En una escuela pública de
uno de los barrios del extrarradio de la capital de una de las islas, paso una
vez un caso. Ahora mismo no me acuerdo bien si fue en Schamann, en la Esperanza , allá en
Tenerife o en San Andrés y Sauces, lo mismo da. A lo mejor, en todas las
escuelas de todas las ciudades y barrios de las islas pasa lo mismo.
La escuela tenía dos aulas
granditas. Una para los niños y otra para las niñas.
No era como las de ahora,
sino como las de antes. Tenía un recreo con arbolillos chicos alrededor y una
valla de tela metálica sin pintar ni nada. Allí jugaba a la pelota los niños a
la hora del recreo y, cuando la pelota se caía fuera del recinto escolar, tenía
que ir a buscarla el mismo que la botó.
El curso de mariacastañas,
fue como todos los demás en cuanto a los prolegómenos iniciales: cuadernos y
libretas nuevas, lápiz y goma de borrar, la maleta o el bulto nuevos, etc. No
obstante, ese curse tuvo su excepción con el asunto del hijo de un señor.
Según dice, este señor trabajaba
en las oficinas del muelle. Se las daba el señor, de gente fina. Con su hablar
peninsular dejaba medio abobados a los dos maestros de la escuela. Un maestro y
una maestra. -Marianín –decía el Sr. Abellán- ha dado en este último curso un
gran rendimiento académico. Su expediente personal está repleto de excelentes
notas en todas las asignaturas. Es un gran chaval, muy aplicado en el estudio.
Todas las noches antes de
acostarse, realiza con diligencia todos sus deberes escolares.
Los demás quiquillos de la
escuela estaban asombrados. Se miraban y miraban pal niño peninsular. Éste –que
era presumido como la puñeta- estaba preocupado solamente de no emporcarse su
terno canelo y la camisa blanca que llevaba puesta. Se pasaba la mano por los
pelos como alisándoselos, aunque otras veces, lo hacía de manera más fina y
sacaba un batidor del bolsillo de la pulcra camisa. Todos, desde el primer día,
le cogieron un pisquillo de tirria. El padre de Marianín se fue después de
estrechar la mano a Don José. El maestro no se quedó muy contento del todo.
Éste –dijo para sí es un pelota y está acostumbrado a adular. A Don José
García, el maestro, no le hacía mucha gracia los peninsulares que vienen
haciéndose el listo. Al maestro no le gustaba pegar a los alumnos y la regla,
sólo la usaba para golpear en la mesa y llamar al orden cuando los niños
dejaban de atender sus explicaciones.
Un día, era un lunes, tocó
dar la clase de Matemáticas y el maestro llamó a Marianín Abellán para que
saliera a la pizarra. El chiquillo se asustó un poco y se levantó medio
encarnado. -¿A mí?.
-¡Sí!. A ti, sí –dijo Don
José. El único (iba a decir godo, pero se calló) que se llama así sos tú.
-¿Cómo?. –dijo Marianín.
-Bueno, bueno. Dí la tabla
del nueve –dijo el maestro medio enroñado.
-Verá Ud., señor profesor.
Este fin de semana pasado hemos ido toda la familia a una casa de campo,
adquirida recientemente por papá, y no he tenido tiempo suficiente para
estudiar. Dispénseme Ud., por favor.
El maestro lo mandó sentar
y llamó a otro de unas cuantas filas más atrás. El chiquillo canario, Juan
Medina se llamaba él, dijo la tabla de carretilla.
-Así –dijo el maestro- así
me gusta a mí. Que cuando se viene a la escuela se venga sabiendo lo que ya se
ha dado. Ante estas palabras, Marianín se hizo el longo, como si la cosa no
fuera con él.
Tanto en el recreo como a
la hora de entrar o salir de la escuela, Marianín intentaba dar de merecer a
los demás niños. He observado –decía, dándose pisto- que en vuestra tierra no
hay ríos. Mi papá gusta de ir a pescar peces de agua dulce y traérnoslos a toda
la familia. Mi mamá los arregla en casa y prepara unos pinchitos la mar de
sabrosos. Aquí, en vuestra tierra no existe esa posibilidad –terminó diciendo,
como de jodelón.
Juan Medina y otro chiquillo,
que se llamaba Pedro, pero al que todos llamaban Perico, se estaban mordiendo
la lengua. Siempre era el mismo chinchoso el chiquillo peninsular. Un día,
entre los dos, se propusieron darle una quintada al peninsular.
Cuando se pusieron de
acuerdo, un día, con el pretexto de ir a afilar el lápiz en la papelera de Don
José, Perico fue el que fue, puso sobre la mesa de Marianín un cacho papel
escrito en el que decía:
-¡Sos un machango!.
Marianín se dio cuenta un
rato más tarde y, como era un chismoso, fue y se lo dijo al maestro, armando un
jaleo tremendo.
- Señor profesor, alguien
de la clase ha dejado sobre mi pupitre una misiva en un lenguaje totalmente
indescifrable para mí. ¿Sería tan amable de explicarle el significado de: ¡sos
un machango!?.
Todos los chiquillos se
explotaron de risa. Se armó una parecida a dos. Hasta las chiquillas de la otra
aula se espantaron ante el revuelo que había en la clase de Don José. La
maestra se asomo a ver. –Nada, no es nada- dijo el maestro. A Manolillo el
chico, uno medio negrillo, que también se reía como el diablo, casi se le salen
las velas.
El maestro comprendió que
aquello era la puesta en práctica de un mecanismo de defensa de los niños de
aquí, y que el de allá, no se enterabas de lo que estaba pasando.
Por eso procuró darle una
explicación más o menos convincente. Bueno –dijo- esto es un dicho de aquí que
Uds., que son de otro sitio, no entienden, pero no tiene importancia. Cuando en
la escuela pasan cosas así, lo mejor es no darles importancia.
No te preocupes. Marianín,
medio sorimbao, no las tenía todas con él y miró a los demás niños con los ojos
atravesados. Don José dio unos golpes en la mesa con la regla y siguió la clase
sin más incidentes. Cogió el cacho papel, se viró hacia la pared a leerlo. No
pudo contener una media sonrisa y lo tiró a la papelera. Se fue a la pizarra y
escribió la palabra Dictado. Solicitó un voluntario para que saliera a
escribirlo en la pizarra. Dada la tensión habida, nadie se aventuró a salir y
el maestro tobo que llamar a uno de ellos para que hiciera el dictado.
Marianín, a pesar de haber
hecho el ridículo más grande que recuerdan todos los chiquillos de aquella
escuela, seguía fijo echándosela y dando que merecer a los de aquí.
-Este fin de semana hemos
jugado al golf. Al otro día, que si su familia le habían inscrito en un club de
natación... –Voy a ser la admiración de todos los amigos cuando vaya a veranear
a mi tierra. Así estaba fijo, con el mismo regodeo.
Los chiquillos le tenían
que coger coraje a la fuerza. – ¡Mira el bobilín éste! –decían entre ellos. Que
si su padre tenía no se cuántos caballos de pura raza en la sierra y otras
machangadas por el estilo.
Un día, en el recreo, Don
José mandó a buscar a Perico con Manolillo el chico.
Don José que vayas –le dijo
el medio negrillo al otro. Perico fue a ca el maestro. Éste
le echó el brazo por arriba
y caminaron juntos un ratillo por el recreo.
- A ver Pedro, ¿Porqué le
escribiste la nota aquella a Marianín? Intenta hacerte amigo de él, por favor.
-Ah, eso sí que no, Don
José. Ese niño litri no puede ser amigo. El no es amigo de nadie porque es un tolete.
No habla nada más que de lo de ellos y lo de nosotros no sirve. Por eso le puso
aquello en el papel. Además, si su padre pesca o no pesca en un río, a mí me da
igual. Mi padre es chófer de una guagua y los domingos sale con un barquillo a
echar el chinchorro y yo voy con él. Pero no voy por ahí diciéndoselo a todo el
mundo, como si fuera una cosa grande. Ninguno de nosotros necesita apuntarse en
ningún sitio para aprender a nadar. El que más y el que menos ha ido a la
orilla de la mar a echarse unos margullos y sin tragar agua. Además, -dijo
enrabietado el chiquillo- lo peor de todo, es que cuando no se sabe la lección,
todo son disculpas. ¡Así hasta yo!.Si él no nos quiere entender que no nos
entienda.
Nosotros nos entendemos y
listo.
-No te enroñes, Pedro.
Ellos son así casi todos. Estoy de acuerdo contigo. El que debe hacer un
esfuerzo de integración es él y no ustedes. A mí también me relaja, no creas.
Vamos que ya es la hora de
entrar a clase.
Pasado un tiempo, de buenas
a primeras, Marianín Abellán dejó de ir a clase.
Todos se extrañaron un
poco. Estaban ya acostumbrados a oír la pita del coche del padre del peninsular
cuando lo llevaba a la escuela, que la echaron de menos.
-Estará malo-dijeron. Hasta
Don José García pensaba lo mismo.
-A lo mejor.
Un par de semanas después
se enteraron que al padre de Marianín lo metieron en la cárcel. La madre, con
sus hijos se fue a la tierra de ellos. Parece ser que, por lo visto, el Sr.
Abellán perdió el trabajo que tenía en el muelle. Por lo que se dijo, lo
cogieron trapichando en los almacenes de una compañía extranjera del puerto.
Según se oyó decir, era medio cambullonero también.
Juan Medina, le dijo a Manolillo
el chico:
-¿Te enteraste de lo del
padre del niño litri?.
-¡Sí!. ¡Qué bueno estuvo!.
Perico, que se enteró del
asunto mientras iba a la escuela, se dijo: -¡¿No fumas, bobilín?!.
A nadie le quedó magua de
lo sucedido con la familia de Marianín el peninsular. Don José se dio cuenta
del cambio de actitud reflejada en sus alumnos por esa situación y, con unos
golpes en la mesa con la regla, puso orden y llamó la atención de la clase.
Hasta él, estaba más
tranquilo que otras veces. La escuela del pueblo volvió a ser como antes. Mucho
más normal.
Jesús
Guerra. Cuentos infantiles
Narraciones
Canarias. Primera edición 1998.
Edición
especial año 2005/Infonortedigital
Glosario E.P.G.R.
Batidor=Peine
Sos= Eres
Longo=Distraido
Jodelón=Molesto
Enroñado=Enfadado
Quintada=Broma
Coraje=Aversión
Sorimbao=Turbación del ánimo.
Machango=Persona de poco seso
y ridícula.
Velas=Mocos
No las tenía todas con él=Estaba
inseguro
Ojos atravesados=Ojos
desafiantes
A ca=A casa
Cambullonero=Persona que se
dedica al cambullón. U. t. c. acj. A través de
los cambulloneros se podían adquirir los productos más inesperados y
sorprendentes.
Tolete= adj. Vanidoso,
ridículo. U. t. c. s. El tolete ese se cree más que nadie.
Margullos=Lanzarse al aguas,
bucear
Relaja=Antipatico-cargante
Litri= Que va de
fino-presumido
Magua-Añoranza-pena-desconsuelo
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