan importante». Pero
Paulo II, habiendo
dado la mitra rubicence en diciembre de 1470 a don fray Juan de Sanlúcar, murió de
repente el día 26 de junio del año siguiente, corto plazo para que se verificase
nueva renuncia, nueva vacante y nueva provisión. Por otra parte, Paulo II, de quien dice Platina que no estimaba los literatos,
no había de detener en Roma a aquel hombre docto, sabiendo que, por más importante que
fuese su persona, no lo sería tanto en Italia
como en la iglesia de Rubicón, a tiempo
que se trataba con más empeño de la conversión y reducción de sus
naturales; mayormente cuando, como supone
el mismo Ilustrísimo Murga, no había
admitido don fray Tomás Serrano
aquella dignidad sino para ayudar desde Lanzarote a tan gloriosa empresa.
Sin embargo,
como sólo tenemos argumentos negativos contra la opinión de
que este religioso ocupase la silla rubicense, durante la vacante que precedió al pontificado de don Juan de Frías, le daremos el correspondiente lugar en la serie de los
obispos.
Entre tanto había en aquella
catedral un famoso deán que, llevado de la
disciplina de su tiempo y de la
intrepidez de su corazón belicoso, había solicitado con ansia la última conquista de la Gran Canaria y
conseguido el puesto de asociado de don Juan Rejón en el modo de conducir la empresa.
Mis lectores quizá no han olvidado cómo don Juan Bermúdez, cuando
desembarcaron las tropas españolas en
aquella isla, año de 1478, celebró
la primera misa en sus playas; cómo hizo fabricar la primera iglesia de Santa Ana, hoy ermita de San Antonio
Abad, y cómo sus tristes disensiones
con el general de las armas fueron causa de la catástrofe de Pedro del
Algaba, de su propio destierro y de su
muerte.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 234 y ss.)
1470 diciembre 10.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago
Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.
“De don fray Juan de Sanlúcar,
undécimo obispo
Diole el mismo papa sucesor, el día 10 de diciembre de 1470, en la persona de fray Juan de Sanlúcar, religioso de San Francisco y vicario general de su orden en las Canarias. Consta
esta provisión del tomo XV de las bulas
de Paulo II, y
del volumen 83 de las obligaciones a la cámara
apostólica. También hace memoria de ella el padre
Wadingo en sus Anales.
Es verdad que
carecemos de toda especie de noticias ulteriores de este
prelado en nuestra diócesis; pero tampoco nos asisten razones para
creer qu, siendo en ella vicario general de las misiones y
teniendo entonces su orden tanto influjo en el gobierno
espiritual de las islas, dejase de ocupar algún tiempo la silla, que su
antecesor electo había renunciado.” (José de Viera y
Clavijo, 1987. T. 2: 232 y ss.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario