EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1881-1890
CAPÍTULO XLIX-I
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1881. En Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) se crea la Sociedad "La Cosmológica"
Fue
creada como museo de historia natural y antigüedades guanches, ocupando la
vieja casa panera o alhóndiga, llamada del Pósito, en la espalda de la Iglesia Matriz de
El Salvador. Esta casona había sido adquirida por el Cabildo en 1646 con el fin
de instalar el pósito de granos de la ciudad, fundado por el colono flamenco
Luis Van de Walle el Viejo en 1560.
Esta
sociedad cultural, con museo de etnografía y ciencias naturales, fue gabinete
científico y museo de antigüedades, cuyos socios promovieron las primeras
excursiones y estudios arqueológicos y recogieron en sus salas los vestigios
históricos que desaparecían de una sociedad en trance de renovación.
Hasta
ese momento, el estudio y la salvaguarda del pasado insular había estado en
manos de eruditos y aficionados, que iniciaron el reconocimiento del
territorio, algunos de ellos, socios o directivos de esta sociedad, como Elías
Santos Abreu.
Ésta
fue la depositaria de los hallazgos arqueológicos realizados en La Palma y lugar de obligada
referencia para cualquier investigador de la protohistoria hawara.
En su
seno apareció, veintinueve años después, en 1909 la Biblioteca Cervantes,
primer centro de lectura público de la isla, con magníficos fondos donados por
el Marqués de Guisla, también procedentes de particulares, como los próceres
hawaras don Elías Santos Abreu o don Pedro Poggio, y de los conventos
suprimidos tras la
Desamortización de Mendizábal, acaecida entre 1834 y 1855.
Actualmente
es una de las mejores hemerotecas de Canarias y posee más de veinticinco mil
volúmenes, especialmente de publicaciones hawaritas. Tuvieron cabida en esta
sociedad, desde los restos humanos y materiales de la cultura hawaritaa hasta
las piedras heráldicas, gárgolas labradas, una colección de escudos —en piedra
armera, madera tallada y policromada, azulejos, pintura sobre tabla y mármol—
colocados en el pasado en las portadas de casas solariegas, de fuertes y
castillos que existían a lo largo del litoral capitalino. Lamentablemente estos
fueron destruidos con las obras viales a principios de siglo XX.
1881.
LEONCIO RODRIGUEZ GONZÁLEZ
UNO
Una visión progresista,
ecologista y solidaria de las islas Canarias
Difíciles. Muy difíciles y
convulsos fueron los años que le tocó vivir a Leoncio Rodríguez. Nacido en La Laguna en 1881, cuando el
país entraba en el paréntesis de estabilidad que introdujo el sistema de la Restauración, habría
de fallecer en Santa Cruz de Tenerife en 1955, tras sufrir en carne propia las
secuelas del cúmulo de sucesos que desembocaron en la dictadura del general
Franco. En efecto, en sus casi 74 años de vida, nuestro personaje repartió sus
vivencias personales por períodos históricos tan diversos como el desastre del
98, la descomposición del sistema canovista, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la
guerra civil y, sin poder atisbar la salida del túnel, la etapa más calamitosa
del franquismo. Paralelamente, por si fueran pocas tales vicisitudes, el país
no pudo sustraerse a los múltiples efectos del rosario de hechos
internacionales que giraron en torno al preámbulo y el desarrollo de las dos
guerras mundiales. Para completar el cuadro, nos resta añadir que, en el marco
específico del archipiélago, aquellos fueron los años más virulentos del pleito
insular, cuando las luchas insularistas desembocaron, en 1911, en la llamada
Ley de Cabildos, y en 1927 en la división provincial. Desde la aldea global en
la que estamos instalados a inicios del siglo XXI, de ninguna manera podemos
soslayar el trasfondo que entretejen tales acontecimientos, como tampoco las
estrecheces materiales y culturales de la época, para interpretar con un mínimo
de rigor la obra y el pensamiento de Leoncio Rodríguez.
En la configuración de la ideología y las inquietudes de nuestro personaje, son fácilmente detectables algunas experiencias de juventud que, si descontamos a los hijos de la clase dominante, estaban al alcance de una minoría en el ruralizado contexto de la época. Nacido en el seno de una emprendedora familia recientemente inmigrada en La Laguna del municipio norteño de Buenavista, su adolescencia y juventud las vivió en la calle de La Carrera, donde su padre había montado una tabaquería que solía congregar a la intelectualidad local para, muchas veces en su presencia, improvisar tertulias de un marcado carácter liberal y regionalista. Junto a tan privilegiadas vivencias, Leoncio Rodríguez fue uno de los escasísimos jóvenes canarios que completaron a finales del siglo XIX el bachillerato, en concreto en el único centro oficial de enseñanzas medias que por entonces había en el archipiélago, el Instituto de Canarias, cuando más del 70 por 100 de la población era analfabeta. Pero luego, a pesar de concluir en 1897 sus estudios con la máxima nota de sobresaliente, el flamante bachiller tuvo que aceptar un puesto de trabajo en el ayuntamiento de su ciudad natal porque, con la Universidad de La Laguna suprimida, su familia carecía de los medios suficientes como para costearle una carrera universitaria en la península. Ello no fue óbice para que prosiguiera su formación autodidáctica con lecturas y actividades diversas, tales como el cometido de amanuense que desempeñó en las tertulias nocturnas que el sacerdote José Rodríguez Moure (1855-1936) celebraba en su despacho con la asistencia, entre otros, del novelista Benito Pérez Armas (1871-1937) y del historiador en ciernes Buenaventura Bonnet Reverón (1883-1951), donde acentuó su curiosidad por la historia y la cultura isleñas.
Mientras
tanto, Leoncio Rodríguez había empezado a publicar bajo pseudónimos diversos,
que pronto redujo a su predilecto Luis Roger, en buena parte de los periódicos
editados en La Laguna
y Santa Cruz. En coherencia con el estado embrionario de su ideología, estas
primeras colaboraciones aparecieron en títulos de orientación tan desigual como
el católico La verdad (1899-1900) y el republicano La luz (1899-1900), pasando
por el conservador Heraldo de La
Laguna (1903) y el proletario El obrero (1900-1905). En todas
ellas, junto a la paulatina afloración de las constantes que habrían de marcar
el núcleo de sus preocupaciones de madurez, salió a relucir una fuerte vocación
literaria que no sólo colmó accediendo, paralelamente, al grueso de las
revistas del género, caso de La unión (1899-1900), Siglo XX (1900-1901) o Arte
y letras (1903-1904), sino escribiendo, con apenas veinte años, su primera
novela, Alma canaria, con la que obtuvo, detrás de Benito Pérez Armas, el
segundo premio en los Juegos Florales de La Orotava de 1901. Las otras experiencias que
redondearon su formación fueron su activa participación en la fundación del
Ateneo de La Laguna
en 1904, su afiliación un año más tarde al republicanismo, su simultánea
incorporación en calidad de redactor-jefe al nuevo órgano republicano El
progreso (1905-1932), y el destacado papel que desempeñó dentro del
conglomerado tinerfeño que, bajo el rótulo Unión Patriótica, agrupó a todas las
fuerzas políticas de la isla, desde la izquierda republicana al catolicismo más
conservador, para contrarrestar la fuerte movilización grancanaria en
reivindicación de la división provincial.
DOS
Cuando frisaba los treinta años,
y tras garantizarse su situación económica con el acceso a una plaza de
funcionario en la todavía Diputación Provincial de Canarias, Leoncio Rodríguez
decidió acometer, con el apoyo de sus correligionarios republicanos, la que
habría de ser la obra de su vida: la fundación de La prensa (1910-1939) en
Santa Cruz de Tenerife. A partir de entonces, nuestro personaje concentró toda
su energía vital en el periódico, en cuyas páginas encontró el cauce ideal para
dar salida a todas sus preocupaciones intelectuales, lo que le hizo abandonar
la militancia activa en la política, las instituciones culturales y los
movimientos sociales. Su buen quehacer al frente del flamante diario, al que
dotó de una pulcra composición y un tirón informativo inusuales para la época,
quedó patente de inmediato con el incesante incremento de la tirada hasta
rebasar, cuando apenas llevaba un par de meses en el mercado, las cifras de
todos sus rivales. Luego, tanto en la I Guerra Mundial como en la dictadura de Primo de
Rivera, Leoncio Rodríguez confirmó el enorme instinto periodístico del que
había hecho gala en la etapa fundacional para, actualizando la línea editorial
en respuesta a la renovación de las demandas del público, hacer de La prensa
una empresa informativa autónoma. El proceso, fraguado a lo largo de los
felices años veinte, culminó en los controvertidos años treinta, cuando, en el
clima de libertades forjado por la
República, el periodismo escrito canario vivió su edad de
oro, ya que, además de realizar su labor social con independencia tras
emanciparse del vasallaje político de antaño, lo hizo en un régimen factual de
monopolio porque la radiodifusión todavía estaba en etapas embrionarias en las
islas.
Fue en vida de La prensa cuando Leoncio Rodríguez nos legó los testimonios más esclarecedores de su pensamiento, muchos de los cuales fueron publicados originariamente en el periódico y, luego, recopilados en alguno de sus libros. En particular, la relectura de su obra Tenerife: impresiones y comentarios, editada en Santa Cruz de Tenerife en 1916, sorprende por la enorme actualidad que hoy en día, en los albores del tercer milenio, tienen muchos de los textos allí recogidos. A escala estatal, objeto de la reflexión de nuestro personaje fue la disyuntiva que históricamente ha suscitado, y sigue suscitando, el organigrama político-administrativo de la España contemporánea (centralismo frente a descentralización), en el que terció para vaticinar, en una época en la que el actual Estado de las Autonomías era inimaginable, que, con el paso del tiempo, se impondría “"el federalismo que hierve en las entrañas de la nacionalidad española”". A nivel insular, en coherencia con tales supuestos, consideraba que la acción política debía acomodarse a la “"constitución geográfica de la región”" a través del desarrollo competencial de los cabildos, que por entonces iniciaban tímidamente su andadura, en los que ya veía una “"palanca para ulteriores y más amplias conquistas descentralizadoras"” ante Madrid y un “"germen de la futura solidaridad canaria"”. Y ello sin ninguna veleidad independentista, dado que en su argumentación latía el convencimiento de que Canarias, como las demás regiones españolas, necesitaba estar "“en plena posesión de sus derechos, de sus tradiciones”" para poder progresar en armonía dentro de la casa común que era España. En paralelo a tal propuesta, y en sintonía con las tesis regeneracionistas de Joaquín Costa (1846-1911), el batallador periodista consideraba imprescindible la realización de un “"esfuerzo”" de cultura y, en el caso concreto del conocimiento histórico, desde unos postulados tan avanzados que le hacían reivindicar, cuando la materia todavía estaba inmersa en el positivismo del siglo XIX, “"la necesidad de vivir nuestra historia"”.
TRES
No menos interesantes que los políticos, a la vista de la espiral desarrollista en la que actualmente está inmerso el archipiélago, son los textos que Leoncio Rodríguez escribió hace ahora unas nueve décadas sobre el patrimonio natural insular. En efecto, tal era la importancia que daba a la conservación del entorno medio-ambiental de las islas, que no dudaba en afirmar que “"la naturaleza es lo más regional entre nosotros (…) por su gracia inagotable, sus dones excelsos y, lo que pudiéramos llamar, su juventud siempre perenne"”. En coherencia con el privilegiado papel que, como parte esencial de las señas de identidad propias, reconocía al paisaje y la flora autóctona en el imaginario colectivo isleño, iban sus arremetidas contra las intervenciones del hombre en el territorio, que, por intereses económicos o simple desconocimiento, “"despojan nuestra tierra de sus galas, mermando su patrimonio de belleza y sus fuentes de salud”". Dentro de tales planteamientos, nuestro personaje mostró siempre una especial sensibilidad hacia el arbolado, en cuya defensa se alineó con otros coetáneos suyos, como Francisco González Díaz (1864-1945) o Antonio Lugo Massieu (1880-1965), sobre todo tras las masivas talas llevadas a cabo en los montes de las islas durante el aislamiento sufrido en la I Guerra Mundial. El fruto literario de tales inquietudes cristalizó en Los árboles históricos y tradicionales de Canarias, obra escrita después del estallido de la guerra civil en sucesivas entregas que vieron la luz en La prensa y El día, y compilada en 1940 y 1946 en sendos volúmenes, cuya lectura en estos inciertos años posmodernos resulta doblemente gratificante porque, a la exquisitez tradicional de la prosa leoncina, se unen la nostalgia y el lirismo adquiridos tras la confiscación de su periódico en julio de 1936 por no secundar la sublevación militar contra la República.
No menos interesantes que los políticos, a la vista de la espiral desarrollista en la que actualmente está inmerso el archipiélago, son los textos que Leoncio Rodríguez escribió hace ahora unas nueve décadas sobre el patrimonio natural insular. En efecto, tal era la importancia que daba a la conservación del entorno medio-ambiental de las islas, que no dudaba en afirmar que “"la naturaleza es lo más regional entre nosotros (…) por su gracia inagotable, sus dones excelsos y, lo que pudiéramos llamar, su juventud siempre perenne"”. En coherencia con el privilegiado papel que, como parte esencial de las señas de identidad propias, reconocía al paisaje y la flora autóctona en el imaginario colectivo isleño, iban sus arremetidas contra las intervenciones del hombre en el territorio, que, por intereses económicos o simple desconocimiento, “"despojan nuestra tierra de sus galas, mermando su patrimonio de belleza y sus fuentes de salud”". Dentro de tales planteamientos, nuestro personaje mostró siempre una especial sensibilidad hacia el arbolado, en cuya defensa se alineó con otros coetáneos suyos, como Francisco González Díaz (1864-1945) o Antonio Lugo Massieu (1880-1965), sobre todo tras las masivas talas llevadas a cabo en los montes de las islas durante el aislamiento sufrido en la I Guerra Mundial. El fruto literario de tales inquietudes cristalizó en Los árboles históricos y tradicionales de Canarias, obra escrita después del estallido de la guerra civil en sucesivas entregas que vieron la luz en La prensa y El día, y compilada en 1940 y 1946 en sendos volúmenes, cuya lectura en estos inciertos años posmodernos resulta doblemente gratificante porque, a la exquisitez tradicional de la prosa leoncina, se unen la nostalgia y el lirismo adquiridos tras la confiscación de su periódico en julio de 1936 por no secundar la sublevación militar contra la República.
El tercer núcleo temático que más ocupó y preocupó a Leoncio Rodríguez fue el relativo al organigrama político-administrativo del archipiélago, en un momento en el que éste estaba en revisión por la efervescencia del pleito insular. En efecto, mientras la clase política grancanaria reivindicaba la división provincial como paso previo e ineludible para construir la unidad de la región, la tinerfeña consideraba que escindir las islas en dos provincias equivalía exactamente a lo contrario. El forcejeo, secundado por la inmensa mayoría de los habitantes de una y otra isla con masivas movilizaciones en las que, como no podía ser de otra manera, nuestro personaje estuvo en el lado tinerfeño y los intelectuales de la isla redonda en el grancanario, se saldó en un primer momento con la descentralización insular que, en 1911, introdujo la llamada Ley de Cabildos. El tirón regional de Leoncio Rodríguez quedó patente a continuación, cuando, al calor del reflujo de las luchas insularistas y la coyuntura informativa de la I Guerra Mundial, intentó forjar con La prensa lo que hasta ahora ha sido una quimera en Canarias: un periódico informativo para las siete islas. Tras darse de bruces con la realidad y tener que reconducir sus objetivos a la zona occidental del archipiélago, el desencantado periodista asistió, a continuación, al fracaso de su concepción de la región, cuando la dictadura de Primo de Rivera decretó, en octubre de 1927, la división provincial. Aún así, y en contraposición a los núcleos tinerfeños que eran contrarios a cualquier acuerdo que no conllevara la capitalidad en Santa Cruz de Tenerife, Leoncio Rodríguez se alineó en los años de la República con los sectores partidarios de alcanzar un consenso con las fuerzas políticas grancanarias para conseguir la autonomía del archipiélago.
En
definitiva, en los convulsos y difíciles años que le tocó vivir, Leoncio
Rodríguez nos legó una visión progresista, ecologista y solidaria de las islas
Canarias que, en los albores del tercer milenio, conserva toda su vigencia para
afrontar los retos que tiene por delante la sociedad insular.
(Julio Antonio Yanes Mesa, en: Rincones del
Atlántico. Profesor de Historia de la Comunicación de la Universidad de La Laguna)
Agradecimientos
Agradecemos a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife el habernos facilitado los retratos y caricaturas de Leoncio Rodríguez.
Agradecemos a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife el habernos facilitado los retratos y caricaturas de Leoncio Rodríguez.
1881. El ingeniero militar español, Teniente Coronel José Lezcano
Mújica planifica la sede del gobierno militar de las tropas de ocupación
españolas en la isla Tamaránt. Este edificio es un claro ejemplo de
Neoclasicismo tardío. En su frontón porta el escudo de España y varios motivos
militares. La fachada del Gobierno militar es clásico-académica. La planta baja
cuenta con cantería, mientras que el cuerpo superior combina el paramento liso
con huecos enmarcados. Destaca el uso del orden gigante de las pilastras en la
composición.
1881. En el puerto de
Añazu (Santa Cruz) se disponía de un buque cisterna o aljibe flotante, con una
capacidad de 77 pipas, para llevar el agua al flanco del navío, hasta los año
60 del siglo XX, la Junta
de Obras del Puerto disponía de una gabarra aljibe para el suministro de los
barcos que estaban en el fondeadero.
Fue reformada la ermita de San
Antonio en la Matanza,
es sin duda alguna una de las más antiguas de la isla de Tenerife. Su imagen de
San Antonio se piensa que fue la primera traída de tierras españolas una vez
acabada la invasión y conquista de la isla; Esta ermita de San Antonio se debe
a la donación del que fue el primer escribano de La Laguna y del Cabildo, Antón
Vallejo, que la donó por una promesa que hizo en la batalla de Acentejo el 29
de Mayo 1494, cuando en esa batalla donde fueron derrotados los castellanos,
hizo una promesa a San Anton, su santo protector que si sobrevivía a esta
batalla le haría una ermita justamente en el barranco donde se celebro esa
batalla que fue derrotado Alfonso Fernando de Lugo. Pues bien, Antón Vallejo
cumplió su promesa y trajo esa imagen de España, construyó una ermita a la cual
destinó para la renta del capellán una hacienda de mas de 50 fanegadas de
tierras y un cercado de viña cuyo rendimiento iba a producir misas para dar
culto al santo; Su arquitectura era típica canaria y fue reformada en 1881 y
ampliada en 1982 y así llega a su aspecto actual. Esta ermita cuenta con un
retablo donde habían muchas pinturas de votos, porque en la fiesta de San
Antonio fue una fiesta donde acudían muchos peregrinos, feligreses y romeros,
de todas las zonas de la isla .Se celebra como corresponde a San Antonio Abad
el 17 de Enero, hoy en día se celebra el domingo mas próximo; Allí acuden todos
en una ofrenda para el bienestar del ganado, y no solo de esta zona sino de
toda la isla. Por eso, ya desde 1746 contó con permiso para pedir limosnas por
toda la isla para el culto a San Antonio, constituyendo sin lugar a dudas una
de las fiestas y romerías más características y tradicionales de la isla, y sin
duda alguna de mayor antigüedad que a llegado a nuestros días como es esta de
San Antonio Abad. Una comisión de la sociedad económica estuvo investigando en
el año 1898, para buscar y dictaminar cual era el sitio donde se encontraba ese
barranco donde se celebró la batalla de la Matanza. Barranco
de Fanfa o de Barranco de Acentejo, conocido también como Barranco de San
Antonio.
1881.
Murió en Valencia (España) L.
Filipiano de Campo, criollo natural de Chinech (Tenerife) con el grado de
brigadier del ejercito español. Fue un valiente y pundonoroso militar que se
distinguió en varios hechos militares, especialmente en los años de 1870 y
1871, combatiendo en Cataluña (España) la insurrección carlista en aquel país.
1881. Nace en
Tedote n Benahuare César Martínez de la Barreda. Esta entre
los médicos que trabajaron en Tedote (Santa Cruz de La Palma), en la primera mitad
del siglo XX. Tuvo su Clínica quirúrgica en un edificio junto a la
Alameda, donde más tarde y durante muchos años estuvo el Cuartel de la “Guardia
Civil española” y, qué mas tarde compró y restauró el Agente de Aduanas don
Amancio Rodríguez. Bella. Edificación dé estiló tradicional canario que sigue
hermoseando aquel lugar.
Pertenecía el doctor Martines de la Barreda a dos familias tradicionales
criollas. Por su primer apellido, la familia del conocido comerciante y
consignatario de buques Duque Martínez y por su segundo apellido al de los
tradicionales de la Barreda
criollos palmeros, alguno de ellos de relieve político en la actualidad y
en tiempos pasado al servicio de la Metropolis.
Se casó con doña Maria Hernández
Luján, hermana del farmacéutico don Blas Hernández y tía del también
farmacéutico del mismo nombre, como también de don Rafael Hernández Álvarez,
dermatólogo. Tuvo el Primer equipo de Rayos X de la Isla.
A1 llegar a Benahuare (La Palma) el Dr. Camacho, le
compró la Clínica
a don Cesar, que quería ya retirarse, y estuvo operando en ella hasta que le
acabaron de construir la moderna que llevaría su nombre. Esta ultima, fue
modelo en aquella época, pues el citado doctor Camacho, que venía de Cuba,
quería y lo consiguió modernizar y poner al día la cirugía hawara (palmera).
Esa Clínica, donde se practicaron operaciones hasta a gentes venidas de 1as
islas mayores, fue en su día vendida a la Seguridad Social
española, a la que pertenece en la actualidad, estando allí ubicado el
ambulatorio y Servicios de Urgencias, después de haber sido durante años
Residencia Hospital, hasta que se inauguro el Hospital de Nuestra Señora de Las
Nieves. Don César tuvo como ayudantes durante su ejercicio quirúrgico al
practicante don Manuel Méndez. Fue también profesor de Ciencias Naturales del
Instituto de Enseñanza Media.
Falleció en Tedote n Benahuare
(Santa Cruz de La Palma)
en el 1938.
1881. Nace en Los Llanos de Aridane, Benahuare (La Palma) Antonio Fernández de la Cruz. Título de
Licenciado en Medicina y Cirugía en la Facultad de Medicina de San Carlos (Universidad
de Madrid, España) el 1 de enero de 1909. Se especializa en Madrid en “Enfermedades
de la infancia” en el Hospital de San Carlos. En 1911 comienza a ejercer en San
Andrés y Sauces y más tarde en Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) con mucho éxito. Al
cabo de muchos años Obtiene la plaza de Director del Hospital de La Santísima Trinidad
en La Orotava,
Chinet (Tenerife) hasta 1939 en que es represaliado por el régimen español fascista de la dictadura franquista y es destituido.
1881.
Se construye el edificio de la
capitanía general de Canarias.
Con una superficie total de 4.010,50 m2, edificada
con una planta de 350,75, y con dos de 1.334,5 situada casi en el centro de la
población, linda por el N. con la calle de la República, por el S. con
la Rambla de
Pulido, al E. con la plaza de Weyler y al O. con la calle de Jesús y María,
estando inscrita en el Registro el 6 de Noviembre de 1900, al folio 177 vt; del
tomo 340, libro 101, del Ayuntamiento, finca n° 6611, inscripción 1ºa.
Se compone de una crujía de
fachada de doble planta en la cual se apoyan casi al centro otras dos laterales
y una posterior paralela a la primera, formando todas un claustro alrededor del
patio principal de entrada; la planta superior está ocupada por los Despachos,
Salón del Trono y Pabellón de S.E. el Capitán General, y en la inferior se
hallan las oficinas del Estado Mayor y otras dependencias. Fue construida de
nueva planta en 1881 en virtud de proyecto aprobado por R.O. de 30 de Diciembre
de 1878, debiéndose a la iniciativa del que fue Capitán General de Canarias Sr. D. Valeriano Weyler Nicolau, Duque de
Rubí y Marqués de Tenerife, y se utilizó para ello el solar que ocupaba el
antiguo Hospital Militar, mandado construir con aprobación del gobierno por el
Excmo. Sr. General Marqués de Tabalosos en 1776 y terminado en 1778 en terrenos
adquiridos a D. José de la Mota
y en su nombre su albacea el Presbítero D. Antonio Rodríguez Padilla por
escritura de 26 de Diciembre de 1776; el resto del solar fue cedido por el
Ayuntamiento al Ejército por permuta aprobada por R.O. de Hacienda de 18 de
Junio de 1851.
Las obras del Hospital fueron
dirigidas por el capitán de Infantería D. Juan Guinther, bajo la inpección del
Jefe de Ingenieros Tte. Coronel D. Andrés Amat de Tolosa, dando comienzo la
obra en 1776, y posteriormente para ensanche de este edificio por la parte del
Oeste, adquirió el Estado en 1859 un trozo de terreno del Licenciado D.
Fernando López de Lara.
En los solares que daban a las
calles de Jesús y María y Rambla de Pulido se han construido recientemente
varios pabellones-viviendas por iniciativa del Excmo. Sr. Capitán General D.
Francisco García Escámez e Iniesta. (José María Pinto de la Rosa, 1996)
1881 Abril 25.
Una orden de la corona
española recomienda emprender la construcción del muelle del Refugio, en la
bahía de las Isletas en Guiniwada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria). El
ingeniero Juan León y Castillo presentará posteriormente un proyecto que se
convertirá en el germen del futuro Puerto de la Luz y de Las Palmas.
1881 julio 2.
La última ejecución a garrote vil por el crimen
de Mr. James Wiliam Grighton Morris Wilson.
En 1873 llega al Puerto de la Cruz un joven de nombre James
Wlliams Crighton Morris Wilson nacido en 1849, soltero, hijo de John Morris
natural de Londres y de Mary Wilson natural de Escocia. Había llegado a Las
Palmas en 1872 trabajando en la empresa de su tío político Thomas Miller.
Posteriormente fue enviado como hombre de confianza y cajero a la sucursal que
dicha empresa tenia en el Puerto de la
Cruz bajo la dirección de Peter Spencer Reid, establecido en el
Puerto de la Cruz
desde 1865.
La llave de la caja fuerte,
siempre la lleva consigo colgando en la cadena junto a su reloj de oro, en sus
paseos por calles y plazas la hacía girar ostentosamente para los que siempre
le observaban, como lo había observado Manuel Brito Rodríguez pensado que esa
llave guardaba mucho dinero en la caja de la entidad comercial.
Al parecer Manuel Brito Rodríguez, de 38 años de edad y carpintero de profesión, casado y con cuatro hijos que alimentar, con la intención de viajar a Cuba para probar fortuna allí, traza su plan y se lo presenta a su amigo Pedro Armas López, de 45 años de edad, mampostero de profesión casado y con hijos, persona de cierta solvencia económica, pero con un tren de vida que estaba muy por encima de sus posibilidades, de tal manera que los excesivos gastos y ciertas desgracias personales le dejaron en una situación económica precaria, rozando la miseria. Manuel Brito Rodríguez, le prometió a su cómplice repartir el botín en partes iguales. La conducta de ambos hombres hasta esa fecha había sido intachable, por lo que no tenían antecedentes penales.
Conocedores de las andanzas y
aventuras amorosas de Mr. Morris le tienden una trampa, diciéndole que una
mujer guapa y hermosa le aguardaría al atardecer en las inmediaciones de la
playa del castillo de San Felipe, debajo del Cementerio de San Carlos donde hoy
día están las piscinas Municipales, era lunes 25 de Noviembre de 1.878 y la
tarde, nublada, fría y oscura. Puesto el plan en marcha, uno de ellos se disfrazó
de mujer y se ocultó, mientras que el otro se encargó de llevar a la víctima
hasta el lugar señalado, eran las siete y media aproximadamente cuando fue
asaltado y apuñalándole hasta dejarlo muerto, los objetos que se declaran
robados al asesinado fueron un reloj de oro, una leontina de oro, un
guarda-pelo de oro, y un revólver y las tan codiciadas llaves de la caja
fuerte, luego se dirigieron a la firma comercial, que estaba situada en la Calle del Sol, hoy de Dr.
Ingran y Castaño hoy Nieves Ravelo.
El robo fue descubierto el día
siguiente martes, los empleados encontraron la caja abierta los papeles regados
por el suelo y la ausencia de Mr. Morris, que siempre era muy puntual al
trabajo, el robo ascendía a 22.638 reales de vellón, cantidad que nunca fue recuperada.
La otra parte del plan de Manuel
y Pedro era hacer desaparecer el cuerpo de la víctima, de madrugada llegaron al
lugar del crimen y trasladan el cadáver hasta el cementerio de San Carlos, y lo
introdujeron en la tumba que previamente habían elegido, la de Doña María de la
guerra y Hoyo, Marquesa de San Andrés, Vizcondesa del Buen Paso que había
fallecido en 1853. Con el nerviosismo y las prisas agrietaron la lápida, por lo
que había de ser una buena pista.
Unos días después del crimen,
coincidiendo con el entierro de la niña Rosalia Eulalia Martín García fallecida
de neumonia el día 28 de noviembre con dos años y nueve meses, hija de José
Martín Bravo y Andrea García Hernández, naturales del Realejo Alto y con
residencia en la Calzada
de Martíanez del Puerto de la
Cruz. Al no portar los padres de la niña la licencia
municipal, el sepulturero se negó a proceder al enterramiento hasta no tener la
licencia del Juez Municipal D. Luis González de Chaves, mientra los asistentes
esperaba el trámite del papeleo y entre los acompañantes había un joven ciego
llamado Juan García Olivera, quien guiado por su olfato percibió olor a
putrefacción, echo que comunico al sepulturero. Este acompañado de otras
personas , descubrió que la pestilencia procedía del sepulcro de la Marquesa de San Andrés,
observando además que por una grieta de la losa del sepulcro entraban y salían
moscas verdes, lo que era rarísimo teniendo en cuenta que la Marquesa había fallecido
hacía veinticinco años. El hecho se puso en conocimiento del Alcalde D. Tomas
Zamora Gorrín, que se personó en el lugar y a las dos y media de la tarde se
presento el Juez quien autorizó la apertura de la pesada losa se halló el
cadáver descompuesto de un hombre boca abajo, con la cabeza cubierta por la
levita que vestía, la pierna izquierda recogida y enseñando parte de la
espalda, donde se apreciaba manchas de sangre, una vez extraído el cadáver, se
vio que era Mr. Morris.
Efectuaron su autopsia los
doctores Pedro Cruzat Escardo y Miguel Buenaventura Espinosa quienes
concluyeron que la muerte de Mr. Morris había tenido lugar de sesenta a ochenta
horas antes y que su aspecto externo destacaba el abotargamiento del cuello y
cara del cadáver, se apreciaba la salida anormal del ojo izquierdo fuera de su
órbita , y ello junto con la forma y tamaño de la lengua inyectada y gruesa ,
tres o cuatro centímetros fuera de los labios, síntomas claros de que fue
sometido a estrangulación antes de ser muerto por apuñalamiento, presentaba
varias heridas , una transversal de izquierda a derecha en la región frontal de
tres centímetros de extensión que llegaba hasta el hueso, y una herida sobre la
ceja izquierda. Habían otras heridas más, una de ellas en dirección a las venas
yugulares , tres en la región pectoral izquierda , por una de las cuales
aparecía sustancia pulmonar, así como otras tres echas en la parte delantera,
ademas de un corte superficial en la espalda . El aspecto de las heridas
permitía afirmar que debieron ser hechas con un instrumento cortante y punzante
a la vez, tal como un cuchillo estrecho, puñal, daga u otra arma análoga.
El informe de la autopsia era contundente y afirmaba que Mr. Morris murió violentamente, después de su autopsia fue sepultado en el Cementerio protestante de esta Ciudad ya que su religión era anglicana.
La justicia comenzó sus
averiguaciones, Mr. Morris había sido visto entre la Calle San Juan y
Quintana, otros aseguraban haberle visto cruzar la Plaza del Charco y la calle
de San Felipe.Fueron detenidas en un principio como sospechosas seis personas,
cuatro hombres y dos mujeres, Pedro Armas López, Manuel Brito Rodríguez, Manuel
Armas Bethencourt hijo de Pedro, Estanislao Castro, Dominga Cruz Castro y
Francisca Carballo.
Se cree que alguien envío un anónimo a las autoridades señalando a Pedro Armas López, que vivía en la calle de la Hoya, éste terminó acusando a su cómplice Manuel Brito Rodríguez que vivía en la ranilla. Durante la instrucción del sumario fueron puestos presos en la cárcel de La Orotava, donde por indicación del Juez fueron sometidos por el alcaide de la prisión Juan Peña, a un riguroso régimen de incomunicación. Por quejas, entre ellas del cónsul ingles por falta de seguridad en la cárcel de La Orotava por conatos de evasión de los presos. El 26 mayo de 1880 fueron trasladados a la prisión de Santa Cruz de Tenerife. El día 30 de de junio de 1881 fueron conducidos nuevamente por un Capitán, un subalterno y cuarenta hombres a la Cárcel de La Orotava. El día 1 de junio a las seis y media de la mañana fueron trasladados al Puerto de la Cruz por dos coches de caballos fuertemente custodiados por fuerzas armadas de la Guardia Provincial hasta el antiguo Convento de Nuestra Señora de las Nieves donde les fue leída íntegramente la sentencia del Tribunal Supremo, este mismo día por la tarde se procedió a la construcción del cadalso que fue levantada en la explanada entre el Cementerio de San Carlos y el castillo de San Felipe cerca del lugar donde murió Mr. Morris.
A las ocho menos diez de la mañana del día 2 de Julio de 1881 salieron los reos de la capilla del Convento de Nuestra Señora de las Nieves hacia el patíbulo en un carro, acompañados del Alguacil, el Escribano, los Sacerdotes que les asistieron y la fuerza pública que les dio escolta, para ser ejecutados por el procedimiento del garrote vil. El verdugo se había desplazado expresamente desde Sevilla para llevar a cabo la ejecución ya que tenía jurisdicción sobre los reos a ajusticiar en Canarias, una vez terminada la ejecución intervinieron los médicos cirujanos Manuel Pestano Guzmán y Pedro Cruzat Escardó, quienes reconocieron a los ajusticiados y posteriormente pasaron a declarar ante el Juez sobre si eran o no cadáveres.
El público que asistió a la ejecución fue obligado como medida ejemplar, dado que la colonia inglesa era muy influyente en el Puerto de la Cruz.mientras las campanas de la iglesia no cesaron de tocar.
Los reos fueron enterrados en el Cementerio de San Carlos sin pompas fúnebres y sin acompañamiento de sus familiares.
(Bernardo Cabo
Ramón, en:
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