La corona de conchas
Leyenda canaria (Adeje)
Sebastián Padrón Acosta
I
Fué allá, en aquellos tiempos de
primitivos encantos, cuando sucedió lo que conserva piadosamente la leyenda.
* * *
Albitocazpeyel —señor del
Menceyato de Adeje, asiento de la primera corte tinerfeña— dejó en herencia a
su hijo Pelinor la tradicional corona de conchas. Pelinor la llevaba a todas
las batallas como un trofeo de heroicidades, como talismán para obtener nuevas
y gloriosas victorias. En ella había puesto el noble guanche sus cariños. Era
ella como el aliciente de sus grandes impresas bélicas.
En uno
de sus desaforados combates, el Mencey
de Adeje notó,
lleno de trágicas angustias, que
la corona —ofrenda de su padre— había desaparecido. Y desde aquel instante,
Pelinor vagaba meditabundo y entristecido por los campos y caminos buscando
ansiosamente la ensoñadora corona.
A los pastores que en su ruta
encontraba, preguntábales, acongojado, que si sabían donde
se hallaba aquel
preciado talismán. Todos
le contestaban negativamente. Y
se alejaban, en pos de sus ganados, por los senderos agrestes, aureolados en
los oros del ocaso.
II
Sentado en su Tagoror estaba el
Mencey, pensando tristemente en su trofeo, cuando, haciendo respetuosas
salutaciones, penetra un íntimo
amigo de Pelinor, Acamán apellidado.
Y sigilosamente, cautelosamente
le hace al Rey la siguiente revelación: «Sabed, gran Mencey, que vuestra corona
de conchas la perdisteis en un combate, en una
reñida batalla, en la que, como
siempre, triunfó vuestro coraje.
Por aquellos sitios —teatro de la
contienda— pasó un salteador de caminos, y encontrando vuestra corona la llevó
con sigilo a la cima de aquel monte, que allá, en aquella lejanía se levanta y
allí la enterró.
El Mencey, ante tal revelación,
rugió de coraje y de venganza al sentir herido su respeto real.
«El salteador —continuó Acaman—
piensa pediros por ella muchísimos ganados».
Y Acamán retiróse
ceremoniosamente del Tagoror, Acamán era uno de los más renombrados zahoríes
del Meneeyato.
Pelinor, enterado del lugar donde
se hallaba su tesoro, puso los medios para
obtenerlo.
III
Era un atardecer sugestivo, una
de aquellas vespertinas horas crepusculares que vieron las desaparecidas edades
primitivas.
El Mencey, desde su corte contemplaba
la gigante montaña, sepulcro de su corona.
Pelinor envía presuroso el
amaestrado halcón que tenía en su corte hacia el cercano monte.
Y el pájaro maravilloso hiende
velozmente los aires y llega triunfalmente a la cima de la montana señalada.
Los ojos de Pelinor siguen
ansiosos al halcón.
. . . . . . . . . . . . .
Con inmenso júbilo vió el Mencey
que el halcón tornaba ostentando en su pico la perdida corona de conchas. Y el
Monarca acarició suavemente, cariñosamente al
ave salvadora.
Y colocó en un lugar preferente
de su agreste habitación el ensoñador talismán. Los pastores retornaban por los
caminos, con sus ganados, seguidos de sus
canes guardadores. La brisa
agitaba los sembrados, en explosión vital. Las zagalas volvían a sus cuevas. Y
los campos se envolvieron en la caricia solar.
Y el mar —¡testigo de imborrables
tiempos patriarcales!— se asoció al júbilo
de aquel alma selvática,
celebrando el hallazgo con la canción bravía de sus olas rumorosas y
triunfales.
. . . . . . . . . . . . .
Pasó el tiempo. Y llegó la hora
trágica de la sumisión. Pelinor entregó al Adelantado Alonso Fernández de Lugo
la corona de conchas, como señal de rendición y vasallaje.
La corona de Albitocazpeyel fué
llevada a España por Lugo.
...¡Después!... La tradición
refiere que el pobre Pelinor murió en tierras de
Berbería, con la flor de la
nostalgia abierta en su espíritu selvático.
Y sucedió allá en aquellos
tiempos de primitivos encantos, lo que conserva la leyenda piadosamente...
Orotava (Tenerife).
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