sábado, 27 de junio de 2015

Santiaguillo


Santiaguillo el de Dominguito el del Barranco Grande, era un niño muy ingenioso.

Travieso como él solo. Casi siempre estaba de guasa y con su gracia hacía reír a todo el mundo con sus ocurrencias. Algunos decían que era medio zinguango y atoletiado. Pero nada de eso. Otros, que era muy espabilado para su edad y por eso había desarrollado en demasía el ingenio. Fuera como fuera, todos le apreciaban mucho. Un buen día, Santiaguillo empezó a cambiar su manera de ser y su carácter se alteró notablemente. Se volvió medio socarrón, más de la cuenta, y su alegría de siempre se tornó bronca y seca. Su estado de ánimo y su tristeza tenían algo que ver con las cosas que pasaban en el pueblillo donde vivía.


La gente de aquellas medianías se peleaba cada poco por cualquier cosa. A veces, se peleaban porque los animales de uno entraban en las tierras de otro y le comían parte de la cosecha. En otras ocasiones, el origen de las disputas entre vecinos venían dadas porque las gallinas ponían los huevos en los cercados de otros y después, éstos querían entrar a cogerlos y el otro, les echaba el perro bardino para amedrentarlos. Además, incluso los chiquillos eran partícipes de las disputas de los mayores y las peleas entre ellos, terminaban casi siempre a la pedrada limpia y con los sachos en alto, como en pie de guerra. Todo este trajín a Santiaguillo no le gustaba mucho. Le daba aquella cosa. Y, de ahí, el cambio de carácter que experimentaba en chiquillo en esos momentos. Desde que se puso así, Santiaguillo le iba dando vueltas a la molleja a ver si encontraba una solución para que la gente de su pueblillo no se peleara en ellos y para que no estuvieron enroñándose siempre unos con otros por cualquier cosa. Con el guineo ese dándole vueltas en la cabeza, cuando salía de la escuela y sin que nadie lo viera, se iba solo a la punta arriba de la loma. Él quería ver a su gente reír. Le quedaba magua cuando pensaba en otros tiempos en que todos estaban alegres y medio felices. Así, un buen día, se le ocurrió una de las suyas. Su cara de mataperro bueno se tornó más vivaracha que de costumbre y, de buenas a primeras. Salió embalado hacia la plaza del pueblillo. Iba dando gritos como un condenado y su voz alocada asustó un poco a todos.

Éstos, se asombraron y le prestaron atención por un momento.

-Vengan todo el mundo esta noche al fondillo del barranco a ver la luna llena.

Se están viendo unos fenómenos extraños y a mí, la luna, se me ha aparecido unas cuentas veces, arriba en El Lomo. La otra noche, me hizo así y después, me sacó la lengua.

Todos los que se acercaron al oír sus gritos se sonrieron por la ocurrencia del chiquillo. Éste, siguió diciendo: ¡Que sí, que sí!. Y les recomendó que fueron todos aquella noche.

Que llevaran mechones y quinqueles o faroles o lo que fuera para alumbrarse. Que llevaran alguna cosita en la cesta para enyescar y alegrar la velada en espera de la salida de la luna. Mientras ésta venía –dijo el muchacho muy serio- se puede ir furrungiando si alguien lleva una guitarra y un timple.

Aquella noche, la gente del pueblo de Santiaguillo, decidió hacer caso al muchacho y se dirigieron a la punta arriba de la loma. Dejaron el pueblo casi desierto hasta las tantas.

Lo que pareció un desencanto general, pues la luna, en medio de los celajes, no se dejaba ver ni por el mundo, se fue tornando en alegre tertulia colectiva.

Aprovecharon la media fiesta que se formó para conversar entre ellos, cosa que hacía tiempo no pasaba. Al mismo tiempo, aprovechaban la ocasión para arreglar asuntos pendientes y solucionar litigios simples que, por la tozudez y el embrutecimiento a que los sometía el duro trabajo del campo, impedía la normal convivencia entre ellos.

Casi todos se sentían contentos y pensaron que aquello era otra de las de Santiaguillo.

Las mujeres se juntaban en un recodo bajo la pared del risco y compartían el contenido y la comida que traían en las cestas de mimbre. Se formó un guateque en una esquina porque uno de ellos trajo una guitarra vieja y empezaron a taifear. Algunos pollillos, los más galletones de ellos, aquella noche se echaron novia. Otros se templaron de mala manera. La diversión y el entretenimiento sano meritó la pena. La noche les cayó arriba sin darse cuenta. Decidieron retirarse para estar dispuestos a la batalla del día siguiente. Empezaron a retirarse a sus cuevillas.

Cuando pasaban cerca de donde estaba Santiaguillo, le daban unas palmaditas en la espalda. Otros también le arremolinaban los pelos o le cogían la moña... pero flojito.

Todos sin excepción le decían lo mismo:

-¡Ay Santiaguillo, sos tremendo!.

El muchacho no salía de su asombro y se preguntó porqué la luna no le echó una mano aquella noche. A pesar de lo alegre y el buen resultado de la reunión de toda la gente del pueblo, el único que no estuvo muy allá, fue él. Se encorajinó por eso. Se puso de pie y se fue derechito a la punta más alta del Lomo, él solo y sin que nadie lo viera. Se quedó mirando al cielo un rato y, detrás de unos celajes, vio a la luna. La miró fijamente, como retándola. La luna le hizo así y le picó el ojo a Santiaguillo. Éste le devolvió el saludo y le tiró un beso volado.

A la mañana siguiente, Santiaguillo fue a la escuela más contento que nunca.

Parecía como si volviera a ser el Santiaguillo que todos conocían de siempre. El alegre, ingenioso y divertido. El de la cara mataperro bueno y siempre de guasa alegrando la vida a la gente de su pueblo.

Jesús Guerra. Cuentos infantiles
Narraciones Canarias. Primera edición 1998.
Edición especial año 2005/Infonortedigital

Glosario E.P.G.R.

Zanguango=Bobo

Atoletiado=Atontado

Molleja=Cabeza

Enroñándose=Enfadándose

Guineo=Cantinela

Embalado=Disparado

Sos=Eres

Furrungiando=Rasgueando

Enyescar=Comer para acompañar alguna bebida

Celajes=Lugar alejado-descampado

Taifear=Parrandear

Pollillos=Jovencitos

Galletones=Jóvenes de más de 18 años


Encorajinó=Enfadó

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