sábado, 27 de junio de 2015

La finca de los árboles de todo el mundo



Por la misma orillita de la carretera había una vereda por donde se llegaba a la finca con árboles de todas las clases habidas y por haber. Era la finca de todos los árboles del mundo –como decían los chiquillos. La finca estaba a mano derecha antes de llegar al barranquillo donde los chiquillos tenían el campo en el que jugaban a la pelota. A él, acudían todos los días después de salir de la escuela y estaban jugando hasta que era nochecita. A veces, las madres de los niños gritaban a sus hijos cuando ya era mucho la tardanza y, allá al oscurecer, se oían los gritos pelaos de aquellas mujeres en busca de sus hijos.

-¡Manolooooo!.¡Manolooooo!.
-¡Ignaciooooo!.¡Ignaciooooo!.

Los padres de algunos tenían la maña de pegar un silbido que retumbaba en todo el barranco. Los chiquillos al oírlos, se paraban y dejaban la pelota quieta y salían volando. Otros, si estaban haciendo alguna perrería –que era lo habitual- se asustaban y haciéndose el bobo, salían derechito con las manos atrás o pegándole una serrera a las latas de aceite vacías que se encontraban en su camino, se dejaba ver de su padre o de su madre, ajenos ellos a la perrería, y contestaban:

-         ¡Ya voooooy. Ya voy ya!.

En el campillo y sobre todo, en los andurriales próximos al barranquillo, no sólo se jugaba a la pelota. Allí tenía su lugar el campamento de todas las andadas de los chiquillos. Allí se conspiraba contra los chiquillos de La Isleta, del Polvorín, de

Los Giles y, hasta contra los del Risco de San Nicolás. Desde allí se organizaban auténticas batallas que se libraban en los terrenos neutrales que el encargado de cada barrio proponía al del otro. El que ganaba la pelea podía presumir más tarde de su valor y contar su gesta a los demás el domingo después de salir de la misa de las once. Y podría cortejar a las chiquillas. A todas, sobre todo a las del barrio enemigo.

Algunos de ellos presumía tanto, si grandes era las muestras de la lucha que presentaba su cuerpo. Por ejemplo, una cortada de arco pipa en la rodilla hecha con una espada, un chichón en la cabeza de una certera pedrada del ejército enemigo. Los reguñones cicatrizados no merecían grandes comentarios, pues éstos, se los podía hacer uno mismo cuando se pegaba un talegazo jugando a la pelota. Pero si la herida de guerra costaba ir al médico, entonces adquiría el guerrero rango de mutilado en combate. A éstos, les colgaban una medalla que ellos mismos hacían con la chapilla de un botellín de cerveza. A veces, también servía una chapa de las que venían en las trenzas de chorizo a la que, después de escachada con una piedra, le abrían un agujero para pasarle una verguilla con la que, a modo de cadena, se las colgaban al cuello. El combatiente la lucía encogiendo la barriga y echando fuera el pecho. Igual que en las películas o como hacen en las procesiones los militares de verdad. A veces las batallas eran tan brutas, que los hombres que trabajaban en las fincas de los alrededores del campo salían y tenían que separarlos, pues los gritos y los llantos de alguno les advertía que se estaba pasando del sano juego al lindero de lo salvaje. Por parte sobre todo, de los abusadores que siempre los hay. Los hombres salían corriendo y éstos, al verlos, salían escapetados como voladores.

-¡Si te cojo, te hago yo a ti, granuja!. ¿No ves que sos mas grande que él?.

¡Cuando tenga unos cuantos años más, a ver si te atreves a darle, machango el
carajo!. Y, dirigiéndose al chiquillo objeto del abuso, le decía:

-A ver. ¿Qué te hizo el gandul aquel?. Vaya, no es nada. Tu no te metas con él, que es mas grande que tu –le decía el hombre cariñosamente, mientras le pasaba la mano por la cabeza. Los niños no pelean. Los que pelean son los perros. Anda, vete tranquilito a tu casa, querío. Vaya, no estés llorando, que los hombres no lloran. El chiquillo se le quitaba la pejiguera y dando pujíos se iba a su casa mucho más tranquilo.

Casi siempre, después de jugar a la pelota y cansados de múltiples perrerías, al anochecer, los chiquillos se metían en la finca de todos los árboles del mundo. Así la
llamaban porque había de todas las clases. Durazneros, naranjeros, nispireros, aguacateros, membrilleros, ciruelos, castaños, limoneras, palmeras datileras, manzaneros, guayaberos... También había millo plantado, una fila de papayeros por toda la orilla de la sillería y cada unos cuantos matos, una higuera que sobresalía por el borde de la sillería. A veces se metían en la finca y hacían un desbarajuste del coño parriba. Tiraban los millos, zarandeaban el aguacatero, le partían las ramas y e hacían rajas en el tronco al papayero. Incluso le viraban las tornas al dueño de la finca y, cuando éste se daba cuenta al día siguiente, cuando iba a regar, se enroñaba como la puñeta. Ese día, estaba acechando como un celador y al llegar los chiquillos cuando iban al campo a jugar a la pelota, les salía al paso, los trincaba por un brazo y les decía:

-¿Quién fue el granuja y tiesto que se metió ayer en la finca?. ¡Si cojo a uno, le voy a dar un sebollinazo, que se mea por las patas!. ¡Oh, reconcio!.

Los autores de la perrería no aparecían por el barranquillo ni en quince días.

Siempre era lo mismo. El pobre viejo se cansaba de acechar entre los vericuetos de su finca. Los chiquillos le decían, el perro cazador, porque estaba todo el santo día arriba y abajo vigilando para que los chiquillos no se metieran en ella.

Un día, les dio la venada de jugar a la guerra. Pensaron en mandar un mensajero a Los Arenales, para ver si daba con alguno de La Isleta y decirle cuando sería el día de la batalla. Además, con la severa advertencia de que no valía traer escudos con arco pipas en los bordes y lascas de piedra viva tampoco, ni verguillas enrolladas en la punta de las espadas. La pelea tenía que ser limpia. Y el que fuera mejor en el combate sería el que ganara. La batalla se concretó para el sábado por la tarde y la propuesta de los de La Isleta fue, que el agua la ponían ellos. Estuvieron todos de acuerdo y empezaron los preparativos desde aquel mismo día. El que hacía de capitán les dijo a los suyos que prestaran atención:

-Si vamos perdiendo, corremos a la punta abajo del barranquillo y saltamos el murillo. Nos metemos en la finca, aunque esté el perro cazador, y salimos por la riscaera del barranco grande. ¿Vale?. Todos dijeron que sí y se fueron a sus casas.

Todos iban enterregados como el demonio. El ritual guerrero exigía entrenamiento y aquel día hicieron maniobras de preparación del combate que habría de librarse el sábado por la tarde.

Fueron llegando en pequeños grupos al barranquillo. Cuando estuvieron todos empezaron a comentar lo que cada cual haría durante los combates. Eran los últimos retoques a la estrategia convenida y la puesta en práctica de las tácticas acordadas entre ellos. De pronto avistaron al ejército enemigo. Los vieron venir por la ladera.

Eran una fila de ellos. se asustaron por el elevado número de efectivos que traían.

Eran más que ellos. Entonces el que hacía de capitán, le dijo a uno de los más chicos:

-Vete a los grupos de casas baratas y recluta gente. Nos van a hacer falta.

El chiquillo corrió escondiéndose para que los de La Isleta no se dieran cuenta, pero ya éstos se habían fijado en el que corría. Se sonrieron. ¡no sabe él lo que es bueno!.

Lo trincaron justo cuando llegaba a la carretera. Eran de los del otro bando. ¿A dónde vas? –le preguntaron. ¡A buscar refuerzos, no?.¿Toma!. –uno de ellos le soltó un soplamocos que le dejó la oreja del lado derecho echando chispas.

Abusador –fue la contesta. A mi padre se lo digo. ¡Plaff!. Se llevó otro sonío por la otra banda. Se echó a llorar el infeliz dando esperríos. Entre dos lo cogieron y lo botaron al suelo en medio de las barrillas y le dieron dos piñas y le restregaron la cara en la tierra. Le salió sangre y se manchó el camisón y los pantalones se le quedaron emborregados con la barrilla y la tierra. Le dieron dos patadas en el suelo mismo y fue pasando por cada uno de ellos. Eran seis viles cobardes para uno solo, chico e indefenso. Al final, después de consumar la agresión, lo dejaron. El chiquillo llegó a su casa si resuello.

En el campo de batalla, las cosas discurrían sin tener noticia alguna de lo sucedido con Antoñillo el de Micaela. Ya estaban los dos ejércitos frente a frente y a una distancia más o menos. Los de La Isleta, los otros, se veía que tenían ideas. Se abrían en abanico, como intentando rodearlos. Había especial concentración en las serreras, pues las piedras lanzadas les harían volver a antiguas posiciones menos cómodas para ellos. Se dieron luchas entre verdaderos maestros de pelea.

Espadeaban como demonios, casi expertos en esgrima algunos. A la hora y media después del inicio de las hostilidades, ya los chichones y los boquetes de las pedradas eran claros síntomas de la belicosidad de los contendientes. Se veía a los soldados amarrarse el pañuelo a la cabeza, sobre la frente, para atajar el sangrerío. Los otros tenían más fuerza que los de aquí. Eran más y venían mejor dispuestos a la lucha.

Eran rápidos como la puñeta y entraban a saco con las espadas y daban donde cogieran.

Parecían medio locos y daban unos gritos como los de los indios y después, cuando ya tenían al enemigo en el suelo, le daban un fleje de puñetes en la barriga o por donde fuera. Los de aquí, viendo que las cosas se ponían feas, dejaron de creer que por ser conocedores del terreno iban a ganarles y, ante el cariz que tomaba la desigual batalla, ya pensaban en salir corriendo. No le tenían miedo al ridículo que iban a pasar el domingo al salir de la misa de las once. Incluso se estaban proponiendo no ir ni siquiera a la misa. Sencillamente, tenían miedo. Cuando más encarnizada estaba siendo la batalla, se dieron de frente con un hombre. Tenía el cinto en la mano. Venía hecho una fiera.

-¿Quién fue el bandido que le pegó a mi hijo Antonio?

Los de allá salieron corriendo. El hombre trató de coger a uno pero se le escapó de las manos. No obstante, se llevó un cintazo del coño que le dejó el culo ardiendo en fuego.

Al correr trompicó y el hombre lo agarró por el pescuezo y le dio un abanazo y el chiquillo se echó a llorar. En esto, el hombre de la finca, el perro cazador como lo llamaban los chiquillos, saltó desde la sillería de la finca y corriendo agarró al hombre por detrás.

-¿Qué vas a hacer, Antonio?. ¡Te vas a desgraciar!.

-¡Lo cojo y lo mato al penco este!. Mira como me dejaron al pobre Antoñillo.

Mira, cabrón- le gritó al chiquillo que ya había traspuesto- dile al machango de tu
padre que venga a verse conmigo. Desgraciado.

-Vamos –le dijo el viejo. ¿No ves que son cosas de chiquillos?. Mañana estarán juntos otra vez y tú no debes coger cabreaduras por ellos. Todos son iguales, tanto éstos, como los otros. Al más chico es al que siempre le toca la peor parte. Yo me estaba fijando en todo y tu hijo fue un tolete al ir solo a buscar amigos. Debió quedarse, porque los otros eran más. Antoñillo el de Micaela, junto con a su padre, todavía llevaba el susto en el cuerpo y las señales de la paliza que le dieron. El viejo invitó a Antonio a ver una machorrilla que tenía en el alpendre de su finca. Al parecer estaba pensando en quitar las cabras. Entraron los tres y al pasar por el pajar, le dijo a Antoñillo:

-Mira, vete cogiendo fruta con este cereto para que se lo lleves a tu madre y le dices que es un regalo mío, ¿eh?.

Mientras el chiquillo cogía las frutas, los hombres estuvieron tratando el asunto de las cabras y de cómo iban las cosas de la labranza. Que si el agua cara, que si las  tierras no dejan nada y yo ya me estoy haciendo viejo, que si me voy con mis hijos a la capital y otros asuntos relacionados con la agricultura. Se despidieron de noche casi. Ya iba el padre llegando a la carretera, cuando Antoñillo volvía a devolverle el cereto al viejo.

Éste, lo estaba esperando como cosa buena.

Mira –le dijo cogiéndole suavemente por el hombro- yo sé que tú también sos de los que entras por las noches y destrozas todo lo que encuentras en la finca. Eso no se hace.

Mira, si yo me enfado, es porque no me gusta que estén cogiendo la fruta antes de estar madura. Cuando las támbaras están verdes dan carraspera. Es mejor esperar un par de meses a que estén buenas. Entonces sí. Igual que el millo. Hay que esperar a que retoñe bien y las piñas tengan grano y estén listas para un cochafisco.

Dile a tus amigos que yo, no soy tan malo como ellos piensan. Uds, son mi verdadera compañía. Mira, el campo donde juegan a la pelota es terreno mío. Yo no digo nada porque sé que ustedes no tienen otro sitio donde ir a jugar. Pero los destrozos no benefician a nadie. Mira, vengan mañana a la hora que quieran y me ayudan a recoger las papas que tengo en el cantero de abajo. Eso, si todavía están sanas, porque por allí huyeron de tu padre los de La Isleta. Después hacemos un cochafisco entre todos. Y cogeremos unas cuantas naranjas para cada uno y nos comemos un par de papayos grandes y maduritos. Tu, tráete una talega para echarte unos cuantos limones para que se los lleves a tu madre, ¿de acuerdo?. Anda, vete ya que es de noche cerrada. Antoñillo salió medio llorando del alpendre del viejo, y por eso llegó un pisquillo tarde a su casa.

A la mañana siguiente, los chiquillos se sombraron de lo linda que tenía el viejo la finca por dentro. -¡Claro!. Ustedes siempre entran de noche oscura. Todos se afanaron ayudando a Miguelito Melián -que así se llamaba el viejo- . Recogieron las papas y unas cuantas piñas para cada uno, rejuntaron pajullos secos y cachos de madera y tablas que había en los alrededores del cantero y se pusieron a hacer una  hoguera grande y comieron piñas asadas y papas algo requemadas porque la verguilla donde estaban metidas se ennegreció tanto con las cenizas, que no se dieron cuenta de las papas y se les quemaron casi todas. Pocas fueron las que aprovecharon.

Después hicieron un machango con un saco de guano y lo llenaron de paja y lo pusieron en la hoguera y le tiraron piedras mientras era pasto de las llamas. Era la venganza contra los de La Isleta y en recuerdo de la jalada que se llevaron de ellos.

Todos se fueron a casa contentos aquel día. Era bonito verlos tan alegres subiendo por la cuesta parriba. El viejo los vio trasponer por la carretera. Miguelito Melián se quedó medio amaguado contemplando la escena.

Un mal día, el ruido de los tractores asustaron a todos los chiquillos por la mañanita. No había de esto, más de cuatro meses después de la comilona en la finca de Miguelito Melián. Espantados corrieron hasta llegar al barranquillo. Ya la sillería de la finca estaba en el suelo y los árboles estrujados entre el terrume y los escombros del muro. Al parecer estaban sorribando y allanando el terreno para construir bloques de pisos. Los tractores abrieron una carretera que salía pabajo, por el barranco mismo y vieron cómo los camiones se llevaban lo que fue el campo de batalla y el lugar donde jugaban a la pelota. No salían de su asombro y apretaban los dientes de la impotencia tan grande y, sin poder contener el añurgamiento, laslágrimas se les saltaban. Ya no volverían allí a jugar a la pelota ni a guerrear a la serrera limpia.

Hoy hay, por allí cerca, un grupo de casas baratas. Hoy el lugar es similar a cualquier suburbio de nuestras ciudades. Con muchos chiquillos llegados de todos los sitios y sin sitio para ir a jugar. Sólo los viejos del lugar recuerdan la finca de Miguelito Melián, la finca de todos los árboles del mundo –que decían ellos cuando eran chicos.

Así pasa en todos los pueblos de nuestras islas. El desmedido proceso urbanizador que aniquila nuestras raíces culturales y las bases económicas tradicionales de nuestro pueblo. Y si me apuran un pisco, hasta cambian la identidad y la idiosincrasia colectiva.

La verdad, no me hace gracia maldita.

Jesús Guerra. Cuentos infantiles
Narraciones Canarias. Primera edición 1998.
Edición especial año 2005/Infonortedigital

Glosario E.P.G.R.
Perrería=Travesura

Gandul=Persona corpulenta

Soplamocos= Cachetón

Regañones=Costras en las heridas casi cicatrizadas

Sonío=golpe

Fleje =Cantidad

Andadas=Grupos-Pandillas

Sos=Eres

Abanazo_Golpe

Machango=Persona de poco seso y ridícula.

No te metas=No intervengas.

Traspuesto=Marchado.

Cabreaduras=Enfados.

Tolete=Tonto, simple. U.t.c.s. Ella es lista como una tea, pero el amigo es un tolete.

Cereto= Cesto.

Millo=Maiz.

Cochafisco=Cereal tostado y cubierto de miel o azúcar.

Talega= Saco pequeño.

Sos=Eres.

Papas=Patatas.

Piñas de Millo=Mazorcas de maíz.

Cachos=Pedazos.

Jalada=Paliza.


Amaguado=Apenado-desconsolado.

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