lunes, 15 de julio de 2013

MORATO ARRAEZ DESTRUYE EL CASTILLO DE SAN GRABIEL EN ARRECIFE




Eduardo Pedro García Rodríguez

1586 Julio 30. Es destruido por el corsario canario converso al islamismo Morao Arraez el castillo de San Gabriel, situada en el islote del Quemado, en Arrecife, Titoreygatra (Lanzarote) Era una pequeña defensa de unos 40 pies por cada lado, de forma rectangular, con sus baluartes de los llamados de punta de diamante. Toda la distribución interior era de madera, la cual ardió totalmente cuando Morato Arráez lo atacó una mañana del mes de Julio de 1586, invadiendo luego la isla para marcharse el 23 de Agosto del mismo año, después de la firma del tratado con Argote de Molina. Cuenta la historia que por aquellos años y dada la falta de acometividad en los soldados, las mujeres lanzaroteñas tuvieron que salir al campo de batalla.

Al atardecer, la escuadra de Morato Arráez, avistaban las costas de Lanzarote, en medio del general entusiasmo de las tripulaciones.

Entonces Morato Arráez ordenó amainar velas y estuvieron escondidos hasta la noche para no ser descubiertos desde tierra por los naturales.

El desembarco se verificó, ya oscurecido, en la caleta de los Ancones o de los Charcos, eludiendo el pirata el ataque al puerto principal para mantener el secreto de la operación, cosa que logró plenamente. Al día siguiente, jueves 31 de julio, las tropas turco-argelinas y moras avanzaron por sorpresa sobre la villa capital Teguise con tal éxito que sólo fueron descubiertos cuando se hallaban los invasores a media legua de ella.

Los isleños temían el ataque por el puerto principal de la isla, Arrecife, en el cual se habían tomado las acostumbradas precauciones por orden del marqués don Agustín de Herrera; así es que, atemorizados y sorprendidos, apenas si hubo tiempo de tocar a rebato, emprendiendo cada cual la huída precipitada hasta desamparar el lugar.

Parte de la población buscó refugio, como en otras ocasiones, en la Cueva de Haría o de los Verdes, situada a seis millas de Teguise, magnífica guarida natural, y el resto, hasta la cifra de mil personas entre hombres, mujeres y niños, en el castillo de Guanapay, donde se acuartelaron también las tropas de la isla. Entre sus muros se encontraba lo más destacado del elemento insular, incluyendo la propia familia del marqués, compuesta de su mujer, doña Inés Benítez de las Cuevas y Ponte; sus hijas naturales doña Juana y doña Constanza de Herrera, y su yerno Gonzalo Argote de Molina, ca-Sado con la segunda. Mandaba la fortaleza como su alcaide el gobernador de la isla Pedro de Cabrera Leme.

Los turco-argelinos y moros, en número de unos 500, y formados en cinco banderas, penetraron entonces en el lugar, llevando a la cabeza al mismo Morato Arráez, saqueándolo bárbaramente y haciendo cautivas veintiséis personas algo remisas en huir.

En el intermedio las galeras se habían dirigido al puerto de Arrecife, y así le fue fácil a Morato, una vez que hubo saqueado la villa, apoderarse de una nao averiada de la flota de Indias cargada de bizcocho, pasas, aceite, pólvora y algunas piezas de artillería, donde cautivó a otros veintidós cristianos.

Dos días más tarde, el sábado 2 de agosto de 1586, los argelinos rindieron con las primeras luces del alba, tras dura lucha, el fuerte de Arrecife, en la isla de El Quemado, con muerte de su artillero y rendición de los otros once defensores, dirigiéndose entonces a la villa capital para poner sitio al castillo de Guanapay. El asedio al mismo se inició hacia el mediodía, batiéndolo los turco-argelinos y moros con "mosquetes, escopetas y flechillas" durante cinco horas ininterrumpidas e intentando por tres veces, sin éxito, el asalto general, hasta que faltos de pólvora suspendieron la batería con la puesta del sol. Desde dentro del castillo se hizo también nutrido fuego sobre los asaltantes, que sufrieron mayor número de bajas que los asediados, pues mientras de aquéllos resultaron muertos veintiséis, de éstos sólo sucumbieron doce. Entre ellos se encontraba el alcaide Pedro de Cabrera Leme, muerto heroicamente en cumplimiento de su deber.

Del viernes 1 de agosto al martes 5 del mismo mes, Morato Arráez entretuvo su gente preparando los medios ofensivos para el asalto a la fortaleza de Guanapay, mientras distintas columnas de argelinos realizaban incursiones hacia el interior con propósito de engrosar el botín y aumentar el número de cautivos.

En la hacienda o cortijo de Inaguaden, una de las más ricas propiedades de don Agustín de Berrera, los argelinos provocaron una insurrección casi general de esclavos, entre los que reclutaron sus más destacados "adalides" para las incursiones futuras. Entre ellos hallábanse el morisco Pedro de Lugo, que en unión de: su mujer e hijos desertó para unirse a los invasores. Pedro de Lugo cambió, a partir de entonces, su nombre por el de Audalá y en compañía de su hijo Tomás, rebautizado con el nombre de Solimán colaboró en todas las empresas de los argelinos. Sus otros hijos Melchor, Blas, Tomasa y Catalina pasaron con su madre a las galeras esperando el momento del retorno a Berbería.

La misma conducta siguieron los hermanos Juan y Francisco Escalona, convertidos, con la velocidad del rayo, en los moros Alí y Braen. Igual transformación sufrieron otros dos esclavos moriscos del marqués, los hermanos Pedro y Diego de Berrera, denominados Muza y Hamet) respectivamente, mientras sus hermanas Leonor y Catalina, fieles a su nueva religión y a sus amos, pasaban a las galeras en calidad de cautivas y en la larga lista continúan los negros Bartolomé-conocido por Embarca-, Baltasar y Francisco y la morisca Juana, que huyó del cortijo con dos criaturas.

No sólo de las posesiones del marqués de Lanzarote, sino también de aldeas y caseríos desertaron porción de esclavos como el morisco Juan, al servicio de Marcial de Cabrera, o los negros Pedro y Luís, propiedad, respectivamente, de Bartolomé Cabrera y Juan León.

La presencia de los desertores en las filas de los argelinos no dejó de impresionar desfavorablemente al marqués de Lanzarote, quien revela su asombro con estas palabras: "Los christianos que estavan en compañía  deste testigo-dice un testigo de  la Inquisición-, cuando bido a los dichos moros, le decian...: aquel que biene alli es Pedro de Lugo, y aquel... Juan Descalona, y el que ha par alli es Francisco Descalona; y que los que los christinos le enseñavan y decian ser los susodichos le parecio en su talle y manera ser ansi...".

Hacia el día 4 de agosto comprendió el marqués lo inútil que sería resistir en la fortaleza un asedio prolongado, sin otra alternativa que sucumbir heroicamente o caer en las garras de su feroz enemigo. Así, pues, decidió aquella misma noche desampararla con toda su gente y guarnición.

Por esta causa cuando al día siguiente, 5 de agosto, los argelinos llegaron con sus "tiros" para formalizar el sitio, hallaron la fortaleza de Guanapay desalojada por completo. La indignación de los "jenízaros" turcos fue entonces extraordinaria, al ver cómo se les había escapado, con la gente, el rico rescate que se prometían.

En el éxodo por las montañas de la isla, el marqués de Lanzarote hubo de procurar el mejor acomodo para su familia, con objeto de recuperar la libertad de movimientos necesaria a un jefe militar en la defensa del territorio de su mando. Todas las cuevas de la isla-pese a ser algunas de ellas verdaderas fortalezas naturales-le parecían lugares demasiado conocidos para darles albergue, cuando he aquí que el morisco Sancho de Herrera León, que llevaba largo tiempo avecindado en la isla y gozaba de la confianza del marqués, se ofreció solícito a esconderlas en un paraje desconocido, velando por su seguridad. Don Agustín de Herrera le hizo entrega de su esposa y de su hija Constanza, pues la otra, Juana, ya había encontrado refugio en otro paraje de la isla.

Al tener noticia Morato Arráez del abandono del castillo de Guanapay por los españoles no se desalentó con el inesperado contratiempo, sino que para compensar aquel fracaso organizó una feroz cacería humana por el interior de la isla, aprovechando como prácticos o "adalides" a los moriscos renegados de Lanzarote, confundidos entre los invasores vistiendo sus mismos trajes y turbantes.

Divididos en columnas, argelinos y moros recorrieron la isla de Lanzarote en todas direcciones. Morato Arráez, llevando como práctico a Pedro, esclavo negro de Bartolomé Cabrera, y a los hermanos Escalona y conduciendo al grueso de las fuerzas, puso sitio, durante tres jornadas consecutivas (del miércoles 6 al sábado 9 de agosto), a la famosa Cueva de los Verdes, sin lograr conquistarla, pues se lo impidieron las milicias de la isla con tesón tan singular, que al cabo tuvo que levantarlo sin el menor provecho. Parece ser que el mando de aquella heroicas tropas lo tuvo un soldado de bien probada pericia: Gonzalo Argote de Molina.

Otros destacamentos se dirigieron hacia el sur con propósito de alcanzar las playas del Rubicón. Conducidos por el morisco Juan (Almanzor), esclavo de Marcial de Cabrera, y por Pedro de Lugo (Audailá), los piratas argelinos asolaron la tierra en todas direcciones, regresando de su excursión con buen número de cautivos cristianos.

Por otra parte, las galeras contorneaban sin descanso por las playas y caletas de la isla a la caza de las embarcaciones en que huían mujeres y niños; de esta manera, por tierra y mar lograron cautivar los invasores cerca de doscientas personas en confusa mezcla de verdaderos cautivos y "moriscos", que se unían a las huestes mahometanas dispuestos a desertar de su forzada esclavitud. Tal era el fruto que obtenía el marqués de Lanzarote de sus brillantes campañas en las costas vecinas del continente.

Don Agustín de Herrera avisó entonces de su situación comprometida a la isla de Gran Canaria, cuyo gobernador, don Tomás de Canga, organizó inmediatamente-con el parecer en contra de la Audiencia-la evacuación de la isla, logrando poner a salvo en barcas más de 500 personas, entre mujeres y niños, con sus alhajas y riquezas. Entre las personas salvadas figuraba la hija natural del marqués, doña Juana de Herrera, a la que su propio padre supo librar de las garras de los piratas argelinos.

Preocupase también el marqués de Lanzarote de la suerte de su esposa, doña Inés Benítez de las Cuevas, y de su otra hija doña Constanza de Berrera, pidiendo a sus parientes los señores de Fuerteventura que se preparasen a venir en su ayuda. evacuandolas de la insegura cueva donde habían hallado forzoso refugio. Mas era tanto el odio que separaba ya por entonces a ambas casas, parientes y rivales, que tanto don Gonzalo como don Fernando de Saavedra se negaron a prestarlas auxilio, llegando en su rencor y animosidad a embargar un navío en el que los hidalgos de la isla de Fuerteventura se disponían a embarcar para socorrer a tan ilustres damas.

En la isla no quedaron más que los hombres útiles reforzados con algunos destacamentos de milicias de Gran Canaria, que se redujeron a vigilar de cerca las actividades de los berberiscos, limitándose a combatir con ellos en los inevitables choques de guerrillas. En una de ellas cayó prisionero del marqués "un esclavo cristiano morisco, que se le habia ido", por quien supo, tras el obligado tormento, que Morato Arráez había prometido, con su cabeza por medio, al Xarife "tomarle Lanzarote o Canaria"; que llevaba cuatro meses preparando en Argel la expedición, y que esperaba otras siete galeras de auxilio de un momento a otro.

Por un segundo prisionero turco se confirmó, el propósito de Morato Arráez de atacar seguidamente Gran Canaria, y con este motivo se dio aviso a todas las islas para que estuviesen prevenidas.

Pero hasta entonces no había podido hacerse Morato Arráez ni con el marqués de Lanzarote ni con ningún miembro de su familia, que era su más vivo deseo para poder humillarle, obligándole a parlamentar y pudiéndole exigir de paso un crecido rescate.

No obstante, los "adalides" lanzaroteños iban a darle ocasión de satisfacer este vivo deseo prestánle un nuevo y valioso servicio.

El episodio de la captura de la marquesa de Lanzarote, doña Inés Benítez de las Cuevas, y de la condesa doña Constanza de Herrera es un tanto confuso, haciéndose difícil hoy día, pese a la variedad de testimonios, discernir quién fue el inductor de la misma. El marqués de Lanzarote, en sus declaraciones ante la Inquisición, hace responsable absoluto al morisco Sancho de Herrera León; pero cabe pensar, con mayor certidumbre,
que éste más pecó de impremeditado o suelto de lengua, que de traidor en el estricto sentido de la palabra.

eduardobenchomo@gmail.com

1 comentario:

  1. Buenas noches.
    En otro articulo suyo nombra 3 Morato Arráez.
    Aseguraba que el que atacó Lanzarote era ¨El Grande de origen Albanes y no el ¨Maltrapillo renegado Español.
    Podría resolverme la duda.
    Un saludo y gracias de antemano.
    Eduardo Sampedro Martínez.

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