Las Islas Canarias albergan un sinfín de
misterios y leyendas. Uno de los más populares, sobre todo en Fuerteventura, es
el de La Luz de Mafasca.
Según cuenta la historia, un día, unos pastores
se encaminaban a casa después de un largo día de trabajo. Como se encontraban
hambrientos y cansados, decidieron hacer una parada en el camino para hacer un fuego y
poder así asar el carnero que acababan de matar.
Comenzaron a juntar leña para la hoguera y tras
unas aulagas encontraron
una pequeña cruz de madera.
En la isla era costumbre colocar una cruz en el lugar donde fallece una
persona, pero con lo hambriento que estaban, a los pastores poco pareció
importarles esto y cogieron también estos trozos de madera para alimentar el fuego
que les calentaría esa noche y les daría alimento.
Después de encender hacer la hoguera y cuando las
llamas empezaron a consumir aquella cruz de madera desgastada, surgió una extraña luz
entre las cenizas que saltaba de un lado a otro. Los pastores,
del susto, corrieron y corrieron para alejarse de aquel objeto luminoso que no
era otra cosa que el alma que albergaba esa cruz.
La Luz de
Mafasca
El alma molesta e indignada del difunto que en
forma de luz quiso asustar a los pastores que se atrevieron a perturbar su
paz y quemar su recuerdo en este mundo.
Desde entonces muchas personas afirman haber
visto esa luz, la luz de Mafasca. La luz que acompaña a los viajeros por
los senderos solitarios de Fuerteventura. Son varios los lugares donde se
afirma haberla visto, como en el lugar que lleva su nombre, “El Llano de
Mafasca”
La luminaria aparece en las noches oscuras y
silenciosas, es pequeña, pero en ocasiones puede llegar a tener
grandes dimensiones durante algunos segundos. Quien la ha visto cuenta que sube
y baja valles a velocidades inimaginables. No es de extrañar que los testigos
se asusten y entren en pánico cuando esta luz se les acerca.
Un relato de quién la ha visto
Sus apariciones datan de muchos siglos atrás,
este es el relato de Petra Padrón, uno de los testigos:
Estaba acompañada de otras cuatro personas.
Serían sobre las nueve de la noche cuando ya regresábamos de dejar el ganado en
las montañas. De pronto, en medio de los caminos, a lo lejos, vimos aparecer
una lucecita de color rojizo. Cuando nos acercamos para ver lo que era aquello,
de pronto empezó a saltar de un lado a otro, sin tener en cuenta las piedras o
los obstáculos. A veces aumentaba un poco de brillo y cambiaba de dirección. En
aquella época no había ni coches, ni helicópteros, ni aviones ni nada.
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