Carlos Gaviño de Franchy
En Clavijo, más que la obra
interesa la vida.
Agustín Espinosa. Lancelot
28°-7°.
A doña Manuela Rodríguez
Clavijo, José Hernández González, María Dolores Rodríguez Armas y Francisco
Hernández Delgado, mis amigos lanzaroteños.
El profesor Negrín Fajardo, autor
de un trabajo publicado en 1994, en el volumen undécimo de los Coloquios de
Historia canario-americana, que lleva por título «Clavijo y Fajardo,
naturalista ilustrado», tras la introducción comienza el segundo apartado con
estas frases:
La realización de una
biografía de Clavijo: una necesidad inaplazable. Cuando se revisan los estudios
que existen sobre el lanzaroteño, salta a la vista que Clavijo sigue siendo
bastante desconocido, incluso para sus biógrafos. Hay demasiadas lagunas en los
escasos trabajos que esbozan los acontecimientos más significativos de su vida.
La mayoría se limita a repetir, los datos que aportó en su momento Viera y
Clavijo y, más tarde, los resultados del estudio de Agustín Espinosa, que sigue
siendo la obra más sólida de entre las escritas hasta ahora sobre Clavijo y
Fajardo.
Agustín Millares Carlo y
Sebastián de la Nuez
Caballero, el primero en su Bio-Bibliografía de Autores
Canarios, el segundo en la introducción a la edición facsimilar de El
Pensador, editada por la
Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife en
2001 nos proporcionan una fecha de nacimiento: el 19 de marzo de 1726, sin
especificar de dónde la tomaron, añadiendo el profesor De la Nuez una nota en la que
aclara que no se adjunta una copia de la partida de bautismo de Clavijo por
haber desaparecido la mayor parte de la documentación del archivo parroquial de
Nuestra Señora de Guadalupe en el incendio que destruyó el inmueble a comienzos
del siglo XIX.
La citada data la proporcionó don
José de Viera y Clavijo en la noticia biográfica que escribió sobre su ilustre
primo, incluida en la
Biblioteca de Autores Canarios, con que comienza el Libro XIX
de sus Noticias de la
Historia General de las Islas Canarias. Podríamos no
obstante creer que todos la dedujeron de la necrológica dedicada a don Josef
Clavijo y Fajardo por la Gaceta
de Madrid del viernes primero de mayo de 1807, que comienza diciendo:
El día 3 de
noviembre próximo pasado falleció en ésta a la edad de 80 años, 7 meses y 8
días, el señor don Josef Clavijo y Faxardo, director jubilado del Real Gabinete
de Historia Natural...
Hemos hallado un traslado
autorizado de la partida de bautismo de don José Clavijo y Fajardo en El Museo
Canario, conservado en el fondo documental Julián Sáenz. El original de este
documento se obtuvo el 16 de agosto de 1804. Transcrita literalmente dice:
Certifico
yo el infrascrito teniente de Beneficiado don Francisco de Acosta como en uno
de los libros de Bautismos que se hallan en el Archivo de esta Iglesia
Parroquial Matriz de Nuestra Señora de Guadalupe, que tuvo su principio el año
pasado de mil septecientos veynte y quatro, y a su folio sesenta y uno vuelto
se halla la partida siguiente:
En Lanzarote en veynte y
quatro de Marzo de mil septecientos veynte y seis años: Yo don Salvador de
Armas Clavijo, presbítero, de licencia del señor licenciado don Diego Josef
Betancourt y Nantes, venerable beneficiado de esta Iglesia Parroquial de
Nuestra Señora de Guadalupe bapticé puse óleo y chrisma a Josef Gabriel hijo
lexítimo de don Nicolás Clavijo y de doña Catalina Fajardo y Clavijo, vecinos
de esta Villa, fue su padrino el señor licenciado don Ambrosio Cayetano de
Ayala y Navarro Comisario de los Santos Tribunales de Inquisición y Cruzada,
venerable Beneficazo Rector de esta Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de
Guadalupe. Vino la criatura a la pila de seis días: doy fe y lo firmé.
Betancourt. Salvador de Armas Clavijo.
Con lo que parece que nació el 18
y no el 19 de marzo de 1726.
Como vemos le
cupo el honor de ser cuna de don José Clavijo a la villa de San Miguel Arcángel
de Teguise, en Lanzarote. Dice Viera en su obra citada que nació en la isla
de Lanzarote para honrarla con sus talentos, pero no aclara dónde. A pesar
de que las principales propiedades de los Clavijo estuvieron desde antiguo
localizadas en San Bartolomé, particularmente en el pago de Tomaren, donde
poseían la extensa hacienda de San Miguel del Sobaco y su ermita. Queda bien
claro en documentos que iremos revelando a medida que tratemos de establecer la
rama familiar paterna del insigne polígrafo que, en la época de su nacimiento,
se encontraban varios miembros de ella avecindados en Teguise.
Todos coinciden, siguiendo a don
José de Viera, quien, como pariente cercano, debía saberlo bien, que sus padres
fueron don Nicolás Clavijo y Álvarez, natural de la villa de La Orotava en Tenerife, y
doña Catalina Martín Fajardo, que lo era de la misma Lanzarote.
Otro nombre familiar es citado
frecuente y confusamente en relación con la educación primera recibida por
Clavijo y Fajardo en el convento dominico de San Pedro Mártir de Canaria. Se
trata de un tío, fraile dominico, al que algunos estudiosos han llegado a
llamar fray Presentado Clavijo. Podemos afirmar que el muy reverendo padre
presentado en Sagrada Teología fray José Antonio de Clavijo, que no es otro el
personaje, era hermano de don Nicolás Clavijo, padre de nuestro biografiado.
Nacido hacia 1683, profesó –según Millares Carlo– en la orden dominicana y desempeñó
los cargos de regente de estudios en el convento que estos religiosos poseían
en La Orotava
y consultor y calificador del Santo Oficio. Fue el primer prior del convento
dominico de Teguise, Lanzarote, en el cual falleció a los sesenta y tres años
de edad el 15 de mayo de 1746. Su ilustración y virtudes fueron grandes y
alcanzó fama de notable teólogo y predicador.
Hasta aquí las escasas noticias
sobre la familia y nacimiento de don José Clavijo, nombres y fechas que sin ser
estudiados adecuadamente, han sido repetidos una y otra vez por cuantos han
tratado sobre su entorno doméstico.
Veamos ahora quiénes fueron sus
padres. Don Nicolás Clavijo y Álvarez, o Clavijo Álvarez de Valladares, o
incluso Clavijo y Martín, como también fue conocido, nació, efectivamente, en La Orotava, concretamente en
su puerto, el día diez de septiembre de 1694 y fue bautizado, en la parroquia
de Nuestra Señora de la
Concepción, el diecinueve siguiente, como hijo legítimo del
capitán Diego Clavijo Perdomo, natural de San Bartolomé en Lanzarote, y de
Catalina Álvarez Suárez de Valladares, que lo era a su vez de Sebastián Álvarez
y de Antonia Suárez de Valladares, todos tres naturales de La Orotava y vecinos de
Lanzarote. En el testamento otorgado por don Nicolás Clavijo ante el escribano
y notario público José Miguel Pérez, el día diez de junio de 1742, manifiesta
éste:
... como yo Dn. Nicolás
Clavijo y Martín, vecino de esta Villa e Isla de Lanzarote, una de las siete
Canarias, Alguacil Mayor del Santo Tribunal de Inquisición y Rexidor perpetuo
en ella, natural del puerto de la
Orotaba, en la
Ysla de Tenerife; hijo lexmo. del Capitán Dn. Diego Clabijo y
de Da Catalina Suárez, vecinos que fueron del citado puerto...
El capitán Diego Clavijo Perdomo
había nacido en 1641 y, como tantos otros lanzaroteños que arriesgaron sus
vidas cruzando el océano interinsular, fue apresado por corsarios africanos y
confinado en un ergástulo de Berbería, hasta que fue rescatado por su madre con
la ayuda económica del resto de sus hijos. Del testamento de una de sus
hermanas, María del Espíritu Santo Clavijo, otorgado el día catorce de agosto
de 1674, se desprende que ésta colaboró con seis fanegas de trigo para liberar
al capitán Diego Clavijo, que se encontraba en aquellas fechas cautivo.
No debió durar muchos años la
forzada ausencia de nuestro personaje ya que casó, como queda dicho, con
Catalina Álvarez de Valladares en Teguise, parroquia de Nuestra Señora de
Guadalupe, el veintidós de junio de 1681. El matrimonio se estableció
temporalmente en La Orotava,
donde Diego continuaría realizando operaciones comerciales y Catalina poseía
bienes hereditarios. En la villa de Taoro nacieron sus hijos, de los que cuatro
alcanzaron la mayoría de edad: Nicolás, padre de Clavijo y Fajardo; fray José
Antonio de Clavijo; doña María de Jesús de Clavijo y doña Antonia María de
Clavijo.
La familia, en permanente
contacto con Lanzarote, retornó a la isla en la que el capitán Clavijo
conservaba diversas propiedades de sus mayores y donde ejerció dos distinguidos
empleos, reservados desde siempre para la clase de los hidalgos: los de regidor
perpetuo decano y alguacil mayor del Santo Oficio. De sus hijos, Nicolás y
María de Jesús se establecieron definitivamente en ella. Fray José Antonio de
Clavijo se trasladó asimismo a Lanzarote en calidad de primer prior del
convento dominico de San Juan de Dios, al menos desde 1726, fecha de la
fundación del mismo y año de nacimiento de Clavijo y Fajardo. Antonia María,
como veremos luego, quedó en Tenerife, casada con el viudo don Gabriel del
Álamo y Viera. El capitán Diego Clavijo Perdomo testó en Teguise, cuando se
encontraba enfermo, el once de septiembre de 1728, ante el escribano Francisco
José Martínez.
Doña María de Jesús de
Clavijo, nacida como sus hermanos en La Orotava, casó en la parroquia de Nuestra Señora
de la Concepción,
el día doce de noviembre de 1719, con don José Antonio de Brito y Béthencourt,
hijo del coronel don Pedro de Brito y Béthencourt y de su mujer doña Antonia de
Castro, avecindándose en Lanzarote donde dejaron descendencia.
Doña Antonia María de Clavijo,
hermana asimismo de don Nicolás, permaneció en Tenerife. Había casado en la
misma parroquia, el día veinticinco de diciembre de 1722, con don Gabriel del
Álamo y Viera, o Viera del Álamo, como también se firmaba, que estaba viudo de
doña Lucía García de Orta y Estrada. Don Gabriel del Álamo y su segunda mujer
procrearon diez hijos, a saber: Josefa Jacinta; Antonio José Domingo; Nicolás
Antonio y Gabriela, nacidos en La Orotava. Antonio Francisco José y José Antonio,
que lo hicieron en el Realejo Alto. Antonia Florentina de la Trinidad; Felipe Nicolás
Domingo; María Joaquina y Andrés Domingo, que vinieron al mundo en el Puerto de
La Orotava.
Nicolás Clavijo y Álvarez
Valladares, que ejerció como escribano público, cuyo segundo apellido compuesto
utilizaría como seudónimo Clavijo y Fajardo, había casado en Teguise, en la
iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe –a la que Viera no dudó en calificar
como una de las más hermosas y mejor dotadas del archipiélago– el veinticuatro
de mayo de 1717, con doña Catalina Martín Fajardo y Clavijo, su prima, previa
dispensa del tercer grado de consanguinidad. Doña Catalina era hija del alférez
don Domingo Hernández Faxardo, natural de Buenavista en Tenerife, y de su mujer
doña Ana de Clavijo1. Vivían en su hacienda de la aldea de Testeina.
Casó don Nicolás Clavijo por
segunda vez, en la citada parroquia, el 30 de enero de 1740, con doña
Sebastiana Magdaleno de Medina, hija de Mateo Magdaleno y de Antonia Ignacia de
Medina, con la que tuvo a doña Nicolasa Clavijo, mujer don Vicente Gutiérrez de
Franquis.
No es lugar este para extendernos
en la genealogía de la familia Clavijo. Los interesados en ella pueden recurrir
a unas notas sucintas que incluimos en el tomo introductorio a la edición, ya
citada, de El Pensador, obra publicada en facsímil bajo los auspicios de
la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Tenerife. Sin embargo, queremos aclarar que la
familia Clavijo tiene como tronco en Canarias a Juan de Clavijo el viejo,
sevillano que asistió a la conquista de Tenerife en calidad de paje del primer
Adelantado, y a su segunda mujer, María Hernández, toda vez que de la primera,
María de Ponte, no queda descendencia en las islas, aunque sí, probablemente en
el Perú.
Nicolás Clavijo y su
primera mujer, doña Catalina Martín Fajardo, tuvieron cuatro hijos de los que
fue el más pequeño nuestro don José Clavijo y Fajardo. Hermanas suyas lo fueron
doña Ana Catalina Clavijo y Fajardo, casada en Teguise, el veinte de septiembre
de 1734, con don Gaspar Domingo de Salazar Carrasco y Miranda, y doña Catalina
Clavijo y Fajardo mujer, desde el quince de octubre de 1733, de don Manuel Feo
de Béthencourt y Cabrera. De su hermano, el capitán don Salvador Clavijo y
Fajardo, alférez mayor y regidor perpetuo de Lanzarote, casado en primeras
nupcias con doña Nicolasa María de Socas y Clavijo, descienden los de esta rama
de la familia Clavijo quienes, por obra y arte de un precipitado e incompleto
estudio inserto en la segunda edición del Nobiliario y Blasón de Canarias de
Francisco Fernández de Béthencourt, se han visto, sin pretenderlo, constituidos
en únicos detentadores de una filiación supuestamente agnada, que excluye del
frondoso árbol familiar a centenares de individuos portadores del apellido y
retoños al fin de otras ramas con igual o mejor derecho.
Establecidos los cuatro abuelos
del ilustre escritor nos conviene hacer hincapié en la figura del alférez don
Domingo Hernández Faxardo, su abuelo materno, en la que creemos encontrar
algunos de los gérmenes de la filantropía que fue norma y práctica de Clavijo y
Fajardo. Este personaje se trasladó a Lanzarote, sin duda con motivo de las
múltiples transacciones comerciales llevadas a efecto entre los puertos de
Garachico y Arrecife. Tenemos constancia de su participación en compras y
ventas de cereales y esclavos. Era analfabeto, como él mismo declaró en su
testamento otorgado en sus casas de Testeina el diecinueve de enero de 1723, lo
que no le impidió ser uno de los valedores más generosos y dispuestos a la hora
de defender los derechos de los habitantes de la isla de Lanzarote. En su
calidad de síndico personero general se desplazó en diversas ocasiones, a costa
de su peculio, a la isla de Gran Canaria, con el fin de litigar cuantos pleitos
consideró oportunos para el beneficio de sus paisanos. Pero oigámoslo de su
propia voz cuando dicta al amanuense su última voluntad:
Declaro que en el año de
noventa y ocho se me nombró la primera vez de Personero de esta isla y conseguí
despachos a favor de la isla a costa de mi caudal y en el año de diez pasé a
Canaria con ciertas dependencias que me encargó la vecindad, y por acuerdo y lo
mismo en el año de trece y sólo en el pleito con los mercaderes tuvo esta isla
más de cuarenta mil reales de abanso, y todo lo defendía costa de mi caudal,
sin habérseme pagado cosa alguna, como ni tampoco en el año de quince que pasé
también a Canaria y los gastos que he hecho constan de mi libro de cuentas,
memorias y recibos de los procuradores de Canaria. Y en el año de veinte me
mandó llamar la Real
Audiencia sobre ciertas razones que para ello tuvo y estuve
en dicha isla dos años haciendo muchos costos y gastos, además de los daños tan
considerables que se me causaron a mi hacienda y todo se me debe pagar por la
vecindad y aunque para dicha cobranza traje despachos, así de la Audiencia como del
Gobernador de Tenerife, todavía no se ha cobrado cosa alguna, mando que mis
albaceas y herederos hagan dicha cobranza para el pagamento de mi funeral y
deudas.
Otra cláusula de este expresivo documento nos
dice:
Declaro tener algunas cuentas
con algunas personas de esta isla a quien he prestado dinero y granos, mando se
ajusten y se cobre lo que debieren, según consta de mi libro, menos alguno que
sea pobre y no tenga con que pagarme, que a estos, en este caso, les perdono lo
que me debieran.
Estamos ante la imagen del
hidalgo labrador, honrado practicante de esa caridad cristiana que a su nieto
ilustrado gustaba llamar beneficencia. Él mismo había padecido en carne propia
los crueles avatares climatológicos de una geografía en la que las fortunas,
trabajosamente alcanzadas, cambian de manos o desaparecen en un abrir y cerrar
de ojos. Para confirmar lo dicho transcribiremos finalmente otra cláusula del
testamento de don Domingo Hernández Faxardo:
Declaro que según los inventarios que yo y
dicha mi mujer hicimos al tiempo de nuestro matrimonio teníamos muchos bienes,
pero habiendo entrado los años de ochenta y nueve, noventa y tres, setecientos,
setecientos y uno, dos y tres, que fueron muy malos, perdimos unos y otros,
especialmente todos los muebles, sin embargo de haber pasado mucha parte de
ellos a Fuerteventura para escaparlos y no se pudo por la miseria del tiempo. Y
así se consumió en la manutención de la familia las fanegas de pan que
teníamos.
Doña Ana de Clavijo, mujer de
Domingo Hernández Fajardo había tenido de un primer matrimonio, tres hijos. Uno
de ellos, don Salvador de Armas Clavijo, sacerdote y síndico personero como su
padrastro, que profesó luego como franciscano, fue el encargado de proteger y
cuidar a la madre de Clavijo y Fajardo, huérfana desde la infancia. Suponemos
que ya que no tuvo ocasión de conocer o, al menos, tratar a su abuelo, si es
que éste falleció de la enfermedad que le movió a testar, al menos pudo tener
noticia por su tío de la limpia ejecutoria de su abuelo labrador.
Pero entre los vínculos
familiares quizá sea el más destacable el mantenido con su tío fray José
Antonio de Clavijo. Todo hace pensar que la educación de nuestro futuro
polígrafo le fuera encomendada desde la primera infancia, si tenemos en cuenta
que el fraile dominico se encontraba en Teguise, dirigiendo el convento de San
Juan de Dios desde 1726, año del nacimiento de Clavijo. No es difícil imaginar
que, una vez trasladado fray José al monasterio de San Pedro Mártir de Canaria,
llevara consigo al sobrino predilecto al que ya habría aleccionado en su villa
natal. Don Nicolás Clavijo pudo haber fallecido luego de otorgar su testamento
que tiene fecha de 1741, dejando a su hijo menor huérfano con apenas quince
años de edad.
Detengámonos ahora en la figura
de fray José Antonio de Clavijo, calificador y consultor del Santo Oficio que
fue, como queda dicho, el primer prior del convento de San Juan de Dios y San
Francisco de Paula de Teguise. Falleció a los sesenta y tres años de edad, el
quince de mayo de 1746, mientras gobernaba con igual cargo los destinos del
convento de su orden en La
Orotava. Millares Carlo, en su ya citada Bio-Bibliografía
añade que fue regente de estudios en ese mismo cenobio; que su ilustración y
virtudes fueron grandes y que alcanzó fama de gran teólogo y predicador. Fray
José de Clavijo fue autor de un texto latino publicado en 1717, del que se
conserva un ejemplar en la
Biblioteca de la Universidad de La Laguna. Alejandro
Cioranescu, en nota a su edición de 1982 de las Noticias de Viera, nos dice:
Honró con satisfacción y ternura la memoria de
este singular religioso, no tanto por el cercano parentesco, como por haber
sido uno de los varones más sabios, más exactos, más serios, más virtuosos y
más útiles de su provincia.
Prior de cinco grandes casas,
regente de casi todos sus principales estudios, maestro ejemplar de sus
novicios, misionero del Rosario durante muchos años, gran teólogo, gran predicador,
consultor y calificador del santo oficio, examinador sinodal y confidente de
muchos obispos; en suma, uno de los hombres de mérito que han tenido este siglo
las Canarias.
Éste fue pues, en suma, el hombre
que educó a Clavijo y Fajardo.
Pocos datos poseemos de estos primeros años de
Clavijo, escribe Agustín Espinosa en su tesis doctoral publicada por el Cabildo
Insular de Gran Canaria en 1970,
... junto al probo y respetable dominicano que
le guió en los difíciles pasos de su iniciación cultural y educó su sediento
espíritu con las sabias enseñanzas de la Filosofía y Estudios Teológicos. Dice Dugour,
hablando de aquella época de Clavijo en la biografía publicada en La Ilustración de
Canarias: Por aquellos tiempos la educación de la juventud se reducía al
conocimiento del latín y a infundirles una filosofía completamente eclesiástica
y teocrática. Reducida la razón a discurrir en estrecho recinto, no se atrevía
a traspasar la valla impuesta por la costumbre y la severidad religiosa.
Preciso era, para salir del adocenado carril, una fuerza de voluntad
privilegiada, un entendimiento claro y despreocupado, a fin de apartarse de los
viciosos ergos de una ideología que llamaremos circular, y de los insípidos
argumentos de la escuela. El buen religioso Clavijo, excelente latino y
filósofo escolástico hasta dejarlo de sobra, explicaba a su sobrino los
fundamentos de las ciencias filosóficas, pero apartándose continuamente de
cuanto pudiera oler a libre examen; el discípulo escuchaba atentamente; mas
sembraba en las conferencias, con harto asombro del buen padre, puntos de puro
racionalismo, que venían, como otros tantos arietes, a desmoronar el edificio
escolástico. El eclecticismo, que no había aún brillado en el mundo, se
revelaba en las audaces proposiciones del joven Clavijo, y, embarazado el tío
con tal locuaz perspicacia, solía decir a su amigo el padre Henrique: «Mi
sobrino será un gran impío o un gran santo». Ni lo uno ni lo otro fue, sin
duda, nuestro héroe, pero basta lo apuntado para dar a conocer a nuestros
lectores que el joven Clavijo poseía desde entonces una facilidad de ingenio,
que, como dice Viera, «han comprobado sus escritos».
Agustín Espinosa, en su bellísimo
texto Lancelot 28°-7°, nos traslada poéticamente a la infancia de Clavijo en
Teguise, con estas palabras:
La floración más fuerte de la literatura de
las islas Canarias se produjo en el siglo XVIII. En Tenerife y Lanzarote,
fundamentalmente. El Puerto de la
Cruz, escuela de la erudición humanística de nuestro
Setecientos, nos dio a los Iriarte: Don Tomás, tan representativo en su aspecto
fabulario de la centuria neoclásica; Don Juan, signo máximo de la crítica
española más próxima al Novecientos. El Realejo Alto nos dio a Viera, primera
piedra básica de nuestra historiografía, gran erudito de la serie de los
Burriel y de los Flórez. La
Orotava, a Graciliano Afonso, poeta del rococó más puro,
eglógico auténtico del fin de siglo.
Teguise, a Clavijo y Fajardo.
Teguise es un pueblecito
alegre, rumoroso, que hace girar su rueda de colores frente a la blanca
arquitectura general de la isla. Acostado, confiadamente, al pie de una montaña
encastillada, sin temor de peligros inéditos, su sonreír es el del niño
durmiente de los cuadros, protegido sobre el precipicio por las alas fáusticas
del Ángel de la Guarda. La
montaña de Guanapay es el Ángel Custodio de Teguise. Por ella sonríe confiado
el pueblo de las mujercitas de andar jaguarino y largo mirar de novias de
"film" yanqui. Por ella, una aurora de claridad perenne juega a los
moros, entre un sonar de campana de leyenda y un correr regocijado de película
de Harold.
Sobre la montaña, el castillo
de Santa Bárbara pone su nota tradicional. De una tradición de incursiones
africanas que el Romancero de las Islas ha cantado con sentimiento propio,
dando categoría atlántica peculiar a un tipo de romance exactamente canario.
Mañanita de
San Juan,
Como costumbre
que fuera,
las damas y
los galanes
a bañarse a
las Arenas.
Laurencia
se fue a bañar
Sus carnes
blancas y bellas.
Vino un
barquito de moros
Y a
Laurencia se la llevan.
En este pueblo -Teguise-
jovial y esperanzado, nació José Clavijo y Fajardo.
Hacia los finales del primer
tercio del siglo XVIII.
Esa fianza en sus destinos,
esa tranquilidad, de escolar con Ángel Custodio, de Teguise, explican una gran
parte de la obra y la vida aventurera de Clavijo y Fajardo. En esa escuela sin
maestros del fiar, el hijo del parto más jubiloso de Lanzarote aprendió a
saltar audazmente los dobles obstáculos peligrosos de la vida. En sus correrías
de infante por las calles de Teguise, recogió Clavija y Fajardo la prodigiosa
cosecha de valentías confiadas, futuros salvavidas para los naufragios
imprevistos de los días.
De lo anteriormente expuesto
podemos sacar algunas conclusiones. La infancia de Clavijo y Fajardo se
desarrolló entre la Real
Villa de San Miguel Arcángel de Teguise, las propiedades
familiares en San Bartolomé y la aldea de Testeina. Su familia pertenecía a la
clase dominante y la mayor parte de sus ancestros habían desempeñado empleos y
cargos en la milicia, el regimiento y la iglesia. No eran ricos, como no lo era
apenas nadie en el Lanzarote de la época, pero tuvieron un mediano pasar,
siempre dependiente de la bondad de las cosechas. Los años buenos, el trigo y
la cebada son tan abundantes, que se puede pensar en una economía saneada. Pero
como ya hemos podido comprobar, una serie de años de sequía podían acabar con
todo. Incluso con los muebles de la casa. Esta frugalidad de costumbres a la
que se vieron avocados los espartanos habitantes de nuestras islas más
orientales, puede ser rastreada en la personalidad de Clavijo y Fajardo. En su
pensamiento XXXVII late toda una defensa de la pobreza, del vivir acomodados a
aquello que nos depara la fortuna, sin envidiar los lujos externos de que hacen
gala otros y que pueden llegar a ser causa de padecimientos. No deja de
emocionarnos su largo poema eglógico en el que exalta las bondades de la
agricultura y la vida campesina, quizás nostalgias de una infancia apacible y
agraria.
Podemos conocer a algunos de sus
parientes de primera mano. En
1764 publicó en Londres George Glass su The History of the Discovery and
Conquest of de Canary Islands. En el capítulo dedicado a la
descripción de los habitantes de Lanzarote narra Glass su llegada a la isla:
Cuando llegué por primera vez
a Lanzarote, anclamos en el puerto de El Río, [...] desde donde
inmediatamente despaché a un mensajero, un pastor que encontré allí, al
Gobernador para informarle de nuestra llegada. Regresó el mismo día, trayendo
consigo a uno de los criados del Gobernador, con un burro ensillado y una orden
de que me esperaba en el pueblo de Haría. En consecuencia salté a tierra y
llevé conmigo a un joven de Tenerife. Después de subir la empinada roca por la
estrecha senda, encontramos el asno ensillado, esperándonos, el cual monté, y
pronto llegamos al pueblo, en donde encontramos al Gobernador sentado en un
banco delante de su casa; el cual al acercarme, me abrazó y me saludó a la
manera española. Estaba vestido con un chaleco negro de tafetán, los calzones
de la misma tela, con medias de seda, un gorro de dormir de lino con lazos, con
un sombrero de anchas alas caídas. Este atavío le hacía parecer muy alto,
aunque en realidad tendría unos seis pies, y parecía tener alrededor de los
cincuenta y cinco años.
Al cabo de un tiempo de estar
sentados en la puerta, me hizo entrar en la casa, y me presentó a algunas
señoras, quienes me parecieron su mujer y sus hijas. Fue ésta una fineza de no
poca consideración en ésta o en cualquiera de las otras islas Canarias. Aunque
había dejado el barco antes de la hora de comer, nadie me preguntó si había
comido, de modo que ese día ayuné desde por la mañana hasta por la noche. Es
una extraña forma de finura entre la gente acomodada de aquí, que consiste en
que uno no debe pedir nada de comer, por muy hambriento o desmayado que esté,
en una casa ajena; pues una libertad de este tipo se consideraría como el mayor
grado de vulgaridad o mala crianza: por tanto, cuando hallé una oportunidad,
hice que tenía que ir a hablar con mi criado, pero en verdad para tratar de
conseguir alguna comida por mi cuenta. Me di cuenta que el joven de Tenerife
había sufrido tanto como yo: de cualquier manera le di algún dinero y le mandé
traer lo que pudiera encontrar que fuera comestible; y que en caso de no
conseguir nada mejor, que me trajera una pella de gofio o un puñado de harina;
pero su búsqueda resultó inútil, no habiendo allí ni pan ni otra cosa
comestible en venta. Al fin llegó la hora de cenar, y la comida fue, por lo que
respecta a aquella parte del mundo, no sólo buena, sino muy elegante, compuesta
de diferentes platos. En todo el tiempo que estuvimos en la mesa, las señoras
se mostraron muy minuciosas en cuanto a sus preguntas referentes a las mujeres
inglesas, su aspecto, sus vestidos, comportamiento y diversiones. Contesté a
todas aquellas preguntas lo mejor que pude; pero quedaron muy escandalizadas
acerca de lo que les dije sobre su libre comportamiento; y cuando les informé
acerca de las costumbres de las señoras francesas, me dijeron claramente que no
era posible que pudiera haber entre ellas mujeres virtuosas. Después de
retirarse las señoras, el anciano señor exaltó el poder, la riqueza y la
grandeza del Rey de España, por encima de todos los reyes del mundo [...].
Añadió que los españoles, en
cuanto a valentía, sobriedad, honor y fervor por la verdadera religión,
superaban a todo el resto del mundo. [...] Entre otras cosas, me preguntó si
Inglaterra y Francia estaban en la misma isla, o si estaban en islas
diferentes, le rogué me hiciera el honor de visitarme a bordo de mi barco en El
Río: me contestó que lo haría con todo el corazón, si mi barco se encontrara en
Puerto Naos, pero que sería indecoroso que un hombre de su categoría bajara la
colina a gatas.
Este personaje, contemporáneo y
paisano de Clavijo y Fajardo, bien pudo ser don Francisco Fernández de Socas,
alguacil mayor del tribunal del Santo Oficio y alcalde mayor de la isla, de
cuya vara tomó posesión el trece de agosto de 1756. Suegro de don Salvador
Clavijo y Fajardo, hermano de don José, tenía sus casas en el pueblo de Haría y
fue uno de los hacendados más poderosos de la isla en su tiempo.
Su carrera profecional y
literarria
En Las Palmas estudió Humanidades
junto a su tío, el ya citado fray José Antonio de Clavijo y, gracias a las
enseñanzas del regente don Tomás Pinto Miguel, adquirió conocimientos de
Derecho2.
A los diecinueve años marchó a
Ceuta como oficial primero de la secretaría del Ministerio de Marina y, luego,
al Campo de San Roque en calidad de secretario de la Comandancia General.
Nombrado secretario particular del comandante don José Vázquez Priego se
estableció en Madrid en 1749, donde, gracias a la protección del marqués de
Grimaldi, obtuvo una plaza de oficial de la secretaría del Despacho Universal
de la Guerra.
Publicó en esta ciudad, en 1755,
con el seudónimo don Joseph Faxardo, El Tribunal de las Damas, copia
auténtica de la Executoria
que ganó la Modestia
en el Tribunal de la Razón,
representado por las Damas juiciosas de España, obra que fue reimpresa,
aumentada, el mismo año en Valencia, por el Santo Hospital General, para
socorrer la necessidad de sus pobres enfermos, y en Córdoba. Volvió a
imprimirse en Madrid, en la imprenta de A. Ulloa, en 1792.
En 1755 y 1756, y en Madrid y
Sevilla respectivamente, se estamparon dos ediciones de Pragmática del Zelo
y Desagravio de las Damas que saca a luz don Joseph Gabriel Clavijo y Faxardo.
Posteriormente fue ayudante de
guardia almacén de Artillería, y se trasladó de nuevo a Ceuta. Escribió su Estado
general, histórico y cronológico del Exército, y ramos militares de la Monarquía, con
distinción del pié que antes tenía y gastos que causaban al tiempo de su
reducción en 1749. Incluye la creación de los Regimientos y demás Cuerpos, con
los colores y divisas de sus uniformes, vanderas y estandartes: los planos de
todas las plazas y fortalezas del Reyno: las tarazanas, arsenales y cañones de
todos los calibres, los instrumentos y utensilios de artillería e ingenieros;
los sueldos y valor de todas las Encomiendas de las órdenes militares; el
vecindario de España, etc., que lleva fecha de 1761 en Madrid.
Comenzó a publicar El
Pensador, siguiendo el modelo de The Spectator de Addison y Steele y
firmado con otro de sus heterónimos, don Joseph Álvarez y Valladares, en
1762, en los talleres que Ibarra regentaba en la Villa y Corte. Dos tomos más
de esta obra vieron la luz al año siguiente y el resto, a partir de su vuelta a
Madrid, después de 1767. Según Eliseo Izquierdo, el propio Clavijo había
definido este semanario como Sátira de la Nación, que se esforzaba en realizar con elegancia,
de forma lícita y laudable, animado por el afán de contribuir a la
moralización de la sociedad de su tiempo.
Viajó por España y Francia, país
este último donde conoció a Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, y a otros
célebres pensadores de la época.
El día primero de febrero de
1763, Clavijo fue nombrado para ocupar la plaza de oficial del archivo de la
primera secretaría de Estado, en sustitución de don Joseph Marcos Benito y, al
año siguiente, el 12 de junio, advertido por el marqués de Grimaldi de que
no ponga los pies en él, y mucho menos en la Secretaría, hasta que
el Rey tome providencia con su empleo, si se persuadiese que no es acreedor de
subsistir en él, como lo estoy yo de su descabellada conducta, y del poco
aprecio que hace de su reputación.
Retornó a Madrid, probablemente
en 1767, año en que volvió a publicar El Pensador.
Poco después fue designado
por Campomanes oficial mayor para la correspondencia de los asuntos relativos a
la ocupación de las temporalidades de los jesuitas expulsos.
En 1770, le
designó Carlos III director de los teatros de los Reales Sitios, y sucedió a
don Tomas de Iriarte en la dirección del Mercurio Histórico y Político,
labor que realizó hasta 1779.
Al crearse en el Real Gabinete de
Historia Natural la plaza de formador de índices, pasó a ocuparla en 1777 y,
nueve años más tarde, fue ascendido a segundo director del mismo Centro y a
director en abril de 1798, cargo en que fue jubilado en 1802.
En 1800 Carlos IV lo nombró
miembro del Tribunal de la
Contaduría Mayor del Consejo de Hacienda. Ese mismo año
también fue admitido como individuo de mérito en la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Gran Canaria e ingresó en las academias de
Historia Natural de Berlín y de Copenhague.
Otras obras suyas que
permanecen inéditas o se hallan en paradero desconocido son Diccionario
castellano de Historia Natural, con sus acepciones en castellano, latín y
francés; Catálogo científico de las producciones y curiosidades del Real
Gabinete de Historia Natural y Medios para hacer útil para la prosperidad de la Nación española el Real
Gabinete de Historia Natural.
De entre las traducciones que
llevó a cabo habría que citar antes que otras la Historia
natural, general y particular, escrita en francés por el Conde de Buffon,
Intendente del Real Gabinete, y del Jardín Botánico del Rey Christianísimo, y
Miembro de las Academias Francesa, y de las Ciencias, que pasa por ser una
de las más bellas producciones de las prensas del príncipe de los impresores
españoles, don Joaquín Ibarra y, posteriormente, de su viuda.
También son suyas La Feria de Valdemoro,
zarzuela, impresa por el citado Ibarra en 1764, inspirada, según Leandro
Fernández de Moratín en Il mercato di Monfregoso de Goldoni; El
Vanaglorioso, comedia en prosa; Saynete nuevo. Beltrán en el
Serrallo; El Heredero Universal; La Andrómaca de J. Racine;
El barbero de Sevilla, de Beaumarchais; Diccionario histórico de las
herejías, errores y cismas… del abate Pluquet, publicado en 1792; Los
jesuitas reos de lesa majestad divina y humana y Conferencias y discursos
synodales sobre las principales obligaciones de los eclesiásticos, con una
colección de cartas pastorales sobre diferentes asuntos, del obispo de
Clermont, Juan Bautista Masillon;
Tentativa de autorretrato
Yo, señor mío, soy de genio
taciturno, pensador, y nimiamente delicado. La menor cosilla en orden a las
costumbres, a la política, al idioma, o a cualquiera de aquellas, que miran a
la sociedad, a la vida, a las Artes, y a las Ciencias, excita mi imaginación, y
sin saber cómo, ni por dónde, me hallo a cada instante con el cerebro lleno de
ideas, que unas veces me alegran, otras me entristecen, y siempre tienen en
ejercicio mi pensamiento. Lo peor del caso es, que, por aquel rato, que me dura
el entusiasmo (que no son pocos) todo cuanto pienso me parece excelente: me
miro como el primero de los hombres: deploro la suerte de éstos en no tenerme
por su guía, y llega mi desvanecimiento hasta creer, que podría contribuir a su
felicidad. En esta divertida manía pasó la mayor parte de mi vida, siempre
pensativo, y casi siempre sin salir de mi cuarto. A los principios se volvían
mis pensamientos por el mismo camino, que habían traído: llegaban otros, que
ocupaban el lugar de los primeros; y no despidiéndose éstos, ni los que les
seguían sin dejar sucesión, se iban borrando en mi memoria, al arribo de los
nuevos huéspedes, las ideas, que habían excitado sus abuelos. No le pareció
bien este método a mi amor propio, que en cada especie olvidada creía haber
perdido un tesoro. Mudé de sistema: empecé a trasladar al papel todas las
quimeras, y todas las necedades, que pasaban por mi fantasía; y gracias a este
cuidado me hallo hoy con un registro general de cuanto he pensado de algunos
años a esta parte.
Continua.
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