1833 Febrero 17.
Nace en Guiniwada, Tamaránt (Las Palmas
de la Gran Canaria)
el criollo Nicolás Estévanez y Murphy Político, escritor y militar, muerto
exiliado en París el 21 de Agosto de 1914. A los quince años ingresó en el Colegio
español Militar de Toledo, y al recibir en 1856 el empleo de oficial se
incorporó al batallón de cazadores de las Navas, tomando parte el mismo año en
los sucesos ocurridos en Madrid (Julio).
Después de haber desempeñado algunos
destinos en la
Península Ibérica, fue destinado al continente en 1859, cuya campaña hizo con el regimiento
de Zamora, asistiendo a 15 acciones y 2 batallas, en una de las cuales fue
herido, por lo que ascendió a capitán y se le concedió la cruz de San Fernando.
En 1863 se trasladó a Puerto Rico y de allí a los Estados Unidos, estudiando
los episodios más salientes de la guerra de Secesión y publicando una
interesante Memoria. Más tarde hizo la campaña de Santo Domingo, durante toda
la cual mandó un batallón, aunque no era más que capitán. Tomó parte activa en
la revolución de 1868 y en el movimiento federal de 1869, hasta que fue hecho
prisionero en Béjar y encerrado en la cárcel, primero en Salamanca y después en
Ciudad Rodrigo, recobrando la libertad al cabo de un año por haber sido
comprendido en la amnistía de 1870, pero perdió su empleo en el ejército
español. Representó a la ciudad de Salamanca en las Asambleas federales, fue
profesor del Ateneo Militar, individuo del Directorio republicano con Orense,
Pi, Figueras y Castelar, diputado por Madrid y reelegido por tres distritos
para las Constituyentes, optando por su país natal. En Noviembre de 1872 inició
un movimiento revolucionario en Andalucía, apoderándose de la ciudad de Linares
y derrotando a la columna de Borrero. Al ser proclamada la República, después de
haber renunciado el empleo de brigadier, fué nombrado gobernador de Madrid y
sofocó varios movimientos antirrepublicanos, confiándosele más tarde la cartera
de Guerra, en el desempeño de la cual se distinguió por su probidad y amor a
las ideas liberales, ya que rechazó la proposición que le hicieron algunos
elementos militares de proclamarse dictador. Al caer la primera República
española, se refugió en Portugal, de donde fue expulsado a petición del
Gobierno español, trasladándose entonces a París, donde fijó su residencia, y
habiendo renunciado a su sueldo de ex ministro, hubo de vivir del producto de
su pluma. Después de residir una temporada en Cuba, regresó de nuevo a París, y
allí acabó sus días. Aparte de numerosas traducciones y otros trabajos de menos
importancia publicó su Diccionario Militar, tenido en gran aprecio por
los inteligentes, y unas curiosas Memorias autobiográficas, publicadas
en El Imparcial de Madrid; Calandraca (1898), &c. Fue
redactor de El Noticiero de España (1868) y colaboró en El Imparcial,
El Descanso Dominical y Gente Vieja, de Madrid, y en El Diario de
Tenerife y otros periódicos de Canarias. Usó en ocasiones el seudónimo de Estevanillo.
Uno de los poemas más sentidos de
Nicolás Estévanez es el siguiente:
La patria es una peña,
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.
Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.
A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.
A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.
Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.
A mí no me entusiasman
ridículas utópias,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.
Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.
Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.
A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.
A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.
Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.
A mí no me entusiasman
ridículas utópias,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.
Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.
A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.
La sangre de mis venas,
a mí no se me importa
que venga del Egipto
o de la razas célticas y godas.
Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas.
La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.
La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.
Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.
Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.
de los mortales las mezquinas obras.
A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.
La sangre de mis venas,
a mí no se me importa
que venga del Egipto
o de la razas célticas y godas.
Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas.
La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.
La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.
Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.
Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.
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