UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO-V
Eduardo Pedro Garcia Rodríguez
1911 Noviembre 15.
En la historia
del Archipiélago hay pocos sucesos que sinteticen y condensen, bien a las
claras, lo que fue toda una época. Lo que ocurrió a las cuatro y cinco minutos
de la tarde del 15 de noviembre de 1911 en el barrio de Arenales de la capital
grancanaria. Quede considerarse un acontecimiento singular, una coyuntura muy
concreta; pero que pone en cuestión, de manera poderosa, la estructura caciquil
de un régimen político, el de la Restauración en Canarias, cuyos cimientos
acabarían desmoronándose por el imperativo de la realidad social. No es que los
hechos que vamos a analizar provocaran reacciones en cadena que cambiaran las
cosas; nada más lejos de la realidad: los obreros se replegaron; no se
exigieron las responsabilidades con la contundencia necesaria; las fuerzas del
republicanismo se perdieron en sus propias contradicciones y los caciques de siempre
permanecieron en sus puestos. Pero fue un aviso del despertar de la clase
obrera canaria que escribiría sus páginas más gloriosas en la década de los
años 30.
Los
protagonistas principales de la historia son fácilmente identificables: un
alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Felipe Massieu y Falcón, que quiere
ganar 1as elecciones por goleada, incluso con apaños y componendas ilegales; un
delegado del Gobierno
que es cómplice
de las ansias de poder del alcalde; una guardia civil y una guardia municipal
que están al servicio del poder oligárquico y caciquil; una oposición
republicana-federal y disidente liberal que quiere tener presencia, aunque
exigua, en las instituciones locales y que está dispuesta a usar todas las
armas legales para que no se
repita el
falseamiento de la voluntad popular; unos obreros de La Isleta que confían
ciegamente en sus dirigentes federales, que adoran a su líder Franchy y Roca y
que no están dispuestos a permitir más apaños electorales. Éstos son los
actores. El lugar: la entrada de un colegio electoral en el barrio obrero de
Arenales. El motivo de la matanza: una piedra que cae a los pies del jefe del
destacamento de la
Guardia Civil. El resultado:
seis obreros
muertos por las descargas de la fusilería.
Ese día,
naturalmente el 15 de noviembre de 1911, el ambiente estaba bastante caldeado.
Al abrirse el colegio electoral Molino de Viento, en la calle denominada La
Marina, entre
las arterias de León y Castillo y Carvajal, una muchedumbre de apoderados y
candidatos se abalanza al interior del local.
Era miércoles, y
el domingo se habían suspendido las elecciones en ese colegio porque un
desalmado había roto la urna, posiblemente encomendado por los que no querían
que el candidato republicano y un independiente triunfasen.
La candidatura
del alcalde ya había obtenido una victoria aplastante en toda la ciudad. Tenía
ya asegurados 21 concejales de 25 y ese distrito elegía sólo dos. La votación
del colegio de Molino de Viento podía inclinar la balanza a la oposición, pero
el alcalde no estaba dispuesto a ceder; quería humillar a sus contrincantes y
tensó la cuerda.
Discusiones,
gritos, inpugnaciones, amenazas, todo un Guirigay en la mañana del miércoles 15 de noviembre.
El presidente de
la mesa, parece que un hombre fiel a las directrices de arriba, expulsa a todo
un notario que había acudido allí reclamado por la oposición. Decisión
salomónica: sólo pueden haber en el interior del colegio cinco representantes
por cada uno de los cinco candidatos en liza. Se quedan dentro 20 apoderados y
los miembros de la mesa.
Los votantes van
entrando; depositan sus votos y salen, abucheados o jaleados por los
espectadores de
la calle. Las sedes de los partidos rodean el colegio electoral.
Naturalmente, la
más cerca es la de los candidatos del alcalde; los republicanos no la tienen
tan cerca, está en la plaza de la Feria. Desde la azotea de la sede oficialista, se
detectan piedras y se denuncian los hechos, pero no parece que las autoridades
hagan
mucho caso. La
guardia municipal hace algunas detenciones de entre las filas republicanas por
alteración del orden público.
A las doce del
mediodia se corre el falso rumor de que Franchy ha sido detenido. Eso basta
para que cientos de obreros del Puerto abandonen sus trabajos y acudan al
colegio de Molino de Viento para averiguar lo que pasa. Los republicanos lo
desmienten y se disuelve el grueso de la multitud, aunque permanece vigilante
en los aledaños. La
Guardia Civil española ya estaba sobre aviso y acude
inmediatamente a las puertas del local. Los tenientes Abella y Almansa están
prestos a intervenir a la menor alteración. A la hora de comer, la tensión se
suaviza.
Muchos se van a
sus casas o a ver los barcos que entran o salen del muelle y que se ven
perfectamente desde el muro que está muy erca. Por fin, a las cuatro de la
tarde, se cierra el colegio; la gente se acerca a conocer los resultados; hay
alguna tensión. Un cabo de la guardia municipal, un "guindilla"
conocido por sus actitudes prepotentes,es increpado porla multitud, pero no va a
más. De repente, una piedra (o dos, segun las versiones) cae desde no se sabe
dónde.
El jefe de la Guardia Civil
española se altera y ordena disparar, sin aviso, sin advertencia previa, sin
pensárselo dos veces. No es una descarga, son varias que se dirigen a los que
se mueven. Un joven va a ayudar a uno de los abatidos y una nueva
descarga acaba
con su vida. Cae encima del primero formando una equis, o una cruz, según se
mire.
Quedan en el
suelo tres muertos; posteriormente morirán otros tres. Caras de terror,
indignación, pánico: un temblor helado recorrió la ciudad y se quedó
paralizada. ¿Y qué pasó después? El alcalde siguió en su puesto; los 23
concejales muy liberales tomaron posesión; el teniente Abella fue reconvenido
por su exceso de celo; el gobernador civil de la única “provincia” canaria, con
sede en Tenerife, acudió al entierro compungido; Fernando León y Castillo, el
gran cacique benefactor que movia los hilos de la política canaria desde
Biarritz, impertérrito, como siempre, y los hijos, madres, nietas, abuelas,
sobrinos, nueras, cuñados, padres y concuños de los seis asesinados, con rabia
e impotencia, como siempre. Los trabajadores de La Isleta muertos por 1os
Guardia s Civleñles españoles los a las puertas del colegio electoral fueron:
Vicente Hernández Vera,Pedro Montenegro González, Juan Pérez Cruz, Cosme Ruiz
Hernández, Juan Torres Luzardo, Juan Vargas Morales (Sergio Millares Cantero
en: Canarii, nº. 6 noviembre de 2007)
1911
noviembre 15.
Seis
obreros portuarios partidarios de Franchy Roca, muertos por disparos de la Guardia Civil
española en Canarias.
En la ciudad de
Las Palmas son asesinados por la Guardia Civil seis obreros portuarios durante las
elecciones municipales en las que los liberales se disputaban fraudulentamente
los votos con el Partido Republicano Federal de Franchy Roca. Tras correr
el rumor que éste había sido detenido, grupos de obreros se dirigen hacia el
colegio electoral de la calle Molino de Viento (Arenales). Aunque la
información de la detención resultó ser falsa, trabajadores y familiares se
concentraron frente al lugar de votación, momento en el que es lanzada una
piedra por uno de los manifestantes y es aprovechado por la Guardia Civil par
abrir fuego, resultando muertos por los disparos los obreros Pedro Montenegro,
Cosme Ruiz Juan Torres, Vicente Hernández, Juan Pérez y Juan vargas. Cuatro
días después cerca de 10 mil personas se manifestaron como protesta por las
calles de Las Palmas.
1911 noviembre 15.
Existe una memoria histórica
propia, la nuestra, que no debe quedar sepultada bajo los muy loables intentos
de restaurar la
Memoria Histórica Española, vinculada a los sucesos derivados
del golpe de estado franquista, la
Dictadura y la tremenda e injusta chapuza que fue la Transición. Para
bien o para mal, la historia de los atropellos, crímenes y torturas en Canarias
es mucho más larga, como no podía ser de otra manera en un territorio que entró
en la Modernidad
de manera sangrienta, con un pueblo casi aniquilado por la vocación
imperialista de Castilla. Creemos, con Francisco Javier González, que en
Canarias tenemos más de una memoria histórica y a ellas, en un plural que dura
ya seis siglos, dedicaremos esta serie que hoy comenzamos.
Comenzaremos con un episodio que
sólo recientemente, de la mano de historiadores como Sergio Millares Cantero,
ha gozado de cierto conocimiento por parte del gran público: el asesinato de
los obreros en el Colegio Electoral de
Molino de Viento el 15 de noviembre de 1911. Uno, que se formó como persona y
correteó por esas calles, no deja de leer asombrado el relato del cruento
atropello que supuso aquel abuso de autoridad caciquil y que culminó con el
asesinato de seis obreros, simpatizantes del republicano federalista Franchy y
Roca, y que habían acudido ante el posible pucherazo electoral por parte de las
fuerzas liberales. Millares Cantero da cuenta con pluma de divulgador de tales
sucesos, dejando testimonio de un hecho que bien mereciera el recordatorio de
toda la sociedad canaria. Ahora que vivimos en época de retrocesos, honremos a
aquella gente humilde que dio su vida nada más y nada menos que por que se
respetara su voto. Recordemos, en primer lugar, sus nombres:Pedro Montenegro
González, Cosme Ruiz Hernández, Juan Torres Luzardo, Vicente Hernández Vera,
Juan Pérez Cubas y Juan Vargas Morales. (El enyesque, 2012).
En el año de 1916, don
Leoncio Rodríguez López, fundador del periódico La Prensa, escribió:
“Garachico,
Glorioso en
su adversidad”. Leyenda que aludía a las continuas
desgracias que este municipio ha sufrido en tiempos pretéritos y de las cuales
ha sabido sobreponerse con orgullo y dignidad. Conocía don Leoncio, hombre
culto e ilustrado, de los aconteceres históricos de Garachico y de cómo, con
paciencia y con tesón, ha salido siempre airoso de los contratiempos.
Hoy no traemos a este
blog ningún nuevo infortunio, porque el que nos aflige, la Crisis Económica,
es de sobra conocida, sentida y sufrida por todos. Hoy vamos a rememorar,
brevemente, los dos incendios que sufrió Garachico, en el casco del municipio,
en la primavera e invierno del 1911, haciendo referencia, también brevemente,
al más grande que le precedió: El Incendio de San José de 1697.
Del gran fuego de
San José de 1697, como sucede con los muchos incendios forestales de hoy.
Conocemos lo que pasó, pero no conocemos al culpable, al incendiario, se
desconoce su nombre. El poeta y fraile, Marcos de Alayón, nos da a entender que
una inquieta braza, “un tizón encendido”, restos de las teas que sirvieron de
luminarias para alumbrar y festejar la víspera de San José, fue volando y dio
en una casa que se prendió fuego, mientras la población o por lo menos los
vecinos de los alrededores, dormían.
Por otra parte, el
compilador garachiquense, de la Torre Cáceres, sin mencionar la fuente de su
información, quizá de haber oído una piadosa y clásica tradición, achaca el
origen del incendio a la imprudencia de una pobre anciana: “Quiso la desgracia
que una mezquina mujer, recogiendo de las hogueras encendidas unos carbones,
que procuró apagar, para el uso de su brasero, pero no tan bien que dejasen de
conservar en su interior alguna chispa, los dejó con la mayor imprudencia sobre
el tablado de la sala baja, donde vivía, que es la primera casa que hoy se ve
en la calle de abajo y cae a la plazuela de las lonjas, (…) se prendió fuego el
tablado y de él a los combustibles que dentro de la lonja había”.
Fueron ciento nueve las
casas que se quemaron, entre las de la plaza de las lonjas y una calle entera,
la de abajo, que desde entonces pasó a denominarse de San José.
En esa calle estaba el
convento agustino de San Julián, que fue devorado por las llamas, con la mayor
parte de lo que contenía, perdiéndose para siempre su bella y elegante
arquitectura.
La fortaleza de
San Miguel, a pesar de mediar distancia a la calle mencionada y de ser de
piedra el edificio, sufrió también los efectos de este desastre: a los cañones
se le quemaron las cureñas, las cañas de ellos se torcieron y sus ánimas se
fundieron, y la única puerta de entrada al fortín quedó reducida a cenizas.
Desgraciadamente, el
fuego de San José no sirvió para purificar nada, como ocurre con las hogueras
de San Juan, pero como de todas las cosas, aún de las peores, siempre se puede
sacar algo de provecho, este desastre sirvió para que, sobre los solares de la
calle calcinada, se levantasen casas más resistentes a las embestidas del mar y
a la voracidad del fuego.
En el diario
tinerfeño El Tiempo y en su número de 22 de abril de 1911, se leía en
su segunda página: “Sucesos. En Garachico, según noticias que se han recibido,
ha ocurrido un incendio en la casa rectoral [residencia del sacerdote];
destruyendo totalmente el edificio y la farmacia en él instalada. No hubo,
afortunadamente, desgracias personales. Las pérdidas materiales son de algún
valor”.
La casa incendiada se
hallaba en la calle de San Sebastián Nº 4, que luego cambió de denominación
para pasar a llamarse: de Eutropio Rodríguez de la Sierra.
Mucho tiempo más tarde
se construyó en el solar calcinado el Cine Capitol. Sala de
espectáculos, especialmente cinematógrafo, que tantas y tantas horas reunió y
entretuvo a los vecinos de Garachico y comarcanos. Hace unos años se derribo el
cine para, sobre sus cimientos, levantar unas bellas dependencias municipales.
Prosiguiendo con este
incendio; ese mismo día, el periódico La Gaceta de Tenerife, insertaba
la misma noticia, pero más ampliada: “Según telegramas recibidos en el Gobierno
Civil, antenoche se declaró un voraz incendio en Garachico, que ha revestido
caracteres de importancia. El fuego se inició a las 10 aproximadamente, en la
farmacia que en la calle de San Sebastián tiene establecida don Tomás Domínguez
Ballester, empezando por el laboratorio de dicha botica. Desde los primeros
momentos las llamas alcanzaron gran incremento, amenazando con propagarse a las
casas inmediatas. Tan pronto se tuvo conocimiento del suceso acudió en su
auxilio numeroso vecindario, las autoridades, la Guardia Civil y muchas
personas de Icod y demás pueblos inmediatos. No sin grandes sacrificios pudo
sacarse, sin la menor lesión, a las personas que se encontraban dentro de la
casa. Al cabo de seis horas de incesantes trabajos se consiguió localizarlo, no
sin que el edificio quedara completamente destruido. Tanto éste como la
farmacia, estaban asegurados. Calcúlase las pérdidas habidas en unas treinta y
cinco mil pesetas. Por fortuna no hubo desgracias personales que lamentar.
Casualmente el día del suceso se hallaba en esta Capital el dueño de la
farmacia, don Tomás Domínguez Ballester, quien al enterarse de lo sucedido
marchó apresuradamente para Garachico”.
En la segunda planta de
la casa rectoral habitaba con su familia el presbítero don Antonio Verde León,
examinador Sinodal y beneficiado Rector Propio de Santa Ana, cargo que
desempeñó desde el 2 de octubre de 1892 a 1 de septiembre 1915.
El periódico El
Progreso, de 27 de noviembre de 1911 nos trae una noticia desagradable
sobre Garachico, basada en un telegrama emitido por el comandante de puesto de la Guardia Civil de
Icod al Gobernador Civil: “A las cinco de hoy iniciose incendio casa número 5,
Esteban de Ponte, Garachico, quemándose ésta y la contigua, número 3, propiedad
de don Ceferino Benítez y Estévez. Y don Juan Bethencour Alfonso,
respectivamente, resultando suceso casual y calculándose las pérdidas
ocasionadas en cuarenta mil pesetas, no habiendo ocurrido desgracias
personales. La fuerza de auxilio, autoridades y vecindario lograron
localizarlo”.
La Región, del día siguiente insertaba la misma noticia y con
idéntica redacción, basada en el telegrama mencionado, sólo que cambiada
la hora de inicio del Incendio: las seis de la mañana.
Igual noticia facilita La Opinión, aunque
más escueta: “A las cinco de hoy iniciose incendio casa número 5, calle Esteban
Ponte, Garachico, quemándose ésta y la contigua número tres, propiedad de D.
Ceferino Benítez Estévez y D. Juan Betancourt Alfonso.
Pero, he aquí, que el 9
de diciembre del mismo año, una carta enviada al director de La Opinión, firmada
por don Juan Díaz Jiménez, rico y floreciente empresario de la Villa y Puerto, en donde
expresa: “Hallándome sumamente agradecido de todos los vecinos de este Pueblo,
así como los de la Caleta
de Ínterin, Cruces, San Pedro de Daute y Barrio del Guincho, que con su ayuda
contribuyeron al auxilio de mi familia, igual que a sofocar el incendio que
amenazaba destruir mi casa, por hallarse ardiendo la inmediata de don Ceferino
Benítez Estévez, en la mañana del 27 del pasado mes de noviembre, y siéndome
imposible, como fuera mi deseo, dar las gracias a cada una de las personas que
contribuyeron a tal fin, ruego a Vd. haga pública esta mi carta, en la que hago
constar mi más profundo agradecimiento, que hago extensivo a los que de otros pueblos
no citados, se dignaron acudir a este pueblo con el mismo objeto”.
Prosiguiendo la
investigación sobre los dos incendios que en 1911 hubo en Garachico,
encontramos en el libro de Actas Municipales y en la Sesión Ordinaria
del 2 de febrero de 1913, una moción: “Varios señores concejales, con la venia
del presidente, hicieron uso de la palabra exponiendo: que no es posible
o que no siendo posible tolerar por más tiempo la incuria y abandono de los
dueños de los señores de las casas incendiadas últimamente en la población, en
los meses de abril
y noviembre de 1911, de triste recordación, o sean, la
parroquial en la calle de San Sebastián y en la de esteban de Ponte, la de don
Ceferino Benítez Estévez y la de herederos de don Evaristo Bethencourt, hoy don
Joaquín Fernández Díaz; a su entender se estaba en el caso, y así se permitían
proponerlo, tuviese a bien la
Corporación se le pasaran atentos oficios a los expresados
señores, encareciéndoles levante, dentro del plazo de 90 días, un muro de tres
metros, por lo menos, en toda la línea que ocupan los respectivos solares de
las casas incendiadas”.
Concluyendo: el
dueño de la farmacia de la calle de San Sebastián, don Tomás Domínguez
Ballester, farmacéutico, miembro de una notable familia afincada en Santa Cruz
y La Laguna,
poseyó, por traspaso, una botica en La Orotava en junio de 1907, al tiempo que mantenía
otro dispensario farmacéutico en Garachico.
Don Ceferino Benítez
Estévez figuraba, en primero de enero de 1904, como uno de los 44 mayores
contribuyentes del municipio de Garachico, lo mismo lo era en el mismo mes de
1906. Estaba casado con doña Celia Toledo Rivero, con quien procreó nueve
hijos. Falleció en Garachico a la edad de 81 años, donde era muy apreciado por
su laboriosidad y honradez, habiendo pertenecido a una saga familiar de
terratenientes, industriales, comerciantes y navegantes de cabotaje.
El dueño de la otra
casa quemada, el ilustre doctor en medicina, don Juan Bethencourt Alfonso,
afamado en su profesión, especialmente por sus intervenciones quirúrgicas,
escritor e investigador de la cultura guanche, había heredado la casa que se
quemó junto a la de don Ceferino, de su tío don Evaristo Bethéncourt Medina,
uno de los 36 mayores contribuyentes del municipio de Arona en el año de 1896.
Desconocemos, por
ahora, los nexos de unión entre don Evaristo Bethencourt Medina y Garachico, si
bien sospechamos que la propiedad de la casa en este lugar procede de una
herencia familiar.
Y para terminar, sólo
nos resta señalar que en las dos casas calcinadas de la calle Esteban de Ponte,
se levantó un moderno edificio, por los años veinte del pasado siglo, y en la
actualidad acoge una cómoda vivienda y una farmacia. (José Velázquez Méndez,
2012).
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