domingo, 2 de febrero de 2014

MANUEL MARRERO TORRES




1855 enero 9.
Fallece Manuel Marrero Torres. Tuvo que trabajar como aprendiz de tipógrafo desde su adolescencia, a raíz de la prematura muerte de su padre, y fue un intelectual casi autodidacta pero de profunda formación.
Tipógrafo de profesión y de origen humilde, colaboró en los periódicos y revistas más destacadas de la época, entre ellas La Aurora y El Noticiero. Coetáneo de Dugour Martín, al que conoció, con apenas 32 años murió víctima de tuberculosis. Fue un poeta romántico, cuya obra se publicó mayoritariamente de manera póstuma.
“Y vamos a hacer una salvedad, un corto homenaje a uno de ellos que los identifique a todos: el poeta tipógrafo don Manuel Marrero y Torres. Aquel es su entierro.

Nacido en Santa Cruz de Tenerife, el 27 de septiembre de 1823, pobre y oscuro, dice Dugour, a los doce años, entró de meritorio en una imprenta. En poco tiempo superó el aprendizaje y pudo, con el fruto de su trabajo, sostener a su madre viuda y sus hermanos. Se dio a sí mismo una amplia formación humanista, al tiempo que leía a Espronceda y Zorrilla y comenzaba a escribir poesía. Deseoso de apreciar en su pureza a Hugo y Lamartine, emprendió, sólo, el estudio del francés. Pasaban entre tanto los años tristes y melancólicos. Sin amor. En 1850 fue examinado de lengua inglesa, estudios en los que había invertido un año y superó con gran éxito la prueba. Contrajo la tuberculosis y dueño ya de la parte material de la Imprenta Isleña, expiró a las siete y cuarto de la noche del 9 de enero de 1855, abandonando esta vida que fue madrastra para él, sin esfuerzo y sin agonía.

El cortejo fúnebre se aleja de nuestra vista. Entra en el camposanto de San Rafael y San Roque.

Al ser depositado el cadáver en el sepulcro fueron leídas, con la emoción que el dolor excitaba en todos los corazones, las composiciones en verso y prosa que sus amigos le dedicaban: Pérez Carrión, Manuel Savoie, Claudio F. Sarmiento, Lentini, José D. Dugour y Victorina Bridoux. Ángela Mazzini, bellísima en su casi ancianidad, apartando el tupido velo de su rostro, recita:

Venid a mí, las que anheláis su gloria,
únase vuestra voz a mi plegaria,
sea la amistad constante a su memoria
leve el polvo en su tumba solitaria.”

(Carlos Gaviño de Franchy)


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