1997 julio 25.
Cuál fue el comportamiento del
general Gutiérrez cuando el ataque del contralmirante Nelson a Santa Cruz de
Tenerife
Todo, o mejor dicho, casi todo
sobre el importante acontecimiento de
lo sucedido cuando
el desembarco de las tropas
británicas en Santa Cruz de Tenerife en 1797, es ya conocido. Pocas horas de
lucha en un escenario pequeño, no dan para extenderse más allá de lo que ya se
ha hecho. Por lo tanto, añadir nuevos datos a aquella valiente crónica escrita
por el pueblo canario de Tenerife, no es tarea fácil. Por esa misma razón, hoy
nos congratulamos al poder traer hasta estas columnas del periódico EL DÍA, un documento inédito, reseña que fue
escrita por un testigo activo en aquella memorable jornada, que aportará datos
hasta hoy desconocidos y que sin duda alguna contribuirá a un mejor
conocimiento de cómo se desarrolló la defensa de la Plaza , y por ende de la
isla, a la par que también nos desvela la conducta que a su juicio mantuvo el
controvertido general Gutiérrez en aquella histórica noche del 24 al 25 de
julio.
La tradición oral en esta tierra,
siempre se ha pronunciado poco favorable al general, sin duda alguna por su
deleznable comportamiento en la lucha contra los ingleses, actitud que al
parecer dejó mucho que desear. De ahí que dejemos paso a los comentarios y
criticas de los eruditos y veamos cuál es, la opinión de los historiadores.
En la monumental obra «Piraterías
y Ataques Navales contra las Islas Canarias» (1), don Antonio Rumeu de Armas
dedica unas líneas acerca del comportamiento que mantuvo el general Gutiérrez
en aquellos difíciles momentos del ataque inglés a esta Plaza, en las que dice:
«Todos los historiadores canarios
están unánimes en reconocer su probidad y hombría de bien; pero no están menos
unánimes en negarle las cualidades de bizarría y pericia militar»,
apostrofándoles unos de «poco versado en asuntos de armas» y de ser «débil e
irresoluto ante el peligro» (2): y otros de «falta de serenidad en los críticos
momentos de la lucha» y de estar poseído del «aturdimiento propio de un bisoño»
(3).
Por su parte, don Carlos Acosta
García, escribe: «Muchas fueron las criticas que, en distinto sentido, se
hicieron recaer sobre Gutiérrez. Se habló incluso, de falta de valentía,
acusándosele de haberse encerrado en su castillo» (4).
Del formidable códice de don Francisco María de León,
copiamos lo siguiente:
«El mariscal de campo don Antonio
Gutiérrez de Otero y Santayana, sucesor del marqués de Branciforte, mandaba las
Islas como comandante general. Era este caballero hombre de bien, con cuyas
sencillas palabras queda hecho su mayor elogio; pero de pequeños alcances e
inexperto en materias de gobierno. Cúpole en suerte figurar en primera línea en
la página más brillante de la historia de las Islas.
...Si con meditación se lee
cuanto tan «tensamente dejamos sentado sobre el memorable acontecimiento de la
invasión inglesa, descubrimos que hubo precipitación y falta de plan en el
invasor, y sorpresa y atolondramiento y falta también
«Uníase a esto el rumor (muy
explicable en momentos de angustia y sobresalto) de que habían entrado dos mil
ingleses en el pueblo y de que preparaban las escalas, que habían desembarcado,
para tomar por asalto el Castillo de San Cristóbal. Pero don José Monteverde,
Gobernador de esta fortaleza, inspeccionando lodo personalmente y haciendo
reconocimiento de descubierta al frente y costado del castillo, logró
tranquilizar el inquieto ánimo del general... Corrió la voz de que Gutiérrez
había muerto y de que los ingleses se internaban en la isla subiendo hacia La Laguna , y era necesario
detenerlos en La Cuesta.
El aturdimiento del general fue
la causa de esta alarma. En vez de conservar éste la serenidad propia de un
caudillo en los críticos momentos de la lucha, se lanzó al muelle con el
imprudente aturdimiento de un bisoño. Allí se sintió desfallecer y hubo de
retornar al castillo de San Cristóbal "en brazos de varios oficiales, al
tiempo que algunos defensores, atemorizados, gritaban que el general había
muerto...» (6). Vemos, según los historiadores, que todos coinciden en
otorgarle al debatido general las cualidades de hombre recto, íntegro y
honrado; pero al mismo tiempo, lo tildan de cobarde, inexperto, alocado,
endeble... Sin embargo hay otros que lo califican de todo lo contrario, si bien
sus opiniones carecen de total fundamento al no basarse en ningún hecho que así
lo demuestre. Dentro de los poquísimos (fue opinan de esta manera, leemos lo
que el señor Cioranescu comenta al respeto acerca del militar español:
«...también hubo por el lado
canario unos cuantos individuos que aprovecharon la oscuridad para ocultar su
temblor. Ello no merecería la pena de señalarse, si la maldicencia, que no
suele ser atributo del valor, no hubiese transformado los fantasmas en
gigantes, echando culpas más allá de lo que hubiera sido justo. Su primera
víctima fue el general Gutiérrez; a pesar de lo cual, el comandante general
condujo perfectamente la acción desde su puesto de mando» (7).
Pero si tal es el aspecto bajo
que, con relación al enemigo, consideramos este hecho de armas, en orden a los
nuestros y particularmente con respecto al general Gutiérrez, vemos sólo en él
un hombre que venció porque tan malo fue el plan del enemigo que necesariamente
habían de estrellarse en su ejecución; y no vemos en él un general valiente en
el combate, pronto en la ejecución de planes, intrépido y atinado, sino un
militar que se sorprende, que se encierra en el castillo, que no recorre la
línea para animar a las tropas, que hace sólo una salida al muelle cuando en él
no había peligro; que vuelve casi desfallecido a la fortaleza apoyado para no
caerse en dos oficiales; que encerrados ya los ingleses en el convento de Santo
Domingo, no reúne al punto las tropas y al frente de ellas bate y vence al
enemigo como pudo fácilmente realizarlo; que se deja cortar, por decirlo asi,
sin procurar restablecer la comunicación con las tropas de la derecha de la línea
hasta tanto que «por casualidad» supo que el batallón permanecía intacto; que
no se aprovecha, en suma, de la victoria que la fortuna ciega le depara;
porque, a no ser así y a no considerar a Gutiérrez todavía sorprendido y
azorado ¿cómo puede comprenderse esa capitulación en la que se deja reembarcar
a los enemigos con sus armas y con los honores de la guerra, cuando debieron
haberlas rendido y quedado nuestros prisioneros? ¿Cómo no haberse aprovechado
de los planes mismos y contraseñas sorprendidas para haber hecho acercarse a la
escuadra, ya impotente por falta de su tripulación y tropas, y haberla rendido,
o a lo menos, algún buque de ella bajo el cañón de nuestros castillos y
fortalezas? ¡Cuál no hubiera sido entonces la gloria de las Canarias y de su
general! Pero Gutiérrez, harto irresoluto y pacato, ni antes dispusiera lo que
disponer debía, ni después supo conseguir todos los laureles que podía,
contentándose con los que ya creyó asegurados...
El primer paso que por su parte
debía darse era elevar al gobierno la circunstanciada noticia y exacta relación
de lo sucedido; y efectivamente, verificólo así, dando primero la sencilla
noticia de la victoria y luego el pormenor de ella; empero, tachable es la
conducta de Gutiérrez cuando en el primero de estos partes fue tan apasionado
de los suyos que, callando tantos servicios distinguidos y relevantes,
recomienda sólo eficazmente a S.M. el mérito de sus dos sobrinos don Francisco
y don Pedro Gutiérrez, de los cuales nada de importante por cierto ha
conservado ni la tradición ni las memorias escritas de aquéllos tiempos...»
(5).
Don Leopoldo Pedreira Taibo enjuicia la obra de don
Francisco María de León —de la que acabamos de reseñar parte—, de este modo:
«...es notable por su claridad, método e imparcialidad. El autor no disimula
ningún detalle y acusa de inepto a don Antonio Gutiérrez, aunque dice que fue
enérgico como buen aragonés y que fue un cumplido caballero» (6).
La polémica
Desde estas dos perspectivas de juicios
totalmente opuestas, surge la natural polémica sobre quiénes tienen la razón y
quiénes no. De ahí que el repetido investigador, señor Rumeu, se lamente y
exprese que: «Ninguno de estos juicios se apoya en el testimonio de algún
contemporáneo —llámese cronista particular u oficial— y, por tanto...» (1).
Cuando esto escribió el
historiador en el año 1948, desconocía los escritos de dos testigos activos y presénciales;
uno, la «relación de don Bernardo Cólogan Fallón», desempolvada y sacada a la
luz pública por don Agustín Guimerá Ravina, de los archivos de la familia
Zarate Cólogan, hoy depositados en el Archivo Histórico Provincial de Santa
Cruz de Tenerife; y el otro, la carta inédita que hoy se publica, de don Pedro
Forstall. Nosotros, que ni entramos ni salimos en la controversia existente,
nos mantenemos imparciales ante los pareceres emitidos y solamente nos vamos a
limitar a contribuir con una aportación que puede tener el Ínteres histórico
deseado y que tanto se ha venido echando en falta, la que tal vez ayude a darle
a esta parte de la Historia
el verdadero rigor que caracteriza a la ciencia.
Comprendemos y entendemos
perfectamente bien las naturales quejas que expone el mencionado historiador,
señor Rumeu de Armas, ya que cuantas personas sentimos apego y tenemos
curiosidad por conocer y escudriñar las múltiples y diferentes vicisitudes
históricas por las que ha pasado nuestro Archipiélago, lamentamos sinceramente
encontrarnos con una serie de lagunas que han impedido el avance ordenado y cronológico
de las páginas que conforman nuestra hermosa e interesante relación de los
hechos pasados; es decir, nuestra Historia de Canarias.
El pillaje, los expolios,
incendios, inundaciones, etc. que han padecido los más valiosos y preciados
archivos y fondos bibliográficos isleños, han aumentado aún más los obstáculos
con los que siempre han tropezado historiadores e investigadores, ai faltarles
esas pruebas documentales tan necesarias para llegar a ciertas e irrefutables
conclusiones.
La relación de don Bernardo Cólogan Fallón (8)
Natural del Puerto de Arautava (La Orotava ), donde nació el 8
de septiembre de 1772.
Se educó en Navarra, París,
Inglaterra y Francia. Hombre culto y político destacado tanto por su buen hacer
y saber, como por los puestos importantes que ocupó en la isla en diferentes
etapas de su corta vida. Sable en mano, tuvo una muy destacada actuación, tal y
como relatan las crónicas, combatiendo a las tropas de Nelson. Murió en Londres
cuando sólo contaba 41 años de edad.
Don Bernardo, comerciante y, como
dijimos anteriormente, hombre de gran cultura, se encontraba en Santa Cruz
atendiendo a los negocios de su casa de comercio cuando se produce el ataque de
los ingleses. Tenía a la sazón 24 años.
El escrito que titula «Relación
de la defensa que hizo la Plaza
de Santa Cruz de Tenerife atacada por una Escuadra inglesa al mando del Contra
AImirante Horacio Nelson desde el 22 de julio de 1797 hasta la mañana de! 25»,
lo escribió años más tarde, probablemente a principios del siglo XIX, y por lo
tanto es un documento desapasionado, sosegado y relajado, ya que no se hizo en
el momento del júbilo y celebración de la importante y sonada victoria. A tener
en cuenta, que no destaca sus propias acciones.
Manifiesta el autor su intención
de no mencionar a nadie: «A pesar de haber hecho propósito de no nombrar
persona alguna en mi relación...». Muy a su contra, no le queda más remedio que
sacar a relucir el comportamiento que mantuvo el general, aclarando que: «A
estas reflexiones, que creo imparciales..., bien que hablo sin conocimiento del
arte (militar) y sólo expongo lo que presencié, y lo que creo poder juzgar con
mis propias luces».
Pese a reconocer que la situación
era muy crítica, censura la falta de energía y decisión de Gutiérrez en las primeras
horas del combate, con los ingleses ya introducidos en el pueblo: «La confusión
y el desorden que reinaban en la plaza, la inexperiencia de casi toda la tropa,
la oscuridad de la noche, la ignorancia en que estaban en el Castillo de lo que
pasaba; todas estas causas reunidas eran capaces de poner perplejo al más
valiente y quién sabe lo que hubiera sucedido a no haber llegado en aquél
momento critico don Vicente Sierra (sic), Teniente que era de la bandera de la Habana , conduciendo unos
prisioneros que había hecho, y a no haber informado a su Jefe de la verdadera
situación de la Plaza ,
animándole osadamente a que de ningún modo tratase de rendirse. La entereza con
que este oficial habló a su General es de los hechos más loables de esta
defensa, y muchos pretenden fue la causa principal de su buen éxito».
Esto nos viene a decir claramente, que la intención del
general Gutiérrez en aquellos momentos, era la de rendirse.
Relata el valor de las milicias y
de los ciudadanos, así como de su hermano comportamiento una vez terminada la
contienda, e igualmente destaca la ayuda prestada por los marinos franceses.
«Dicen que todo este destrozo
provino del acierto con que se disparó un cañonazo a metralla del Castillo de
San Cristóbal; muy enhorabuena que aquel primer golpe consistiese en eso, pero
seamos más justos; si el Vivac que está en aquélla entrada del pueblo no
hubiese sido defendido con espíritu, los enemigos, una vez recobrados del
primer susto, se hubieran apoderado de un puesto tan importante y hubieran
penetrado por allí; mas siendo cierto que ninguno entró y que todos fueron
muertos, heridos, prisioneros o dispersos, es evidente que esta ventaja no
consistió únicamente en el cañonazo, sino principalmente en la resistencia que
hizo el Capitán de Milicias don Luís Román ayudado por el Teniente del mismo
Cuerpo don Francisco Jorva y por una docena de hombres cuya mayor parte eran
milicianos...
Es por demás decir cuan celebrada
fue la victoria en alegres vivas y en aclamaciones de júbilo; pero no lo es el
publicar que apenas cesaron las hostilidades el muelle que había sido teatro de
sangrientas escenas se trocó en reunión de amigos y enemigos, donde se vio que
si en el combate había el inexperto canario hecho esfuerzos de valor después de
él sabía igualmente acreditar su humanidad...
También hubo unos sesenta
franceses que se ofrecieron gustosos a la defensa de la Plaza y que se portaron con
denuedo y notable actividad. Sería injusticia negarles el mérito que
adquirieron. Mucho ha dado que decir esta acción, tanto por lo mal dirigido que
fue el ataque por parte de los ingleses, como por lo mal combinada que fue
nuestra defensa, y el poco fruto que sacamos de la victoria...
Por nuestra parte no fueron
mejores las medidas de defensa y lo que se puede decir es que todo queda
olvidado con la victoria. La que hemos de confesar francamente se debió a un
conjunto de casualidades y el valor particular de algunos individuos mas bien
que a un plan bien premeditado y seguido».
Vemos que el señor Cólogan lo que
propone es echar tierra a tanta acción mala que hubo por parte de quienes
tuvieron que haber llevado el peso y la responsabilidad de rechazar el ataque,
y todo lo da por bueno gracias a la consecución de la victoria alcanzada,
aunque hace hincapié en que ésta se consiguió gracias al denodado valor
particular de algunas personas.
Irlandeses en Canarias
A fin de irnos situando en el
personaje del preciado manuscrito que aquí se aporta y conocer mejor su
ascendencia, actividades y vida que llevó en la isla, empezaremos diciendo que
de todos son bien conocidas las luchas que tuvieron lugar en Irlanda en el
siglo XVII debido a la restricción de la libertad de culto y de los derechos
civiles de los católicos irlandeses, por leyes impuestas cuando se inicia la
reforma anglicana, por Enrique VIH e Isabel I de Inglaterra, que dan lugar a
fuertes e interminables enfrentamientos entre los protestantes anglicanos y los
católicos irlandeses.
Y es justamente a partir de la
dura intervención de Cromwell en 1649, cuando comienza un éxodo bastante
importante de irlandeses hacia países de Europa e igualmente hacia Canarias,
que continúa hasta el último tercio del siglo al que hacemos referencia.
Entre las destacadas y conocidas
familias irlandesas que se asentaron en Tenerife, están los Madan, Cambreleng,
Murphy, Cullen, Power, White o Blanco, Fitzgerald o Geraldin, Walsh o Valois,
MacColgan o Colgan o Cólogan, etc., así como los Forstall, que eran uno de los
pocos comerciantes mayoristas que habían en la isla por aquellos tiempos.
Esta familia, en unión con la también descendientes de
irlandeses, los Rusel!, cubrieron con su dinero casi toda la obra de la
construcción de la capilla de la Venerable Orden Tercera en Santa Cruz, que se
realizó entre los años 1760 al 1763 (9).
En la lámpara central de bronce que posee dicha capilla,
podemos leer su nombre y año en que la donó. Fue enterrado en esa iglesia a la
derecha del altar y en cuya losa se puede leer claramente: «Este sepulcro es de
don Pedro Forstall y de sus herederos. Año de 1768». A la misma altura, pero en
el lado izquierdo, está igualmente la sepultura de don Gregorio Rusel!, fechada
un año después que la otra.
Contribuyeron igualmente con una
importante cantidad de dinero a la financiación para la ampliación del primitivo
y varias veces destruido muelle de Santa Cruz, al que posteriormente se le
conocerá por Muelle Sur.
Dicho esto, y antes de entrar de
lleno en el interesante manuscrito, nos parece lógico que sepamos la fuente de
la que proviene, toda vez que, dependiendo de la, misma, podremos evaluar, con
mejor criterio, su credibilidad. El autor de dicho documento fue,
Don Pedro Forstall.
Habiendo llegado a mis manos hace
unos meses la carta manuscrita que aquí se reproduce, entendí que había que
divulgarla para que todos conozcamos mejor una parte importantísima de los
acontecimientos que sucedieron en este «lugar» durante el ataque de la flota
del contralmirante inglés a Santa Cruz, en estos momentos en que justamente se
cumplen dos siglos de aquella memorable efemérides, la que dejó huella
universal e imperecedera, al ser vencido el marino más audaz e intrépido de
todo el siglo XVIII por nuestras olvidadas y marginadas Milicias Canarias,
quienes imitando el reconocido valor de sus nobles ancestros, los primitivos canarios,
derrotaron —con la ayuda de los los marinos franceses de la corbeta «La Mutine » (La Obslinadaj —, al temido
y poderoso navegante; el mismo al que Ortega y Gasset lo enjuicia y eleva, por
su destacadísima importancia en la Historia Moderna , muy por encima del todopoderoso
Napoleón Bonaparte.
«Los humildes oscuros habitantes
de este tranquilo oasis africano o vencen o sucumben; que no en vano
descienden de una
raza de gigantes!». (Del poema «Grandezas» de don Antonio Zerolo, al
ataque de Nelson a Santa Cruz)
Digamos que este tinerfeño, don
Pedro Forstall, descendiente de irlandeses (9), fue uno de los seis regidores
del primer alcalde elegido conforme al privilegio de villazgo en el año 1804,
don José Víctor Domínguez, por sus relevantes méritos contraídos en la común
defensa (5).
Este ilustre personaje vivía en
la calle de La Marina ,
en casa colindante con la de don Matías de Castillo Iriarte (10) y tomó —tal y
como se obligaba a todos los hombres útiles de 15 a 60 años (II)—, parte activa
antes y durante el ataque de Nelson a Santa Cruz. Como fácilmente podemos
deducir, su casona ocupaba palco preferente de la que presenciar cuanto ocurría
en el amplio espacio que desde ella se divisaba: el incipiente muelle, plazas,
calles, mar, playas y castillos cercanos; en otras palabras, estaba en primera
fila de aquel inesperado y pasajero teatro de guerra.
Ya en el mes de mayo de ese mismo
año de 1797, se encontraba al frente de una de las seis «Rondas de Abastos» que
se habían constituido, compuesta cada una de 20 paisanos, según había dispuesto
la autoridad civil, «con el objeto de vigilar la población, de poner a salvo
mujeres, niños, caudales y papeles, remitiendo todo a la ciudad de La Laguna.. .» (12).
Estas mencionadas «Rondas» nos
las describe y amplía, con mayor género de detalles, el coronel de Artillería
don Francisco Lanuza Cano (13), en el documento titulado: «Plan de Rondas de 1°
de Mayo de 1797», ejecutado a instancias del alcalde real ordinario de esta
Plaza, don Domingo Vicente Marrero; de tos diputados del Común, don José M. de
Villa, don Miguel Bosq, don Antonio Power y don Juan Bautista Casalón; del
síndico personero, don José Víctor Domínguez, con la asistencia del licenciado
don José de Zarate, asesor de esta Junta.
Queremos señalar que la calle del
Castillo era la línea que dividía al pueblo en dos mitades, «en cada una de las
cuales se emplearán tres Rondas, cada una compuesta de un cabo con diecinueve
acompañantes cuanto le comunica.
Se comprende fácilmente que el
señor Forstall vio, oyó y constató hechos indignos en algunas personas del
estamento militar, quienes posteriormente sí que corrieron y estuvieron prestos
a pedir medallas, ascensos, retribuciones y recompensas por algo que no
hicieron; o lo que es peor aún, por su manifiesta cobardía. Por lo tanto, le
ruega al primo no comente pañantes, y de estos el uno a caballo para que con
más exactitud puedan comunicar los avisos, según las ocurrencias lo exijan».
A don Pedro Forstall le asignaron
el «Cuartel primero», que abarcaba «todo el recinto que hay entre la calle de La Marina y la calle del Norte
desde las manzanas que le corresponden en la calle del Castillo, hasta la
salida del pueblo».
Ronda primera para este Cuartel:
Cabo: don Pedro Forstall
Acompañantes: don Patricio Power,
don Nicolás Franco, don Nicolás de Acosta, don Cristóbal Camacho
A caballo: don Rafael Sansón
Carpintero: Luís Rodríguez
Pedrero: José Jorge
Fraguero: Francisco Cabrera
Peones: Cayetano Manchal, Ignacio
Barrera, Domingo Marrero, Cristóbal Díaz, Manuel Díaz, Miguel Sarmiento,
Antonio Dámaso, Manuel de Armas, José Brito, Juan Mateo González.
Apreciamos que tanto esta Ronda,
como la que comandaba don Tomás de Cambreleng, solamente se relacionan 19
nombres en cada una de ellas; figurando 20 en las que mandaban los señores
Power, Casalón, Sopranis y Carta.
Hecha esta sucinta descripción
sobre el autor del escrito de referencia, señor Forstall, pasamos sin mayor
dilación a mostrar el manuscrito, si bien, como entendemos, es muy costosa su
lectura, nos permitiremos transcribir y comentar partes del mismo, según la
transcripción paleográfica que tan amablemente nos hizo el personal cualificado
del Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, a quienes les damos
nuestras más sinceras y expresivas gracias por su magnífica aportación a este
trabajo.
El documento
Por no obrar en nuestro poder la
sobrecarta que acompaña al manuscrito (14), no podemos dar constancia
fehaciente de la persona en concreto a la que se le remitió. Sólo sabemos que
se trata de un primo que vivía en Las Palmas.
La carta está datada en «Santa
Cruz, Agosto. 23 de 1797», apareciendo en el margen derecho y con distinta
caligrafía —que suponemos será la del receptor— «Recibida 13 septiembre 97»,
comenzándola de esta manera:
«Querido primo: Con las de
vuestra merced de 4 y 18 del corriente me entregó Domingo Marrero los cinco
reales de plata de las tixeras».
Continúa comentándole temas
propios de sus negocios y ocupaciones, pasando luego a decirle:
«Veo las dudas que a vuestra merced
le ocurren sobre lo acaecido en la función con los yngle-ses, y aunque en parte
se habrán aclarado con las varias relaciones que posteriormente se habrán
remitido a esa Ysla, diré lo que he podido comprehender por informes de sugetos
de verdad y de toda formalidad porque no de todos se puede fiar, y muchos o por
no entenderlo exageran las cosas o lo hacen para alabarse de lo que no han
executado. Espero que lo que escribo quedará reservado».
Continúa escribiendo:
«La noche del 24 al 25, habría en
la plaza, según me ha dicho el sargento mayor (suponemos se refiere al teniente
coronel don Marcelino Prat, que ocupaba por aquel entonces dicho cargo. N. del
A.) que llevó el detalle de 1600 a 1800 hombres entre batallón, milicias y
rozaderas; los vecinos que no estaban empleados en la artillería eran pocos y
desarmados, empleados los unos en cuidar de la provisión para la tropa que
repartían por cuenta, y otros en rondar el pueblo...».
Seguidamente describe cómo
estaban distribuidos los hombres de la defensa y número de ellos en los
diferentes lugares donde estaban apostados, para luego añadir de qué manera
realizaron las tropas inglesas el desembarco, descripción de bas-ta/ite
interés, por diferir en parte de las versiones oficiales que son las que se
conocen:
«La idea era, en los yngleses,
acometer por los dos lados del castillo principal y escalarlo, al paso que otra
partida se debía dirigir a la plaza de la Pila , y tomar la casa del General que creyan en
ella: al muelle no abordaron las lanchas que venían a él, a excepción de una
sola, pues aunque esta circunstancia se niega, la percibió claramente Patricio
Forstall que vio todo del balcón de mi casa, y otras cuatro vinieron a la playa
entre San Pedro y el Castillo porque el fuego del primero no las dexó parar en
las escaleras: una lancha se metió por la caleta y boquete de la Aduana , cuya tripulación
fue la única que se dirigió al rastrillo de donde la alejó el fuego vivísimo
que hizo Lugo en la puerta, y aspilleras del muro bajo que hay en donde antes
estaba la estacada; las demás lanchas fueron unas al barranco de Santo Domingo,
y otras más abajo al de la
Yglesia ».
Relata la huida de las tropas del
muelle: «...todos, fusileros y rozaderas huyeron quedando abandonado Lara que
mandaba estas últimas cuando le hirieron...».
Habla del fuego cruzado de un
cañón apostado en San Pedro y de otro de la esquina del castillo, añadiendo:
«...También ayudó mucho un cañón
en el flanco del castillo que barría toda la entrada del muelle y playa hasta
San Pedro, y cuya tronera se abrió por insinuación de don Francisco Grandi
(aquí hay | una contradicción con lo que escribe el propio gobernador del
castillo: «...D. Josef Monteverde había mandado colocar aquella misma noche en
una nueva tronera que hizo abrir por un costado del baluarte con dirección ala
inmediata playa...» (15), artillero provincial, que dirigió el fuego con mucha
viveza y acierto. Se da por disculpa del retiro de las tropas del muelle que
los cañonazos de metralla de San Pedro cayan sobre nuestra gente, y que el
oficial que mandaba la artillería en su cabeza, quando vio subir la gente de la
lancha, que atracó a las escaleras, salió gritando que los yngleses eran dueños
de los cañones, lo que hizo temer los volviesen contra la entrada... Los
oficiales de estas milicias (que yo vi salir huyendo) fueron los que derramaron
por el pueblo la voz de la muerte del General, toma del castillo, etcétera...».
Sigue exponiendo la lucha
sostenida cuando el desembarco inglés por el barranco de la iglesia y el de las
otras lanchas por el barranco de Santo Domingo... hasta que:
«En la madrugada, quando se
divulgó la voz de estar los enemigos acorralados en Santo Domingo, sin
municiones y pidiendo capitulación se presentaron muchos, y cuentan ahora
hazañas, pero no engañan porque todos saben en donde estuvieron y quando
vinieron. El xefe y compañías de La
Cuesta se presentaron quando las tropas nuestras estaban
formadas en la Plaza
de la Pila para
que desfilasen los yngleses».
Relata los nombres de algunos
oficiales fugitivos, que aquí y ahora vamos a omitir, copiando lo que dice ese
párrafo:
«Aunque los fugitivos no tienen
disculpa porque dieron exemplo a sus soldados de huir sin esperar el peligro,
no por eso se debe vituperar (a) los naturales, Román Lara y Jorva lo son, lo
era el Teniente Coronel Castro; los artilleros oficiales y soldados lo más son
de aquí y Grandi, que no es estrangero, fue el que hizo algo de provecho con
Eduardo en el castillo principal».
Y finalmente entramos en el
último párrafo aparte, que antecede al que despide la carta, que es
precisamente en el que el señor Forstall vierte su opinión sobre el
comportamiento del general Gutiérrez en la noche del 24 al 25 de julio de 1797:
«Lo cierto es que, a juicio
inteligente, todo lo debemos a la artillería, lo demás vino por sus pasos
contados por que la tropa enemiga estaba atolondrada, sin municiones y sin
recursos. Aún así, crea vuestra merced lo que dixe en mi anterior, hubo un mal
momento a la primera intimación, y aún a la segunda, y sólo debimos nuestra
conservación a dos oficiales de entereza que son Marqueli, y Siera, Teniente de
la partida de Cuba, especialmente a este último que llegando de fuera con
prisioneros habló al general con Vigor (y aún con expresiones soldadescas) y le
impuso del estado verdadero de las cosas. Ahora se dice todo lo contrarío por
los que entonces se inclinaban a rendirse, pero tiene cuenta hacerlo así. En el
General mas bien se notaba irresolución, porque en aquélla noche dio bastantes
pruebas de intrepidez, aún en términos reprehensibles para un xefe».
Como vemos, tanto el relato del
señor Cólogan, como este de don Pedro Forstall son coincidentes. A la vista de
lo manifestado por los historiadores, y de los escritos de estos dos testigos y
defensores del ataque inglés a Santa Cruz, que el amable lector saque sus
propias conclusiones.
José Diego Diaz-Llano Guigou, La Prensa del Domingo,
separata de El Día, 25 de julio de 1997. (Archivo Personal de Eduardo Pedro
García Rodríguez)
Bibliografía
(1) «Piraterías y Ataques Navales contra las
Islas Canarias». Tomo III, págs. 836 y 837. Antonio Rumeu de Armas. 1948.
(2) «La derrota de Horacio Nelson». Pag. 138.
Mario Arozena. 1897.
(3) «Narración de la tercera victoria del puerto
y plaza de Santa Cruz de Tenerife contra la flota de Inglaterra» (25 de julio
de 1797). Págs. 35 y 36. Leopoldo Pedreira Taibo. 1897.
(4) «Las Milicias de Garachico y su intervención
en la lucha contra Nelson». Pag. 34. Carlos Acosta García. 1988.
(5) «Invasión de la Plaza de Santa Cruz por la
escuadra británica al mando de Sir Horacio
Nelson». Francisco -María de León. Revista de Canarias. Año I, número
16, de 23 de julio de 1879. Págj. 241, 245 y 246.
(6) «La derrota de Nelson en S^anta Cruz de
Tenerife». Págs. 9,60,61 y 62. Leopoldo Pedreira Taibo. 1897.
Edición facsímil. Biblioteca Canaria. 1950.
(7) «Historia de Santa Cruz de Tenerife». Tomo
II. Pag. 218. A. Cioranescu. 1977.
(8) «Dos relaciones sobre el
ataque de Nelson a Santa Cruz de Tenerife». Anuario de Estudios Atlánticos.
Núm. 27? Págs. 211 y síg. Agustín Guimerá Ravina. J981.
(9) «Burguesía
Extranjera y -Comercio
Atlántico. La Empresa comercial
irlandesa en Canarias (1703-1771)». Págs. 104 y 117. Agustín Guimerá Ravina.
1985.
(10) «El Puerto de la Cruz y los Iriarte». Págs.
299, 300 y 301, apéndice 150. Diego M. Guigou Costa. 1945.
(11) «Reales Despachos de Oficiales de Milicias
Canarias». Años 1771-1852. Pag. 20. José Hernández Moran. 1982.
(12) «Apuntes para la Historia de Santa Cruz de
Tenerife desde su fundación hasta nuestros
tiempos». Pag. 163.
José Desiré Dugour. 1875.
(13) «Ataque y derrota de Nelson
en Santa Cruz de Tenerife». Pag. 355.
Francisco Lanuza Cano. 1953.
(14) «Carta manuscrita de don Pedro Forstall».
1797. Biblioteca particular.
(15) «Relación Circunstanciada de la defensa que
hizo la plaza de Santa Cruz de Tenerife invadida por una escuadra inglesa al'
mando del contra-almirante Horacio Nelson en la madrugada del 25 de julio de
1797». Pag. 20. St le atribuye al gobernador del Castillo de San Cristóbal, don
Josef Monteverde. Edición facsímil. Goya Ediciones. 1987, 2.O
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