F R A N T Z F A N O N.
I I I . D E S V E N T U R A
S D E L A CO N C I E N C I A
N A C I O N A L
LA
IMPULSIVIDAD CRIMINAL DEL NORAFRICANO EN LA GUERRA DE LIBERACIÓN
NACIONAL
No solamente hay que combatir por
la libertad del pueblo. También hay que volver a enseñar a ese pueblo y a uno
mismo, durante todo el tiempo de la lucha, la dimensión del hombre. Hay que
remontar los caminos de la historia, de la historia del hombre condenado por
los hombres y provocar, hacer posible el reencuentro con su pueblo y con los
demás hombres.
En realidad, el militante que se
ha entregado a una lucha armada, a una lucha nacional, tiene la intención de
conocer todas las degradaciones infligidas al hombre por la opresión colonial.
El militante tiene a veces la impresión fatigosa de que tiene que conducir a
todo su pueblo, sacarlo del pozo, de la caverna. El militante percibe con
frecuencia que no sólo tiene que rechazar a las fuerzas enemigas, sino también
los núcleos de desesperación cristalizados en el cuerpo del colonizado. El
periodo de opresión es doloroso, pero la lucha, al rehabilitar al hombre
oprimido desarrolla un proceso de reintegración extremadamente fecundo y
decisivo. La lucha victoriosa de un pueblo no sólo consagra el triunfo de sus
derechos. Procura además a ese pueblo densidad, coherencia, homogeneidad.
Porque el colonialismo no ha hecho sino despersonalizar al colonizado. Esta
despersonalización es resentida igualmente en el plano colectivo al nivel de las
estructuras sociales. El
pueblo colonizado se
ve reducido entonces a un
conjunto de individuos que no se fundan, sino en la presencia del colonizador.
La lucha de un pueblo por su
liberación lo conduce, según las circunstancias, a rechazar o a hacer estallar
las supuestas verdades instaladas en su conciencia por la administración civil
colonial, la ocupación militar, la explotación económica. Y sólo la lucha puede
exorcizar realmente esas mentiras sobre el hombre que inferiorizan y literalmente
mutilan a los más conscientes de nosotros.
Cuántas veces, en París o en Aix,
en Argel o en Basse-Terre hemos visto a algunos colonizados protestar con
violencia de la supuesta pereza del negro, del argelino, del vietnamita. Y, sin
embargo, ¿no es cierto que en un régimen colonial, un fellah dedicado
ardorosamente al trabajo, un negro que rechazara el descanso serían simplemente
individuos patológicos? La pereza del colonizado es el sabotaje consciente a la
máquina colonial; es, en el plano biológico, un sistema de autoprotección
notable y, en todo caso, se trata de un retraso indudable infligido a la puesta
a punto del ocupante en la totalidad del país.
La resistencia de
selvas y pantanos
a la penetraciónextranjera es aliada natural del
colonizado. Habría que comprenderlo y dejar de argüir y afirmar que el negro es
un gran trabajador y el bicot un roturador excepcional. En el régimen colonial,
la verdad del bicot, la verdad del negro es no mover ni el dedo meñique, no
ayudar al opresor a aprovecharse mejor de su presa. El deber del colonizado que
todavía no ha madurado su conciencia política ni ha decidido rechazar la
opresión es hacer que le arranquen literalmente el menor gesto. Es una
manifestación muy concreta de la no cooperación, en todo caso, de una
cooperación mínima.
Estas observaciones que se
aplican a las relaciones del colonizado y del trabajo podrían aplicarse
igualmente al respeto del colonizado por las leyes del opresor, al pago regular
de los impuestos, a las relaciones del colonizado con el sistema colonial. En
el régimen colonial, la gratitud, la sinceridad, el honor son palabras vacías.
En los últimos años he tenido ocasión de comprobar un hecho clásico: el honor,
la dignidad, el respeto a la palabra dada no pueden manifestarse, sino dentro
del marco de una homogeneidad nacional e internacional. Cuando usted y sus
semejantes han sido liquidados como perros, no les queda más que utilizar todos
los medios para restablecer su peso como hombres. Hay que pesar entonces lo más
posible sobre el cuerpo del torturador para que el espíritu extraviado en
alguna parte recupere por fin su dimensión universal. En estos últimos años, he
tenido oportunidad de presenciar en la Argelia combatiente cómo el honor, la entrega de
sí, el amor a la vida, el desprecio de la muerte podían revestir formas
extraordinarias. No, no se trata de
cantar elogios a
los combatientes. Se
trata de una comprobación trivial que los más
furibundos colonialistas no han podido dejar de hacer: el combatiente argelino
tiene una manera singular de pelear y de morir y ninguna referencia al Islam o
al Paraíso Prometido pueden explicar esa generosidad de sí cuando se trata de
proteger al pueblo o de salvar a los hermanos. Y ese silencio aplastante
—el cuerpo grita
por supuesto—, y ese
silencio que aplasta al torturador. Encontramos aquí la vieja ley que impide
a cierto elemento
de la existencia
permanecer inmóvil cuando la nación se pone en marcha, cuando el hombre
reivindica y afirma al mismo tiempo su humanidad ilimitada.
Entre las características del
pueblo argelino que había establecido el colonialismo nos detendremos en su
pavorosa criminalidad. Antes de 1954, los magistrados, policías, abogados,
periodistas, médicos legistas convenían de manera unánime en que la
criminalidad del argelino era un problema. El argelino, se afirmaba, es un
criminal nato. Se elaboró una teoría, se aportaron pruebas científicas.
Esta teoría fue
objeto, durante más
de 20 años, de enseñanza universitaria.
Estudiantes argelinos de medicina recibieron esa enseñanza y poco a poco,
imperceptiblemente, después de adaptarse al colonialismo, las élites se
adaptaron a las taras naturales del pueblo argelino. Perezosos natos,
mentirosos natos, ladrones natos, criminales natos.
Nos proponemos exponer aquí esta
teoría oficial, recordar sus bases concretas y su argumentación científica.
Después recogeremos los hechos y trataremos de reinterpretarlos.
El argelino mata frecuentemente.
Es un hecho, dirán los magistrados, que las cuatro quintas partes de los
procesos instruidos se refieren, a golpes y heridas. La tasa de criminalidad en
Argelia es una de las más importantes, de las más elevadas del mundo, afirman.
No hay pequeños delincuentes. Cuando el argelino, y esto se aplica a todos los
norafricanos, se pone fuera de la ley siempre lo hace al máximo.
El argelino mata salvajemente. Y,
en primer lugar, el arma preferida es el cuchillo. Los magistrados "que
conocen el país" se han formado una pequeña filosofía acerca de esto. Los
habitantes de Kabylia, por ejemplo, prefieren la pistola o el fusil. Los árabes
de la llanura tienen predilección por el cuchillo. Algunos magistrados se
preguntan si el argelino necesita ver sangre. El argelino, dirán, necesita
sentir el calor de la sangre, bañarse en la sangre de
la víctima. Esos
magistrados, esos policías,
esos médicos, disertan muy seriamente sobre las relaciones del alma musulmana
con la sangre.36 Cierto número de
magistrados llegan a decir que para el argelino matar a un hombre es, antes que
nada, degollarlo. El salvajismo del argelino se manifiesta sobre, todo por la
multiplicidad de las heridas, la inutilidad de algunas infligidas después de la
muerte. Las autopsias establecen indudablemente esto: el asesino da la
impresión, por la gravedad semejante de todas las heridas infligidas, que ha
querido matar un número incalculable de veces.
El argelino mata por nada. Con
frecuencia magistrados y policías se desconciertan ante los motivos del
asesinato: un gesto, una alusión, una expresión ambigua, un altercado en torno
a un olivo poseído en común, una res que se aventura dentro de la octava parte
de una hectárea... Frente al asesinato, algunas veces frente al doble o triple
asesinato, la causa buscada, el motivo que se espera justifique y funde esos
asesinatos, resulta de una trivialidad desesperante. De ahí la impresión
frecuente de que el grupo social oculta los verdaderos motivos.
Por último, el robo practicado
por un argelino se realiza siempre
con fractura, acompañada
o no de
asesinato, pero siempre con
agresión contra el propietario.
Todos estos
elementos reunidos en haz en
torno a la criminalidad argelina
han parecido ser
suficientes para especificar el
hecho y para
elaborar un intento
de sistematización.
Observaciones semejantes aunque
menos ricas se "hicieron en Túnez y en Marruecos y cada vez se habló más
de la criminalidad norafricana. Durante más de 30 años, bajo la dirección
constante del profesor Porot, profesor de psiquiatría en la
Facultad
de Argel, varios
equipos van a
precisar las modalidades de
expresión de esta criminalidad y a proponer una interpretación sociológica,
funcional, anatómica.
Utilizaremos aquí los principales
trabajos dedicados a esta cuestión por la escuela psiquiátrica de la Facultad de Argel. Las
conclusiones de las investigaciones realizadas durante más de 20 años fueron
objeto, recordémoslo, de magistrales cursos en la cátedra de psiquiatría.
Así fue
como los médicos
argelinos diplomados en la Facultad de Argel
tuvieron que oír y aprender que el argelino es un criminal nato. Me acuerdo de
uno de nosotros que exponía muy seriamente esas teorías aprendidas. Y añadía:
"Es duro de tragar, pero está científicamente probado."
El norafricano es un criminal, su
instinto, predatorio es conocido, su agresividad masiva es perceptible a simple
vista. El norafricano gusta de los extremos; por eso jamás se le puede tener
íntegramente confianza. Hoy el mayor amigo, mañana el mayor enemigo.
Impermeable a los matices, el cartesianismo le es fundamentalmente ajeno, el
sentido del equilibrio, de la ponderación, de la medida, tropieza con sus
inclinaciones más íntimas. El norafricano
es un violento,
hereditariamente violento. Hay en él una imposibilidad de disciplinar,
de canalizar sus impulsos. Sí, el argelino es un impulsivo nato.
Pero, se precisa, esa
impulsividad es fuertemente agresiva y generalmente homicida.
Es así como
se explica el comportamiento no ortodoxo del melancólico
argelino. Los psiquiatras franceses de Argelia se han encontrado frente a un
problema difícil. Estaban acostumbrados, frente a un enfermo de
melancolía, a temer
el suicidio. Pero
el melancólico argelino mata. Esta enfermedad de la conciencia
moral que va siempre acompañada de autoacusación y de tendencias
autodestructivas reviste en el argelino formas heterodestructivas. El argelino
melancólico no se suicida. Mata. Es la melancolía homicida bien estudiada por
el profesor Porot en la tesis de su discípulo Monserrat.
¿Cómo explica la escuela argelina
esta anomalía? Primero, dice la escuela de Argel, matarse es volver sobre sí
mismo, contemplarse, practicar la introspección. Pero el argelino es rebelde a
la vida interior. No hay vida interior
en el norafricano. El norafricano, por el contrario, se desembaraza, de sus
preocupaciones lanzándose sobre lo que lo rodea. No analiza. Como la melancolía
es por definición una enfermedad de la conciencia moral, es claro que el
argelino no puede padecer sino seudomelancolías, puesto
que tanto la
precariedad de su conciencia como la fragilidad de su
sentimiento moral son bien conocidas. Esta incapacidad del argelino para
analizar una situación, para organizar un panorama mental se comprende
perfectamente si nos
referimos a los
dos tipos de
causas propuestas por los autores franceses.
Y, en primer lugar, respecto de
las aptitudes intelectuales. El argelino es un gran débil mental. Si se quiere
comprender bien este hecho, hay que recordar la semiología establecida por la
escuela de Argel. El indígena, se dice, presenta las siguientes
características:
— ninguna o escasa emotividad;
— crédulo y sugestionable al extremo,
— terquedad tenaz;
— puerilismo mental,
sin el espíritu
curioso del niño
occidental;
— facilidad de los accidentes y las reacciones pitiáticas.37
El argelino no percibe el
conjunto. Las cuestiones que se plantea se refieren siempre a los detalles y
excluyen toda síntesis. Puntilloso, aferrado a los objetos, perdido en el
detalle, insensible a la idea, rebelde a los conceptos. La expresión verbal se
reduce al mínimo. El gesto siempre impulsivo y agresivo. Incapaz de interpretar
el detalle a partir del conjunto, el argelino absolutiza el elemento y toma la
parte por el todo. Así habrá reacciones globales frente a incitaciones
parcelarias, a insignificancias tales como una higuera, un gesto, un carnero
que ha penetrado en su terreno. La agresividad congénita busca caminos, se
contenta con el menor pretexto. Es una agresividad en estado puro.38
Abandonando la fase descriptiva,
la escuela de Argel aborda el plano explicativo. Es en 1935, en el Congreso de
Alienistas y Neurólogos de lengua francesa que se celebraba en Bruselas, cuando
el profesor Porot debía definir las bases científicas de su teoría. Discutiendo
el informe de Baruk sobre la histeria, decía que el "indígena norafricano,
cuyas actividades superiores y corticales están poco evolucionadas, es un ser
primitivo cuya vida en esencia vegetativa e instintiva está regida sobre todo
por su diencéfalo". Para medir
bien la importancia
de este descubrimiento del
profesor Porot hay que recordar que la característica de la especie humana,
cuando se la compara con los demás vertebrados, es la corticalización. El
diencéfalo es una de las partes más primitivas del cerebro y el hombre es,
principalmente, el vertebrado en el
que domina la
corteza cerebral.
Para el profesor Porot, la vida
del indígena norafricano está dominada por las instancias diencefálicas. Esto
equivale a decir que el indígena norafricano está, en cierto sentido, privado
de corteza cerebral. El profesor Porot no evita esta contradicción y en abril
de 1939 en Sud Médical et Chirurgical precisa, en colaboración con su discípulo
Sutter, actualmente profesor de psiquiatría en Argel: "El primitivismo no
es una falta de madurez, una interrupción en el desarrollo del psiquismo
intelectual. Es una condición social
llegada al término
de su evolución,
se adapta de manera lógica a una vida diferente de la nuestra."
Finalmente, los profesores abordan la base misma de la doctrina: "ese
primitivismo no es sólo una manera resultante de una educación especial, tiene
cimientos mucho más profundos y hasta pensamos
que pueda tener
su sustrato en
una disposición particular de la
arquitectónica, al menos de la jerarquización dinámica de los centros
nerviosos". Como se ve, la impulsividad del argelino, la frecuencia y los
caracteres de sus asesinatos, sus constantes tendencias a la delincuencia, su
primitivismo no son un azar. Estamos en presencia de un comportamiento
coherente, de una vida coherente científicamente explicable, el argelino no
tiene corteza cerebral o, para ser más precisos, en él predomina, como en los
vertebrados inferiores, el diencéfalo. Las funciones corticales, si
existen, son muy
frágiles, prácticamente no integradas a
la dinámica de la existencia.
No hay, pues,
ni misterio ni paradoja. La reticencia del colonizador para confiar una
responsabilidad al indígena no es racismo ni paternalismo, sino simplemente una
apreciación científica de las posibilidades biológicamente limitadas del
colonizado.
Terminemos esta revisión
refiriéndonos a una conclusión, sobre el África en general, del doctor Carothers,
experto de la
Organización Mundial de la Salud. Este experto
internacional ha reunido en un libro publicado en 195439 lo esencial de sus observaciones.
El doctor
Carothers practicaba en el África
central y oriental, pero sus
conclusiones coinciden con las de las escuelas norafricana. Para el experto
internacional, en efecto, "el africano utiliza muy poco sus lóbulos
frontales. Todas las particularidades de
la psiquiatría africana
pueden atribuirse a
una pereza frontal".40
Para darse
a entender, el
doctor Carothers establece
una comparación muy viva. Así advierte que el africano normal es un
europeo lobotomizado. Es sabido que la escuela anglosajona había creído
encontrar una terapéutica radical de ciertas formas graves de enfermedades
mentales practicando la exclusión de una parte importante del cerebro. Los
grandes trastornos de la personalidad comprobados han conducido después a
abandonar este método. Según el doctor
Carothers, la similitud
existente entre el indígena africano normal y el
lobotomizado europeo es notable.
El doctor Carothers, después de
estudiar los trabajos de los distintos investigadores que ejercen en África,
nos propone una conclusión que funda
una concepción unitaria
del africano. "Éstos son
—escribe— los datos de casos que no se refieren a las categorías europeas. Han
sido recogidos en las diferentes regiones del África oriental, occidental,
meridional y en general cada uno de los autores tenían poco o ningún conocimiento
de los trabajos de los demás. La similitud esencial de esos trabajos es, pues,
absolutamente notable."41
Señalemos antes de terminar que
el doctor Carothers definía la rebelión de los Mau-Mau como la expresión de un
complejo inconsciente de frustración, cuya repetición podría evitarse
científicamente mediante adaptaciones
psicológicas espectaculares.
Así, pues, un comportamiento
inhabitual: la frecuencia de la criminalidad del argelino, la trivialidad de
los motivos descubiertos, el carácter homicida y siempre muy sanguinario de las
peleas, planteaba un problema a los observadores. La explicación propuesta, que
se ha convertido en materia de enseñanza parece ser, en última instancia, la
siguiente: la disposición de las estructuras cerebrales del norafricano explica
a la vez la pereza del indígena, su incapacidad intelectual y social y su
impulsividad cuasianimal. La impulsividad criminal del norafricano es la
transcripción al orden del comportamiento de cierta disposición del sistema
nervioso. Es una reacción neurológicamente comprensible, inscrita en la
naturaleza de las cosas, de la cosa biológicamente organizada. La no
integración de los lóbulos frontales en la dinámica cerebral explica la pereza,
los crímenes, los robos, las violaciones, la mentira. Y la conclusión me la dio
un subprefecto —ahora prefecto—: "A esos seres naturales —decía—, que
obedecen ciegamente las leyes de la naturaleza, hay que oponer cuadros
estrictos e implacables. Hay que domesticar a la naturaleza, no
convencerla." Disciplinar, domesticar, reducir y ahora pacificar son los
vocablos más utilizados por los
colonialistas en los
territorios ocupados. Si hemos expuesto largamente las teorías de
los hombres de ciencia colonialistas, ha sido menos para mostrar su pobreza y
su absurdo que para abordar
un problema teórico
y práctico extremadamente
importante. De hecho, entre las cuestiones que se planteaban a la Revolución, entre los
temas que podían ser debatidos en el plano de la explicación política y la
desmistificación, la criminalidad
argelina no representaba sino un
subsector. Pero precisamente
las entrevistas que
tuvieron lugar en torno a este tema fueron hasta tal punto fecundas que
nos permitieron profundizar y destacar mejor la noción de liberación individual
y social. Cuando
en la práctica revolucionaria se
aborda ante los
cuadros y los
militantes la cuestión de la
criminalidad argelina; cuando se expone el número promedio de crímenes, de
delitos, de robos del periodo anterior a la Revolución; cuando se
explica que la fisonomía de un crimen, la frecuencia de los delitos se producen
en función de las relaciones existentes entre los hombres y las mujeres, entre
los hombres y el Estado y que todos comprenden; cuando se asiste a simple vista
a la dislocación de la noción de argelino o de norafricano criminal por
vocación, noción que estaba igualmente fijada en la conciencia del argelino
porque, en definitiva, "somos coléricos,
pendencieros, malos, así
es…" entonces sí
puede decirse que la
Revolución progresa.
El problema teórico importante es
que en todo momento y en todas partes hay que hacer explícito, desmistificar,
suprimir el insulto al hombre que es en sí. No hay que esperar que la nación
produzca nuevos hombres. No hay que esperar que, en perpetua renovación
revolucionaria, los nombres se transformen insensiblemente. Es verdad que estos
dos procesos son importantes, pero hay que ayudar a la conciencia. La práctica
revolucionaria si quiere ser globalmente liberadora y excepcionalmente fecunda,
exige que nada de insólito subsista. Se siente con singular fuerza la necesidad
de totalizar el acontecimiento, de llevar todo consigo, de reglamentar todo, de
ser responsable de todo. La conciencia no se niega entonces a volver atrás,
a marcar el
paso si es
necesario. Por eso
en la marcha de una unidad de
combate sobre el terreno, el final de una emboscada no significa el descanso,
sino el momento de caminar también un poco la conciencia, porque todo debe ir a
la par.
Sí, espontáneamente el
argelino daba la
razón a los magistrados y los policías.42 Ha habido que tomar, pues, esa
criminalidad argelina vivida
en el plano
del narcisismo como manifestación de la auténtica virilidad
y replantear el problema en el plano de la historia colonial. Por ejemplo,
demostrar que la criminalidad de los
argelinos en Francia
difiere fundamentalmente de la criminalidad de los argelinos sometidos a
la explotación directamente colonial.
Una segunda cosa debía llamar
nuestra atención: en Argelia, la criminalidad argelina se desarrolla
prácticamente en círculo cerrado. Los argelinos se robaban entre sí, se
desgarraban entre sí, se mataban entre sí. En Argelia, el argelino apenas
atacaba a los franceses y evitaba las peleas con franceses. En Francia, por el
contrario, el emigrado creará una criminalidad intersocial, entre los distintos
grupos.
En Francia,
la criminalidad argelina disminuye.
Se dirige sobre todo a los
franceses y los móviles son radicalmente nuevos. Una paradoja nos ha ayudado
considerablemente a desmistificar a los militantes: desde 1954 se comprueba una
cuasidesaparición de los delitos comunes. Ya no hay disputas, ya no hay
detalles insignificantes que provoquen la muerte de un hombre. Ya no hay cóleras
explosivas porque el vecino haya visto la frente de mi mujer o su hombro
izquierdo. La lucha nacional parece haber canalizado todas las cóleras, haber
nacionalizado todos los movimientos afectivos o emocionales. Los jueces y los
abogados franceses ya lo habían comprobado, pero hacía falta que el militante
cobrara conciencia de ello, había que hacerle conocer las razones.
Queda la explicación.
¿Había que
decir que la
guerra, terreno privilegiado
de expresión de una agresividad por fin socializada, canaliza hacia el
ocupante los gestos congénitamente criminales? Es una comprobación trivial que
las grandes sacudidas sociales disminuyen la frecuencia de la delincuencia y
los trastornos mentales. Podía explicarse perfectamente esta regresión de la
criminalidad argelina, así, por la existencia de una guerra que rompía a
Argelia en dos, rechazando del lado enemigo la maquinaria judicial y
administrativa.
Pero, en las regiones del Magreb
ya liberadas, este mismo fenómeno señalado en el curso de las luchas de
liberación se mantiene y se precisa con la independencia. Parece, pues, que el contexto
colonial es lo bastante original como para autorizar una reinterpretación de la
criminalidad. Es lo que hemos hecho para los combatientes. Ahora todo el mundo
sabe, entre nosotros, que la criminalidad no es consecuencia del carácter nato
del argelino ni de la
organización de su
sistema nervioso. La
guerra de Argelia, las guerras de
liberación nacional hacen surgir a los verdaderos protagonistas. En la situación
colonial, como se ha demostrado, los indígenas viven entre ellos. Tienden a
servirse recíprocamente de pantalla. Cada cual oculta al otro el enemigo
nacional. Y cuando, fatigado después de una dura jornada de dieciséis horas, el
colonizado se desploma en su estera y un niño, del otro lado de la cortina,
llora y no lo deja dormir, como por azar, es un pequeño argelino. Cuando va a
pedirle un poco de sémola o un poco de aceite al dueño de la tienda de
comestibles al que ya debe algunos cientos de francos y le niegan el favor, se
llena de un enorme odio y un enorme deseo de matar y el dueño de la tienda es
un argelino. Cuando, después de haberlo evitado durante varias semanas, se
encuentra un día acorralado por el caíd que le reclama "impuestos"
ni siquiera tiene el placer de odiar
al administrador europeo; ahí está el
caid que atrae ese odio, y es un argelino.
Expuesto a tentativas de
asesinato cotidianas: hambre, expulsión del cuarto que no ha pagado, el seno
maternal seco, niños esqueléticos, las obras cerradas, los desempleados que
pululan alrededor del gerente como cuervos, el indígena llega a ver a su
semejante como un enemigo implacable. Si se desgarra los pies desnudos sobre
una gruesa piedra en medio del camino es un indígena quien la ha puesto y
cuando se dispone a recoger sus pocas uvas, resulta que los hijos de X..., por
la noche, se las han comido. Sí, en la etapa
colonial en Argelia
y en todas
partes pueden hacerse muchas cosas por un kilo de sémola. Es posible
matar a varias personas. Hace falta imaginación para comprender estas cosas.
¡Oh memoria! En los campos de concentración los hombres se han matado por un
pedazo de pan. Me acuerdo de una escena horrible. Era en Oran en 1944. Del campo
donde esperábamos ser embarcados, los militares lanzaban pedazos de pan
a pequeños argelinos que se los disputaban con rabia y odio. Los veterinarios
podrían explicar estos fenómenos recordando el famoso peck-order que se produce
en los corrales. El maíz que es distribuido es objeto, efectivamente, de una
competencia implacable. Algunas aves,
las más fuertes,
devoran todos los granos mientras que otras menos agresivas
adelgazan a ojos vista. Toda colonia tiende a convertirse en un inmenso corral,
un inmenso campo de concentración, donde la única ley es la del cuchillo.
En Argelia todo ha cambiado con
la guerra de Liberación Nacional. Las reservas enteras de una familia o de una
metcha pueden ser ofrecidas en una sola noche a una compañía que viene de paso.
El único burro de la familia puede ser prestado para asegurar el
transporte de un
herido. Y cuando,
varios días después, el
propietario se entera de la muerte de su animal ametrallado por un avión no se
lanzará en imprecaciones y amenazas.
No hablará de
la muerte de
su animal, pero preguntará, inquieto, si el herido está
sano y salvo.
En el régimen colonial, cualquier
cosa puede hacerse por un kilo de pan o un miserable borrego... Las relaciones
del hombre con la materia, con el mundo, con la historia, son en la etapa
colonial relaciones con los alimentos. Para un colonizado en un contexto de
opresión como el de Argelia, vivir no es encamar valores, inscribirse en el
desarrollo coherente y fecundo de un mundo. Vivir es no morir. Existir es
mantener la vida. Cada dátil es una victoria. No un resultado de la labor
realizada, sino una victoria
concebida como triunfo
de la vida.
Así sustraer los dátiles, permitir que el borrego se coma
la hierba del vecino no son una negación de la propiedad de los demás, la
transgresión de una ley o una falta de respeto. Son tentativas de asesinato.
Hay que haber visto en Kabylia a hombres y mujeres ir a buscar tierra durante
semanas al fondo del valle y subirla en pequeñas canastas para comprender que
un robo es una tentativa de asesinato y no un gesto inamistoso o ilegal. Es que
la única perspectiva es ese estómago
cada vez más reducido,
cada vez menos exigente es cierto, pero que, de cualquier manera, hay
que llenar. ¿A quién dirigirse? El francés está en la llanura con los policías,
el ejército y los tanques. En la montaña sólo hay argelinos. Allá arriba el
cielo con sus promesas de ultratumba, allá abajo los franceses con sus promesas
bien concretas de prisión, de golpes, de ejecuciones.
Forzosamente, se
recae sobre sí
mismo. Aquí se
descubre el núcleo de
ese odio a
sí mismo que
caracteriza los conflictos raciales en las sociedades
segregadas.
La criminalidad del argelino, su
impulsividad, la violencia de sus asesinatos
no son, pues,
la consecuencia de
una organización del sistema nervioso ni de una originalidad de
carácter, sino el producto directo de la situación colonial. Que los
combatientes argelinos hayan discutido este problema, que no hayan temido poner en duda las creencias
que el colonialismo les había inculcado, que hayan comprendido que cada cual
era la pantalla del otro y que, en realidad, cada uno se suicidaba al lanzarse
sobre el otro, debía tener una importancia primordial en la conciencia
revolucionaria. Una vez más, el objetivo del colonizado que lucha es provocar
el final de la dominación. Pero igualmente debe velar por la liquidación de
todas las mentiras introducidas en su
cuerpo por la
opresión. En un
régimen colonial, tal como existía en Argelia, las ideas profesadas por
el colonialismo no influían
sólo en la
minoría europea, sino también en el argelino. La liberación
total es la que concierne a todos los sectores de la personalidad. La emboscada
o los cuerpo a cuerpo, la tortura o la matanza de sus hermanos arraigan la
determinación de vencer, renuevan el subconsciente y alimentan la imaginación.
Cuando la nación se impulsa definitivamente, el hombre nuevo no es un producto
a posteriori de esa nación, sino que coexiste con ella, se desarrolla con ella,
triunfa con ella. Esta exigencia dialéctica explica la reticencia ante las
colonizaciones adaptadas y las reformas de fachada. La independencia no es una
palabra que deba exorcizarse, sino una condición indispensable para la
existencia de hombres y mujeres realmente liberados, es decir, dueños de todos
los medios materiales que hacen posible la transformación radical de la
sociedad.
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