[Crónica de Indias: Texto completo.]
Fray Bartolomé de las Casas
Brevísima relación de la destruición de las Indias,
colegida por el obispo don fray Bartolomé de Las Casas o Casaus, de la orden de
Santo Domingo, año 1552
Capitulo-II
DE LAS DOS ISLAS DE
SANT JUAN Y JAMAICA
Pasaron a la isla de Sant Juan
y a la de Jamaica (que eran unas huertas y unas colmenas) el año de mil e
quinientos y nueve los españoles, con el fin e propósito que fueron a la Española. Los cuales
hicieron e cometieron los grandes insultos e pecados susodichos, y añadieron
muchas señaladas e grandísimas crueldades más, matando y quemando y asando y
echando a perros bravos, e después oprimiendo y atormentando y vejando en las
minas y en los otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices
inocentes: que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas, y
creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una doscientas personas, todas
perecidas sin fe e sin sacramentos.
DE LA ISLA DE CUBA
El año de mil e quinientos y
once pasaron a 1a isla de Cuba, que es como dije tan luenga como de Valladolid
a Roma (donde había grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las
maneras susodichas e mucho más y más cruelmente. Aquí acaescieron cosas muy
señaladas. Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenia Hatuey, que
se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las
calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de
Cuba, e dándole nuevas ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos,
ayuntó mucha de toda su gente e díjoles: "Ya sabéis cómo se dice que los
cristianos pasan acá, e tenéis experiencia cuáles han parado a los señores
fulano y fulano y fulano; y aquellas gentes de Haití (que es la Española ) lo mesmo vienen
a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?" Dijeron: "No; sino
porque son de su natura crueles e malos." Dice él: "No lo hacen por
sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho y por
haberlo de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuzgar e nos matan."
Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas y dijo: "Veis aquí el
dios de los cristianos; hagámosle si os parece areítos (que son bailes y
danzas) e quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal."
Dijeron todos a voces: "¡Bien es, bien es!" Bailáronle delante hasta
que todos se cansaron. Y después dice el señor Hatuey: "Mira, como quiera
que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo
en este río." Todos votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río
grande que allí estaba.
Este cacique y señor anduvo
siempre huyendo de los cristianos desque llegaron a aquella isla de Cuba, como
quien los conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y
sólo porque huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería
matar e oprimir hasta la muerte a sí e toda su gente y generación, lo hubieron
vivo de quemar. Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, sancto
varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fee, (el cual nunca
las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los
verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo,
donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a
padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al
religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero
que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no
quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver
tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fee ha ganado con
los cristianos que han ido a las Indias.
Una vez, saliéndonos a recebir
con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados allá,
nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida con todo lo que más
pudieron; súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos e meten a
cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil
ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres e niños.
Allí vide tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron
ver.
Otra vez, desde a pocos días,
envié yo mensajeros, asegurando que no temiesen, a todos los señores de la
provincia de la Habana ,
porque tenían por oídas de mi crédito, que no se ausentasen, sino que nos
saliesen a recibir, que no se les haría mal ninguno (porque de las matanzas
pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice con parecer del capitán;
e llegados a la provincia saliéronnos a recebir veinte e un señores y caciques,
e luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro que yo les había dado, e
los quería quemar vivos otro día diciendo que era bien, porque aquellos señores
algún tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en muy gran trabajo quitarlos de
la hoguera, pero al fin se escaparon.
Después de que todos los indios
de la tierra desta isla fueron puestos en la servidumbre e calamidad de los de la Española , viéndose morir
y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes; otros, a ahorcarse
de desesperados, y ahorcábanse maridos e mujeres, e consigo ahorcaban los
hijos; y por las crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se
ahorcaron más de doscientos indios. Pereció desta manera infinita gente.
Oficial del rey hobo en esta
isla que le dieron de repartimiento trescientos indios e a cabo de tres meses
había muerto en los trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le
quedaron de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros
tantos y más, e también los mató, e dábanle más y más mataba, hasta que se
murió y el diablo le llevó el alma.
En tres o cuatro meses, estando
yo presente, murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres a las
minas, más de siete mil niños. Otras cosas vide espantables.
Después acordaron de ir a
montear los indios que estaban por los montes, donde hicieron estragos
admirables, e así asolaron e despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora
poco ha y es una gran lástima e compasión verla yermada y hecha toda una
soledad.
DE LA TIERRA FIRME
El año de mil e quinientos e
catorce pasó a la tierra firme un infelice gobernador, crudelísimo tirano, sin alguna
piedad ni aun prudencia, como un instrumento del furor divino, muy de propósito
para poblar en aquella tierra con mucha gente de españoles. Y aunque algunos
tiranos habían ido a la tierra firme e habían robado y matado y escandalizado
mucha gente, pero había sido a la costa de la mar, salteando y robando lo que
podían; mas éste excedió a todos los otros que antes dél habían ido, y a los de
todas las islas, e sus hechos nefarios a todas las abominaciones pasadas, no
sólo a la costa de la mar, pero grandes tierras y reinos despobló y mató,
echando inmensas gentes que en ellos había a los infiernos. Éste despobló desde
muchas leguas arriba del Darién hasta el reino e provincias de Nicaragua,
inclusive, que son más de quinientas leguas y la mejor y más felice e poblada
tierra que se cree haber en el mundo. Donde había muy muchos grandes señores,
infinitas y grandes poblaciones, grandísimas riquezas de oro; porque hasta
aquel tiempo en ninguna parte había perecido sobre tierra tanto; porque aunque
de la isla Española se había henchido casi España de oro, e de más fino oro,
pero había sido sacado con los indios de las entrañas de la tierra, de las
minas dichas, donde, como se dijo, murieron.
Este gobernador y su gente
inventó nuevas maneras de crueldades y de dar tormentos a los indios, porque
descubriesen y les diesen oro. Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo
por mandado dél para robar y extirpar gentes, mató sobre cuarenta mil ánimas,
que vido por sus ojos un religioso de Sanct Francisco, que con él iba, que se
llamaba fray Francisco de San Román, metiéndolos a espada, quemándolos vivos, y
echándolos a perros bravos, y atormentándolos con diversos tormentos.
Y porque la ceguedad
perniciosísima que siempre han tenido hasta hoy los que han regido las Indias
en disponer y ordenar la conversión y salvación de aquellas gentes, la cual
siempre han pospuesto (con verdad se dice esto) en la obra y efecto, puesto
profundidad que haya imaginado e practicado e mandado que se le hagan a los
indios requerimientos que vengan a la fee, a dar la obediencia a los reyes de
Castilla, si no, que les harán guerra a fuego y a sangre, e los matarán y
captivarán, etc. Como si el hijo de Dios, que murió por cada uno dellos,
hobiera en su ley mandado cuando dijo: Euntes docete omnes gentes, que
se hiciesen requerimientos a los infieles pacíficos e quietos e que tienen sus
tierras propias, e si no la recibiesen luego, sin otra predicación y doctrina,
e si no se diesen a sí mesmos al señorío del rey que nunca oyeron ni vieron,
especialmente cuya gente y mensajeros son tan crueles, tan desapiadados e tan
horribles tiranos, perdiesen por el mesmo caso la hacienda y las tierras, la
libertad, las mujeres y hijos con todas sus vidas, que es cosa absurda y
estulta e digna de todo vituperio y escarnio e infierno.
Así que, como llevase aquel
triste y malaventurado gobernador instrucción que hiciese los dichos
requerimientos, para más justificarlos, siendo ellos de sí mesmos absurdos,
irracionables e injustísimos, mandaba, o los ladrones que enviaba lo hacían
cuando acordaban de ir a saltear e robar algún pueblo de que tenían noticia
tener oro, estando los indios en sus pueblos e casas seguros, íbanse de noche
los tristes españoles salteadores hasta media legua del pueblo, e allí aquella
noche entre sí mesmos apregonaban o leían el dicho requerimiento, deciendo:
"Caciques e indios desta tierra firme de tal pueblo, hacemos os saber que
hay un Dios y un Papa y un rey de Castilla que es señor de estas tierras; venid
luego a le dar la obediencia, etc. Y si no, sabed que os haremos guerra, e
mataremos e captivaremos, etc." Y al cuarto del alba, estando los
inocentes durmiendo con sus mujeres e hijos, daban en el pueblo, poniendo fuego
a las casas, que comúnmente eran de paja, e quemaban vivos los niños e mujeres
y muchos de los demás, antes que acordasen; mataban los que querían, e los que
tomaban a vida mataban a tormentos porque dijesen de otros pueblos de oro, o de
más oro de lo que allí hallaban, e los que restaban herrábanlos por esclavos;
iban después, acabado o apagado el fuego, a buscar el oro que había en las
casas. Desta manera y en estas obras se ocupó aquel hombre perdido, con todos
los malos cristianos que llevó, desde el año de catorce hasta el año de veinte
y uno o veinte y dos, enviando en aquellas entradas cinco e seis y más criados,
por los cuales le daban tantas partes (allende de la que le cabía por capitán
general) de todo el oro y perlas e joyas que robaban e de los esclavos que
hacían. Lo mesmo hacían los oficiales del rey, enviando cada uno los más mozos
o criados que podía, y el obispo primero de aquel reino enviaba también sus
criados, por tener su parte en aquella granjería. Más oro robaron en aquel
tiempo que aquel reino (a lo que yo puedo juzgar), de un millón de castellanos,
y creo que me acorto, e no se hallará que enviaron al rey sino tres mil
castellanos de todo aquello robado; y más gentes destruyeron de ochocientas mil
ánimas. Los otros tiranos gobernadores que allí sucedieron hasta el año de
treinta y tres, mataron e consintieron matar, con la tiránica servidumbre que a
las guerras sucedió los que restaban.
Entre infinitas maldades que éste
hizo e consintió hacer el tiempo que gobernó fué que, dándole un cacique o
señor, de su voluntad o por miedo (como más es verdad), nueve mil castellanos,
no contentos con esto prendieron al dicho señor e átanlo a un palo sentado en
el suelo, y extendidos los pies pónenle fuego a ellos porque diese más oro, y
él envió a su casa e trajeron otros tres mil castellanos; tórnanle a dar tormentos,
y él, no dando más oro porque no lo tenía, o porque no lo quería dar,
tuviéronle de aquella manera hasta que los tuétanos le saltaron por las plantas
e así murió. Y destos fueron que por palabra hayan mostrado y colorado o
disimulado otra cosa, ha llegado a tanta infinitas veces las que a señores
mataron y atormentaron por sacarles oro.
Otra vez, yendo a saltear
cierta capitanía de españoles, llegaron a un monte donde estaba recogida y
escondida, por huir de tan pestilenciales e horribles obras de los cristianos,
mucha gente, y dando de súbito sobre ella tomaron setenta o ochenta doncellas e
mujeres, muertos muchos que pudieron matar. Otro día juntáronse muchos indios e
iban tras los cristianos peleando por el ansia de sus mujeres e hijas; e
viéndose los cristianos apretados, no quisieron soltar la cabalgada, sino meten
las espadas por las barrigas de las muchachas e mujeres y no dejaron, de todas
ochenta, una viva. Los indios, que se les rasgaban las entrañas del dolor,
daban gritos y decían: "¡Oh, malos hombres, crueles cristianos!, ¿a las
iras matáis?" Ira llaman en aquella tierra a las mujeres, cuasi diciendo:
matar las mujeres señal es de abominables e crueles hombres bestiales.
A diez o quince leguas de
Panamá estaba un gran señor que se llamaba Paris, e muy rico en oro; fueron
allá los cristianos e rescibiólos como si fueran hermanos suyos e presentó al
capitán cincuenta mil castellanos de su voluntad. El capitán y los cristianos
parescióles que quien daba aquella cantidad de su gracia que debía tener mucho
tesoro (que era el fin e consuelo de sus trabajos); disimularon e dicen que
quieren partir; e tornan al cuarto de alba e dan sobre seguro en el pueblo,
quémanlo con fuego que pusieron, mataron y quemaron mucha gente, e robaron
cincuenta o sesenta mil castellanos otros; y el cacique o señor escapóse, que
no le mataron o prendieron. Juntó presto la más gente que pudo e a cabo de dos
o tres días alcanzó los cristianos que llevaban sus ciento y treinta o cuarenta
mil castellanos, e da en ellos varonilmente, e mata cincuenta cristianos, e
tómales todo el oro, escapándose los otros huyendo e bien heridos. Después
tornan muchos cristianos sobre el dicho cacique y asoláronlo a él y a infinita
de su gente, e los demás pusieron e mataron en la ordinaria servidumbre. Por
manera que no hay hoy vestigio ni señal de que haya habido allí pueblo ni
hombre nacido, teniendo treinta leguas llenas de gente de señorío. Destas no
tienen cuento las matanzas y perdiciones que aquel mísero hombre con su
compañía en aquellos reinos (que despobló) hizo.
DE LA PROVINCIA DE
NICARAGUA
El año de mil e quinientos y
veinte y dos o veinte y tres pasó este tirano a sojuzgar la felicísima
provincia de Nicaragua, el cual entró en ella en triste hora. Desta provincia
¿quién podrá encarecer la felicidad, sanidad, amenidad y prosperidad e
frecuencia y población de gente suya? Era cosa verdaderamente de admiración ver
cuán poblada de pueblos, que cuasi duraban tres y cuatro leguas en luengo,
llenos de admirables frutales que causaba ser inmensa la gente. A estas gentes
(porque era la tierra llana y rasa, que no podían esconderse en los montes, y
deleitosa, que con mucha angustia e dificultad, osaban dejarla, por lo cual
sufrían e sufrieron grandes persecuciones, y cuanto les era posible toleraban
las tiranías y servidumbre de los cristianos, e porque de su natura era gente
muy mansa e pacífica) hízoles aquel tirano, con sus tiranos compañeros que
fueron con él (todos los que a todo el otro reino le habían ayudado a
destruir), tantos daños, tantas matanzas, tantas crueldades, tantos captiverios
e sinjusticias, que no podría lengua humana decirlo. Enviaba cincuenta de
caballo e hacía alancear toda una provincia mayor que el condado de Rusellón,
que no dejaba hombre, ni mujer, ni viejo, ni niño a vida, por muy liviana cosa:
así como porque no venían tan presto a su llamada o no le traían tantas cargas
de maíz, que es el trigo de allá, o tantos indios para que sirviesen a él o a
otro de los de su compañía; porque como era la tierra llana no podía huir de
los caballos ninguno, ni de su ira infernal.
Enviaba españoles a hacer
entradas, que es ir a saltear indios a otras provincias, e dejaba llevar a los
salteadores cuantos indios querían de los pueblos pacíficos e que les servían.
Los cuales echaban en cadenas porque no les dejasen las cargas de tres arrobas
que les echaban a cuestas. Y acaesció vez, de muchas que esto hizo, que de
cuatro mil indios no volvieron seis vivos a sus casas, que todos los dejaban
muertos por los caminos. E cuando algunos cansaban y se despeaban de las
grandes cargas y enfermaban de hambre e trabajo y flaqueza, por no
desensartarlos de las cadenas les cortaban por la collera la cabeza e caía la
cabeza a un cabo y el cuerpo a otro. Véase qué sentirían los otros. E así, cuando
se ordenaban semejantes romerías, como tenían experiencia los indios de que
ninguno volvía, cuando salían iban llorando e suspirando los indios y diciendo:
"Aquellos son los caminos por donde íbamos a servir a los cristianos y,
aunque trabajábamos mucho, en fin volvíamonos a cabo de algún tiempo a nuestras
casas e a nuestras mujeres e hijos; pero agora vamos sin esperanza de nunca
jamás volver ni verlos ni de tener más vida."
Una vez, porque quiso hacer
nuevo repartimiento de los indios, porque se le antojó (e aun dicen que por
quitar los indios a quien no quería bien e dallos a quien le parescía) fue
causa que los indios no sembrasen una sementera, e como no hubo para los
cristianos, tomaron a los indios cuanto maíz tenían para mantener a sí e a sus
hijos, por lo cual murieron de hambre más de veinte o treinta mil ánimas e
acaesció mujer matar su hijo para comerlo de hambre.
Como los pueblos que tenían
eran todos una muy graciosa huerta cada uno, como se dijo, aposentáronse en
ellos los cristianos, cada uno en el pueblo que le repartían (o, como dicen
ellos, le encomendaban), y hacía en él sus labranzas, manteniéndose de las
comidas pobres de los indios, e así les tomaron sus particulares tierras y
heredades de que se mantenían. Por manera que tenían los españoles dentro de
sus mesmas casas todos los indios señores viejos, mujeres e niños, e a todos
hacen que les sirvan noches y días, sin holganza; hasta los niños, cuan presto
pueden tenerse en los pies, los ocupaban en lo que cada uno puede hacer e más
de lo que puede, y así los han consumido y consumen hoy los pocos que han
restado, no teniendo ni dejándoles tener casa ni cosa propia; en lo cual aun
exceden a las injusticias en este género que en la Española se hacían.
Han fatigado, e opreso, e sido
causa de su acelerada muerte de muchas gentes en esta provincia, haciéndoles
llevar la tablazón e madera, de treinta leguas al puerto, para hacer navíos, y
enviarlos a buscar miel y cera por los montes, donde los comen los tigres; y
han cargado e cargan hoy las mujeres preñadas y paridas como a bestias.
La pestilencia más horrible que
principalmente ha asolado aquella provincia, ha sido la licencia que aquel
gobernador dio a los españoles para pedir esclavos a los caciques y señores de
los pueblos. Pedía cuatro o cinco meses, o cada vez que cada uno alcanzaba la
gracia o licencia del dicho gobernador, al cacique, cincuenta esclavos, con
amenazas que si no los daban lo habían de quemar vivo o echar a los perros
bravos. Como los indios comúnmente no tienen esclavos, cuando mucho un cacique
tiene dos, o tres, o cuatro, iban los señores por su pueblo e tomaban lo
primero todos los huérfanos, e después pedía a quien tenía dos hijos uno, e a
quien tres, dos; e desta manera cumplía el cacique el número que el tirano le pedía,
con grandes alaridos y llantos del pueblo, porque son las gentes que más parece
que aman a sus hijos. Como esto se hacía tantas veces, asolaron desde el año de
veinte y tres hasta el año de treinta y tres todo aquel reino, porque
anduvieron seis o siete años de cinco o seis navíos al tracto, llevando todas
aquellas muchedumbres de indios a vender por esclavos a Panamá e al Perú, donde
todos son muertos, porque es averiguado y experimentado millares de veces que,
sacando los indios de sus tierras naturales, luego mueren más fácilmente.
Porque siempre no les dan de comer e no les quitan nada de los trabajos, como
no los vendan ni los otros los compren sino para trabajar. Desta manera han
sacado de aquella provincia indios hechos esclavos, siendo tan libres como yo,
más de quinientas mil ánimas. Por las guerras infernales que los españoles les
han hecho e por el captiverio horrible en que los pusieron, más han muerto de
otras quinientas y seiscientas mil personas hasta hoy, e hoy los matan. En obra
de catorce años todos estos estragos se han hecho. Habrá hoy en toda la dicha
provincia de Nicaragua obra de cuatro mil o cinco mil personas, las cuales
matan cada día con los servicios y opresiones cotidianas e personales, siendo
(como se dijo) una de las más pobladas del mundo.
DE LA NUEVA ESPAÑA
En el año de mil e quinientos y
diez y siete se descubrió la Nueva España8, y en el descubrimiento se hicieron
grandes escándalos en los indios y algunas muertes por los que la descubrieron.
En el año de mil e quinientos e diez y ocho la fueron a robar e a matar los que
se llaman cristianos, aunque ellos dicen que van a poblar. Y desde este año de
diez y ocho hasta el día de hoy, que estamos en el año de mil e quinientos y
cuarenta e dos, ha rebosado y llegado a su colmo toda la iniquidad, toda la injusticia,
toda la violencia y tiranía que los cristianos han hecho en las Indias, porque
del todo han perdido todo temor a Dios y al rey e se han olvidado de sí mesmos.
Porque son tantos y tales los estragos e crueldades, matanzas e destruiciones,
despoblaciones, robos, violencias e tiranías, y en tantos y tales reinos de la
gran tierra firme, que todas las cosas que hemos dicho son nada en comparación
de las que se hicieron; pero aunque las dijéramos todas, que son infinitas las
que dejamos de decir, no son comparables ni en número ni en gravedad a las que
desde el dicho año de mil e quinientos y cuarenta y dos, e hoy, en este día del
mes de septiembre, se hacen e cometen las más graves e abominables. Porque sea
verdad la regla que arriba pusimos, que siempre desde el principio han ido cresciendo en mayores
desafueros y obras infernales.
Así que, desde la entrada de la Nueva España , que fué
a dieciocho de abril del dicho año de dieciocho, hasta el año de treinta, que
fueron doce años enteros, duraron las matanzas y estragos que las sangrientas e
crueles manos y espadas de los españoles hicieron continuamente en
cuatrocientas e cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de Méjico e a su
alrededor, donde cabían cuatro y cinco grandes reinos, tan grandes e harto más
felices que España. Estas tierras todas eran las más pobladas e llenas de
gentes que Toledo e Sevilla, y Valladolid, y Zaragoza juntamente con Barcelona,
porque no hay ni hubo jamás tanta población en estas ciudades, cuando más
pobladas estuvieron, que Dios puso e que había en todas las dichas leguas, que
para andarlas en torno se han de andar más de mil e ochocientas leguas. Más han
muerto los españoles dentro de los doce años dichos en las dichas cuatrocientas
y cincuenta leguas, a cuchillo y a lanzadas y quemándolos vivos, mujeres e
niños, y mozos, y viejos, de cuatro cuentos de ánimas, mientras que duraron
(como dicho es) lo que ellos llaman conquistas, siendo invasiones violentas de
crueles tiranos, condenadas no sólo por la ley de Dios, pero por todas las
leyes humanas, como lo son e muy peores que las que hace el turco para destruir
la iglesia cristiana. Y esto sin los que han muerto e matan cada día en la
susodicha tiránica servidumbre, vejaciones y opresiones cotidianas.
Particularmente, no podrá
bastar lengua ni noticia e industria humana a referir los hechos espantables
que en distintas parte, e juntos en un tiempo en unas, e varios en varias, por
aquellos huestes públicos y capitales enemigos del linaje humano, se han hecho
dentro de aquel dicho circuito, e aun algunos hechos según las circunstancias e
calidades que los agravian, en verdad que cumplidamente apenas con mucha
diligencia e tiempo y escriptura no se pueda explicar. Pero alguna cosa de
algunas partes diré con protestación e juramento de que no pienso que explicaré
una de mil partes.
Entre otras matanzas hicieron
ésta en una ciudad grande, de más de treinta mil vecinos, que se llama Cholula:
que saliendo a recibir todos los señores de la tierra e comarca, e primero
todos los sacerdotes con el sacerdote mayor a los cristianos en procesión y con
grande acatamiento e reverencia, y llevándolos en medio a aposentar a la
ciudad, y a las casas de aposentos del señor o señores della principales,
acordaron los españoles de hacer allí una matanza o castigo (como ellos dicen)
para poner y sembrar su temor e braveza en todos los rincones de aquellas
tierras. Porque siempre fué esta su determinación en todas las tierras que los
españoles han entrado, conviene a saber: hacer una cruel e señalada matanza
porque tiemblen dellos aquellas ovejas mansas.
Así que enviaron para esto
primero a llamar todos los señores e nobles de la ciudad e de todos los lugares
a ella subjectos, con el señor principal, e así como venían y entraban a hablar
al capitán de los españoles, luego eran presos sin que nadie los sintiese, que
pudiese llevar las nuevas. Habíanles pedido cinco o seis mil indios que les
llevasen las cargas; vinieron todos luego e métenlos en el patio de las casas.
Ver a estos indios cuando se aparejan para llevar las cargas de los españoles
es haber dellos una gran compasión y lástima, porque vienen desnudos, en
cueros, solamente cubiertas sus vergüenzas e con unas redecillas en el hombro
con su pobre comida; pónense todos en cuclillas, como unos corderos muy mansos.
Todos ayuntados e juntos en el patio con otras gentes que a vueltas estaban,
pónense a las puertas del patio españoles armados que guardasen y todos los
demás echan mano a sus espadas y meten a espada y a lanzadas todas aquellas
ovejas, que uno ni ninguno pudo escaparse que no fuese trucidado9. A cabo de dos o tres días saltan muchos indios vivos,
llenos de sangre, que se habían escondido e amparado debajo de los muertos
(como eran tantos); iban llorando ante los españoles pidiendo misericordia, que
no los matasen. De los cuales ninguna misericordia ni compasión hubieron, antes
así como salían los hacían pedazos.
A todos los señores, que eran
más de ciento y que tenían atados, mandó el capitán quemar e sacar vivos en
palos hincados en la sierra. Pero un señor, e quizá era el principal y rey de
aquella tierra, pudo soltarse e recogióse con otros veinte o treinta o cuarenta
hombres al templo grande que allí tenían, el cual era como fortaleza que
llamaban Duu, e allí se defendió gran rato del día. Pero los españoles, a quien
no se les ampara nada, mayormente en estas gentes desarmadas, pusieron fuego al
templo e allí los quemaron dando voces: "¡Oh, malos hombres! ¿Qué os hemos
hecho?, ¿porqué nos matáis? ¡Andad, que a Méjico iréis, donde nuestro universal
señor Motenzuma de vosotros nos hará venganza!" Dícese que estando
metiendo a espada los cinco o seis mil hombres en el patio, estaba cantando el
capitán de los españoles: "Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía;
gritos dan niños y viejos, y él de nada se dolía."
Otra gran matanza hicieron en
la ciudad de Tepeaca, que era mucho mayor e de más vecinos y gente que la
dicha, donde mataron a espada infinita gente, con grandes particularidades de
crueldad.
De Cholula caminaron hacia
Méjico, y enviándoles el gran rey Motenzuma millares de presentes, e señores y
gentes, e fiestas al camino, e a la entrada de la calzada de Méjico, que es a
dos leguas, envióles a su mesmo hermano acompañado de muchos grandes señores e
grandes presentes de oro y plata e ropas; y a la entrada de la ciudad, saliendo
él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a recebirlos, y
acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado aposentar, aquel
mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se hallaron, con cierta
disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron
ochenta hombres que le guardasen, e después echáronlo en grillos.
Pero dejado todo esto, en que
había grandes y muchas cosas que contar, sólo quiero decir una señalada que
allí aquellos tiranos hicieron. Yéndose el capitán de los españoles al puerto
de la mar a prender a otro cierto capitán que venía contra él, y dejado cierto
capitán, creo que con ciento pocos más hombres que guardasen al rey Motenzuma,
acordaron aquellos españoles de cometer otra cosa señalada, para acrecentar su
miedo en toda la tierra; industria (como dije) de que muchas veces han usado.
Los indios y gente e señores de toda la ciudad y corte de Motenzuma no se
ocupaban en otra cosa sino en dar placer a su señor preso. Y entre otras
fiestas que le hacían era en las tardes hacer por todos los barrios e plazas de
la ciudad los bailes y danzas que acostumbran y que llaman ellos mitotes, como
en las islas llaman areítos, donde sacan todas sus galas e riquezas, y con
ellas se emplean todos, porque es la principal manera de regocijo y fiestas; y
los más nobles y caballeros y de sangre real, según sus grados, hacían sus
bailes e fiestas más cercanas a las casas donde estaba preso su señor. En la
más propincua parte a los dichos palacios estaban sobre dos mil hijos de
señores, que era toda la flor y nata de la nobleza de todo el imperio de
Motenzuma. A éstos fue el capitán de los españoles con una cuadrilla dellos, y
envió otras cuadrillas a todas las otras partes de la ciudad donde hacían las
dichas fiestas, disimulados como que iban a verlas, e mandó que a cierta hora
todos diesen en ellos. Fué él, y estado embebidos y seguros en sus bailes,
dicen "¡Santiago y a ellos!" e comienzan con las espadas desnudas a
abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados e a derramar aquella generosa
sangre, que uno no dejaron a vida; lo mesmo hicieron los otros en las otras
plazas.
Fué una cosa esta que a todos
aquellos reinos y gentes puso en pasmo y angustia y luto, e hinchó de amargura
y dolor, y de aquí a que se acabe el mundo, o ellos del todo se acaben, no
dejarán de lamentar y cantar en sus areítos y bailes, como en romances (que acá
decimos), aquella calamidad e pérdida de la sucesión de toda su nobleza, de que
se preciaban de tantos años atrás.
Vista por los indios cosa tan
injusta e crueldad tan nunca vista, en tantos inocentes sin culpa perpetrada,
los que habían sufrido con tolerancia la prisión no menos injusta de su
universal señor, porque él mesmo se lo mandaba que no acometiesen ni guerreasen
a los cristianos, entonces pónense en armas toda la ciudad y vienen sobre
ellos, y heridos muchos de los españoles apenas se pudieron escapar. Ponen un
puñal a los pechos al preso Motenzuma que se pusiese a los corredores y mandase
que los indios no combatiesen la casa, sino que se pusiesen en paz. Ellos no
curaron entonces de obedecerle en nada, antes platicaban de elegir otro señor y
capitán que guiase sus batallas; y porque ya volvía el capitán, que había ido
al puerto, con victoria, y traía muchos más cristianos y venía cerca, cesaron
el combate obra de tres o cuatro días, hasta que entró en la ciudad. Él
entrado, ayuntaba infinita gente de toda la tierra, combaten a todos juntos de
tal manera y tantos días, que temiendo todos morir acordaron una noche salir de
la ciudad10. Sabido por los indios mataron gran cantidad de
cristianos en los puentes de la laguna, con justísima y sancta guerra, por las
causas justísimas que tuvieron, como dicho es. Las cuales, cualquiera que fuere
hombre razonable y justo, las justificara. Suscedió después el combate de la
ciudad, reformados los cristianos, donde hicieron estragos en los indios
admirables y extraños, matando infinitas gentes y quemando vivos muchos y
grandes señores.
Después de las tiranías
grandísimas y abominables que éstos hicieron en la ciudad de Méjico y en las
ciudades y tierra mucha (que por aquellos alrededores diez y quince y veinte
leguas de Méjico, donde fueron muertas infinitas gentes), pasó adelante esta su
tiránica pestilencia y fué a cundir e inficionar y asolar a la provincia de
Pánuco, que era una cosa admirable la multitud de las gentes que tenía y los
estragos y matanzas que allí hicieron. Después destruyeron por la mesma manera
la provincia de Tututepeque y después la provincia de Ipilcingo, y después la
de Colima, que cada una es más tierra que el reino de León y que el de
Castilla. Contar los estragos y muertes y crueldades que en cada una hicieron
sería sin duda cosa dificilísima y imposible de decir, e trabajosa de escuchar.
Es aquí de notar que el título
con que entraban e por el cual comenzaban a destruir todos aquellos inocentes y
despoblar aquellas tierras que tanta alegría y gozo debieran de causar a los
que fueran verdaderos cristianos, con su tan grande e infinita población, era
decir que viniesen a subjectarse e obedecer al rey de España, donde no, que los
había de matar e hacer esclavos. Y los que no venían tan presto a cumplir tan
irracionables y estultos mensajes e a ponerse en las manos de tan inicuos e
crueles y bestiales hombres, llamábanles rebeldes y alzados contra el servicio
de Su Majestad. Y así lo escrebían acá al rey nuestro señor e la ceguedad de
los que regían las Indias no alcanzaba ni entendía aquello que en sus leyes
está expreso e más claro que otro de sus primeros principios, conviene a saber:
que ninguno es ni puede ser llamado rebelde si primero no es súbdito.
Considérese por los cristianos
e que saben algo de Dios e de razón, e aun de las leyes humanas, qué tales
pueden parar los corazones de cualquiera gente que vive en sus tierras segura e
no sabe que deba nada a nadie, e que tiene sus naturales señores, las nuevas
que les dijesen así de súpito: daos a obedescer a un rey estraño, que nunca
vistes ni oístes, e si no, sabed que luego os hemos de hacer pedazos;
especialmente viendo por experiencia que así luego lo hacen. Y lo que más
espantable es, que a los que de hecho obedecen ponen en aspérrima servidumbre,
donde son increíbles trabajos e tormentos más largos y que duran más que los
que les dan metiéndolos a espada, al cabo perecen ellos e sus mujeres y hijos e
toda su generación. E ya que con los dichos temores y amenazas aquellas gentes
o otras cualesquiera en el mundo vengan a obedecer e reconoscer el señorío de
rey extraño, no veen los ciegos e turbados de ambición e diabólica cudicia que
no por eso adquieren una punta de derecho como verdaderamente sean temores y
miedos, aquellos cadentes inconstantísimos viros, que de derecho natural e
humano y divino es todo aire cuanto se hace para que valga, si no es el reatu e
obligación que les queda a los fuegos infernales, e aun a las ofensas y daños
que hacen a los reyes de Castilla destruyéndoles aquellos sus reinos e
aniquilándole (en cuanto en ellos es) todo el derecho que tienen a todas las
Indias; y estos son e no otros los servicios que los españoles han hecho a los
dichos señores reyes en aquellas tierras, e hoy hacen.
Con este tan justo y aprobado
título envió aqueste capitán tirano otros dos tiranos capitanes muy más crueles
e feroces, peores e de menos piedad e misericordia que él, a los grandes y
florentísimos e felicísimos reinos, de gentes plenísimamente llenos e poblados,
conviene a saber, el reino de Guatimala, que está a la mar del Sur, y el otro
de Naco y Honduras o Guaimura, que está a la mar del Norte, frontero el uno del
otro e que confinaban e partían términos ambos a dos, trecientas leguas de
Méjico. El uno despachó por la tierra y el otro en navíos por la mar, con mucha
gente de caballo y de pie cada uno.
Digo verdad que de lo que ambos
hicieron en mal, y señaladamente del que fué al reino de Guatimala, porque el
otro presto mala muerte murió, que podría expresar e collegir tantas maldades,
tantos estragos, tantas muertes, tantas despoblaciones, tantas y tan fieras
injusticias que espantasen los siglos presentes y venideros e hinchese dellas
un gran libro. Porque éste excedió a todos los pasados y presentes, así en la
cantidad e número de las abominaciones que hizo, como de las gentes que
destruyó e tierras que hizo desiertas, porque todas fueron infinitas.
El que fué por la mar y en
navíos hizo grandes robos y escándalos y aventamientos de gentes en los pueblos
de la costa, saliéndole a rescibir algunos con presentes en el reino de
Yucatán, que está en el camino del reino susodicho de Naco y Guaimura, donde
iba. Después de llegado a ellos envió capitanes y mucha gente por toda aquella
tierra que robaban y mataban y destruían cuantos pueblos y gentes había. Y
especialmente uno que se alzó con trecientos hombres y se metió la tierra
adentro hacia Guatimala, fué destruyendo y quemando cuantos pueblos hallaba y
robando y matando las gentes dellos. Y fué haciendo esto de industria más de
ciento y veinte leguas, porque si enviasen tras él hallasen los que fuesen la
tierra despoblada y alzada y los matasen los indios en venganza de los daños y
destruiciones que dejaban fechos. Desde a pocos días mataron al capitán
principal que le envió y a quien éste se alzó, y después suscedieron otros
muchos tiranos crudelísimos que con matanzas e crueldades espantosas y con
hacer esclavos e venderlos a los navíos que les traían vino e vestidos y otras
cosas; e con la tiránica servidumbre ordinaria, desde el año de mil y
quinientos e veinte y cuatro hasta el año de mil e quinientos e treinta y cinco
asolaron aquellas provincias e reino de Naco y Honduras, que verdaderamente
parescían un paraíso de deleites y estaban más pobladas que la más frecuentada
y poblada tierra que puede ser en el mundo; y agora pasamos e venimos por ellas
y las vimos tan despobladas y destruídas que cualquiera persona, por dura que
fuera, se le abrieran las entrañas de dolor. Más han muerto, en estos once
años, de dos cuentos de ánimas y no han dejado, en más de cient leguas en
cuadra, dos mil personas, y éstas cada día las matan en la dicha servidumbre.
Volviendo la péndola11 a hablar del grande tirano capitán que fué a los
reinos de Guatimala, el cual, como está dicho, excedió a todos los pasados e
iguala con todos los que hoy hay, desde las provincias comarcanas a Méjico, que
por el camino que él fué (según él mesmo escribió en una carta al principal que
le envió) están del reino de Guatimala cuatrocientas leguas, fué haciendo
matanzas y robos, quemando y robando e destruyendo donde llegaba toda la tierra
con el título susodicho, conviene a saber, diciéndoles que se sujetasen a
ellos, hombres tan inhumanos, injustos y crueles, en nombre del rey de España,
incógnito e nunca jamás dellos oído. El cual estimaban ser muy más injusto e
cruel que ellos; e aun sin dejarlos deliberar, cuasi tan presto como el
mensaje, llegaban matando y quemando sobre ellos.
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