UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO II
Eduardo Pedro García Rodríguez
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Lo más atractivo
de la carretera, por otra parte carente de interés, es la larga doble fila de eucaliptos, que da una
agradecida sombra en verano. Si no se tiene en cuenta el tiempo y la distancia, y se hace el viaje en automóvil,
es preferible la carretera más baja, que pasa por Tejina. Los altos bordes de
los caminos están orillados por viejos
cedros. En primavera, las hermosas pendientes se alegran con flores
silvestres y, por todas partes, la amarilla
retama (spartium jun-ceum) llena el aire con su delicioso aroma. Las curvas
de la carretera descubren inesperadas vistas del Pico en la larga bajada
al pueblecito de Tegueste y, allá abajo, se tiende Tejina, a escasa altura
sobre el nivel del mar. Aquí gira la
carretera, vuelve a subir hacia Tacoronte, y se nos aparece de nuevo el Pico, sobre un borde de nubes que cubre su base.
En Tacoronte termina el
tranvía, y el viajero tiene
que tomar un coche de caballos o un auto para recorrer los veintiocho
kilómetros que lo separan del fértil valle
de La Orotava. Este
valle es justamente célebre por su
belleza y, en un claro día de invierno, cuando el Pico está plenamente cubierto de nieve, no es posible
contener una exclamación ante la belleza del
paisaje cuando, en una revuelta del camino, se muestra toda la hondonada tendida a sus pies, bañada por la luz solar y encerrada en un
semicírculo de montañas nevadas. Las
nubes expanden sombras azules sobre
las laderas, y vellones de blanca niebla
cruzan el valle; el oscuro pinar se extiende en fuerte contraste con el
brillante colorido de los castaños de las
zonas más altas, cuyas hojas se han vuelto de color de oro rojizo por
efecto de las heladas. En el fondo del
valle, anchas fajas de platanares se
intercalan con terrenos sin cultivar donde aún quedan almendros,
higueras y chumberas, y grupos de palmeras
canarias ondean al viento sus emplumadas copas. Apenas sorprende que, incluso un viajero tan avezado como Humboldt, se impresionara hasta tal punto
con la belleza del paisaje que, según se dice, se arrodilló para saludarlo como
lo más hermoso del mundo. Sin caer en un
gesto tan extravagante como el del gran viajero, vale la pena parar y
contemplar esta vista aunque, por
precaución, los vehículos circulan en Tenerife a tan baja velocidad que
uno dispone del tiempo suficiente para
contemplar el panorama. El ángel
guardián del valle —el Pico— domina,
en tiempos de paz, la amplia extensión de tierra y mar como una plácida
y comprensiva pirámide blanca. Pero, en
ocasiones, la montaña se ha enfurecido
y ha esgrimido una espada llameante sobre
la tierra, por lo que los guanches lo llamaron Pico de Teide o Infierno aunque, al parecer, también lo consideraron como el Trono de la Divinidad.
El mismo Humboldt describe el panorama con
las siguientes palabras: "El valle de Tacoronte (sic) es la entrada a este paraje encantador del que han
hablado con extático entusiasmo los
viajeros de todas las procedencias. En la zona tórrida, yo he encontrado lugares en los que la Naturaleza es más majestuosa y más rica en la ostentación de formas orgánicas;
pero, después de haber cruzado las orillas del Orinoco, las cordilleras del Perú, y los hermosos valles de México, confieso que nunca he
contemplado una perspectiva más
variada, más atractiva, más armoniosa en la distribución de las masas de
verdor y de rocas que en la costa occidental de Tenerife."
"El litoral se destaca con líneas de
palmeras datileras y cocoteros; más
arriba, agrupamientos de musa forman un agradable contraste con
los dragos, cuyos troncos han sido
acertadamente comparados con las tortuosas
formas de las serpientes. Las laderas están cubiertas de vides que extienden sus ramas sobre armazones de palos. Naranjos cargados de flores,
arrayanes y cipreses rodean las capillas alzadas por los devotos sobre
aisladas colinas. Las lindes entre las
propiedades se señalan con hileras de agaves y cactus. Los muros están
cubiertos por cantidades incalculables de plantas criptógamas entre las
que predominan los heléchos regados por pequeñas corrientes de agua cristalina."
"En invierno, cuando el volcán queda
oculto bajo la nieve y el hielo, este paraje disfruta de perpetua primavera. En verano, al atardecer, las brisas marinas difunden un delicioso frescor..."
"Desde Tegueste y
Tacoronte hasta San Juan de la Rambla (célebre por su exquisito vino
de malvasía) las colinas están cultivadas
como jardines. Podríamos compararlas con las inmediaciones de Capua y Valencia, si esta parte occidental de Tenerife no
fuera infinitamente más bella debido a la proximidad del Pico que
muestra, por cada lado, un aspecto diferente."
"El de esta montaña
es interesante. No sólo por su gigantesca masa, sino porque estimula la imaginación, haciéndola
retroceder hasta el origen de la misteriosa
fuente de su actividad volcánica. Durante miles de años, no han sido vistas luces ni llamas en la cúspide
del Pico, pero enormes erupciones laterales, la última de las cuales tuvo
lugar en 1798, prueban que aquella actividad dista mucho de haberse extinguido. Hay algo que produce también una melancólica impresión al contemplar un cráter en
el mismo centro de una campiña tan
fértil y tan bien cultivada. La historia del globo nos dice que los
volcanes destruyen lo que ha sido creado a lo largo de las edades. Las islas, alzadas sobre el agua por la fuerza de los fuegos submarinos, se han ido
vistiendo gradualmente con rico y riente verdor, pero estas nuevas tierras son frecuentemente asoladas por la
renovada acción de la misma fuerza que las hizo surgir del fondo del océano. Los islotes, que ahora no
son más que montañas de escoria y de cenizas volcánicas, fueron, quizá, un día
tan fértiles como las colinas de
Tacoronte y El Sauzal. ¡Dichoso el país donde el hombre no tiene nada que temer del suelo que
pisa!"
Allá abajo, en la costa, reposa el pequeño
puerto de La Orotava, conocido como El
Puerto para distinguirlo de la villa, más antigua y más importante, de La
Orotava que se extiende a unos cinco kilómetros tierra adentro. Más allá, siguiendo la costa,
está San Juan de la Rambla y, en las laderas
más bajas de la vertiente opuesta al
valle, se encuentran los pueblos de
Realejo Alto y Realejo Bajo, mientras que Icod el Alto está encaramado en el mismo borde del precipicio de Tigaiga, a unos 500 metros de
altitud.
Una garganta en la montaña siguiente es
conocida como el Portillo. La
Fortaleza se alza sobre esta "entrada", y en este punto comienza la larga pendiente del Tigaiga que impide la vista de todo el cono
del Pico desde el valle. Sobre la
Villa de La Orotava, se encumbran Pedro Gil y la Montaña Blanca, con el
sol brillando sobre la nieve recién caída y, muy cerca, como al alcance
de la mano, están El Sauzal, Santa
Úrsula, La Matanza
y La Victoria.
Aunque Humboldt los
describe como "sonrientes caseríos", comenta los nombres de estos últimos diciendo que "aparecen en todas las colonias
españolas, y forman un desagradable contraste con los apacibles y sosegados sentimientos que estos campos
inspiran". Matanza significa carnicería o exterminio; y la palabra, por sí sola, recuerda el precio que
hubo que pagar por la victoria. En el
Nuevo Mundo, señala la derrota de
los nativos; en Tenerife, la villa de La Matanza fue fundada en el
lugar donde los españoles fueron dominados
por los mismos guanches que, poco
después, se vieron vendidos, como esclavos,
en los mercados europeos.
Al comienzo del
invierno, las escalonadas montañas, plantadas de trigo y patatas, desnudas y de color pardo, son una mancha del paisaje; pero, al
surgir la primavera, después de las
lluvias invernales, estas laderas se
transformarán en extensiones verde esmeralda;
entonces es cuando el valle alcanza su máximo esplendor. Durante unos
días, demasiado pocos, los almendros se
engalanan con sus delicadas flores
rosa pálido, pero la lluvia de una noche, o unas horas de viento fuerte, esparcirán todas las flores, y de aquel sonrosado encanto sólo quedará
una alfombra de caídos y maltrechos
pétalos.
El valle presenta claras muestras del
despertar de la Naturaleza en un remoto pasado: son las anchas corrientes de lava, que en un tiempo se vertieron sobre
el valle, resto gris y desolado, casi exento de vegetación. Aunque totalmente estériles, no podemos dejar de admirar los
dos montones de cenizas, semejantes
a enormes y ennegrecidos tumores. Nadie parece conocer su historia ni su exacta edad, pero es muy posible que hayan aparecido con independencia
de cualquier erupción del propio Teide aunque, quizá, no "brotando en una sola noche", como me lo han
asegurado seriamente. Una teoría, que no parece
improbable, es que los terrenos volcánicos sobre los que han sido edificados varios chalés ingleses, la iglesia y el Grand Hotel, proceden de una
de estas montañas, y que la colina
donde se alza este hotel era el borde
del acantilado. Se supone que la lava cayó sobre este borde, volcándose
en el mar hasta formar el relleno sobre el
que ahora está el Puerto.
El pueblecito no deja
de tener su atractivo, aunque las calles son polvorientas y sin barrer, ya que sólo se limpian
una vez al año, con ocasión de la fiesta del Corpus Christi, día en el que los
lugares por donde ha de pasar la procesión se cubren con pétalos de flores formando alfombras de complicados
dibujos. En una primera impresión, el pueblo me pareció un lugar
desierto. Apenas encontré algún transeúnte,
y mi propio borrico era el único animal de carga en la calle principal. Espléndidas masas de buganvillas asomaban por encima de las tapias de los jardines viéndose, a través de las puertas
abiertas, los patios cubiertos de enredaderas. Los tallados balcones
con sus tejados son inseparables de las casas antiguas. Especialmente, las
contraventanas o postigos tras los que los
moradores parecen pasar muchas horas
atisbando las calles, fueron siempre para mí un motivo de extrañeza. La calle
principal termina en el muelle y, frente al mar, las olas parecen saltar
hasta la calle misma. El pueblo se
despierta a la vida con la llegada de algún vapor carguero y, entonces,
una larga cola de carros, tirados por los
más hermosos bueyes que jamás he
visto, se abre camino hacia el muelle para descargar las jaulas de
plátanos que, muchas veces, son vendidas
allí mismo a los contratistas.
A unos trescientos
metros sobre el Puerto de La Orotava, en el largo y gradual declive que desciende desde Pedro
Gil formando el valle de La
Orotava, se encuentra la villa o ciudad del mismo nombre,
Esta es la más pintoresca de las viejas poblaciones canarias, y mucho mas interesante
que su pobre puerto, siendo la residencia de
muchas antiguas familias españolas,
cuyas hermosas viviendas son los mejores ejemplos de arquitectura hispánica en Canarias. Junto a sus
tranquilos patios, sombríos y frescos incluso
en los más cálidos días estivales, las fachadas de muchas de estas casas son de extraordinaria belleza. La admirable labor de talla en piedras,
balcones y contraventanas, y los
hierros forjados, no pueden dejar indiferente a quien contemple estos
edificios que van convirtiéndose,
rápidamente, en ejemplares únicos, pues los españoles como, desdichadamente,
otros muchos pueblos, han perdido el gusto por la arquitectura y las casas
modernas, que están surgiendo con demasiada
celeridad, estremecen al contemplarlas. Unas, han sido edificadas para
reemplazar a las desaparecidas en incendios
y, otras, fueron, simplemente,
construidas por negociantes enriquecidos con el negocio bananero. No contentos con sus viejas y sólidas
moradas, con sus bellas portadas de piedra y con sus volados balcones de
madera, están destruyéndolos despiadadamente para levantar una menguada monstruosidad moderna, más cómoda, posiblemente, para habitarla, pero más desagradable a
la vista. Parece que también está
decayendo su amor a los jardines y, como oí exclamar en cierta ocasión, "sólo les interesan los plátanos", porque
es cierto que el cultivo de las
bananas está viviendo un momento de
atractivo interés.
Aunque los patios de las casas pueden estar
animados con plantas, al ser fresco y húmedo
el ambiente debido al rocío y al agua
salpicada por una fuente, muchos
jardines de estas viejas mansiones señoriales se hallan en un triste
estado de desorden y abandono. Se han marchitado los arrayanes y los setos de boj, antes orgullo de sus dueños, y ya no
hay flores en los macizos. Queda un
jardín que muestra cómo, aunque no
muy cuidadas, las plantas crecen y florecen al aire fresco de la Villa. En tiempos
pasados, tuvo este jardín un árbol gigantesco que era su orgullo; ahora, sólo
existe su venerable tronco para hablarnos
de pasadas glorias. Pero los poyos están
llenos de flores durante todo el año, y los autóctonos picos de
paloma, (Lotus Berthelotü), florecen
mejor aquí que en ningún otro jardín. Cubren los muros, y medio invaden
los caminos y los bancos de piedra con sus guirnaldas de suave gris verdoso,
cubriéndose, en primavera, con sus "picos", de color rojo oscuro. Las
paredes se alegran con alhelíes, claveles,
verbenas, geranios, azucenas, y multitud de otras plantas. Bordean la entrada largos setos de Libonia floribunda, que los canarios llaman bandera de
España, porque sus flores rojas y amarillas les representan los colores de
la bandera nacional y, en apartados y húmedos rincones, viven blancas calas,
injuriadas orejas de burro, así llamadas por los campesinos, que
motejan certeramente no sólo a las flores
sino, también, a las personas.
Aunque los españoles distinguidos constituyen
una clase social muy exclusiva, sólo he recibido atenciones por su parte, cuando les he pedido permiso para ver sus patios o jardines, pero no puedo
decir lo mismo de las clases baja y
media de hoy, que son claramente
xenófobas. Las clases bajas parecen considerar un derecho el recibir un incesante río de dinero, e insultan y apedrean, cuando se ignoran
sus peticiones de limosnas e,
incluso, los comerciantes son descorteses con los extranjeros. Se nota
una actitud de independencia y
republicanismo. Es natural que un
patrono no pueda controlar a sus obreros, que trabajan cuando quieren o, con más frecuencia, no trabajan cuando no quieren, y el padre o la madre de familia tampoco controlan a sus hijos.
Un día, pregunté a mi jardinero por
qué no enviaba a sus hijos a la
escuela para aprender a leer y escribir, aprovechando que se lamentaba por no
ser capaz de leer los nombres de las
semillas que estaba sembrando. Pensé
que era una ocasión oportuna para dar
un buen consejo, pero él se encogió de hombros, y me dijo que ellos no
se molestarían en ir, que no tenían zapatos y que no iban a acudir descalzos a
la escuela. Este hombre vivía sin pagar impuestos, ganaba un salario semejante
al de un obrero inglés de nivel medio,
tenía dos hijos trabajando que contribuían
a los gastos de la casa, y percibía la renta de una pequeña parcela de terreno que cultivaba la familia los domingos; pues aun así, no podía
adquirir unos zapatos para que sus
hijos pudieran aprender a leer y
escribir. Otro hombre me dijo, con orgullo, que uno de sus hijos iba a la escuela. Como tenía dos, le pregunté: "¿Por qué sólo uno?".
Me contestó que el otro, una niña, solía ir pero que, ahora, se negaba y
ni él ni su mujer podían obligarla. ¡Aquel independiente
personaje tenía nueve años! Una de las mayores
curiosidades de la Villa
fue el Drago Grande y, aunque ya no
existe, aún se señala a los visitantes el lugar en el que estuvo, y se les
habla de su inmensa edad. Cuando lo visitó Humboldt, le estimó un mínimo de 6.000 años y, aunque esto pueda haber sido exagerado, no cabe duda de que era extremadamente viejo. Fue parcialmente derribado
por un vendaval, y los restos quedaron destruidos, en 1867, por un incendio accidental, por lo que sólo viendo
antiguos grabados podemos tener idea de su
asombroso tamaño. Su tronco hueco era tan amplio como una habitación mediana y, en tiempos de los
guanches, cuando se convocaba una asamblea para nombrar un nuevo jefe, la
reunión tenía lugar en el Drago Grande. La
finca en la que estuvo fue vallada
más tarde, convirtiéndose en el jardín del marqués del Sauzal.
Era curiosa la
ceremonia de designación de un jefe. El más importante de ellos era el mencey o rey de Taoro (antiguo
nombre de Orotava), que tenía 6.000 guerreros bajo su mando. Si bien esta
dignidad era hereditaria, no pasaba necesariamente de padre a hijo y, más
frecuentemente, se transmitía entre hermanos. "Para esta ceremonia de
designación de un mencey, cada señorío conservaba, envuelto en pieles, un hueso
de uno de los más remotos antepasados de su
linaje, y se convocaba a los más antiguos consejeros reuniéndolos en el
"Tagoror", lugar donde se celebraba
la asamblea. Después de su elección, el nuevo rey besaba aquellas reliquias y las ponía sobre su cabeza. Luego, los demás notables tocaban con ellas
los hombros del elegido, mientras él decía: Agoñe yacoron yna.tzaha.na,
Chcoñamet (Juro por el hueso el día en que me habéis enaltecido). Así concluía
la ceremonia de la coronación y, el mismo día, se llamaba al pueblo para que supiera quién era su nuevo rey, que
era homenajeado, y había un festín general a
expensas del nuevo mencey y sus familiares. Parece que estos dignatarios estaban rodeados de gran pompa, nadie se les acercaba por el camino, cuando se trasladaban desde sus residencias
veraniegas de las montañas a las de
invierno en la costa. Entonces, se
aguardaba a que pasara para postrarse ante
él, y levantarse limpiando los pies del rey con el borde de su vestidura de piel" (Ver "The Guanches
of Teneriffe", por Sir Clement Markham). Después de la conquista, los
españoles convirtieron en capilla el templo
de los guanches, celebrando una misa
bajo el árbol.
En la Villa hay bonitas iglesias antiguas, cuyas torres y tejados constituyen su mejor adorno. La
principal es la de la Concepción, con una
cúpula que domina toda la población. Es muy bello su aspecto exterior, pero el interior no es tan interesante.
Es curioso imaginar cómo puede haber
llegado a pertenecer a esta iglesia
la custodia de plata que, según se dice, fue de la catedral londinense
de San Pablo. Generalmente, se acepta la teoría de que, tanto esta custodia
como otra semejante que existe en la catedral de Las Palmas, son restos
dispersos de los magníficos objetos de
culto vendidos y desperdigados por orden
de Oliver Cromwell.
La bella portada y la
torre del convento y de la iglesia de Santo Domingo datan del tiempo en que los españoles eran
más sensibles a la belleza que ahora.
Las empedradas y
empinadas calles de La Orotava no carecen de interés, y los viejos balcones, las talladas
celosías y los zaguanes que se abren a los floridos patios, con
espléndidos macizos de enredaderas desbordándose por la tapia de un jardín, o
enroscándose en un viejo portalón, se combinan para lograr un pueblo
de lo más pintoresco. Un detalle característico de casi todas
las casas españolas es una especie de pequeño armario enrejado que contiene
un filtro de
piedra. En muchas casas antiguas, estos armarios
están cubiertos de enredaderas y heléchos, aprovechando la continua humedad procedente del filtro, e incluso crecen culantrillos, lo que no se
considera contrario a la acción purificadera de la piedra, en la que confían plenamente los naturales. A mí me parece increíble que el agua limpia pueda
mejorarse pasando a través del polvo
acumulado en estos filtros durante
muchos años, ya que sólo es posible limpiarlos superficialmente. Los rojos recipientes de barro, de formas rotundamente clásicas, son de
todas las capacidades, por lo que es
posible ver a una niña pequeñita
aprendiendo a llevar a la cabeza uno proporcionado a su tamaño; pronto afirmará su paso, ahora inseguro, y, en uno o dos años, marchará con
firme andar, llevando un gran cántaro
casi sin sentirlo, y dejando libres
sus manos para cualquier otra cosa.
Un agradable paseo, a pie o en burro, lleva
desde la Villa
al Realejo Alto, a través de una hermosa campiña, pasando por los caseríos de La Perdoma y La Cruz Santa. Al
comienzo de la primavera, la flor de los
almendros tiñe de rosa muchas zonas baldías y, en los pueblos, el aire vuelca,
desde las tapias de los huertos, el aroma del azahar. A esta altura, los árboles parecen menos afectados por el mortífero
pulgón negro que ha exterminado
todos los naranjales de las tierras bajas, y toda la vegetación
impresiona por ser más lozana y más
pujante. Las tapias de los huertos estaban jubilosamente florecidas;
durante nuestro paseo, vimos alhelíes de colores
malva y blanco, favoritos de los naturales; largas hileras de geranios, guirnaldas de picos de paloma, claveles
dobles y sencillos, y multitud de
otras flores.
El Realejo Alto es, sin
duda, el pueblo más pintoresco que he visto en Canarias. Su situación, en una pendiente ladera, con las casas aparentemente apiladas unas sobre otras, parece un pueblo de montaña
italiano. Se supone que una parte de la iglesia de Santiago, la que está unida a la torre, corresponde al templo más antiguo de la isla, y el
remate de aquélla, que es el punto
más destacado del pueblo y de sus
alrededores, puede haber pertenecido al viejo edificio. El interior de éste no deja de ser interesante cuando está bien iluminado, y se dice que
su bella portada es obra de canteros españoles
activos muy poco después de la Conquista. La obra
de piedra labrada que enmarca esta
puerta, y la muy semejante que hay
en el pueblo de abajo, son ejemplos únicos
de este estilo en las islas.
En el barranco que
separa los dos Realejos, tuvo lugar, en 1820, una gran riada que asoló ambos pueblos. El Realejo Bajo, aunque no tan pintoresco como el Alto, vale bien una visita, pues sus
habitantes están justamente ufanos porque tienen un drago, rival de uno de Icod que algún día puede llegar a ser
tan célebre como el de La
Orotava.
Estos dos pueblos son grandes centros de
producción de bordados o calados. A través de las puertas de entrada a
las casas, se ven mujeres y muchachas jóvenes
inclinadas sobre unos bastidores en los que se tensan sus labores. Estas son,
en su mayor parte, de baja calidad,
muy toscamente trabajadas con pobres
materiales, y da lástima el que, por lo visto, no haya mejores y más delicados
trabajos. Los visitantes se cansan de
ver enormes cantidades de colchas y
manteles que se les ofrecen, cuando, en realidad, no es posible compararlos, ventajosamente, ni en calidad ni en precio, con los que vienen de Oriente. (Florence Du Cane. 1993:
11 y ss.)
1911.
Decisivo para el puerto
santacrucero fue la creación en 1907 de la Junta de Obras del Puerto, organismo que se
encargaría de la conclusión de las obras. Un nuevo ingeniero, Pedro Matos,
propone y se le autoriza en 1911, una prolongación del dique exterior o muelle
sur, a la vez que la creación de un nuevo dique o rompeolas que hoy conocemos
como Muelle Norte, propuesto años antes por su predecesor Prudencio
Guadalfajara. Estos trabajos sufrieron varias rectificaciones a lo largo de los
años. El concepto de puerto tal como lo conocemos hoy es algo relativamente
reciente. Surge de los planos elaborados en 1951 por Miguel Pintor. Las
principales características del nuevo plan fueron,
por un lado la creación de los
muelles de ribera, haciendo desaparecer el litoral original de Santa Cruz en
beneficio de ganar línea de atraque.
Por otro lado se crea una dársena
especial para embarcaciones menores haciendo las funciones de dársena pesquera
y que no obstaculiza las operaciones en el muelle principal.
Se emprende la construcción de una
dársena comercial (dársena sur) que ha sido la que más problemas ha suscitado
debido a su situación desfavorable cuando imperan los vientos del sur. Por
último, el recinto portuario se ha visto incrementado a medida que ha tenido
que ir cubriendo nuevas necesidades, como es el caso del muelle de La Hondura para el tráfico de
materiales relacionados con la refinería, y con el recientemente inaugurado
muelle del Bufadero para uso exclusivo de mercancías.
1911.
La
naviera Compañía de Vapores
Interinsulares Canarios, filial de Elder Dempster resultó ganadora de un nuevo
concurso convocado por la metrópoli para establecer líneas regulares
interinsulares. Adjudicación que volvió a renovar en 1921 compitiendo con
Trasmediterránea. Provista de buques tan emblemáticos como el "Viera y
Clavijo", el "Lanzarote" o el "León y Castillo", la Compañía de Vapores
Interinsulares fue finalmente absorbida por Trasmediterránea en 1930. Las islas
de Tenerife y La Gomera
estuvieron enlazadas gracias a los buques de Hamilton y Cía., compartiendo el
mercado del pasaje y el plátano entre las islas con pequeñas empresas armadoras
locales, como la de Álvaro Rodríguez López o la de Juan Padrón Saavedra. (Juan
Carlos Díaz Lorenzo)
1911. Nace en Rumanía el profesor Alejandro Cioranescu, canario de
adopción entregó su vida desde su llegada a la colonia a la enseñanza y al
estudio de la Historia
pre y pos colonial canaria. Fue un naúfrago de la Historia y de las
terribles historias de las dictaduras europeas de entreguerras y de la II Guerra Mundial que se
salvó llegando a las costas tinerfeñas y cuyo trabajo y tesón, sostenidos sobre
una disciplina intelectual incansable, lo convirtieron en una figura clave para
el rescate y la valoración de nuestro patrimonio historiográfico y literario,
sobre todo en los siglos XVI, XVII y XVIII. Pero aun está por escribir la
biografía intelectual, política y sentimental de Alejandro Cioranescu, un
hombre, un crítico literario y un profesor universitario que ocultó toda su
vida, con una elegancia a veces áspera y otras sarcástica, sus orígenes, su
trayectoria, su pasado.
Nacido en una pequeña ciudad
rumana en 1911, Cioranescu fue un niño de una inteligencia excepcional volcado
en el estudio y en el aprendizaje de lenguas europeas.
Se licenció simultáneamente en
Filología Rumana y en Filología Francesa y marchó a la Sorbona para obtener el
doctorado y especializarse en una disciplina actualmente poco frecuentada y en
vías de extinción: la literatura comparada. Entorchado de matrículas de honor y
distinciones curriculares, Cioranescu regresó a Rumanía y se insertó sin
mayores dificultades en el sistema escolar del país, e incluso aceptó un cargo
público modesto, pero con cierta influencia, en el Ministerio de Educación.
Lo cierto es que nada más llegar a
Canarias se puso a trabajar inmediatamente. Fue acogido con generosidad por
Elías Serra Ráfols, el fundador de los estudios historiográficos modernos en la Universidad de Eguerew
(La Laguna), y
por Leopoldo de la Rosa
Olivera, funcionario técnico del Cabildo de Chinet (Tenerife)
y profesor de Historia del Derecho. Cioranescu vivió muy recogida y
austeramente toda su vida, aunque, más tarde, en los años setenta, obtuvo una
plaza como catedrático visitante en una universidad francesa. La fraternal
amistad con Serra Ráfols, Leopoldo de La Rosa y otros profesores universitarios, nunca
demasiados en los años cuarenta y cincuenta, no significó ninguna esplendidez
por parte de la institución académica, porque Cioranescu, pese a su excepcional
formación, su creciente prestigio y su abrumadora capacidad de trabajo, jamás
pudo aspirar a una cátedra en la
Universidad de Eguerew (La Laguna). Salvo algún seminario, ya en los límites
de su ancianidad, Cioranescu, grotescamente, continuó impartiendo clases de
lengua y literatura francesa, y nada más. Cuando se le quiso reconocer con el
Premio Canarias algún despistado metió la pata y se le concedió ex aequo con
Néstor Álamo, un respetable escritor grancanario, al que don Alejandro, sin
embargo, consideraba simplemente como un "archivero". El viejo
profesor se negó a admitir el galardón, pese a sus eternos apuros económicos,
rechazándolo a través de una carta de helada cortesía. Durante medio siglo,
indiferente a la pobreza y a los cambios políticos y culturales del exterior,
Cioranescu acumuló una impresionante bibliografía que ha actualizado y
enriquecido extraordinariamente nuestra historiografía y nuestra crítica
literaria poniéndola en conexión con los clásicos europeos. Supo liberarse de
su pasado a lomos del sentido del deber intelectual.
1911. La naviera, Compañía de Vapores Interinsulares resultó
ganadora de un nuevo concurso para establecer líneas regulares interinsulares.
Adjudicación que volvió a renovar en 1921 compitiendo con la española
Trasmediterránea. Provista de buques tan emblemáticos como el "Viera y Clavijo",
el "Lanzarote" o el "León y Castillo" y el más pequeño
“Gomera-Hierro”, la Compañía
de Vapores Interinsulares fue finalmente absorbida por la compañía española
Trasmediterránea en 1930 en su política para hacerse con el Monopolio del
transporte marítimo entre islas y de la colonia con la Metrópoli. Las
islas de Chinet (Tenerife) y La
Gomera estuvieron enlazadas gracias a los buques de Hamilton
y Cía., compartiendo el mercado del pasaje y el plátano entre las islas con
pequeñas empresas armadoras locales, como la de Álvaro Rodríguez López o la de
Juan Padrón Saavedra. Además, y por completar el panorama de las líneas
regulares históricas, la
Compañía española de Navegación e industria tuvo adjudicada,
desde 1910 la línea Sevilla/Cádiz-Canarias hasta su fusión con
Trasmediterránea. Los enlaces marítimos de Baleares y Norte de África con
España estuvieron atendidos a lo largo de todo el siglo XIX por navieras que
accedían igualmente a la concesión de una línea regular mediante concursos
libres. No fue hasta el año 1909 y la
Ley de Comunicaciones Marítimas, promovida por el gobierno de
la Metrópoli
presidido por Antonio Maura, cuando se puso orden en el sector y se
establecieron las bases de concursos públicos para cubrir líneas regulares
abanderadas en España y subvencionadas por la Hacienda pública. La ley,
además de exigir una serie de requisitos a los aspirantes en cuanto al número y
frecuencia de buques y viajes, designaba tres categorías de líneas:
La "A" se refería a los
enlaces de la Metrópoli
con Canarias, definiendo que debía garantizarse al menos un viaje cada tres
días. En el tráfico interinsular tendría que establecerse una frecuencia diaria
entre las principales islas.
La categoría "B" se
refería a Baleares, reglamentando seis viajes a la semana a Barcelona y Palma,
uno a la semana con Marsella, Ibiza, Argel, Alicante y otras ciudades del
continente europeo, además de uno diario entre Alcudia y Ciudadela.
La "C", finalmente,
pedía conexión diaria de Melilla con Almería y Málaga, además de un enlace diario
con Ceuta.
A partir de la publicación del
paquete legislativo impulsado por Maura, el panorama de los fletes en la Metrópoli experimentó un
cambio espectacular. Si hasta entonces las dos terceras partes del tráfico
marítimo en general se efectuaba bajo bandera de otros países, en 1913 la
proporción se había invertido. En el cabotaje se afianzó el concepto de líneas
de soberanía y el monopolio de la bandera en el tráfico regular que, además,
hacía responsables a los armadores españoles del transporte del servicio
postal. Estos tráficos, adjudicados por concurso a través de exigentes normas
dictadas por la Ley
de 1909, se encontraban en manos de varias docenas de armadores, algunos de los
cuales, en plena I Guerra Mundial, decidieron unirse.
1911. Nace en Casillas del Ángel, Erbania (Fuerteventura) Domingo
Velázquez. Junto a su padre, frecuentó la tertulia que se reunía en torno a
Miguel de Unamuno durante el destierro del escritor español en Erbania
(Fuerteventura). Pasó una buena parte de su juventud viajando por Europa y el
continente. Ya de vuelta en Canarias, dirigió diversas compañías de teatro
aficionado y en 1969 fundó la revista literaria Fablas en Winiwuada n
Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria). Obras:
Poemas del sueño errante (1963), poesía. Los caminos (1982),
poesía. Palabras para volver (1990), poesía. Isla llana (1996),
prosa.
1911. Nace en Tamaránt (Gran Canaria) el pintor
Jesús González Arencibia en Tamaraceite,
localidad perteneciente al entonces municipio de San Lorenzo, al NE de Gran Canaria. Era el segundo hijo del
matrimonio formado por don Antonio González Cerpa y doña Antonia Arencibia
Cabrera. Se educa en el seno de una familia acomodada, en cuyo ambiente
intelectual se desarrollarán sus inclinaciones artísticas, que se
despertaron viendo pintar a su tía Soledad. Después de sus estudios primarios,
cursó el bachillerato en el Colegio de los Jesuitas de Las Palmas, en el que
tuvo como profesora de Dibujo a Lía Tavío. Cuando contaba unos quince
años, pintó en el que se cree su primer cuadro autodidacta, “Almuerzo
campestre”, al que seguirán otros paisajes inspirados en los horizontes
impresionistas de Nicolás Massieu, cuyas exposiciones frecuenta. Asistió a
la inauguración de la decoración mural del Teatro Pérez Galdós realizada por
Néstor de la Torre,
a quien verá pintar temas botánicos relativos al “Poema de la Tierra” en su estudio del
Parque de Doramas. Pancho Guerra, su compañero de colegio, le recomienda
asistir a la Escuela
de Artes Decorativas “Luján Pérez”, que el año anterior había abierto su
primera exposición colectiva. Permanecerá en ella hasta el comienzo de la
guerra civil.
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