na de las siete maravillas del mundo, se veneraba una estatua negra de la Gran Diosa.
La estancia en Tierra Santa fue lo suficientemente larga para que los monjes-guerreros del Temple pudieran conocer a fondo la civilización islámica, que era muy superior en refinamiento y en cultura a la de la tosca Europa feudal. La ósmosis entre miembros de ambas religiones fue constante e incluso algunos caballeros musulmanes pasaron a engrosar las filas de la Orden del Temple, así como los propios templarios profundizaban en el conocimiento del Islam. Es a la vez muy posible que los caballeros entrasen en contacto con sociedades herméticas, hebreas, gnósticas y sufís, absorbiendo lentamente parte de su bagaje cultural y místico. El problema que se encontraron los Templarios en Europa era que el retorno a la antiguo credo de la tierra, la adoración de una deidad pagana, podría traerles graves problemas en el seno de la férrea Iglesia Católica. Esto obligó a los miembros del Temple a ser muy ingeniosos.
Bajo un culto predominantemente masculino, y sabedores de que el culto a la Diosa Madre significaría sin duda una herejía, lo lógico hubiese sido equiparar a esta con la Virgen María, la "Reina del Cielo". Pero en vez de eso, los Caballeros del Temple decidieron inventar la figura de "Nuestra Señora" y camuflar a la Diosa madre bajo la imagen de una "virgen negra", asociando esta imagen a la María Magdalena del cristianismo, a la que curiosamente los evangelios del siglo I y los apócrifos reservan un papel mucho más importante que a la madre de Jesús.
Maria
Gómez Díaz
Febrero
de 2014.
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