miércoles, 29 de enero de 2014

MANUEL GONZÁLEZ MENDEZ







1843. Nace en Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) Manuel González Méndez. Es el único artista canario que ha sido condecorado con la Legión de Honor de la República de Francia. Distinción que obtuvo por la proyección de su obra en el país galo, al que emigró en 1870 para integrarse en los círculos académicos más próximos al oficialismo. Con anterioridad había mostrado su arte en la Exposición Universal de París (1875), en la galería George Petit (1896) y obtenido otros méritos que le consolidaban como una figura del arte pompier. Sus comienzos los encontramos en la Academia  de Bellas Artes, estudiando óleo con Valentín Sanz y composición con Filiberto Lallier. Regresó a Canarias en 1900 con la intención de obtener una plaza docente en la Academia tinerfeña, donde pasó nueve años pintando y enseñando a pintar. En 1909, añorando el bullicio parisino, desoye los consejos médicos que velaban por su salud y prepara un viaje a Francia; en la travesía empeora su dolencia y muere solitario en Barcelona en 1909 donde le dieron sepultura en una fosa común. Pintor acuarelista, al óleo y muralista, dignificó durante décadas la pintura canaria, dado su enorme dominio de una técnica que representaba como el mejor a la pintura decimonónica.
“El que llegaría a ser considerado como el pintor más representativo y destacado de Canarias en el siglo XIX nació en Santa Cruz de La Palma el 3 de febrero del año 1843. Fue hijo de María Méndez Espinosa y del artesano Santiago González. Su padre era un ebanista muy conocido en la ciudad por su seriedad y por su habilidad en el oficio. Con su modesta y numerosa familia vivía en la Calle de la Virgen de La Luz (hoy con el número 14), en el histórico Barrio de San Telmo. Manuel José de Santa Apolonia González Méndez tuvo nueve hermanos: Bernabé, Juan, Fulgencia, Santiago, José, Isidro, Sofía y Vicente.
Siendo aún pequeño, estudia en la Escuela Lancasteriana y en la Escuela de Dibujo fundada en 1840 por Blas de Ossabarry. Su padre muere cuando Manuel tiene trece años y tiene que ayudar a su madre y a sus hermanos en diversos trabajos, como carpintero, encuadernador... Aunque su salud era débil desde que se le diagnosticara una bronquitis crónica, su capacidad para aprender no conocía límites. Ortega Abraham escribió que, en su ciudad natal “brilló con luz propia en los ambientes literarios y fue reconocido pronto y bien por todos sus coetáneos”.
En su juventud también cultivó otras manifestaciones artísticas, como la música y la escultura. Gracias a su buen oído y buena voz pudo lograr plaza en el prestigioso y selecto coro de la Parroquia del Salvador. El incansable artista liberal se esforzó y consiguió hacer todos y cada uno de los encargos que se le iban acumulando. Así, realizó para los dramaturgos locales una serie de escenografías que alcanzaron buena crítica, o numerosos retratos de amigos y familiares que perpetuarían rostros y momentos. Sin embargo, se comenzaba a sentir algo agobiado porque La Palma no colmaba todas sus expectativas. Para alimentar su infinita ambición y ansia de conocimiento, necesitaba salir a conocer el mundo que existía fuera de su amada Isla. Por este motivo, no quiso desperdiciar la oportunidad de ir a visitar a su hermano Juan que ya residía en La Orotava.
 En Tenerife conocería a varios músicos, políticos e intelectuales. Una de las grandes amistades conseguidas en aquella etapa fue la del pintor Felipe Machado. Méndez estudia en La Laguna durante el curso 1859-1860 y se inscribe en el coro de la Catedral. Son frecuentes sus viajes a La Palma, sobre todo para encontrarse con su familia y amigos y a descansar de su enfermedad crónica mientras se distraía pintando retratos familiares y leyendo.
Si bien comenzó su trayectoria artística en La Palma, su formación verdadera la realizaría en la Academia Provincial de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife en el año 1868. En la capital provincial, como ocurriese en su tierra natal, pronto fue reconocido como un artista especial y logró gran prestigio. Se matriculó en todas las disciplinas que se impartían en dicha academia: dibujo lineal, figura, adorno, aritmética y geometría básica para “dibujantes, aplicación a las artes, fabricación, modelado y vaciado”. Fue un alumno aventajado y sus maestros alababan su buen quehacer. Después del año 1869, con la libertad de enseñanza, la institución de Bellas Artes comienza su declive debido al escaso patrocinio municipal. Esta circunstancia, unida a otras, hizo que el polifacético palmero se decidiera por lanzarse a la aventura de Europa.
Con 27 años y ya en Madrid, se relaciona con políticos liberales, artistas consumados, maestros, ingenieros, críticos... Se deleitaba en Museo del Prado, que visitó por primera vez en 1870. En todos los museos que visitaba se preocupaba del tratamiento de la luz y aprendía observando con detalle las obras de los grandes maestros. Los amplios salones llenos de tesoros pictóricos eran recorridos una y otra vez por Méndez y su gran amigo Maffiotte.
 Sentía gran tristeza porque en España no había conseguido la oportunidad que ansiaba. Por ello había viajado a Francia, país que “le da de comer, techo, escuela, trabajo y fama”. Sus comienzos en París habían sido muy difíciles. Antes de que llegase el momento de consagración como artista, para subsistir tuvo incluso que pintar abanicos, tarjetas postales, álbumes, bocetos... Esculpió figuras en mármol y madera, aderezó muebles, etcétera. La guerra de Prusia con Francia hizo que la situación económica se volviese desesperada. Pasó verdaderas calamidades y sintió hambre e inseguridad.
Asistió a la Escuela de Artes Decorativas, donde fue galardonado por una de sus obras en el año 1872. Se trataba de un bajorrelieve “con figuras de guerreros y odaliscas orientales”. Tres años más tarde, sus primeros y alabados cuadros serían expuestos en la capital francesa, coincidiendo con la Exposición Universal. Gracias a su primer maestro Amado Millet conoció el arte parisino y lo relacionó con sus valiosos contactos.
El crítico Juan Maffiote había dicho que, “en cuanto a su escultura, las mejores disposiciones de Méndez son sin duda para este arte y lo prueba el que gracias a su consejo, aparecerá en uno de los mejores monumentos del mundo, una composición escultural distinta de la que había concebido el artista encargado de ejecutarla, e indiscutiblemente más bella y apropiada”. Se refería a la gigantesca estatua de Vereingtowix, realizada por Amado Millet, el mencionado maestro de Méndez, en el año 1865.
Tras su paso por esa prestigiosa entidad, continuó en la Escuela de Bellas Artes, donde el maestro Juan León Jérôme (aparece escrito también Gérome) le ayudaría a perfeccionar la técnica pictórica. Este prestigioso artista, muerto en 1904, lo había puesto en contacto con el gran maestro Delaroche y lo había convencido para que se inscribiera en la Academia. Poco a poco su economía va mejorando y, gracias a los encargos, puede montar un amplio estudio. Con sus ahorros logra volver a Canarias en 1874. En su tierra estudia los paisajes y hace esbozos de los diversos tipos y personajes, como el pobre pescador de Güimar, conocido como Juan Chichí. En La Palma acude a fiestas y saraos. Quiere recuperar el tiempo perdido fuera del terruño amado. De esta etapa es el magnífico cuadro La Romería de Santa Lucía, “su cuadro más representativo del costumbrismo canario”. En la actualidad está colgado en el salón noble de las Casas Consistoriales de Santa Cruz de La Palma.
De regreso a Francia, fue premiado en la Exposiciones Universal de París de 1875 (así como también en las de 1889 y 1900). Entre finales de 1875 y principios del año siguiente, recorre España desde Madrid a Andalucía, pasando por Toledo. En la Península toma nota en sus omnipresentes cuadernos acerca de todo lo que ve y le gusta, como rasgos de personas, su anatomía, detalles de arquitectura, paisajes, etcétera.
Vuelve a Francia y en 1878 logra ser admitido como expositor en el célebre Salón de París. Su prestigio va en aumento. Su obra titulada Pescador de Güimar -cuyo modelo era Juan Chichí- fue incluida pese a su condición de extranjero en el catálogo del Salón de Pintores Franceses. “Éste fue el espaldarazo definitivo. La crítica se vuelca en elogios y el palmero siente que ha sonado su hora”. En 1880, el mismo salón es un expositor de gala para su retrato de Juan Real. El año siguiente, tras su regreso de Canarias, expone en la misma sala otra de sus obras, Retrato de Señorita. El crítico más exigente de la época, Charles Dignet, elogia al palmero: “este retrato encantador me ha chocado por la tonalidad general y armónica. Las carnes son transparentes y su color es verdadero...”
 Tras una larga estancia en la Península de unos cinco años (entre 1883 y 1888), regresa a París. Durante su visita española se nutre de muchos modelos de tipos humanos y arquitectónicos. Se cree que el desencanto que sufrió por no ver galardonado su trabajo en su propio país, fue lo que motivó su retorno a Francia. Sus biógrafos lo recuerdan como una persona obstinada y de duro carácter. Su incapacidad de “mendigar la presencia en las exposiciones y su exclusión injusta de los catálogos le afirma en la decisión de no presentarse jamás a un certamen”.
Hubo muchos rumores en torno a los amoríos del maestro con algunas doncellas y modelos. Se habló de Charlotte Gérome, hija de su maestro; o con una misteriosa muchacha francesa con la que se había carteado. ¿Tal vez se tratara de la misma persona? Se dice que ésta pudiera ser aquella viuda que, tras la Primera Guerra Mundial, visitó Tenerife tratando de encontrar inútilmente la tumba de González Méndez, su verdadero amor prohibido.
Sus constantes y cortos viajes entre Francia y España fueron motivados, en gran medida, por la búsqueda de mejor clima debido a la precariedad de su salud. Era persistente su idea de asentarse en Tenerife donde quería instalar casa y estudio. Sin embargo, no quería desechar su taller parisino. Su economía no era boyante y no podía afrontar con éxito tal aventura. Sí continuó visitando Madrid y Barcelona, donde se relacionó con numerosos artistas, sobre todo pintores españoles, algunos de los cuales ya conocían la obra del maestro palmero en París. Méndez trabaja como agente de ventas en manufacturas isleñas, con productos como mantillas, bordados, calados, estambre y algodón. Una época en la que intimaría con su amigo, el orotavense Felipe Machado. En Güimar logra un merecido descanso donde su hermano Santiago era el administrador del notable patrimonio familiar de su esposa.
 Uno de sus cuadros más destacados fue El Consejo del Viejo Profesor (1882), un óleo sobre lienzo (66 x 50,8 cm) vendido en subasta en la casa Sotheby’s de Nueva York el 25 de abril de 2006. Esta magnífica obra fue incluida en el Album de chefs d’oeuvres de l’école moderne, selecta publicación especializada en obras maestras de la escuela moderna donde sólo aparecían las más prestigiosas piezas de arte avaladas por la crítica. Otras obras premiadas fueron: Un Vieux Charron (en la Exposición de 1889); Enrique III (en la de 1900), y Un Duel soux Louis XIII. Lo cierto es que, tanto en París como en Santa Cruz de Tenerife, ciudades donde transcurrió su vida profesional, expuso sus delicadas obras con gran éxito de crítica y público.
Ya en Tenerife, obtuvo el codiciado diploma de honor de la Real Sociedad Económica en 1893. En el salón de la actual sede del Parlamento de Canarias se puede admirar dos grandes óleos del maestro. También es autor de la bella decoración de la cubierta del salón noble de las casas consistoriales. En 1902 recibió el encargo de la decoración del Palacio de Justicia y la realización de La Verdad Venciendo al Error. Al año siguiente, su admirada obra estuvo presente en la Exposición Económica de Tenerife y en Las Palmas. En 1906 entrega González Méndez los lienzos para el Palacio de la Diputación Provincial. Ese mismo año, tuvo el encargo de la decoración de los arcos triunfales que se levantarían en Tenerife en honor del rey Alfonso XIII.
Otra prueba del prestigio conseguido por el artista palmero fue el hecho de que su retrato, biografía y obra fuesen incluidos en la revista gala La Revue du Bien dans la Vie et dans l’Art (la Revista del Bien en la Vida y en el Arte). Los hermanos Romilly habían incluido en aquella edición un juicio crítico del ya famoso maestro pintor. Estos dos literatos franceses, Paul y George Romilly, escribieron: “El proverbio de que nadie es profeta en su tierra no tiene valor en España. Las Islas Canarias se enorgullecen hoy de tres de sus hijos igualmente y diversamente célebres: un político, León y Castillo; un novelista, Pérez Galdós, y un gran pintor, González Méndez”. Como “modesto intérprete, aunque inspirado compositor”, un minuet y una Marche Antique fueron unas piezas muy celebradas, incluso por el crítico Miguel Maffiotte La Roche.
 Tras sus estancias en Santa Cruz de La Palma y Güimar, regresa a París en 1888 donde expone en el Salón de los Pintores Franceses. Su obra Un Vieux Charron Breton fue muy valorada por el público y por la crítica. Otra obra, Exvoto Bretagne, obtiene la mención de honor en 1889. De Torres Edwards (1889-1943) reputado pintor y erudito local, había mencionado en una magistral conferencia a los pintores canarios que -según su parecer- eran los mejores de todos los tiempos: Alonso Vázquez, Cristóbal Hernández de Quintana, Juan de Miranda, Luis de la Cruz, Nicolás Alfaro, Valentín Sanz y a Manuel González Méndez. De este último dijo que “...supera a todos los anteriores y anuncia con su obra la floración de los actuales pintores canarios.”
Le llueven las distinciones y los premios. En la Corte Española, la Reina Regente lo distingue como Caballero de la Orden de Isabel la Católica el 20 de mayo de 1889. En 1893 recibió el Diploma de honor en la Exposición de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Fue una gran muestra en la que se dieron cita grandes maestros del arte y de la ciencia. Méndez se encontraba entre lo “más granado de la pintura isleña”. En junio de 1896 Méndez también triunfaría en la exposición antológica que tuvo lugar en la exclusiva galería parisina de Georges Petit. Allí presenta ciento cuarenta obras, entre dibujos a lápiz, pasteles, óleos, tinta china..., “lo mejor de su etapa bretona, los retratos más personales, algunos bodegones, floreros y paisajes, tomados en sus viajes a Canarias. Difícilmente muestra alguna en ese tiempo contó con tanto refrendo crítico”. La prensa especializada y los más feroces críticos alaban la especial obra del gran maestro. No tardaría en conseguir la cotizada Legión de Honor en 1898 y la Medalla de Bronce en la Exposición Universal de París del año 1900. Desde entonces ya empezó a ser conocido como uno de los mejores pintores de la época.
En Canarias, obtiene plaza en la Escuela Municipal de Bellas Artes tinerfeña. Toma parte en tertulias especializadas donde cuenta sus aventuras y desventuras en el mundo del Arte; anécdotas y su experiencia en París y en la Península; habla de un idioma nuevo: el esperanto; explica sus admiradas técnicas, etcétera.
 En Santa Cruz de Tenerife recibirá “el más importante encargo de su vida”: el pedido de realizar una gran pintura para el recién construido Palacio de Justicia. En marzo del año 1902 se acepta unánimemente su proyecto pictórico titulado La Verdad Venciendo al Error, que había presentado el artista en un boceto. Regresa a París para trabajar la tela en su taller. Vuelve con el lienzo en otoño tras un viaje por Italia. Ortega Abraham nos recuerda que el “seis de noviembre de 1902, apenas habían pasado ocho meses, la Verdad Venciendo al Error enriquece la bandeja central del salón de sesiones. Cobró doce mil pesetas por el encargo. El ocho por ciento exacto del total del edificio, que llegó a las ciento cincuenta mil pesetas...”. Se trata de una alegoría sobre las ciencias, las virtudes teologales, el comercio, la industria, etcétera, de la que el consagrado artista palmero se sintió muy satisfecho. Méndez también diseñó los acabados de carpintería.
Su paso por Las Palmas en 1902 le deja un contrato para la realización de unas pinturas del salón noble del Gabinete Literario y expone allí con un gran éxito de público. Después viaja a Tenerife y de allí -en marzo de 1903- a Madrid donde visita a su amigo Benito Pérez Galdós, a su querido Museo del Prado, etcétera. Ya en París, termina la obra Portrait de madame para su exposición en el Salón de Pintores Franceses. Sus viajes entre Canarias y Francia se suceden a lo largo de los cuatro años que van entre 1904 y 1906. Méndez trabaja en los lienzos enormes del Palacio Provincial. Trabaja con gran acierto en el Gabinete Literario de Las Palmas hasta 1908. Consigue plaza de profesor de vaciado y modelado en la Escuela Municipal de Artes y Oficios. Borges Salas, uno de sus alumnos, decía que “Don Manuel tenía un bigote muy espeso, algo ceñudo el semblante…”. Padrón Acosta añadía: “… parece mentira, pienso yo, que un pintor tan eximio de la figura humana, tuviera una cabeza tan antiartística. Pero así era Manuel González Méndez: cabeza cuadrada, bigotes de carabinero, ojos de susto, rostro sin luz amable…. pero ¡qué maravillas salían del pincel de este hombre casi incivil!”
Gracias a los ingresos obtenidos por algunas ventas y por sus trabajos, pudo hacer realidad su sueño: construir una casa-estudio en el Paseo de los Coches de Santa Cruz de Tenerife, en la que lograría conseguir un “ambiente, entre señorial y bohemio”, como dijera el periodista Leoncio Rodríguez. En su luminoso taller, nuestro polifacético artista custodiaba sus mejores cuadros –que jamás quiso vender-, sus gubias y sus pinceles, sus paletas y sus esculturas, sus libros y bajorrelieves, sus recuerdos... Regresa a Madrid y a Barcelona. Viaja a Génova, Roma y París. No cesa de tomar anotaciones, referencias, bocetos, trazas, ideas...
 El frío reinante en el fin del otoño hace menguar su ya delicada salud. Tiene añoranza del clima de sus amadas Islas a las que jamás volvería a ver. Algo recuperado, decide volver a España en su último y terrible viaje. De Marsella a Barcelona llegaría con casi un día de retraso debido a que se durmió en primer tren y no hizo el cambio de máquina, con lo que despertó justo “a tiempo para que no fuera a parar muy lejos”. De Narbona tuvo que coger el llamado “tren de las gallinas” debido a lo despacio e incómodo que era. Escribiría dos días antes de su muerte: “Me acordaré todo lo que me quede de vida de tan horrible viaje. Olvidaba decir que yo venía medio acatarrado y al día siguiente no podía materialmente moverme, con fiebre bastante alta y dolores tremendos de huesos, guardando cama hasta medio día”. Ya en Barcelona, su estado se agrava y no podrá ya levantarse de la cama. Solo, pobre y enfermo, el más grande de los plásticos canarios del siglo XIX moría en una humilde pensión de la ciudad catalana. Era el 9 de septiembre del año 1909 y tenía 66 años. Ortega Abraham escribió que “en la soledad de las últimas horas, nadie salvó su cuerpo de la fosa de beneficencia ni su memoria del olvido
En los últimos tiempos ha habido algún que otro recuerdo al maestro por parte de algunas instituciones. Por ejemplo, en 1970, la Agrupación de Acuarelistas Canarios organizó una exposición en el Círculo de Bellas Artes en su honor. En el mismo año, dentro del variado programa de la Bajada de la Virgen de Las Nieves, el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma incluyó una muestra colectiva en la que la obra de Méndez fue unánimemente elogiada. Otra exposición antológica del maestro tuvo lugar en 1979 organizado por la misma entidad capitalina. En 1984 el propio Ayuntamiento, en reconocimiento a su magistral trayectoria artística, perpetuó su memoria poniéndole su nombre a una de sus calles. También la Caja General de Ahorros de la provincia tinerfeña inauguró una exposición antológica de Arte y Cultura de La Laguna en el que hubo muchos elogios sobre el ilustre pintor y su obra.
Ahora, en el año 2009, se cumple el centenario de la muerte de “uno de los pintores canarios más destacados de todos los tiempos, el principal representante del costumbrismo canario y máximo exponente de la pintura del siglo XIX en el Archipiélago”. El pasado 26 de Noviembre se procedió al descubrimiento de una placa en la casa natal de Manuel González Méndez. Para ese mismo día, en el Palacio Salazar se programó una conferencia a cargo de Ana María Quesada Acosta, Doctora y Profesora Titular del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna. El título elegido era: Manuel González Méndez y su Tiempo. Al día siguiente, tiene lugar la magnífica y esperada exposición antológica del pintor en el Museo Insular. Esta muestra estará abierta hasta el día 10 de enero de 2010. Un justo homenaje a un gran artista polifacético: pintor de género, grabador, dorador, naturalista, dibujante, impresionista, retratista, escultor... En definitiva, un gran maestro.” (José Guillermo Rodríguez Escudero)

 FUENTES: ALONSO, María Rosa. «Índice cronológico de pintores canarios», en Revista de Historia, nº 67, Santa Cruz de Tenerife, 1947; BLASCO, Ricardo. “Manuel González Méndez”, en Diario de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, (18-07-1896); CASTRO BORREGO, Carlos. Arte y Cultura de los Siglos XIX y XX, Anaya, Madrid, 1980; El Eco, Santa Cruz de La Palma, (1 de febrero de 1885); GUTIÉRREZ GORDILLO, Laly. Manuel González Méndez, 1843-1909, Santa Cruz de Tenerife, 1977; MAFFIOTTE, Juan; RODRÍGUEZ, Leoncio; PÉREZ ARMAS, Benito. «González Méndez», en Biografías Isleñas de la Biblioteca Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1950; MAFFIOTE, Juan. «González Méndez en Madrid» y «González Méndez en París», Diario de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, (04-07-1896); ORTEGA ABRAHAM, Luis. Manuel González Méndez entre La Palma y París, Excelentísimo Cabildo Insular de La Palma, 1983; - Idem. Teide, Timanfaya, Taburiente, Santa Cruz de Tenerife, 1981; PÉREZ GARCÍA, Jaime. Fastos Biográficos de La Palma, Sociedad La Cosmológica de Santa Cruz de La Palma, CajaCanarias, Madrid, 2009; PÉREZ ARMAS, Benito. Diario de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, (Diciembre de 1900); RODRÍGUEZ, Leoncio. “Una visita al estudio del pintor”, en La Prensa, (15-06-1932); TORRES EDWARDS, Alfredo. La pintura en Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1942.


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