El 11 de
octubre de 1740 una balandra inglesa penetra en el puerto de Gran Tarajal y
apresa el barco Fandango que se encontraba varado en puerto. La facilidad con
que se ejecutó esta acción le permitió al día siguiente arribar al puerto de
Las Playas donde desembarcó los prisioneros que había capturado hasta entonces.
Con un amplio botín y dos barcos y una balandra apresada el corsario puso rumbo
a Funchal (Capital de Madeira) donde vendió la mercancía incautada.
El Ataque Tuineje.-
El 13 de
Octubre de 1740 desembarca un corsario inglés en la zona del actual Gran
Tarajal. La nave arribó a puerto y
desembarcaron unos 50 hombres pertrechados con escopetas, pistolas y granadas.
Al amparo de la noche se encaminaron al interior de la isla rumbo a Tuineje.
Pronto perdieron el rumbo y arribaron al caserío de Casilla Blanca donde
capturaron a unos labriegos con el fin de que les guiaran hasta Tuineje. Sin
embargo aprovechando la confusión desde el caserío fueron despachados varios
mensajeros hasta la propia villa de Tuineje y al Gobernador de la Isla Sánchez
Umpiérrez que se encontraba pasando unos días en el caserío de Los Arrabales, a
unos 25 kilómetros de distancia. Los avisos llegan a Tuineje al mismo tiempo
que los ingleses lo que permite que muchos habitantes consigan huir al amparo
de la noche. Sin embargo los corsarios consiguen apresar a siete paisanos con
los que entraron en la Iglesia
con el fin de saquearla. Allí robaron los cálices, la plata y varios objetos
del culto, además profanaron la imagen de la Virgen lo que produjo una enorme indignación
entre los prisioneros.
Mientras
tanto las milicias se fueron reuniendo a lo largo de la noche, repescando a los
huidos y despertando a los hombres en los pagos cercanos. Al amanecer los
ingleses vieron a dos destacamentos de isleños acercarse al pueblo, y por
desconocimiento de sus efectivos y de su armamento emprendieron el regreso a su
barco llevándose a los prisioneros como rehenes.
Los dos destacamentos siguieron a los ingleses
flanqueándolos a cierta distancia, en un momento dado el comandante inglés
despacha a uno de los rehenes para negociar la retirada ofreciendo la
liberación de sus prisioneros a cambio de tener paso franco hasta su
embarcación. Sin embargo el Gobernador de la isla replica que además exige la
entrega de las armas a los corsarios, algo inaceptable por su parte. Su
objetivo es ganar el tiempo suficiente para que las milicias se hayan reunido
completamente y plantar batalla al enemigo. Para ello interpone un destacamento
entre los ingleses y la costa, obligando a estos a hacerse fuertes en una
pequeña colina.
Al día
siguiente las milicias se hayan reunidas y rodean la colina. El Gobernador
Sánchez Umpierrez había ordenado reunir a cuantos camellos se encontraran por
el camino, por lo que cada destacamento se guarneció tras una trinchera móvil
de camellos. Los ingleses sin embargo confiaban en su número y en su armamento
y se dispusieron a abrirse paso a la fuerza a través de los isleños.
Quedaba pues
planteada la batalla en una zona conocida como los Quemados del Cuchillete.
Antes de iniciar el ataque, Sánchez Umpiérrez recorrió los puestos animando a
su gente. Se acercó al presbítero don José Antonio y le entregó su bastón
diciéndole: “primero es la honra que la vida, encomiéndenos a dios y a la Virgen de la Peña”. El gobernador dio la
voz de avance tras la trinchera móvil de los camellos al grito: “¡Cristianos!,
a defender la tierra”, y los isleños lanzando ijijíes se lanzaron
al ataque.
Los ingleses seguros con sus armas, esperaron a tenerlos a tiro para pararlos en seco con una descarga cerrada de sus fusiles. Hicieron fuego, pero su sorpresa fue enorme cuando observaron que los camellos recibían de lleno la lluvia de balas. La diferencia de armamento e inutilizada la primera descarga, hizo que se aprovechara el instante para llegar al cuerpo a cuerpo antes de que el enemigo cargara de nuevo sus armas. En lucha hombre a hombre, las piedras, palos y rozaderas manejadas con la tradicional habilidad de los canarios, resultaron más útiles que las armas de fuego. Rotas las líneas del cuadro inglés, en menos de media hora que duró esta fase del combate quedaron sobre el campo de batalla 22 ingleses.
Los ingleses seguros con sus armas, esperaron a tenerlos a tiro para pararlos en seco con una descarga cerrada de sus fusiles. Hicieron fuego, pero su sorpresa fue enorme cuando observaron que los camellos recibían de lleno la lluvia de balas. La diferencia de armamento e inutilizada la primera descarga, hizo que se aprovechara el instante para llegar al cuerpo a cuerpo antes de que el enemigo cargara de nuevo sus armas. En lucha hombre a hombre, las piedras, palos y rozaderas manejadas con la tradicional habilidad de los canarios, resultaron más útiles que las armas de fuego. Rotas las líneas del cuadro inglés, en menos de media hora que duró esta fase del combate quedaron sobre el campo de batalla 22 ingleses.
Destacó por
su bizarría temeraria el gobernador Sánchez Umpiérrez, que a caballo se
introdujo en la formación enemiga, atropellando, picando con su lanza y
acudiendo en presteza en ayuda de sus subordinados que se encontraban en
situación apurada. Otro destacado en la batalla resultó ser el anciano capitán
don Baltasar Matheo, quien con 80 años, entró al enemigo con arrojo y valentía.
Los
ingleses, que habían confiado en una victoria rápida a manos de su superior
armamento, no contaron con tres factores que fueron determinantes para su
derrota. La trinchera móvil de los camellos, que inutilizó su primera descarga,
con la que intentaron parar en seco el avance y producir la consiguiente
desmoralización de los atacantes. El ser su formación desbaratada por los
mismos animales que enloquecidos penetraron entre sus filas. Y por último la
habilidad de los isleños en el manejo de sus primitivas armas y su tradicional
ligereza en esquivar los golpes.
Rota la
defensa inglesa y ya superados en números, muchos dieron vuelta y emprendieron
la huída desesperada a su barco, emprendiendo los canarios una cacería que se
prolongaría a lo largo de la jornada. El resultado fue el siguiente: de los 53
ingleses que habían desembarcados, 20 quedaron con vida al rendirse ante los
isleños, el resto quedó muerto sobre el campo de batalla. Ninguno consiguió
llegar hasta el barco.
Por parte
isleña el recuento quedó de la siguiente forma: tres muertos, tres heridos
graves y doce de menor consideración de un total de 43 que iniciaron el ataque.
De los camellos no ha quedado constancia de cifras.
La balandra
corsaria permaneció anclada en Gran Tarajal hasta el día 16, lanzando cañonazos
de cuando en cuando llamando a sus hombres. El gobernador despachó a Gran
Canaria un barco pesquero informando de los sucesos y solicitando que la
balandra San Telmo acudiera a la isla para reducir la embarcación enemiga. Sin
embargo, la San Telmo
arribó a Gran Tarajal sin encontrarse a los corsarios, quienes debieron huir
rumbo a Funchal. Los prisioneros fueron embarcados rumbo a Gran Canaria.
La victoria debió elevar mucho la moral de los habitantes de Fuerteventura. Sin embargo pronto volvieron a sentir la sensación de encontrarse expuestos a combates.
La victoria debió elevar mucho la moral de los habitantes de Fuerteventura. Sin embargo pronto volvieron a sentir la sensación de encontrarse expuestos a combates.
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