EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1821-1830
CAPÍTULO XLIII-VI
Eduardo Pedro García Rodríguez
1826 Noviembre 7.
Aluvión del año de 1826. Reseñado por el beneficiado de la iglesia del
Realejo Alto (Isla de Tenerife) Don Antonio Santiago Barrios.
Jamás los habitantes de la Isla de Tenerife,
después de la conquista, habían visto ni experimentado un suceso tan lastimoso
ni que más deba conservarse en la memoria de los hombres como el sucedido el
año 1826, en la noche del 7 de Noviembre y el día 8, noche y día que debieron
hacer punto fijo, para empezar una nueva época, y en particular para los
habitantes desde la fuente de La Guancha y San Juan de la Rambla hasta el risco
de La Orotava.
Desde el año de 1820 los inviernos habían sido
muy benignos, las aguas pocas y muy serenas, y los veranos no eran sino una
apacible primavera. El año de 1824 hubo mucha seca, de modo que en Abril y Mayo
casi se pierden las sementeras, y por orden del gobernador, del Obispo, que lo
era Don José Martinón, se hicieron en todas las Parroquias de públicas
rogativas para implorar de Dios el rocío que tanto necesitaban los campos, cuyo
beneficio se obtuvo de la divina Providencia en el citado mes de Mayo y hubo
abundantes cosechas de trigo, millo, vino y papas.
El año 1825 empezó el invierno con algún rigor,
hasta estar lloviendo cuatro y cinco días continuos durante la frecuencia de
las aguas hasta Marzo y Abril del año 1826; y de este mes en adelante siguió un
verano hermoso, los días claros y despejados, hasta el 20 de Agosto que cubrió
todos los campos una tan espesa nube que exhalaba mucha humedad y duró siete
días, quedando las hojas de los árboles todas negras y casi podridas, y
enfermedades; luego aclaró el tiempo y siguió haciendo sol y hermosos días
hasta el 28, 29 y 30 de Septiembre en que se puso el tiempo azul y hubo unos
calores violentos.
Desde el 30 de Septiembre en adelante no hubo
tiempo fijo, y cada poco se cargaba mucho la atmósfera, ya unas veces por la
parte del Sur ya otras por las del Norte, y por la noche había muchos
relámpagos; así siguió sin llover hasta el día 14 de Octubre que llovió, pero
poco; luego volvió el tiempo y siguió del mismo modo, poniéndose algunas veces
particularmente en las tardes y en las noches, muy temerosas y se advertía que
la atmósfera a cada paso, se iba empeorando más.
Los días 3 y 4 de Noviembre se experimentaron
unos calores muy molestos, provenidos de un tiempo Sur que por esta parte, ya
por el Norte, se dejaba ver amenazado un terrible viento.
El día 6 fue lunes, amaneció claro, pero el Norte
muy cargado y reinando siempre el Sur; así permaneció el día hasta las once, y
a esta hora se empezaron a ver algunos pies de agua en el mar, y a manera de un
débil rocío el que se fue acercando a tierra por el risco del Ancón y subió por
allí hasta toda la Villa de la Orotava, extendiéndose hasta el pago de Las
Hosas que es de la jurisdicción del Realejo de Arriba; así siguió lo restante
del día, y todos los habitantes de este valle estaban muy contentos
porque los campos necesitaban tanto del agua, creían que ya Dios iba a remediar
esta necesidad; la noche de este día no llovió pero estuvo muy oscura
amenazando siempre un fuerte Sur, y atemorizando a la gente los muchos
relámpagos que se dejaban ver desde el Norte sobre la Isla de La Palma.
Llegó el amanecer del día 7 muy oscura, triste,
lleno de nubes y haciendo algún viento, y al paso que sus horas iban creciendo,
se iban aumentando su oscuridad y presentándose a la vista el terrible castigo
con que la justicia Divina nos amenazaba. A las ocho de la mañana empezó a
llover con mucha benignidad, pero a grados se iba aumentando esta agua y la
oscuridad. A esta hora se empezó a sentir un gran ruido, pero no se sabía
dónde, ni qué causa lo motivaba; unos decían que era del mar y otros que era
viento; pero el que escribe esto hizo todas las diligencias por averiguar su
origen y le parece que no era del mar, porque en sus ráberas no advertía
notable alteración; ni tampoco viento, porque cuando reina este elemento,
siempre en las nubes se nota movimiento, y éstas estaban quietas y parecían que
se caían sobre la tierra, oprimidas de un gran peso; pero que no era otra cosa
sino agua que contenían y es lo que ocasionaba el extraordinario ruido que se
sentía.
Todos estos tan terribles preparativos
siguieron aumentándose más y más hasta las cuatro de la tarde que empezó a
llover con violencia y a hacer viento por la tarde del Sur; por momentos se
reunía la fuerza de estos dos elementos, y a las seis de la tarde ya corrían
los barrancos y con más abundancia el que llaman de "Godínez" y el de
"La Raya". A las ocho de la noche ya había mucho sobresalto en las
gentes, por la violencia del agua y el viento atemorizaba; no se oía sino un
ruido general por todas partes causado por el viento y el agua y los barrancos;
los vecinos, por muy inmediatos que vivieran, aunque gritaban no se oían los
unos a otros, ni aún que pidieran socorro podían favorecerse, pues no se
atrevían ni podían salir de las puertas de sus casas, todos esperando perecer
en la violencia del viento, del agua y bajo las ruinas de sus casas que no
podían sus techos resistir el peso del agua y el viento, no quedó nada que no
sufriera algún estrago.
Este tan violento temporal sin haber la menor
interrupción en su fuerza, siguió hasta la una de la mañana y a esa misma
hora se observó el trastorno más general en la naturaleza; de todas partes
soplaba el viento y atacaba el agua, y por todas partes se veían relámpagos, de
modo que en el aire no se notaba oscuridad alguna, porque parecía que el cielo
estaba ardiendo y sus llamas iban a abrazar la tierra.
En medio de esta fuerte batalla de todos los
tiempos, el norte empezó a dominar e inmediatamente se sintió en medio de tanto
ruido otro más fuerte, y entonces muchas personas creían que el mar venía a
cubrir la tierra. Este ruido subía del mar hacia arriba, y a la una y media
pasó con mucha rapidez por el aire, pero muy cercano a la tierra; este ruido
era ocasionado por la multitud del agua que conducían las nubes cuya violencia
fue a descargar en la cumbre de los montes, conociendo en esto su especialidad
la Misericordia de Dios, que aunque su justicia nos amenazaba con tan justo
castigo, después de ponerle a nuestra vista lo retiró a las desiertas montañas,
para que admirásemos su Omnipotencia y al mismo tiempo su misericordia.
Sucediendo los mayores estragos en las casas, en
los terrenos, en las viviendas racionales e irracionales, se pasó el resto de
la noche cubriendo ésta con su oscuridad hasta una parte del día, pues a las 8
de la mañana del día 8, con escasez se notaba alguna claridad. Las nubes
cubrían la tierra con tanta aproximación que a la distancia de cuatro o cinco
varas no se veían los cuerpos; las aguas seguían con la misma impetuosidad, pero
el viento había cesado un poco.
A las nueve de la mañana, las aguas se
suspendieron pero no del todo, y las nubes se retiraron a los montes por el
espacio de 25 o 30 minutos, y en este corto intervalo algunas personas pudieron
salir de sus casas, creyéndose cada una ser ella sola la que existía, porque
por un juicio prudente juzgaban que todas las demás habían perecido en aquella
terrible noche. ¡Oh cuadro horroroso el que presentaban todo el Valle de la
Orotava y las cordilleras de altas montañas que le rodean! No se oía otra cosa
que el formidable ruido de los barrancos y los tristes lamentos de los que
lloraban, unos por la pérdida de sus hijos, otros por la de sus padres,
hermanos y amigos; y casi todos por la de sus haciendas, casas, animales, etc.;
todas las quebradas de los riscos eran otros tantos barrancos que cada uno de
ellos eran bastante para producir terror. Los barrancos que su nacimiento eran
en la cumbre, eran no barrancos, sino un vasto mar; el denominado de
"Godínez" que es en el Realejo de Arriba y que pasa por el de Abajo,
en los puntos donde no tenía mucha extensión se elevó el agua hasta veinte
varas y donde tenía o podía tenerla, se extendió hasta 200, como sucedió en el
Realejo donde llaman el Puente, que después de haber ocupado todo lo que
siempre había sido barranco se extendió hasta el pie de la calzada; se llevó el
puente y catorce casas y un lagar que por la parte del naciente formaba una
calle, y destrozó mucha hacienda de viña llevándose hasta la tierra; todo este
barranco quedó como una playa de arena, desde el puente del Realejo de Abajo
hasta donde en el Realejo de Arriba llaman las Canales Altas; pero tan llano,
que el que esto escribe y el V. Beneficiado Don Pedro González Acevedo,
subieron montados en sus bestias desde el referido puente hasta el de las
Canales Altas; siendo incalculable el valor de los terrenos que destrozó,
dejándolos para siempre inútiles, como en la hacienda del Marqués de Villanueva
del Prado, donde llaman "El Cuarto", en la hacienda que llaman
"Los Beltranes", así en todas las que lindaban con el nombrado
barranco, de modo que en la entrada de La Lora, donde llama "El Llanito de
la Monja", a la parte del naciente del barranco, había unas hermosas
huertas y de ellas no quedó sino las lajas sobre las que estaba la tierra,
haciendo lo mismo en todos los terrenos que tanto por una parte como por la
otra estaban junto al barranco.
esto, puesto en el paseo de la Parroquia a las
nueve y media de la mañana, vio correr el agua por encima de los riscos que llaman
La Altura y que queda por la plaza de la Parroquia adentro, en la hacienda del
Marqués de Villanueva y que esta misma agua cubría todo el terreno que media
entre donde en el Realejo de Abajo llaman La Calzada, hasta la casa de Marcos
Achar que es por el poniente del referido barranco.
A las diez y media de la mañana del día 8 se
volvieron las aguas a repetir con igual violencia que la noche antecedente,
pero el viento no era tan riguroso, y en la noche del mismo día 8. Amaneció el
día 9 más despejado (Jueves) y las aguas se habían aminorado, sin embargo
los barrancos siempre permanecían en su ser, pero ya la gente podía salir de
sus casas y preguntarse unos a otros si aún existían; entonces se empezaron a
saber las desgracias acaecidas la noche del 7; entonces fue cuando todos
conocieron el peligro a que todos estuvieron expuestos y la misericordia de
Dios que nos conservó en medios de sus iras. Las personas, tantos hombres como
mujeres no respiraban sino ayes tristes, y en los semblantes de todos se
notaba una variación que parecía que la imaginación de todos estaba parada y
sin saber lo que había sucedido, pues todo lo que se decía que había acontecido
parecía incierto e imposible, hasta que pasó y cada uno fue desengañándose por
sus propios ojos.
El día 9 a las diez de la mañana se presentó en casa
del que escribe esto un hombre en camisa y calzoncillos blancos y una gran
lanza en la mano, todo lleno de contusiones, rasguños y heridas, dando parte
cómo en la Ermita del paso de la Cruzanta se hallaban siete cadáveres que
habían perecido la noche del día 7 y pidiendo se les diera sepultura; el
Beneficiado se quedó sorprendido sin poder resolverse a dar disposiciones para
la inhumación de aquellos cuerpos y últimamente les dijo que los trajeran para
la parroquia, a lo que respondió ¡Cómo señor si el camino está intransitable y
yo he venido saltando paredes, barrancos y charcos por la Gañanía! El
Beneficiado contestó: pues como V. Vino voy yo a dar sepultura a esos cuerpos
en la Ermita del aquel pago; el hombre lo resistía pero el Beneficiado insistió
en ir, y últimamente habiendo invitado algunos vecinos que le acompañase, salió
de su casa a las diez y media acompañándole más de veinte hombres; llegó al
barranco al Puente de Abajo, y como ya había desaparecido el Puente y la casa
que en él había en la parte del naciente, este barranco se había hecho tan
profundo y corría por él mucho agua todavía, se detuvo el paso y casi
desesperanzados de poderlo pasar le ocurrió poner una soga o cabo muy fuerte
que hay en esta Parroquia, de una parte a otra del barranco, sostenida por los
dos extremos en dos Morales que había por una parte y otra del barranco, junto
al sitio de Juan Domínguez, y cogiéndose de este cabo, con mucho peligro, pasó
y tras él todos los hombres que le acompañaban; siguieron por el camino que
llaman del Palo de Molina, y siguieron por el camino hasta llegar al barranco
de La Fuente en que se encontraron con el mismo estorbo, pero lo superaron
pasando al Beneficiado sobre los hombros y cogiéndose los hombres unos con
otros por las manos; donde llaman el Cortezano había un terrible charco y lodo
y este no lo podían pasar sino hombres con lanzas y sin zapatos y sus
calzoncillos blancos; unos de los hombres que acompañaba, llamado Pedro Yanes
lo tomó sobre sus hombros y antes de andar dos varas cayó junto con el
Beneficiado, pero la multitud de hombres que le acompañaban y que eran más de
cincuenta se arrojaron al charco y lo sacaron, poniéndolo sobre sus hombros
Antonio Fajardo y ayudándole los demás salieron del charco; llegaron al
barranco del Ciego y allí estuvieron más de una hora sin resolverse a pasarlo,
pero últimamente pudieron pasarlo a beneficio de unas piedras que movieron con
unos palos.
El barranco que llaman del Mocán no le presentó
dificultades porque toda la extensión del terreno que ocupaba el barranco, el
lagar y la casa de doña Rosa viuda de Torres y que el barranco lo había llevado
el 7 a la
noche, formaba una espaciosa playa que aunque estaba cubierta de agua no era
peligrosa el entrarse en ella, pues solo daba el agua un poco más debajo de las
rodillas, y cogidos los hombres de mano ya pasé con facilidad. Al terminar un
llano que hay en el camino por la parte del naciente de la casa y lugar que en
la calzada llaman de Los Pasitos da una vuelta el camino, o hace un codo en la
parte de arriba, había una casita de piedra, barro y teja, ésta la llevó
el agua y un poco más afuera, hacía el naciente a la distancia de la
casita, como diez o doce varas, pasaban las Canales que conducían el agua de la
Gorvorana, y había un gran dornajo donde los vecinos del pago de la Cruzanta
cogían agua, y todo esto desapareció, quedando arrasadas todas las
paredes de aquella propiedad; y un poco más arriba se hizo un barranco que
durará para perpetua memoria. Cuando el Beneficiado y los que le
acompañaban llegaron a este punto, aunque era muy poca el agua la que corría,
el nuevo barranco no se podía de ningún modo pasar por su profundidad, y fue
preciso bajar a la hacienda de la Gañanía donde este barranco había hecho una
playa y por allí se pasó.
Al llegar a la Cruz de la Piñera, el Beneficiado
y los que le acompañaban se quedaron extáticos al ver otro nuevo barranco que
se había hecho un poco más al naciente de la Cruz de la Piñera, donde antes del
día 7 había un hermoso llano y el camino seguía igual al piso donde está la
Cruz de la Piñera. Para poder pasar este nuevo barranco el Beneficiado y los
que le acompañaban tuvieron que subir un largo trecho del camino para arriba.
Por fin, a las tres y media de la tarde llegaron
a la Ermita de la Cruzanta todos mojados y estropeados y poseídos de terror y
espanto al ver cómo el camino del pueblo de aquel pago no se conocía, pues
habiendo antes del día 7 en su tránsito, solo tres barrancos, se encontraron con
cinco, todos intransitables. Pero, ¿cómo podré explicar y hacer ver la trágica
escena que se representaba en aquella Ermita? ; ¡Oh momento pavoroso y que
jamás se me presentará a la imaginación que no me haga estremecer! La Ermita
estaba llena de personas de uno y otro sexo: la Virgen descubierta, con dos
velas y en medio de aquel tumulto, siete cadáveres destrozados, que solo el
mirarlos causaban horror, y entre estos una mujer como de unos 25 años con un
hijo suyo apretado entre sus brazos, el que no pudo arrancar la violencia e
impetuosidad de las aguas ni el gran golpe que la madre tenía en la cabeza,
pues solo le quedaba la cara; todas las personas que contenía la Ermita estaban
llorando y rezando a la Virgen, y al entrar el Beneficiado se repitieron con
tanto esfuerzo los suspiros y los sollozos que ni yo puedo expresar los tristes
movimientos que experimentara mi corazón ni se puede dar una idea de lo que
allí se pasaba; unos se pedían mutuamente perdón: los padres abrazaban a sus
hijos y estos a los padres: los hermanos a los hermanos: los amigos a los
amigos, y todos acudieron al Beneficiado; unos a abrazarlo, otros a besarle la
mano y otros exclamaban con voz lánguida y decaída: gracias a Dios que le hemos
vuelto a ver. En fin, después que el Beneficiado los consoló y les hizo una
plática de más de veinte minutos, él mismo, para animarlos, tomó la azada y
empezó a cavar la tierra para dar sepultura a aquellos cadáveres, lo que se
verificó en medios de los llantos y amargas lágrimas de todos los concurrentes,
terminándose a las cinco y media en que el Beneficiado y los que le acompañara
retornaron para el pueblo, sufriendo en el camino mil ocurrencias dignas de
escribirse, las que se omiten por no ser prólogo en esta narración.
El día 11, Sábado, a las siete de la mañana
recibió el Alcalde de este pueblo, que lo era don Agustín Chávez y Cruz, un
oficio del Alcalde del Puerto de la Orotava participándole cómo en la marina
Playa de esta jurisdicción había algunos cadáveres arrojados por el mar, y que
era necesario darle con prontitud sepultura; el Alcalde se presentó al Párroco
con objeto de determinar dónde se debían enterrar aquellos cuerpos, porque ya
no se podían traer a la Iglesia por estar corrompidos, el Beneficiado resolvió
ir con el Alcalde y demás personas que concurrieron a las playas, y viendo el
estado en que se hallaban los cuerpos, resolver el lugar de inhumación, y a las
seis de la misma mañana, salió el Alcalde con algunos vecinos que había
convocado, el Beneficiado, el Sacristán y el Presbítero Don Pedro Corvo, y se
dirigieron al punto donde llaman Gordejuela, pero aquí no se encontró ningún
cadáver de gente, pero si de algunos animales; luego prosiguieron por los
"Llanos de Méndez", y ya se habían reunido más de doscientas personas,
entre hombres y mujeres y muchachos y llegaron a la playa del Burgado; la
bajada a este punto no es muy cómoda y así solo bajó el Beneficiado Don Cándido
Cruz y algunas otras personas, y el demás concurso se dirigió por encima a otra
parte de la playa por el naciente; pero ¿cómo podrá el que escribe esto
manifestar lo que en esta playa vio? A todas partes que se volvían los ojos no
se veían sino objetos horrorosos: cuerpos de racionales, de animales, bueyes,
burros, cochinos, ovejas, cabras, perros, gatos y hasta peces, todos
confundidos y mezclados unos con otros, todos destrozados. Al primer paso que
dimos en la playa nos encontramos con el cadáver de una mujer desnuda como si
la hubieran desollado; según se dejaba ver era de una joven como de veinte y
cinco a treinta años, con la barriga muy grande y todos los concurrentes
opinaron que estaba embarazada, y ninguno pudo conocerla; entonces se bendijo
el terreno suficiente en una cueva que a la bajada y cerca de la playa hay a
mano de arriba y allí se le dio sepultura. Un poco más allá estaban en medio
del buey y tres cabras, dos cadáveres, una de mujer a quien faltaba una pierna
y algunos de los concurrentes afirmaban que era Cecilia González de Chávez
mujer de Felipe Valladares, y el otro de un hombre de una estatura grandes, y
los concurrentes decían que era F. José del Realejo de Abajo, pero como estaban
tan desfigurados, yo no pude afirmar de cierto quiénes serían. Éstos se sacaron
por la parte del naciente de la playa y se enterraron en un llano que está por
encima de las canales que conducen el agua del Burgao. De esta playa se sacaron
algunos otros cuerpos que se enterraron en la Punta de la Brava, y otros que se
llevaron al Camposanto del Puerto, en esta Punta hay dos peñas de figura de
rapadura y para llegar a ella, antes del día siete de Noviembre era necesario
ir nadando, pero el mar se retiró y Don Cándido Cruz y yo estuvimos en el pie
de estas peñas sin mojarnos aún la suela de los zapatos.
En la Punta que llaman Brava, debajo de una peña,
a donde alcanzaba muy poco las olas del mar, advertimos que había una cosa que
cuando las olas entraban blanqueaba, bajamos allí, y encontramos el cadáver de
una joven como de veinte años y que estaba dentro del agua, muy poco se había
desfigurado; a ésta le faltaba un pedazo de cabeza y una pantorrilla; pero
entre todos los cadáveres que se enterraron en este día, éste fue el que más
movió a compasión, porque es necesario confesar que la tal joven era hermosa,
tenía un gran cabello y éste haciendo hondas entre las aguas, le cubría los
pechos; la llevamos sobre las peñas y la cubrimos con musgo del mar entre tanto
se hizo el hoyo para enterrarla. Esta joven dicen que era hija de un hombre
titulado Bustamante que en el pago de la Cruzanta estuvo de maestro de primeras
letras.
Llegamos, en fin, al barranco de la haya, y allí
nos encontramos con el cuadro más horroroso, porque se puede afirmar que había
casi tantos cuerpos muertos como callados; entre ellos había cuerpos de gente,
de bueyes, burros, cochinos, cabras, ovejas, perros, caballos, etc. Madera que
había sido de casas, fragmentos de un gran barco extranjero que en aquellas
inmediaciones había naufragado la noche del aluvión; mucha leña de retama,
pedazos de cajas y de sillas; en fin, a donde quiera que se volvía la vista, no
se miraban sino objetos tristes y recordadores de los estragos causados por el
aluvión. En este día se enterraron cuarenta y dos cadáveres de racionales entre
hombres y mujeres; esto es, contando con los que se llevaron al Camposanto del
Puerto de la Orotava y los que se enterraron en las inmediaciones del mar.
Toda esta marina, desde el Burgao hasta el
referido barranco de la Raya, estaba cubierta de maderas de casas y de los
montes con tanta abundancia, que en algunos puntos formaban unos montones
mayores y más altos que una gran casa, y este trabajo nos cogió la noche y nos
retiramos a nuestras casas sin haber tomado en todo el día otro alimento que un
poco de gofio y vino que por casualidad llevó a mandó a buscar a su casa
Antonio López, vecino de este lugar.
El día doce, domingo, amaneció el día claro, pero
a las diez y media se oscureció cuando menos se pensaba; empezó a llover
con más violencia que la noche del aluvión, pero Dios suspendió muy pronto este
nuevo castigo, y solo duró diez minutos, no dejando de hacer algunos nuevos
estragos a pesar de ser tan pocos momentos, y en especial en el pago de La
Perdoma fue más fuerte.
El día trece, lunes, tuvo el Alcalde de este
pueblo noticias cómo el mar había arrojado algunos cuerpos en la marina de esta
jurisdicción, y se determinó ir a darles sepultura; pero esto convocó algunos
vecinos y yo fui con ellos, y solo se encontraron cuatro, pero en un estado que
solo su vista horrorizaba a cuantos los miraban, pues los hombres que iban con
azadas dispuestos a enterrarlos no los podían tocar con las manos y se valían
de unas tablas que allí se encontraban con frecuencia, y con un palo los ponían
sobre las tablas y así los llevaban al punto donde se abrió el hoyo para
enterrarlos. Por la parte del naciente de la punta de la Brava se veía menear,
por las olas del mar, un cuerpo, pero siempre permanecía en aquel mismo sitio;
llegaron los hombres a él y encontraron que tenía un pie entre dos piedras, y
para poder sacarlo fue necesario romper la piedra y era una mujer.
ESTRAGOS OCURRIDOS LA NOCHE DEL ALUVIÓN
EN EL LUGAR DEL REALEJO DE ABAJO
En este lugar había un puente de fábrica regular
de piedra y cal, y formaba su piso unas vigas de tea muy fuerte, y sus
parapetos muy decentes; a la puerta del naciente, por la parte de arriba,
adornaba la calle, hasta los parapetos del puente, un muro hecho con bastante
gusto, y a la parte de abajo había tres casas de alto y bajo, y por este mismo
lado, hacia abajo del barranco, había una calle que tenía cuatro casas, y la
última de abajo era la carnicería, y un poco más abajo estaba la casa de los
Beltranes de alto y bajo, con un gran lagar por la parte del poniente del
puente; al lado de arriba había otra casa terrera grande que llegaba casi al
puente; y todas estas nueve casas y el puente perecieron la noche del aluvión
del siete a ocho de Noviembre, pereciendo igualmente con ellas catorce
personas. En este pueblo y jurisdicción no aconteció ningún otro hecho digno de
escribirse.
ESTRAGOS OCURRIDOS EN EL LUGAR DE SAN JUAN DE LA RAMBLA
Este pueblo fue uno de los que más sufrieron en
el aluvión de la noche del siete a ocho de Noviembre. Antes de esta desgraciada
noche era este pueblo, aunque pequeño, muy hermoso, y sus habitantes se habían
esmerado en su aseo y presentaba un golpe de vista muy agradable; tenía un
puente regular a la entrada de la plaza de la parroquia, por la parte del
naciente de ésta; sus calles estaban muy bien empedradas, y todo él. El aspecto
público estaba con el mayor aseo; más, la noche del aluvión quedó todo arrasado
como así su Ayuntamiento; lo dice un acta extendida el día treinta de Noviembre
de 1826.
Además de lo referido en el acta de aquel Ilustre
Ayuntamiento que tuvo cuidado de dejar escrito en su archivo lo sucedido en
aquel pueblo en la noche triste y aciaga del siete de Noviembre, en el pago de
Santa Catalina, donde el día 25 de Noviembre aquellos vecinos celebraban con
mucho aparato y regocijo a la virgen y Mártir Santa Catalina. Esta Ermita
estaba muy aseada; la imagen de la Santa era nueva y de mucho gusto y su plaza
la cubría un hermoso parral, y la noche del 7 de Noviembre, un nuevo barranco
que se formó por la parte de arriba o un brazo del barranco ni mediado que se
desprendió de éste y que con mucha violencia bajó por aquellos riscos se la
llevó de cimientos, no quedando ni un débil vestigio de ella, y solo se
adivinaba dónde estuvo por un pedacito muy corto del parapeto que dividía la
plaza del camino y que las aguas dejaron por la parte de arriba de la plaza.
Aquí creo que se llevó la bodega del Sr. Del Valle.
Fue copiado con fecha seis de Mayo del mil
novecientos cuarenta y cuatro, en el Juzgado municipal del Realejo Alto, por
los primos José Hernández Rodríguez y Agustín Hernández (Leopoldo
Álvarez, 1944)
1827. Fue apresado, el "Santísima Trinidad" que, capitaneado por José Ojeda, había salido el 20 de
octubre de Santa Cruz de Tenerife con un importante cargamento. Al remontar la
punta de Anaga fue rendido por un bergantín americano con 10 piezas de
cañón. Ambas naves se dirigieron a la Meta, en Gran Canaria, donde
el capitán isleño fue liberado con
la exigencia de un rescate de quince mil reales de vellón a entregar en el Sur
de la isla. Ojeda no obtuvo apoyo de las autoridades de Las Palmas para recuperar el buque y, el 30 de
octubre, apareció éste saqueado en el
lugar previsto.
También
recoge Millares Cantero el caso de un bergantín de bandera argentina
que, en julio de 1828, saqueó un barco francés y otro inglés en nuestros
mares, llegando sus tripulantes a Lanzarote en sendas lanchas.
1827.
Ya existía en el Puerto de Arrecife
(Lanzarote), una escuela de matemáticas dirigida por D". Casimiro Matenitos, náutico de conocimientos, natural de
Canarias: dos médicos, aunque el uno de ellos inglés, carece de Diploma.
Una botica establecida por un hijo del mismo Arrecife en 1827: Una mediana
fonda: un ebanista, y otras cosas que constituyen la conveniencia y policía de un pueblo. Finalmente, aquí se ha
seguido la pista a lo poco bueno, cómodo y agradable que en otros puntos de las
islas se ha ido estableciendo y aprendiendo. (J. Álvarez Rixo, 1982:118)
1827. El comercio de
La Habana (Cuba) sometió al gobierno de la Metrópoli un proyecto de envío
regular de la correspondencia por barco, que fue aceptado. A partir de entonces
se estableció una línea regular de buques que salían con el correo de España a La Habana y Puerto Rico,
zarpando en invierno y primavera de Cádiz y en verano de La Coruña; en su viaje se
detenían en Añazu n Chinech (Santa Cruz de Tenerife), en la colonia
noerteafricana de Canarias tanto a la ida como a la vuelta, dejando y
recogiendo la valija de la correspondencia.
CANARIAS
EN 1824-1827: ¿CONSPIRACIÓN PARA LA INDEPENDENCIA?
1827. Marzo
11. Llegaba a Santa Cruz de Tenerife el VII Regimiento ligero de Infantería
denominado de Albuela" siendo notable el que tal era la idea que la tropa y oficiales tenían concebida de esta
expedición, que desembarcaron completentemente municionados, y en la creencia de que habían de conquistar un país, que
estaba en la más perfecta paz y
tranquilidad".
Era
la primera vez, según Alejandro Cioranescu, que venían tropas a Canarias para
preservar el orden público. "La verdad es que hubo rebelión, pero nació,
se desarrolló y murió sofocada en el seno del mismo Regimiento que hubiera debido evitar los disturbios". Pero, lo
cierto es que, en los cenáculos
próximos a la Corte, también circularon rumores acerca de posibles
confabulaciones independentistas en Canarias.
Así,
por ejemplo, en dos órdenes reservadas del 30 de septiembre y del
9 de octubre de 1827, el Secretario de Estado y del Despacho de la Guerra
transmitió al nuevo Capitán General de Canarias, Francisco Tornas Morales,
sendos informes datados en Londres y remitidos por el Conde de Ofalia
y el de la Alcudia, representantes diplomáticos, desde la capital inglesa.
Ambos partes tenían que ver con un incidente: la deserción a Portugal
de todo un destacamento del citado Regimiento de Albuera, que estaba de
guarnición en La Gomera, incidente que trascendió a la prensa inglesa.
Según ésta —en palabras de Ofalia—, los sentimientos de lealtad prevalecían,
no obstante, en Canarias, pues de lo contrario los rebeldes, en lugar
de trasladarse a Portugal, "hubieran procurado permanecer allí y aumentar
su partido".
Sin
embargo, añadía el representante diplomático:
"Como aquellas Islas forman un establecimiento tan interesante
para la
España, no tanto por lo que son en sí mismas, cuanto con relación a la conservación de las Islas de Cuba y Puerto Rico, y
para los negocios de toda la América en general, no debe dudarse que las
mismas intrigas y ocultos manejos que han
influido para desviar al Continente de América de la obediencia de S.M. y las mismas maquinaciones que en
diferentes ocasiones se han empleado contra la Isla de Cuba, se
emplearán también respecto a las Islas Canarias".
Por
su parte, el Conde de la Alcudia, que basaba su información en noticias
aportadas por el bergantín "Mary", procedente de Canarias, señalaba
que las Islas se encontraban en "muy mala disposición en cuanto al
espíritu público de sus habitantes en general, y que los revolucionarios que
trabajan con infernal ahinco en su seno y desgraciadamente con cierto fruto,
de acuerdo con los de otros puntos, tienen todo tan bien preparado que el día
que lo crean oportuno, y quizá antes de ser prevenidos, proclamarán
la independencia de dichas Islas, estableciendo la forma de Gobierno
que convenga a los intereses de los maléficos regeneradores del día, y a los
planes desorganizadores de orgullosos sectarios".
Ofalia, por otro lado, sabía que uno de los agentes de esta supuesta trama
insurreccional era Diego Barry, "vecino de Orotava y comerciante quebrado
en Tenerife y en general tenido por persona de mala conducta", quien
estaba en contacto con "varios intrigantes y aventureros en Inglaterra con
el objeto de sublevar las Islas Canarias", por lo que convenía mantenerle alejado del
Archipiélago.
En realidad, las intrigas de Diego Barry ya eran conocidas por el Gobierno
español, pues, el 23 de noviembre de 1824, el encargado de negocios
en Londres, acusó recibo a un oficio en el que se le advertía que estuviera
atento a las maniobras de Barry, dado que "ha concebido en esta capital el
designio de sublevar dichas Islas en unión con Lord Nugent, no debiendo
ejecutarse dicho proyecto hasta que el Gabinete Británico haya reconocido
la independencia de Colombia, bajo cuya protección se hubieran puesto los
revoltosos de Canarias, o bien hasta tiempo más oportuno" -''.
A petición de Madrid, el Capitán General Morales elaboró un largo
informe, en el que consideraba totalmente infundados los recelos sobre la lealtad
isleña:
''Desengáñese
V.E.: En Canarias ni las revoluciones políticas de los pueblos de la Península, ni la
influencia de los rebeldes de las Américas, ni las doctrinas subversivas del
orden social; nada es capaz de alterar la fidelidad de sus habitantes.
Su situación
topográfica, su pobreza misma, esa imposibilidad
física y moral de poder sostener interior o exteriormente cualesquiera movimientos de revolución ¿dejarían de
ser constantemente poderosos obstáculos para las tentativas de los
innovadores".
No
obstante, es posible que algún país, como la poderosa Inglaterra, estuviera
especialmente interesado en modificar a su favor el estatu quo internacional,
o, al menos, así lo creía el Embajador de Estados Unidos en Madrid,
cuando, en oficio "muy reservado" del 10 de diciembre de 1827, comunicó
al Secretario de Estado español los manejos del Ministerio Británico,
en connivencia con los refugiados españoles en Londres, "para efectuar una
revolución en la isla de Cuba y las Canarias, operación que está
progresando a su ejecución".
La
nota diplomática resaltaba, además, el contraste de esta actitud con
la política practicada por los Estados Unidos con respecto a España, y
subrayaba que el objetivo principal del proyecto británico era el de "poner
las islas mencionadas bajo la protección de aquella Potencia, pero que se
adoptará la forma de una declaración de independencia para no despertar
los celos de los Estados Unidos". Unos Estados Unidos que, desde luego, no
estaban dispuestos a inhibirse, "puesto que para con ellos es un principio
establecido
que la isla de Cuba no deberá, en ningún caso ni bajo ningún pretexto, pasar a
la posesión ni bajo la protección de otra alguna Potencia Europea que no sea la España". Y, en este
sentido, el Embajador indicaba que
los norteamericanos estaban "muy dispuestos a emplear todo su influjo, según la necesidad de la ocasión, en la forma
más análoga a los deseos e intereses
de S.M. Católica". Es más:
"El Gobierno de
los Estados Unidos juzga que en el actual estado crítico de los intereses coloniales de España, una mutua y entera
coinunjtca-cióii confidencial de
opiniones e intenciones entre las dos Potencias con respecto a estas Islas y
todo lo que tiene relación con la América en general será sumamente ventajosa para entrambas".
Madrid
no echó en saco roto la nota diplomática y, al menos, se ordenó
que tres ministros elaboraran un dictamen sobre el asunto. Uno de ellos fue el de
Hacienda. Quizá, ciertamente, los Estados Unidos evitaron que Cuba y Canarias se sumaran al trance
insurreccional, bajo los auspicios británicos.
Algo que, desde luego, hubiera sido perjudicial y contradictorio con el contenido de la doctrina Monroe, esbozada
-precisamente- en estos años
cruciales.
Además,
a principios de 1828, los comisarios españoles de reclamaciones que negociaban
en la capital británica, recibieron órdenes rotundas de rechazar la insinuación
de uno de sus colegas británicos que, como un globo sonda, planteó la
posibilidad de ofrecer como garantía "una de las islas Canarias para el pago de las reclamaciones", tal como
afirmaba, en un parte reservado, el conde de Ofalia. En su comunicación a
González Salmón manifestaba,
también, este diplomático: "Por
lo demás parece cierto que cuando en el año de 1826 se empezó a agriar la
cuestión sobre el punto de reclamaciones, concibió Mr. Canning alguna idea de
esta especie, y aun he oído referir que dijo entonces que él buscaría medio
seguro de hacerse pagar aludiendo tal vez a este designio.
En
el día no parece que hay motivo de recelar semejantes procedimientos, así
por que la cuestión de reclamaciones ha tomado un rumbo más regular y
conforme a justicia, como porque el actual Ministerio debe inspirar alguna más
confianza que el de Mr. Canning.
Sin
embargo, nunca debemos perder de vista que las Canarias son uno de
los puntos de la Monarquía que nos conviene mirar con más atención y de
los que están más expuestos a ser el blanco de intrigas y maquinaciones; pues
además de la importancia de su situación y de su valor intrínseco, los insurgentes
de América las consideran como una de las escalas o situaciones de
donde puede partir el Gobierno Español para hostilizarlos, y los revolucionarios
de 1820 tampoco omitirían si pudiesen los medios de intriga y seducción para
producir allí un trastorno, que creerían fecundo en consecuencias.
Como
quiera que sea, siempre será del mayor interés para nosotros que
las Autoridades civiles, Militares y Eclesiásticas de aquellas Islas, y la tropa
que las guarnezca, sean de la mayor confianza; y que el gobierno y administración
de ellas se ejerza con firmeza y prudencia en términos de no consentir
excesos ni mostrar debilidad, ni dar motivo alguno de disgusto a aquellos
naturales; teniendo al mismo tiempo una prudente vigilancia sobre la
conducta de los aventureros Españoles o extranjeros que de aquí o de la América
Española puedan trasladarse a aquel país con designios siniestros". (Manuel
de Paz-Sánchez, 1994).
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