UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910
CAPITULO –XXXI
Eduardo Pedro García Rodríguez
1910 octubre 13.
Resumen histórico y documentado de la
autonomía de Canarias
Viaje Plebiscitario (Diario de Manuel Velásquez)
Salí
de Las Palmas en el «Saboya» el 13 de octubre de 1910, a las 11 de la noche. Me dieron un
departamento solo, número 17. Va a bordo una compañía dramática italiana del director
signor Laguardia. Llegué a Barcelona, después de un viaje feliz, el 17, a las 4 de la tarde y me instalé en el Hotel Falcón. Salí de
Barcelona el 26 a
las 8 y media de la noche. Llegué a Madrid a las 11 de la mañana del 27. Salí de Madrid
para Cádiz el 29 de noviembre a las 8,20. Llegué a Cádiz el 30 a las 12,25. Salí de Cádiz
en el «C.
Wilfredo» el 2, 5 tarde.
El
estado político, económico y administrativo de las islas menores se refleja perfectamente
en el plebiscito; por estar tomados los hechos de su exposición de la Estadística y de la
observación, se ve que su condición no puede ser más lamentable.
Ahora bien, si nos fijamos
en la manera de ser del archipiélago y en nuestra organización nacional, vemos
perfectamente que no es posible ponerle
remedio al estado lamentable de las islas menores, por esfuerzos que se hagan, sino por variación de leyes y
procedimientos que imponga el poder central. La razón de esto es
sencilla de comprender; a las islas menores, por su pequeñez y relativa miseria
y sobre todo por la máquina social
constituida, les es imposible moverse sin que sean arrastradas por Tenerife o Canaria (de La Palma no hay que hablar
porque forma coto reducido). Sus relaciones mercantiles, económicas,
los propietarios absentistas y principalmente
la máquina política caciquista actual, las encadenan a las dos islas mayores en forma tal que les es
materialmente imposible moverse si no es en el sentido que les marquen
las mayores, y éstas, ya sabemos como lo
han hecho siempre: el mismo hecho reciente del escamoteo de los plebiscitos del Hierro y del resultado de la
reunión de alcaldes de la Gomera lo confirman.
Aunque parezca lo dicho en oposición con la
explosión de entusiasmo que experimentaron
las islas menores firmando el plebiscito, ejecutando un acto de oposición a las islas mayores, resulta una
verdadera paradoja que explica mejor que nada lo que afirmamos. Las islas
menores vieron en el plebiscito
(repartido en un día por todas ellas) la historia exacta de su preterición y condensadas sus aspiraciones
en sus bases; de ahí su explosión de entusiasmo traducido en la casi
totalidad de las firmas de todos los colores
políticos de sus hijos con la sola excepción de los excesivamente egoístas y cautos.
Cuando ambas islas mayores se
dieron cuenta del hecho y pesaron las
consecuencias de la tercería que las menores le ponían a su pleito, viendo el
efecto moral que en las Canarias produciría la historia de tantos egoísmos, en
el preciso momento de fallar su litigio, pusieron una y otra todos los medios a su alcance para hacer abortar el
plebiscito.
Canaria envió a Lanzarote y
Fuerteventura a una comisión por sus únicos diputados a Cortes, su juventud aristocrática (Manrique, Bravo,
Delgado) y sus hombres populares (Meló) e
Ingeniero Jefe (Orencio y ayudantes) con
el inocente y caritativo propósito de apoderarse, por medio de ofertas,
de los plebiscitos firmados o, en último término, arrancarles una adhesión a la división provincial: dada la
actitud que hallaron en Arrecife, ni intentaron siquiera lo primero pero sí lo
segundo ofreciéndoles hasta la autonomía que pedían en el plebiscito; pero ni
aún esto consiguieron, sino de los miembros del Ayuntamiento que ya
habían contestado al Cuestionario según sus
deseos, como se demostró en el banquete que se celebró en honor de los
diputados. En Fuerteventura le pasó algo parecido a la Comisión en Gran Tarajal.
Tenerife empleó otro procedimiento más hábil y
más sencillo: como no pudo impedir las firmas, se apoderó
dulcemente de los plebiscitos firmados, valiéndose en Gomera y Hierro de sus muñidores políticos, quienes
obtuvieron su nombramiento de representantes para presentar los plebiscitos en
el Congreso a favor del diputado hijo de Tenerife señor Domínguez Alfonso, en cuyo
poder se encuentran, faltándose con ello al compromiso de que los representantes fueran sólo
hijos de cada isla.
CONFERENCIAS EN BARCELONA Don José Die
(Airara,
1862. Secretario del Gobierno Civil de Barcelona desde enero de 1909)
Me recibió mi antiguo y
verdadero amigo. A pesar de su espíritu y carrera
ordenancista y lo avanzado del espíritu del plebiscito, lo aplaudió y me
ofreció su concurso por creerlo justo y legal.
No
pudimos tratar el asunto a fondo por falta de tiempo pues la Secretaría del Gobierno
no le deja un momento libre.
Conservó
en depósito los plebiscitos firmados y hoy 20 [de octubre] me dio una carta para don
Salvador Raventós, secretario particular de Canalejas, que dice así:
«Excmo.
Sr. D. Salvador Raventós. Mi querido amigo: será portador de ésta el que lo es mío,
don Manuel Velázquez, abogado de Canarias, quien te hablará de una cuestión de importancia
que le lleva a Madrid, y en el que te agradeceré mucho hagas en su obsequio cuanto te sea posible por
tratarse, como te he dicho, de un buen amigo».
Quedamos
en que el resultado de esta carta determinaría nuestra futura línea de conducta,
enviándome él las cartas que yo le pidiera desde Madrid por los entorpecimientos que pudieran
presentarse.
Don Pedro Coraminas
Jefe del partido
republicano Unión Nacionalista Catalana. Diputado a Cortes, director de «Els Poblé Cátala»
Solicité una conferencia y la
tuve el 19 de 7 a
8 y media de la noche. Le expuse a grandes rasgos
la cuestión plebiscitaria, dejando la parte estadística al plebiscito, que ofreció estudiar: requinté un poco sobre
hechos de mi vida de diputado y sobre el
estado político y administrativo del Archipiélago; entonces empezó a
formularme preguntas, como el mejor inquisidor. Sin duda mis respuestas debieron satisfacerle porque me dijo
que era justa y simpática nuestra causa, que entendía debía apoyarla su
partido, que en la actualidad cuenta con
once diputados; que él escribiría a quien
hacía de presidente en Madrid; y a pesar de mis observaciones escribió
en el acto y dice así:
«20 Octubre de 1910. Sr. D. José
Zulueta. Distinguido amigo: me recomiendan de Canarias al Sr. D. Manuel
Velázquez portador de un plebiscito que elevan a las Cortes las islas menores
de aquel Archipiélago. Se trata de un problema autonomista al cual, en mi modo
de sentir, no podemos negar nuestro apoyo.
Creo más, por el concepto que he podido formar de la cuestión hablando con el Sr. Velázquez, creo que las islas
menores, sobreponiéndose a las rivalidades entre Tenerife y la Gran Canaria, adoptan
una táctica, ofrecen una solución más justa y aún más política. Espero que Ud. le escuchará y que contribuirá, en cuanto de
Ud. dependa, a la más simpática introducción en Madrid del
representante de las islas menores».
Disertamos luego sobre creación y demarcación de
distrito electoral, sentando y sosteniendo la teoría del plebiscito, con la
cual pareció estar conforme y hasta adujo
razonamientos en su pro, combatiendo, de paso, al proyecto del Gobierno en la nueva demarcación de diputados a
Cortes; añadiendo que aunque el Gobierno
no plantee la cuestión canaria en esta legislatura, tendrán sus compañeros que
llevar al Parlamento la cuestión de la primera base del plebiscito
por la relación que tiene con las necesidades
del pueblo catalán.
Disertamos también sobre la
segunda base del plebiscito y yo sostuve las
teorías plebiscitarias por ser inaplicable a Canarias la Ley provincial en todas sus partes; estando conforme con
nuestros principios. Me argüyó el
conflicto que traerían al Gobierno las islas mayores, de apoyar el plebiscito:
le contesté que la división sólo se sostenía en Canaria, y eso por un grupo que ni aún creía en ella y sólo la
utilizaba como arma política local; que tenía el convencimiento de que
la misma Canaria era plebiscitaria, como también La Palma, por las
manifestaciones que los intelectuales de una
y otra isla (Colegio de Abogados y ponencia) habían hecho; que sumadas en esa
aspiración las seis islas, carecía de fundamento el derecho que invoca Tenerife
y caería por su base su actitud amenazadora. Entonces reconoció lo justo y
político de nuestro plebiscito.
Finalmente me dijo que iría a
Madrid dentro de 15 días y yo le ofrecí esperarle allí ese tiempo.
Don Emiliano Iglesias. Octubre 26.
Diputado a Cortes, segundo
jefe del partido de Lerroux; abogado gallego, hombre duro y seco en su
conversación.
Le expuse, con algunos antecedentes,
la misión que me llevaba a Madrid y mi
presencia en Barcelona a solicitar de estos elementos regionalistas el apoyo de que carecíamos en el Congreso.
Le expliqué superficialmente
el estado político de Canarias y las bases del plebiscito, cuyo origen y desenvolvimiento le desarrollé. No
abrió la boca durante todo mi relato,
ni me formuló una pregunta, cosa que mecohibió un poco; pero no dejé de decir todo lo que necesité. La prueba de
ello está en que sólo me dijo, y eso con
palabra seca: «Tengo conocimiento del caciquismo en Canarias del Sr. León y
Castillo y nuestro partido apoyará a
las islas menores porque entendemos justas sus peticiones y porque entran
dentro de nuestro programa; a tal extremo que, si el Gobierno lleva la cuestión
al Parlamento, intervendremos en ella como caso nacional; de no llevarla, la provocaremos nosotros por entrar
de lleno dentro de nuestros principios
regionalistas. Celebro que ustedes no se ocupen de la división de la provincia: ya sé que Franchy [José Fianchy
y Roca, Las Palmas 1871-Mérico 1944. Fundador y jefe de Partido Republicano Federa]
de Las Palmas. Diputado a Cortes, fiscal General de la República y ministro de
Industria y Comercio] tiene igual criterio. Tenga Ud. la
seguridad de que todos los partidos radicales
les apoyaremos: ya nos veremos en Madrid». Y volvió la espalda y se puso a hablar con otro.
Yo
seguí hablando con Rafael Guerra [del Río, Las Palmas 1885-Ma-drid 1955.
Diputado del Partido Republicano Radical de Lerroux. Fue ministro de Obras Públicas], que habia llegado por
último; quien me dijo que había hablado a Lerroux antes de salir para París sobre mi viaje y pretensión
a Barcelona; y que le había contestado que estaba pronto a ayudarnos. Me despedí del Sr.
Iglesias que, contra su costumbre, lo hizo finamente.
Este
hombre me produjo una impresión rara, por su sequedad y por su acometividad.
Indudablemente son éstos los hombres aparentes y necesarios para las conmociones sociales por
la dureza de su espíritu y por la impetuosidad de sus acometidas.
Declaro
que los dos regionalistas que he tratado me merecen el más alto concepto como arietes
revolucionarios. Veremos qué hacen en el Congreso con nuestra causa.
Salí
para Madrid el 26 a
las 7 y cuarenta en el rápido y llegamos a la estación del Norte a las 11 de la mañana del
27.
En cuanto descansé y
almorcé, no pude resistir el deseo de visitar la
Universidad donde
encontré al mismo portero mayor de mis tiempos ce estudiante, que me reconoció
en el acto, como otro portero más joven que yo conocía; recorrí los claustros experimentando una de las emociones
más hondas de mi vida, al evocar
todos mis recuerdos de estudiante, mis hechos y mis glorias. Cada aula despertaba memoria de hechos ya casi olvidados pero que encerraban la esencia de mi juventud
y de mis energías. Visité la sala de
togas donde me dio clase particular el célebre, mi venerado maestro don
Julián Pastor.
A la
salida fui a la calle del Acuerdo y desde la acera contemplé el balcón del 3° de la casa n° 3 donde viví un año, de
septiembre de 1889 a
julio de 1890; de allí fui a la calle del
Álamo n° 1 donde viví de febrero de 1888 a julio de 1889, charlando un rato con la
dueña de la taberna del bajo, que
aún me recordaba, pues lleva 27 años en la casa; de allí fui a la Plaza de los Monteros y vi el balcón de la habitación donde
casi dejo la vida en abril de 1889; regresé por la calle del Pez y Libertad a
Carrera de San Jerónimo, Hotel Metropol, donde me recomendó el dueño del Hotel
Falcón de Barcelona.
Me
parece que en Madrid ando por mi casa, pero me encuentro profundamente conmovido.
28.
Octubre
Anoche
estuve en Eslava; vi la zarzuelita «La corte de faraón», excelente.
He visitado a
Asunción, viuda de Zappino; su hijo Pedro es trabajador y simpático; parece joven de porvenir; por
la noche lo tuve de visita con Juan Péñate, cambiando impresiones sobre nuestro
objeto en Madrid y
trazando el plan sobre la reunión que mañana se celebrará de los diputados y senadores de Canarias. Le aconsejé que
visitara a León y le puntualicé lo que habría de decirle y las
bases de la proposición que había de presentar
en la reunión de representantes. Veremos lo que hace. Por la noche estuve
en Apolo.
29. Octubre
Hoy no he visto a Péñate; no sé
lo que habrán resuelto los representantes.
He comido con Asunción y
los hijos de Zappino. Por la noche conocí a Reparaz y charlé con Pepe Lara y Betancor [José Betancor
Cabrera, Teguise 1874-Madrid 1950.
«Ángel Guerra» era su seudónimo literario. Periodista. Diputado por Lanzarote
entre 1913 y 1923. Fue Director General de Prisiones] en la
cervecería «La Moderna».
Me convencí de que Betancor es el mayor suizo que tiene León.
Hoy juró éste el cargo de senador.
30. Octubre
Telegrafié
y escribí a Carmela.
Conferencia con don Blas
Cabrera Felipe [Arrecife de Lanzarote 1878-México 1945. Eminente científico. Fue Rector de la Universidad Central de Madrid y de la Universidad Internacional
de Santander], catedrático de
la Universidad
Central.
Le expuse el plebiscito con algunos antecedentes
y la perturbación producida en Canarias.
Me contestó que, aunque no era político ni creía
que se nos podía conceder lo que pedíamos, por ser demasiado,
ponía gustoso su firma junto a la de
su padre; y ponía a mi disposición sus amistades; que desde luego me daría una carta para Azcárate; y que
dispusiera de él para la realización de la idea pues, como
hijo que era de Lanzarote, estaba en el deber de defender a su tierra.
Es un hombre reposado y sereno; y con conciencia de su valer.
Charlamos un largo rato y quedó
en pasar por casa el 1° de noviembre a las 12 a firmar el plebiscito.
31. Octubre
Péñate me contó la entrevista con
León; éste no le hizo caso cuando le pidió que presentara en la reunión la
base de apoyar la construcción del puerto
de G. Tarajal; le contestó que era deprimente para los diputados orientales valerse de los occidentales para
concesiones en aquel grupo; pero le hizo promesas que lo
dejaron más caliente que estaba.
Me dijo que había tenido
telegrama de don Anselmo participándole
que el 6 de noviembre salía para G. Tarajal la Comisión Mixta
(Orencio y el Coronel de Ingenieros) a
emitir el nuevo informe sobre aquel puerto; que él tenía que asistir y salía mañana en el tren de las 9;
naturalmente aplaudí su propósito y quedó en
volver a Madrid con el dictamen por delante.
Charlé también con Ángel
Guerra, diciéndome que don Fernando era
un furioso divisionista; le pregunté si esa fuña le había sobrevenido a la edad senil; no me contestó pero me dijo que él no
creía en la división. Que León le
había hablado de nuestro plebiscito, que apoyaría siempre que defendiéramos
la división; y en gran reserva me dijo que León le había ofrecido el acta de
diputado para la vacante de Romanones para que pudiera defender las aspiraciones de Lanzarote; que él no quería, pero que
no tenía más remedio que aceptar.
Se empeñó en demostrarme que
había contestado mi carta envián-dole el plebiscito; quedó en
visitarme mañana a las 4.
CONFERENCIA CON MORET Noviembre, 1°
(Segismundo Moret
Prendergast, Cádiz 1838-Madrid 1913; político y jurisconsulto. Llevó una larga vida política y llegó a la Presidencia del Gobierno. Fue sustituido en febrero de 1910 por
Canalejas y tras el asesinato de
éste, con Romanones al frente del Gobierno, fue elegido presidente del
Congreso, cargo en el que falleció).
Por la mañana le envié una
cartulina con dedicatoria como iniciador de la idea; dispusimos de poco tiempo
por retraso de mi reloj y ser la hora de su
almuerzo (la 1).
Le expuse el motivo de mi
presencia en Madrid, que no era político y mi historia y renuncia de la Diputación y le expliqué las causas del plebiscito; leyó las bases y me dijo que estaban conformes
con sus doctrinas; que el Gobierno estaba muy
conmovido con el problema canario y que las circunstancias actuales eran difíciles para abordar ese problema; le
respondí que no prejuzgara sin
estudiar el plebiscito que en masa habían firmado las islas
menores con todos sus intelectuales y que considerábamos la solución del problema; me preguntó qué opinión
tenían las islas mayores del plebiscito y qué efecto causaría su
adopción por el Gobierno; le dije que los
intelectuales canarios lo apoyaban (don Juan León y Castillo y otros) pero que el efecto sería de pronto de disgusto,
pero que lo aprobarían porque ambas
ganaban más de lo que perdían; pues Tenerife perdería el contingente provincial pero aseguraría su capitalidad,
que son sus ideales; y Canaria perdería la esperanza de una capital
microscópica, pero ganaría su absoluta
independencia administrativa.
Analizando las bases,
califiqué la primera de esencial demostrándole que
isla sin diputado es ciudadano sin derecho político, que es más esencial que
el jurídico, siendo absurdo que pueda haber un español sin éste.
La segunda base la califiqué de
necesaria, pues la
Diputación Provincial no atendía
sus obligaciones y mientras se levantaban palacios en Santa
Cruz, los hospitales de Lanzarote y Fuerteventura estaban cerrados y Gomera y Hierro carecían de ellos; ídem con
caminos, obras públicas, instrucción,
etcétera.
Lo llamaron a la mesa y me levanté
para marcharme, pero me lo impidió y
seguí mi relato. Califiqué de conveniente la tercera base. Le dije que los catalanistas apoyaban mis pretensiones y que
solicitaría el apoyo y consejo de Azcárate; lo aprobó con interés y me aconsejó
consultara también a Canalejas, con quien tenía que marchar de acuerdo por ser
del partido; que él estaba pronto a
apoyar las islas menores y a tratar el asunto con Canalejas
pero que antes quería tener otra conferencia conmigo. Le contesté que lo primero era penetrarse de la
exposición del plebiscito y de la justicia de nuestra causa; y después
fijarse en que es la solución única del
problema canario y me marché repitiéndome que me volvería a ver antes de tratar
el asunto con Canalejas.
No me habló una palabra de León y
Castillo. Sólo al nombrarle a don Juan me
dijo: «Creo que está enemistado con el hermano». Y le respondí: «Sí, pero es
una enemistad que honra poco a éste»; no me respondió una palabra.
Salió
a despedirme delicadamente hasta la puerta del vestíbulo. No puedo quejarme de
la entrevista: veremos lo más que hace.
Por la tarde se reunieron en mi
habitación Betancor (Ángel Guerra) y Péñate;
le calenté de lo lindo las orejas a Ángel Guerra; Péñate dijo también cosas buenas.
Por la noche acompañé a comer a Péñate y a la
estación para Cádiz.
Noviembre, 2
Hoy me empezó el día mal; fui a
visitar a Cueto, el obispo, y a Azcárate y no hallé a ninguno en su casa; aproveché la tarde y el traje en
visitar a la familia de Forner (de parte de
Carmela); me recibieron amablemente.
Por la noche, en la mesa,
se me aproximó Domínguez Alfonso, que fue a visitar al hotel a un chicharrero que me presentó. Divagamos
algo pero caímos de ello en la cuestión; de entrada le
dije que sabía tenía en su poder los
plebiscitos de Gomera y Hierro, que estaba satisfecho estuvieran en sus
manos pues sabía que ellos mataban la cuestión divisiomsta; y que me alegraba la mar por cuanto apoyaba el
plebiscito su amigo el señor Moret,
según me había dicho en conferencia de ayer. Pareció impresionarle mi actitud
y me contestó que sí tenía los del Hierro pero que ignoraba el paradero de los
de la Gomera. Le
contesté si los políticos tinerfeños estaban copiando a los canarios y me respondió que ignoraba el paradero de los de la Gomera y que los del Hierro estaban prontos para
presentarlos al Congreso; entonces le respondí: «Los coseremos con los de
Lanzarote y Fuerteventura que tengo en mi poder y telegrafiaremos mañana a
Gomera para que envíen certificados por primer correo los de aquella
isla»; que estuviera tranquilo respecto al
apoyo que tendríamos en el Congreso pues los 40 diputados catalanistas
me lo habían prometido en las conferencias que
tuve en Barcelona; además que Moret me había dicho que las bases del plebiscito
eran sus doctrinas y las apoyaría. Disertó largo sobre sus creencias autonomistas y su proposición desde 1906
de distrito por Gomera y Hierro.
Luego fui a oír, con él y el otro, al hijo que disertaba en un Centro sobre
autores dramáticos; a la salida me presentó al hijo a quien felicité y fuimos charlando hasta la Puerta del Sol, donde nos
separamos con la promesa de ir yo
mañana o pasado a su casa.
No
estoy descontento del resultado de la conferencia pero tengo miedo de que el chasnero lo piense mejor. Ya tengo
redactado el telegrama para el
alcalde de Gomera, creo que no lo firma. Dice así: «Buenaventura Padilla. San Sebastián. Cananas. Si Gomera
sostiene compromiso moral islas menores, urge envíe
certificados plebiscitos firmados, presentarlos inmediatamente Congreso; tres islas restantes esperando. Domínguez. Velázquez».
Veremos.
Noviembre, 3
Desde por la mañana fui a ver a
Domínguez con el pretexto de que me diera
tarjeta para el Congreso; lo encontré enfrascado con las milicias de Canarias, hablando con un joven oficial de Santa
Cruz; por fin nos quedamos solos y
redactamos el telegrama a Gomera en esta forma, pues temió herir a los gomeros con el que yo llevaba: «Alcalde San
Sebastián. Gomera. Como representantes Lanzarote
Fuerteventura Hierro solicitamos urgente remisión
certificados plebiscitos firmados Gomera presentarlos juntos Congreso. Velázquez. Domínguez». Telegrama que puse el
mismo día.
Tuvo conmigo larga conferencia ponderándome su
patriotismo y altruismo. Me confió en
secreto que estaba en inteligencia con Romanones para presentar uno de estos días al Congreso su proyecto de distrito Lanzarote-Fuerteventura y Gomera-Hierro pues le
había prometido que la Cámara lo tomaría en cuenta; que no me lo había querido
decir por la noche por los que oían.
A pesar de mis temores por las
habilidades chasneras, vi en peligro la 1a base plebiscitaria; y le
pregunté cómo armonizaba sus deberes de diputado y de representante
plebiscitario del Hierro; no me supo contestar a derechas. Le dije que yo tenía interés en hablar con Romanones
y que él me presentara; en eso quedamos
citándonos a las 4 de la tarde en el
Congreso. Me dijo que Romanones estaba disgustado con León y Canaria porque en
esta vacante le pidió el acta para un cuñado y no se la quiso
dar. Charlamos de más cosas, que sería difuso relatar y me encargó silenciara.
Por la tarde nos reunimos
en el Congreso (yu uun ues cuartos de hora de retraso, ¡maldita cebolla!); me dijo que le había hablado a
Roma-nones de mí con gran encomio, que
me había estado esperando para la conferencia;
yo lo dudé y se comprobó el retraso de mi sartén y que habían quedado
en que mañana a la 5 nos reuniríamos en el Congreso; me llevó por todo el edificio, que me hizo sospechar que
quería ostentar mi adhesión, pero
no pude evitarlo del todo, por mi carácter de compañero plebiscitario.
Sin embargo, como estaba aquello lleno de diputados, por ser día de sesión, le
dije que me iba a la tribuna y me fui.
Me preguntó cómo nos poníamos de
acuerdo en lo que le íbamos a decir a
Romanones y le respondí que mi papel no podía salir del plebiscito, que él debía apoyarme pues nuestra petición le daba
más fuerza a su proposición.
En fin, no sé cómo
resultará esto mañana; lo que sí le dije es que si se presentaba al Congreso la proposición de él, presentaría yo en el
acto mis plebiscitos y esperaba que él
hiciera lo mismo con los del Hierro, en lo que convino.
Hasta el presente me
resulta Domínguez una incógnita; me dijo que no había que hablarle a Azcárate, ni Pi, ni Canalejas, que todo lo
arreglaba Romanones de quien, me agregó, ha
sido enemigo hasta ahora. Creo ver en esto una carambola contra León
haciendo de mí el mingo conociendo mis buenas
amistades con él. Por de pronto, veré a Azcárate por la mañana y si puedo a
Pi.
¡Dios ponga tiento en mis manos y serenidad en
mi cabeza!
Noviembre, 4
A las 11 fui a visitar a don Gumersindo
Azcárate, el venerable profesor de la Central; estaba solo; le
expuse el objeto de mi visita, con toda brevedad pero indicándole las causas del plebiscito, la unanimidad de
las islas menores, la intelectualidad de los firmantes, etcétera, y
terminé rogándole en nombre de Lanzarote y Fuerteventura estudiara el
plebiscito y si entendía justas nuestras
aspiraciones, fuera nuestro abogado.
Me oyó con mucha
benevolencia; me hizo algunas preguntas; calificó de
autarquía lo que nosotros pedíamos y sin manifestarse en ningún sentido, me dijo amablemente que estudiaría el
plebiscito y ya me daría su opinión,
para lo cual tomó las señas de mi Hotel.
Dada su seriedad y gran
respetabilidad, no me extrañó su proceder; es el que esperaba. Nada puedo, pues, adelantar hoy sobre esta
conferencia. Su despedida fue tan
deferente que me llevó hasta la escalera.
Luego fui a ver a Pi y no
lo encontré. Después fui a visitar a mi Prelado, que acababa de venir a
visitarme a mi Hotel sin encontrarme: tan cariñoso como
siempre, me recibió de abrazo.
Le conté mi odisea por Barcelona
y Madrid y mis visitas a Moret y Azcárate y el hombre se asombró; me dijo que
había recibido tres telegramas de Fuerteventura sobre el
plebiscito: yo le interrumpí, para salvar la situación,
diciéndole que sabía que él no podía entrar en batalla en lo que no le llegara su turno; y siempre dentro del
programa trazado por sus jefes; pero
eso no quitaba para que sus islas confiaran en que sería su paladín cuando la
cuestión fuera al Senado; que para entonces G. Canaria sería plebiscitaria: le agradó la solución. Poco podrá
hacer por nosotros, políticamente,
pero es un gran aliado.
Por la tarde (4 y media) fui al Congreso donde ya me
esperaba Domínguez Alfonso; pero no
pudimos ver a Romanones por estar presidiendo la sesión; pero mostró Domínguez gran interés por celebrar la
conferencia, estando toda la tarde
al acecho a ver si salía; pero no salió, como se ve por el Diario de Sesiones
que publican los periódicos. Nos marchamos a las 6 y me extrañó el interés con que insistió en que yo le
pusiera, esta misma noche, una carta a
Romanones pidiéndole una audiencia; quedé en resolverme pero no me he decidido a hacerlo esta noche para no alterar
el plan trazado con Díe, de tratar primero el asunto con Raventós y Canalejas; he mandado a preguntar esta noche por
Raventós y aún no ha llegado de
Barcelona: si no llega mañana, tendré que ver primero a Romanones.
Noviembre, 5
He ido a preguntar si ha venido
Raventós y me han dicho que llegó desde el
miércoles; pero no estaba en la casa: con este motivo aplazo la entrevista con Romanones.
Hoy, por lo tanto, no he hecho
nada, sino ir a visitar a la 1 y media a Quesada [Juan de Quesada Déniz,
1857-1919, periodista}, que tampoco lo encontré en la
casa.
Por la noche, cenando, se me
presentó a visitarme Quesada, porque le entregaron mi tarjeta. Esta entrevista
me tenía sumamente preocupado por los antecedentes que
mediaban entre él y yo hace tantos años y la actitud de su carta final.
Sin hacerse de rogar y hasta sin
yo provocarlo, ni indicárselo, sostuvo todas las conclusiones de su carta, y
hasta se excedió en ellas; parece que no le cabía en el cuerpo el divisionismo;
yo, al principio en forma correcta, traté de negarle sus afirmaciones pero, al
ver su calor, me sonreía y lo dejé
hablar, a ver si mi actitud lo hacía cambiar de táctica; ni por esas: salió conmigo razonándome que lo que le conviene a
las orientales es la división y que eso es lo que quieren, que los
plebiscitarios estaban sugestionados
por Tenerife a quienes estábamos haciendo el juego. Sólo le contesté entregándole las cartas de Ramírez Vega y
protestando de que fuéramos instrumentos de Tenerife; separándonos con la
promesa de volvernos a ver.
Jamás creí tal audacia ni
tal ceguedad dadas las pruebas que tiene recibidas de
Lanzarote y Fuerteventura; me violenté para no decirle cuatro verdades; y me separé de él con el espíritu
contrariado.
¡Dios quiera que siempre me
contenga como esta noche! Aunque lo dudo.
Noviembre, 6
Hoy íui a ver a Raventós y
a Pi y no hallé a ninguno de los dos en la casa por ser domingo; por la noche convidé a cenar a Pedro Zappino y Martinón; me dijeron que había estado en el Hotel
Domínguez Alfonso preguntando por mí.
Hoy he perdido el día pero he
tenido carta de Carmela, Miguel y Sebastián.
Dios quiera que mañana gane el tiempo perdido.
Noviembre, 7
Hoy he empezado el día por un
desengaño, pero que lo presentí desde Barcelona. He visitado a
Raventós y después de exponerle el objeto de
mi viaje y fundamentos del plebiscito, me dijo que algo le había hablado Díe en Barcelona; pero que como cosa política le
correspondía a don Práxedes Zancada
[Madrid 1881. En 1910 era diputado de Canalejas}] que él no entendía sino en los judiciales del partido;
que me daría una carta para el Sr. Zancada, que me pondría en contacto con
Canalejas.
Comprendí que Díe le habló con
cierta timidez del asunto, cosa que sospeché
en mi última conferencia con él: está explicado por su puesto oficial y su modo
ce nacer carrera. No le censuro porque así sor. y deben ser la casi totalidad de los empleados.
A instancias mías se quedó un
ejemplar del plebiscito, que ofreció estudiar y darme su opinión: ya supongo cómo será.
Con su carta (que era interesada
y hasta laudatoria para mí) decidí llevar a
Domínguez por delante (para que no tuviera pretexto de agravio) a ver a
Zancada; así lo hicimos pero no le hallamos ni en la Presidencia ni en su casa, donde le dejé la carta, quedando en
reunimos a las 4 en el Congreso, donde
estuve hasta las 5 y media sin poderle ver.
Domínguez vino a las 8, estando
cenando, y me dijo que había hablado esta tarde con Romanones de
mí y que había fijado mañana a las 5 para vernos en el Congreso; insistió en
que la única partera capaz de sacar a la luz
la criatura era el Cojo; y yo, viendo que no hay otro camino mejor, ni peor, me dejo ir; sin perjuicio de tener a
retaguardia a los catalanes y tal vez a Azcárate y Moret. No puedo hacer
otra cosa.
A prevención le dije que debíamos
ir preparando los plebiscitos, que había que encuadernarlos deprisa, por si le
ocurría al Cojo decir que los presentáramos; se convino en ello y yo propuse
pasar mañana a las 3 por la casa para recoger los del Hierro para,
con los míos, llevarlos a un encuadernador:
en eso quedamos.
Resultado de las esperanzas en
Díe, fallido. ¡Dios quiera que sean estas solas!
Noviembre, 8
Alas 11 fui a vera Pi y Arsuaga [Francisco Pi y
Aisuaga, 1866-1912; hijo de Pi
y Margal/], a quien entregué la
carta de Franchy y expuse con alguna
amplitud las causas del plebiscito, bases y objeto de mi viaje; me oyó
con mucha atención; sobre todo mi resultado en Barcelona con los catalanistas y Moret; le rogué que estudiara la
cuestión, como el Sr. Azcárate, y
después me diera su opinión. A pesar de esta amplitud que yo le daba se anticipó diciéndome:
1° Que conocía
superficialmente el problema canario, pero que le era simpática nuestra causa.
2° Que haciendo sólo la presentación en
Secretaría, pasaría a la Comisión correspondiente donde nadie volvería a acordarse
del plebiscito.
3° Que lo más conveniente
sería que lo presentara un diputado durante una sesión y lo apoyara; que de
esta manera tendría resonancia y se ocuparía de él la prensa; y
que él estaba pronto a presentarlo.
4° Que para el éxito del
total de las bases sería conveniente ir presentando proposiciones de ley una por una; considerando esencial la T pues
de involucrarlas todas no saldría ninguna; que para esto se necesitaba un número determinado de diputados.
No pude quedar más
complacido de lo que me dijo y nos despedimos quedando en estudiar el
plebiscito él y yo en pasar por su casa dentro de unos días.
A las 5 de la tarde nos
reunimos en el Congreso Domínguez y yo; me dijo que había estado hablando con Romanones, que le había dicho que a las 5 iría yo; que le había preguntado quién
era yo y qué arraigo tenía mi familia
en Canarias; que le había respondido que había sido el primero y único que me
había puesto siempre frente a León y Castillo y que mi hermano había sido
presidente de la
Diputación Provincial, etcétera. Nos recibió,
por último, y hablamos en un rincón, pues la Presidencia estaba llena por ser hora de sesión.
Me preguntó cómo estaba Canarias, con su problema:
le respondí que Tenerife, como siempre, había echado los pies" por el
aire, ante el temor de perder la unidad,
pero eso era valor convenido; que en Canaria pocos se
ocupaban de la división; pero que las islas menores, compuestas de 4 islas con 50 y pico mil almas y 23
municipios habían enviado por miconducto un plebiscito para presentarlo en las Cortes, donde exponían
su situación y condensaban sus aspiraciones en tres bases.
Me dijo que entendía que el
problema canario no podía resolverse sino después de crear los distritos pedidos por Domínguez Alfonso (me convencí de que estaban de acuerdo). Le respondí que
ese era el ideal antiguo, pero que hoy
estábamos convencidos que era necesario un representante por isla, pues la isla menor agregada a otra mayor quedaba
anulada; que el plebiscito desarrollaba
con claridad el problema, por si quería leerlo; que para conseguir las
aspiraciones de las islas menores hacía falta un hombre de prestigio; y que el
que lo realizara sería el amo de las 4 islas; que
el movimiento en las cuatro islas era tan unánime que en la capital judicial de Lanzarote sólo 9 analfabetos
quedaron por firmar, haciéndolo 8
abogados, 8 médicos, etcétera. Creí haber dicho bastante y ofreciendo enviarle un ejemplar del plebiscito, me
despedí saliendo Domínguez detrás.
A mi salida le pregunté a
Domínguez si había metido la pata con alguna necedad
y me respondió sonriendo que lo que había estado era demasiado vivo; que entendía que la cosa iba por buen camino; que
sería contraproducente que Pi u otro
diputado presentara los plebiscitos en sesión porque alterarían la buena
marcha que llevaban las cosas.
Todo esto me persuadió que
era cosa convenida entre el Cojo y Domínguez
crear los dos distritos de Lanzarote-Fuerteventura y Gomera-Hierro y ponerle
punto al problema canario.
Este convencimiento, no muy
agradable, es el que he sacado hoy, por
más que ya lo tenía olfateado. Sin embargo, no tengo medios a mi alcance
para evitar el mal. Veremos lo que responden Canalejas y Azcá rate.
Quedé con
Domínguez en vernos mañana a las 9 y darme los plebiscitos del Hierro, para encuadernarlos. (Manuel Velásquez
Cabrera: 73 y ss.).
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