TOMADO
DE MI LIBRO INEDITO: EL MENCEYATO DE
TEGUESTE: APUNTES PARA SU HISTORIA
CAPITULO-VI
Eduardo Pedro García Rodríguez
Viene de la página anterior.
Septiembre
Miércoles 1 de septiembre, en el Valle.—Corre la noticia de que
a don Marcos Urtusáustegui, ayudante mayor del
regimiento de La Orotava y
residente en aquella villa, se le ha ofrecido alguna disensión
con su mujer doña Cecilia Monteverde, a consecuencia de la
cual dicha señora pasó algunos días en la casa de su padre y que de resultas ha salido orden del comandante general para que don Francisco de Lugo y Viña se restituya a la isla de La Palma, donde vive su padre, sin que pueda salir de ella,
a no ser con licencia pedida por éste. Sábese también
que ha sido electo provincial de la orden de San Francisco el padre Escobar. El
tiempo sigue poco favorable a la cosecha del mosto, a
causa de los fuertes calores. Por los campos del Sauzal y La Matanza ha sido mayor el estrago que han padecido las viñas y se añade que el alcalde mayor ha expedido decreto para que en algunas partes no se proceda a la vendimia sin que pasen peritos a reconocer la sazón del fruto. Aquí en el Valle se ha dado principio a la vendimia en algunas viñas. Otro defecto substancial de los que padece este
año la recolección del mosto es que no se halla azufre.
Martes 9, en el valle.- Ángel Figueroa ha dejado
estas tierras y el monte a cargo de su primo, quedando solo de medianero en el cercado de los Morales en que lo he puesto hace tres años. El nuevo medianero está enterado de algunas condiciones bajo las cuales entra en la hacienda, las cuales he apuntado y le he leído desde luego.
Lunes 15, en el Valle.—Ayer tarde se verificó la pericia o reconocimiento de la viña de mi tío don Lope, a quien escribí por la noche, avisándole lo que les pareció a Pedro Pérez y Juan González que fueron a verla. Manuel de Cairos se excusó. Por la mañana vi
en la ermita, a la hora de la misa, al indiano Francisco de Armas, natural y vecino de este Valle. Este ha llegado de La Habana en septiembre
próximo; hace algunos años que estaba fuera
del país, y se dice que viene adelantado en su negociación y que tiene parte en el barco en que vino, el cual siguió a Cádiz.
En dicho barco, y en la misma ocasión, llegó también de La Habana Ángel Figueroa, el medianero que he entrado este
año en la hacienda.
La Saga de los Guerras en el valle
El
Tercer Vizconde de Buen Paso
A pesar de la sesión en cenfiteusis de la
hacienda de los guerras en el valle de su nombre a la familia Carta la cual
estaba obligada a pagar un tributo anual en reconocimiento de un dominio más o
menos pleno que no se transmitía con el inmueble, algunos miembros de esta
familia continuaron teniendo durante dilatado tiempo importantes extensiones de
terrenos, y hacienda que habían sido constituidas en Mayorazgo según el
testamento de don Domingo de la Guerra redactado por su don Lope de la Guerra y
del cual Leopoldo de la Rosa publicó la siguiente cláusula: “Cláusula del testamento de don Domingo de la
Guerra, redactado por su hijo don Lope de la Guerra en 1.° de agosto de 1769
Declaro
que por muerte de mi hermano mayor, el Dr. don Fernando Josef de la Guerra, Venerable
Beneficiado de la
Parroquial de Nuestra Señora de los Remedios, Rector de ambas
parroquias. Examinador sinodal, etc., cuyo testamento pasó ante Domingo López
de Castro, en treinta de junio de mil setecientos cincuenta y seis, sucedi en
el antiguo mayorazgo que fundó el maestre de campo Lope Hernández de la Guerra, natural de
Santander en Vizcaya, conquistador de estas Islas y uno de los primeros
regidores en esta de Tenerife, prohiviendo para siempre jamás la venta o
enagenación del Valle de Guerra, por su testamento otorgado ante Antón de
Vallejo, en quatro de agosto de mil quinientos doce, cuyo vinculo corroboró y
formalizó su sobrino el conquistador Hernando Esteban Guerra el Viejo, mi
quinto abuelo por lexitima sucesión de varón en varón, y lo traspasó y donó a
su hijo Juan Guerra, regidor de esta isla, según parece por instrumento y
posesión que pasó ante Juan del Castillo, escribano público, en veinte de abril
de mil quinientos quarenta y quatro, la que está protocolizada en el registro
de Francisco Tagle Bustamante, escribano público, año de mil setecientos
veinte, y en él constan los llamamientos, y después, a pedimento del capitán
Hernando Esteban Guerra, el segundo, regidor que fue de esta isla y castellano
del principal, mi tercero abuelo, se expedió Real Cédula que lo confirma y da
facultad para dar a tributo, la que está inserta en muchas escrituras.
El
dicho conquistador Lope Hernández de la Guerra gravó la renta del Valle de Guerra con
treinta doblas, para que un sacerdote diga ciertas misas en la parroquia de
Santa Cruz (entonces era hermita de Consolación, fabricada con motivo de haver
el mismo consolado y ofrecido socorros al Sr. Adelantado para continuar la
conquista, como los dio y con ellos se concluyó).
De
dichas treinta doblas toca pagar quince al mayorazgo; cinco al Sr. marqués de
Villanueva del Prado, y las diez a otros que gozan haciendas en dicho Valle.
Dicho Lope Hernández expresa que si el obispo u otra persona que tenga su poder
dispusiere otra cosa, se gasten los quince mil mrs. en casar huérfanas; pero un
Sr. obispo la hizo capellanía colativa, siendo así que ni está congrua ni fue
ésta su institución. Notólo para lo que convenga. También noto que ha años que
no hay capellán por haverse fomentado un litigio y competencia entre dos que ni
son sacerdotes ni me creo que lo serán, por lo que nombré como patrono a mi
hijo Lope; pero las presentes circunstancias dictan que no lo sea.
Haviendo
conseguido mi venerable padre el deseo de fabricar una hermita en la hacienda
de dicho Valle, dedicándola a Nuestro Padre y Patrono el Sr. San Francisco de
Paula, encarga en su testamento a los sucesores en dicho mayorazgo cuiden de la
conservación de dicha hermita y sus aseos, anunciándoles por medio de tan gran
devoción los buenos progresos en la subseción de dicho mayorazgo; y porque
aunque yo, por mis empleos y otros acaecimientos, he estado omiso en el tiempo
que le he gozado en hacer y celebrar al Sr. San Francisco la fíesta que
acostumbraron mi padre y hermano, en el día del Sr. San Miguel Arcángel, veinte
y nueve de septiembre, hago con todo encarecimiento a mi hixo y a los demás subsesores
el mismo encargo que hace mi venerable madre, anunciándole los mismos
progresos.
Testamento otorgado por
don Lope de la Guerra
y Peña, con poder para ello de su padre don Domingo de la Guerra, ante Luís Antonio
López de Villavicencio, en La
Laguna, el 1° de agosto de 1769. De testimonio sacado en
1794.—Archivo del autor. (Leopoldo de la Rosa y Olivera, 1953).
Tal
como recoge en su Diario el criollo
Juan Primo de la Guerra, de quien el tantas veces citado Leopoldo de la rosa
Olivera en la introducción al Diario
de Juan Primo nos ofrece unas coloridas pinceladas de este personaje. En dicho
Diario Juan Primo relata algunas de sus estancias en su casa del valle con pormenores de obras de reforma o
acondicionamiento así como de las tierras de la hacienda, algunas de las cuales
reproducimos por su interés etnográfico, pero antes veamos como nos describe el
personaje el investigador Leopoldo de la Rosa:
“Juan
Primo de la Guerra y del Hoyo, tercer vizconde de Buen
Paso, nació en La Laguna, en la bella casa, que bien puede merecer el
calificativo de palacio, dentro de la arquitectura civil colonial insular, que construyó su padre en la entonces llamada calle del Agua o de las Canales del Agua, que por ella pasaban y hoy titulada de Nava-Grimón, el viernes 9 de junio de 1775; recibió el bautismo en la parroquia de los Remedios, hoy catedral de la diócesis tinerfeña, seis días después, y lo apadrinó su tío paterno, el memorialista don Lope Antonio de la Guerra y Peña.
Su padre, don Fernando de la
Guerra, ocupaba elevada posición en
la sociedad criolla isleña: Coronel del Regimiento de Forasteros desde 1765, uno de los fundadores y primer censor de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Tenerife, primer prior del Real Consulado Marítimo y Terrestre de Canarias y calificado de “instruido hasta la filosofía” por el historiador don José de Viera
y Clavijo…,
Aunque doña Juana del Hoyo, la madre de don Juan
Primo y doña Antonia del Hoyo, su abuela paterna,
pertenecieran a la misma familia, hay que remontarse
a mediados del siglo xvi para hallarles un abuelo común.
Don Fernando de la
Guerra y doña Juana del Hoyo tuvieron tres hijos: doña María de los Remedios, nacida en 1764; doña Teresa, en 1769, y nuestro biografiado don Juan Primo de la Guerra.
Se educó el autor del Diario en el ambiente de
una familia no sólo situada en el más elevado escalón de la sociedad
isleña de su tiempo, sino también destacada por su cultura.
Tanto a su padre como a su tío hemos de incluirlos dentro
de los componentes de nuestra generación de la ilustración.
Su madre poseía una no común cultura, escribía con
fina gracia y soltura —en lo que superaba a su hijo—, mantuvo, como hemos
dicho, una tertulia literaria y asistía asiduamente
a la del sexto marqués de Villa-nueva del Prado, y
Teresa, su hermana, “la más sensible de nosotros”,
preferida tanto de su padre como de don Juan Primo, la acompañaba en las mismas aficiones y, como su tía, tocaba el clave.
La actuación en la vida pública del tercer vizconde de Buen Paso fue sumamente limitada. Cuando tenía veintidós años y Santa Cruz de Tenerife sufrió el ataque de la escuadra inglesa que mandaba el entonces vicealmirante Horacio Nelson, en la noche del 24 al 25 de julio de 1797, el comandante general don Antonio Gutiérrez encomendó a un grupo de unos cuarenta paisanos de La Laguna, mandados por el
marqués de Villanueva del Prado y por don
Juan Primo de la Guerra,
que cubrieran el murallón de la caleta de la Aduana y lugares vecinos.
El vizconde afirma que se hallaba bajo las órdenes del
teniente coronel don Juan Guinther, comandante accidental
del batallón de infantería de Canarias, cuyas
fuerzas estaban destinadas, como principal elemento de choque, a entrar en fuego allí donde alguna línea flaquease. Los ingleses asaltaron, precisamente, el citado murallón de la caleta de la Aduana,
y ante la notoria superioridad de los atacantes, los paisanos
de La Laguna
tuvieron que retirarse, y Buen Paso lo hizo
hacia el castillo de San Cristóbal, para pasar luego a reforzar las tropas situadas en el muelle, formadas por las milicias de Güímar y Garachico, después de
haber retirado un cañón mal situado en la calle de San José.
Don Juan Primo de la
Guerra continuó soltero, y así terminó sus días, fracasado en el amor y en su afán por salir de la isla. El 7 de junio de 1810 escribe: “De toda mi reflexión necesito para acomodarme a una situación en que, sin hallar amigo ni protector, ni quién me oiga, experimento una constante denegación de cuanto intento, al mismo tiempo que me parece que la justicia me asiste.” Acababa entonces de recibir la negativa del comandante general don Ramón de Carvajal para ir a la Península, y más adelante, en las notas del mismo día, añade: «El estado de soltero
en que mi suerte me constituye, lejos de serme repugnante, yo lo tomaría por elección y jamás he pensado en dejarlo...”, y continúa: «en el día en que me sea permitido dignamente salude aquí, me iré a Vizcaya, de donde vinieron mis abuelos (sic), y allí, sin empleo ni destino, ni haber sido atendido, expiraré gustoso,
no habiéndome desamparado el honor ni la inocencia”. Era tal su obsesión por salir de Tenerife, que en abril del mismo año 1810, cuando su madre le ruega que la acompañe a visitar sus haciendas de San Juan de la
Rambla e Icod, escribe: “Me ha instado
para que yo vaya a tener la misma temporada en el campo, la que dice mi madre será por dos meses, pero lo cierto es que desde la conspiración que se suscitó en esta isla en julio de 1808 contra el comandante general, yo no estoy en Tenerife sino porque los superiores me han negado la licencia para salir de aquí, que no me causa placer la comunicación con gentes malignas o indolentes en los puntos que tocan al honor y que, cuando no puedo embarcarme, a lo menos recibo el consuelo en no separarme de la orilla del mar, esperando el momento en que me sea permitido decir el último adiós a mis débiles paisanos.”
Esta actitud, obsesiva, de no querer salir de Santa Cruz, ni aun cuando esta plaza se vio invadida de la epidemia de la fiebre amarilla, le llevaría al sepulcro en el mismo año 1810, sin haber logrado sus deseos.
Don Juan Primo de la Guerra, a los pocos meses
de1 la muerte de su padre, ocurrida el 20 de
diciembre de 1799 —y cada vez con más frecuencia—, pasaba
la mayor parte del año en su hacienda del
Valle de Guerra, cuya vivienda y capilla reedificó; cuidaba de los cultivos y de la plantación de frutales, y el vicecónsul de Francia, Gros, aficionado a la
Botánica, le hacía la crítica de lo rutinario y deficiente
de los cultivos en la isla, al tiempo que se dedicaba a la lectura. Era la vida típica de un doctrinario de la ilustración, de la que lo apartarían primero su pasión por doña Vicenta Cagigal y más tarde los acontecimientos de 1808.
Don Juan Primo de Guerra refiere, en 1810, los alborotos ocurridos en La Orotava
y en Fuerteventura, así como la negativa de la isla
de Gran Canaria de admitir de nuevo en el gobierno de las armas al coronel
Verdugo. Da noticia de la llegada de diversas personas
que huían de la Península
ante el avance de los franceses, y en octubre comienza a
anotar las muertes de amigos y conocidos, entre ellos la
de su compañero de Paso Alto don Pascual de
Castro y de dos hijos del comandante general Carvajal. No piensa al principio que se deba a una epidemia, hasta que el mal se extiende en forma alarmante y produce cientos de víctimas. Pero no se le ocurre abandonar Santa Cruz.
La última anotación de su Diario es del 4 de noviembre de 1810,
y en ella da cuenta de la llegada a Santa Cruz de la
viuda de don Pedro Quiroga, su también compañero de
arresto, y hace constar lo sensible que le era la
pérdida del amigo. Seguramente inmediatamente
después cayó víctima de la terrible epidemia, para dejar de existir el 10 del mismo mes y ser enterrado en el recién inaugurado cementerio de San Rafael y San Roque. En los días inmediatos
morirían también de la fiebre amarilla, entre otros muchos, su gran amigo don Pedro Forstall, el coronel don José Verdugo, el general Armiaga y el travieso papelista Romero de Miranda.
La marquesa de la Villa
de San Andrés, madre del vizconde, hizo colocar una lápida
en su memoria en la casa que había habitado en
Santa Cruz y pintar en un retrato de su hijo la siguiente leyenda: «Retrato de don Juan Primo de la Guerra Ayala y Hoyo, vizconde de Buen Paso, heredero del marquesado de San Andrés. Nació en la ciudad de La
Laguna en 9 de junio de 1774 (sic). Fue individuo de la
Real Sociedad Económica de Amigos del País, donde a la edad de ocho años recitó un elogio del señor rey don Carlos III, con aplauso. Su arreglada conducta, bellas luces, su instrucción, sus modales y caridad recomendaban su persona. Falleció en la plaza de Santa Cruz el 10 de noviembre de 1810, víctima de la epidemia contagiosa, a los treinta y seis años (sic) de edad. No
pudiendo darle otra vez la vida, inmortalizo su memoria con esta inscripción su madre, triste y gemebunda.”
Doña Juana del Hoyo sobrevivió a su hijo cerca de cuatro años; murió en La
Laguna el 22 de septiembre de 1814. De sus dos hermanas, Teresa casó al siguiente año de la muerte del vizconde, el 25 de junio de 1811, con el teniente coronel don José de Monteverde y Molina, el autor de la Relación
circunstanciadade la derrota de Nelson en el
puerto de Santa Cruz, en la que intervino, y murió, sin hijos, en dicha plaza
el 4 de marzo de 1848, y María de los
Remedios contrajo matrimonio, ya sexagenaria, el 20 de enero de 1826, con don
Pascual Moles, ayudante de campo del
general Polo, y dejó de existir a los ochenta y ocho años, en el Puerto
de la Cruz, el 3
de febrero de 1853. Su testamento originó
el más ruidoso pleito que se produjo en Tenerife en el siglo xix.
De los tíos paternos de don Juan Primo, doña María de los Remedios de la Guerra
murió en La Laguna,
soltera, el 10 de abril de 1812, y don Lope Antonio, el autor de
las Memorias, en la misma ciudad, el 6 de agosto de 1823, a los ochenta
y cinco años cumplidos.
Su viuda, doña Antonia Fierro y Massieu, vivió hasta el 30 de marzo de 1835, en que dejó de existir, también en La Laguna y
a la misma edad que su marido16. Tampoco dejaron descendencia.” (Leopoldo de la Rosa Olivera, 1976)
Y así terminó en Canarias la familia criolla de los Guerra, que tuvo su principio en el mercenario invasor de esta isla a comienzos del
siglo xvi Lope Fernández de la Guerra. Proporcionando
destacados hijos y que fueron mecenas del criollo médico y poeta Antonio de
Viana, hacia el 1600, para la composición del poema de la Conquista de
Tenerife, en desagravio de unas
afirmaciones del clérigo dominico e historiador Fray Alonso de Espinosa en las que destacaba los vicios
de los sobrinos y herederos del fundador
de la saga en esta colonia.
La hacienda de los Guerra en Valle de
Guerra
La Casa de los
Carta
Refiriéndose a esta casa, el doctor don Fernando
Gabriel Martín Rodríguez en su obra Arquitectura
doméstica canaria refiere lo siguiente:
“Pertenecía a la hacienda de los Guerra, que fue
adquirida por el poderoso capitán Matías Rodríguez Carta el 14 de febrero de
1726 por compra a Lope Fernández de la Guerra en 180 reales de tributo perpetuo al
mayorazgo de Guerra. La hacienda se componía de una suerte de viña de vidueño y
alguna malvasía, de doce fanegadas y un almud, con su casa y bodega, lagar,
cisterna, casa de mayordomo y de estila”.
Y continúa diciendo que en el testamento de Carta, dado en 1742 (fallecería el año siguiente) declara que dicha hacienda:
Y continúa diciendo que en el testamento de Carta, dado en 1742 (fallecería el año siguiente) declara que dicha hacienda:
“la hemos plantado y reedificado a nuestra costa por
estar toda ella perdida, arruinada y atrasada y asi mesmo hemos hecho las obras
de casas, cisterna, lagar y vodega, y todo lo demás que en ella se halla en lo
que hemos gastado muchos reales”.
Como quiera que los Guerra dieron nombre a este valle
al ser favorecidos en los repartimientos posteriores a la conquista con él, su
hacienda debe ser considerada como primigenia en su poblamiento, y por tanto la
construcción original que ellos levantaron la más antigua del mismo, de la que
ciertamente es heredera parte de la construcción actual, que como veremos
responde a un proceso de sucesivas ampliaciones en el tiempo hasta llegar a la
configuración que hoy vemos y que puede estimarse es la alcanzada en la segunda
mitad del XIX.
El doctor
Martín Rodríguez completa esta información con datos obtenidos del inventario
que, en 1747, cuatro años después del fallecimiento de su padre, hace su
sucesor don Matías Bernardo Rodríguez Carta, en el cual:
“Jacinto Hernández Perera y Juan Pérez Izquierdo,
maestros albañiles, aprecian la casa, bodegas y caballerizas, casa de
mayordomo, despensa, cocina, estila, portadas, piedra del lagar y todo lo
demás, en 7.255 reales. Por su parte, los carpinteros Francisco Melián de
Olivera y Antonio Pérez Chacón la aprecian en 5.993 reales” y en el que se
relaciona de forma pormenorizada el contenido de las distintas dependencias de
la casa: “cuarto, sala, aposento de dormir, alcoba de dormir, corredor,
despensa y bodega”.
A la vista de ello, podemos afirmar que esta Casa de
los Carta, una construcción a la manera tradicional canaria, con paredes de
mampostería encaladas, techos y huecos de carpintería de tea y cubierta de teja
curva, estaba constituida por la crujía norte, es decir la que mira al valle,
del edificio actual. El precioso plano del valle levantado en 1833 por el
prebendado Antonio Pereira Pacheco y Ruiz, confirma esta hipótesis, pues muestra
esta construcción todavía reducida a una sola crujía con dos pequeños apéndices
los extremo noroeste y suroeste.
en
el XIX, cuando quizá ya la casa no era de los Carta. Es entonces cuando se
produce una primera ampliación, en la que se añade el costado de poniente (se
ve claramente que para respetar la esquinería de la construcción inicial
comienza más adentro) con una primera dependencia cuyo uso fue al parecer de
capilla (carece de ventana pero no de ventanal alto) en recuerdo de que en
aquella hacienda, tal como indica en sus memorias Lope Antonio de la Guerra y Peña, en tiempos
de don Matías Bernardo “han asistido Generales y Obispos, con quienes ha tenido
intimidad, y en ella dio Órdenes el Ilmo. Dn. Fray Valentín Morán”.
Fueron los Carta la familia más influyente en Santa Cruz de Tenerife durante el siglo XVIII, tanto por su indiscutible poderío económico, cimentado sobre sus actividades mercantiles y marítimas, cuanto por su proyección en la vida social, tanto civil como religiosa del entonces Puerto y Plaza Fuerte.
El
iniciador de la saga fue don Matías Rodríguez Carta, nacido en 1675, en Santa
Cruz de La Palma, de padres también palmeros (él de la Villa de San Andrés y
ella de la propia capital palmera) que, dedicado al comercio canario-americano,
se casó el 17 de diciembre de 1696, por tanto con sólo 21 años, con la
santacrucera doña Concepción Domínguez Perdomo en Santa Cruz de Tenerife, donde
a partir de ese momento se avecindó. (Sebastián Matías Delgado).
Juan
Primo de la Guerra
deja reflejado en su Diario en enero
de 1802 que la hacienda de Carta había sido embargada: “18,
en el Valle de Guerra.—El miércoles 9 fui por la tarde a La Laguna.
El maestro Juan Antonio me había dado noticia de que el miércoles 2 del presente en
que vine de La Laguna, estuvo a hablarme don Antonio Basilio, comprador de la hacienda de Reguera, quien le dejó a otro
maestro el testimonio de la escritura. Fui a su casa, le hablé del
reconocimiento del tributo y testimonio
de él que debía quedar en mí poder. En orden a atrasados y satisfacción de la
décima, me contestó que tenía
pronto el dinero de ésta y que creía corriente las pagas del tributo y que Reguera le había hecho papel para
su seguridad; pero hay equivocación,
pues aunque después de secuestradas las
haciendas de Carta por el descubierto de la tesorería, se sacó despacho de la Audiencia para que el
administrador (que lo ha sido
don Antonio Angles) pagara el tributo y que efectivamente lo ha pagado en el tiempo del depósito, antes de él se debían algunas pagas que están por satisfacerse.
El 11 de enero, en el Valle.—Ayer por la mañana escribí el pésame al con- de del Palmar. Escribí también el recibo para don Antonio Angles, arreglándome a
la cantidad que él dice, habiendo visto algún papel le que infiero ser la que
pagaba don José Carta antes del embargo de
sus bienes. La hacienda de Carta (a quien antes daba un solo recibo) paga en el día tres tributos con
separación: el primero le 5 por 100 por el terreno vinculado; otro de 150
por la suerte de Pedro de Villarroel (que llaman el Rosario), que entra a dis
frutar Basilio, y el tercero de 385
por la hacienda del Boquerón, que
actualmente gozan por mitad don Diego Reguera y don Luís Fonspertuis.” (J.
Primo de la Guerra, 1976).
La Hacienda de los Guerra-Casa de los Carta en la actualidad
La Casa de Carta, actual sede del Museo de
Antropología de Tenerife perteneciente al Organismo Autónomo de Museos y
Centros del Cabildo Insular, ha sido declarada Bien de Interés Cultual por
considerarse uno de los inmuebles más ejemplares de las grandes haciendas
rurales históricas de Tenerife.
En 1976 el Cabildo Insular de Tenerife adquiere
la antigua hacienda de los Guerras y posterior Casa de Carta, restaurándola
cuyo trabajos de rehabilitación concluyen en 1987. Dedicándola a Museo de
Antropología de Tenerife y está dedicada, por tanto, a la investigación,
conservación y difusión de la cultura popular.
En la actualidad, la Casa de Carta acoge la
exhibición de una selección de objetos y piezas de las colecciones de indumentaria
y textiles, aperos agrícolas tradicionales, cerámica, cestería, instrumentos
musicales y ajuar doméstico del Museo de Antropología.
El
trámite para declararla Bien de Interés Cultural (B.I.C.) se inició en
diciembre de 1984 mediante la resolución de la Dirección General de Cultura del
Gobierno de Canarias. En noviembre de 2003 el Organismo Autónomo de Museos y
Centros del Cabildo Insular de Tenerife emite un informe favorable a este
trámite.
Analizada la propuesta de declaración del inmueble como Bien de Interés Cultural por el Consejo de Patrimonio Histórico de Canarias con fecha de 28 de junio de 2004, se ha resuelto por el decreto de 27 de enero de 2006 ser declarado como tal, en la categoría de Monumento, delimitando su entorno de protección. Dicho perímetro de protección establecido tiene como finalidad la necesidad de prevenir posibles impactos futuros que afecten el entorno del edificio; esto es, sus valores arquitectónicos y la apreciación de éste.
Analizada la propuesta de declaración del inmueble como Bien de Interés Cultural por el Consejo de Patrimonio Histórico de Canarias con fecha de 28 de junio de 2004, se ha resuelto por el decreto de 27 de enero de 2006 ser declarado como tal, en la categoría de Monumento, delimitando su entorno de protección. Dicho perímetro de protección establecido tiene como finalidad la necesidad de prevenir posibles impactos futuros que afecten el entorno del edificio; esto es, sus valores arquitectónicos y la apreciación de éste.
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