Una de
las pocas alegrías que la vida me proporciona, consiste en leer un buen libro sobre aspectos de la historia
de Canarias y, este que tienes en tus manos caro lector, me ha proporcionado
doble sastifacción, por una parte, por la juventud de su autor, motivo que hace
renacer en mi la esperanza y la fe en las actuales generaciones jóvenes en
manos de quienes queda la futura historiografía de nuestra nación, por la otra,
y - no menos importante – el exhaustivo trabajo de investigación abordado por
el autor para ofrecernos una visión amplia – y yo diría que de las más exactas
– de la batalla de Acentejo, uno de los hechos de armas más gloriosos
protagonizado por nuestros antepasados y, donde las tropas invasoras sufrieron
la mayor derrota que jamás les fue Infligida en su larga historia de conquistas
y sumisión de otros pueblos. Hecho este que si bien ha sido tratado por
diversos autores, siempre lo ha sido desde el punto de vista del vencedor y por
consiguiente, con toda la carga peyorativa que ello conlleva.
Por ello, es digno de destacar el
planteamiento objetivo que el autor desarrolla en su obra “La Batalla de Acentejo, La Lucha del Banot contra La Espada ”, por otra parte, no
deja de ser sugerente el subtitulo que acompaña la portada del libro: “De cómo
el resplandor de las espadas castellanas se apagó a manos de las sombras
Guanches”, éste subtitulo nos revela el alma de poeta que porta el autor,
aunque a decir vedad, esta faceta no se refleja en el resto de la obra, la cual
constituye en todo su conjunto un concienzudo y profundo estudio histórico
sobre el evento.
Uno de
los aspectos sobre la batalla de Acentejo en que los cronistas e historiadores
no se han puesto de acuerdo, es sobre el número de mercenarios castellanos y
auxiliares isleños que componían las tropas invasoras que tomaron parte en
“rota de Acentejo”. Las apreciaciones de los cronistas oscilan entre
novecientos a mil quinientos peones y cien jinetes, pero recurriendo a
documentos descubiertos recientemente podemos valorar que la cifra de
mercenarios de que se componía el ejército invasor era sensiblemente superior a
la que se venía propugnando. Veamos un documento relativo a la formación de la
armada que debía formarse para el asalto a la isla de Tenerife, que nos aporta Eduardo Aznar Vallejo, en su obra
“Documentos Canarios en el Registro del Sello: << 1493 Diciembre 28.
Orden a Iñigo de Artieta, capitán general de la armada, para que lleve a
Tenerife, antes de mediados del mes de marzo de 1494, 1.500 peones y 100
jinetes de estos reinos y 400 peones y 60 jinetes de las islas de Canarias que
ya están pobladas de cristianos, así como 1.000 cahices de trigo y harina, 300
cahices de cebada, 2.000 quintales de bizcocho, artillería,
herramientas, bestias y demás mantenimientos, de acuerdo con al asiento hecho
con Alonso de Lugo, gobernador de La
Palma , sobre la conquista de Tenerife, ordenándole que no
lleve derecho alguno por dicho transporte e impidiéndole sacar parte de las
tropas, una ves desembarcadas en éstas Tenerife. >>. Si bien el
almirante Iñigo de Artieta, no se negó a cumplir la orden real, si puso una
serie excusas que iban dilatando la formación de la escuadra invasora, pues
Artieta era enemigo declarado de Alonso de Lugo desde que éste, se negara a
pagarle al almirante los quintos que como a tal le correspondía del botín de
esclavos y ganados extraído por Lugo en la conquista y saqueo de la isla de La Palma. Así las cosas y
temiendo Lugo al poderío del almirante de Castilla, decide formar por sus
propios medios la flota invasora, tal como el mismo futuro Adelantado expone en
su descargo en la famosa residencia de Cabitos: <<Que hubo de
armar más de 30 navíos>>.
Así pues,
en el campo de las isletas en Gran Canaria, se encontraba el ejército de Lugo,
compuesto de 1.500 peones procedentes soldados veteranos de la organización de
mercenarios denominada “La Santa Hermandad ” de Sevilla, más los
procedentes de las cárceles y presidios españoles a los que la reina Isabel
conmutó las penas de muerte a cambio de servir a sus expensas en la conquista
de Tenerife, durante un tiempo mínimo de seis meses, más los isleños auxiliares
facilitados por los señores de las islas de Lanzarote, Fuerteventura y La Gomera , aportados por éstos
a petición de la reina, los cuales sumaban cuatrocientos peones y sesenta
caballos y de los que eran capitanes Ibone de Armas, (gomero) y Fernando
Guanarteme, sobrino de Thenesor Semidan, y al que algunos autores han
Confundido con éste.
Por
consiguiente tenemos que, las tropas europeas están compuestas de 1.500 peones
y 100 de a caballo, más los 400 peones isleños y 60 caballos, las cuales suman
1.900 peones y 160 caballos dando un total de 2.060 combatientes, a éstos hay
que sumarle los guerreros aportados por los bandos de paces de Tenerife, es
decir los de Anaga, Güímar, Abona y Adeje, los cuales podemos cifrar a la baja
en 600 hombres, ello nos da una cifra de 2.660 guerreros como mínimo los que
intervinieron por parte de los invasores en la batalla de Acentejo. La ayuda
prestada por los bandos de paces al carnicero de Lugo, está debidamente
contrastada en la información que posteriormente se llevó a cabo por los
guanches de las bandas del sur, cuando éstos reclamaron ante la corona
española, por el apresamiento ilícito por parte de Lugo de más de 1.000
guanches de los bandos de paces, y de los cuales el esclavista consiguió vender
como esclavos a 700. En la mencionada información en 1498 recién concluida la
conquista exponen: <<Ciertos canarios de Dexe e Bona e Güymar que al
tiempo que Alonso de Lugo, nuestro gobernador de la ysla de Tenerife, fue a
conquistar dicha la dicha ysla, los dichos bandos... (guardando las paçes que
tenían puestas e asentadas con Pedro de Vera..., gobernador..., por virtud de
los poderes... tenía) diz que se juntaron con el dicho Alonso de Lugo para
conquistar la dicha isla ; e que fazian lo quel dicho Alonso de Lugo les
mandava, e que acogían en los dichos bandos a nuestras gentes e les amparaban e
defendían, e les daban de sus mantenimientos ...>>.
Por otra
parte, confirma nuestro acerto el historiador canario don Tomás Marín de Cubas,
quien refiriéndose a los envenenamientos de las fuentes y nacientes de agua por
parte de los mercenarios (práctica que ya habían llevado a efecto con buenos
resultados en la guerra de Granada) conocida como la “modorra,” nos dice:
<<...Buscáronse espías y dieron por aviso que no tenía gente junta de
pelea para venir a buscarlos a la playa, porque había gran mortandad en la
tierra, o ya fuese por estar apestados por la corrupción de más de 2.000
cadáveres que quedaron por enterrar el año pasado en la batalla de Centejo
...>>.
Por otra parte, es
significativo el hecho recogido por don Tomás, de que la mayoría de los
cadáveres de los guanches que habían
sido afectado por la “modorra” yacían
en los alrededores de las fuentes y barrancos. Curiosamente, ésta repentina
epidemia se extendió solamente por los menceyatos confederados, es decir
por los bandos de guerra, sin que afectara en lo más mínimo a los bandos de
paces.
Este libro, nos ayuda a comprender
mejor uno de los grandes acontecimientos histórico de nuestro pasado, en el que
el pueblo guanche dio una lección más de amor a la patria y a la libertad, en
él, su autor nos desgrana los acontecimientos con una rica prosa y un espíritu
crítico, propio de historiadores más experimentados. Es indudable que si la
heroica resistencia opuesta a los invasores por el pueblo guanche en la batalla
de Acentejo hubiese tenido lugar en otro contexto histórico y cultural, hoy
formaría parte de las grandes epopeyas cantadas universalmente por los poetas.
Eduardo
Pedro García Rodríguez
Eguerew,
29 n yect n 2950
.PRÓLOGO
Existen dos maneras de conocer la historia de un
pueblo, la primera y más habitual es la de rodearse de una serie de buenos
libros y publicaciones especializadas y degustarlas sentado en un confortable
sillón, al lado de un buen fuego, si es invierno, o acariciado por el aire
acondicionado si nos dedicamos a este deleite en plena canícula, y siempre,
acompañado de una aromática copa de
licor o un apetitoso refresco según los casos. La otra manera de conocer a un
pueblo y su historia, es ¡qué duda cabe! menos grata, pero mucho más
gratificante y verdadera, y consiste en patear nuestras sendas, caminos
y veredas, corriendo riesgos sin cuento, al subir escarpadas montañas, bajar a
profundos barrancos y bordear insondables precipicios, por veredas apenas
practicables para las cabras. Esta segunda opción, la más ingrata físicamente,
amable lector, fue la elegida por los autores de este pequeño gran libro que
tienes en tus manos, en él no esperes encontrar una larga lista de datos
tediosos a los que tan aficionados son los investigadores de despacho o de
salón, por el contrario, encontrarás datos tomados en el lugar donde se
encuentran los yacimientos arqueológicos,
y estando como está, escrito con el corazón, no por ello se falta un
ápice al rigor científico o a la verdad histórica.
Por todo ello, doy las gracias a Raúl Melo, y a
Román González auténticos Indiana Jones de nuestros días e
incansables investigadores de nuestros ancestros, autores de éste libro, por haberme
proporcionado el inmerecido honor de poder leer en primicia el manuscrito y
permitirme participar con estas mal hilvanadas líneas. Mísera aportación ante
el ingente esfuerzo desarrollado por éstos investigadores, quienes imbuidos por
su acendrado amor a la patria, su historia y su cultura, han renunciado a pasar
muchos fines de semana con sus respectivas familias y a un merecido descanso en
la playa o el campo, o al placer de disfrutar de unos momentos de ocio o
simplemente ver un partido de fútbol, para elaborar este trabajo que tienes en
tus manos. La serie de fotografías que acompañan a los textos, son una mínima
parte del ingente material acumulado por los autores de todos los rincones de
nuestra geografía insular donde se encuentre algún vestigio material de la
cultura de nuestros antepasados.
Las entrevista mantenidas con nuestros venerables
ancianos, auténticos detentadores de nuestra Tamusni, han sido innumerables,
éstos investigadores han tenido la irrepetible oportunidad de leer en unos
libros vivientes que son nuestros mayores, muchos de ellos ya cerrados para
siempre, otros, se irán cerrando, y con ellos se perderá irremisiblemente todo
un caudal de sabiduría acumulado durante generaciones, pues parece ser que hoy
en este mundo dominado por la informática, la televisión y las noticias al
segundo, no tiene cabida la sosegada Tamusni, medio sereno y pausado empleado
por nuestros mayores para trasmitirnos de abuelos a nietos, la historia y las
costumbres de nuestros ancestros.
Mediante la lectura de éstas páginas, podremos
realizar un viaje a través del espacio y del tiempo, situándonos en la planicie
de alguna loma desde donde se divisa una amplia panorámica del entorno. En esta
planicie situada en cualquier lugar de cualquier Menceyato, existe una
construcción de piedras seca y de forma circular de uno diez o doce metros de
diámetro, sus muros tienen una altura de 1 a 1,5 metros aproximadamente, el recinto cuenta
con dos puertas, una orientada al Norte y la otra al Sur, en su interior y en
su lado norte, están situadas y arrimadas a la pared, una serie de piedras
planas y lisas por una de sus caras, todas del mismo tamaño excepto una central
que es un poco más elevada y tiene un respaldo también pétreo, todas estas
piedras están cubiertas por unas pieles de cabra de color marrón, menos la del
centro y más elevada que lo está con una
negra moteada de manchas blancas, ésta, corresponde al Mencey.
Está amaneciendo, en este día, hay un inusitado
movimiento de personas y animales en la gran explanada que está prácticamente
ocupada por rebaños procedentes de Añaza, Tahodio, Abikure, Afur, Taganana,
Benijos, Chinamada, Aragüigo, Araguy, Sejeita, Ama amautama y Amazer.
Un grupo de personas se destacan de la multitud, y se
dirigen en procesión hacía un saliente rocoso que mira al naciente, al frente
de la comitiva va un kanku (sacerdote del Sol). Llegados al borde del
precipicio, mientras el disco solar comienza a asomar por el horizonte, todos
los concurrentes alzan sus manos hacía el cielo en actitud implorante mientras
que el kanku con voz firme y potente, cuyo eco resuena por todos los valles
circundantes, pronuncia la siguiente oración:
Tenemir
uhana Magék Gracias
poderoso Sol
Enehana
benijime harba por salir
un día más
Enaguapa acha
abezan para alumbrar
la noche.
Concluida la ceremonia diaria de bienvenida al poderoso Dios Sol, la comitiva
seguida del pueblo se dirige al Tagoro. Al frente de la misma va el portador de
la añepa, real símbolo del poder del Mencey, detrás del guíon va el Mencey, los
nobles de primer rango y los sacerdotes kankus, en el recorrido hacía el
Tagoro, los notables de los diferentes auchones, conforme el Mencey llega a su
altura se postran en el suelo y con el borde de su tamarco limpian los píes del
monarca y se los besa como señal de respeto y sumisión. Llegados al tagoro los
componentes de la comitiva toman asiento en sus respectivos lugares, el Mencey
en el centro, los y ancianos y nobles de primer rango, a ambos lados del
soberano, los sigoñe o capitanes de guerra a continuación. Seguidamente el porta estandarte entrega al
Mencey la añepa, este la toma y se la cruza en el pecho sobre el lado
izquierdo, con lo cual queda abierto el gran Tagoror o asamblea general del
Menceyato.
En el Tagoror de hoy son variados los temas a
resolver, los Archimenceyes y Chaureros van desfilando ante el consejo y
exponiendo la problemática de sus administrados: el chaurero de Benijo expone
que, un miembro de su tribu dejándose llevar de un arrebato de ira, mató a
otro, el cual dejo a mujer viuda y cuatro hijos huérfanos; oído al matador y el
testimonio de sus parientes y vecinos, el consejo estimó que el agresor pudo
haber reprimido su ira, y en todo caso podía haber resuelto su agravio en el
terrero, por consiguiente; se le condenó al castigo previsto para este delito,
el cual se ejecuta inmediatamente, el Mencey da su añepa al ejecutor del
castigo y éste procede a aplicar una serie de cincuenta contundentes bastonazos
en las espaldas del reo, a continuación se procede a efectuarles doce cortes
profundos con una tabona en los glúteos y muslos, acto seguido es expulsado del
Menceyato, debiendo en lo sucesivo cuidarse de las iras de los parientes de la
víctima. A continuación se le confisco su rebaño de ganados, el cual fue
entregado a la viuda y huérfanos como indemnización.
El Archimencey
de Taganana presenta ante el Tagoror su caso; Kathaysa, una joven miembro de su
linaje, fue sorprendida en actitud amorosa con un achicasna (plebeyo) del
auchón de Tahodio, lo que constituye un gravísimo delito y un imperdonable
insulto al linaje de su familia. Oídos los testigos y confirmado la
autenticidad del hecho, Kathaysa fue condenada a morir emparedada, acto seguido
se la condujo a una cueva situada en una ladera próxima, introducida en ella
con un gánigo de leche, cerrándose la entrada con gruesas piedras.
Dariasa,
chaurero de Araguigo, expone que: Dariaga capataz de sus ganados permitió que
los rebaños a su cargo, penetraran en los pastos de Chicayca, provocando con
ello que el chaurero de Tinzer,
(correspondiente al Menceyato de Güímar) no quisiera compartir con él, el gofio
y la manteca, Estando como estaban de paces. Escuchados por el Tagoror los pastores de Chicayca, el infractor fue
condenado a recibir cincuenta bastonazos y desterrado al Menceyato de Achbuna.
(Abona)
Después de despachar una larga serie de asuntos de
menor importancia, se procede a planificar las sementeras para la próxima cosecha
y la redistribución de las zonas de pastos.
El Archimencey de Añaza, Durimán, saluda al Mencey, a
los nobles consejeros, kankus y capitanes, sus parientes, y dice que: después del último Beñesmer,
Magék ha permitido que los ganados de sus dominios hayan aumentado en la
cuantía que se podrá calcular por los diezmos aportados al Mencey, por
ello, pide que se le amplíe la zona de
pastoreo y abrevaderos para los rebaños. Así mismo, durante las últimas once
lunas han nacido seis Achic (hijos de nobles)
y seis Achicasna, (hijos de plebeyos) por lo que pide se le aumente la
zona de sementeras. Se le concede lo solicitado por ser de justicia.
Itsasa, auchonero del Valle de Abicore, saluda a sus
parientes y dice: que de sus hijos, el cuarto llamado Itzar, desea formar un
nuevo auchón, y dado que el territorio de su gobierno es limitado y no admite
más zonas para el pastoreo, solicita que el Mencey le demarque zona para un
nuevo auchón en atención a que su hijo el cuarto, llamado Itzar, fue valiente
guerrero cuando la batalla con los extranjeros. El Mencey responde que es de justicia, y le marca
término en el territorio de Aguahuco. Después de esto, el Mencey como
depositario y garante del bien común continuo repartiendo las tierras para la
próxima sementera a las familias y a cada una
conforme a sus méritos y necesidades.
Ya Magék se encontraba en su cenit y su tafuk
(calor) se hacía sentir, por lo que el
Mencey dio orden de que los carniceros comenzaran a sacrificar las ara, ana y
cotia, (cabra, carnero y oveja) y preparar el ahoren, irichen, la ahof,
chacerquen, bicacaros, creses, morangana y bicores (gofio de cebada, trigo,
leche, licor de yoya, fruta, fruto de la haya, fresas y higos) y todo cuanto
fuese preciso para la gran guatativoa
con que el Mencey acogía y agasajaba a todos sus súbditos sin
distinción, durante el desarrollo del gran Tagoror.
Normalmente, estas fiestas acostumbraban a durar nueve
soles. En transcurso de los mismos se
celebraban torneos deportivos, luchas canaria, juegos del palo, lanzamiento y
alzamiento de piedras (piedra de los valientes) carrera del guanche, que
consistía en cubrir una determinada distancia con un tenique al hombro en el
menor tiempo posible, colocación de postes en las laderas más escarpadas,
pruebas de agilidad, recogida de ganados etc.
Y hasta aquí estimado lector, nuestro imaginario viaje
al pasado a través de las páginas de éste libro, para asistir someramente al desarrollo de un tagoror
celebrado un día cualquiera en un menceyato cualquiera de los nueve con que
contaba nuestra isla.
Eduardo
Pedro García Rodríguez
Eguerew,
enero de 2002.
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