Eduardo Pedro García
Rodríguez
1586 Julio 30. Es destruido por el corsario canario converso al
islamismo Morao Arraez el castillo de San Gabriel, situada en el islote del
Quemado, en Arrecife, Titoreygatra (Lanzarote) Era una pequeña defensa de unos 40 pies por cada lado, de
forma rectangular, con sus baluartes de los llamados de punta de diamante. Toda
la distribución interior era de madera, la cual ardió totalmente cuando Morato
Arráez lo atacó una mañana del mes de Julio de 1586, invadiendo luego la isla
para marcharse el 23 de Agosto del mismo año, después de la firma del tratado
con Argote de Molina. Cuenta la historia que por aquellos años y dada la falta
de acometividad en los soldados, las mujeres lanzaroteñas tuvieron que salir al
campo de batalla.
Al atardecer, la escuadra de
Morato Arráez, avistaban las costas de Lanzarote, en medio del general
entusiasmo de las tripulaciones.
Entonces Morato Arráez ordenó
amainar velas y estuvieron escondidos hasta la noche para no ser descubiertos
desde tierra por los naturales.
El desembarco se verificó, ya
oscurecido, en la caleta de los Ancones o de los Charcos, eludiendo el pirata
el ataque al puerto principal para mantener el secreto de la operación, cosa
que logró plenamente. Al día siguiente, jueves 31 de julio, las tropas
turco-argelinas y moras avanzaron por sorpresa sobre la villa capital Teguise
con tal éxito que sólo fueron descubiertos cuando se hallaban los invasores a
media legua de ella.
Los isleños temían el ataque por
el puerto principal de la isla, Arrecife, en el cual se habían tomado las
acostumbradas precauciones por orden del marqués don Agustín de Herrera; así es
que, atemorizados y sorprendidos, apenas si hubo tiempo de tocar a rebato,
emprendiendo cada cual la huída precipitada hasta desamparar el lugar.
Parte de la población buscó
refugio, como en otras ocasiones, en la Cueva de Haría o de los Verdes, situada a seis
millas de Teguise, magnífica guarida natural, y el resto, hasta la cifra de mil
personas entre hombres, mujeres y niños, en el castillo de Guanapay, donde se
acuartelaron también las tropas de la isla. Entre sus muros se encontraba lo
más destacado del elemento insular, incluyendo la propia familia del marqués,
compuesta de su mujer, doña Inés Benítez de las Cuevas y Ponte; sus hijas
naturales doña Juana y doña Constanza de Herrera, y su yerno Gonzalo Argote de
Molina, ca-Sado con la segunda. Mandaba la fortaleza como su alcaide el
gobernador de la isla Pedro de Cabrera Leme.
Los turco-argelinos y moros, en
número de unos 500, y formados en cinco banderas, penetraron entonces en el
lugar, llevando a la cabeza al mismo Morato Arráez, saqueándolo bárbaramente y
haciendo cautivas veintiséis personas algo remisas en huir.
En el intermedio las galeras se
habían dirigido al puerto de Arrecife, y así le fue fácil a Morato, una vez que
hubo saqueado la villa, apoderarse de una nao averiada de la flota de Indias
cargada de bizcocho, pasas, aceite, pólvora y algunas piezas de artillería,
donde cautivó a otros veintidós cristianos.
Dos días más tarde, el sábado 2
de agosto de 1586, los argelinos rindieron con las primeras luces del alba,
tras dura lucha, el fuerte de Arrecife, en la isla de El Quemado, con muerte de
su artillero y rendición de los otros once defensores, dirigiéndose entonces a
la villa capital para poner sitio al castillo de Guanapay. El asedio al mismo
se inició hacia el mediodía, batiéndolo los turco-argelinos y moros con
"mosquetes, escopetas y flechillas" durante cinco horas
ininterrumpidas e intentando por tres veces, sin éxito, el asalto general,
hasta que faltos de pólvora suspendieron la batería con la puesta del sol.
Desde dentro del castillo se hizo también nutrido fuego sobre los asaltantes, que
sufrieron mayor número de bajas que los asediados, pues mientras de aquéllos
resultaron muertos veintiséis, de éstos sólo sucumbieron doce. Entre ellos se
encontraba el alcaide Pedro de Cabrera Leme, muerto heroicamente en
cumplimiento de su deber.
Del viernes 1 de agosto al martes
5 del mismo mes, Morato Arráez entretuvo su gente preparando los medios
ofensivos para el asalto a la fortaleza de Guanapay, mientras distintas
columnas de argelinos realizaban incursiones hacia el interior con propósito de
engrosar el botín y aumentar el número de cautivos.
En la hacienda o cortijo de
Inaguaden, una de las más ricas propiedades de don Agustín de Berrera, los
argelinos provocaron una insurrección casi general de esclavos, entre los que
reclutaron sus más destacados "adalides"
para las incursiones futuras. Entre ellos hallábanse el morisco Pedro de Lugo,
que en unión de: su mujer e hijos desertó para unirse a los invasores. Pedro de
Lugo cambió, a partir de entonces, su nombre por el de Audalá y en compañía de
su hijo Tomás, rebautizado con el nombre de Solimán colaboró en todas las
empresas de los argelinos. Sus otros hijos Melchor, Blas, Tomasa y Catalina
pasaron con su madre a las galeras esperando el momento del retorno a Berbería.
La misma conducta siguieron los
hermanos Juan y Francisco Escalona, convertidos, con la velocidad del rayo, en
los moros Alí y Braen. Igual transformación sufrieron otros dos esclavos
moriscos del marqués, los hermanos Pedro y Diego de Berrera, denominados Muza y
Hamet) respectivamente, mientras sus hermanas Leonor y Catalina, fieles a su
nueva religión y a sus amos, pasaban a las galeras en calidad de cautivas y en
la larga lista continúan los negros Bartolomé-conocido por Embarca-, Baltasar y
Francisco y la morisca Juana, que huyó del cortijo con dos criaturas.
No sólo de las posesiones del
marqués de Lanzarote, sino también de aldeas y caseríos desertaron porción de
esclavos como el morisco Juan, al servicio de Marcial de Cabrera, o los negros
Pedro y Luís, propiedad, respectivamente, de Bartolomé Cabrera y Juan León.
La presencia de los desertores en
las filas de los argelinos no dejó de impresionar desfavorablemente al marqués
de Lanzarote, quien revela su asombro con estas palabras: "Los christianos
que estavan en compañía deste
testigo-dice un testigo de la Inquisición-, cuando
bido a los dichos moros, le decian...: aquel que biene alli es Pedro de Lugo, y
aquel... Juan Descalona, y el que ha par alli es Francisco Descalona; y que los
que los christinos le enseñavan y decian ser los susodichos le parecio en su
talle y manera ser ansi...".
Hacia el día 4 de agosto
comprendió el marqués lo inútil que sería resistir en la fortaleza un asedio
prolongado, sin otra alternativa que sucumbir heroicamente o caer en las garras
de su feroz enemigo. Así, pues, decidió aquella misma noche desampararla con
toda su gente y guarnición.
Por esta causa cuando al día
siguiente, 5 de agosto, los argelinos llegaron con sus "tiros" para formalizar el sitio,
hallaron la fortaleza de Guanapay desalojada por completo. La indignación de
los "jenízaros" turcos fue
entonces extraordinaria, al ver cómo se les había escapado, con la gente, el
rico rescate que se prometían.
En el éxodo por las montañas de
la isla, el marqués de Lanzarote hubo de procurar el mejor acomodo para su
familia, con objeto de recuperar la libertad de movimientos necesaria a un jefe
militar en la defensa del territorio de su mando. Todas las cuevas de la
isla-pese a ser algunas de ellas verdaderas fortalezas naturales-le parecían
lugares demasiado conocidos para darles albergue, cuando he aquí que el morisco
Sancho de Herrera León, que llevaba largo tiempo avecindado en la isla y gozaba
de la confianza del marqués, se ofreció solícito a esconderlas en un paraje
desconocido, velando por su seguridad. Don Agustín de Herrera le hizo entrega
de su esposa y de su hija Constanza, pues la otra, Juana, ya había encontrado
refugio en otro paraje de la isla.
Al tener noticia Morato Arráez
del abandono del castillo de Guanapay por los españoles no se desalentó con el
inesperado contratiempo, sino que para compensar aquel fracaso organizó una
feroz cacería humana por el interior de la isla, aprovechando como prácticos o
"adalides" a los moriscos
renegados de Lanzarote, confundidos entre los invasores vistiendo sus mismos
trajes y turbantes.
Divididos en columnas, argelinos
y moros recorrieron la isla de Lanzarote en todas direcciones. Morato Arráez,
llevando como práctico a Pedro, esclavo negro de Bartolomé Cabrera, y a los
hermanos Escalona y conduciendo al grueso de las fuerzas, puso sitio, durante
tres jornadas consecutivas (del miércoles 6 al sábado 9 de agosto), a la famosa
Cueva de los Verdes, sin lograr conquistarla, pues se lo impidieron las
milicias de la isla con tesón tan singular, que al cabo tuvo que levantarlo sin
el menor provecho. Parece ser que el mando de aquella heroicas tropas lo tuvo
un soldado de bien probada pericia: Gonzalo Argote de Molina.
Otros destacamentos se dirigieron
hacia el sur con propósito de alcanzar las playas del Rubicón. Conducidos por
el morisco Juan (Almanzor), esclavo de Marcial de Cabrera, y por Pedro de Lugo
(Audailá), los piratas argelinos asolaron la tierra en todas direcciones,
regresando de su excursión con buen número de cautivos cristianos.
Por otra parte, las galeras
contorneaban sin descanso por las playas y caletas de la isla a la caza de las
embarcaciones en que huían mujeres y niños; de esta manera, por tierra y mar
lograron cautivar los invasores cerca de doscientas personas en confusa mezcla
de verdaderos cautivos y "moriscos",
que se unían a las huestes mahometanas dispuestos a desertar de su forzada
esclavitud. Tal era el fruto que obtenía el marqués de Lanzarote de sus
brillantes campañas en las costas vecinas del continente.
Don Agustín de Herrera avisó
entonces de su situación comprometida a la isla de Gran Canaria, cuyo
gobernador, don Tomás de Canga, organizó inmediatamente-con el parecer en
contra de la Audiencia-la
evacuación de la isla, logrando poner a salvo en barcas más de 500 personas,
entre mujeres y niños, con sus alhajas y riquezas. Entre las personas salvadas
figuraba la hija natural del marqués, doña Juana de Herrera, a la que su propio
padre supo librar de las garras de los piratas argelinos.
Preocupase también el marqués de
Lanzarote de la suerte de su esposa, doña Inés Benítez de las Cuevas, y de su
otra hija doña Constanza de Berrera, pidiendo a sus parientes los señores de
Fuerteventura que se preparasen a venir en su ayuda. evacuandolas de la
insegura cueva donde habían hallado forzoso refugio. Mas era tanto el odio que
separaba ya por entonces a ambas casas, parientes y rivales, que tanto don
Gonzalo como don Fernando de Saavedra se negaron a prestarlas auxilio, llegando
en su rencor y animosidad a embargar un navío en el que los hidalgos de la isla
de Fuerteventura se disponían a embarcar para socorrer a tan ilustres damas.
En la isla no quedaron más que
los hombres útiles reforzados con algunos destacamentos de milicias de Gran
Canaria, que se redujeron a vigilar de cerca las actividades de los
berberiscos, limitándose a combatir con ellos en los inevitables choques de
guerrillas. En una de ellas cayó prisionero del marqués "un esclavo cristiano morisco, que se le habia ido", por
quien supo, tras el obligado tormento, que Morato Arráez había prometido, con
su cabeza por medio, al Xarife "tomarle
Lanzarote o Canaria"; que llevaba cuatro meses preparando en Argel la
expedición, y que esperaba otras
siete galeras de auxilio de un momento a otro.
Por un segundo prisionero turco
se confirmó, el propósito de Morato Arráez de atacar seguidamente Gran Canaria,
y con este motivo se dio aviso a todas las islas para que estuviesen
prevenidas.
Pero hasta entonces no había
podido hacerse Morato Arráez ni con el marqués de Lanzarote ni con ningún
miembro de su familia, que era su más vivo deseo para poder humillarle,
obligándole a parlamentar y pudiéndole exigir de paso un crecido rescate.
No obstante, los "adalides" lanzaroteños iban a darle
ocasión de satisfacer este vivo deseo prestánle un nuevo y valioso servicio.
El episodio de la captura de la
marquesa de Lanzarote, doña Inés Benítez de las Cuevas, y de la condesa doña
Constanza de Herrera es un tanto confuso, haciéndose difícil hoy día, pese a la
variedad de testimonios, discernir quién fue el inductor de la misma. El
marqués de Lanzarote, en sus declaraciones ante la Inquisición, hace
responsable absoluto al morisco Sancho de Herrera León; pero cabe pensar, con
mayor certidumbre,
que éste más pecó de
impremeditado o suelto de lengua, que de traidor en el estricto sentido de la
palabra.
eduardobenchomo@gmail.com
Buenas noches.
ResponderEliminarEn otro articulo suyo nombra 3 Morato Arráez.
Aseguraba que el que atacó Lanzarote era ¨El Grande de origen Albanes y no el ¨Maltrapillo renegado Español.
Podría resolverme la duda.
Un saludo y gracias de antemano.
Eduardo Sampedro Martínez.