UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910
CAPITULO –XXXIII
Eduardo Pedro García Rodríguez
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Noviembre, 18
Temprano fui al encuadernador y
estaba terminando de encuadernar los plebiscitos
pero en tela y con unas cartulinas tan gruesas que no podían arrollarse. Se lo hice desbaratar y hacerlo en
piel violeta oscuro con el título en la
primera tapa en letras doradas grandes —PLEBISCITO— sobre fondo
rojo y quedó en entregarlo mañana.
Fui a ver a Pi y le conté lo ocurrido y quedamos en
que mañana se lo llevaría y se presentaría en el Congreso, si la Presidencia lo
permitía.
A las 2 fui a visitar al diputado Pogio Álvarez,
quien me recibió cariñosamente diciéndome que tenía ganas de conocerme y me
relató sus trabajos por La Palma, las ingratitudes y
por último sus deseos autonómicos para
el Archipiélago y representación para cada isla: «Pues ese es el plebiscito de las islas menores», le dije yo, «que se
presentará en las Cortes mañana: ¿tiene Ud. inconveniente en apoyarlo?». Me
dijo que no lo conocía; se lo mostré
y expliqué y me prometió su apoyo cuando se discutiera la proposición de ley especial para Canarias; y nos separamos
tan amigos y plebiscitarios,
ofreciéndonos mutuamente comunicarnos y gestionar la realización del
plebiscito. Creo que entró por mucho en su actitud el yo decirle que no me
explicaba que algunos palmeros pidieran dos distritos electorales para La Palma (deshaciéndole su coto
redondo) pues cada isla sólo necesita tener
representación en Cortes, no número que nada pesa en el Congreso.
Por la tarde fui a ver a don Benito y al obispo
pero no les encontré.
Por la noche vino a verme
Domínguez, a preguntarme qué había dicho Pi; le contesté que se
sostenía en lo dicho y que se había aplazado la presentación para mañana por la
cochinada del encuadernador; le conté la entrevista con Pogio, que estaba
dispuesto a formar con él en la retaguardia
(en la medida de sus fuerzas) y por último le rogué no faltara mañana al abrirse la sesión, ante el temor de que por
cualquier coincidencia se anticipara Pi y se encontrara el debate sólo
sostenido por éste; me lo prometió y nos
despedimos.
Por la tarde vi a Domingo Tejera, que me enseñó
todos los talleres del «Nuevo Mundo» y le
convidé a almorzar mañana.
Noviembre, 19
Hoy he tenido una tarde de emociones. Por la mañana
recogí el libro plebiscitario, que le
agradó mucho a Pi cuando se lo presenté y me dijo que si
podía no faltara a las tres a la tribuna para oír la presentación y el debate posible; se lo prometí y me dio
tarjetas para la tribuna 4a. Me encargó que le llevara el suelto copiado oficioso (así se llama) para
que los periódicos de la noche
publicaran la noticia.
Hace días que vengo buscando a Cánovas Cervantes,
pues no dispongo de ningún periódico en
Madrid, y hoy he sabido dónde vivía (Espartero 6). Fui a buscarlo y por
no encontrarlo le dejé escrito que lo esperaba
en el Congreso a las tres.
A la 1 y media almorcé con
Téjenla hasta que terminamos cerca de las tres. Fui escapado
al Congreso y cuando llegué a la tribuna estaba hablando el Sr. Arguelles de caciquismo.
A continuación pidió la palabra Pi para presentar el
plebiscito: lo que ocurrió no lo reproduzco
por constar literal en el Diario de Sesiones del Congreso, que uno a este libro. Pero sí expresaré las emociones que experimenté.
El Congreso tendría la mitad de sus representantes,
pero las tribunas estaban rebosando. Yo, que llegué casi al empezar la sesión,
no hallé asiento y tuve que oír de pie, si bien me puse en primera fila. La
emoción que experimenté fue profunda al ver
al prestigioso Pi exponer su proposición y me sorprendió que tan pronto
enseñara la cara Moróte oponiéndose, sin
pudor, al plebiscito; después, los dos gallos republicanos haciéndole sangre al lacayo leonino planteando valientemente
el problema de las islas desheredadas,
de la pobre cenicienta majorera.
Entre mi emoción y el rumor de las tribunas y
las risas que producían los picotazos de
Lerroux, apenas oía la discusión; la voz de Moróte era la menos perceptible; parece que gemía (es su timbre
natural afónico); a Pi le oía más claro pero no
mucho por los rumores; pero Lerroux era un pito. El Presidente
llamó por dos o tres veces al orden a Moróte entre el aplauso y las risas de las tribunas: pude observar que Moróte
es antipático a este público; todos
los que me han hablado de él lo han hecho en sentido despectivo,
tratándolo de traidor y vividor.
No sé qué hubiera dado en aquel
momento por haber tenido voz en el Congreso y poder terciar en la
discusión... Domínguez Alfonso, que yo me
desojaba buscándolo, no resultó por ninguna parte. Después lo hallé en el Salón de Conferencias y me dijo que estaba en
Las Salesas y que ex profeso no había querido asistir para si hablaban
Matos o Moróte dejarles para en todo tiempo combatirlos. No me satisfizo
plenamente la explicación, pero la acepté
por no haber otra. Más tarde me explicó su táctica y me dijo que le
interesaba constara en el Diario de Sesiones las palabras suicidas de Moróte y
para evitar que en la rectificación las modificara no había querido intervenir.
A la salida de Pi y de Lerroux
del Salón de Conferencias, les felicité efusivamente y les di las gracias en nombre de las islas menores.
Fui en el acto a telegrafiar y puse dos partes,
uno a Ramírez Vega de Lanzarote y otro a
Sebastián en Puerto Cabras que decían: «Pi presentó Congreso sesión hoy plebiscito, apoyándolo
elocuentemente. Combatió Moróte plebiscito negando islas menores
derecho distritos. Pi, Lerroux combatieron
valientemente. Enhorabuena amigos. Velázquez».
Al terminar la refriega se
presentó Cánovas Cervantes que vista mi carta me andaba buscando. Charlamos toda la tarde y nos citamos para
el siguiente día.
Se me olvidaba el detalle, que
desde el día anterior me había pedido Pi, lo que se
llama la nota oficiosa para dársela a la prensa; así lo hice y desde las 6 estaba en las redacciones de los
periódicos y por la noche salió en El
Mundo y España Nueva; no la vi en La Correspondencia ni en El Heraldo; no sé
en qué otros periódicos saldría. También la uno a continuación.
Lo esencial de este día está descrito y lo consigno
como uno de los mayores de mi vida. Doy por bien empleados la
atención y sacrificios que me ha costado la idea
plebiscitaria. He llevado a la faz de la Nación un problema desconocido, que todos
reconocen ser de justicia y equidad. Por lo que vi en Romanones, en Moret, Pi,
etcétera, ya no está planteado el problema
canario sobre las dos bases de
Tenerife, Gran Canaria sino sobre la
triple de Tenerife, Gran Canaria e islas menores, con la gran diferencia de que a las dos primeras las califican de
egoístas y a las últimas de explotadas y preteridas. Ya tienen nombre
las islas menores ante la
Nación y nombre simpático.
A mí me llaman en el
Congreso y me presentan unos a otros con el nombre del «el diputado de las
islas menores de Canarias»; yo me río y les contesto que mi esfuerzo no se dirige a ello sino a poner al frente de
las islas a un hombre de prestigio capaz de hacer frente a los políticos
de las mayores. El conde de Torrepando, a
quien me presentaron, aplaudió mi obra
y ofreció coadyuvar a ella.
Caso raro y apenas sospechado por mí: fue rara la
persona que me hablara de León y Castillo en el problema canario, si se
exceptúa a Ángel Guerra y otros muy allegados. Las contadas veces que he
hablado de este caballero he dicho (dándole poca importancia a la conversación)
que no merece la pena de perder el tiempo, ocuparse de contemporáneos de Ríos Rosas y González Brabo. Insisto en creer que el
plebiscito ha sido la puntilla de
León y Castillo. ¡Buen día!
Noviembre, 20
Hoy domingo no ha habido Congreso ni visitas; pero
aproveché el tiempo para sobrecartar con tres amigos 200 plebiscitos para los
diputados de más nombre del Congreso.
Quedé ayer con Pi en que
mañana, lunes, me presentaría a Canalejas y le llevaría
los plebiscitos al Congreso para mandarlos repartir.
Noviembre, 21
Hoy he tenido una contrariedad.
Me dijo Pi en el Congreso que Canalejas sale esta noche para
Sevilla con el Rey a ponerle una corbata a no
sé qué bandera y no regresará antes del jueves.
Esto me ha contrariado
sobremanera porque después de la conferencia con
Canalejas pensaba yo salir para Cádiz pasado mañana 23 para estar el 24 en
Tarancon y 25 y 26 en Cádiz estudiando salinas.
Me aconsejó Pi que aplazara mi
viaje a Canarias al correo del 2 de diciembre y veo la necesidad de hacerlo así
pues no se debe dejar planteada la
cuestión en el terreno en que se encuentra, sólo defendida por los republicanos y socialistas: perdería su verdadero
carácter nacional para ser solamente político y
esto sería una falta imperdonable en mí, que comprometería en lo futuro el éxito de las aspiraciones de aquellas
islas. Así lo reconoció el magnánimo Pi y me
aconsejó, repito, aplazar mi viaje; así lo haré, yendo a pasar estos días en
Tarancon con los amigos, hasta el jueves.
No quiero dejar de describir las
salidas de Canalejas del Congreso: no puede imaginarse una abyección
ni un servilismo igual al de este pueblo podrido: los gobernadores, delegados
generales, presidentes de diputaciones,
etcétera, que en provincias espantan con su actitud olímpica, a la salida del jefe del Gobierno lo rodean, lo
aclaman con los sombreros y chisteras en alto gritándole ¡Bravo!
¡Magistral! ¡Estupendo!, arrastrándose por los suelos como babosas... ¡Cuánto
asco!
Entregué a Pi las cartas
plebiscitarias, que en el acto quedaron repartiéndose.
Aún no sé el efecto que producirán, por más que Pi cree que será grande.
Hoy
he comunicado a Pi y a Lerroux el telegrama que recibí de Ramírez Vega felicitándoles por su acto del 19. Me
dijeron que también ellos habían
recibido telegramas de Arrecife en igual sentido, que agradecían y que estaban dispuestos a seguir la campaña, pero que
no habían recibido ninguno de
Fuerteventura] lo disculpé diciendo que el
Centro estaba en Antigua y no habían recibido el telegrama. Veremos
cuándo lo hacen.
Hoy me encontré a Moróte en los
pasillos del Congreso. Me saludó cohibido y
no hablamos una palabra de política; lugares comunes y despedirnos.
Noviembre, 22
Hoy fui a ver a Vadillo, que no
encontré. Recibí carta de la familia. Me mudé del Hotel Metropole al Hotel La Parisién, Montera 14, por
la mala habitación que tenía y las 10 pesetas diarias y a
las 5 y media tomé el tren para Tarancón.
Noviembre, 22, 23 y 24
Estos dos días y medio los pasé
en Tarancón, en casa de Antonio Navarro y Cortés; me colmaron de
obsequios; tanto él como sus cuñados Isidro,
Ciro y Benjamín. Tiene Antonio dos chicos hermosísimos y una niña muy linda. Su mujer parece muy buena señora.
El día que me vine fui a visitar
la iglesia, que tiene un retablo artístico antiguo de bastante mérito. Conocí
al cura que me resultó muy simpático, enseñándome no sólo la iglesia sino
hasta el último rincón de su casa. Se llama don
Hilario Cabañero. Los cuñados de Antonio fueron a despedirme a la estación.
En Tarancón visité las bodegas de los señores
Domínguez Muñoz (cuñados de Antonio, que son
cosecheros y comerciantes en vinos y cereales); son cuevas espaciosas y
depósitos de cereales amplios y elevados; los
vinos riquísimos, pero sobre todo un cognac delicioso.
Hay que mandarles a estos amigos un par de
racimos de plátanos.
Noviembre, 25
He ido por la mañana a ver a Pi y ponderarle la
necesidad de mi conferencia con Canalejas;
quedamos en vernos a las 4 en el Congreso.
A la hora marcada nos vimos y me
dijo que ya habia hablado con Canalejas que le dijo que
conferenciaría conmigo a la salida de la sesión. Esta fue a las 6 con el enjambre de babosas de siempre. Separé a los más
importunos y le dije: «Sr.
Presidente, soy la persona de quien le ha hablado el Sr. Pi y deseo que Ud. me reciba». «Vaya Ud. a la Secretaría de Ministros
y allí hablaremos», me dijo. Cuando
llegó Pi ya había tenido yo este exabrupto y me acompañó a la
Secretaría que contenía más de 50 personas (sin exagerar);
eran en su casi totalidad una comisión de Valencia que venía a gestionar unos
derechos arancelarios sobre las naranjas y estaba formada por los principales financieros de la región, presidentes
de la Cámara
de Comercio, Agrícola, etcétera. Los
oyó de pie y conversó con muchos. Cuando terminó, Pi, que estaba conmigo, se aproximó y le dijo que
yo esperaba: me llevó a un ángulo del salón y se sentó en un sillón y Pi
y yo por cada lado.
CONFERENCIA CON CANALEJAS
Canalejas: ¿Viene Ud. de Canarias?
Yo: Sí señor. En nombre de las
islas menores a presentar al Congreso un plebiscito, que ya lo ha hecho el 19
el Sr. Pi, en el cual aquellas islas formulan sus aspiraciones. No he querido tornar sin cumplir la orden
de hablar con VE. para que las
tutele. Ya tiene VE. un ejemplar enviado por la Comisión organizadora de Las Palmas.
C.: Nada de VE. Pero piden ustedes mucho, un
diputado para cada isla.
Yo: Pedimos lo que creemos
absolutamente necesario y crucial para cada isla. Vida política, tan necesaria
a la isla como la jurídica al individuo.
C.: Pero ustedes tienen diputados con las islas
mayores.
Yo: Ahí está el error. En un
siglo que llevamos de sistema representativo no
hemos tenido un diputado: en el plebiscito se explica con :oda claridad este fenómeno, que no puede ser más
lógico dentro de la naturaleza humana.
C.:
Pero hay islas que no tienen sino 8.000 almas.
Yo: Y menos, 6.000, pero
deben tener un diputado como una proposicion de 50.000 porque nosotros entendemos que el artículo 27 de la Constitución, al decir por lo menos un diputado fija
el mínimum de representantes de una
región, no el máximum que depende de las necesidades de cada una.
C.: Conforme con la letra de la Constitución; pero
entonces llegaríamos a un número
indefinido de representantes.
Yo: De ningún modo: sólo los
necesarios; si se ha de cumplir el espíritu y la letra de la
Constitución, una población de 200.000 almas debe tener
sólo 4 diputados para cumplir con la Constitución en cuanto al número; pero, en
rigor, tiene con uno porque los intereses de sus municipios no pueden estar en oposición consigo mismo. Al
paso que una región de 3 4, 5 o 6.000 almas, cuyos intereses sean
distintos, y con más razón si sor. opuestos (como pasa en toda región insular,
principalmente en Canarias, por su situación
geográfica) requiere un representante que defienda e la Nación aquellos intereses, so pena de quedar
representados por sus enemigos, que
es precisamente de lo que nos quejamos las islas menores
C.:
(Se encogió de hombros) Parece que Ud. tiene razón Pero ¿y cómo sería recibida en las islas mayores una
solución en ese sentido' Porque yo
lo que deseo es una solución armónica que me quite de encima el problema canario, sin las amenazas de alteraciones
de orden público de que siempre echan mano.
Yo: Entendemos que el
plebiscito no solamente es lo más justo y equitativo, sino además la única solución armónica que puede darse a
aquel Archipiélago, como lo reconocen
los intelectuales de todas las islas. El Sr. Pi ha visto una carta del primer
prestigio intelectual y político de Canarias, don Juan de León y Castillo, que reconoce que es la verdadera solución
del problema canario, con la
circunstancia de ser práctica (asentimiento de cabeza de Pi).
Naturalmente que de pronto no les agradaría la solución a las islas mayores porque verían defraudadas sus
aspiraciones egoístas; pero caerían
pronto en la cuenta de que iban ambas ganando: Tenerife, el reconocimiento
definitivo de la unidad y de su capitalidad provincial y Gran Canaria, su vida
independiente administrativamente, que es a lo que aspiran sus intelectuales.
C.: La cosa es para estudiarla con algún detenimiento.
Yo: Ese es todo nuestro
deseo, que Ud. estudie el plebiscito y tutele nuestras
peticiones, si las cree justas; como pasa con nuestro contingente provincial, que lo pagamos para tener cerrados
nuestros hospitales en Lanzarote y
Fuerteventura y los enfermos no pueden ir a Las Palmas o a Santa Cruz. En Fuerteventura, hace diez años, se
construyó un hospital con un legado
de un hijo ilustre por el que tuvimos que librar una batalla como diputado provincial, porque estaba en láminas
y un político se aprovechaba los intereses y gracias al número que
ocupaba en la Diputación,
tuvieron que soltar la presa y se construyó
el hospital. Pero hace diez años que
está cerrado porque la
Diputación no lo subvenciona con un céntimo y así de lo demás.
C.: (Como preocupado) León y
Castillo me ha hablado con interés, en
estos últimos días, que desea tener conmigo una conferencia sobre Canarias.
Yo: No espere que apoye el plebiscito.
C.: ¿Por qué?
Yo: Porque bien claro lo demostró
su diputado, el Sr, Moróte, el 19, cuando fue
el único que se levantó en la cámara a impugnarlo a los mismos que
representaba: buen testigo es el Sr. Pi y el Sr. Lerroux que tuvieron que defenderlo (asentimiento de Pi). Además, el Sr. León
y Castillo no puede estar conforme con otra innovación que no sea la división
provincial, que todas las demás islas detestan porque es lo que
les augura la permanencia del estado de cosas actual, que es lo que le
conviene. Debo hacer presente a Ud., además, que yo no vengo representando a un
partido político. Mi representación, en este momento, es de las cuatro islas
menores en masa, con sus intelectuales y
autoridades, sin distinción de colores políticos, como se demuestra con
el plebiscito que obra presentado en el Congreso; y en nombre de esa representación, sólo pido que se estudien los hechos
oficiales y estadísticos que se consignan en el plebiscito; y espero
que Ud. me diga qué contestación les doy a las cuatro islas cuando llegue a
Canarias.
C.: Puede decirles que yo
estudiaré sus peticiones con todo detenimiento
y veré la justicia de las mismas. Y se tendrán en cuenta cuando se resuelva el problema canario inclinándome siempre
a una solución armónica. Porque el que
gobierna no hace siempre lo que debe ni lo que quiere, sino
lo que puede.
Creí con esto y con el
silencio que siguió después que daba por terminada la conferencia y, poniéndome de pie, le di las gracias y le
reiteré que esperábamos que nos tutelara
pues nuestros diputados eran nuestros primeros y
mayores enemigos.
Cuando salimos me dijo Pi: «No puede Ud. quejarse de
la conferencia con Canalejas pues un presidente del Consejo no
puede decir más. Si Ud. se va para Cananas,
me deja aquí de procurador para lo que se le ofrezca». «Gracias», le respondí,
«pero Ud. no será en Madrid nuestro procurador sino nuestro abogado y
director. Debemos a Ud. mucho para darle órdenes. Sólo aspiramos a que nos dé Ud. sus consejos y nos dirija.
Dispone Ud. de nuestra confianza absoluta y sólo esperamos que nos pida los
datos que necesite para la defensa
que haya de hacer para yo mandárselos».
He puesto en forma de diálogo mi
conferencia con Canalejas procurando
recordar con la mayor exactitud posible todos los puntos que tratamos para evitar olvidar esta conferencia tan
importante. Algo más me dijo pero lo escrito son los
puntos fundamentales que se trataron.
Realizada esta
conferencia, decidí tomar el tren el 26 para embarcar el 27 en Cádiz en el
«Barcelona», prescindiendo de ver las salinas de Cádiz. Por la noche fui a «Mesón Doré» a despedirme de Cánovas
Cervantes para recomendarle tratara en su
periódico y defendiera el plebiscito: no lo encontré y le dejé una carta. Vi en otra mesa a Rodrigo Sonano con
cuatro señores más. Me dirigí a él rogándole me concediera un minuto, insistió
en que me sentara con ellos y lo
hice, exponiéndoles el motivo de mi viaje a Madrid, que
oyó imperturbable. Los otros eran tres diputados catalanes y un redactor de «España Nueva». Los diputados
catalanes, sabiendo que me apoyaban
Lerroux y Corommas, se pusieron también a mi disposición. Soriano dijo, secamente, que estudiaría el
plebiscito y lo apoyaría; estando a pesar de su sequedad muy fino conmigo.
Todos me dieron su tarjeta y se llaman:
don Ramón Maynar, don Joaquín Llobet, don Rodrigo Soriano, Barrocha Aldamoro, don Santiago Rodoreda Jorba,
Manuel de la Torre.
Charlamos algo de la
política de Canarias y nos despedimos con ofrecimientos
recíprocos.
Noviembre, 26
He tenido que aplazar el viaje para el «Conde
Wilfredo» que sale de Cádiz el 2 de diciembre. La
razón de esto es que desde principios del corriente se
me presentó consternado Esteban Péñate, el hijo de Rafael, a decirme que se había hecho un gabán, que le venía
sin falta el dinero el 14 pero que le habían pasado la cuenta y si no la pagaba
se lo quitaban, etcétera. Fui débil y le entregué las 125 pesetas hasta
el 14 y... ese 14 aún no ha llegado. Con
ese dinero y el que me queda tendría para llegar cómodamente a Canarias y por
mi debilidad no puedo hacerlo. Tendré que telegrafiar a Las Palmas para
que me manden dinero. ¡Lección que no debe olvidarse!
Por la tarde estuve en el
Congreso y charlé largamente con Domínguez Alfonso, Pérez Díaz, que acababa de llegar de La Palma, Félix Benítez y el conde
de Torrepando. No merece la pena extractar lo que hablamos.
Salí con Pérez Díaz y me habló
con gran desprecio de Pedro Pogio ponderándome
los grandes recibimientos que le hicieron a él en La Palma y lo enconados que
están contra Pogio los palmeros.
Entrevi en el acto sus
miras, que ya sospechaba; como pienso de distinta manera que él en cuestión de
representación insular, pero como nada
saldría ganando, sino un enemigo, no lo contrarié; sólo sí le dije que, en la
forma que fuera, La Palma
debe hacer suyo el plebiscito, con lo que sería imposible la lucha entre las islas grandes.
Fuimos al Ateneo y allí vimos a
Moret con quien hablé un rato pidiéndole ordenar para Canarias y contándole la
conferencia con Canalejas. Me repitió que el plebiscito eran
sus doctrinas y que la isla que no tuviera diputado
propio quedaría anulada; y que defendería esa teoría en todas partes.
Estaban presentes don Amón Salvador y Hurtado, mi antiguo catedrático con quien recordé mi época de estudios.
Noviembre, 27
Por invitación (10 pesetas) que me hicieron Ángel
Guerra, Lara y J. Alonso asistí al banquete
que todos los canarios dieron a Ricardo Ruiz Benítez con motivo de la declaración de hijo adoptivo de La Palma; llegué tarde
y me senté en un extremo de la mesa; frente tenía a Pérez del Toro, Rogelio y Penedo; al entrar se levantaron a
saludarme Domínguez Alfonso, Madan,
Rosendo Ramos, Pogio y no hay que decir que el festejado y otros más. No asistieron don Fernando Belazcoam,
Quesada, Moróte y no sé cuáles otros
pero mandaron sus adhesiones.
Yo estaba temiendo (y todos
conmigo) que se armara una marimorena en los brindis por estar
representadas todas las islas que sostienen el pleito que está pendiente de
fallo y con los ánimos enconados. El hijo de Domínguez
leyó unos versos ocurrentes y Ruiz Benítez brindó dando las gracias pero después se metió en el turismo
canario. En esto me llama un caballero urgente del Café (Formes) y
aunque dije que me aguardara me contestaron
que tenía prisa. Tuve que bajar disculpándome antes con el agraciado: era Gutiérrez Brito para leerme los
telegramas de la interview que tenía que telegrafiar en el acto a «La Mañana». Cuando subí estaba
hablando Pogio de turismo; y se terminó el banquete.
Como
domingo no hubo nada que hacer.
Se me olvidaba consignar que el
sábado 26 fui por la mañana a visitar al
señor Zulueta con la carta de Cor ominas; es un señor muy grave con quien hablé largamente sobre el plebiscito y
enterado me dijo que opinaba en todo
conmigo; que está además enterado por el Sr. Corominas; que
estaba además decidido que un diputado de la agrupación interviniera en el
debate defendiendo a las islas menores y que ya estaba designado para ello el Sr. Salvabella que, aunque joven,
era un hombre de valer y quedó en presentármelo por la tarde en el
Congreso.
A
las cinco, en el Salón de Conferencias del Congreso, tuve otra larga entrevista
con el Sr. Zulueta y me dijo que su agrupación le había reservado a él las cuestiones financieras; que después de mi entrevista habían modificado el plan trazado para apoyar el
plebiscito, mejorándolo, agregando el Sr. Carner a Salvabella; para que fueran
dos a la batalla, para que, fuera en el momento que fuese, hubiera
siempre un nacionalista catalán
defendiendo a las islas menores de Cananas; no pude menos de agradecerle este interés y reiterarle nuestro
reconocimiento por su agrupación que fue la primera en abrirnos los
brazos. Ponderé la hermosa cuestión
jurídico-política-constituyente que se les presentaba a los señores Salvabella y Carner. El hombre se entusiasmó y me
dijo que si el Congreso no servía para tratar esa cuestión debía
cerrarse, por no servir para ninguna otra. Quise que me presentara a nuestros
defensores pero no pudo ser por estar en el salón de sesiones sosteniendo una
discusión. Y quedamos en que Pi dirigiría la
defensa y repartiría los turnos y yo daría los datos que me pidieran.
¡Si me parece un sueño!
Diputados que defienden hoy a la miserable cenicienta: Pi, Lerroux, Salvabella
y Carner. Políticos que la apoyan: Moret,
Vadillo y conde de Torrepando. Que prometen estudiar la cuestión: Canalejas,
Romanones. Veremos en qué para todo esto.
Noviembre, 28
Hoy, contristado por un
telegrama que he visto en «El Heraldo» sobre la miseria
de Fuerteventura, he ido a visitar al obispo y me ofrecí a ejecutar sus indicaciones en cualquier gestión
que se le ocurriera utilizarme. Su recibimiento no pudo ser más cariñoso
pero insistió en que era inútil todo lo que hiciéramos, pues ya había dado
repetidos pasos en balde; me agregó que él
quedaría en Madrid atento a las caridades que pudiera recabar para Fuerteventura y nos despedimos dándome
recuerdos para los amigos canarios
Vega, Pepe Rodríguez y Pablo.
Por la tarde fui al Congreso y
llamé a Vadillo y le dije que sentía marcharme para Canarias sin ver al Sr. Maura; no porque entendiera que
él nos fuera a resolver la cuestión sino porque tendría que decir en
Canarias
que
un jefe de un partido monárquico se había negado a oír la aspiración se un grupo importante de las islas canarias con lo
cual nos arrojaba en los brazos republicanos que con tanto cariño nos habían
recibido; con lo que hacía de una
cuestión nacional una cuestión política, lo contrario a nuestros deseos.
Mi mensaje surtió efecto pues me declaró que Maura
le había dicho que no me había querido
recibir por no verse obligado a hacer declaraciones que después no
pudiera cumplir al frente del Gobierno. «Precisamente eso es lo que lamento
tener que decir», le dije, «que un gubernamental
monárquico cierre las puertas a una región echándola en brazos de los republicanos sólo por salvar un prestigio
remoto de jefatura, que en nada le
afecta, en definitiva». «¡Pero si él no se opone a lo que pide el plebiscito!
Lo que hace es no ligarse hoy a compromisos». «Ni las islas se lo piden», le dije yo: «Lo que queremos es saber su
opinión; sea favorable o contraria, saberla porque nos resulta vejatorio
que una persona de su talla se haya negado a oírnos con las consecuencias que
esto puede traer en las presentes
circunstancias». «Nada de eso», me dijo: «Puedo asegurarle que don
Antonio no es refractario al plebiscito; como también que no ha visto la
cuestión desde el punto de Ud., que reconozco tiene razón. Yo hablaré con él detenidamente, ya que Ud. dice que marcha
mañana, y le expondré sus temores y
tengo la seguridad de que estudiará y dará a Ud. su opinión». «Es tarde para saberla en Madrid, pues
marcho mañana sin falta. Sólo sí
deseo le haga Ud. presente mis sentimientos y Ud. se servirá decirme lo
que él piense». Así me lo prometió y nos despedimos.
Con los antecedentes que yo tenía por Domínguez
Alfonso y sus amistades con León creo que
su propósito fue no hacer caso del plebiscito (como le aconsejó Matos).
Por eso le metí el tarugo del republicanismo. Nada se conseguirá, pero bueno es
que lo sepa. A Vadillo le sentó como una
cantárida.
Poco después de separarme de Vadillo topé,
casualmente, con Moróte, quien se dirigió a
mí muy afectuoso y me dijo: «Ya he sabido que tuvo Ud. una
larga conferencia con Canalejas. Don Fernando también la tuvo». «Lo celebro», le dije y le dejé el terreno
bien preparado: «Yo también he estado
hablando con Canalejas y le he dicho», me dijo, «que lo que piden ustedes en el plebiscito es muy justo y debe
concedérseles». Me sorprendió esta despreocupación y sonriendo le dije:
«Celebro su nueva manera de pensar y
más que persistiera en ella». Y nos despedimos. Consigno este hecho porque creo que es el mejor retrato
de la figura moral de Moróte.
Por la noche me despedí en
«Maison Doré» de Cánovas Cervantes reiterándome sus ofrecimientos
personales de «El Mundo». Dudo mucho de esta
persona.
Noviembre, 29
Por la mañana fui a
despedirme de Asunción y los Zappino. Pase la tarde en el Salón de Conferencias del Congreso, charlando con
Domínguez Alfonso, Pérez Díaz y Félix
-Benítez. El primero quería acompañarme a la estación; le rogué que no lo hiciera pues me perjudicaba; el tercero
rr.e habló de un proyecto de subvención a Fuerteventura de 500.000 pesetas para fomentar el cultivo del algodón; que lo
apoyarían políticos imponar.-tes; quedamos
en estudiar tal proyecto.
Me despedí de Pi en la
forma más cordial, quedando en avisar de cualquier incidencia que tuviera la
misión quedada a su cargo Le expuse
mi última conferencia con Zulueta y la
intervención de Salvatelia y Carner: recordándole
lo convenido en que él dirigiría el debate, pidiéndome todos los datos que estimara necesarios.
Salí del Congreso a las 7 con
Pérez Díaz (antes me despedí de Pogio que se
disculpó, con grandes extremos, de no haberme visitado pero prometiéndome su
apoyo al plebiscito).
Me llamó la atención su charla porque la mayor
parte de ella versó sobre el plebrscito.
«Todo es obra suya», me dijo. «De ningún modo», le contesté: «Es la manifestación unánime de las
cuatro islas menores, con todos sus
intelectuales y autoridades». «Lo creo, pero Ud. fue quien ha con-densado esas aspiraciones y ha producido el
movimiento». «No niego que alguna participación haya tenido en ello», le dije,
«pero eso no le quita importancia a la cosa». «Todo es obra de Velázquez: me
consta», dijo Pérez Díaz, «lo
sabía», dijo Torrepando: «Y a propósito, por Maura sé que el problema canario no se tratará en esta legislatura y
es probable que ni en la entrante y si Canalejas puede la abordará ad
calendas grecas. Del plebiscito sé que a Maura no le son antipáticas las
teorías que sienta ni la autonomía que pide
y cree que sea una solución al problema canario». «¿Podemos contar con Ud.,
señor conde, para defenderlo?, le dije. «Con todo gusto pero yo ahora no soy nada». «Ud. siempre es el mismo y
si mañana tuviéramos representación, nadie mejor que Ud. para representarnos en
la Alta Cámara», le dije. Pérez Díaz asintió con entusiasmo.
Al viejo le agradó y agregó: «Sé que Maura no lo combatirá. Se hará lo
que se pueda pero Ud. debería venir de
diputado de las islas menores porque Ud. es el Deus ex machina de todo este tinglado plebiscitario y no habrá
quien lo defienda como Ud.». «Mi
misión concluye», le respondí, «con dejar sembrada la semilla. Ustedes son los encargados de recoger la cosecha».
Esta fue, en síntesis, nuestra
conversación que me hizo sospechar que mi
conferencia con Vadillo de ayer se había transmitido y hecho efecto, porque
Torrepando es visita diaria de Maura. Si no es verdad, lo parece. Se despidió con ofrecimientos muy cordiales y nos
separamos.
Pérez Díaz se despidió en
la Puerta del Sol y yo fui a Montera, 14, donde me
esperaba Pedro Zappico, pagué, tomé la maleta y un coche (cenamos deprisa) le despedí a él y a Gutiérrez
Brito en la Puerta del Sol y a escape
llegué a las 8 y veinte a la estación donde apenas tuve tiempo de tomar el billete y meterme en el tren. (Manuel Velásquez Cabrera: 73 y ss.)
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