jueves, 24 de abril de 2014

EFEMERIDES CANARIAS








UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910



CAPITULO –XXXIII


Eduardo Pedro García Rodríguez
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Noviembre, 18
Temprano fui al encuadernador y estaba terminando de encuadernar los plebiscitos pero en tela y con unas cartulinas tan gruesas que no po­dían arrollarse. Se lo hice desbaratar y hacerlo en piel violeta oscuro con el título en la primera tapa en letras doradas grandes —PLEBISCITO— sobre fondo rojo y quedó en entregarlo mañana.
Fui a ver a Pi y le conté lo ocurrido y quedamos en que mañana se lo llevaría y se presentaría en el Congreso, si la Presidencia lo permitía.
A las 2 fui a visitar al diputado Pogio Álvarez, quien me recibió cariñosamente diciéndome que tenía ganas de conocerme y me relató sus trabajos por La Palma, las ingratitudes y por último sus deseos autonómicos para el Archipiélago y representación para cada isla: «Pues ese es el plebis­cito de las islas menores», le dije yo, «que se presentará en las Cortes maña­na: ¿tiene Ud. inconveniente en apoyarlo?». Me dijo que no lo conocía; se lo mostré y expliqué y me prometió su apoyo cuando se discutiera la proposi­ción de ley especial para Canarias; y nos separamos tan amigos y plebiscitarios, ofreciéndonos mutuamente comunicarnos y gestionar la rea­lización del plebiscito. Creo que entró por mucho en su actitud el yo decirle que no me explicaba que algunos palmeros pidieran dos distritos electorales para La Palma (deshaciéndole su coto redondo) pues cada isla sólo necesita tener representación en Cortes, no número que nada pesa en el Congreso.
Por la tarde fui a ver a don Benito y al obispo pero no les encontré.
Por la noche vino a verme Domínguez, a preguntarme qué había dicho Pi; le contesté que se sostenía en lo dicho y que se había aplazado la presentación para mañana por la cochinada del encuadernador; le conté la entrevista con Pogio, que estaba dispuesto a formar con él en la retaguar­dia (en la medida de sus fuerzas) y por último le rogué no faltara mañana al abrirse la sesión, ante el temor de que por cualquier coincidencia se anti­cipara Pi y se encontrara el debate sólo sostenido por éste; me lo prometió y nos despedimos.
Por la tarde vi a Domingo Tejera, que me enseñó todos los talleres del «Nuevo Mundo» y le convidé a almorzar mañana.
Noviembre, 19
Hoy he tenido una tarde de emociones. Por la mañana recogí el libro plebiscitario, que le agradó mucho a Pi cuando se lo presenté y me dijo que si podía no faltara a las tres a la tribuna para oír la presentación y el debate posible; se lo prometí y me dio tarjetas para la tribuna 4a. Me encargó que le llevara el suelto copiado oficioso (así se llama) para que los periódicos de la noche publicaran la noticia.
Hace días que vengo buscando a Cánovas Cervantes, pues no dis­pongo de ningún periódico en Madrid, y hoy he sabido dónde vivía (Espartero 6). Fui a buscarlo y por no encontrarlo le dejé escrito que lo esperaba en el Congreso a las tres.
A la 1 y media almorcé con Téjenla hasta que terminamos cerca de las tres. Fui escapado al Congreso y cuando llegué a la tribuna estaba ha­blando el Sr. Arguelles de caciquismo.
A continuación pidió la palabra Pi para presentar el plebiscito: lo que ocurrió no lo reproduzco por constar literal en el Diario de Sesiones del Congreso, que uno a este libro. Pero sí expresaré las emociones que experimenté.
El Congreso tendría la mitad de sus representantes, pero las tribu­nas estaban rebosando. Yo, que llegué casi al empezar la sesión, no hallé asiento y tuve que oír de pie, si bien me puse en primera fila. La emoción que experimenté fue profunda al ver al prestigioso Pi exponer su proposi­ción y me sorprendió que tan pronto enseñara la cara Moróte oponiéndose, sin pudor, al plebiscito; después, los dos gallos republicanos haciéndole sangre al lacayo leonino planteando valientemente el problema de las islas desheredadas, de la pobre cenicienta majorera.
Entre mi emoción y el rumor de las tribunas y las risas que produ­cían los picotazos de Lerroux, apenas oía la discusión; la voz de Moróte era la menos perceptible; parece que gemía (es su timbre natural afónico); a Pi le oía más claro pero no mucho por los rumores; pero Lerroux era un pito. El Presidente llamó por dos o tres veces al orden a Moróte entre el aplauso y las risas de las tribunas: pude observar que Moróte es antipático a este público; todos los que me han hablado de él lo han hecho en sentido des­pectivo, tratándolo de traidor y vividor.
No sé qué hubiera dado en aquel momento por haber tenido voz en el Congreso y poder terciar en la discusión... Domínguez Alfonso, que yo me desojaba buscándolo, no resultó por ninguna parte. Después lo hallé en el Salón de Conferencias y me dijo que estaba en Las Salesas y que ex profeso no había querido asistir para si hablaban Matos o Moróte dejarles para en todo tiempo combatirlos. No me satisfizo plenamente la explica­ción, pero la acepté por no haber otra. Más tarde me explicó su táctica y me dijo que le interesaba constara en el Diario de Sesiones las palabras suicidas de Moróte y para evitar que en la rectificación las modificara no había querido intervenir.
A la salida de Pi y de Lerroux del Salón de Conferencias, les felicité efusivamente y les di las gracias en nombre de las islas menores.
Fui en el acto a telegrafiar y puse dos partes, uno a Ramírez Vega de Lanzarote y otro a Sebastián en Puerto Cabras que decían: «Pi presentó Congreso sesión hoy plebiscito, apoyándolo elocuentemente. Combatió Mo­róte plebiscito negando islas menores derecho distritos. Pi, Lerroux com­batieron valientemente. Enhorabuena amigos. Velázquez».
Al terminar la refriega se presentó Cánovas Cervantes que vista mi carta me andaba buscando. Charlamos toda la tarde y nos citamos para el siguiente día.
Se me olvidaba el detalle, que desde el día anterior me había pedido Pi, lo que se llama la nota oficiosa para dársela a la prensa; así lo hice y desde las 6 estaba en las redacciones de los periódicos y por la noche salió en El Mundo y España Nueva; no la vi en La Correspondencia ni en El Heral­do; no sé en qué otros periódicos saldría. También la uno a continuación.
Lo esencial de este día está descrito y lo consigno como uno de los mayores de mi vida. Doy por bien empleados la atención y sacrificios que me ha costado la idea plebiscitaria. He llevado a la faz de la Nación un problema desconocido, que todos reconocen ser de justicia y equidad. Por lo que vi en Romanones, en Moret, Pi, etcétera, ya no está planteado el problema canario sobre las dos bases de Tenerife, Gran Canaria sino sobre la triple de Tenerife, Gran Canaria e islas menores, con la gran diferencia de que a las dos primeras las califican de egoístas y a las últimas de explo­tadas y preteridas. Ya tienen nombre las islas menores ante la Nación y nombre simpático.
A mí me llaman en el Congreso y me presentan unos a otros con el nombre del «el diputado de las islas menores de Canarias»; yo me río y les contesto que mi esfuerzo no se dirige a ello sino a poner al frente de las islas a un hombre de prestigio capaz de hacer frente a los políticos de las mayores. El conde de Torrepando, a quien me presentaron, aplaudió mi obra y ofreció coadyuvar a ella.
Caso raro y apenas sospechado por mí: fue rara la persona que me hablara de León y Castillo en el problema canario, si se exceptúa a Ángel Guerra y otros muy allegados. Las contadas veces que he hablado de este caballero he dicho (dándole poca importancia a la conversación) que no merece la pena de perder el tiempo, ocuparse de contemporáneos de Ríos Rosas y González Brabo. Insisto en creer que el plebiscito ha sido la punti­lla de León y Castillo. ¡Buen día!
Noviembre, 20
Hoy domingo no ha habido Congreso ni visitas; pero aproveché el tiempo para sobrecartar con tres amigos 200 plebiscitos para los diputados de más nombre del Congreso.
Quedé ayer con Pi en que mañana, lunes, me presentaría a Canalejas y le llevaría los plebiscitos al Congreso para mandarlos repartir.
Noviembre, 21
Hoy he tenido una contrariedad. Me dijo Pi en el Congreso que Canalejas sale esta noche para Sevilla con el Rey a ponerle una corbata a no sé qué bandera y no regresará antes del jueves.
Esto me ha contrariado sobremanera porque después de la confe­rencia con Canalejas pensaba yo salir para Cádiz pasado mañana 23 para estar el 24 en Tarancon y 25 y 26 en Cádiz estudiando salinas.
Me aconsejó Pi que aplazara mi viaje a Canarias al correo del 2 de diciembre y veo la necesidad de hacerlo así pues no se debe dejar plantea­da la cuestión en el terreno en que se encuentra, sólo defendida por los republicanos y socialistas: perdería su verdadero carácter nacional para ser solamente político y esto sería una falta imperdonable en mí, que com­prometería en lo futuro el éxito de las aspiraciones de aquellas islas. Así lo reconoció el magnánimo Pi y me aconsejó, repito, aplazar mi viaje; así lo haré, yendo a pasar estos días en Tarancon con los amigos, hasta el jueves.
No quiero dejar de describir las salidas de Canalejas del Congreso: no puede imaginarse una abyección ni un servilismo igual al de este pue­blo podrido: los gobernadores, delegados generales, presidentes de dipu­taciones, etcétera, que en provincias espantan con su actitud olímpica, a la salida del jefe del Gobierno lo rodean, lo aclaman con los sombreros y chisteras en alto gritándole ¡Bravo! ¡Magistral! ¡Estupendo!, arrastrándo­se por los suelos como babosas... ¡Cuánto asco!
Entregué a Pi las cartas plebiscitarias, que en el acto quedaron re­partiéndose. Aún no sé el efecto que producirán, por más que Pi cree que será grande.
Hoy he comunicado a Pi y a Lerroux el telegrama que recibí de Ramírez Vega felicitándoles por su acto del 19. Me dijeron que también ellos habían recibido telegramas de Arrecife en igual sentido, que agradecían y que estaban dispuestos a seguir la campaña, pero que no habían recibido ninguno de Fuerteventura] lo disculpé diciendo que el Centro estaba en Anti­gua y no habían recibido el telegrama. Veremos cuándo lo hacen.
Hoy me encontré a Moróte en los pasillos del Congreso. Me saludó cohibido y no hablamos una palabra de política; lugares comunes y despe­dirnos.
Noviembre, 22
Hoy fui a ver a Vadillo, que no encontré. Recibí carta de la familia. Me mudé del Hotel Metropole al Hotel La Parisién, Montera 14, por la mala habitación que tenía y las 10 pesetas diarias y a las 5 y media tomé el tren para Tarancón.
Noviembre, 22, 23 y 24
Estos dos días y medio los pasé en Tarancón, en casa de Antonio Navarro y Cortés; me colmaron de obsequios; tanto él como sus cuñados Isidro, Ciro y Benjamín. Tiene Antonio dos chicos hermosísimos y una niña muy linda. Su mujer parece muy buena señora.
El día que me vine fui a visitar la iglesia, que tiene un retablo artís­tico antiguo de bastante mérito. Conocí al cura que me resultó muy simpá­tico, enseñándome no sólo la iglesia sino hasta el último rincón de su casa. Se llama don Hilario Cabañero. Los cuñados de Antonio fueron a despedir­me a la estación.
En Tarancón visité las bodegas de los señores Domínguez Muñoz (cuñados de Antonio, que son cosecheros y comerciantes en vinos y ce­reales); son cuevas espaciosas y depósitos de cereales amplios y elevados; los vinos riquísimos, pero sobre todo un cognac delicioso.
Hay que mandarles a estos amigos un par de racimos de plátanos.

Noviembre, 25
He ido por la mañana a ver a Pi y ponderarle la necesidad de mi conferencia con Canalejas; quedamos en vernos a las 4 en el Congreso.
A la hora marcada nos vimos y me dijo que ya habia hablado con Canalejas que le dijo que conferenciaría conmigo a la salida de la sesión. Esta fue a las 6 con el enjambre de babosas de siempre. Separé a los más importunos y le dije: «Sr. Presidente, soy la persona de quien le ha hablado el Sr. Pi y deseo que Ud. me reciba». «Vaya Ud. a la Secretaría de Ministros y allí hablaremos», me dijo. Cuando llegó Pi ya había tenido yo este exabrupto y me acompañó a la Secretaría que contenía más de 50 personas (sin exage­rar); eran en su casi totalidad una comisión de Valencia que venía a gestio­nar unos derechos arancelarios sobre las naranjas y estaba formada por los principales financieros de la región, presidentes de la Cámara de Comercio, Agrícola, etcétera. Los oyó de pie y conversó con muchos. Cuando terminó, Pi, que estaba conmigo, se aproximó y le dijo que yo esperaba: me llevó a un ángulo del salón y se sentó en un sillón y Pi y yo por cada lado.
CONFERENCIA CON CANALEJAS
Canalejas: ¿Viene Ud. de Canarias?
Yo: Sí señor. En nombre de las islas menores a presentar al Congre­so un plebiscito, que ya lo ha hecho el 19 el Sr. Pi, en el cual aquellas islas formulan sus aspiraciones. No he querido tornar sin cumplir la orden de hablar con VE. para que las tutele. Ya tiene VE. un ejemplar enviado por la Comisión organizadora de Las Palmas.
C.: Nada de VE. Pero piden ustedes mucho, un diputado para cada isla.
Yo: Pedimos lo que creemos absolutamente necesario y crucial para cada isla. Vida política, tan necesaria a la isla como la jurídica al individuo.
C.: Pero ustedes tienen diputados con las islas mayores.
Yo: Ahí está el error. En un siglo que llevamos de sistema represen­tativo no hemos tenido un diputado: en el plebiscito se explica con :oda claridad este fenómeno, que no puede ser más lógico dentro de la naturale­za humana.
C.: Pero hay islas que no tienen sino 8.000 almas.
Yo: Y menos, 6.000, pero deben tener un diputado como una proposicion de 50.000 porque nosotros entendemos que el artículo 27 de la Cons­titución, al decir por lo menos un diputado fija el mínimum de representan­tes de una región, no el máximum que depende de las necesidades de cada una.
C.: Conforme con la letra de la Constitución; pero entonces llega­ríamos a un número indefinido de representantes.
Yo: De ningún modo: sólo los necesarios; si se ha de cumplir el espí­ritu y la letra de la Constitución, una población de 200.000 almas debe tener sólo 4 diputados para cumplir con la Constitución en cuanto al nú­mero; pero, en rigor, tiene con uno porque los intereses de sus municipios no pueden estar en oposición consigo mismo. Al paso que una región de 3 4, 5 o 6.000 almas, cuyos intereses sean distintos, y con más razón si sor. opuestos (como pasa en toda región insular, principalmente en Canarias, por su situación geográfica) requiere un representante que defienda e la Nación aquellos intereses, so pena de quedar representados por sus ene­migos, que es precisamente de lo que nos quejamos las islas menores
C.: (Se encogió de hombros) Parece que Ud. tiene razón Pero ¿y cómo sería recibida en las islas mayores una solución en ese sentido' Por­que yo lo que deseo es una solución armónica que me quite de encima el problema canario, sin las amenazas de alteraciones de orden público de que siempre echan mano.
Yo: Entendemos que el plebiscito no solamente es lo más justo y equitativo, sino además la única solución armónica que puede darse a aquel Archipiélago, como lo reconocen los intelectuales de todas las islas. El Sr. Pi ha visto una carta del primer prestigio intelectual y político de Canarias, don Juan de León y Castillo, que reconoce que es la verdadera solución del problema canario, con la circunstancia de ser práctica (asentimiento de cabeza de Pi). Naturalmente que de pronto no les agradaría la solución a las islas mayores porque verían defraudadas sus aspiraciones egoístas; pero caerían pronto en la cuenta de que iban ambas ganando: Tenerife, el reco­nocimiento definitivo de la unidad y de su capitalidad provincial y Gran Canaria, su vida independiente administrativamente, que es a lo que aspi­ran sus intelectuales.
C.: La cosa es para estudiarla con algún detenimiento.
Yo: Ese es todo nuestro deseo, que Ud. estudie el plebiscito y tutele nuestras peticiones, si las cree justas; como pasa con nuestro contingente provincial, que lo pagamos para tener cerrados nuestros hospitales en Lanzarote y Fuerteventura y los enfermos no pueden ir a Las Palmas o a Santa Cruz. En Fuerteventura, hace diez años, se construyó un hospital con un legado de un hijo ilustre por el que tuvimos que librar una batalla como diputado provincial, porque estaba en láminas y un político se apro­vechaba los intereses y gracias al número que ocupaba en la Diputación, tuvieron que soltar la presa y se construyó el hospital. Pero hace diez años que está cerrado porque la Diputación no lo subvenciona con un céntimo y así de lo demás.
C.: (Como preocupado) León y Castillo me ha hablado con interés, en estos últimos días, que desea tener conmigo una conferencia sobre Canarias.
Yo: No espere que apoye el plebiscito.
C.: ¿Por qué?
Yo: Porque bien claro lo demostró su diputado, el Sr, Moróte, el 19, cuando fue el único que se levantó en la cámara a impugnarlo a los mismos que representaba: buen testigo es el Sr. Pi y el Sr. Lerroux que tuvieron que defenderlo (asentimiento de Pi). Además, el Sr. León y Castillo no puede estar conforme con otra innovación que no sea la división provincial, que todas las demás islas detestan porque es lo que les augura la permanencia del estado de cosas actual, que es lo que le conviene. Debo hacer presente a Ud., además, que yo no vengo representando a un partido político. Mi representación, en este momento, es de las cuatro islas menores en masa, con sus intelectuales y autoridades, sin distinción de colores políticos, como se demuestra con el plebiscito que obra presentado en el Congreso; y en nombre de esa representación, sólo pido que se estudien los hechos oficia­les y estadísticos que se consignan en el plebiscito; y espero que Ud. me diga qué contestación les doy a las cuatro islas cuando llegue a Canarias.
C.: Puede decirles que yo estudiaré sus peticiones con todo detenimiento y veré la justicia de las mismas. Y se tendrán en cuenta cuando se resuelva el problema canario inclinándome siempre a una solución ar­mónica. Porque el que gobierna no hace siempre lo que debe ni lo que quiere, sino lo que puede.
Creí con esto y con el silencio que siguió después que daba por terminada la conferencia y, poniéndome de pie, le di las gracias y le reiteré que esperábamos que nos tutelara pues nuestros diputados eran nuestros primeros y mayores enemigos.
Cuando salimos me dijo Pi: «No puede Ud. quejarse de la conferen­cia con Canalejas pues un presidente del Consejo no puede decir más. Si Ud. se va para Cananas, me deja aquí de procurador para lo que se le ofrez­ca». «Gracias», le respondí, «pero Ud. no será en Madrid nuestro procura­dor sino nuestro abogado y director. Debemos a Ud. mucho para darle ór­denes. Sólo aspiramos a que nos dé Ud. sus consejos y nos dirija. Dispone Ud. de nuestra confianza absoluta y sólo esperamos que nos pida los datos que necesite para la defensa que haya de hacer para yo mandárselos».
He puesto en forma de diálogo mi conferencia con Canalejas pro­curando recordar con la mayor exactitud posible todos los puntos que tra­tamos para evitar olvidar esta conferencia tan importante. Algo más me dijo pero lo escrito son los puntos fundamentales que se trataron.
Realizada esta conferencia, decidí tomar el tren el 26 para embar­car el 27 en Cádiz en el «Barcelona», prescindiendo de ver las salinas de Cádiz. Por la noche fui a «Mesón Doré» a despedirme de Cánovas Cervantes para recomendarle tratara en su periódico y defendiera el plebiscito: no lo encontré y le dejé una carta. Vi en otra mesa a Rodrigo Sonano con cuatro señores más. Me dirigí a él rogándole me concediera un minuto, insistió en que me sentara con ellos y lo hice, exponiéndoles el motivo de mi viaje a Madrid, que oyó imperturbable. Los otros eran tres diputados catalanes y un redactor de «España Nueva». Los diputados catalanes, sabiendo que me apoyaban Lerroux y Corommas, se pusieron también a mi disposición. Soriano dijo, secamente, que estudiaría el plebiscito y lo apoyaría; estando a pesar de su sequedad muy fino conmigo. Todos me dieron su tarjeta y se llaman: don Ramón Maynar, don Joaquín Llobet, don Rodrigo Soriano, Barrocha Aldamoro, don Santiago Rodoreda Jorba, Manuel de la Torre.
Charlamos algo de la política de Canarias y nos despedimos con ofrecimientos recíprocos.
Noviembre, 26
He tenido que aplazar el viaje para el «Conde Wilfredo» que sale de Cádiz el 2 de diciembre. La razón de esto es que desde principios del corriente se me presentó consternado Esteban Péñate, el hijo de Rafael, a decirme que se había hecho un gabán, que le venía sin falta el dinero el 14 pero que le habían pasado la cuenta y si no la pagaba se lo quitaban, etcétera. Fui débil y le entregué las 125 pesetas hasta el 14 y... ese 14 aún no ha llegado. Con ese dinero y el que me queda tendría para llegar cómo­damente a Canarias y por mi debilidad no puedo hacerlo. Tendré que tele­grafiar a Las Palmas para que me manden dinero. ¡Lección que no debe olvidarse!
Por la tarde estuve en el Congreso y charlé largamente con Domínguez Alfonso, Pérez Díaz, que acababa de llegar de La Palma, Félix Benítez y el conde de Torrepando. No merece la pena extractar lo que hablamos.
Salí con Pérez Díaz y me habló con gran desprecio de Pedro Pogio ponderándome los grandes recibimientos que le hicieron a él en La Palma y lo enconados que están contra Pogio los palmeros.
Entrevi en el acto sus miras, que ya sospechaba; como pienso de distinta manera que él en cuestión de representación insular, pero como nada saldría ganando, sino un enemigo, no lo contrarié; sólo sí le dije que, en la forma que fuera, La Palma debe hacer suyo el plebiscito, con lo que sería imposible la lucha entre las islas grandes.
Fuimos al Ateneo y allí vimos a Moret con quien hablé un rato pi­diéndole ordenar para Canarias y contándole la conferencia con Canalejas. Me repitió que el plebiscito eran sus doctrinas y que la isla que no tuviera diputado propio quedaría anulada; y que defendería esa teoría en todas partes. Estaban presentes don Amón Salvador y Hurtado, mi antiguo cate­drático con quien recordé mi época de estudios.
Noviembre, 27
Por invitación (10 pesetas) que me hicieron Ángel Guerra, Lara y J. Alonso asistí al banquete que todos los canarios dieron a Ricardo Ruiz Benítez con motivo de la declaración de hijo adoptivo de La Palma; llegué tarde y me senté en un extremo de la mesa; frente tenía a Pérez del Toro, Rogelio y Penedo; al entrar se levantaron a saludarme Domínguez Alfonso, Madan, Rosendo Ramos, Pogio y no hay que decir que el festejado y otros más. No asistieron don Fernando Belazcoam, Quesada, Moróte y no sé cuá­les otros pero mandaron sus adhesiones.
Yo estaba temiendo (y todos conmigo) que se armara una marimo­rena en los brindis por estar representadas todas las islas que sostienen el pleito que está pendiente de fallo y con los ánimos enconados. El hijo de Domínguez leyó unos versos ocurrentes y Ruiz Benítez brindó dando las gracias pero después se metió en el turismo canario. En esto me llama un caballero urgente del Café (Formes) y aunque dije que me aguardara me contestaron que tenía prisa. Tuve que bajar disculpándome antes con el agraciado: era Gutiérrez Brito para leerme los telegramas de la interview que tenía que telegrafiar en el acto a «La Mañana». Cuando subí estaba hablando Pogio de turismo; y se terminó el banquete.
Como domingo no hubo nada que hacer.
Se me olvidaba consignar que el sábado 26 fui por la mañana a visitar al señor Zulueta con la carta de Cor ominas; es un señor muy grave con quien hablé largamente sobre el plebiscito y enterado me dijo que opi­naba en todo conmigo; que está además enterado por el Sr. Corominas; que estaba además decidido que un diputado de la agrupación intervinie­ra en el debate defendiendo a las islas menores y que ya estaba designado para ello el Sr. Salvabella que, aunque joven, era un hombre de valer y que­dó en presentármelo por la tarde en el Congreso.
A las cinco, en el Salón de Conferencias del Congreso, tuve otra larga entrevista con el Sr. Zulueta y me dijo que su agrupación le había reservado a él las cuestiones financieras; que después de mi entrevista habían modificado el plan trazado para apoyar el plebiscito, mejorándolo, agregando el Sr. Carner a Salvabella; para que fueran dos a la batalla, para que, fuera en el momento que fuese, hubiera siempre un nacionalista ca­talán defendiendo a las islas menores de Cananas; no pude menos de agradecerle este interés y reiterarle nuestro reconocimiento por su agrupa­ción que fue la primera en abrirnos los brazos. Ponderé la hermosa cues­tión jurídico-política-constituyente que se les presentaba a los señores Salvabella y Carner. El hombre se entusiasmó y me dijo que si el Congreso no servía para tratar esa cuestión debía cerrarse, por no servir para ningu­na otra. Quise que me presentara a nuestros defensores pero no pudo ser por estar en el salón de sesiones sosteniendo una discusión. Y quedamos en que Pi dirigiría la defensa y repartiría los turnos y yo daría los datos que me pidieran.
¡Si me parece un sueño! Diputados que defienden hoy a la misera­ble cenicienta: Pi, Lerroux, Salvabella y Carner. Políticos que la apoyan: Moret, Vadillo y conde de Torrepando. Que prometen estudiar la cuestión: Canalejas, Romanones. Veremos en qué para todo esto.
Noviembre, 28
Hoy, contristado por un telegrama que he visto en «El Heraldo» so­bre la miseria de Fuerteventura, he ido a visitar al obispo y me ofrecí a ejecutar sus indicaciones en cualquier gestión que se le ocurriera utilizarme. Su recibimiento no pudo ser más cariñoso pero insistió en que era inútil todo lo que hiciéramos, pues ya había dado repetidos pasos en balde; me agregó que él quedaría en Madrid atento a las caridades que pudiera reca­bar para Fuerteventura y nos despedimos dándome recuerdos para los ami­gos canarios Vega, Pepe Rodríguez y Pablo.
Por la tarde fui al Congreso y llamé a Vadillo y le dije que sentía marcharme para Canarias sin ver al Sr. Maura; no porque entendiera que él nos fuera a resolver la cuestión sino porque tendría que decir en Canarias
que un jefe de un partido monárquico se había negado a oír la aspiración se un grupo importante de las islas canarias con lo cual nos arrojaba en los brazos republicanos que con tanto cariño nos habían recibido; con lo que hacía de una cuestión nacional una cuestión política, lo contrario a nuestros deseos.
Mi mensaje surtió efecto pues me declaró que Maura le había di­cho que no me había querido recibir por no verse obligado a hacer declara­ciones que después no pudiera cumplir al frente del Gobierno. «Precisa­mente eso es lo que lamento tener que decir», le dije, «que un guberna­mental monárquico cierre las puertas a una región echándola en brazos de los republicanos sólo por salvar un prestigio remoto de jefatura, que en nada le afecta, en definitiva». «¡Pero si él no se opone a lo que pide el ple­biscito! Lo que hace es no ligarse hoy a compromisos». «Ni las islas se lo piden», le dije yo: «Lo que queremos es saber su opinión; sea favorable o contraria, saberla porque nos resulta vejatorio que una persona de su talla se haya negado a oírnos con las consecuencias que esto puede traer en las presentes circunstancias». «Nada de eso», me dijo: «Puedo asegurarle que don Antonio no es refractario al plebiscito; como también que no ha visto la cuestión desde el punto de Ud., que reconozco tiene razón. Yo hablaré con él detenidamente, ya que Ud. dice que marcha mañana, y le expondré sus temores y tengo la seguridad de que estudiará y dará a Ud. su opi­nión». «Es tarde para saberla en Madrid, pues marcho mañana sin falta. Sólo sí deseo le haga Ud. presente mis sentimientos y Ud. se servirá decir­me lo que él piense». Así me lo prometió y nos despedimos.
Con los antecedentes que yo tenía por Domínguez Alfonso y sus amistades con León creo que su propósito fue no hacer caso del plebiscito (como le aconsejó Matos). Por eso le metí el tarugo del republicanismo. Nada se conseguirá, pero bueno es que lo sepa. A Vadillo le sentó como una cantárida.
Poco después de separarme de Vadillo topé, casualmente, con Moróte, quien se dirigió a mí muy afectuoso y me dijo: «Ya he sabido que tuvo Ud. una larga conferencia con Canalejas. Don Fernando también la tuvo». «Lo celebro», le dije y le dejé el terreno bien preparado: «Yo también he estado hablando con Canalejas y le he dicho», me dijo, «que lo que piden ustedes en el plebiscito es muy justo y debe concedérseles». Me sorprendió esta despreocupación y sonriendo le dije: «Celebro su nueva manera de pensar y más que persistiera en ella». Y nos despedimos. Consig­no este hecho porque creo que es el mejor retrato de la figura moral de Moróte.
Por la noche me despedí en «Maison Doré» de Cánovas Cervantes reiterándome sus ofrecimientos personales de «El Mundo». Dudo mucho de esta persona.
Noviembre, 29
Por la mañana fui a despedirme de Asunción y los Zappino. Pase la tarde en el Salón de Conferencias del Congreso, charlando con Domínguez Alfonso, Pérez Díaz y Félix -Benítez. El primero quería acompañarme a la estación; le rogué que no lo hiciera pues me perjudicaba; el tercero rr.e habló de un proyecto de subvención a Fuerteventura de 500.000 pesetas para fomentar el cultivo del algodón; que lo apoyarían políticos imponar.-tes; quedamos en estudiar tal proyecto.
Me despedí de Pi en la forma más cordial, quedando en avisar de cualquier incidencia que tuviera la misión quedada a su cargo Le expuse mi última conferencia con Zulueta y la intervención de Salvatelia y Carner: recordándole lo convenido en que él dirigiría el debate, pidiéndome todos los datos que estimara necesarios.
Salí del Congreso a las 7 con Pérez Díaz (antes me despedí de Pogio que se disculpó, con grandes extremos, de no haberme visitado pero pro­metiéndome su apoyo al plebiscito).
Me llamó la atención su charla porque la mayor parte de ella versó sobre el plebrscito. «Todo es obra suya», me dijo. «De ningún modo», le contesté: «Es la manifestación unánime de las cuatro islas menores, con todos sus intelectuales y autoridades». «Lo creo, pero Ud. fue quien ha con-densado esas aspiraciones y ha producido el movimiento». «No niego que alguna participación haya tenido en ello», le dije, «pero eso no le quita im­portancia a la cosa». «Todo es obra de Velázquez: me consta», dijo Pérez Díaz, «lo sabía», dijo Torrepando: «Y a propósito, por Maura sé que el pro­blema canario no se tratará en esta legislatura y es probable que ni en la entrante y si Canalejas puede la abordará ad calendas grecas. Del plebisci­to sé que a Maura no le son antipáticas las teorías que sienta ni la autono­mía que pide y cree que sea una solución al problema canario». «¿Podemos contar con Ud., señor conde, para defenderlo?, le dije. «Con todo gusto pero yo ahora no soy nada». «Ud. siempre es el mismo y si mañana tuviéramos representación, nadie mejor que Ud. para representarnos en la Alta Cáma­ra», le dije. Pérez Díaz asintió con entusiasmo. Al viejo le agradó y agregó: «Sé que Maura no lo combatirá. Se hará lo que se pueda pero Ud. debería venir de diputado de las islas menores porque Ud. es el Deus ex machina de todo este tinglado plebiscitario y no habrá quien lo defienda como Ud.». «Mi misión concluye», le respondí, «con dejar sembrada la semilla. Ustedes son los encargados de recoger la cosecha».
Esta fue, en síntesis, nuestra conversación que me hizo sospechar que mi conferencia con Vadillo de ayer se había transmitido y hecho efec­to, porque Torrepando es visita diaria de Maura. Si no es verdad, lo parece. Se despidió con ofrecimientos muy cordiales y nos separamos.
Pérez Díaz se despidió en la Puerta del Sol y yo fui a Montera, 14, donde me esperaba Pedro Zappico, pagué, tomé la maleta y un coche (ce­namos deprisa) le despedí a él y a Gutiérrez Brito en la Puerta del Sol y a escape llegué a las 8 y veinte a la estación donde apenas tuve tiempo de tomar el billete y meterme en el tren. (Manuel Velásquez Cabrera: 73 y ss.)

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